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FRANCISCO CAPELLA03/12/2007
Libertad Digital
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A los socialistas no les gusta esta desigualdad (suelen calificarla como insoportable o
inaceptable), pero quedarían en evidencia si aclararan que simplemente están
manifestando una preferencia personal, tan legítima como cualquier otra. Así que en
lugar de referirse a distribuciones más o menos uniformes de la riqueza, hablan de
distribuciones mejores o peores: introducen de tapadillo una valoración subjetiva y la
confunden con hechos objetivos. Si aplicaran con consistencia sus gustos por lo
uniforme a otros ámbitos, todo el mundo tendría que tener el mismo aspecto, vestir
igual, y hacer las mismas cosas de la misma manera; la pintura sólo estaría óptimamente
distribuida en un cuadro totalmente blanco, y la música debería ser ruido aleatorio.
Un mercado libre ya distribuye la riqueza de forma legítima, pero los ingenieros
sociales colectivistas creen que hay que corregir coactivamente las desigualdades que
resultan del proceso espontáneo de creación e intercambio como si fueran un error: los
productivos han de entregar buena parte de su propiedad a los improductivos, las leyes
estatales inventan falsos derechos contrarios al único derecho ético, el de propiedad, y
además se pretende que el proceso de pillaje institucionalizado no perjudica a la
actividad económica. Sólo hay que discutir cómo confiscar la riqueza de forma astuta
para que las víctimas del robo no se harten y dejen de trabajar: ver si es mejor el
impuesto proporcional o el progresivo para financiar el siempre creciente gasto público
(o sea, el que controlan los políticos demagógicos y populistas para comprar los votos
de los electores); extender el gasto público a todos los ciudadanos para que los
contribuyentes netos no puedan denunciar el expolio al que son sometidos.
Miguel Sebastián ha defendido recientemente el tipo fiscal único como "más justo y
eficiente". Celebra que "en los últimos 30 años se ha producido una notable
redistribución de la renta en España", pero que esta "mejor distribución" no se debe a
nuestro sistema fiscal porque no es progresivo (no pagan una mayor proporción de su
renta los que más ganan). En realidad es "gracias, sin duda, al gasto público, y
fundamentalmente a la construcción del Estado de bienestar en los años ochenta, algo
que debe ser reconocido como mérito del Partido Socialista y su líder de entonces,
Felipe González". "Los derechos universales (sanidad, educación) mejoran tanto la
igualdad de oportunidades como la movilidad social, sin perjuicio para la eficiencia
económica y el crecimiento. Las pensiones y el subsidio de desempleo mejoran la
equidad". "Los impuestos deben garantizar la suficiencia recaudatoria y la equidad
horizontal y vertical".
Luis de Sebastián le ha replicado que Dejen en paz los impuestos, que lo que hay que
hacer es combatir la evasión fiscal y que "la fiscalidad es un instrumento de progreso
económico y desarrollo social". Asegura que "lo que garantiza el éxito de la actividad
empresarial es el aumento de los bienes públicos: la ley y el orden, la educación en
todos sus niveles, las comunicaciones, el buen funcionamiento de los tribunales de
justicia". Ley, orden, justicia, educación, comunicaciones: todo suena muy bien. El
problema es engañarse pretendiendo que todos estos servicios deben ser proporcionados
de forma monopólica y coercitiva por el Estado: por políticos sin escrúpulos morales y
funcionarios opositores deseosos de trabajos seguros que no dependen de la satisfacción
de aquellos a quienes presuntamente sirven.
"La cuestión (dentro de un marco de justicia, que se supone en una democracia madura)
no es el nivel de los impuestos sino cómo se gastan. Los empresarios ilustrados
prefieren que el Estado cree externalidades a que se les rebajen más impuestos, cuyos
beneficios se pierden luego por mala administración y las dificultades que encuentra la
nueva inversión". Aparte de no explicar su concepto de justicia, que seguramente deje
mucho que desear, no entiende que el nivel de los impuestos y cómo se gastan no son
hechos independientes: los ciudadanos son quienes mejor saben cómo gastar su propio
dinero, y las personas no son tan cuidadosas cuando se trata de dinero ajeno. Y con
mucha desvergüenza habla en nombre de los empresarios, no cualesquiera sino sólo los
ilustrados que están de acuerdo con él.
