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Notas desde la ruta de la avalancha del oro verde

La agricultura es la estrella más brillante en el universo actual de inversiones.1

Los genes son el “oro verde” del siglo de la biotecnología. Las fuerzas económicas y políticas que controlan los
recursos genéticos del planeta ejercerán un poder enorme sobre la economía global en el futuro, de la misma manera
que el acceso y control de los combustibles fósiles y los metales preciosos fueron determinantes en el control de los
mercados globales durante la era industrial. En los años venideros, la reducción del patrimonio genético del planeta
resultará una fuente de creciente valor monetario.2

El contenedor estalló en el puerto y su carga química se esparció por el aire de la Ciudad de Buenos Aires. Los
noticieros transmitían en cadena y alertaban sobre el clima irrespirable. Los funcionarios llamaron a no salir a las calles y
una suerte de pánico se instaló entre la General Paz y el Río de la Plata. Fue el 6 de diciembre de 2012. Por primera vez
los porteños experimentaron (sólo por unas horas) lo que se siente ser un pueblo fumigado con agroquímicos.3

El actual boom de la biotecnología agroindustrial se inició en Argentina en 1996, cuando el


entonces secretario de agricultura Felipe Solá aprobó para su comercialización el primer cultivo
genéticamente modificado: la soja 40-3-2 (Roundup Ready®) de Monsanto, resistente al glifosato.
El 25 de marzo de 1996 –justamente un día después de cumplirse 20 años del golpe cívico-
militar– en un trámite express que solo duró 81 días se autorizaba el ingreso de la soja
transgénica al país, en base a estudios de la misma empresa.4
Desde ese momento el modelo del monocultivo –o la agricultura química como la llamó el Dr.
Andrés Carrasco, de la cual la soja es la principal protagonista– es aplicado en Argentina como si
los territorios fueran laboratorios a cielo abierto, sin aplicar ni tener en cuenta el principio
precautorio5 . Año tras año la frontera agrícola es expandida, el récord de cosechas promocionado
y nuevos eventos transgénicos son introducidos y aprobados.6 El área cultivada solamente de soja
creció de 6.67 millones de hectáreas en 1996/1997 a 21 millones en 2012 (el 60 por ciento de la
tierra cultivada, del que se exporta el 98 por ciento). Durante el mismo periodo la aplicación de
agrotóxicos por año creció de 98 millones de litros a 370. Las fumigaciones aéreas y terrestres se
realizan de 3 a 48 veces al año, junto a comunidades rurales, barrios y escuelas. Especialmente en
las zonas cercanas a plantaciones de cultivos transgénicos han aumentado considerablemente los
casos de cancer, malformaciones, daños en el ADN, enfermedades crónicas y otros problemas en

1 JetFin Agro Conferences, Geneva/Zurich, 2011

2 Jeremy Rifkin, The Biotech Century, Tarchner/Putnam, New York, 1998

3 Darío Aranda, Tierra Arrasada, Editorial Sudamerica, Buenos Aires, 2015

4 Darío Aranda, Veinte años de la soja al cuello, Página 12, 25 de marzo de 2016

5 Según el artículo cuarto de la Ley General del Ambiente el principio precautorio establece: “Cuando haya peligro de daño grave o irreversible la
ausencia de información o certeza científica no deberá utilizarse como razón para postergar la adopción de medidas eficaces, en función de los costos,
para impedir la degradación del medio ambiente.”

6 Actualmente existen en Argentina 36 eventos con autorización comercial de soja, maíz, algodón y recientemente de papa:
http://www.minagri.gob.ar/site/agregado_de_valor/biotecnologia/55-OGM_COMERCIALES/index.php?imp=1
la salud.7 Simultáneamente las consecuencias empiezan a ser cada vez más evidentes en las
ciudades: los agroquímicos aparecen en los alimentos que las poblaciones urbanas consumen, el
glifosato puede ser incluso encontrado en la lluvia que cae del cielo, o como descubrió hace
poco tiempo un estudio realizado por la Universidad de La Plata, en la mayoría de los productos
sanitarios provenientes del algodón. Paralelamente a la promoción y crecimiento de los
monocultivos, los riesgos de los organismos genéticamente modificados –que son aprobados y
comercializados desde hace ya 20 años– no son suficientemente estudiados, ni discutidos.

