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Del Caribe al Cono Sur: la migración venezolana es un fenómeno indetenible

por Fulgencio García.

Muchos de los países del Sur del continente están sorprendidos por la reciente oleada migratoria
proveniente del Caribe: cientos de miles de ciudadanos venezolanos llegan mensualmente a sus
aeropuertos y emprenden los trámites migratorios necesarios para establecerse, por tiempo
indefinido, en sus países. Una oleada semejante no se había vivido nunca desde el país petrolero y
pone en evidencia que las cosas, en la tierra de la Revolución Bolivariana, no están nada bien.

11:00 horas, Aeropuerto Internacional de Ezeiza. Un avión de Conviasa acaba de llegar y sale en las
pantallas con un cartelito de retraso. Pronto emprenderá el vuelo de regreso a Venezuela, pero
esta vez va vacío. Según cifras del Instituto de Migraciones Argentino, dos de cada tres
venezolanos que ingresa a la Argentina inicia trámites de residencia valiéndose de los convenios
de MERCOSUR.

“Las cifras aún no son alarmantes, pero se trata sin duda de una migración importante” afirmó el
presidente de este instituto, Aníbal Mingotti, entrevistado en su oficina ubicada en el propio
aeropuerto. “La mayoría de los venezolanos que ingresaron hasta 2014 venían con planes de
estudio o trabajo, por lo general profesionales calificados en busca de oportunidades o
emprendiendo posgrados”, afirmó.

Se estima que haya en Argentina una cifra ya superior a los 20.000 migrantes venezolanos, en su
mayoría residenciados en la Capital Federal. Algo que parece evidente con la apertura de locales
de comida caribeña, sobre todo en el barrio de Palermo, que ya rivalizan con los provenientes de
Colombia, migrantes ya de hace un buen rato. Y si bien para muchos consisten aún en una
migración silenciosa, difícil de distinguir, se trata de un fenómeno constatable.

Las motivaciones

Consultados respecto a estas cifras, los funcionarios Heberto Rodríguez y Mario Sosa, agregados
culturales de la Embajada en Argentina de la República Bolivariana de Venezuela, ubicada en la av.
Luis María Campos del barrio de Palermo, afirmaron que se trata de un fenómeno reciente y
minoritario, que para nada puede ser tomado como referente de la situación venezolana.

“Nada que ver, es un hecho aislado”, afirmó Sosa. “El intercambio migrante entre Argentina y
Venezuela siempre ha sido común, muchos argentinos buscaron asilo en Caracas cuando los
tiempos de la dictadura”, explicó, refiriéndose al autodenominado Proceso de Reorganización
Nacional de la década del 70 y principios del 80.

“Los problemas de Venezuela son innegables” comentó Rodríguez. “Se deben a la guerra
económica que la derecha del país ha emprendido en contra del Gobierno Revolucionario desde
que el Comandante Presidente Hugo Chávez alcanzó el poder”.

La crisis

Las condiciones de deterioro del nivel de vida en Venezuela son, del modo que sea, conocidos por
el mundo entero. El otrora país más rico del continente muestra hoy en día tasas alarmantes de
desabastecimiento en los rubros básicos, devaluación diaria de la moneda y superinflación. Se
sabe que es el país con la inflación más alta del mundo.

De hecho, según el Fondo Monetario Internacional, la tasa inflacionaria de 2016 en el país


caribeño fue de alrededor del 400% y se proyecta un 2017 catastrófico con un casi 2000% de
inflación que supone un deterioro dramático en el nivel de vida de los venezolanos. Estas serían
más que razones de peso para impulsar la masiva emigración que hoy en día presencia el
continente, cuyos focos principales son Colombia, Chile, Argentina y Panamá.

En este último país, vale la pena mencionar, se produjo recientemente una manifestación en
contra de la masiva inmigración venezolana y colombiana, por parte de sectores ciudadanos que
consideran desleal la competencia para con los profesionales locales. Muchos tildaron la
manifestación de xenófoba, sobre todo de cara al lema panameño de ser “un crisol de razas”, y
que en la población de este país centroamericano apenas uno de cada diez habitantes es de
nacionalidad panameña, es decir, una gran mayoría de inmigrantes.

“Argentina es un país de inmigrantes y los venezolanos son bienvenidos”, ratificó Mingotti. “En su
mayoría son profesionales formados y aportan un contingente de trabajo que le hace bien a la
nación”.

Sin embargo, las consecuencias de este masivo desplazamiento, el más importante en los últimos
años de Suramérica, está todavía por verse.

