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DE DIRECTORES
LOCALES
“EL LLAMADO A LA
TAREA PASTORAL
ENTRE ESTUDIANTES”
Devocionales
La preparación del siervo
La guía del siervo
La estrategia del siervo
Encuentros bíblicos
EL Dios al encuentro a los perdidos
Jesús: El pastor que ama hasta dar la
vida
¿Me amas?
Materiales
filipenses 2 :19-30: la infraestructura
afectiva del ministerio cristiano
ternura
la fiesta de dios
el libro del trimestre
POA 2018
DEVOSIONALES
DEVOSIONAL 1
1
Estas son las palabras de Nehemías hijo de Jacalías:
«SEÑOR, Dios del cielo, grande y temible, que cumples el pacto y eres fiel
con los que te aman y obedecen tus mandamientos, 6 te suplico que me
prestes atención, que fijes tus ojos en este siervo tuyo que día y noche ora
en favor de tu pueblo Israel. Confieso que los israelitas, entre los cuales
estamos incluidos mi familia y yo, hemos pecado contra ti. 7 Te hemos
ofendido y nos hemos corrompido mucho; hemos desobedecido los
mandamientos, preceptos y decretos que tú mismo diste a tu siervo Moisés.
8
»Recuerda, te suplico, lo que le dijiste a tu siervo Moisés: “Si ustedes
pecan, yo los dispersaré entre las naciones: 9 pero, si se vuelven a mí, y
obedecen y ponen en práctica mis mandamientos, aunque hayan sido llevados
al lugar más apartado del mundo los recogeré y los haré volver al lugar
donde he decidido habitar”.
10
»Ellos son tus siervos y tu pueblo al cual redimiste con gran despliegue
de fuerza y poder. 11 SEÑOR, te suplico que escuches nuestra oración, pues
somos tus siervos y nos complacemos en honrar tu nombre. Y te pido que a
este siervo tuyo le concedas tener éxito y ganarse el favor del rey».
En el año 586 A.C. los soldados de Babilonia entraron en Jerusalén, dejaron tras de
sí una ciudad devastada. Nehemías nació en Persia un siglo después de las terribles
incursiones del rey de Babilonia, todo lo que sabe de la distante Jerusalén lo ha ido
aprendiendo de los relatos de sus compatriotas israelitas. Evidentemente, tenía
noticia de la feroz y sistemática devastación llevada a cabo por Nabucodonosor, pero
ahora, con el constante trasiego de caravanas que llegaba a Susa procedentes de
otros lugares Nehemías empieza a saber más de la situación en aquellos momentos.
Ahora bien, hay casos en los cuales en llamamiento viene a discernirse en medio de
una crisis, no es que esas personas decidan servir, sino que están absolutamente
convencidas de que la decisión ya ha sido tomada por ellos, así es como fue el
llamamiento de Nehemías.
―¿Por qué estás triste? No me parece que estés enfermo, así que debe haber
algo que te está causando dolor.
3
Yo sentí mucho miedo y le respondí:
CONTEXTO
Era el año veinte del rey Artajerjes y como sabemos Nehemias era servidor
del rey conocía bien el primer intento dramáticamente fallido de reconstruir
las murallas de Jerusalén (es posible, claro está, el rey estuviera ausente
durante esos meses y es que, en aquella ocasión, las fuerzas de la oposición
local habían escrito al rey persa para informarles sobre las aviesas
intenciones de rebelión de las gentes de la ciudad y, por orden expresa del
propio rey, la tarea de reconstrucción de las murallas había cesado
bruscamente).
11
Tres días después de haber llegado a Jerusalén, 12 salí de noche
acompañado de algunos hombres, pero a ninguno de ellos le conté lo que mi
Dios me había motivado hacer por Jerusalén. La única bestia que llevábamos
era la que yo montaba. 13 Esa noche salí por la puerta del Valle hacia la fuente
del Dragón y la puerta del Basurero. Inspeccioné las ruinas de la muralla de
Jerusalén, y sus puertas consumidas por el fuego. 14 Después me dirigí hacia
la puerta de la Fuente y el estanque del Rey, pero no hallé por dónde pasar
con mi cabalgadura. 15 Así que, siendo aún de noche, subí por el arroyo
mientras inspeccionaba la muralla. Finalmente regresé y entré por la puerta
del Valle.
16
Los gobernadores no supieron a dónde fui ni qué hice, porque hasta
entonces no había dicho nada a ningún judío: ni a los sacerdotes, ni a los
nobles, ni a los gobernadores ni a los que estaban trabajando en la obra. 17 Por
eso les dije:
―¡Manos a la obra!
