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Fritzsche

Vida y muerte en el Tercer Reich


1: Revivir la nación
¨Heil Hitler!¨

En 1938 Victor y Eva Klemperer viajaron a Lepzig. A lo largo de la ruta, se detuvieron en


un restaurante para caminoneros: la pareja entró en el momento en que la radio empezaba a
transmitir los discursos de la asamblea del Partido Nazi. Todos los clientes del restaurante
se saludaban y despedían con ¨Heil Hitler!¨, pero curiosamente nadie escuchaba. Ni una
sola de aquella docena de personas se ocupó un segundo de la radio. ¨¿Qué estaba
sucediendo?¨ se preguntaba Klemperer acerca del Tercer Reich. Con la publicación en 1995
de los diarios de Victor Klemperer, los historiadores pudieron contar con uno de los
testimonios de primera mano más detallados sobre la vida de Alemania. ¿Qué es más
revelador, la naturalidad con que los camioneros se saludan diciendo ¨Heil Hitler!¨ o su
desinterés por la transmisión radial? Por un lado, los alemanes no judíos aceptaron el
nazismo como la condición normal de la vida cotidiana e incluso celebraron el nuevo
orden. Por otro lado, llaman la atención sobre los testimonios que sugieren que los
alemanes siguieron con sus asuntos, cuidándose de no cruzarse con el aparato del Partido
Nazi. En 1933, difícilmente había alguna persona que en alguna ocasión no hubiera alzado
su mando derecha y exclamando ¨Heil Hitler¨. La mayoría de las personas lo hacían varias
veces al día. En 1933, se exigió a los funcionarios públicos que usaran el saludo en sus
comunicaciones oficiales. Los maestros de escuela ¨heil hitleraban¨ a sus estudiantes al
comienzo de sus clases. ¿Qué significaba decir ¨Heil Hitler¨ ¿Qué revelan el saludo, el
brazo en alto, la referencia al ¨Führer¨? ¿Cuánto de nazis tenían los alemanes en realidad?
Que el saludo hitleriano fuera obligatorio para los funcionarios públicos confirma el poder
dictatorial del régimen. A medida que más y más alemanes empleaban el ¨Heil Hitler¨
como saludo, más delicado se hizo no responder de la misma forma. Muchos alemanes se
negaron por completo a participar, mientras que había otros que ejercían presión para que
se usara el saludo. El ¨Heil Hitler¨ constituía un intento firme de crear e imponer una
unidad política. El saludo expresaba el deseo de muchos alemanes de pertenecer a la
comunidad nacional. También podía emplearse para reclamar reconocimiento social.
Incluso en el espacio privado del hogar, los amigos y parientes se saludaban unos a otros
con un ¨Heil Hitler¨. El saludo hitleriano, con el agresivo movimiento ascendente de la
mano con la palma vuelta hacia el exterior, ocupó un nuevo espacio social y político y lo
puso a disposición del movimiento nazi. Permitió a los ciudadanos demostrar su respaldo a
la ¨revolución nacional¨ y excluir a los judíos. El saludo plantea la cuestión del papel del
Führer alemán en la creación del consenso político. La lealtad hacia Hitler fortaleció al
régimen. Quienes decidieron utilizar el ¨Heil Hitler¨ como saludo corriente de la época o lo
usaron para disfrazar sus recelos, en realidad contribuyeron a hacerlo más común. Sin
embargo, quienes pertenecían al régimen no podían estar seguros de que tales muestras de
apoyo fueran genuinas. Los judíos no tenían la opción de participar para guardar las
apariencias: al no poder camuflarse, eran todavía más visibles en el Tercer Reich.
Después del período inicial de movilización revolucionaria, pocas personas continuaron
usando el saludo en su vida cotidiana. El uso del ¨buenos días¨ parecía estar en aumento
(crecía con la derrota alemana en la guerra). Cuando todos empezaron a decir ¨Heil Hitler¨,
el saludo dejó de ser un indicio fiable del respaldo con que contaba el régimen. Sin
embargo, buena parte del poder del nazismo dependía de la apariencia de unanimidad.

¿Cuánto respaldaron los alemanes a los nazis?

