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"La Transferencia Como Responsabilidad Del Analista"

(*) Jornadas Aniversario "30 Años De Escuela (1974-2004)". Escuela Freudiana De Buenos Aires. 1, 2, 3 Y 4 De Julio De
2004.

Patricia Leyack

Hay una responsabilidad en la / palabra del analista, que es, / en lo que dice su analizante, /
reconocer a un sujeto. J.J. Lacan (1)

La noción de discurso implica el lazo social. En el análisis se trata del vínculo con el otro al
cual el discurso se dirige y también del vínculo que el sujeto tiene con lo que dice. La noción
de discurso da cuenta entonces del goce en juego en las distintas posiciones discursivas.
El análisis es una experiencia de discurso que transita por diferentes momentos lógicos. No se
trata de intersubjetividad, se trata de un sujeto y una relación al Otro. Como efecto del
discurso que se despliega, van variando los lugares relativos tanto del analizante como del
analista. Y la operatoria analítica deviene eficaz cuando puede hacer, en cada momento
crítico del discurso, una lectura de esas posiciones y esos lugares que permita operar un
cambio en los mismos, toda vez que el discurso que prime no sea el más conveniente para el
análisis.
Situados en la perspectiva de los discursos, queda claro que el analista forma parte del
inconsciente del sujeto. Es el discurso del analizante el que va indicando en cada tiempo
lógico, en qué lugar está invocado el analista como efecto de ese discurso. Así es que estará
ubicado como significante Amo, S1 (Discurso Histérico), como Sujeto supuesto Saber, S2
(Discurso del Inconsciente) o como objeto a, tiempo en que, acentuado lo real de la
transferencia, es invocado como presencia (Discurso del Saber).
Que el analista pueda hacer la lectura de esos distintos momentos críticos y operar la rotación
discursiva cuando lo considere necesario para la marcha del análisis es, me parece, lo que
permite sostener que es en el análisis que el inconsciente se ordena como discurso .Quiero
decir que el analista y su operatoria no están exentos de ese ordenamiento.
Que el analista sea ubicado por el sujeto en el lugar de a, como efecto del Discurso del saber,
hace emerger de su lado alguna de las variantes de la angustia. Es un momento de puesta a
prueba de su deseo de analista, el cual le permitirá, si está disponible, operar una rotación del
discurso, colocándose de tal manera de sostener el objeto en su lugar, jugando su presencia,

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promoviendo entonces el Discurso Analítico.
Lacan teoriza la función presencia del analista, a partir del punto T de la transferencia. El
sujeto ya ha dado una vuelta por el análisis, ya acumuló cierto saber pero aún los síntomas
persisten. Reclama algo más. Momento duro de la dirección de la cura: se problematiza el
amor de transferencia que se sostuvo hasta allí, actualizando la historia del sujeto,
encontrando sentidos, abriendo caminos significantes, recortando ciertos goces. El analizante
reclama algo más de su analista, lo real de la transferencia entra en escena. Se pone de
manifiesto el objeto a que sostenía la función Sujeto supuesto Saber. Es el momento en que el
analista se revela como cubierta imaginaria de un real y, si está bien situado, debe poner ese
real en juego, debe “jugar” su presencia. Es aquello a lo que en el Seminario 11 Lacan alude
con que el analista ponga en juego no sólo la función de Tiresias sino también sus tetas,
haciendo que el objeto a opere desde su lugar.
Hasta aquí, el recorrido más o menos típico que Lacan trae de un análisis. La función
presencia operante a partir del punto T de la transferencia.
Lo real de la clínica, sin embargo, nos enfrenta -a veces- con que el analista puede ser
invocado en su presencia en los inicios mismos del trabajo analítico.La cuestión es si el
analista puede responder a la altura de esa presencia que se le reclama. Sobre todo, en
aquellos casos en que no se ha podido situar la transferencia simbólica. Lo que no impide que
haya fenómenos transferenciales en juego, pero con predominio de los imaginarios. No ha
emergido o no se ha podido recortar el significante de la transferencia, ese significante que,
leído en el trabajo de las entrevistas preliminares, da razón al inicio del análisis. Con lo cual
hay trabajo, pero sin dirección de la cura.

Un analista no sabía qué hacer con un paciente. Suponía que se trataba de una neurosis
obsesiva. El paciente faltaba bastante y lo descolocaba, no dejando resquicio a sus
intervenciones o, siendo muy inteligente, discutiéndolas lógicamente. Trataba todo el tiempo
de responder a las interrogaciones de su analista desde un lugar de saber.
Lo habían despedido de su trabajo y se sentía “errando” y “cayendo”, le informa al analista
en la primera entrevista. E inmediatamente pregunta –“¿qué digo? Nunca fui a un analista, y...
es como cuando uno llega a un lugar nuevo, necesita ir al baño y pregunta: ¿dónde está el
baño?”.
Dice su angustia: despedido, errando y cayendo. E inmediatamente se sustrae: que diga el
otro. Pero nos da una pista, que leemos: ¿Es este el lugar para alojar el objeto anal, el objeto
que retengo?
Traigo algunos datos del paciente que el analista fue puntuando a lo largo de algunos pocos
meses de trabajo:
- que debe, desde hace unos cinco años, la tesis del Doctorado.
Escuchamos aquí la retención. ¿De qué? Del acto de su deseo.
- Que está separado desde, aproximadamente, los cinco meses de su hijo, quien ahora tiene

