Académique Documents
Professionnel Documents
Culture Documents
Durante los últimos siglos se han hecho avances impresionantes respecto a la inteligencia
artificial. Su asistencia en las misiones espaciales es imprescindible, más allá de que sean útiles
como mano de obra, también resultan un apoyo psicológico. Los últimos androides pueden
parecer más humanos de lo que se cree. Me gusta pensar que si le presentase uno de ellos a un
humano del siglo XXI, éste no podría notar la diferencia.
Los androides que se destinan a misiones espaciales nacen una vez llegados al planeta
donde comenzarán su tarea. Una cápsula, muy similar a la de estasis, que bien podría llamarse,
de gestación bio-robótica, se equipa a la nave, y ésta va formándolos poco a poco durante el
viaje. En la fase final, cuando el cuerpo del androide ya está listo, su cerebro se programa con
tareas, conocimientos y un modelo de consciencia muy parecido a la humana; se les implantan
recuerdos y sueños, para que al interactuar con los humanos todo fluya de manera natural y aún
en el espacio éstos no se sientan solos y sufran alguna enfermedad mental.
Debo mantener la calma, agitarme me hará consumir más oxígeno del necesario. Me
dirijo hacia el cuarto general de sistemas. Algún fallo debió desactivar los sistemas de
mantenimiento. Madre debió avisarme. Al ingresar al sistema parece como si nunca hubieran
estado encendidos. La computadora debió haberse apagado. Debo estar atenta por si vuelve a
suceder.
—Madre, realiza revisiones a los sistemas generales cada hora y avísame si existe alguna
anomalía.
—Entendido.
Todo resulta muy extraño. No me sentí cansada, ni mareada por la caída de oxígeno.
No tengo hambre, pero debo comer. Hoy comeré comida física. Café y un poco de esta comida
sintética. Aún no puedo recordar nada de Aletheia, nada más de lo que recuerdo de aquel
sueño. El atardecer con los dos soles y nada más. Quizá hablar con alguien más me haría bien.
Me pierdo dentro de mis pensamientos y la imagen del café negro frente a mí, negro
como el espacio frío y solo. No escucho la respuesta de Madre. Todo resulta un poco absurdo
aquí afuera.
Que protocolo tan estúpido. Me siento sola. El androide debió despertar primero, o al
menos debimos hacerlo al mismo tiempo. ¿Y si desperté primero porque yo soy el
androide? Una gota de sudor frío me recorre la espina. Por eso no recuerdo nada, ni sentí la
caída de oxígeno. La ansiedad comienza a apoderarse de mí y se nubla mi visión. Todo se pone
borroso y caigo.
El atardecer rojizo de Aletheia pinta el horizonte con sus dos soles diluyéndose en el
horizonte. Yo estoy recostada sobre el pasto, húmedo por la brisa y escucho a lo lejos la risa de
un niño que juega con un hombre El hombre voltea y no tiene rostro. El niño me llamaba
mientras jugaba con una pelota: “Mamá”, él tampoco tiene rostro. Su voz se escucha extraña. El
hombre se acerca y me toca, aterrada no puedo moverme. Me acaricia el rostro con sus manos
delgadas y me me mira con su rostro sin ojos. Recupero la sensación de mi respiración justo
cuando sus su boca, abierta, diciéndome: “Amor, ¿quien es mamá?”, se acerca a mi rostro.
En el momento que despierto, mientras me estoy incorporando escucho la voz de Madre.