Unos pocos años antes de que los Klemperer pararan en ese restaurante de camioneros, un
joven sociólogo estadounidense de la Universidad de Columbia llegó a Berlín en tren. En
1934, Theodore Abel se instaló en su pensión: el también e dedicaba a contar ¨Heil Hitlers¨,
un saludo que le pareció, se usaba ¨sólo en lugares oficiales¨. La razón por la que había
llegado a Berlín era el lanzamiento de un colosal proyecto de investigación sobre los nazis.
Abel quería preguntar a los miembros del partido por qué se habían hechos nazis. Su idea
era conseguir que aquellos que se habían unido al movimiento nazi en la década de 1920,
escribieran sus autobiografías, para lo cual necesitaba la colaboración del Partido Nazi.
Quería explorar el fenómeno del nazismo por medio de testimonios individuales en lugar de
reducirlo a estadísticas generales. El partido organizó un concurso y reunió centenares de
texto autobiográficos que puso a disposición de Abel. La investigación vio sus frutos en
1938 con la publicación del libro ¨Why Hitler Came to Power¨. Abel reconoce la
importancia de los factores sociales y económicos, pero hace hincapié en la ideología: la
función de la experiencia de la guerra, el trauma de la derrota y la decisión de rejuvenecer
las estructuras políticas de Alemania.
Quiero adaptar el método de Abel y presentar tres historias de vida, basadas en diarios y
cartas personales, para mostrar de qué modo el ¨Heil Hitler!¨ y el ¨buenos días¨ se
combinaron en el Tercer Reich. Las vidas de los Gebensleben en Braunshweig, de los
Dürkefälden en Peine y de Erich Ebermayer en Leipzig, nos permite conocer las diversas
formas en que los alemanes se apartaron de los nazis o se acercarona ellos. En su diario,
Victor Klemperer intentó conjeturar cómo sus vecinos no judíos veían a los nazis. El Tercer
Reich hacía que los ¨arios¨ se sintieran en casa. Las cartas y dairios a los que nos
referiremos nos ofrecen la oportunidad de evaluar las ideas de Klemperer y analizar cómo
los alemanes se veían a sí mismos, sus relaciones con los judíos y el futuro del Tercer Reich
en la década de 1930.
Elisabeth Gebensleben, una mujer activa, era la esposa del teniente de alcalde de
Braunschweig y una ferviente partidaria de los nazis. Gebensleben y sus hijos habían
alentado la ¨oposición nacional¨ a la República de Weimar. Ella y su esposo habían
abandonado en 1930 el monárquico Partido Popular Nacional Alemán para apoyar a los
nacionalsocialistas. En sus cartas abundaban las observaciones políticas, y las que destina a
su hija Irmgard, o Immo, que se había trasladado a Holanda, son especialmente detalladas.
Para Elisabeth, enero de 1933 resultaba conmovedor porque ¨un hombre sencillo, que había
combatido en las trincheras, se sienta ahora donde en otro tiempo lo hacía Bismark¨, Según
pensaba, Hitler conseguiría la reconciliación social de los alemanes. Para ella, el 30 de
enero de 1933 (asunción de Hitler), significaba el rechazo de la revolución traidora de 1918
en nombre de la unidad patriótica de 1914.
Los decretos presidenciales otorgaron al nuevo gobierno de Hitler poderes policiales sin
precedentes. La policía y las tropas de asalto nazis arrestaron a los activistas
socialdemócratas y comunistas, cerrando sus periódicos y sindicatos. Elizabeth comentó en
una carta: ¨los comunistas tienen que desaparecer, y los marxistas también¨. Recelosa de los
comunistas, Elisabeth se negaba a dar la bienvenida a los antiguos adversarios hasta que
hubieran pasado ¨un período de prueba de tres años en los campos de concentración¨.
A medida que los nazis fueron haciéndose más fuertes, la unidad de la nación, aunque
enjuagada en el terror, pareció hacerse evidente. El 1 de mayo, recién reconocido
oficialmente como día festivo para honrar a los trabajadores, Elisabeth veía en todas partes
el ¨entusiasmo nacional¨. Lo que llamaba la atención de Elisabeth era el espectáculo de la
unidad del pueblo: estaba más interesada en el nacionalsocialismo que en Hitler. ¿Qué