―El Dios del cielo nos concederá salir adelante. Nosotros, sus siervos, vamos
a comenzar la reconstrucción. Ustedes no tienen arte ni parte en este asunto,
ni raigambre en Jerusalén.
CONTEXTO
la tarea que van a iniciar no será fácil, hasta ese momento Nehemías les ha
hablado de la muralla, pero lo cierto es que el tema tiene que ver con la
suficiencia de Dios, así que les dio la razón del origen de su éxito.
Desde que había llegado, Nehemías ya había encontrado opositores y esta vez
el número aumento (Sambalt, Tobias y Gesem ) , así mismo estos pasaron a la
acción y empezaron a verbalizar su enemistad contra Nehemías con tal de que
paralizara la obra pues ellos no querían el bienestar de los hijos de Israel.
Lucas 15:1-7
1
Muchos recaudadores de impuestos y pecadores se acercaban a Jesús para
oírlo, 2 de modo que los fariseos y los maestros de la ley se pusieron a
murmurar: «Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos».
3 4
Él entonces les contó esta parábola: «Supongamos que uno de ustedes
tiene cien ovejas y pierde una de ellas. ¿No deja las noventa y nueve en el
campo, y va en busca de la oveja perdida hasta encontrarla? 5 Y, cuando la
encuentra, lleno de alegría la carga en los hombros 6 y vuelve a la casa. Al
llegar, reúne a sus amigos y vecinos, y les dice: “Alégrense conmigo; ya
encontré la oveja que se me había perdido”. 7 Les digo que así es también en
el cielo: habrá más alegría por un solo pecador que se arrepienta que por
noventa y nueve justos que no necesitan arrepentirse.
Acercamiento al texto
• Los que se acercan a oír a Jesús. (v.1-2) ¿Nos parece normal que los
pecadores y las gentes indeseables se acerquen a escuchar a Jesús? ¿Por qué
lo hacen? ¿Qué escuchan de sus labios? ¿Qué captan en él?
• Los que murmuran contra él. (v.2) ¿Por qué lo critican? ¿Qué les puede
molestar de la actuación de Jesús? ¿Qué nos parece su postura?
• La parábola. (v.4-6) ¿Quién es el protagonista de la parábola? ¿La oveja
perdida? ¿El pastor que la busca? ¿Qué título le pondrías al relato?
• La pregunta de Jesús. (v.4) Comienza Jesús su parábola con una pregunta.
¿A quiénes va dirigida? ¿Cómo hubieras contestado tú? ¿Te parece sensato
el comportamiento del pastor, tal como lo presenta Jesús? ¿Por qué actúa
así?
• La actuación del pastor. (v.5-6) Jesús la describe en breves trazos. La
podemos comentar entre todos: ¿cómo busca a la oveja perdida? ¿Qué hace
al encontrarla? ¿Qué siente? ¿Cómo lo celebra al llegar a casa?
• Conclusión de Jesús. (v.7) ¿Te sorprende la alegría de Dios al recuperar al
pecador? ¿Qué sentirían los pecadores que estaban escuchando a Jesús?
¿Qué pueden sentir los fariseos y maestros de la ley? ¿Qué sientes tú ante
la parábola de Jesús? ¿En qué te hace pensar?
Reflexión personal
• ¿Qué actitud se adopta de ordinario entre los cristianos hacia los alejados
de la Iglesia, las parejas que viven en situación irregular, homosexuales —
hombres o mujeres— y otros grupos excluidos de la sociedad...? ¿Tenemos las
actitudes de Jesús o nos parecemos a los fariseos y maestros de la ley?
Señala actitudes positivas o negativas.
• ¿Conocemos en el entorno universitario a personas «alejadas» de la práctica
religiosa y de la moral cristiana que se acercarían a Jesús si alguien les
ayudara a conocer su persona y su mensaje? ¿De qué manera ayudarías para
que estas personas alejadas se acerquen a Jesús?
• ¿Cómo alimentar dentro de nuestro grupo local (CBU) el recuerdo, la
comprensión y el afecto hacia tantas personas a las que solo Dios busca con
amor? ¿Podemos influir el amor de Dios (buscador incansable de las personas
perdidas) en los ambientes donde nos desenvolvemos?
11
»Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas. 12 El
asalariado no es el pastor, y a él no le pertenecen las ovejas. Cuando ve que el
lobo se acerca, abandona las ovejas y huye; entonces el lobo ataca al rebaño
13
y lo dispersa. Y ese hombre huye porque, siendo asalariado, no le importan
las ovejas.
14
»Yo soy el buen pastor; conozco a mis ovejas, y ellas me conocen a mí, 15 así
como el Padre me conoce a mí y yo lo conozco a él, y doy mi vida por las ovejas.
