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Lectura de distintos textos teatrales

Autores: Fernando Lázaro y Fernando SantanaResponsable


disciplinar: Pamela ArchancoÁrea
disciplinar: LenguaTemática: Teatro. Características del texto
teatral. Historia del teatro. Diferentes corrientes
teatralesNivel: Secundario, ciclo básico y ciclo orientadoSecuencia
didáctica elaborada por Educ.ar

Propósitos generales

 Promover el uso de los equipos portátiles en el proceso de enseñanza y


aprendizaje.
 Promover el trabajo en red y colaborativo, la discusión y el intercambio entre pares,
la realización en conjunto de la propuesta, la autonomía de los alumnos y el rol del
docente como orientador y facilitador del trabajo.
 Estimular la búsqueda y la selección crítica de la información proveniente de
diferentes soportes, la evaluación y validación, el procesamiento, la jerarquización,
la crítica y la interpretación.

Introducción a las actividades

Lectura de fragmentos de obras de teatro correspondientes a épocas distintas. A partir de la lectura


se caracterizarán las particularidades de este tipo de texto, así como los cambios que este género
fue experimentando con el correr del tiempo.

Objetivo de las actividades

Que los alumnos:

 Lean textos teatrales.

 Aborden las particularidades del texto teatral.

 Reflexionen sobre la función social del teatro en diferentes momentos de la historia.

Objetivos pedagógicos

Actividad 1:

Pensar en los orígenes del teatro implica remontarnos a la Grecia Clásica, alrededor del siglo V a.
C. El teatro surgió como forma de adoración a un dios menor, un dios no olímpico: Dioniso, dios
del vino y de los excesos. De allí que las primeras expresiones teatrales tuvieran que ver con bailes
rituales, como formas de culto a este dios. De a poco se incorporarán los relatos y la palabra irá
adquiriendo una mayor centralidad respecto a lo corporal, dando lugar así a las primeras formas
teatrales: la tragedia y la comedia griega.

Antes de comenzar con la lectura, háganles a sus alumnos las siguientes preguntas:

 ¿Qué sabén de la época clásica griega y de su manera de entender el mundo y la sociedad?

 ¿Cómo imaginan que pueden haber sido las primeras manifestaciones teatrales? ¿Por qué?

Ahora lean los siguientes fragmentos de obras teatrales correspondientes a este período y entre
todos respondan:

 ¿Quiénes son los personajes principales? ¿Cuáles son las características de estos?

 ¿Qué rasgos aparecen como distintivos en estas escenas? ¿Por qué creen que son esos los
principales aspectos que se destacan?

 Si hubiera que decir cuál sería la función del teatro en esta época, ¿cuál dirían que es? ¿En
qué se basaría la respuesta?

TEXTO n.º 1: Edipo rey, de Sófocles (fragmento)

TEXTO n.º 2: Lisístrata, de Aristófanes (fragmento)

TEXTO n.º 3: Medea, de Eurípides (fragmento)

Actividad 2:

Junto con sus alumnos, lean los siguientes fragmentos que corresponden a obras teatrales de
diferentes épocas: Edad Media y Renacimiento.

TEXTO n.º 4: Fuenteovejuna, de Félix Lope de Vega (fragmento)

TEXTO n.º 5: La vida es sueño, de Calderón de la Barca (fragmento)

Luego de la lectura, pídanles a sus alumnos que respondan:

 ¿Quiénes son los personajes principales? ¿Cómo los describirían, no solo físicamente sino
también respecto de sus modos de hablar y de las acciones que realizan?

 ¿Qué características encuentran en estos fragmentos?

 ¿Qué continuidades y qué diferencias encuentran en relación con los fragmentos de teatro
vistos en la actividad anterior? Fundamentar la respuesta.

 ¿Cuál era la finalidad del teatro en esta época? ¿Es la misma señalada en la actividad
anterior? ¿Por qué?