pasaba con la ¨miserable campaña contra los judíos¨? La pregunta la planteó Immo desde
Holanda, adonde habían empezado a llegar los refugiados judíos. El boicot judío exigía una
respuesta considerada. Elisabeth pasó a justificar ese boicot: ¨Alemania está empleando las
armas que tiene para responder a la campaña de calumnias del exterior¨. ¨Versalles¨ había
arrebatado las ¨oportunidades para la vida¨ a los alemanes y ahora éstos contraatacaban por
el bien de sus ¨propios hijos¨. El razonamiento de Elisabeth es imperfecto pero, sostiene,
los judíos tienen que compensar en 1933 lo que los Aliados hicieron en 1919. La mujer ve
de frente el terror nazi, pero tras un momento de vacilación rechaza las pruebas como
accidentales o las justifica en nombre del sufrimiento alemán. Elisabeth se dedicó al trabajo
como voluntaria en la organización de las mujeres nacionalsocialistas, mientras que su hijo,
Eberhard, se unió a las tropas de asalto. Cursos de liderazgo, campos de adiestramiento,
servicio paramilitar: éste era el nuevo ritmo de la vida para los profesionales con ambición
en el Tercer Reich. Durante la guerra, Eberhard puso en peligro su carrera al enamorarse de
Herta Euling, una pianista que tenía una abuela judía. Su familia se oponía a su matrimonio,
aunque pensaban que Herta era una buena chica. Eberhard Gebensleben murió en Bélgica
en 1944.
La familia de Elizabeth se identificaba con los nazis. En cambio, Karl Dürkefâlden se
opuso al régimen a lo largo de los doce años del Tercer Reich. Dürkefâlden empezó a llevar
un diario en 1932, el año en que se descubrió desempleado, recién casado y viviendo con su
esposa, Gerda, en la casa de sus padres en Peine. Sus entradas documentan los conflictos
laborales hacia el final de la República de Weimar y, después de 1933, identifica las
motivaciones de los vecinos que se unieron al movimiento nazi o recoge las versiones sobre
el programa contra los judíos alemanes de 1938. Durante la segunda guerra mundial,
registra testimonios sobre el brutal trato que se daba a los prisioneros de guerra rusos.
Karl realiza un retrato atento de su barrio de clase obrera, exponiendo las divisiones
políticas entre los partidarios de la izquierda y los de la derecha. Dürkefâlden consiguió
describir cómo las conversiones de la clase trabajadora contribuyeron a crear el
nacionalsocialismo. Mientras que Elisabeth consideraba que los acontecimientos de enero
de 1933 eran una triunfante ¨revolución desde la derecha¨, Karl se refiere a una revolución
súbita e inesperada, en la que muchos de sus vecinos experimentaron una veloz conversión
al nazismo. Karl estaba consternado por la rapidez con que su padre, su madre y su
hermana se habían convertido en partidarios de los nazis. Entretanto, Karl y Gerda viajaron
para visitar a los padres de ella: ¨ellos todavía no han cambiado de opinión¨. Su cuñado
tampoco se había ¨ajustado¨. Sin embargo, muchos otros de sus conocidos sí se habían
convertido al nazismo. Inicialmente tenía dificultades para creer que tantísimas personas se
convirtieran por cualquier razón distinta del oportunismo. Sólo más adelante le resultó claro
que la convicción también había desempeñado un papel.
El diario de Karl nos ofrece una imagen impresionante de las celebraciones del 1 de mayo
en Peine. Karl describe las banderas, las marchas, las canciones y las alabanzas a Hitler.
Las calles estaban repletas de gente. No obstante, Karl y Gerta permanecieron juntos a la
ventana de la cocina. Karl veía una comunidad cada vez más convertida al nazismo en la
que los vecinos tomaban nota de su comportamiento. ¨Nadie puede ser neutral¨ le dijo su
padre, exhortando a su hijo a unirse al movimiento y advirtiéndole de los peligros que
implicaban el negarse a hacerlo. En una reunión familiar para celebrar el cumpleaños de
Gerda en 1934, el suegro de Karl admite que ha hecho las paces con ¨la nueva dirección¨.
Como este hombre, muchos otros trabajadores normales tenían ahora derecho a las
vacaciones antes reservadas al personal administrativo de alto nivel. Karl y Gerda se habían