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cinco años.
- Que queda estresado después de cada encuentro con su hijo “por no maltratarlo”
(formulación ambigua: ¿Porque no lo maltrata o por evitar maltratarlo?)
- Que tiene un hermano mellizo haciendo un Doctorado en otro país, desde hace cinco años, y
que no le habla desde que se fue.
- Que el padre los golpeaba y la madre le informaba al padre que se habían portado mal.
- Que el padre gritaba mucho y ante el reclamo de su hijo le decía, siendo él muy chico: “Si no
te gusta, te vas”. Y que el padre lo “ninguneaba”.
Para la madre: mellizos es algo indiferenciado a ser ofrecido a la acción del Padre que:
¿educaba o maltrataba? Un padre que golpeaba, que desamparaba, que ninguneaba. Un
padre que gozaba a su hijo, que ponía en escena su père-versión, y no precisamente en su
costado más propiciatorio, el que deja pasar la falta.
El paciente finalmente comenta que salía con cuatro chicas a la vez, lo que lo estresaba.
Se le pregunta por qué tiene que salir con cuatro chicas a la vez. Dice no saber. El analista da
por finalizada la entrevista y, en la puerta, al irse, el paciente contesta: “ya lo sé, ya lo sé: por
complejo de inferioridad”. Y se va. El analista queda descolocado frente a este apuro por
contestar del paciente, “como si esto fuera una competencia” –dice el analista-.

Se trata de un sujeto que no se puede encontrar con su falta. Que se sustrae todo el tiempo
de la misma. La acerca, e inmediatamente se sustrae de ella. La falta, entonces, no lo
interroga. Y “mellicea” la transferencia: cuando era él quien debía dejarse interrogar por la
falta, hace una maniobra que deja al analista descolocado y en falta. ÉL se va “sabiendo”.
Pone un título que cierra.
Se trata, por supuesto, de un saber imaginario. Sin embargo, más allá del alarde yoico que
impacta y descoloca al analista, más allá de la escena de competencia imaginaria que el
sujeto instala, también dice, casi podríamos decir “se le escapa” una verdad: complejo de
inferioridad.
La prestancia yoica que el sujeto ofrece, deja al analista sordo a la enunciación. El analista,
descolocado, se tiene que recolocar. Es éste, por lo demás, el momento lógico en el que se
apela a la supervisión. ¿Y recolocarse cómo?: ante todo, no entrar en la especularidad
imaginaria a la que es convocado, para poder escuchar al sujeto, para reconocer a un sujeto
en su dolor. A un sujeto que se toma tanto trabajo (cuatro chicas a la vez…) para no sentirse
inferior, tanto trabajo para compensar el ninguneo. El analista debe dejar caer lo imaginario de
ese saber que se presenta como prenda de fortaleza, para acoger a un sujeto, jugando una
mirada que no ningunee, siendo caja de resonancia de una voz que esconde su dolor…, pero
lo dice. Y esto, para crear un sujeto que se interrogue, un sujeto dividido, un sujeto que,
reconocido, tome a su cargo la tarea. La tarea de ocuparse de sus propias preguntas. El
consultante tiene que hacer la experiencia de que hay un saber en juego, en esta escena con
el analista y que le concierne. En este caso, y para empezar, un saber sobre su dolor.
Tiene que hacer la experiencia de un Sujeto supuesto Saber, que la artesanía del analista

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reconducirá hacia el saber del inconsciente. Problematizando la posición del sujeto en lo que
dice para que se instale la transferencia simbólica, la transferencia al saber del inconsciente
que liga a un sujeto al análisis. Este sujeto, por su estructura y por sus marcas, más que
situarse como un sujeto dividido, se sitúa como quien, supuestamente tiene un saber,
cuestionando las intervenciones de su analista, discutiéndolas lógicamente. Se instala en la
escena como quien, desde el saber, se dirige al analista a quien, como efecto de esta posición
discursiva, coloca en el lugar de a. Instala el discurso del saber. Que, como dije antes, no es
un saber como efecto del trabajo simbólico del análisis, es un saber imaginario que está en el
lugar donde debería estar la división del sujeto. Es un saber que obtura la emergencia del
sujeto dividido.
¿Por qué digo en este caso y teniendo en cuenta que se trata de un trabajo analítico en los
inicios, jugar la “presencia”? Porque efectivamente lo real del objeto ya se ha presentado en
la escena y no como soporte del SsS porque este supuesto no está situado aún,sino lo real
de un goce.
Dejarse ser efecto de este discurso, brindarse como presencia, operar puntualmente como
semblante de a del lado del analista, es lo que,apuesto, accionará la transferencia y moverá al
inconsciente porque –decíamos– el analista forma parte del inconsciente del sujeto o,dicho de
otra manera,su deseo le retorna al sujeto desde el lugar del Otro.
Si la intervención analítica es eficaz, el sujeto hará la experiencia de la falta y quedará situado
el SsS. Recién ahí es posible que el inconsciente responda con una formación, que el
inconsciente, tocado, interprete lo oído y produzca un enigma, un jeroglífico a leer en la
exterioridad del discurso. En los movimientos iniciales, nos ajustamos siempre a la estricta
lógica freudiana relevada por Lacan:
1 - Rectificación Subjetiva
2 - Transferencia
3 - Interpretación
La decisión de consultar a un analista no garantiza que la transferencia se instale y que el
inconsciente produzca. Es un acto del analista el que abre esta doble posibilidad. Su
responsabilidad es escuchar la enunciación para poder, eventualmente, extraer una letra que,
puesta a disposición del sujeto, lo cause a analizarse. Letra que-como tal-bordee un goce que
el analista sostiene como presencia. Letra a ser recortada, entonces, en la intersección entre
el sujeto y el Otro.

NOTAS:
(1) Función y campo de la palabra y el lenguaje en psicoanálisis, 1953. Escritos I. Siglo
XXI.México 1971

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