Actividad 3:
La propuesta ahora es que lean los siguientes fragmentos, correspondientes a producciones teatrales
realizadas durante el siglo XX:

TEXTO n.º 6: Los siameses, de Griselda Gambaro (fragmento)

TEXTO n.º 7: Las sirvientas, de Jean Genet (fragmento)

Luego, pídanles a sus alumnos que respondan:

 ¿Cuáles son las diferencias más notorias respecto a períodos anteriores?

 ¿Qué temas tratan?

 ¿Cómo son representados los personajes?

 ¿Es posible encontrar rasgos comunes en estas escenas? ¿Cuáles serían? ¿Por qué?

Actividad 4:

Reflexionen con los estudiantes sobre las modificaciones que presenta el teatro como género desde
sus inicios hasta la actualidad. Luego, respondan entre todos:

 ¿Cuál es la función del teatro a lo largo de la historia? Al responder, tener en cuenta las
respuestas dadas en actividades anteriores.

 ¿Cuáles son las modificaciones más notorias desde los primeros fragmentos de lectura
propuestos a los últimos? ¿A qué creen que se deben esas diferencias? ¿Hay alguna relación
entre esos cambios y la función social que se le asigna al teatro?

 ¿Qué función cumple el teatro en la actualidad?

Enlaces de interés y utilidad para el trabajo

Sófocles, biografía

Aristófanes, biografía

Eurípides, biografía

Félix Lope de Vega, biografía

Pedro Calderón de la Barca, biografía

Griselda Gambaro, biografía

Jean Genet, biografía

Bibliografía / Webgrafía recomendada

Brecht, Bertolt. Escritos sobre teatro. Nueva Visión. Buenos Aires, 1970.
Giella, Miguel Ángel. Teatro Abierto 1981. Teatro Argentino Bajo Vigilancia. Vol. I. Corregidor. Buenos
Aires, 1991.

Giella, Miguel Ángel. “Dramaturgia y sociedad en Teatro Abierto 1981”. En Teatro del Pueblo,
Fundación Somi. Buenos Aires, 1999.

Ryngaert, Jean Pierre. Introducción al análisis teatral. Artes del Sur. Buenos Aires, 2004.
Villagra, Irene. Tesis de Licenciatura en Historia. Teatro Abierto y Teatro X la Identidad, la historia en
el teatro y el teatro en la historia. UBA, 2006.

Teatro del Pueblo

Texto 1

Edipo rey, de Sófocles (fragmento)

(Delante del palacio de Edipo, en Tebas. Un grupo de ancianos y de jóvenes está sentado en
las gradas del altar, en actitud suplicante, portando ramas de olivo. El Sacerdote de Zeus se
adelanta solo hacia el palacio. Edipo sale seguido de dos ayudantes y contempla al grupo en
silencio. Después les dirige la palabra.)

EDIPO. –¡Oh hijos, descendencia nueva del antiguo Cadmo ¿Por qué están en actitud sedente
ante mí, coronados con ramos de suplicantes? La ciudad está llena de incienso, a la vez que de
cantos, de súplicas y de gemidos, y yo, porque considero justo no enterarme por otros
mensajeros, he venido en persona, yo, el llamado Edipo, famoso entre todos. Así que, oh
anciano, ya que eres por tu condición a quien corresponde hablar, dime en nombre de todos:
¿cuál es la causa de que estén así ante mí? ¿El temor o el ruego? Piensa que yo querría ayudarlos
en todo. Sería insensible si no me compadeciera ante semejante actitud.