quedado solos.
En su diario, Erich Ebermayer comentaba con amargura la enorme fuerza de los nazis, que
parecían barrer con todo lo que se les ponía por delante. La gente joven ya no caminaba,
sino que marchaba. ¨Mis amigos se declaran partidarios de Hitler¨. Vivir en la Alemania
nazi, escribió Ebermayer, le hacía sentirse ¨todavía más solitario¨. Sin embargo, con el
propósito de ser ¨un cronista de esos tiempos¨, Erich escuchaba las transmisiones de los
discursos de Hitler. Sobre las Leyes de Nuremberg, que diferenciaban entre los ciudadanos
alemanes y los no ciudadanos judíos, decía: ¨la persecución se ha ampliado mil veces. El
odio se ha multiplicado un millón de veces¨. Erich no era un nazi.
Sintiéndose atraído por los ambientes rurales en los que había crecido, se compró una casa
de campo en un pequeño pueblo. Los campos frescos le animaban observar que ¨la Guerra,
la Revolución, la Inflación, el Sistema, el Tercer Reich no han alterado para nada estas
viejas costumbres¨. Esta sensación de regreso al hogar ponía a Erich en el mismo registro
emocional de millones de simpatizantes del nazismo. Los Ebermayer pensaban que ¨ni
siquiera nosotros podíamos excluirnos¨. El deseo de formar parte de la unidad nacional era
tan fuerte que consiguió arrastrar a un antinazi como Erich a la nueva comunidad política.
A diferencia de Karl Dürkefâlden, que mantuvo su alejamiento, en los momentos cruciales
Erich se rindió al abrazo de la comunidad nacional. Aunque Erich odiaba a los nazis, el
Tercer Reich le encantaba. El diario de Karl Dürkefâlden revela cómo las reuniones
familiares eran ocasiones de conversaciones acerca de la naturaleza del régimen y la
amenaza de la guerra. Los alemanes respondieron a los nazis de maneras contradictorias.
En el entorno de los Dürkefâlden, era bastante claro quién respaldaba a los nazis, quién se
¨ajustaba¨ y quién no se quitaba el sombrero cuando se cantaba el himno. Durante toda la
existencia del Tercer Reich, los alemanes también cambiaron sus posturas: fueron muchos
los que se dejaron convencer por sus propuestas, pero igualmente hubo quienes se
distanciaron aún más de ellos, al desconfiar de Hitler. Todas las conversaciones acerca de
los nazis revelaban los esfuerzos que los alemanes realizaron para defender sus posturas y
justificar sus acciones. Millones de personas adquirieron nuevos vocabularios, se unieron a
organizaciones nazis y lucharon por convertirse en mejores nacionalsocialistas. De una u
otra forma, la mayoría de los alemanes intentaron convertirse. Fue el amplio esfuerzo que la
población realizó para ajustarse a las nuevas normas raciales con relación a los judíos y a
las exigencias de la guerra total después de 1941 lo que radicalizó al régimen nazi. Incluso
así, la conversión fue un proceso continuo en el que abundaban las dudas. Los alemanes se
convirtieron al nacionalsocialismo movidos por el afán de guardar las apariencias. Todos
los diarios hacen referencia a los campos de concentración, las detenciones y otras formas
de violencia. Los alemanes se fueron convenciendo de que el nazismo representaba una
¨nueva dirección¨ que ofrecía nuevas oportunidad y a la que los ciudadanos tenían que
adaptarse. Además, hubo innumerables personas que desconfiaban de los nazis, no
entendían sus preceptos raciales y resentían su hostilidad hacia las iglesias. Erich
Ebermayer entra dentro de esta categoría. Los alemanes sentían una auténtica fascinación
por la visión social y política del nacionalsocialismo. La mayoría de los alemanes prefería
el futuro nazi al pasado de Weimar. Sin embargo, esa mayoría no coincidía con todas las
políticas nazis, tales como el asesinato de judíos. No obstante, la felicidad privada terminó
estando entrelazada con el bienestar público del Tercer Reich. Incluso después de la guerra,
más personas se identificaban con el programa del nacionalsocialismo que con Hitler
mismo. Lo novedoso del Tercer Reich fue la experiencia de la conversión (transformación
de alemanes en judíos).

