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Prepared for delivery at the 2012 Congress of the Latin American Studies
Association, San Francisco, California May 23-26, 2012
En los últimos años, la cuestión afectiva está cobrando una fuerte presencia en
el ámbito educativo. Coexistiendo con viejos estereotipos emocionales del/la
buen/a maestro/a” −que se condensan en frases como: “La buena maestra es
dulce, tierna, cálida, afectuosa”; “Para ser maestro/a te tienen que gustar los
chicos, tenés que quererlos”− nuevos discursos “afectivizados” son recurrentes
al momento de describir perfiles docentes, modalidades de vinculación con los
alumnos, así como problemas diversos del cotidiano escolar.
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implica una gran inversión afectiva que, además, en términos económicos, nos
vuelve más productivos (Ducey, 2007).
Por su parte, Paul Virilio plantea que vivimos en una época de “sincronización
de las emociones”, en un “comunismo de los afectos”. Explica que así como
con la Revolución Industrial se estandarizaron los productos y con el desarrollo
de la prensa y de los medios se operó una uniformización de las opiniones
públicas, hoy, con la interactividad, “estamos ante una sociedad en donde la
comunidad de emociones reemplaza la comunidad de intereses” (Virilio, 2010).
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alumnos al momento de pretender enseñarles? Por último, trataremos de ir
más allá de las argumentaciones analizadas, ensayando otros cruces entre el
querer y el enseñar.
Sobre lo afectivo
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Si bien hay estudios que parten de distinguir a las emociones de los afectos (cf. Gregg, &
Seigworth et. al, 2010) en este artículo no avanzaremos en esa distinción. En este sentido,
usaremos estos términos de manera intercambiable.
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Aún sosteniendo un enfoque constructivista, Elster realiza la siguiente distinción: “Decimos
que el concepto de culpa es “socialmente construido” (…), esto no quiere decir que la emoción
de culpa sea una construcción social” (2001:17) “Nadie, que yo sepa, ha pretendido defender
que el dolor sea una construcción social” (2001:181) Las variaciones culturales existirían solo
en el nivel de la conceptualización y no en el de las emociones mismas (2001:103).
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Por otra parte, este mismo autor enfatiza que “las emociones se desencadenan
por creencias”, y que hay algo del orden cognitivo interviniendo en estas
experiencias. Dice, por ejemplo, que una persona puede sentir envidia ante un
amigo que tiene más éxito. Pero al advertir que está sintiendo envidia podrá
encontrarse sintiendo vergüenza. Esto es, el saber y la creencia respecto de un
estado emocional inciden en el sentir de esa emoción: “una vez que la emoción
se conceptualiza, dicha emoción también cambia. Cuando una persona tiene
los recursos conceptuales para decirse a sí misma: ¡Dios, estoy aburrido!, el
estado de aburrimiento será, por lo general, más agudo y los esfuerzos por
mitigarlo más intensos” (Elster, 2001:103).
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cuestiones, qué implicancias tiene que una noción se manifieste a partir de
paradojas.
¿eterno o reciente?
En primer lugar, encontramos que lo afectivo se enuncia, por momentos, como
un fenómeno reciente, inaugurado por los avatares de la psicologización y la
expansión de las terapias que apuntalan al yo: los docentes “de hoy” serían
afectuosos, cálidos, comprensivos mientras que esos rasgos estarían ausentes
en los docentes “de antes”. Pero en otras ocasiones, la cuestión afectiva
docente aparece como “eterna”, más allá y más acá de tiempos y lugares
precisos, como si se tratara de una condición constitutiva del oficio del
enseñante. Avalando esta última perspectiva, encontramos que Sarmiento, en
el siglo XIX, ya abogaba por maestras simpáticas y dulces “para ejercer su
dominio sobre los niños y jóvenes más groseros”. En el rostro del maestro −
decía el pedagogo− hay un poder latente ‘que brilla con amor por los alumnos y
entusiasmo por su noble causa’.” (tomado de Giménez, en Puiggrós, 1996:
329).
¿ganancia o retroceso?
Por otra parte, la afectividad docente a veces se nombra como si se tratara de
una deuda pendiente favorablemente saldada de la escolarización moderna,
cuya matriz racional e iluminista supo producir un docente frío, distante,
desafectado. En este sentido, la afectivización del rol sería una ganancia en
pos de enseñanzas más humanas, más plenas, más integrales. 3 Contestando
estos postulados celebratorios, hay quienes identifican que la avanzada del
afecto es un retroceso de la profesionalización docente y un síntoma indudable
de la deserción de las tareas de enseñanza. En este sentido, el cariño, la
comprensión y la contención estarían desplazando la posibilidad de que se
produzcan enseñanzas, pues habría una maestra-madre-sustituta antes que
una maestra profesional especialista en enseñanza y aprendizaje de
contenidos culturales socialmente válidos (Tedesco y Tenti Fanfani, 2002:6-7).
La ecuación podría enunciarse del siguiente modo: a medida que los maestros
se ocupan de realizar tareas afectivas (de cuidado y contención), estaría
retrocediendo el perfil profesional docente. Dicho de otro modo: los maestros
quieren a sus alumnos pero no les enseñan. O en términos mucho más
coloquiales: “Mucho mimo, mucha caricia, mucho beso y poca matemática y
lengua”. Desde esta perspectiva, el afecto docente, antes que ser algo
“faltante” (o una ganancia) sería un “sobrante”, un exceso.