SACERDOTE. –¡Oh Edipo, que reinas en mi país! Ves de qué edad somos los que nos sentamos
cerca de tus altares: unos, sin fuerzas aún para volar lejos; otros, torpes por la vejez, somos
Sacerdotes -yo lo soy de Zeus-, y otros, escogidos entre los aún jóvenes. El resto del pueblo con
sus ramos permanece sentado en las plazas en actitud de súplica, junto a los dos templos de
Palas y junto a la ceniza profética de Ismeno.La ciudad, como tú mismo puedes ver, está ya
demasiado agitada y no es capaz todavía de levantar la cabeza de las profundidades por la
sangrienta sacudida. Se debilita en las plantas fructíferas de la tierra, en los rebaños de bueyes
que pacen y en los partos infecundos de las mujeres. Además, la divinidad que produce la peste,
precipitándose, aflige la ciudad. ¡Odiosa epidemia, bajo cuyos efectos está despoblada la
morada Cadmea, mientras el negro Hades se enriquece entre suspiros y lamentos! Ni yo ni estos
jóvenes estamos sentados como suplicantes por considerarte igual a los dioses, pero sí el primero
de los hombres en los sucesos de la vida y en las intervenciones de los dioses. Tú que, al llegar,
liberaste la ciudad Cadmea del tributo que ofrecíamos a la cruel cantora y, además, sin haber
visto nada más ni haber sido informado por nosotros, sino con la ayuda de un dios, se dice y se
cree que enderezaste nuestra vida.Pero ahora, ¡oh Edipo, el más sabio entre todos!, te
imploramos todos los que estamos aquí como suplicantes que nos consigas alguna ayuda, bien
sea tras oír el mensaje de algún dios, o bien lo conozcas de un mortal. Pues veo que son efectivos,
sobre todo, los hechos llevados a cabo por los consejos de los que tienen experiencia. ¡Ea, oh el
mejor de los mortales!, endereza la ciudad. ¡Ea!, apresta tu guardia, porque esta tierra ahora te
celebra como su salvador por el favor de antaño. Que de ninguna manera recordemos de tu
reinado que vivimos, primero, en la prosperidad, pero caímos después; antes bien, levanta con
firmeza la ciudad. Con favorable augurio, nos procuraste entonces la fortuna. Senos también
igual en esta ocasión. Pues, si vas a gobernar esta tierra, como lo haces, es mejor reinar con
hombres en ella que vacía, que nada es una fortaleza ni una nave privada de hombres que las
pueblen.

EDIPO. –¡Oh hijos dignos de lástima! Vienen a hablarme porque anhelan algo conocido y no
ignorado por mí. Sé bien que todos están sufriendo y, al sufrir, no hay ninguno de ustedes que
padezca tanto como yo. En efecto, el dolor de ustedes llega sólo a cada uno en sí mismo y a
ningún otro, mientras que mi ánimo se duele, al tiempo, por la ciudad y por mí y por ti. De
modo que no me despiertan de un sueño en el que estuviera sumido, sino que estén seguros de
que muchas lágrimas he derramado yo y muchos caminos he recorrido en el curso de mis
pensamientos. El único remedio que he encontrado, después de reflexionar a fondo, es el que he
tomado: envié a Creonte, hijo de Meneceo, mi propio cuñado, a la morada Pítica de Febo, a fin
de que se enterara de lo que tengo que hacer o decir para proteger esta ciudad. Y ya hoy mismo,
si lo calculo en comparación con el tiempo pasado, me inquieta qué estará haciendo, pues, contra
lo que es razonable, lleva ausente más tiempo del fijado. Sería yo malvado si, cuando llegue, no
cumplo todo cuanto el dios manifieste.

SACERDOTE. –Con oportunidad has hablado. Precisamente éstos me están indicando por
señas que Creonte se acerca.

EDIPO. –¡Oh soberano Apolo! ¡Ojalá viniera con suerte liberadora, del mismo modo que viene
con rostro radiante!

SACERDOTE. –Por lo que se puede adivinar, viene complacido. En otro caso no vendría así,
con la cabeza coronada de frondosas ramas de laurel.
EDIPO. –Pronto lo sabremos, pues ya está lo suficientemente cerca para que nos escuche. ¡Oh
príncipe, mi pariente, hijo de Meneceo! ¿Con qué respuesta del oráculo nos llegas?(Entra
Creonte en escena.)