Volksgemeinschaft: La comunidad del pueblo

La popularidad de los nazis descansaba sobre la idea de la Volksgemeinschaft o comunidad


del pueblo. Se atribuía a los nazis el mérito de haber puesto en práctica por fin la
solidaridad nacional que los alemanes habían anhelado durante tantísimo tiempo. Muchos
de los logros de la ¨revolución nacional¨ de 1933 fueron valorados positivamente por
ciudadanos que no necesariamente se identificaban con el nacionalsocialismo. La
revolución nacional se anteponía a los nazis. Desde la 1º Guerra Mundial, la comunidad del
pueblo había representado la reconciliación de los alemanes, durante tanto tiempo
divididos. La poítica alemana no se deshizo en armonía colectiva, y ¨1914¨ fue siempre más
una imagen fabricada que una realidad experimentada. No obstante, la idea de la
solidaridad nacional mostraba un camino para integrar a los trabajadores en la vida nacional
y desarmar la deferencia que exigían las élites del país. Su tono democrático o populista era
crucial para su atractivo. La comunidad del pueblo siempre fue también una declaración de
fuerza colectiva. Este aspecto adquirió más importancia después de la derrota de Alemania
en 1918. La rendición, los acuerdos de posguerra de Versalles y el caos provocado por la
inflación a comienzos de la década de 1920 fueron experiencias colectivas que hicieron
más comprensibles el sufrimiento de la nación. Durante los años de la República de
Weimar, la comunidad del pueblo denotaba la condición de pueblo asediado que los
alemanes compartían. Los nazis llevaron la noción de la comunidad del pueblo hasta su
conclusión más radical. Insistieron en los enemigos internos externo (judíos, usureros,
marxista, Aliados), a los que culpaban de obstaculizar la regeneración nacional. El
nacionalsocialismo ofreció una visión de renovación que muchos alemanes encontraban
atractiva. Desde el punto de vista de los nazis, 1914 representaba la renovación y la vida,
mientras que 1918 era la amenaza de la revolución, el caos y la muerte. Los nazis
desarrollaron una visión del mundo en la que únicamente el conflicto garantizaría la
preservación de la vida. La comunidad del pueblo estaba en peligro y existía un estado de
emergencia permanente. Esto contribuye a explicar las exclusiones violentas que se
aceptaron como parte del proceso de reconstrucción. Sin embargo, sólo los nazis más
intransigentes se atuvieron a la lógica de la violencia como vida hasta el amargo final de
1945. La idea de la solidaridad nacional resultaba atractiva para los ciudadanos que veían
con temor la inseguridad económica y la inestabilidad política de los primeros años de la
década de 1930. Un número incontable de alemanes identificaban su propio
empobrecimiento con las desgracias de su país y tenían la esperanza de que un gobierno de
mano dura pudiera mejorar su suerte. Con todo, el hecho sigue siento que en ninguna
elección libre los nazis recibieron más votos que los socialdemócratas y los comunistas
combinados. El 30 de enero de 1933, miles de ciudadanos mostraron su apoyo al partido.
Nacionalistas alemanes antes que nazis se habían desplazado al centro de la ciudad para ser
testigos de este histórico acontecimiento. Para los Gebensleben y otros millones de familias
alemanas, el triunfo de los nazis era la culminación de un levantamiento nacionalista que
había estado incubándose durante años.
La fuerte presencia de la policía redujo la movilidad de los opositores. Mientras los
matones nazis asaltaban las sedes socialdemócratas y las oficinas de los sindicatos, los
funcionarios del régimen se encargaban de cerrar los periódicos socialistas. La oleada de
violencia contra la izquierda recibió sanción oficial en los decretos de emergencia. Miles de
opositores fueron encarcelados en prisiones improvisadas y debieron soportar palizas y
humillaciones. El terror fue una venganza contra la izquierda tras años de peleas callejeras
y una forma de cobrarle los acontecimientos de 1918. Para los nazis sólo existían
Volkskameraden, camaradas del pueblo, y Volksfeinde, enemigos del pueblo, a los que se
sometió a un trato cruel. Tras la construcción de los primeros campos de concentración en
marzo de 1933, la opinión pública era muy consciente de que los nazis únicamente
distinguían entre amigos y enemigos. La violencia contra los pretendidos enemigos del
pueblo seguiría siendo un elemento constitutivo de la política alemana hacia el final del
Tercer Reich. Pertenecer o no a la comunidad del pueblo podía ser una cuestión de vida o
muerte. El respaldo con el que contaban los nazis era real, pero el régimen se ocupó de
aparentar una unanimidad casi total.
El crecimiento de la venta de radios indica cuán grande era el deseo de participar en el
espectáculo nazi. El régimen conseguiría la aprobación de la Ley de Plenos Poderes, que
proporcionaba el marco legal para la dictadura. Se declaro el 1 de mayo día libre pero
remunerado y se organizó una gran conmemoración en honor de los trabajadores alemanes.
En Alemania, los socialistas no habían conseguido el reconocimiento oficial de ese día que
ahora los nazis les ofrecían. Los sindicatos acogieron positivamente el gesto nazi y
animaron a sus miembros a participar en las celebraciones. Sin embargo, el asombroso