Fuente: http://www.ejemplos.co/ejemplo-de-reportaje/#ixzz5DhFTLTKS

Barreras letales

Más de 100.000 castores canadienses, introducidos en los años 40, están arrasando los bosques
autóctonos de la Tierra del Fuego y dañando gravemente sus ríos

Castoreras en la costa norte de la isla Navarino, Chile / Foto: JMP

La carta de algunos restaurantes de Puerto Williams, la localidad más austral del planeta, en la
Tierra del Fuego chilena, incluye platos a base de castor. La Picá del Castor lo prepara
“escabechado con puré al merkén” (un aliño a base de pimiento picante). La ración sale por unos
15 euros y se prepara bajo demanda con 24 horas de antelación.

Pero su carne, magra, fuerte y oscura, no tiene mucho éxito. No puede competir con el congrio o
la gigantesca centolla, las estrellas de la gastronomía local, de cuya tradición nunca formó parte.
Apenas lo piden un puñado de los contados 5.000 turistas que llegan cada año a la isla Navarino.

Un ejemplar disecado de pie sobre sus patas traseras preside la barra del establecimiento. Una
empleada confiesa que le incomoda servir castor porque “me dan pena”. Se trata de un animal
cuya imagen resulta simpática para la mayoría de la gente.
Pero también es un despiadado invasor que está destrozando los bosques más meridionales de la
Tierra. El gobierno chileno lo ha declarado “especie perjudicial o dañina”. Y la guía Lonely Planet
de Chile sugiere que “el viajero puede colaborar con su erradicación pidiéndolos de cena”.

Un vuelo a baja altura sobre la isla Navarino, en cuya costa norte se encuentra Puerto Williams,
permite apreciar los estragos que provocan los castores en las tupidas selvas magallánicas de
lengas, ñirres y coihues, los únicos árboles que resisten el duro clima de este territorio situado a
apenas un millar de kilómetros de la Antártida.

Los roedores son muy prolíficos y carecen de depredadores en la región subantártica

En medio del dosel vegetal se abren infinidad de extensos claros cubiertos por láminas de agua y
turberas y rodeados por cientos de fantasmagóricos troncos de árboles muertos. Ni siquiera el ser
humano, que no llegó a estas tierras hasta hace 6.000 años, ha alterado tanto el medio como lo
han hecho las castoreras.

Por una vez, no son las construcciones humanas las que han echado a perder un hermoso paisaje.
Aunque en este caso el hombre es igualmente el responsable de los daños. Los roedores,
originarios de Canadá, fueron introducidos en 1946 en la parte argentina de la isla Grande de
Tierra del Fuego para explotar sus pieles. En noviembre de ese año, la Armada liberó 25 parejas
de Castor canadensis cerca del lago Fagnano. Se había desatado una catástrofe ambiental.

Un hábitat favorable, con abundancia de recursos, y la ausencia de depredadores (en América del
Norte son cazados por lobos, osos, pumas, caimanes, gatos monteses y linces), les permitieron
reproducirse sin mesura y colonizar nuevos territorios avanzando entre tres y seis kilómetros
anuales. Tras cruzar la frontera chilena, en 45 años ocupaban toda la isla, de casi 48.000
kilómetros cuadrados (la extensión de Aragón).

Y no se quedaron ahí. Su facilidad para nadar los llevó al resto del archipiélago (aunque tampoco
es descartable que contaran con alguna ayuda humana). Alcanzaron la isla Navarino, al otro lado
del Canal de Beagle, en 1962, y más tarde Picto, Nueva, Lenox, Hoste y Dawson. Incluso
atravesaron el estrecho de Magallanes para desembarcar en la península de Brunswick, en el
extremo sur del continente, donde existen ya cuatro focos que al parecer están siendo
controlados por pumas y zorros.

Hoy se estima que más de 100.000 castores habitan en la región, y que han arrasado unas 23.500
hectáreas de bosque magallánico acabando con una media de 14,8 toneladas de biomasa leñosa
por hectárea. Según creen los especialistas chilenos y argentinos, el invasor copa entre el 90 y el
100 de las redes hídricas del archipiélago con densidades que pueden llegar a alcanzar las 5,85
colonias por kilómetro.

El impacto ambiental de una pareja de castores es muy grande. El roedor, que pesa una media de
16 kilos –pero puede alcanzar los 40–, es un mamífero acuático. Cuando se instala en un río
derriba, royéndolos con sus fuertes incisivos, un gran número de árboles para construir, con
madera, piedras y fango, un gran dique de hasta 1,5 metros de alto y 100 de largo que eleva el
nivel de las aguas para que su madriguera sea accesible tan solo buceando. Eso lo hace sentirse a
salvo de unos enemigos que en la región subantártica no tiene.
Contaminación del agua

Y para lograrlo debe acabar con un bosque entero. Los árboles que no tala mueren igualmente por
la inundación (el 87,8%) o la pérdida de la corteza (el 12,2%), de la que se alimenta. El embalse
altera seriamente tanto el entorno donde se ubica como los situados aguas abajo. Es una amenaza
para los vertebrados, invertebrados y plantas autóctonas. “Van dejando una cinta de muerte en la
biodiversidad acuática”, sentencia Bárbara Saavedra, directora de la Wildlife Conservation Society
en Chile.

