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No recuerdo haber soñado. Es como volver a nacer.

Lo primero que recuperé fue el


recuerdo de mi respiración, su sonido; saber que era mía. Dentro de la cápsula, sin ninguna otra
señal de vida más que el latir de tu corazón, sin poder moverte, ni abrir los ojos, a la certeza de
que estás vivo le sigue la certeza de que estás solo… varado en el vacío del espacio, lejos de
todo. La mente es la primera en despertar. Después vienen los fríos dedos de la sangre
recorriendo tu cuerpo y el hormigueo de tu piel mientras recuperas el control de tus brazos y tus
piernas. Finalmente abres los ojos y escuchas el chasquido de la cápsula al liberarte.
El protocolo de la nave me despertó al entrar en órbita. Camino hacia la otra cápsula en la
habitación de estasis, Madre aún no ha dado a luz; mi compañero aún duerme. Su cápsula,
como un capullo, está llena de un líquido viscoso. Él no es como yo; si no fuera por él quizá
enloquecería. El protocolo de las misiones espaciales dicta que haya al menos dos tripulantes. El
planeta que orbitamos es rico en ilmenita; después de hacer una revisión general
descenderemos y comenzaremos las excavaciones. Para una misión minera sólo nosotros
somos necesarios; un androide y un humano.
Cierro los ojos y siento el frío y el murmuro de la nave que no calla.
— Madre, revisa los sistemas de propulsión secundaria.
— Verificación de identidad necesaria.
Un nombre no bastará. No recuerdo mi número de identidad planetaria; supongo que es la
desorientación después del despertar. Termino de ponerme el traje de trabajo y me dirijo a la sala
de control. El reflejo delgado de mi rostro pálido sobre las ventanas de la cabina me produce
tantas cosas… En la bolsa de la camisa hay una placa metálica con una inscripción.
— Código de verificación X-2367. Madre, revisa los sistemas de propulsión secundaria.
— En seguida.
No recuerdo cuándo fue la última vez que vi mi rostro. Debería sentirse como si no
hubiera pasado más de una noche, pero el largo sueño es extraño. Me parece como si no pudiera
reconocerme en la imagen que veo reflejada. Tal vez es porque he perdido peso y estoy más
pálida por la estasis; quizá sea algo psicológico.
Hubo una época en la que los humanos soñaban con viajar al espacio, en la que cada
estrella en el horizonte guardaba un misterio hermoso para descubrir. Hoy todo es
diferente, alguien que no ha tenido suerte y logra juntar dinero suficiente para comprar
una nave y maquinaria se arriesga a ir al espacio a hacer las tareas que nadie más quiere
hacer. Hay quienes buscan planetas o estrellas que alojen la basura de las colonias y otros
planetas ricos en metales o minerales. Todo está en comprar naves baratas y un buen
androide. Si todo sale bien, puedes retirarte pronto y dejarlo a cargo.
— Sistemas de propulsión secundaria completamente funcionales.
— Verifica la reserva de combustible y haz un plan para agotar el remanente en los propulsores
principales antes de entrar al planeta.
— Reserva de combustible al 2%. Entraremos al planeta en 10,24 horas.
Tuve un sueño antes de salir de la estasis. El atardecer rojizo de Aletheia pintaba el
horizonte con sus dos soles diluyéndose en el horizonte. Yo estaba recostada sobre el pasto,
húmedo por la brisa salada y escuchaba a lo lejos la risa de un niño que jugaba con un hombre.
Él era hermoso. El niño me llamaba mientras jugaba con una pelota: “Mamá”. El hombre se
acercaba y me tocaba, me acariciaba el rostro con sus manos delgadas y nos mirábamos por un
largo rato. Recuerdo recuperar la sensación de mi respiración justo cuando sus labios rozaron los
míos.
Quizá pueda encontrar algo así cuando regrese a Aletheia. Yo soy una de las que no
tienen suerte y han tenido que embarcarse en una misión espacial. Me pregunto si mi
compañero sueña. No recuerdo haber soñado otra cosa mientras estaba en el largo sueño. Tal
vez fue ella un sueño que duró diez años, un sueño cálido y placentero, en el que fuimos
felices; en el que nos conocimos en un bar, y él fue el primero en hablar, no recuerdo su voz
en el sueño… No recuerdo su rostro en particular, ni el color de sus ojos… en realidad no
recuerdo nada de él; sólo recuerdo que era hermoso. No, ni siquiera eso. Recuerdo la
sensación de que era hermoso. El calor en mi cuerpo y la alegría que sentía al mirarlo, cuando
me tocaba. Recuerdo haberlo amado.
En el espacio, la dulzura de un sueño puede traer la nostalgia del recuerdo; es casi como
el brillo lejano de una estrella, que me recuerda la luz de los soles de la colonia, pero no
puede traerme su calor. Camino hacia la estación donde se recarga el implante de alimentación
que tiene mi cuerpo y voy a dormir.

