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INTRODUCCIÓN
Para poder entender el desarrollo de la industria en el Perú del Siglo XIX, es necesario
conocer y entender, los antecedentes previos. Nuestro trabajo se remonta al proceso
político y social que vivió el Perú durante las Reformas Borbónicas, en adelante. Y
como influye en el mercado de las élites y artesanos, por ello el análisis del Tribunal del
Consulado, y su recomposición frente al libre comercio legalizado, a través de las
reformas. Este grupo de comerciantes se encontraba abastecido de las ventajas de un
mercado cerrado como el colonial , por ello su transformación a través de este cambio
político y económico, sino también la influencia de nuevos aires liberales que se
dejaban sentir entrado el siglo XIX.
Por ello, es también necesario tocar la transición económica, política y social; producida
en pleno desarrollo emancipador. Mucho se menciona la importancia de los
comerciantes (nobles o no) y las élites (desplazadas o con cierta preponderancia); pero
la naciente república peruana, se hallaba en los vaivenes políticos de luchas intestinas
entre los caudillos militares, lo cual dejaba poco margen al desarrollo de una industria
de exportación. El estado se hallaba enfrascado en gastos militares y reformas políticas,
no invirtiendo –si es que había mucho que invertir- en el desarrollo de la
industrialización nacional.
Pero los primeros momentos de la industria nacional, se detectan a mediados del siglo
XIX, motivados no sólo por el desarrollo industrial europeo, sino también de los pocos
beneficios que generaban algunos productos de exportación, como el guano o el salitre,
por ejemplo. Pero estos productos, tenían capacidad de generar más recursos
económicos, el problema era la venta y comercialización de estos en el mundo europeo,
ya que era en condiciones muy desfavorables para el Perú. Y sus pocos réditos, eran
invertidos en la importación, dejando de lado a una naciente industria que podía generar
mayor cantidad de productos de exportación para su venta, generando mayor cantidad
de recursos para el Estado y por ende la industria. Todo esto dentro de un marco legal,
generado por el Estado y el Congreso, que favorezca la industria nacional, antes que la
extranjera.
Pero todo este influjo industrial, se ve frenado, con la Guerra del Pacífico (1879 –
1883), la cual no sólo destruye muchos lugares de producción; sino también deja a un
país en la bancarrota, incapaz de pagar sus préstamos (ferrocarriles), y ve desaparecidos
los beneficios del guano, por ejemplo; en donde Europa ya había elaborado uno de
manera sintética en Inglaterra.
La industria peruana, tiene un renacer sobre la última década del siglo XIX, la cual
enfoca su explotación en otros sectores, como el algodón, la azúcar, la minería y el
caucho; los cuales podían dar un nuevo aire, tras la catástrofe de la guerra.
La industria peruana, durante el siglo XIX, se mueve al vaivén de nuestra historia
política, sin rumbo definido y sin un plan de desarrollo eficaz que mire nuestro propio
desarrollo, y si el propósito individual.
1. ANTECEDENTES
El inicio del capitalismo moderno, se dio como consecuencia de un Estado liberal. La
financiación de campañas bélicas, el mercantilismo y hasta la imposición fiscal son
comunes y varían más que nada cuantitativamente en la tradición europea occidental. La
revolución industrial europea integró una nueva dinámica mercantil. Los países que se
inician hacia una orientación capitalista, construyen categorías generales para la
formación de un mundo industrial o condiciones para una revolución, de tipo laboral,
agrícola, técnica, etc. No fue un cambio puramente económico, significó el desarrollo de
varios niveles sociales: el industrialismo, la clase obrera, las ideologías, el socialismo y
el liberalismo, nuevos sistemas jurídicos, etc.
Una de las formas para erosionar la jurisdicción mercantil, fue el fuero militar, el cual
fue el medio para socavar el comercio civil, en definitiva la milicia funcionaba como
uno de los mecanismos utilizados por las clases económicas débiles para lograr ascenso
social, todo ello sobre 1770. Al sentirse postergados públicamente, los comerciantes,
vieron una nueva vía de encumbramiento social, el aro militar. Pero por detrás de ello
está la competencia comercial con los militares, en momentos en que comercio de Lima
atravesaba una seria crisis.
A fines del siglo XVIII, más que “mineros y comerciantes”, habría que hablar de
“militares y comerciantes”, ya que muchos militares ejercían mucha actividad mercantil.
El mundo de los negocios no pertenecía a la sociedad civil, sino a los mercaderes, y un
grupos inferior, donde militares y milicianos hacían negocios considerables. Mercaderes
militares o militares negociantes, eran los encargados del comercio limeño. Siendo vital
la participación de los militares, en esta época, no sólo por su participación en
economía, sino también porque América se preparaba para una defensa militar.
Para acceder a la aristocracia, los comerciantes debían por lo menos, seguir algunos
pasos, como formar parte del ejército o milicia, la caballería, comprar “hábitos” que los
distingan de las demás clases sociales, comprar cargos (de regidores, como Javier María
Aguirre, Antonio Elizalde por ejemplo) establecer relaciones de parentesco a través de
los matrimonios, etc. Pero los descalifica a formar parte de este grupo social los oficios
viles: platero, pintor, bordador, cartero, mesonero, tabernero, escribano, es decir todo el
trabajo que viene de sus manos.
El estrecho vínculo que, desde finales del siglo XVIII, se tejió entre una hacienda con
crecidas necesidades financieras y un sector de comerciantes que representaban a los
acreedores privados del Estado, continuó en las apremiantes circunstancias previas a la
independencia del Perú. El período entre 1806 (período de Fernando Abascal y Souza
como virrey) y 1820, cuando se inicia la penetración libertadora desde Buenos Aires por
San Martín, es uno de plena crisis de la producción y comercio colonial.
Alrededor de los primeros años del siglo XIX, la crisis económica y comercial se desató
de manera fulgurante. El inicio de la crisis, se desataría por las guerras europeas en las
que se vio comprometida España desde 1796, y las incesantes intentonas en pro de la
independencia, sobre todo entre 1808 y 1810, paralizaron el comercio intercontinental
por largas temporadas y perturbaron el orden colonial interno. La minería decayó
considerablemente y la agricultura languideció. El Estado empezó a sobrevivir cada vez
más recurriendo al crédito interno.
A pesar de esto, se agudizó la escasez del circulante y el crédito privado se retrajo, ante
los peligros bélicos. La flota mercante peruana se reduce drásticamente debido a la
necesidad de formar una flota de guerra en la costa del pacífico. Así, los comerciantes
locales no pudieron hacer frente a la oleada de comerciantes extranjeros que llegaron al
Perú después de la independencia.