La notable adaptabilidad y la elevada tasa reproductiva del castor agigantan el problema. Viven
unos 10 años y tienen una camada anual de entre tres y siete crías tras un periodo de gestación de
tres meses. Y su impacto no es solamente ambiental: un estudio de 1999 evaluó las pérdidas
económicas causadas a la agricultura y los recursos forestales en más de un millón y medio de
dólares.

“Las castoreras provocan la destrucción del bosque de ribera y la desestabilización del suelo, la
alteración del régimen de luz por la apertura de claros, la modificación de la estructura del hábitat
del ecosistema acuático, una notable expansión de las áreas húmedas, cambios en el drenaje y la
profundidad de la capa freática y acumulaciones de sedimento y materia orgánica que modifican
los ciclos de nutrientes en los bosques autóctonos”, enumera Nicolás Soto, biólogo y responsable
de Protección de Recursos Renovables de la región de Magallanes y Antártica Chilena.

En los estanques de los castores hay siete veces más carbono, 3,5 veces más nitrógeno y 1,85
veces más fósforo orgánico que en las aguas donde no habitan. “La contaminación se produce
porque el agua está estancada; por la tala de la lenga, que es un árbol con un ácido muy fuerte,
que cuando está recién cortado desprende un olor como de alcohol, y por la acumulación de sus
propias heces”, explica Mauricio Chacón, jefe de guardas de Karukinka, una reserva natural
privada de la parte chilena de la isla Grande.

Se los caza a tiros o con trampas avaladas por un certificado 'humanitario'

A finales de los 90 se tomó finalmente conciencia del problema y se empezaron a adoptar medidas
para frenar la invasión a ambos lados de la frontera. En Chile se autorizó la caza comercial del
castor y se puso en marcha un plan de control de la especie, estimando que sería necesario
eliminar unos 7.000 ejemplares al año.

Las autoridades adquirieron miles de trampas ConiBear 330, diseñadas en Canadá para matar
castores de manera humanitaria –están certificadas por los International Humane Trapping
Standards–. Se adiestró en su manejo a varios cientos de personas y se les ofrecieron incentivos
económicos por cada pieza cobrada: 5 dólares norteamericanos por cola y 10 por piel “seca y
estaqueada”.

“Hay dos únicas maneras autorizada de matar castores en Chile. Una es la ConiBear. El golpe que
les pega los deja vivos como máximo 300 segundos. La otra forma es a balazos, aunque nosotros
aquí no lo hacemos. Y se pueden cazar todo el año, porque en Chile se les considera especie
dañina”, explica el jefe de guardas Chacón.
Entre 2005 y 2006, los tramperos acabaron con 11.700 ejemplares. Además, según las estadísticas,
en los cepos cayeron otras especies invasoras de la zona: 250 ratas almizcleras, 234 visones y 69
cerdos y 74 perros asilvestrados.

Desde entonces no se han parado de eliminar castores para tratar de contener su población. Está
en marcha un nuevo Programa de Control de Fauna Invasora 2012-2015 –también son un grave
problema en la zona el visón, el jabalí e incluso el conejo europeo–. Entre otros objetivos, trata de
impedir la expansión del roedor por el continente y de sensibilizar a la población.

Los gobiernos de Buenos Aires y Santiago han empezado a trabajar de forma coordinada contra la
plaga. Incluso han pedido fondos para ello al Banco Mundial. Algunos sectores plantean la
necesaria recuperación de los ecosistemas dañados. Pero eso es todavía prematuro. Primero hay
que acabar con los castores, algo que costará todavía mucho tiempo y mucho dinero. El objetivo
de lograrlo para 2015 parece muy lejano.

Aunque sería el ideal, la erradicación definitiva no parece probable. Soto admite que “la evolución
objetiva de los hechos muestra un escenario desfavorable” de cara a impedir el avance de la
especie en las islas y la parte suroccidental del continente. Por de pronto, cree que habrá que
conformarse con “el control y mitigación sostenidos de los impactos, ayudando a la restauración
cuando sea posible”. El roedor constructor de diques está ganando la batalla.

Fuente: http://www.ecoavant.com/es/notices/2014/04/barreras-letales-2025.php

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