CREONTE. –Con una buena. Afirmo que incluso las aflicciones, si llegan felizmente a término,
todas pueden resultar bien.

EDIPO. –¿Cuál es la respuesta? Por lo que acabas de decir, no estoy ni tranquilo ni tampoco
preocupado.

CREONTE. –Si deseas oírlo estando éstos aquí cerca, estoy dispuesto a hablar y también, si lo
deseas, a ir dentro.

EDIPO. –Habla ante todos, ya que por ellos sufro una aflicción mayor, incluso, que por mi
propia vida.

CREONTE. –Diré las palabras que escuché de parte del dios. El soberano Febo nos ordenó,
claramente, arrojar de la región una mancilla que existe en esta tierra y no mantenerla para que
llegue a ser irremediable.

EDIPO. –¿Con qué expiación? ¿Cuál es la naturaleza de la desgracia?

CREONTE. –Con el destierro o liberando un antiguo asesinato con otro, puesto que esta sangre
es la que está sacudiendo la ciudad.

EDIPO. –¿De qué hombre denuncia tal desdicha?

CREONTE. –Teníamos nosotros, señor, en otro tiempo a Layo como soberano de esta tierra,
antes de que tú rigieras rectamente esta ciudad.

EDIPO. –Lo sé por haberlo oído, pero nunca lo vi.

CREONTE. –Él murió y ahora el dios nos prescribe claramente que tomemos venganza de los
culpables con violencia.

EDIPO. –¿En qué país pueden estar? ¿Dónde podrá encontrarse la huella de una antigua culpa,
difícil de investigar?

CREONTE. –Afirmó que en esta tierra. Lo que es buscado puede ser cogido, pero se escapa lo
que pasamos por alto.

EDIPO. –¿Se encontró Layo con esta muerte en casa, o en el campo, o en algún otro país?
CREONTE. –Tras haber marchado, según dijo, a consultar al oráculo, y una vez fuera, ya no
volvió más a casa.

EDIPO. –¿Y ningún mensajero ni compañero de viaje lo vio, de quien, informándose, pudiera
sacarse alguna ventaja?

CREONTE. –Murieron, excepto uno, que huyó despavorido y solo una cosa pudo decir con
seguridad de lo que vio.

EDIPO. - ¿Cuál? Porque una sola podría proporcionarnos el conocimiento de muchas, si


consiguiéramos un pequeño principio de esperanza.

CREONTE. –Decía que unos ladrones con los que se tropezaron le dieron muerte, no con el
rigor de una sola mano, sino de muchas.

EDIPO. –¿Cómo habría llegado el ladrón a semejante audacia, si no se hubiera proyectado


desde aquí con dinero?

CREONTE. –Eso era lo que se creía. Pero, después que murió Layo, nadie surgía como su
vengador en medio de las desgracias.

EDIPO. –¿Qué tipo de desgracia se presentó que impedía, caída así la soberanía, averiguarlo?

CREONTE. –La Esfinge, de enigmáticos cantos, nos determinaba a atender a lo que nos estaba
saliendo al paso, dejando de lado lo que no teníamos a la vista.

EDIPO. –Yo lo volveré a sacar a la luz desde el principio, ya que Febo, merecidamente, y tú, de
manera digna, pusieron tal solicitud en favor del muerto; de manera que verán también en mí,
con razón, a un aliado para vengar a esta tierra al mismo tiempo que al dios. Pues no para
defensa de lejanos amigos sino de mí mismo alejaré yo en persona esta mancha. El que fuera el
asesino de aquél tal vez también de mí podría querer vengarse con violencia semejante. Así,
pues, auxiliando a aquél me ayudo a mí mismo.Ustedes, hijos, levántense de las gradas lo más
pronto que puedan y recojan estos ramos de suplicantes. Que otro congregue aquí al pueblo de
Cadmo sabiendo que yo voy a disponerlo todo. Y con la ayuda de la divinidad apareceré
triunfante o fracasado.(Entran Edipo y Creonte en el palacio.)