16
Tengo otras ovejas que no son de este redil, y también a ellas debo traerlas.
Así ellas escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño y un solo pastor. 17 Por
eso me ama el Padre: porque entrego mi vida para volver a recibirla. 18 Nadie
me la arrebata, sino que yo la entrego por mi propia voluntad. Tengo autoridad
para entregarla, y tengo también autoridad para volver a recibirla. Este es el
mandamiento que recibí de mi Padre».
19
De nuevo las palabras de Jesús fueron motivo de disensión entre los judíos.
20
Muchos de ellos decían: «Está endemoniado y loco de remate. ¿Para qué
hacerle caso?» 21 Pero otros opinaban: «Estas palabras no son de un
endemoniado. ¿Puede acaso un demonio abrirles los ojos a los ciegos?»
ACERCAMIENTO AL TEXTO
COMENTARIO
VA CON NOSOTROS
El símbolo de Jesús como pastor bueno produce hoy en algunos cristianos
cierto fastidio. No queremos ser tratados como ovejas de un rebaño. No
necesitamos a nadie que gobierne y controle nuestra vida. Queremos ser
respetados. No necesitamos de ningún pastor. No sentían así los primeros
cristianos. La figura de Jesús, buen pastor, se convirtió muy pronto en la
imagen más querida de Jesús. Ya en las catacumbas de Roma se le representa
cargando sobre sus hombros a la oveja perdida. Nadie está pensando en Jesús
como un pastor autoritario, dedicado a vigilar y controlar a sus seguidores,
sino como un pastor bueno que cuida de sus ovejas.
El «pastor bueno» se preocupa de sus ovejas. Es su primer rasgo. No las
abandona nunca. No las olvida. Vive pendiente de ellas. Está siempre atento a
las más débiles o enfermas. No es como el pastor mercenario, que, cuando ve
algún peligro, huye para salvar su vida, abandonando al rebaño: no le importan
las ovejas. Jesús había dejado un recuerdo imborrable. Los relatos
evangélicos lo describen preocupado por los enfermos, los marginados, los
pequeños, los más indefensos y olvidados, los más perdidos. No parece
preocuparse de sí mismo. Siempre se le ve pensando en los demás. Le importan
sobre todo los más desvalidos.
Pero hay algo más. «El pastor bueno da la vida por sus ovejas». Es el segundo
rasgo. Hasta cinco veces repite el evangelio de Juan este lenguaje. El amor
de Jesús a la gente no tiene límites. Ama a los demás más que a sí mismo. Ama
a todos con amor de buen pastor, que no huye ante el peligro, sino que da su
vida por salvar al rebaño.
Por eso, la imagen de Jesús, «pastor bueno», se convirtió muy pronto en un
mensaje de consuelo y confianza para sus seguidores. Los cristianos
aprendieron a dirigirse a Jesús con palabras tomadas del Salmo 22: «El Señor
es mi pastor, nada me falta... aunque camine por cañadas oscuras, nada temo,
porque tú vas conmigo... Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los
días de mi vida». Los cristianos vivimos con frecuencia una relación bastante
pobre con Jesús. Necesitamos conocer una experiencia más viva y entrañable.
No creemos que él cuida de nosotros. Se nos olvida que podemos acudir a él
cuando nos sentimos cansados y sin fuerzas, o perdidos y desorientados.
Una Iglesia formada por cristianos que se relacionan con un Jesús mal
conocido, confesado solo de manera doctrinal, un Jesús lejano cuya voz no se
escucha bien en las comunidades... corre el riesgo de olvidar a su Pastor. Pero,
¿quién cuidará a la Iglesia si no es su Pastor?
EL PASTOR BUENO
La figura del pastor era muy familiar en la tradición de Israel. Moisés, Saúl,
David y otros líderes habían sido pastores. Al pueblo le agradaba imaginar a
Dios como un «pastor» que cuida a su pueblo, lo alimenta y lo defiende. Con el
tiempo, el término «pastor» comenzó a utilizarse para designar también a los
jefes del pueblo. Solo que estos no se parecían siempre a Dios, ni mucho
menos. No sabían cuidar del pueblo y velar por las personas como lo hacía él.