Hipólito Unánue ministro de Hacienda del gobierno, emitió 500 mil pesos en papel
moneda, pero sin respaldo de capital alguno. Esto generó la desconfianza de los
hombres de negocio. Ante este fracaso, se acuñaron monedas de cobre, ante la
desaparición de las monedas pequeñas (cuartillos). A pesar de no ser exitoso, no llegó al
desastre del papel moneda.
a) Las élites
Sus gobiernos y sus deseos de progreso estaban marcados por una corriente elitista y
otra profundamente popular pero, juntas, ahogaron a la primera generación de
librecambistas teóricos.
En tanto Lima gozaba de tradiciones cosmopolitas, por los menos en su vida intelectual
en referencia a la economía. Las negaciones nacionalistas llegadas de Europa, revelaban
una crítica del crecimiento comercial y un inequívoco sentido del interés nacional. Pero
sobre todo reflejaban fielmente las aplastantes contradicciones económicas de los años
posteriores a la independencia y la ansiedad que las élites tenían de ser desplazadas por
los comercios extranjeros.
Estos planes no fueron rival alguno para el nacionalismo de las élites, en todo caso,
estos años de depresión no eran el momento adecuado para inculcar experimentos
liberales de largo plazo.
A comienzos de los años cuarenta, el núcleo de las élites peruanas dio inicio a una
transición difícil pero sorprendentemente rápida al comercio libre, como piedras
angulares del Estado y la economía. Es claro que el surgimiento del comercio guanero
en 1841, les dio impulso al brindarles nuevos espacios para la acumulación, las finanzas
públicas y los bienes importados. Su conversión también coincidió con la expansión del
comercio y la caída de los aranceles en toda América Latina, y a lo largo y ancho de la
economía noratlántica. Pero igual de importantes fueron los realineamientos
geopolíticos del Perú y los desplazamientos en la dinámica de la construcción del estado
– nación, sobre todo para definir el éxito y los límites del liberalismo. En el Perú, el
comercio libre se plasmó en el tejido mayor de la estabilización de la política nacional y
la formación de la élite, surgida rápidamente después del primer gobierno de Ramón
Castilla (1845 – 1851), de carácter netamente nacionalista.
Castilla y sus partidarios veían, al comercio libre como una forma de integrar al sur con
Lima, el cual durante mucho tiempo había sido rebelde, y de esta forma atraer a las
oligarquías provincianas devastadas o no, al proyecto nacional; lo cual sucedería al poco
tiempo. Una última reacción a favor de las políticas proteccionistas, vendría con las
luchas de clase desatadas por los artesanos limeños a finales de la década de los
cuarenta.
Se ridiculizaba a los monopolistas, los usos feudales y los estados ineficientes. Los
peruanos se familiarizaron con el libre comercio francés, que disolvía los remanentes
feudales ya catalizaba la armonía entre clases. Las ideas socialistas y las revueltas
proletarias fueron un buen argumento para la no industrializarse. El liberalismo se
convirtió en la doctrina oficial, primaban el comercio y el modesto papel promocional
del Estado.
En segundo lugar, para las élites surgidas de las cenizas del guano, su exportación
alimentaba la permanencia de privilegios, promociones y prebendas públicas, que iban
desde lucrativos contratos de servicios o subsidios en las manumisiones de esclavos,
hasta cortes de impuestos y dádivas masivas. Aunque crecía lentamente, durante el siglo
XIX este círculo de comerciantes, profesionales y políticos jamás pasó de unos cuantos
miles de familias bien conectadas. Al igual que el proteccionismo, de décadas
anteriores, el elitista comercio libre peruano dependía en buena medida de una relación
simbiótica entre las élites capitalinas y el tesoro público, ahora bajo el dominio de los
financistas extranjeros. La competencia desenfrenada de las importaciones y las
mezquinas medidas de desarrollo, fueron sobrellevadas por artesanos y pequeños
comerciantes, trabajadores, sociedades regionales y las mayorías campesinas. El
impacto del liberalismo exportador peruano no siempre fue congruente con los ideales
libertarios y republicanos con relación a otras naciones del mundo.
b) Los artesanos
Los artesanos buscaban proteger sus pequeñas manufacturas livianas con aranceles
altos, o su prohibición total. Promocionaban la mano de obra especializada y el empleo,
no las mejoras en la tecnología, la eficiencia, la escala o el industrialismo (Lima todavía
no tenía ninguna fábrica[3]). Muchos artesanos compartieron el interés nacional. Para
este sector, los comerciantes y los productos manufacturados del extranjero que
inundaron Lima entrado el siglo XIX, era algo innecesario, ruinoso, injusto y
antipatriótico. Los maestros de los talleres levantaros las banderas de los artesanos,
promoviendo el republicanismo y la educación popular. Al cual el Estado debía prestar
su total atención. Los dirigentes artesanos podían criticar también los modelos
económicos aplicados en distintas naciones, y que no existía ninguna relación con la
sociedad económica peruana. Advertían que si el país perdía sus escasas técnicas
nativas, los peruanos serían tributarios de cuantos se acerquen a nuestras costas a
comerciar.
Era “obligación” del Estado respaldar la “industria” nativa, dado que el artesano esta
especializado en la elaboración de artículos de calidad, la cual abastecía a los restos de
una aristocracia colonial. Pero hay que agregar, que los maestros de los talleres dieron
una cálida bienvenida a los pocos inmigrantes artesanos europeos que llegaron a Lima,
aprovechando de ellos sus creaciones y técnicas, las cuales fueron propagadas entre los
artesanos y nativos de poca preparación.
La eficiencia de la mano de obra y el costo final no eran en modo alguna, la principal
preocupación de los artesanos, buscaba la defensa del producto nacional sobre el
foráneo. Con todo ello los gremios tuvieron que luchas con la subida y bajada de
aranceles; y inestable política de importaciones y exportaciones (1828 – 1840). Además
de su acceso con el mundo de la política, a través de comerciantes y abastecedores de la
élite, o en la elaboración de leyes de migración pro – artesanal. En 1840, los talleres
urbanos siguieron contando con aranceles protectores especiales incluso después que los
textiles. Los gremios hicieron tratos con caudillos, candidatos y clubes políticos,
llenando el congreso para apoyar o burlarse de los congresistas.
En el área andina, luego del período seudo liberal de los Borbones y de la liberal
legislación republicana aduanera, conocía un lento y progresivo agotamiento del
desarrollo de sus posibilidades pre industriales. La disociación de los viejos circuitos
comerciales coloniales y la apertura de los circuitos extranjeros arrasó el área central
andina con la producción de tocuyos. Quedando abandonados telares de Cajamarca y así
mismo la industria curtiembre de Huamanga, fue decayendo sucesivamente.