SACERDOTE. –Hijos, levantémonos. Pues con vistas a lo que él nos promete hemos venido
aquí. ¡Ojalá que Febo, el que ha enviado estos oráculos, llegue como salvador y ponga fin a la
epidemia!(Salen de la escena y, seguidamente, entra en ella el Coro de ancianos tebanos.)

CORO.Estrofa 1.a¡Oh dulce oráculo de Zeus! ¿Con qué espíritu has llegado desde Pito, la rica en
oro, a la ilustre Tebas? Mi ánimo está tenso por el miedo, temblando de espanto, ¡oh dios, a
quien se le dirigen agudos gritos, Delios, sanador! Por ti estoy lleno de temor. ¿Qué obligación
de nuevo me vas a imponer, bien inmediatamente o después del transcurrir de los años? Dímelo,
¡oh hija de la áurea Esperanza, palabra inmortal!

Texto 2

Lisístrata de Aristófanes (fragmento)


LISÍSTRATA. ¿Pero no tenían que estar aquí ya las mujeres?CLEONICE. No solo eso, por Zeus,
sino que hace ya rato que tenían que haber llegado volando.LISÍSTRATA. Pero mujer, ya verás
cómo resultan ser muy del Ática: hacen todo después de la hora. La cosa es que ni siquiera ha
venido ninguna mujer de los costeños ni de Salamina.CLEONICE. Pues por lo menos estas
últimas, yo sé que al amanecer han separado las piernas para montar sobre... los
barcos.LISÍSTRATA. Ni siquiera las que yo esperaba y calculaba que estarían aquí las primeras,
las de los Acarnienses, ni esas han venido.CLEONICE. Por lo menos, la mujer de Teógenes, para
venir aquí, empinó... (Hace ademán de beber)... la vela. Pero aquí están, ya se acercan
algunas. LISÍSTRATA. También llegan estas otras.(Entran Mírrina y otras
mujeres.)CLEONICE. Uf, uf, ¿de dónde son?LISÍSTRATA. De Anagirunte.CLEONICE. Sí, por
Zeus, por lo menos el maloliente “anágiro” me parece que se ha removido.MÍRRINA. ¿Llegamos
tarde, Lisístrata? ¿Qué dices? ¿Por qué te callas?LISÍSTRATA. No te elogio, Mírrina, por haber
llegado ahora siendo el asunto tan importante.MÍRRINA. Es que me costó trabajo encontrar el
cinturón en la oscuridad. Si hay prisa por algo, anda, dínoslo a las que ya estamos
aquí.CLEONICE. No, por Zeus, vamos a esperar por lo menos un poco a que vengan las mujeres
de los beocios y de los peloponesios.LISÍSTRATA. Lo que has dicho está muy bien. (Entra
Lampito con dos muchachas desnudas.) Aquí viene Lampito. ¡Hola, Lampito, querida Laconia!
¡Cómo reluce tu belleza, guapísima!, ¡qué buen color tienes, cómo rebosa vitalidad tu cuerpo!
Podrías estrangular incluso a un toro.LAMPITO. Zeguro que zí, azí lo creo yo, pol loh doh diozeh,
pueh me entreno en er gimnazio y zarco dándome en er culo con loh
taloneh.[...]LISÍSTRATA. Yo, aquí.LAMPITO. Dinoh lo que quiereh que agamoh.CLEONICE. Sí,
por Zeus, querida, dinos ese asunto tan importante que te traes entre manos.LISÍSTRATA. Yo lo
diría, pero antes de decirlo os voy a preguntar una cosa, algo de poca monta.CLEONICE. Lo que
tú quieras.LISÍSTRATA. ¿No echáis de menos a los padres de vuestros hijitos, que están lejos,
de servicio? Pues bien sé que todas vosotras tenéis al marido lejos de casa.CLEONICE. Mi marido,
por lo menos, cinco meses lleva fuera, pobre de mí, vigilando a Éucrates en Traria.MÍRRINA. Pues
el mío, siete meses completos en Pilos. LAMPITO. Y er mío, zi arguna vé viene der frente, cohe
el ehcudo y desaparese volando.LISÍSTRATA. Y ni siquiera de los amantes ha quedado ni una
chispa... Así que, si yo encontrara la manera, ¿querríais poner fin a la guerra con mi
ayuda? CLEONICE. Yo sí, por las dos diosas, desde luego, aunque tuviera que empeñar el vestido
este curvilíneo y... bebérmelo el mismo día.MÍRRINA. Pues yo, me dejaría cortar en dos y daría
la mitad de mi persona, aunque pareciera un rodaballo.LAMPITO. Y yo, ahta me zubi la a todo lo
arto der Taiheto, ayí donde pudiera vé la pá.LISÍSTRATA. Voy a decíroslo, pues no tiene ya que
seguir oculto el asunto. Mujeres, si vamos a obligar a los hombres a hacer la paz, tenemos que
abstenernos...CLEONICE. ¿De qué? Di.LISÍSTRATA. ¿Lo vais a hacer?CLEONICE. Lo haremos,
aunque tengamos que morirnos.