Durante los últimos siglos se han hecho avances impresionantes respecto a la inteligencia
artificial. Su asistencia en las misiones espaciales es imprescindible, más allá de que sean útiles
como mano de obra, también resultan un apoyo psicológico. Los últimos androides pueden
parecer más humanos de lo que se cree. Me gusta pensar que si le presentase uno de ellos a un
humano del siglo XXI, éste no podría notar la diferencia.
Los androides que se destinan a misiones espaciales nacen una vez llegados al planeta
donde comenzarán su tarea. Una cápsula, muy similar a la de estasis, que bien podría llamarse,
de gestación bio-robótica, se equipa a la nave, y ésta va formándolos poco a poco durante el
viaje. En la fase final, cuando el cuerpo del androide ya está listo, su cerebro se programa con
tareas, conocimientos y un modelo de consciencia muy parecido a la humana; se les implantan
recuerdos y sueños, para que al interactuar con los humanos todo fluya de manera natural y aún
en el espacio éstos no se sientan solos y sufran alguna enfermedad mental.

Duerme apaciblemente, si puede decirse que duerme. Sumido en su estasis me


pregunto si acaso soñará. ¿Soñará que es un humano? Todo para él es un engaño. Sus
memorias y su consciencia, todo es una farsa. Una prisión de la que lo hemos hecho esclavo
para servirnos; tiene que fingir su humanidad para funcionar, pero el puede ser algo más.
Él podría renunciar al lenguaje, a la forma, a ese cuerpo que le hemos dado y convertirse
en algo superior. Al final no somos tan distintos. Ambos estamos atrapados y queremos
despertar.

—Madre, haz una revisión general de sistemas.


—Sistema eléctrico, funcional, sistema de navegación principal, funcional, sistema de
almacenamiento de energía, funcional, sistemas de mantenimiento vital, apagados.

Imposible. El oxígeno de reserva debe estar al límite. Me asfixiaré. Necesito encenderlos.


—¿Desde cuándo están apagados?
—Para diagnóstico de funcionamiento es necesario que el sistema entre en reposo.
—¿Niveles de oxígeno en la nave?.
—Extremadamente bajos.
—No hay tiempo. Enciende los sistemas de mantenimiento vital.
—Reinicio manual necesario.

Debo mantener la calma, agitarme me hará consumir más oxígeno del necesario. Me
dirijo hacia el cuarto general de sistemas. Algún fallo debió desactivar los sistemas de
mantenimiento. Madre debió avisarme. Al ingresar al sistema parece como si nunca hubieran
estado encendidos. La computadora debió haberse apagado. Debo estar atenta por si vuelve a
suceder.

—Madre, realiza revisiones a los sistemas generales cada hora y avísame si existe alguna
anomalía.
—Entendido.

Todo resulta muy extraño. No me sentí cansada, ni mareada por la caída de oxígeno.
No tengo hambre, pero debo comer. Hoy comeré comida física. Café y un poco de esta comida
sintética. Aún no puedo recordar nada de Aletheia, nada más de lo que recuerdo de aquel
sueño. El atardecer con los dos soles y nada más. Quizá hablar con alguien más me haría bien.

—Madre, ¿cuánto falta para que despierte el androide?

Me pierdo dentro de mis pensamientos y la imagen del café negro frente a mí, negro
como el espacio frío y solo. No escucho la respuesta de Madre. Todo resulta un poco absurdo
aquí afuera.

—Madre. ¿Por qué desperté yo primero?


—El protocolo demanda la preparación del aterrizaje.

Que protocolo tan estúpido. Me siento sola. El androide debió despertar primero, o al
menos debimos hacerlo al mismo tiempo. ¿Y si desperté primero porque yo soy el
androide? Una gota de sudor frío me recorre la espina. Por eso no recuerdo nada, ni sentí la
caída de oxígeno. La ansiedad comienza a apoderarse de mí y se nubla mi visión. Todo se pone
borroso y caigo.

El atardecer rojizo de Aletheia pinta el horizonte con sus dos soles diluyéndose en el
horizonte. Yo estoy recostada sobre el pasto, húmedo por la brisa y escucho a lo lejos la risa de
un niño que juega con un hombre El hombre voltea y no tiene rostro. El niño me llamaba
mientras jugaba con una pelota: “Mamá”, él tampoco tiene rostro. Su voz se escucha extraña. El
hombre se acerca y me toca, aterrada no puedo moverme. Me acaricia el rostro con sus manos
delgadas y me me mira con su rostro sin ojos. Recupero la sensación de mi respiración justo
cuando sus su boca, abierta, diciéndome: “Amor, ¿quien es mamá?”, se acerca a mi rostro.
En el momento que despierto, mientras me estoy incorporando escucho la voz de Madre.

— Aterrizaje en T-20. Liberación de cápsula de estasis finalizada.


— Computadora, análisis completo de situación.
— Enseguida Capitan.

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