Así los llamados obrajes, embrión de las fábricas, que habían surtido con telas
fabricadas a la población andina, agonizaban frente a las mercaderías extranjeras. Casas
inglesas de Arequipa y Tacna, con el fin de evitar cualquier ensayo industrial, elevaban
el precio de la materia prima nacional. En Puno en 1858, al construirse una fábrica para
la extracción de sulfato de quinina, las casas extranjeras elevaron su precio en un 22%.
Del mismo modo en el sur andino la alteración de los circuitos económicos que
producían los capitales británicos cuando se interesaron por las lanas. La pre industria
de los obrajes fue liquidada por la competencia extranjera, pero también el seudo
monopolio (con la alza de precios) que causaría la compra de insumos que eran la base
de la producción textil.
Desde 1840 el Perú, o en este caso Lima, se había convertido en el decadente centro del
colonialismo: un militarismo caótico, las quiebras y las desesperaciones económicas.
Las élites fraccionadas y conservadoras manifestaban un confuso objetivo nacional;
además la mayoría de los peruanos manifestaba cierta reticencia con el mundo exterior.
El antiguo esplendor imperial de la capital, era una sombra, su población era menos de
55 mil personas, junto con ello su riqueza, gloria y poderío. Pero todo esto cambio con
el descubrimiento europeo del guano, por ello su estatización con el militarismo,
considerándolo un fuerte capital para el Estado (1841 – 1845).
Las innovaciones agrícolas, dadas por las herramientas y el drenaje, fueron alimentadas
por el guano y la cosecha mecanizada. La naturaleza había concedido al Perú cuantiosos
depósitos de ese producto. La ausencia de lluvias en el litoral permitió que el guano
almacenado sobre las islas no perdiera su contenido químico. Evidencias arqueológicas
y de crónicas indican la utilización del guano en el período precolombino y colonial,
igualmente, la agricultura de la costa siguió haciendo uso del guano para elevar la
rentabilidad de la tierra.
La edad de oro de la agricultura inglesa esta vinculada a la explotación del guano de las
islas del Perú. Significó durante este período un apoyo, para compensar las necesidades
del incremento de la productividad y una mayor demanda del mercado inglés. Pero los
depósitos de guano eran agotables, y fueron utilizados a la espera de un guano artificial.
La explotación guanera en el Perú. La demanda del guano a pesar de que fue transitoria
y provisional alteró el cuadro de la economía peruana. Después de la independencia,
tras una pequeña y pobre participación en el mercado internacional basado en la
producción de plata y lana. El guano significará la reapertura del Perú al mercado
internacional centrado fundamentalmente en Europa. Hacia 1841 Europa recibió los
primeros embarques de guano peruano, convirtiéndose en 1847, en el producto más
importante de nuestras exportaciones. Entre 1841 y 1849, la súbita importancia que
adquirió el guano sorprenderá a los locales quienes con poca capacidad empresarial, sin
capital, fracasaron en su intento por controlar la venta y explotación del guano
recayendo en manos de extranjeros. Su explotación se diversificó de manera directa, a
través de las consignaciones y el monopolio. Cada una de ellas se fueron sucediendo de
manera temporal. El Estado peruano en calidad de propietario otorgaba la explotación
guanera a extranjeros o nativos (quienes le prestaban capitales), otorgándoles una
comisión por la venta.
Fue Francisco Quirós, quien logra, organizar la primera explotación del abono, uno de
los pocos empresarios que conocían los procedimientos europeos del comercio y
finanzas. Firmándose entre el 40 y 47, siete contratos con casas francesas e inglesas; a
través de alianzas económicas de Quirós con la firma británica de Joseph William
Myers Company y con el comerciante francés Aquiles Allier, dando origen a las
empresas: Baroillet y Allier, Gibbs Crawley and Corporation y A. Puyemerol y
Poumeroux et Cía. Los cuales se comprometían al pago de nuestra deuda, suspendida
desde la década del 20.
Sin embargo ya desde el 42, este abono sufre una baja en los precios, fruto de la
especulación y lucro desmedido de las casas comerciales, al abono encontrado en otras
tierras (África occidental, Islas de Ichaboe) y la lentitud de los transportes y la lejanía de
las regiones a exportar. Por eso desde 1842 hasta el 49, el sistema de contratos se fue
modificando, por el de consignación entre 1847 y 1849 hasta 1861, en un primer
momento en manos de Gibbs y Montané; y finalmente Gibbs . El Estado otorgaba la
conservación del abono, los consignatarios actuaban como mandatarios a comisión; en
esta condición se encargaban de su venta, transporte y colocación, corriendo con dichos
gastos. El contratista cobraba un porcentaje de comisión por los gastos de operación y
ventas. Entre el 50 y el 61 se exportaron cerca de 2 millones de toneladas de guano cuya
venta produjo un benéfico de mas de 760 mil Libras Esterlinas. Esto generó un
incremento en el volumen de la importaciones, la exportación del guano entre 1849 y
50, salto del 34.4% al 50.2%.
En 1862, tras las ganancias ilícitas y la corrupción existente, Nicolás de Piérola canceló
el sistema de consignaciones y lo reemplazó por la fórmula del monopolio, otorgándole
este a Augusto Dreyfus. El Estado vendía 2 millones de toneladas a precio fijo, mientras
Dreyfus debía girar al Estado peruano 700 mil soles mensuales. Los resultados no
fueron los que se esperaron, en 1874 Dreyfus comunicó al gobierno que hasta 1875,
atendería la deuda externa. Manuel Pardo llegado al poder intenta reorientar la política
económica, pero el colapso era ya inevitable.
“El desbalance cubierto por el guano, es por que las materias primas no se consumen y
se exportan, se traen productos de primera necesidad, lo que genera que no se alimente
nuestra industria. Por ello su prosperidad es ficticia, procurando vender nuestras
riquezas al exterior, convirtiéndonos en dependientes de la industria foránea,
destruyendo nuestra independencia económica y con ello amenazada la independencia
política del Perú.
Los beneficios del guano no son invertidos en la industria, solo se usan para la
importación de productos, esto permitía adquirir empréstitos, acabada su hipoteca no
hay nada que comprar por que no tenemos con que. El gobierno peruano utilizó el
guano para satisfacer las exigencias internas y el comercio exterior. Pero no se
entendió que el guano era un paliativo, falseaba la economía, destruye los hábitos de
trabajo, dando margen a una deuda inmensa (35 a 40 millones de Libras Esterlinas,
durante el inicio de la guerra con Chile, igualada sólo por el imperio otomano).