Texto 3

Medea, de Eurípides (fragmento)


MEDEADesde el interior de la casa. ¡Ay! ¡Desgraciada de mí, qué infeliz, qué dolor! ¡Ay, ay, ay!
¡Ay de mí! ¿Cómo puedo morir?NODRIZAAhí tenéis, hijos míos, revuelta está ya vuestra madre,
pues su alma el dolor trastornó. Cuanto antes a casa corred y allí entrad, no os pongáis cerca de
ella, que no os pueda ver, no acercaos y mucho cuidado tened con el fiero talante y atroz
natural de su mente cruel. ¡Vamos, pues, en seguida aquí dentro pasad!(El pedagogo entra con
los niños en el interior de la casa.)Se ve bien que esa nube que empieza a surgir, de lamentos
cargada, muy pronto va a arder estallando en más fuerte pasión. ¿Qué irá a hacer esa alma que
el mal ha mordido y en que hay un orgullo muy grande y tenaz?MEDEA (Desde el interior.)¡Ay,
ay! ¡Sufro, mísera, sufro, tormentos sin fin! ¡Vuestro padre y la casa con él!NODRIZA¡Ay, ay, ay!
¡Ay, ay, ay, desdichada de mí! ¿Qué culpa hay en los hijos, qué tienen que ver con las faltas del
padre? ¿Les odias? ¿Por qué? Temo, niños, y siento que vais a penar; es terrible el antojo del rey,
que el servir no conoce, mas sólo el constante imperar;y duros resultan sus cambios de
humor. Avezarse a vivir siempre igual es mejor; por lo menos a mí tóqueme envejecer sin
grandeza y estando en seguro lugar. Ya las cosas medianas con sólo decir su nombre resultan
deseables, mas son preferibles en su uso al exceso, que no se muestra oportuno jamás al
mortal: más desastres si atacan las iras de un dios a una casa, tal es lo que da. (Entra el coro,
formado por quince mujeres de Corinto.)COROMe llegó la palabra, los gritos oí de la Cólquide
triste, que no recobró aún la calma. Habla, anciana, habla, pues. Yo, estando a mi puerta, su voz
escuché, que veníadesde aquí, y no me causa placer el dolor de esta casa que tan querida para
mí resulta.NODRIZAYa no existe el palacio, que todo cayó. Por el lecho real poseído él está y mí
dueña en la alcoba marchítase y no deja que su ánimo entibie ningún consuelo que amigos le
den.MEDEA(Todavía desde el interior de la casa.)¡Ay, ay! ¡Mi cabeza atraviesa un celeste
fulgor! ¿Para qué quiero ya en adelante existir? ¡Ay de mí! ¡Que me lleguen mi muerte y mi fin y
termine mi odioso vivir!CORO¿Escuchasteis, oh, Zeus, oh, la tierra y la luz,en qué amargos
lamentos prorrumpe el cantar de la esposa infeliz? ¿A qué viene, insensata, el ansiar ese horrífico
lecho mortal? ¿Quieres antes de tiempo morir? Eso no lo implores. Si tu esposo nuevas bodas
pretende, común cosa ello es. No te irrites así, que Zeus te vengará. No te consumas en demasía
por tu marido.MEDEA(Desde el interior.)¡Artemis santa, gran Temis? ¿No veis cómo mi esposo
se porta despuésde que un gran juramento a los dos nos ligó?¡Ojalá que a su novia con él pueda
verdestrozada, y lo mismo el palacio tambiénpor la ofensa que juntos me hicieron los dos! ¡Padre