Todos recordaban las duras críticas del profeta Ezequiel a los dirigentes de
su tiempo: «¡Ay de los pastores de Israel, que se apacientan a sí mismos! No
fortalecéis a las ovejas débiles, ni curáis a las enfermas, ni vendáis a las
heridas; no recogéis a las descarriadas, ni buscáis a las perdidas, sino que las
habéis dominado con violencia y dureza». El profeta anunciaba un porvenir
diferente: «Aquí estoy yo, dice el Señor, yo mismo cuidaré de mi rebaño y
velaré por él». Cuando en las primeras comunidades cristianas comenzaron los
conflictos y disensiones, los seguidores de Jesús sintieron la necesidad de
recordar que solo él es Pastor Bueno. Felizmente hubo un escritor que recogió
una bella alegoría para presentarlo como el pastor modelo, capaz de
desenmascarar a todos aquellos que no son como él.
Jesús había actuado solo por amor. Todos recordaban todavía su entrega a
las «ovejas perdidas de Israel»: las más débiles, las más enfermas y heridas,
las más descarriadas. El pastor bueno siempre trata a las ovejas con cuidado
y amor. El pastor que se preocupa de sus propios intereses es un «asalariado».
En realidad «no le importan las ovejas» ni su sufrimiento. Jesús no había
actuado como un jefe dedicado a dirigir, gobernar o controlar. Lo suyo había
sido «dar vida», curar, perdonar. No había hecho sino «entregarse»,
desvivirse, terminar crucificado dando la vida por las ovejas. El que no es
verdadero pastor piensa en sí mismo, «abandona las ovejas», evita los
problemas y «huye». La alegoría del «buen pastor» arroja una luz decisiva:
quien tenga alguna responsabilidad pastoral ha de parecerse a Jesús.
EN LO COTIDIANO
Nuestra vida se decide en lo cotidiano. Por lo general no son los momentos
extraordinarios y excepcionales los que marcan más nuestra existencia. Es
más bien esa vida ordinaria de todos los días, con las mismas tareas y
obligaciones, en contacto con las mismas personas, la que nos va configurando.
En el fondo somos lo que somos en la vida cotidiana. Esa vida no tiene muchas
veces nada de excitante. Está hecha de repetición y rutina. Pero es nuestra
vida. Somos «seres cotidianos». La cotidianidad es un rasgo esencial del ser
humano. Somos, al mismo tiempo, responsables y víctimas de esa vida
aparentemente pequeña de cada día. En esa vida de lo normal y ordinario
podemos crecer como personas y podemos también echarnos a perder. En esa
vida crece nuestra responsabilidad o aumenta nuestra desidia; cuidamos
nuestra dignidad o nos perdemos en la mediocridad; nos inspira y alienta el
amor o actuamos desde la indiferencia; nos dejamos arrastrar por la
superficialidad o arraigamos nuestra vida en lo esencial; se va disolviendo
nuestra fe o se va reafirmando nuestra confianza en Dios.
La vida cotidiana no es algo que hay que soportar para luego vivir no sé qué.
Es en esa vida de cada día donde se decide nuestra calidad humana y cristiana.
Ahí se fortalece la autenticidad de nuestras decisiones; ahí se purifica
nuestro amor a las personas; ahí se configura nuestra manera de pensar y de
creer. El gran teólogo Karl Rahner llega a decir que «para el hombre interior
y espiritual no hay mejor maestro que la vida cotidiana».
Según la teología del cuarto evangelio, los seguidores de Jesús no caminan
por la vida solos y desamparados. Los acompaña y defiende día a día el Buen
Pastor. Ellos son como «ovejas que escuchan su voz y le siguen». Él las conoce
a cada una y les da vida eterna. Es Cristo quien ilumina, orienta y alienta su
vida día a día hasta la vida eterna. En el día a día de la vida cotidiana hemos
de buscar al Resucitado en el amor, no en la letra muerta; en la autenticidad,
no en las apariencias; en la verdad, no en los tópicos; en la creatividad, no en
la pasividad y la inercia; en la luz, no en la oscuridad de las segundas
intenciones; en el silencio interior, no en la agitación superficial.
LA NECESIDAD DE UN GUÍA
Para los primeros creyentes, Jesús no es solo un pastor, sino el verdadero y
auténtico pastor. El único líder capaz de orientar y dar verdadera vida al ser
humano. Esta fe en Jesús como verdadero pastor y guía adquiere una
actualidad nueva en una sociedad masificada como la nuestra, donde las
personas corren el riesgo de perder su propia identidad y quedar aturdidas
ante tantas voces y reclamos. La publicidad y los medios de comunicación
social imponen al individuo no solo la ropa que ha de vestir, la bebida que ha
de tomar o la canción que ha de escuchar. Se nos imponen también los hábitos,
las costumbres, las ideas, los valores, el estilo de vida y la conducta que hemos
de adoptar. Los resultados son palpables. Son muchas las víctimas de esta
«sociedad-araña». Personas que viven «según la moda». Gentes que ya no
actúan por propia iniciativa. Hombres y mujeres que buscan su pequeña
felicidad, esforzándose por tener aquellos objetos, ideas y conductas que se
les dicta desde fuera.
