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La parte positiva de las emociones

negativas

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“Cuida tus propias emociones y nunca las subestimes” -Robert Henri.

Hoy en día está de moda sentir de forma positiva, pensar de forma positiva y vivir la vida de

forma positiva. Sin duda está bien fomentar esta perspectiva, sobre todo para equilibrar la

balanza si llevamos tiempo viéndolo todo negro. Sin embargo, a veces se malinterpreta la

Psicología Positiva y se abusa de ella con cierta insensatez.

No podemos despreciar las emociones negativas. Cuando las inhibimos de forma constante,

se pueden llegar a crear graves problemas de gestión emocional. En este sentido, hay que tener

especial cuidado con los niños, que deben aprender que sus emociones son normales y pueden

expresarlas libremente cuando se ajustan adecuadamente a las circunstancias.

¿Alguien se imagina, por ejemplo, cómo sería el tráfico si no tuviéramos ningún miedo a los

accidentes? ¿O qué sería de esta sociedad si no existieran la culpa o la vergüenza? ¿Os gustaría

que vuestro hijo no se enfadara cuando otro niño le pegase en el colegio? ¿No tiene derecho

una persona a sentirse triste cuando le faltan sus seres queridos?

Mientras estas emociones se manifiesten de forma coherente con las situaciones que las

motivan, dentro de un intervalo de intensidad manejable y durante un tiempo razonable, nos


estarán diciendo cosas importantes que haríamos bien en escuchar. Veamos algunas de las

emociones que más suelen evitarse y analicemos el beneficio que nos reportan cuando se

sienten de forma saludable.

Tal vez el valor adaptativo del miedo sea el más obvio: nos mantiene alejados de los peligros.

Las conductas asociadas al miedo son la paralización, la huida o el ataque. Al paralizarnos

podemos focalizar la atención en la amenaza y centrar todos nuestros recursos en evaluar la

situación. Si el miedo es excesivo, podríamos quedarnos clavados y no llegar a huir, aunque a

veces permanecer quietos será precisamente lo que nos salve (muchos animales “se hacen el

muerto”).

El problema del miedo viene cuando se generaliza hacia objetos y situaciones que no son

objetivamente peligrosos, como ocurre en las fobias, entonces deja de ser funcional; o cuando

se dirige al futuro de forma persistente, hacia nada en concreto o todo al mismo tiempo,

transformándose en ansiedad.

La culpa, sentida de forma saludable, aparece cuando actuamos en contra de nuestros valores

personales. Nos sirve para recordarnos de qué manera debemos actuar la próxima vez, para

estar satisfechos con nosotros mismos. Por ejemplo, si entre nuestros valores está el ser un buen

amigo, nos sentiremos culpables si no estamos disponibles cuando nuestros amigos nos

necesitan.

Este sentimiento hará que la próxima vez nos esforcemos más en cultivar nuestras amistades.

Sin embargo, la culpa no es apropiada cuando la sentimos ante situaciones cuyas causas no

dependen de nosotros, como ocurre en los casos de abusos y malos tratos. Además, al ser una

emoción de autoevaluación negativa, si actúa de manera improductiva y persistente puede

precipitar o mantener una depresión.

En un artículo próximo hablaremos del valor de la tristeza, de la vergüenza y de la ira, y de cómo

saber cuándo estos sentimientos son positivos y cuándo están descontrolados y necesitan ser

regulados.

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