Un argumento intelectualmente ridículo pero muy repetido es mostrar cómo los países
más eficientes y competitivos incluyen a muchos con gran carga fiscal: se pretende que
el gasto público "contribuye a elevar la productividad de las empresas y el bienestar de
los ciudadanos", cuando lo que en realidad sucede es que los países ricos pueden
permitirse altos niveles de parasitismo estatal.
Y ya para rizar el rizo del ridículo, Joaquín Estefanía: "Debemos celebrar el hecho de
que los impuestos existan: sin impuestos no podemos tener libertad y seguridad contra
la violencia; sin impuestos no cobrarían su sueldo público los catedráticos que exigen su
reducción o desaparición. Lejos de ser una obstrucción a la libertad, los impuestos son
una condición necesaria de su existencia". No sólo es obligatorio pagar impuestos:
ahora también hay que celebrarlos.
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MIGUEL SEBASTIAN
3 NOV 2007
Vemos el caso del impuesto sobre la renta de las personas físicas. Es llamativo lo
poco conocidos que son los datos del IRPF, el impuesto directo por excelencia,
que en teoría recoge todas las rentas percibidas (no sólo las salariales) y que se
supone es el paradigma de la progresividad y al que se le asigna el papel de gran
herramienta fiscal para la redistribución de la renta. La última decila de dicho
impuesto (es decir, el 10 por ciento que declara recibir la renta más alta) y que
cualquier persona sensata consideraría los "ricos" de una sociedad, está definida a
partir de una renta de 39.000 euros anuales brutos. Es decir, que, según el IRPF,
el que gane más de 3.250 euros brutos al mes puede considerarse "un rico de
pleno derecho", porque sólo el 10 por ciento de nuestro país declara recibir una
renta igual o superior a ésa.
Y el último percentil (es decir, el 1 por ciento que declara la renta más alta) está
definido a partir de una renta de 99.000 euros anuales brutos, es decir, 8.250
euros brutos al mes. Si alguno de los lectores de este artículo gana esa cantidad o
una superior puede estar de enhorabuena. Pertenece usted al club de los
"riquísimos", el 1 por ciento "más rico del país".
Así que permítanme que adelante que, en realidad, es el gasto público y no los
impuestos lo que verdaderamente redistribuye la renta. Porque ¿cómo es posible
que, con este panorama fiscal, haya mejorado la redistribución de la renta en
España en las últimas décadas democráticas? Gracias, sin duda, al gasto público,
y fundamentalmente a la construcción del Estado de bienestar en los años
ochenta, algo que debe ser reconocido como mérito del Partido Socialista y su
líder de entonces, Felipe González.
¿Qué papel deben jugar entonces los impuestos? Los impuestos deben garantizar
la suficiencia recaudatoria y la equidad horizontal y vertical. Deben garantizar la
eficiencia económica, que nuestro país siga creciendo y compitiendo en un
mundo cada vez más globalizado. Y deben ser progresivos, es decir, que
proporcionalmente pague más el que más tenga.
No todas las respuestas las tiene que dar el PP, ya que los
socialistas entraron en esa dinámica hace tiempo
Los impuestos no son un fin en sí mismos, pero todos los
derechos exigibles cuestan dinero
Los impuestos no son un fin en sí mismos, pero todos los derechos legalmente
exigibles cuestan dinero. Debemos celebrar el hecho de que los impuestos
existan: sin impuestos no podemos tener libertad y seguridad contra la violencia;
sin impuestos no cobrarían su sueldo público los catedráticos que exigen su
reducción o desaparición. Lejos de ser una obstrucción a la libertad, los
impuestos son una condición necesaria de su existencia. No los banalicemos con
ocurrencias ni con subastas electorales.