Expuestos a tantas llamadas y reclamos, corremos el riesgo de no escuchar
ya la voz de la propia interioridad. Es triste ver a las personas esforzándose
por vivir un estilo de vida «impuesto» desde fuera, que simboliza para ellos el
bienestar y la verdadera felicidad. Los cristianos creemos que solo Jesús
puede ser guía definitivo del ser humano. Solo desde él podemos aprender a
vivir. Precisamente, el cristiano es aquel que, desde Jesús, va descubriendo
día a día cuál es la manera más humana de vivir. Seguir a Jesús como buen
pastor es interiorizar las actitudes fundamentales que él vivió, y esforzarnos
por vivirlas hoy desde nuestra propia originalidad, prosiguiendo la tarea de
construir el reino de Dios que él comenzó. Pero, mientras la meditación sea
sustituida por la televisión, el silencio interior por el ruido y el seguimiento a
la propia conciencia por la sumisión ciega a la moda, será difícil que
escuchemos la voz del Buen Pastor, que nos puede ayudar a vivir en medio de
esta «sociedad de consumo» que consume a sus consumidores.
Reflexión personal
¿Cómo es tu relación con el pastor de tu iglesia? ¿sientes que sigue el
modelo del buen pastor? ¿sientes que sigue el modelo del asalariado?
¿la pastoral solo puede ser realizada por el “pastor” de la iglesia? ¿Es
posible la pastoral entre miembros de la iglesia? ¿Qué cualidades
deben tener los creyentes para realizar una pastoral mutua?
ENCUENTRO 3
¿ME AMAS?
1
Después de esto Jesús se apareció de nuevo a sus discípulos, junto al lago de
Tiberíades.[a] Sucedió de esta manera: 2 Estaban juntos Simón Pedro, Tomás
(al que apodaban el Gemelo[b]), Natanael, el de Caná de Galilea, los hijos de
Zebedeo, y otros dos discípulos.
3
―Me voy a pescar —dijo Simón Pedro.
―Nos vamos contigo —contestaron ellos.
Salieron, pues, de allí y se embarcaron, pero esa noche no pescaron nada.
4
Al despuntar el alba Jesús se hizo presente en la orilla, pero los discípulos
no se dieron cuenta de que era él.
5
―Muchachos, ¿no tienen algo de comer? —les preguntó Jesús.
―No —respondieron ellos.
6
―Tiren la red a la derecha de la barca, y pescarán algo.
Así lo hicieron, y era tal la cantidad de pescados que ya no podían sacar la
red.
7
―¡Es el Señor! —dijo a Pedro el discípulo a quien Jesús amaba.
Tan pronto como Simón Pedro le oyó decir: «Es el Señor», se puso la ropa,
pues estaba semidesnudo, y se tiró al agua. 8 Los otros discípulos lo siguieron
en la barca, arrastrando la red llena de pescados, pues estaban a escasos cien
metros[c] de la orilla. 9 Al desembarcar, vieron unas brasas con un pescado
encima, y un pan.
10
―Traigan algunos de los pescados que acaban de sacar —les dijo Jesús.
11
Simón Pedro subió a bordo y arrastró hasta la orilla la red, la cual estaba
llena de pescados de buen tamaño. Eran ciento cincuenta y tres, pero a pesar
de ser tantos la red no se rompió.
12
―Vengan a desayunar —les dijo Jesús.
Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: «¿Quién eres tú?», porque
sabían que era el Señor. 13 Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio a ellos, e
hizo lo mismo con el pescado. 14 Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció
a sus discípulos después de haber resucitado.
15
Cuando terminaron de desayunar, Jesús le preguntó a Simón Pedro:
―Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?
―Sí, Señor, tú sabes que te quiero —contestó Pedro.
―Apacienta mis corderos —le dijo Jesús.
16
Y volvió a preguntarle:
―Simón, hijo de Juan, ¿me amas?
―Sí, Señor, tú sabes que te quiero.
―Cuida de mis ovejas.
17
Por tercera vez Jesús le preguntó:
―Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?
A Pedro le dolió que por tercera vez Jesús le hubiera preguntado: «¿Me
quieres?» Así que le dijo:
―Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero.
―Apacienta mis ovejas —le dijo Jesús—. 18 De veras te aseguro que cuando
eras más joven te vestías tú mismo e ibas adonde querías; pero, cuando seas
viejo, extenderás las manos y otro te vestirá y te llevará adonde no quieras
ir. 19 Esto dijo Jesús para dar a entender la clase de muerte con que Pedro
glorificaría a Dios. Después de eso añadió:
― ¡Sígueme!