El guano no podía salvar ni equilibrar nuestra situación económica, por ser agotable y
reemplazable por el guano artificial, por el consumo extranjero del salitre y su uso en
ciertos terrenos y culturas. Además su exportación debería ser superior a los 80
millones de toneladas, y no las 300 mil que se exportarían, lo que no cubriría las
exigencias de la deuda externa.” JUAN COPELLO Y LUIS PETRICONI: “Estudios
sobre la independencia económica del Perú (1876)”
En la primera década, las exportaciones aumentaron 10 veces (700 mil pesos por 24.
701 toneladas métricas en 1845, a más de 6 millones de pesos por 316.116 toneladas en
1853), lo equivalía el 75% de las exportaciones, siendo complementadas con plata de
Cerro de Pasco. Esta prosperidad, trajo consigo el fin de las luchas militares en 1845.
Con Castilla nació lo más parecido a un Estado nacional con un congreso, códigos,
ministerios y presupuestos que funcionaban.
La precaria pacificación forjada por Castilla, impulsada por las nuevas alianzas
regionales y el guano, le permitieron al Perú recomenzar la política civil. La promoción
industrial, fue un conflicto no tanto entre proteccionistas y liberales sino, más bien en
torno a las perspectivas serranas en oposición a otras costeñas. Las delegaciones de
Ayacucho y Cusco criticaron la incapacidad del gobierno limeño en salvar, a sus
extintos manufactureros: “no hay nación que permita anular sus fábricas por acceder a
las extrañas, ni siquiera España”.
En los debates del congreso hubo dos temas que despertaron preocupación: primero, la
noción de que el empleo industrial podría tal vez apaciguar el malestar social, que
durante tanto tiempo había avivado las latentes luchas entre los caudillos. Una industria
prospera fortalecería la frágil paz de la nación. Segundo, se percibió con fuerza que la
reciente calma del país hacía que surgiera la posibilidad de emprender todo tipo de
empresas económicas, ya sea en agricultura e industria. La élite veía las manufacturas
como algo crucial para la consolidación de una política civil progresista. La libertad, la
estabilidad y las industrias marcharían juntas.
Este plan creció, e hizo que caducaran los obrajes coloniales, y las industrias rurales; a
pesar de las voces regionales, como las del puneño Juan Bustamante quien criticaba el
engrandecimiento de la industria europea, en desmedro de las lanas y el oro peruano.
Hasta 1860, ningún limeño mostraría interés alguno por la fabricación regional. Pero es
notable considerar que en 1845, nadie se molestase en considerar a la prosperidad
guanera, como un nuevo obstáculo de la prosperidad industrial peruana, por el contrario
constituyó un umbral tecnológico. En ese mismo año se preparó un proyecto de ley de
promoción de fábricas modernas en Lima, premios para los pioneros fabriles, y
privilegios tributarios para técnicos y trabajadores inmigrantes. Todo ello generaría un
movimiento empresarial, eminentemente de élite, que se contraponía al proteccionismo
de artesanos y tejedores. Los fabricantes incipientes peruanos, habrían de captar el
apoyo de funcionarios y prominentes librecambistas.
Una reluciente fábrica de papel impulsada por agua, fue abierta por Manuel Amunátegui
y “un señor Villota” en 1847; los comerciantes propietarios de “El Comercio”, el diario
más influyente y librecambista del Perú. Trajeron maquinaria importada, que no sólo
produciría papel periódico barato y confiable, sino también puestos de trabajo para los
pobres de la ciudad.
Eugenio Rosell, abrió una fábrica de velas estearinas, destilación de ácido sulfúrico y
surtidos productos derivados de las ballenas. Con el apoyo del gobierno, el cual invirtió
en la fundición naval de Bellavista de 1846; la cual habría de preparar mecánicos para la
empresa privada.
Sin embargo el proyecto más impresionante, fue la fábrica de telas de algodón en 1848
de “Los Tres Amigos”, instalada en la Alameda de los Descalzos, Juan Norberto
Casanova (fundador y director), José Santiago (socio y jefe del Consulado) y el
importador Modesto Herce, quien reemplazaría al comerciante Carlos de Cacigao; que
con máquinas de los EE.UU. visualizaban una planta con capacidad de cien telares y
veinte máquinas hiladoras. Se emplearon quinientos trabajadores y produjeron diez
millones de yardas al año, esto es, virtualmente todo el monto de telas importadas por el
país. Pedro Gonzales Candamo, el financista más rico y mejor conectado del Perú, dio
un préstamo de 85 mil pesos, procedentes de sus fondos de la consolidación. En 1852
los trabajos fueron detenidos y la fábrica cambiaría de propietarios y transportada a
Vitarte.
La prensa peruana como el diario oficial “El Peruano”, “El Comercio” (vocero de los
comerciantes) y “El Progreso” de Domingo Elías (precursor del civilismo de los
setenta); alababan los esfuerzos patrióticos y atrevidos de los honrados capitalistas y el
creciente clima de la industria nacional. Aquí mencionamos más industrias de la década
del cuarenta: la patente tecnológica de Héctor Davelouis y Melchor Cheron, sobre el
beneficio de metales por la vía húmeda, en agosto de 1847; la fábrica de tejidos de
algodón de Ica de Pedro Lloy; Juan Zambrano, Clemente y Basilio Moyano, en octubre
de 1847; la fábrica de velas y blanqueo de cera, establecida por Labiosa y Torcello en
1847; la casa molino de La Perricholi de los “Tres Amigos”, en 1848, que laboraba una
maquinaria tasada en 200 mil pesos; la fábrica de tejidos de algodón de Ica, de
Clemente y Basilio Moyano, instalada en setiembre de 1848; la fábrica de chocolates
por medio de una máquina a vapor de Juan Hoyos, en marzo de 1849; la empresa de
molienda de trigo por medio de una máquina a vapor de Manuel Flores, en marzo de
1849.
Las inversiones iniciales llegaron a mas de $200 mil, una suma nada insignificante en el
Perú. Unos 162 trabajadores, en su mayoría indigentes, operaban en las máquinas. El
gobierno concedió privilegios industriales a este grupo, generando en los viajeros
extranjeros que visitaban Lima, que regresaran impresionados con dicho respaldo. La
cuestión para Castilla no ha sido de benevolencia para los empresarios, que realmente lo
merecen, sino de interés general, de riqueza y de poder de una nación. Es claro que se
estaba conformando un grupo industrial de élite, era como si la industria moderna fuera
el símbolo principal de un Perú progresista y una alternativa respetable para los
artesanos. Castilla mismo visitaba las fábricas, y los propios provincianos, solicitaban
“imitaciones” para sus regiones.
