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Doctorado Ejecutivo en Educación

Problemas actuales de la Educación en México

Cuarto cuatrimestre

Docente: Dra. Eugenia Lucas Valerio

Los progresos recientes en materia de aprendizaje y los adelantos

de las ciencias cognitivas, ¿se plasmarán algún día en prácticas

concretas y eficaces?

Estudiante: Arturo
En México, y en el mundo, la escuela durante gran parte del siglo XX satisfizo las

expectativas que sobre ella se habían depositado. En el actual siglo XXI la escuela

es un componente importante de lo que se quiere decir cuando se habla de deterioro

social y no puede, por cierto, ser la solución al problema.

Su crisis (la de la escuela) es estructural: los alumnos no quieren –y no pueden-

aprender; el docente no es capaz de enseñarles; los directivos no son capaces de

dirigir la institución; los padres no están más al pendiente de los niños.

La escuela ha perdido el papel de ser formadora y conformadora; espacio de gran

consideración para la sociedad y su impacto se ha diluido hasta convertirse en el

fantasma de su gloria; en el mausoleo donde sólo sus habitantes –los maestros-

veneran sus restos y los padres de familia –otrora sustento de su función- son sus

más acérrimos críticos.

Al haber perdido o haber visto mermada de manera importante, la más significativa

de sus funciones, la educación, a la escuela han terminado por asistir a una

ceremonia de simulación, actores que hace tiempo han perdido la fe que alguna vez

tuvieron.

Las profundas transformaciones que han vuelto irreconocible a la sociedad

contemporánea, han alterado bruscamente la forma en la que se había construido

la escuela durante todo el último siglo. No ha podido reaccionar a los cambios que

la agobian, porque constantemente se le adicionan nuevas demandas que no puede

satisfacer; porque los resultados que puede aportar son sólo observables –en el
mejor de los casos- a mediano plazo, en un mundo que demanda la inmediatez en

la respuesta.

La transformación más perturbadora que enfrenta la escuela, tiene que ver con la

manera en la que en el mundo actual circula el conocimiento. En el pasado reciente

la principal fuente de aprendizaje y de construcción intelectual era la escuela; pero

el arribo de los medios virtuales y de comunicación crearon un nuevo tipo de relación

entre el otrora sujeto exclusivo de la escuela y el conocimiento, apareciendo ante

los docentes un tipo de competencia que cuenta con muchas más herramientas que

aquéllas de las que el profesor podría disponer.

Los nuevos difusores son numerosos, variados y poderosos. Poseen más

información que la escuela; le han arrebatado el monopolio de la posesión de la

información y cuentan con una multiplicidad multiplicadora de valores que relativizan

los que la escuela suele pregonar.

En todo caso se trata del gran número de visiones sociales imperan desde su

proliferación y que se manifiestan de diversas maneras en nuestros tiempos. Este

creo que es la limitación principal que agobia a la escuela: que el mundo actual hace

imposible determinar un modelo educativo que pueda satisfacer todas las

expectativas y atender a todas las necesidades. Que se pretenda dar con un

modelo capaz de conjurar las demandas, requerimientos, necesidades y carencias

de todas las familias, de una sociedad que dista mucho de ser homogénea en sus

demandas, requerimientos, necesidades y carencias.

Estamos ya muy alejados del entrañable tiempo en el que la relación entre escuela,

familia y sociedad resultaba si no armónica, sí marcadamente coincidente, donde

cada uno de estos actores emitía mensajes concordantes, si no es que hasta


redundantes: Cada uno de ellos emitía, en esencia, el mismo discurso que los

demás.

Hoy, los mensajes familiares, sociales y escolares son discordantes y

desarticulados; irreconciliables y divergentes.

La escuela, en búsqueda de un modelo que le permita su inclusión en la sociedad

contemporánea -qué curioso: la institución que pregona por la inclusión social,

busca su inclusión en la sociedad actual- sostiene que el modelo educativo a

emplear debe considerar la posibilidad de contar con nuevas formas de relacionarse

con los otros y con nuevas formas de enseñar.