espectáculo de ese 1 de mayo contrastó con lo ocurrido al día siguiente, cuando tropas de
asalto se hicieron con el control de las operaciones de los sindicatos socialistas.
Sin los trabajadores, los nazis no se creían capaces de transformar Alemania en una
potencia económica y militar. Los esfuerzos del nacionalsocialismo por ganarse a los
trabajadores constituyeron la prueba definitiva de la credibilidad de la comunidad del
pueblo. Millones de obreros terminaron aceptando a los nazis. Llegado el momento, la
mayoría de los trabajadores concedieron al régimen el mérito de haber restaurado la
estabilidad económica y eran muchos los que se veían a sí mismos como Volksgenossen.
La idea del régimen de fomentar la participación de todos los alemanes
(independientemente de su condición social), consiguió hacer realidad su deseo de superar
la hostilidad entre los trabajadores y burgueses. El 1 de mayo fue una celebración descarada
del nacionalismo alemán en la que los trabajadores desempeñaron el papel principal. El
espectáculo aéreo resulto popular entre las clases trabajadores porque constituía una
exhibición de las destrezas mecánicas de los obreros alemanes en el marco de la gran
demostración del poderío nacional. Hitler se dirigió a los trabajadores describiéndolos
como unos patriotas que habían construido la fortaleza industrial de Alemania. Los nazis se
preocuparon por alinearse simbólicamente con los trabajadores.
Lo que hizo que la comunidad del pueblo fuera cada vez más convincente fue el activismo
de miles de personas que se movilizaron para construir el cuerpo de la nación. El diario de
Dükenfálden da cuenta del extraordinario proceso de coordinación mediante el cual los
nazis infiltraron tanto la maquinaria política como la vida social y cultural, de las ciudades
y pueblos alemanes. Hasta un millón de atletas socialdemócratas y comunistas fueron
obligados a abandonar sus campos de entrenamiento y gimnasios.
La separación de las organizaciones socialistas y nacionalistas fracturaba las comunidades
alemanas en todas partes. Las ciudades, por lo general, tenían dos sociedades gimnásticas,
dos clubes, uno aliado a la izquierda y otro a la derecha. El ¨día de Postdam¨ y el 1 de mayo
revelaron que existía entre los alemanes un deseo de participar en los rituales de renovación
nacional. Unos tras otro, han tenido que someterse a las leyes del régimen los comunistas,
judíos, socialdemócratas, sindicatos, nacionalistas alemanas, católicos y de las iglesias
protestantes. Hitler tenía en sus manos todos los poderes de la policía y una censura
implacable había domado a toda la prensa. La administración de las ciudades, el gobierno
de los estados y los parlamentos estatales están en manos de miembros del partido. Los
partidos políticos habían desaparecido.
Millones de voluntarios acudieron en ayuda de alemanes racialmente valiosos pero
empobrecidos a través del Bienestar Popular Nacionalsocialista, que supervisaba las
actividades benéficas y era la organización cívica más grande del Tercer Reich. En la era
nazi, el servicio voluntario colocó a miles de alemanes en puestos directivos menores en los
que se encargaban de vigilar su pequeña parcela de la comunidad del pueblo (La SA, las
Juventudes Hitlerianas, el Frente Alemán del Trabajo). Hitler consideraba que el modelo a
imitar era el reclutamiento de sacerdotes en la Iglesia Católica. La población fue aceptando
de forma gradual las nuevas costumbres, y el montón de reglas y prohibiciones. Las
máscaras de gas, los pasaportes ¨arios¨ encarnaban los nuevos estándares de cooperación.
Las manifestaciones más visibles de la comunidad del pueblo fueron las gigantescas
campañas del Auxilio de Invierno, que supervisaba el Servicio de Bienestar Popular. Más
de un millón de miembros del partido se desplegaban para recaudar millones de marcos y
hacer realidad la máxima nazi según la cual ¨un pueblo se ayuda a sí mismo¨. Toda esta
actividad de recaudación era fastidiosa e impertinente. Sin embargo, el socialismo de la
acción del régimen gozaba de legitimidad. El día ¨de la solidaridad nacional¨ llevó la
campaña de Auxilio de Invierno a su apogeo. El Auxilio de Invierno era fundamentalmente
una cuestión de comportamiento cotidiano. Los alemanes lucían insignias especiales para
demostrar que habían hecho donativos. Sólo durante la campaña 1938-1939 se produjeron
ciento setenta millones de insignias (la popularidad de éstas revivió la afligida industria
juguetera del país). En la Alemania nazi, las prácticas cotidianas se estructuraban tanto a
partir del consentimiento como la obediencia.
También se instaba a los berlinenses a comprar máscaras de gas: las exhibiciones
propagandísticas de bombardeos, y la destrucción que podían provocar, revelaban el cuerpo
expuesto de la nación alemana, que los nazis pretendían protege a través de un programa de
defensa aérea. Para mediados de la década de 1930, cada calle, edificio o fábrica de
Alemania estaba obligada a equiparse con las herramientas necesarias en caso de ataque
aéreo. El lenguaje de la calle, la prensa, la radio, el kiosco e incluso la biblioteca y el salón
de clase huelen a guerra (un vocabulario por completo militarizado). La opinión pública
terminó considerando que tanto la defensa aérea como el Auxilio de Invierno eran formas
de hacer frente a la vida moderna.