“El Ensayo económico – político sobre la industria algodonera del Perú” de Juan
Casanova, pretende argumentar sobre las industrias nacientes en el país, presentado
como el método de industrialización por substitución de las importaciones y una fuerte
crítica a la falta de elementos esenciales para la industrialización. Muestra sus
experiencias en EE.UU., y su admiración por la empresa española y mexicana (cercano
al promotor textil de Puebla Estevan Antuñano). Su principal objetivo era el de
publicitar su fábrica textil y obtener mayor respaldo del gobierno.
Muchos suponían que en el Perú, no se podían reunir eficientemente una mano de obra
barata, capital excedente y otras cosas más. Casanova afirmaba que en el Perú, se
cultivaba el algodón más fino que en los EE.UU., la abundante energía hidráulica de
Lima sólo esperaba ser encausada, buenos salarios podían atraer cientos de trabajadores,
se debía mirar con buenos ojos las migración industrial extranjera (maestros y
maquinaria) la cual facilitaría el trabajo de la mano de obra; donde agricultores, pobres,
capitalistas y el Estado se beneficiarían armoniosamente de la industria integrada. No
había motivo alguno para que la protección necesariamente significará un monopolio, su
finalidad era apuntalar la confianza empresarial y el espíritu de asociación de los
liberales. La industrialización aseguraba el orden a través del empleo masivo y la
disciplina (se le prohibía a los trabajadores “inmorales” conversar, jugar e incluso
cantar, además de multas por beber, fumar y hurtar).
Para Casanova el libre comercio, era una hipocresía grosera de las naciones, cuya
grandeza deriva de las políticas gravosas y de los monopolios. Pedía alcanzar los
factores de eficiencia temporal, aprendizaje y escala, adoptados a un contexto
subdesarrollado, eliminándose los aranceles a favor de los subsidios, en beneficio de los
capitales creados hacia la industria nacional, llamándola “una verdadera y legítima
protección”. Apoyado de los beneficios del “supuesto” comercio guanero, utilizados en
mayor número para la importación y menor importancia en el incentivo de la industria
nacional. Su plan era algo utópico, a partir de que su autor no tenía una apreciación
adecuada de los contextos imperialistas. La industria no era plausible en siglo XIX, por
la falta de un mercado interno viable. Además una incapacidad nacional de la aspirante
burguesía peruana.[6] Se carecía de condiciones sociales para alcanzar esta
industrialización. Las ganancias tecnológicas más graduales podían venir, a partir de la
substitución más selectiva, privando a la sociedad de consumo innecesario. Durante el
XIX fue un momento óptimo, para que el Perú iniciara industrias modernas, antes de la
Segunda Revolución Industrial, que fue intensa en capital, demandas tecnológicas y
necesidades de capital. Pero esta oportunidad se alejó, por contextos económicos
mayores y la elección de erradas políticas nacionales. Incluso la fábrica de Casanova,
fue solo un proyecto teórico, después que la fábrica cerrara en 1853, sus máquinas
quedaron olvidadas hasta 1869 en un almacén limeño; Carlos López Aldana mudó los
equipos hasta Vitarte, para fundar la primera fábrica de algodón moderno de Lima, a
pesar de su anticuada tecnología. Casanova fue víctima de los emergentes liberales
limeños de mediados del XIX, pero fue peor la lucha entre los desunidos artesanos y
dueños de fábricas.
Todas las fábricas de Lima desaparecieron en estos años, la causa fue la competencia de
las exportaciones frente al auge de las importaciones. La élite capitalista limeña, fue
revivida con el auge importador y enriquecida con las dádivas estatales de la
exportación. Y con ello ni un solo hombre de negocios respetable, quería exponerse al
clima tormentoso de la industria nacional de la década de 1850.
Otra experiencia de industrialización temprana fue una fábrica de tejidos, instalada con
asesoramiento extranjero, en el Cusco en 1861 y compuesta de 20 telares importados
franceses. Estos ensayos manufactureros en provincias, podían resultar poco exitosos
por una situación de depresión económica de la zona, por el deterioro de las vías de
comunicación existentes o simplemente la incapacidad de articular mercados urbanos.
Existía una relación social específica, que se intentaba generar en algunas unidades de
producción en proceso de industrialización: fábricas en las que trabajaban neo esclavos
con salarios ínfimos. En una fábrica de algodones de Lima, el salario de un chino era
menos de la tercera parte de lo que recibía un soldado del ejército de 1869. Sin embargo
contratar niños y mujeres, como en la industrialización inglesa, eran medios usados para
lograr grandes márgenes de beneficios, tratando de alargar el tiempo de trabajo y
conseguir mayor cantidad de productos por unidad de trabajo.
Las demás experiencias industriales que se han presentado entre 1860 y 1870, son las
siguientes: la fábrica de galletas y chocolates de Arturo Field en 1864; la fábrica de
cigarrillos de Antonio Pouchang en 1869; la fábrica de chocolates y licores de Bernal
Roselló en 1869; la fábrica de mosaicos de Pedro Roselló en 1870; la fábrica de tejidos
trasladada a Vitarte y de mosaicos de Carlos López Aldana en 1871; en 1872 se instaló
en Chincha una fábrica de tejidos de cuero; la fábrica de marmolería de Ludovico Isola;
la fábrica de manteca de los hermanos Aparicio; la fábrica de vapor de chocolates “El
Tigre” de Ravettino; la fábrica de chocolatería de Vignolo y Cía.; el laboratorio
farmacéutico, productos de manteca, jabón, aceite y cristales de Leonard; la fábrica de
velas estearinas de Prugue; fábrica de pianos de Luis Freund en 1875; la fábrica de
cerveza alemana de Gustavo Sprinckmoller; la fábrica de cerveza de Schmidt y Cía.; la
fábrica de cerveza “La Nacional” de A. Kieffer (1863) en el Callao; la fábrica de
cerveza de los socios de Meiggs: Jacobo Backus y J. Howard Johnston (1878); en el
Cusco se establecieron en 1872 dos cervecerías, la de Mangesdorf y la de Vignes; otras
fábricas cerveceras en Tarma y Arequipa; y las fábricas de molino y fidelería de Suito,
Falco, Demutti y Chiappe.
Estas experiencias, con sus éxitos y fracasos, fueron fruto de iniciativas individuales y a
las cuales el Estado no las consideraba en su política de desarrollo. La devaluación del
signo monetario (el sol billete) y una mínima protección aduanera volvía rentables a las
empresas industriales nacionales y posibilitaban su desarrollo.
Entre 1791 y 1866 se produce una apertura hacia el exterior de 26.64% al 38.51%, cifra
esta última producida en pleno auge del modelo guanero. Mientras la población de esos
mismo años se multiplicaba en 2.18 veces. Entre 1855 y 1869 se produce en los sectores
monetizados de la economía un ciclo positivo de la capacidad en términos reales.