Pero no se está siendo sensible a la sensación prevaleciente y dominante en los

espacios educativos: el malestar que agobia a todos los que ahí concurren. Cada

uno de ellos –maestros, padres o alumnos- expresan un tipo de malestar que se

caracteriza por llevar a la confrontación con los otros dos, básicamente porque los

intereses al interior de la escuela, de cada uno de ellos, son diferentes y diametrales.

La escuela contemporánea, paladín de concretar la pretensión de “educación para

todos” ha llevado a las aulas la heterogeneidad y la diversidad en toda su expresión.

Mecanismo para paliar la desigualdad, la heterogeneidad así adquirida, ha

pretendido tratarse con… un método, uno; uniforme y eficiente que sirva para todos

los casos, todas las realidades y todas las circunstancias, convirtiéndose, el que

podíamos adjetivar como “el método” en la negación lógica de su sustento.

Requiriéndose dar respuesta a la avalancha de diversidad que se ha vertido sobre

la escuela, pretende encontrar en uno… en un método…. En El Método…. la forma

de atender la diversidad.
Ay, necedades de la realidad. Más que nunca hoy, no todos pueden aprender lo

mismo, al mismo ritmo, a la misma velocidad y con los mismos insumos. Pensar en

un método, es pensar que todos son iguales.

Hace 40 años podíamos pensar que 40 niños en un salón eran muy semejantes;

hoy no, y el hecho ha tornado la labor docente en extraordinariamente compleja y

agobiantemente demandante, a lo que hay que sumar la pérdida de autoridad, de

presencia social del docente y a un creciente proceso de precarización.

No debiera insistirse en un modelo educativo; en ninguno, porque bastará asomarse

a las escuelas para ver que no funciona. Los últimos modelos aplicados y cuando

menos el que viene, carecen de la fuerza que le puede dar existencia: no creen en

él los docentes; ni los directivos, ni los niños.

Y es porque la diversidad que hoy nos salta frente al rostro no puede atenderse con

un modelo impuesto y por consiguiente artificial.

Mi argumentación entonces se dirige a plantear la necesidad de que sea el docente,

el cuerpo docente de una escuela, el que diseñe el modelo con el que habrá de dar

respuesta a las exigencias que se le plantean. Tendrá que tenerse confianza en el

maestro y habremos de dejar de confiar en los que nos han decepcionado: los

funcionarios de la educación que consideran que ésta –la educación- es un

problema administrativo.

Aún con lo difícil que pueda ser establecer cómo debe ser un modelo educativo que

todavía no existe, sostengo que el problema de la educación en México no es un

problema pedagógico o de modelo (o modelos) educativo(s), sino que es un

problema que tiene que ver con la reorganización de la sociedad: con la existencia

de instituciones cuya funcionalidad se basa en la corrupción y la simulación.


La escuela y la educación no son el problema. Son sólo una manifestación más de

la crisis de instituciones que vive el país, que lo ha convertido en un marasmo de

inmovilidad y en un Estado que asegura la connivencia, la complicidad, el

contubernio para beneficio de sus más audaces partícipes.

La escuela, tal como hoy se nos presenta cumple cabalmente, en términos de

funcionalidad operativa a un Estado fallido –para emplear la moderna terminología

de la ciencia política- interesado en hacer los cambios suficientes para que todo

siga igual… incluyendo a la escuela.

No, no creo haberme desviado de mi intención original. Pretendo argumentar que la

escuela actual es funcional a un Estado fallido, pero de ninguna manera débil. Que

los cambios que requiere no pueden venir de su interior ni reducirse ingenuamente

al diseño de un eficaz modelo educativo. Creo que las respuestas y

transformaciones que urgentemente necesita la escuela, pasan por la

transformación de la sociedad mexicana; no de su modernización y remozamiento,

sino de una profunda transformación democrática que tome en cuenta las

necesidades de una población enfrentada al más grave empobrecimiento relativo –

y absoluto- que se haya conocido en un largo periodo histórico.

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