ACERCAMIENTO AL TEXTO
Introducción: acontecimiento y lugar (v.1)
¿Cuándo sucede esta escena? ¿en qué lugar sucede? ¿qué importancia tienen
estos datos?
¿Quién toma la iniciativa para salir a pescar? ¿Porque lo hace? ¿Cómo lo hace?
¿Quiénes más participan? ¿Qué resultados tuvieron? ¿cómo se sentían?
¿Por qué razón Jesús se dirige a Pedro y no a los demás discípulos? ¿Qué
notas de diferentes en las tres preguntas? ¿Notas algo de diferente en las
respuestas de Pedro? ¿que comienza a sentir? ¿Qué tiene que ver el amor con
el cuidado de las ovejas? Jesús no le pregunta: ¿te sientes con fuerza?
¿Conoces bien mi doctrina? ¿te ves capacitado para gobernar a los míos? Sino
le pregunta ¿me amas? ¿por qué?
¿Qué le quiere mostrar Jesús con estas palabras a Pedro? ¿hasta qué punto
uno debe ser imitador de su Señor? ¿Que implica seguir a Jesús?
COMENTARIO
¿ME AMAS?
Esta pregunta que el Resucitado dirige a Pedro nos recuerda a todos los que
nos decimos creyentes que la vitalidad de la fe no es un asunto de comprensión
intelectual, sino de amor a Jesucristo. Es el amor lo que permite a Pedro
entrar en una relación viva con Cristo resucitado y lo que nos puede introducir
también a nosotros en el misterio cristiano. El que no ama apenas puede
«entender» algo acerca de la fe cristiana. No hemos de olvidar que el amor
brota en nosotros cuando comenzamos a abrirnos a otra persona en una
actitud de confianza y entrega que va siempre más allá de razones, pruebas
y demostraciones. De alguna manera, amar es siempre «aventurarse» en el
otro. Así sucede también en la fe cristiana. Yo tengo razones que me invitan
a creer en Jesucristo. Pero, si le amo, no es en último término por los datos
que me facilitan los investigadores ni por las explicaciones que me ofrecen
los teólogos, sino porque él despierta en mí una confianza radical en su
persona. Pero hay algo más. Cuando queremos realmente a una persona
concreta, pensamos en ella, la buscamos, la escuchamos, nos sentimos cerca.
De alguna manera, toda nuestra vida queda tocada y transformada por ella,
por su vida y su misterio.
La fe cristiana es «una experiencia de amor». Por eso, creer en Jesucristo es
mucho más que «aceptar verdades» acerca de él. Creemos realmente cuando
experimentamos que él se va convirtiendo en el centro de nuestro pensar,
nuestro querer y todo nuestro vivir. Un teólogo tan poco sospechoso de
frivolidades como Karl Rahner no duda en afirmar que solo podemos creer en
Jesucristo «en el supuesto de que queramos amarle y tengamos valor para
abrazarle». Este amor a Jesús no reprime ni destruye nuestro amor a las
personas. Al contrario, es justamente el que puede darle su verdadera
hondura, liberándolo de la mediocridad y la mentira. Cuando se vive en
comunión con Cristo es más fácil descubrir que eso que llamamos «amor» no
es muchas veces sino el «egoísmo sensato y calculador» de quien sabe
comportarse hábilmente, sin arriesgarse nunca a amar con generosidad total.
La experiencia del amor a Cristo puede darnos fuerzas para amar incluso sin
esperar siempre alguna ganancia o para renunciar –al menos alguna vez– a
pequeñas ventajas para servir mejor a quien nos necesita. Tal vez algo
realmente nuevo se produciría en nuestras vidas si fuéramos capaces de
escuchar con sinceridad la pregunta del Resucitado: «Tú, ¿me amas?».
CUALQUIERA NO SIRVE
Después de comer con los suyos a la orilla del lago, Jesús inicia una
conversación con Pedro. El diálogo ha sido trabajado cuidadosamente, pues
tiene como objetivo recordar algo de gran importancia para la comunidad
cristiana: entre los seguidores de Jesús, solo está capacitado para ser guía y
pastor quien se distingue por su amor a él. No ha habido ocasión en que Pedro
no haya manifestado su adhesión absoluta a Jesús por encima de los demás.