Después de siglos de lo que Eduardo Galeano en Las venas abiertas de América Latina llamó “la
fiebre del oro y fiebre de la plata” en la América Ibérica de los siglos XVI y XVII, el rol de
Argentina y América Latina en el mapa global continua siendo definido por las necesidades del
capital económico.
En 1971 Galeano escribía: “Los metales arrebatados a los nuevos dominios coloniales estimularon
el desarrollo económico europeo y hasta puede decirse que lo hicieron posible. […] La economía
colonial latinoamericana dispuso de la mayor concentración de fuerza de trabajo hasta entonces
conocida, para hacer posible la mayor concentración de riqueza de que jamás haya dispuesto
civilización alguna en la historia mundial.”8 Esta contribución de América al progreso ajeno, dejó
a la actual Potosí –vena yugular del Virreinato, antiguo manantial de la plata de América– ruinas
de iglesias y palacios, y ocho millones de cadáveres de indios, que fueron arrancados de las
comunidades agrícolas para servir de mano de obra esclava en la extracción de plata del
emblemático Cerro Rico de Potosí.9 A dos siglos de nuestra independencia nacional, tanto la
Argentina como Bolivia (junto a Brasil, Paraguay y Uruguay) forman parte de lo que la
multinacional de origen suizo Syngenta definió como Repúblicas Unidas de la Soja. En el marco
del modelo extractivista, los territorios son entendidos como abstracciones en el estratégico
mapa de inversiones, ignorando fronteras nacionales, violando los derechos de la naturaleza y los
derechos humanos de sus poblaciones.
Si la fiebre de la plata y el oro hizo que las poblaciones de las regiones de donde se extraían
dichos minerales creciera considerablemente, la migración de la avalancha del oro verde del siglo
XXI va en dirección opuesta: la masiva mano de obra barata (o esclava) ya no es necesaria y las
comunidades son forzadas a dejar los territorios donde el transgénico oro verde es extraído. Los
campesinos e indígenas son obstáculos en el corrimiento de la frontera agrícola y son expulsados
de sus tierras. Muchos terminan viviendo en los suburbios de las grandes ciudades, recibiendo
con suerte subsidios que poco alcanzan para vivir, que paradójicamente en la última década
fueron subvencionados en Argentina con los impuestos a la exportación de la mismos cultivos
transgénicos que los expulsaron de sus tierras (retenciones impositivas que el actual gobierno
nacional ha inclusive prácticamente eliminado).

7
Ver declaración de Médicos de Pueblos Fumigados, noviembre, 2015:
http://www.reduas.com.ar/declaracion-del-3o-congreso-nacional-de-medicos-de-pueblos-fumigados/

8
Eduardo Galeano, Las venas abiertas de América Latina, Siglo Veintiuno Editores, Buenos Aires, 2010.

9 Eduardo Galeano, op. cit.


El fuertemente mecanizado (y probablemente pronto automatizado) modo de producción
agroindustrial no necesita de campesinos, sino de un pool de especialistas, inversores,
controladores de empresas agrícolas y algunos pocos contratistas rurales que realizan tareas
específicas de temporada. Dicho modelo de producción tiene cada vez más en común con la
guerra por control remoto. 1100 aviones fumigadores son usados en Argentina, conforman, como
lo llama el Dr. Medardo Ávila Vázquez (coordinador de la Red de Médicos de Pueblos
Fumigados), “una fuerza aérea de fumigación”. Justamente el herbicida 2,4-D, cada vez más
usado con el glifosato, era un ingrediente del Agente Naranja durante la Guerra de Vietnam, no
casualmente producido también por Monsanto y Dow Chemical, las mismas compañías que en la
actualidad proveen semillas y agroquímicos internacionalmente.
El campo es así transformado en un espacio a ser usado para la aplicación comercial de
intervenciones y experimentos tecno-científicos sin tomar medidas precautorias, ni tener en
cuenta los riesgos y las consecuencias socio-ambientales. En el laboratorio a cielo abierto en el
que Argentina se ha transformado, tiene lugar un experimento masivo en el que los commodities
ya no son solo los cultivos, sino la naturaleza en sí misma, los seres humanos y los genes.10