Consumir la Nación

La comunidad del pueblo no habría resultado convincente si el régimen nazi no hubiera


sido capaz de mejorar las condiciones materiales de vida de los alemanes. En 1939, la
experiencia que la mayoría de los alemanes tenían del Tercer Reich era la de un período de
estabilidad política y económica muy apreciado. Sin embargo, la popularidad del régimen
descansaba en algo más que mejores salarios o mayores perspectivas de negocios. Una
sensación de que Alemania había recuperado su futuro fortalecía la confianza de sus
ciudadanos (sensación de nueva época). Existían dos impresiones: Por un lado, la
decepción que producían la lentitud de la recuperación económica, los salarios bajos y los
precios altos siguió siendo generalizada. La solución del régimen a la crisis laboral fue un
gigantesco plan de obras públicas. La propaganda sobre el éxito económico del nazismo no
consiguió ocultar la gran cantidad de trabajadores que permanecían en la pobreza. Por otro
lado, los informes confirman que los trabajadores atribuían a Hitler el mérito de haber
restaurado la estabilidad económica. Hacia finales de la década de 1930, la escasez de mano
de obra creó oportunidades para las mujeres (aunque ganaban menos que los hombres). En
1937 los alemanes alcanzaron el nivel de vida del que disfrutaban en 1928 (antes de la Gran
Depresión). Aunque la vida continuaba siendo modesta. A medida que la venta de las
empresas creció y la burocracia se ampliaba, las clases medias empezaron a gastar más
dinero y los artículos de consumo entraron en los hogares alemanes.
Los nazis se dedicaron sin parar a vender el futuro. Uno de los proyectos favoritos de Hitler
era motorizar a Alemania mediante la fabricación de un Volkswagen, el coche del pueblo,
al alcance de todos los ciudadanos. Aunque los trabajadores y empleados se quejaban de la
congelación de los salarios, festejaban el aumento de las vacaciones (de siete a doce días).
La experiencia de viajar aumentó la calidad del tiempo libre adicional. ¨Fuerza a través de
la alegría¨, un programa que pasó a encarnar el derecho de todo Volkgenosse alemán a salir
de vacaciones. Aunque eran vacaciones de bajo presupuesto, ofrecieron a millones de
alemanes la oportunidad de viajar. Las vacaciones ¨Fuerza a través de la alegría¨ (populares
entre obreros, mujeres solteras, empleados de oficina) se convirtieron en el símbolo del
nacionalsocialismo. Se crearon hoteles, centros vacacionales y hasta crucero transatlánticos.
El atractivo de ¨Fuerza a través de la alegría¨ residía en que fomentó un mayor sentido de
igualdad social entre los alemanes (vinculaba la ¨buena vida¨ con el ¨nuevo orden¨).
Las multitudes celebraban el restablecimiento del ejército basado en el reclutamiento
masivo. Versalles había dejado heridas profundas y los alemanes tendían a sentir un
¨orgullos infantil por su ejército¨. La popularidad de Hitler y el prestigio del régimen
alcanzaron sus picos más altos después del Anschluss con Austria en 1938. A través de
estos triunfos de política exterior, el nazismo logró presentarse como la resolución de la
historia alemana. Sin embargo, los alemanes no querían la guerra que Hitler estaba decidido
a librar. Los alemanes parecían conformes con las cosas tal y como estaban. Una vez que
resultó claro que Alemania podía no ganar el conflicto bélico, proseguir con la guerra hasta
su amargo fin se convirtió en el único camino posible para salvar algo de la buena vida. La
forma en que los alemanes pensaban acerca de la guerra siempre estuvo mediada por la
satisfacción con los ¨buenos tiempos¨ alcanzados en los últimos años de paz. En última
instancia, la mayoría creía en 1933 que el régimen era legítimo (aunque solo una minoría lo
apoyaba en ese entonces). Abonaban a los nazis el haber devuelto a la gente al trabajo, el
fomentar un mayor sentido de igualdad social, el haber restaurado el prestigio internacional
de Alemania. Los alemanes empezaron a identificar su propio futuro con el futuro del
Tercer Reich. Tanto para sus opositores como para los judíos y demás minorías perseguidas
por el régimen, no parecía haber muchas alternativas distintas a abandonar el país. ´