Sin embargo, en el momento de la verdad es el primero en negarlo. ¿Qué hay
de verdad en su adhesión? ¿Puede ser guía y pastor de los seguidores de
Jesús? Antes de confiarle su «rebaño», Jesús le hace la pregunta
fundamental: «¿Me amas más que estos?». No le pregunta: «¿Te sientes con
fuerzas? ¿Conoces bien mi doctrina? ¿Te ves capacitado para gobernar a los
míos?». No. Es el amor a Jesús lo que capacita para animar, orientar y
alimentar a sus seguidores, como lo hacía él. Pedro le responde con humildad
y sin compararse con nadie: «Tú sabes que te quiero». Pero Jesús le repite
dos veces más su pregunta, de manera cada vez más incisiva: «¿Me amas? ¿Me
quieres de verdad?». La inseguridad de Pedro va creciendo. Cada vez se
atreve menos a proclamar su adhesión. Al final se llena de tristeza. Ya no sabe
qué responder: «Tú lo sabes todo».
A medida que Pedro va tomando conciencia de la importancia del amor, Jesús
le va confiando su rebaño para que cuide, alimente y comunique vida a sus
seguidores, empezando por los más pequeños y necesitados: los «corderos».
Con frecuencia se relaciona a jerarcas y pastores solo con la capacidad de
gobernar con autoridad o de predicar con garantía la verdad. Sin embargo,
hay adhesiones a Cristo, firmes, seguras y absolutas, que, vacías de amor, no
capacitan para cuidar y guiar a los seguidores de Jesús.
Pocos factores son más decisivos para la conversión de la Iglesia que la
conversión de los jerarcas, obispos, sacerdotes y dirigentes religiosos al amor
a Jesús. Somos nosotros los primeros que hemos de escuchar su pregunta:
«Me amas más que estos? ¿Amas a mis corderos y a mis ovejas?».
Reflexión personal
¿tienes tú la iniciativa para empezar esta labor? ¿O esperas que otros
lo hagan primero para seguirlos? ¿estas reconociendo a Cristo en
medio de tu labor pastoral?
Cuando oigo la pregunta que Jesús que le hizo a Pedro, ¿Qué siento?
¿en que pienso? ¿Amo en verdad a Jesús?
Mi amor a Dios, ¿me lleva a tratar mejor a los demás? ¿A cuidar sus
vidas? ¿la experiencia de amar a Jesús puede darnos fuerza para amar
incluso sin esperar siempre alguna ganancia o para renunciar a pequeñas
ventajas para servir mejor a quien nos necesite?
Compromiso con el reino de Dios
Esto trae a mi memoria una frase que escuché a un pastor amigo hace muchos
años “El ministerio cristiano se tiene que llevar a cabo con cariño”. Yo era
joven entonces, y a lo largo de los años he comprobado la tremenda verdad
encerrada en esta frase. Los mejores obreros y obreras cristianos que he
conocido, igual que los mejores pastores que he conocido son gente que quiere
a su iglesia. En las iglesias vivientes en las cuales he participado o que he
podido observar en diferentes países, la gente quiere a los pastores o
pastoras. Una dimensión importante del ministerio cristiano y de la misión de
la Iglesia es esta dimensión afectiva cuya importancia se suele pasar por alto.
Me parece importante hacer memoria. Por supuesto que el ministerio demanda
arraigo en la Palabra, conocimiento teológico, consagración a Dios, disciplina
personal, dedicación verdadera; pero también demanda cariño.
En esa forma de querer hay un modelo cristológico, porque fue el estilo que
el propio Jesús encarnó durante su ministerio en la tierra. Me conmueve leer
en el Evangelio de Juan esta afirmación: “Estaba cerca la fiesta de la Pascua.
Jesús sabía que le había llegado la hora de abandonar este mundo para volver
al Padre. Y habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta
el fin.” (Jn 13:1). A un latinoamericano le encanta esta dimensión de la obra
de Cristo porque el sentimiento del afecto es central en nuestra cultura. Es
un aspecto del estilo misionero de Cristo que el evangelista Juan destaca y
que mi cultura me permite apreciar mejor.
Se trata de una actitud, un sentir que sin embargo lleva a actuar. Y lo que
destaca en el pasaje que hemos considerado son las acciones intencionales con
las cuales se cultiva ese afecto mutuo. Pablo espera que esta actitud sea la
que caracteriza las relaciones de los creyentes de Filipos entre sí. Les ofrece
como paradigma, como modelo, a Cristo, pero también les da muestras
prácticas de su propia preocupación y cariño por los filipenses y por
Epafrodito. Es un estilo de ministerio realizado por un hombre que en
determinados momentos podía parecer rudo o duro en su enseñanza y en su
sentido de disciplina, pero que evidentemente hacía las cosas con cariño.