Después de la crisis económica de 2001, la recuperación del país fue de la mano del boom de la
soja y sus retenciones impositivas. El Estado nacional promovió –junto a empresas transnacionales
y nacionales, la complicidad de gobiernos locales, parte de las universidades nacionales y la
comunidad científica– la idea moderna de progreso, basada en la constante innovación tecno-
científica como la única forma de pensar el futuro del país, sin preguntarse: ¿qué tipo de ciencia
queremos, para quién y para qué?
Nos preguntamos si ese puede ser el único futuro del país. O como se preguntó Eduardo
Galeano en 1971 “¿es América Latina una región del mundo condenada a la humillación y la
pobreza? ¿Condenada por quién? ¿Culpa de Dios, culpa de la naturaleza? ¿No será la desgracia
un producto de la historia, hecha por los hombres y que por los hombres puede, por lo tanto, ser
deshecha?”11

Malvinas Argentinas

Malvinas Argentinas es una ciudad de 12.000 habitantes ubicada a 14 kilómetros de la ciudad de


Córdoba. Sus habitantes la llaman “ciudad hotel”, ya que la mayor parte de ellos trabaja en la
capital cordobesa y solo va a Malvinas para dormir de noche. En una de nuestras visitas a la
ciudad nos contaron que hasta hace pocos años los vecinos no tenían mucho contacto entre ellos.

10 Si la última década se caracterizó en la Argentina por la expansión del modelo extractivista, solapada con la búsqueda de la llamada convivencia
de los dos modelos agrícolas (el industrial y el familiar), con la incorporación de organizaciones campesinas al Estado (Secretaría de Agricultura Familiar) y
con programas como Pro-Huerta, el actual gobierno hace la apuesta aún más clara y extrema, cambiando inclusive el nombre del Ministerio de
Agricultura al de Agroindustria. En este contexto, no es llamativa la continuidad en el gobierno de Mauricio Macri del Ministro de Ciencia y Tecnología
Lino Barañao. Reconocido impulsor del modelo de agronegocios, en 2011 afirmó en AM 530 (radio de las Madres de Plaza de Mayo) que “el glifosato es
como agua con sal”.

11 Eduardo Galeano, op. cit.


En junio de 2012 la presidenta Cristina Fernández de Kirchner anunció desde el Consejo de las
Américas en Nueva York el plan de inversión de la multinacional estadounidense Monsanto para
construir una de las mayores plantas procesadora de semillas tránsgenicas de maíz del mundo en
Malvinas Argentinas, Córdoba. La noticia fue transmitida por la TV Pública, mientras Kirchner
asistía a una asamblea general de las Naciones Unidas. Paradójicamente, el discurso de la
presidenta en dicha asamblea tuvo como principal tema el conflicto entre Gran Bretaña y
Argentina sobre la soberanía de las otras Malvinas, las Islas, que dieron origen al nombre a esta
pequeña ciudad cordobesa.