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Esta perspectiva es presentada y discutida por Ecclestone & Hayes (2009: 151-156)
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docentes avanza a la par de las manifestaciones de rechazo hacia los alumnos
así como de las denuncias por malos tratos 4.
4
Una denuncia de reciente aparición en la prensa argentina plantea el caso de una maestra
jardinera que ató y amordazó a una alumna de 4 años. (En:
http://www.lanacion.com.ar/1468563-denuncian-que-una-maestra-jardinera-ato-a-una-alumna.
Fecha de consulta: 28 de abril de 2012)
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se pretende vía la alfabetización emocional pueda ser alcanzada. Dicho de otro
modo, si para lograr un estado de bienestar las personas previamente tienen
que ubicarse en un nivel de malestar es necesario producir padecimiento para
que éste pueda ser revertido. En términos de Eva Illouz, la corriente terapéutica
“irónicamente crea buena parte del sufrimiento que se supone que alivia”
(2007: 137).
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Como se habrá visto, además, es posible construir argumentos válidos para ambas partes de
la disyuntiva.
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¿Por qué habría que querer a los alumnos? Quererlos para generar
condiciones para enseñar
Estos argumentos que explican por qué los docentes, en la actualidad, tendrían
que recurrir a la afectividad y al trabajo emocional tienen un rasgo en común:
no estarían describiendo situaciones propias del dictado de las clases sino
maneras de construir condiciones que permitan darlas (Dubet, 2006: 176).
Dubet (2006:170;176;180) dice que los profesores de escuela secundaria
vivencian estas nuevas tareas como “trabajo sucio”. No alcanza con que los
docentes entren al aula y se dispongan a dictar contenidos; es necesario que
generen adhesión subjetiva por parte de los alumnos, y, para logarlo, tienen
que interesarse por ellos para que ellos se interesen por el curso.
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¿Por qué no habría que querer a los alumnos? Cuando el quererlos
desplaza al enseñar
Estos autores señalan algo más en relación con la enseñanza: “Las iniciativas
emocionales que componen la educación terapéutica están preocupadas, no
con la educación sino con el aprendizaje, una actividad mucho más general
que no requiere de un maestro. Un maestro es necesario para enseñar
asignaturas, contenidos, temas; la educación terapéutica simplemente requiere
maestros entrenados en enfoques terapéuticos y una colección de trabajadores
de apoyo o refuerzo (…). Las diversas iniciativas que componen la educación
terapéutica revelan un declive en lo que nosotros pensamos que los chicos y
los jóvenes son “capaces de”, refractado en el prisma de lo que los productores
de políticas y la industria del bienestar emocional piensan que ellos necesitan.
De la educación al aprendizaje, del aprendizaje al aprender a aprender, y del
aprender a aprender a aprender a sentir y responder de manera apropiada… el
colapso de la creencia en el potencial humano es palpable” (Ecclestone &
Hayes, 2009: 143)
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Lo afectivo, entendido en el apartado anterior como una “condición” para que
las enseñanzas se produzcan, aquí es un “obstáculo” que impide que éstas
tengan lugar.
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Identificar a lo afectivo con las narrativas terapéuticas y los discursos de
autoayuda permite trazar fronteras claras así como ubicarnos en zonas no
ambiguas. Desde allí es fácil mirar con recelo todo aquello englobado bajo el
mote “afectos” para no dejarnos llevar por unas sendas que conducen a
prácticas impunemente emotivas (amparadas en el “yo siento”) y poco
profesionales (cf. Abramowski, 2010). No obstante esto, resulta un poco
decepcionante que la indagación sobre lo afectivo termine allí. ¿La alternativa a
la impunidad es la inmunidad afectiva?
Querer enseñar
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sino que, por el contrario, invitaría a explorarlo a partir de otras dimensiones,
más allá de las psicológicas. ¿Puede haber afectividad cuando hay
desconocimiento de la persona del otro? Arendt, recurriendo a San Agustín,
diría que sí, pues para él el amor al prójimo era algo muy distinto al hecho de
albergar cálidos sentimientos por un prójimo en particular (en Sennett,
2003:144-145). Y Rousseau también diría que tenemos “la facultad de ligar
nuestros afectos a seres que nos son extraños” (en Todorov, 2008: 34).
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Lo que venimos diciendo nos permite identificar un afecto docente que es
propio del querer enseñar unos contenidos a un conjunto de alumnos. Sería un
afecto que emana de la fidelidad o perseverancia (Badiou, 1995) ante el acto
de enseñar, y lejos estaría de pensarse como legitimando un lugar de autoridad
perdido (“te quiero para que me escuches”) o como supliendo una falta afectiva
del otro (“te quiero porque nadie te quiere”).
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Bibliografía
Badiou, A. (1995), “La ética. Ensayo sobre la conciencia del mal”, en Abraham,
T. , Batallas éticas, Buenos Aires, Nueva Visión.
Dubet, F.; Martuccelli, D. (2000), ¿En qué sociedad vivimos?, Buenos Aires,
editorial Losada.
Ducey, A. (2007), “More than a job: meaning, affect and training healt care
workers”, en Ticineto Clough, P. The Affective Turn, Duke University
Press.
Gregg, & Seigworth (editors) (2010), The Affect Theory Reader, Londres, Duke
University Press.
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McWilliam, E. (1999) Pedagogical Pleasure, New York, Peter Lang Publishing.
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