Pidamos al Señor y hagamos de nuestra parte para que en nuestro ministerio
de este siglo veintiuno, no se pierda esta dimensión: que su Espíritu haga
brotar en nosotros, obreros y estudiantes, este sentir y este pensar. La vida
en comunidad de nuestros movimientos y nuestras iglesias debe ser cultivada
por grandes y pequeñas acciones intencionales.
El afecto modelado por el ejemplo de Jesús tiene que alcanzar también a los
que aún están fuera, y traducirse en una actitud de bienvenida y de apertura
que de ninguna manera contradice el espíritu de comunidad unida
afectivamente. En el caso de las iglesias numerosas hay el peligro de llegar a
un cierto grado de impersonalidad donde el afecto no cuenta. Ese es otro
peligro. En esta Asamblea hemos visto el valor de los grupos pequeños para la
reflexión y la aplicación de la enseñanza. Nuestros movimientos estudiantiles
han recuperado esta práctica. Cuando estudiamos la historia de la iglesia
comprobamos que en tiempos de renovación se ha dado una complementación
creativa entre la multitud y la pequeña comunidad. Hoy en día los grupos
hogareños, los llamados oikos o células pueden ser el nivel de vida de la iglesia
en el cual se experimenta el cariño mutuo. En todo caso el modelo de Pablo y
los filipenses apunta a una dimensión de vida y misión de la cual no debemos
olvidarnos: la infraestructura afectiva del ministerio. Pidamos al Señor que
al regresar de esta Asamblea nuestra práctica de servicio y ministerio tenga
también esta marca la infraestructura afectiva del ministerio.
1
Ralph R. Martin, Phillipians TNCBC, Marshall Morgan and Scott, 1976; p.
66.
José Antonio Pagola
Ternura
La ternura es sin duda la huella más clara de Dios en la creación; lo mejor que
ha desarrollado la historia humana; lo que mide el grado de humanidad y
comprensión de una persona. Esta ternura se opone a dos actitudes muy
difundidas en nuestra cultura: la «dureza de corazón» entendida como
barrera, como muro, como apatía e indiferencia ante el otro; el «repliegue
sobre uno mismo», el egocentrismo, la soberbia, la ausencia de solicitud y
cuidado del otro.
El mundo se encuentra ante una grave alternativa entre una cultura de la
ternura y, por tanto, del amor y de la vida, o una cultura del egoísmo, y por
tanto, de la indiferencia, la violencia y la muerte. Quienes creen en la Trinidad
saben qué han de promover.
LA FIESTA DE DIOS
Jesús se sentía «hijo querido» de Dios. Siempre que se comunica con él, lo
llama Padre. No le sale otra palabra. Para él, Dios no es el «Santo» del que
hablan todos, sino el «Compasivo». No habita en el Templo acogiendo sólo a
los de corazón limpio y manos inocentes. Jesús lo ve llenando la creación
entera, sin excluir a nadie de su amor compasivo. Cada mañana disfruta porque
Dios hace salir su sol sobre buenos y malos.
Ese Padre tiene un gran proyecto en su corazón: hacer de la tierra una casa
habitable. Jesús no duda. Dios no descansará hasta ver a sus hijos e hijas
disfrutando juntos de una fiesta final. Nadie lo podrá impedir: ni la crueldad
de la muerte ni la injusticia de los hombres. Como nadie puede impedir que
llegue la primavera y lo llene todo de vida.
Jesús vive lleno de Dios, y movido por su Espíritu, sólo se dedica a una cosa:
hacer un mundo más humano para todos. Todos han de conocer la Buena
Noticia, sobre todo los que menos se lo esperan: los pecadores y los
despreciados. Dios no da a nadie por perdido. A todos busca, a todos llama.
No vive controlando a sus hijos, sino abriendo a cada uno caminos hacia una
vida más humana. Quien escucha hasta el fondo su propio corazón, le está
escuchando a él.
Ese Espíritu le empuja a Jesús hacia los que más sufren. Es normal, pues ve
grabados en el corazón de Dios los nombres de los más solos y desgraciados.
Los que para nosotros no son nadie, ésos son precisamente los predilectos de
Dios. Jesús sabía que a ese Dios no le entienden los grandes sino los pequeños.
Su amor lo descubren quienes le buscan porque no tienen a nadie que enjugue
sus lágrimas.
La mejor manera de creer en el Dios trinitario no es tratar de entender las
explicaciones de los teólogos, sino seguir los pasos de Jesús que vivió como
Hijo querido de un Dios Padre y que, movido por su Espíritu, se dedicó a hacer
un mundo más amable para todos. Es bueno recordarlo hoy que celebramos la
fiesta de Dios.
POA 2018