Aquí algunos datos obtenidos de “Política Económica y financiera del Estado: Siglo
XIX”, de Tantaleán Arbulú:
La guerra del Pacífico fue, en esencia una lucha por la exportaciones entre Chile,
Bolivia y el Perú. Al terminar la ocupación sobre el Perú, no se tenía nada que mostrar
de la época exportadora. Es difícil evaluar la devastación, se perdieron los campos de
nitratos y la mayor parte de las reservas decrecientes del guano. De los veinte bancos
plutocráticos y regionales que había en 1877, sólo sobrevivió el protegido Banco de
Londres, México y Sudamérica, de propiedad europea. El Perú perdió su sistema fiscal,
la inflación y las depreciaciones llegaron a un 800% durante la guerra, dejando como
moneda nacional a una confusa montaña de billetes de papel, casi sin valor alguno. Se
perdió la modernizante administración civil: hacia 1885, los ingresos llegaron a menos
de un tercio del nivel anterior a la guerra, a medida que los recaudadores de impuestos
recurrían nuevamente a exacciones arcaicas. El militarismo y el desorden renacieron:
una nueva generación de fuerzas y clanes caudillistas rivales (pierolistas y caceristas),
reemplazó a los refinados políticos civiles. El frágil orden social peruano se quebró con
salvajes revueltas de trabajadores asiáticos y negros, y la más seria oleada de rebeliones
indígenas desde la década de 1780, que no se apaciguaron con llegada de la paz.
La esmirriada hacienda debió retornar entonces a sus fuentes pre guaneras: impuestos y
aduanas, retomando una gran importancia, ya que el guano las había desplazado en un
15% del ingreso fiscal.
El núcleo comerciante – financiero había sido durante todo el período guanero, el eje
del poder local. Para el primer período (hasta 1881), las firmas operaban del siguiente
modo: Banqueros y Comerciantes dedicados al salitre, guano y finanzas, entre las que se
encontraban Frederick Hunt, Grace Brothers, F. L. Lachambre, Dreyfus, Gibbs e hijos,
Gildemeister, Canevaro, Zaracondegui, Denegri e hijos. Y por lado importador de
mercaderías a Europa y EE.UU., y exportador de azúcar, minerales y lanas: E. Ayulo,
Graham Rowe, Duncan Fox, E. Heudebert, Figari e hijos, Bates Stockes, T. Hart, H. M.
Beausire, P. H. Ott, J. Calderón.
Los legados duraderos de la era del guano, fueron una deuda impagable de 40 – 50
millones de Libras Esterlinas y una red de ferrocarriles a medio hacer a lo largo de los
andes. A pesar de las resistencias 1889 Cáceres firmó el Contrato Grace, para aliviar
nuestra deuda y de algún modo levantar nuestro país. Los incumplimientos por parte del
Estado peruano con Grace generó la participación de “La Peruvian Corporation” de
Inglaterra. Quien asumió (1891) el control a largo plazo de los ferrocarriles peruanos, el
comercio del guano, las aduanas, el servicio de la deuda, la navegación a vapor, la
amazonía y minerales andinos.
El contrato Grace. Dos fueron los extranjeros más beneficiados con el proyecto de Balta
y Piérola: Dreyfus y Meiggs, este último llegó para la construcción de ferrocarriles.
Construyendo el ferrocarril más caro y alto del mundo (Lima – La Oroya, 40 mil Libras
Esterlinas), esto le permitió participar en el petróleo y la minería. En Cerro de Pasco (la
región minera más explotada por aquel entonces), es donde dirige sus intereses, junto
con Backus, Pflucker y Gildemeister; donde proyectan una obra decisiva para la región
“el Socavón de Rumiallana”, que facilitaría el desagüe de las minas de la región hasta
120 metros por debajo de la superficie y evitaría el costoso y difícil bombeo de las
aguas que se empleaban entonces para la prosecución de los trabajos de explotación.
Pero la crisis económica, la muerte de Meiggs y la guerra del 79, ponen en riesgo este
proyecto y los capitales de estos financistas. Los herederos de Meiggs, venden sus
capitales en una suma ínfima a la firma Grace, y con ello sus actividades alcanzan
dimensiones mundiales diversificándose en distintos espacios de la economía.
La insolvencia económica del Perú, constituye una situación no muy favorable, a los
prestamistas europeos. El paquete más importante de esta deuda correspondía a los
préstamos de 1870 y 1872. En 1885 la situación llega a su punto más álgido, cuando los
bonos de deuda externa peruana llegan a cotizarse en menos del 10%. En 1876 se
conformó un Comité de Tenedores de Bonos de la deuda externa peruana, la cual
adquirió los títulos depreciados que tenían con el Perú miles de bonistas. Entre 1885 –
86, Grace se presentó frente al gobierno peruano, como representante de dicho comité,
con la idea de apropiarse del guano, ferrocarriles y minas, entre lo más importante.
En 1889 se firmaría el convenio en donde el Perú quedaba relevado por los Tenedores
de Bonos de la deuda externa, de todas las deudas y préstamos. Por ello los Tenedores
recibieron por 66 años los ferrocarriles estatales, en donde los extranjeros estaban
obligados a reparar, construir y terminar los faltantes, así como la libertad fiscal en la
explotación del guano. Además se les dio libre navegación con bandera peruana por el
Titicaca y la propiedad de todos los vapores peruanos ahí existentes. Además el
gobierno peruano se comprometió a pagar al comité 33 anualidades de 80 mil Libras
Esterlinas cada una, correspondiendo a este entregar 50 mil Libras al ponerse en
vigencia el contrato y 190 mil Libras en 19 mensualidades de 10 mil libras. El comité
debía formar en Londres una compañía que subrogara de todos lo derechos y
obligaciones determinados en el contrato.
Entre tanto, desde 1892 hasta comienzos del siglo XX, la expansión económica debió
organizarse, financiarse y controlarse localmente. El desafío generó su respuesta en
unos cuantos años. Durante la segunda mitad de la década de 1890, los capitalistas
peruanos e inmigrantes tuvieron éxito promoviendo el desarrollo autónomo del país. Se
permitió el desarrollo simultáneo en nuevos sectores de exportación, así como la rápida
expansión de la construcción urbana y de los servicios públicos. Se creo un sistema
financiero compuesto por bancos, compañías de seguros y una Bolsa de Valores para
captar y asignar el excedente económico generado por las industrias de exportación. Los
efectos regionales de crecimiento fueron también amplios. El crecimiento por concepto
no sólo se circunscribió a la costa, sino que también llegó a afectar a las minas de plata,
oro y cobre de la sierra, a la producción del café y cocaína de la montaña y la
producción de caucho en la selva. Varias regiones del país contaban con sus propios
polos de desarrollo y la integración entre ellas aumentaba constantemente. Los
acontecimientos de la década de 1890 demostraron que, con un conjunto apropiado de
medidas el Perú podía crear empresarios capacitados, movilizar recursos para la
inversión y hacer posible el crecimiento económico.