¨Unter Uns¨: El espacio audiovisual del nazismo

Elisabeth Gebensleben, Erich Ebermayer y Karl Dürkefälden describieron con cuánta


intensidad ellos y sus familias experimentaban el nacionalsocialismo a través de la radio.
La radio ayudó a crea la voz colectiva de Alemania. Las transmisiones conseguiían arrastrar
a cada vez más personas y aquellos que no estaban interesados en oír, terminaban viéndose
asaltados por las transmisiones que había en las calles, los restaurantes y los bares. La radio
y el cine convirtieron al nazismo en un espectáculo. Con sus estandartes, sus banderas,
marchas y su ¨Heil Hitler!¨, los nazis crearon una coreografía pública que parecía afirmar la
unanimidad de la comunidad del pueblo. También la visualización de la guerra se
presentaba como un gran acontecimiento que merecía ser fotografiado (los soldados
llevaban cámaras). El objetivo era que todo adquiriera tintes heroicos. Los nazis hicieron
esfuerzos enormes para poner a disposición del pueblo aparatos de radios a precios
asequibles (un millón y medio de aparatos se vendieron en 1933 y 1934). En las ciudades
no había prácticamente nadie que no oyera la radio. El régimen animó a escuelas,
restaurantes y fábricas a instalar aparatos de radio con el fin de convertir la escucha en una
actividad colectiva y pública. Sin embargo, los nazis comprendieron que el valor de la radio
no residía en las transmisiones políticas, sino en un entretenimiento ligero (que los dramas
radiales produjeran un efecto de estar unter uns/¨entre nosotros¨). Kemplerer creía que los
alemanes se sentían ¨entre nosotros¨ cuando vivían sin judíos. El entretenimiento ligero
consistía en el desfile de estrellas y éxitos que reflejaran la buena vida de la Alemania nazi.
Un decreto prohibió a los judíos tener u oír la radio. Los programadores buscaban
transmitir ¨fragmentos de vida¨: chistes, canciones y situaciones cotidianas. El programa de
más éxito radial era un espectáculo de variedades musical que aceptaba peticiones del
público (Wunschkonzert). Este programa creó un repertorio nacional de música popular que
echó abajo las distinciones tradicionales entre la alta cultura y la baja cultura. Con la
guerra, las peticiones de melodías quedaron reservadas a los soldados. La película
Wunschkonzert presentó la radio como el medio para alcanzar la unidad nacional (un
soldado y una mujer que se reencontraban gracias a la petición de una canción). La película
más popular del Tercer Reich fue Die grosse Liebe (que representaba las separaciones de
una pareja en medio de la guerra). Tanto la radio como el cine reprodujeron el cuerpo
colectivo de la nación alemana. El mayor efecto de las películas fue que reforzaron la idea
del ¨entre nosotros¨ (fundamento de la legitimidad del nacionalsocialismo). Los adversarios
del nazismo aceptaron las pruebas de la aclamación nacional y descubrieron que veían
forma alguna de organizar la disensión política. La propaganda nazi se topó con un número
inmenso de consumidores deseosos de aplaudir la nacionalización de la historia alemana.

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