mío, ciudad de que en tiempos partícuando en forma afrentosa a mi hermano
maté!NODRIZA ¿Escucháis cómo a Temis invoca y a Zeus venerados los dos cual guardianes de
aquel juramento en que el hombre da fe? No está cerca el momento en que vaya a amainar mi
dueña en su enorme furor.CORO¿Cómo podría acudir hasta aquí y dejar que la veamos y acaso
escuchar cuanto osemos decir por si así conseguirnos calmar de su mente el porfiado rencor? Que
al menos mi buena intención no falte al amigo.Anda, pues, y prueba a hacerla de casa salir. Di
que están los que la aman aquí. Corre antes de que dañe a los de dentro, pues grandes vuelos su
aflicción cobra.NODRIZAVoy a hacerlo; aunque temo que no pueda yosu razón convencer, por
servirte el trabajo me habré de tomar. Pues parece leona parida al mirar a sus siervas con torvo
ademán cada vez que alguna se acerca con ganas de hablar. Razón tiene quien diga que bien
torpe fue e ignorante la prístina raza mortal, que encontró para cada festivo avatar, regocijo o
convite, la alegre canción que la vida supiera endulzar con su son y, en cambio, el remedio no
pudo inventar, las liras, los himnos, la voz musical, del humano infortunio, que muertes
causar suele y trances que son destrucción del hogar. Eso sí que con cantos debiera sanar el
hombre; en el pingüe, gozoso festín ¿qué falta hace que se alce la voz del cantor? Aporta el
deleite la propia ocasión que al banquete le da plenitud.COROEscuchosus gemidos y lamentos, sus
agudos clamores lastimeros, contra el esposo que su lecho infama;invoca, sintiéndose ofendida,a
Temis guardiana de los votos que la hizo,hasta la Hélade opuesta,surcar de noche la onda salada,la
llave del gran mar.(Medea sale a escena y se dirige al coro.)MEDEA¡Oh, mujeres corintias!
Salgo de casa por que reproches no me hagáis; pues, mientras sé que muchoshombres, tanto en
privado como en el trato externo, orgullosos realmente se vuelven, a otros hace pasar por
indolentes su tranquilo vivir. Que no son siempre justos los ojos de la gentey hay quien, no
conociendo bien la entraña del prójimo,le contempla con odio sin que haya habido ofensa.Y, si
debe el de fuera cumplir con la ciudad,no alabo al ciudadano que amargo y altanerocon los demás
se muestra por su falla de tacto.Pero a mí este suceso que inesperado vinome ha destrozado el
ánimo; perdida estoy, no tengoya a la vida afición; quiero morir, amigas.Porque mi esposo, el que
era todo para mí, comosabe él muy bien, resulta ser el peor de los hombres.De todas las criaturas
que tienen mente y alma no hay especie más mísera que la de las mujeres.Primero han de
acopiar dinero con que comprenun marido que en amo se torne de sus cuerpos,lo cual es ya la
cosa más dolorosa que hay.Y en ello es capital el hecho de que sea buena o mala la compra,
porque honroso el divorciono es para las mujeres ni el rehuir al cónyuge.

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