Los años que siguieron a la guerra del Pacífico, se caracterizaron por el establecimiento
de un número de empresas que precedieron el auge industrial que ocurrió a fines de
1890. la responsabilidad de estas empresas recayó sobre el capital extranjero
(principalmente británico), o sobre los empresarios inmigrantes que deseaban
establecerse en el Perú y que consideraban la economía urbana como el más adecuado
punto de entrada. Varios grupos de inmigrantes habían empezado a operar en líneas
particulares de productos industriales antes de la guerra: los alemanes en cervecería, los
italianos en pastas y los británicos en molinerías de trigo y en trabajos de ingeniería,. En
los años posteriores muchas de las empresas aludidas aumentaron su capacidad, al
mismo tiempo que se establecerían otras nuevas. El Banco Italiano, posibilitó la base de
las finanzas de pequeñas y grandes empresas de propiedad italiana, que operaban en el
sector alimentario. Pero mientras la cúspide de la estructura industrial era ocupada por
el capital extranjero e inmigrante durante la década de 1880 y los comienzos de los 90,
se dio además un renovado crecimiento de la producción artesanal, en manos de una
pequeña burguesía nacional, que producía cueros, muebles, camisas y productos
comestibles.
El sector azucarero
Sector algodonero
En el siglo XIX el algodón había sido incapaz de competir con el algodón de fibra corta
producido en el sur de los EE.UU. El sector había experimentado una fase de breve
crecimiento sobre 1860, durante la guerra civil norteamericana, lo que generó que sus
exportaciones disminuyeran. Después de esta crisis, la recuperación de la producción de
los EE.UU. se recuperó, generando el estancamiento del algodón peruano por tres
décadas. Sólo las innovaciones técnicas de la industria británica, hizo posible la mezcla
de algodón local de fibra larga (áspero) con la lana. Las exportaciones comenzaron a
aumentar a fines de la década de 1880, mientras que en 1890 los precios comenzaron a
bajar, aunque en 1900 los mercados mejoraron drásticamente y la creciente demanda
inglesa por pasta de semilla de algodón (la “torta”; esto es, los residuos que quedan
después de la extracción de la fibra y el aceite de semilla de algodón) hicieron posible
una salida rentable para un producto que hubiera resultado inútil.
Desde 1890 los algodoneros habían estado ocupados en una campaña por establecer un
banco Agrario que les proveyera del capital para el trabajo, pero no hubo ningún
proceso concreto hasta 1927. El algodón fue un sector controlado localmente que se
servía de las empresas comerciales (muchas de ellas extranjeras), para proveerse de
crédito y de servicios de comercialización y también, hasta cierto punto, para el
procesamiento del algodón para fines de exportación.
El sector de la lana
La industria del caucho durante la segunda mitad del siglo XIX, era consumido por los
europeos y norteamericanos, aumentando considerablemente entre 1850 y 1900, de 400
toneladas a 50 o 60 mil. Se producía caucho en África y el Brasil (principal exportador).
Cuando el creciente consumo mundial empezó a acceder a la producción de caucho
silvestre en la década de 1890, los crecientes precios hicieron posible que los productos
tuvieran ganancias independientes.
En 1851 Iquitos eran una población pescadores de menos 200 habitantes, a comienzos
de 1900 eran de 20 mil habitantes y el pueblo poseían una élite comercial, hermosas
construcciones y una economía en expansión. El auge del caucho se inicio a mediados
de la década del 80 y a comienzos del 90 las exportaciones alcanzaron un nivel que no
fue superado hasta 1904.
Los pioneros del caucho fueron los extranjeros Kahn e Israel, sin embargo, hubo
algunos peruanos de importancia como, el “rey del caucho” de 1890 Carlos F.
Fitzcarrald, era de Ancash; y Julio Arana de origen peruano, fundador de la Peruvian
Amazon Company. Todos ellos operaban desde 1880.
El interés del gobierno peruano por la industria del caucho, empezó a fines de la década
de 1890, cuando el Perú y Brasil hicieron un esfuerzo conjunto por evitar las
exportaciones ilegales del caucho. En 1898, se dio una ley para controlar el desarrollo
de la industria, el gobierno entregaba concesiones bajo la condición de que se pagara
una pequeña renta, así como regalías por el caucho producido. Bajo una nueva ley,
durante la década de 1900, se establecieron nuevas empresas, siendo las más
importantes la Inca Rubber Company (relacionada a las actividades de la empresa
norteamericana Inca Mining Company, establecida por Arana en 1904, con capitales
británicos).
La principal característica del auge del caucho, entre 1890 y 1900 es el reducido efecto
que tuvo sobre la economía, aunque influyó en gran manera en las expectativas de los
políticos y empresarios respecto del desarrollo futuro de la selva. Aún en esta región, la
prosperidad dependía de las exportaciones del caucho y no hubo ningún incentivo para
diversificar e incentivar la economía local, por lo que una vez desvanecida su capacidad
de importación, la región cayó en una fase de estancamiento.
El sector minero
El Perú cuenta con una tradición minera que se remonta hasta antes de la conquista,
siendo el oro y la plata los principales productos de exportación durante la colonia. El
siglo XIX, empero, trajo consigo un prolongando estancamiento en la minería. El
mercurio que se usaba en las minas de se había vuelto escaso y caro, luego del colapso
de la mina de Santa Bárbara en 1780, en Huancavelica. Además las guerras de
independencia causaron la destrucción de las instalaciones mineras. En Cerro de Pasco
hubo problemas de drenaje para explotar los yacimientos más profundos del Perú. Los
mejores yacimientos de óxido (susceptible a tratarse por intermedio de la amalgama con
mercurio) se estaban agotando, y la tecnología para los yacimientos de sulfuros sólo
tenía un desarrollo incipiente. En síntesis, era un área difícil y riesgosa para la inversión
y en la era del guano atrajo poco interés del capital.
Sin embargo, en la década de 1890, hubo una serie modificación en los precios de los
distintos metales en los mercados mundiales. Los precios de la plata sufrieron una fuerte
caída en 1892, que continuó en el resto de la década, pese a los esfuerzos del gobierno
norteamericano por estabilizarlos. Durante cierto tiempo, la situación de las minas de
plata peruanas fue aliviada por el uso de este metal en la acuñación de monedas; pero en
1897, el gobierno de Piérola, alarmado por la inestabilidad de la plata, suspendió la
acuñación de monedas de este metal y clausuró la casa moneda de este metal en Cerro
de Pasco. A pesar de que las exportaciones de este metal, se incrementaron en un 150%
en lo que respecta al volumen, entre 1890 y 1900, el valor de esas exportaciones sólo
aumentó en un 47%. La plata había dejado de ser un sector generador de grandes
benéficos.