Raquel y Rula nos contaron que se mudaron a Malvinas en enero de 2012, con la intención de
vivir en un lugar más tranquilo, que gracias a su cercanía les permitiera seguir trabajando en la
capital cordobesa. Pocos meses después de mudarse, a Raquel la shoqueó escuchar la noticia
anunciada por la presidenta. Tiempo atrás, una científica amiga suya le había mostrado el
documental de Marie-Monique Robin El mundo según Monsanto. El lugar que habían elegido
para vivir una vida más tranquila anunciaba ser el futuro escenario de una pesadilla.
Para gran parte de la población de Malvinas el anuncio de la presidenta aparentaba ser una
buena noticia, una fabrica en el pueblo traería seguramente trabajo para la población. Pero
Raquel decidió transformar sus preocupaciones en acción y empezó a hacer copias del
documental de Robin para repartirlos en el barrio. Como muchas otras comunidades del país,
Malvinas estaba (y está) rodeada por plantaciones de monocultivo. Al mismo tiempo, las
evidencias sobre las consecuencias de la fumigaciones con agroquímicos habían crecido en
Córdoba y nacionalmente, como así también las resistencias (gracias a iniciativas como Paren de
Fumigar del Grupo de Reflexión Rural y a la acción de Las Madres de Ituzaingó).
Paulatinamente la comunidad de Malvinas empezó a ser más consciente de qué era Monsanto y
qué podía significar esa fabrica para su ambiente y salud. El proceso de debate de la comunidad
devino en organización y resistencia a la instalación de la fabrica y a Monsanto en general. Pero
paralelamente la multinacional también empezó a caminar el pueblo. Con el apoyo del gobierno
local fueron casa por casa, ofreciendo programas educacionales, cursos y desarrollo para
Malvinas. E inclusive invitaron a los vecinos del pueblo a visitar su planta en Rojas, Provincia de
Buenos Aires, para que pudieran ver con sus propios ojos que todas las acusaciones a la empresa
eran falsas.
Pero lo que nadie podía imaginar que fuera posible se transformó en realidad: la población de
Malvinas logró detener a una de las multinacionales más poderosas del mundo. La construcción
de la planta ha sido bloqueada desde hace más de dos años por dos asambleas populares
locales (Malvinas Lucha por la Vida y Malvinas Lucha por la Vida Línea Fundadora) y (hasta hace
muy poco tiempo) un grupo autoconvocado de socio-ambientalistas (Bloqueo a Monsanto
Malvinas Argentinas - Córdoba).

A 20 años de la aprobación del primer cultivo transgénico en Argentina, el resultante “milagro de


la soja”, denunciado por el Dr. Andrés Carrasco –quien analizó los efectos del glifosato en la
salud– como un “experimento masivo”, está mostrando su lado monstruoso. Mientras crecen las
consecuencias socio-ambientales negativas y los problemas en la salud de las comunidades,
crecen también las evidencias científicas, las resistencias y las alternativas al modelo extractivista.
Este 25 de marzo se cumplieron 20 años de la entrada abrupta de los transgénicos a la Argentina,
un día antes de cumplían 40 del golpe cívico-militar. ¿Habrá que esperar otros 20 años para que
millones se manifiesten en contra de este experimento masivo? ¿Habrá que esperar otros 20 años
para que la Plaza se llene de consciencia y resistencia a este otro y nuevo genocidio camuflado
de progreso? ¿Tendremos que esperar que las consecuencias sean (si ya no lo son) irreversibles?
¿Cuándo podremos empezar a ver que nuestros derechos humanos y los de la naturaleza están
siendo violados? ¿Cuándo seremos capaces de ver que nada justifica lo que el fotógrafo Pablo
Piovano llama “el costo humano de los agrotóxicos”? ¿Seremos capaces de multiplicar las
alternativas que ya están creciendo sin esperar a las próximas elecciones nacionales?12 


Notas de una investigación compartida en proceso.


Aurelio Kopainig y Julia Mensch, abril de 2016.

12 Agricultura ecológica / biodinámica / natural (Masanobu Fukuoka) / Agricultura sostenida por la comunidad (CSA - community supported agriculture) /
Permacultura / Movimiento Comunidades en Transición (Transition Towns Movement) / Algunos iniciativas en Argentina: Granja Naturaleza Viva,
Cooperativa de Trabajo Iriarte Verde, Fundación La Choza, Volver a la tierra (del Grupo de Reflexión Rural).

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