Durante la década de 1890, al caer el precio de la plata con relación al oro, el precio del
oro en moneda nacional se elevó, lo generó una serie de intentos por resucitar la
industria aurífera. Pero esta reactivación cesó prácticamente , pues los minerales de
óxido de fácil procesamiento estaban ya agotados y se daba mayor importancia a la
plata.
La mina de Santo Domingo, fue la que dicto la pauta, produciendo casi una tonelada de
oro fino por año. En 1894, esta empresa fue vendida en 210 mil US$ a un sindicato de
capitalistas norteamericanos, los que formaron la “Inca Mining Company”. Este éxito,
unido al nuevo clima empresarial en Lima entre 1896 – 1897, produjeron una nueva
atmósfera de fiebre de oro en esos dos años. Entre los principales promotores e
inversionistas dedicados a la explotación del oro encontramos a los principales
miembros de una élite empresarial del país: Payán, Pardo, Aspíllaga, Leguía, Candamo,
Barreda y muchos otros. Sin embargo el auge del oro no fue de larga duración. A la
estabilización de la plata, y la reforma monetaria de 1897 siguió una disminución en el
premio sobre el precio del oro, conforme la inflación se ajustaba a la depreciación
anterior del tipo de cambio. Además los problemas de transporte y tecnología fueron
severos para las nuevas empresas.
Cuando eran evidentes las dificultades con el oro, los capitalistas se orientaron a la
minería de cobre, metal que no había despertado interés hasta 1890. En 1893, el
ferrocarril central llegó a La Oroya, lo que permitió al distrito de Morococha contar con
transporte a bajo costo. Al año siguiente, la fundición de Backus y Johnston, en
Casapalca, empezó por primera vez a pagar por el precio de cobre, su explotación en los
dos primeros años aumento del 30 al 60%; sin embargo la mina se encontraba a cien
millas del ferrocarril de La Oroya, aumento el costo del trasporte, solo siendo fundidos
localmente. A mediados de 1897, el inmigrante inglés George Steel organizó el primer
sindicato para construir una fundición en Cerro de Pasco y su empleo fue seguido por
otros empresarios. En 1898 operaban dos fundiciones de cobre, un año después,
funcionaban 5 plantas y se construían otras 2. En 1900, habían 11 fundiciones en el
mismo Cerro de Pasco y cuatro en las áreas aledañas. Pero los problemas de drenaje y
combustible, limitaban la producción de cobre, además de la necesidad de contar con
una línea ferroviaria de La Oroya a Cerro de Pasco y de lograr una escala de operación
más eficiente en la minería y la fundición.
En suma las últimas décadas del siglo XIX, constituyeron un período en el cual los
capitalistas peruanos e inmigrantes demostraron su capacidad para movilizar fondos e
introducir nueva tecnología, lo que dio como resultado un rápido incremento en la
producción de la plata y luego en la de oro y el cobre. No hay razón para suponer que el
proceso no pudo haber continuado en el siglo XX y, pese a las restricciones que
limitaban producción en uno de los nuevos centros mineros de cobre, se puede afirmar
que el cobre iba a pasar por un proceso de rápido crecimiento durante las próximas
décadas, independientemente de los que controlasen el sector. Los hechos demostraron
luego que el desarrollo del sector en poder del control local no tuvo la oportunidad de
seguir su curso. El capital norteamericano se estaba expandiendo en el exterior y el Perú
fue uno de los países que llamó su atención por sus ricos recursos minerales. En los
veinte años siguientes a 1900, el capital nacional fue desplazado de la minería peruana.
D) Influencia ideológica
Era inevitable que un desastre nacional tan profundo no impulsara nuevas corrientes de
pensamiento, sobre la forma de reconstrucción nacional, todas ellas planteadas desde la
desilusión de la vieja oligarquía. Hubo quienes se opusieron al contrato Grace como
José María Químper. Hubo otros quienes vieron el civilismo como el camino evolutivo
del Estado, el cual había sido obstruido por los intereses extranjeros y el militarismo
doméstico. Sociólogos de San Marcos, criticaban el nacionalismo y el estatismo como
desarrollo, entre ellos Joaquín Capelo, quien examinaba los problemas de las clases
industriales limeñas, promovía las autopistas, la educación en masas y la defensa laboral
en todo el Perú; Carlos Lissón rechazaba el retorno de los préstamos y las inversiones
extranjeras. Manuel González Prada condenó la clase e ideología dominante, aunque se
conoce sus ambiciones industriales en 1870, como aspirante a zar del almidón y su
valiente lealtad pardista. Surgió el indigenismo (Clorinda Matto de Turner), entre los
círculos intelectuales provincianos después de 1890. Los movimientos populares
revivieron y tomaron nuevas formas, desde los trabajadores y artesanos que se
reorganizaban en Lima y Cusco contando con una fresca gama de ideologías sociales
europeas.
Para 1890, los temas económicos habían adquirido una mayor sofisticación y
profundidad histórica. Aparecieron nuevos tecnócratas económicos, varios de los cuales
reaccionaron enérgicamente en contra de las ineficiencias y excesos de los constructores
del Estado del XIX: el liberal José Payán en la banca y la reforma monetaria; José María
Rodríguez en el desarrollo fiscal y las aduanas; Alejandro Garland, pionero de las
estadísticas modernas e históricas; y Emilio Dancuart, recopilador codificador
enciclopédicos de los documentos económicos republicanos.
En “Apuntes para la historia económica del Perú” de Manuel Atanasio Fuentes (1882),
hace una retrospectiva nacionalista, una explícita vertiente indigenista (dándole la
espalda económica a Lima) y su postura abiertamente anti imperialista, dejando de lado
las realidades de la guerra del pacífico. Favorece explotación de la agricultura y el
pastoreo de la costa y de la sierra; la tolerancia de los trabajadores libres o nativos; la
eficiencia de los cultivadores de algodón, azúcar y vino; cuestiona la perfidia extranjera
del guano; incentiva los ferrocarriles para unir la nación; ataca al contrato Dreyfus;
incentiva la explotación de la plata como clave para retirar los billetes peruanos y la
nacionalización de los nitratos. Sin embargo, despiertan el interés de Esteves: el
imperialismo, el horizonte manufacturero y el trabajador indio. Afirma que la
especialización guanera, únicamente nutrió a la industrialización europea, relegándonos
al papel de subalternos proveedores de materia prima.
BIBLIOGRAFÍA