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Zeraim (ז ְָׁרעִ ים, "semillas"): preceptos relacionados con el trabajo de la tierra.
Mo'ed (מֹועֵד, "festividades"): leyes sobre festividades, shabat y y ayunos.
Nashim (נ ִָשים, "mujeres"): preceptos referentes a la vida matrimonial.
Nezikín (נְׁ זִיקִ ין, "daños y perjuicios"): compila la halajá referente al derecho civil y
comercial.
Kodashim (קֳ דָ ִשים, "santidades"): leyes religiosas sobre el Templo de Jerusalem
Teharot (טהָ רֹות, ְׁ "purificación"): preceptos referentes a la purificación ritual del
cuerpo (Nidá).
El material talmúdico se clasifica en Halajá, que son las leyes que regulan la vida del
judío, y en Hagadá, que es un compendio narrativo de anécdotas, leyendas y proverbios
favoritos del pueblo. El estilo del Talmud Babli es muy sencillo y concreto. Está escrito
en hebreo clásico, neo-hebreo y arameo. Sus oraciones están unidas por simple yuxta-
posición, sin signos de puntuación, lo cual complica su lectura. Aunado a esto, el fre-
cuente uso de términos extranjeros dificulta su comprensión. Por ello, se requiere de
años de estudio y del uso de comentarios aclaratorios, entre los que destacan los de Rabí
Shlomó Ben Isaac (1040-1105), mejor conocido como Rashi, quien con gran agudeza
de espíritu hace comprensibles los pasajes más intrincados.
“La religión judía, como es hoy día, desciende en línea directa, sin interrupcio-
nes a través de todos los siglos, de los fariseos. Sus ideas y métodos principales
encuentran expresión en una literatura de extensión enorme, de la que una gran
cantidad aún existe. El Talmud es la mayor y más importante pieza de esa litera-
tura… y su estudio es esencial para cualquier entendimiento real del fariseísmo”.
En cuanto a los fariseos, la edición de 1905 de la Enciclopedia Judía dice, bajo el tema
de “fariseos”:
“Con la destrucción del Templo (70 d.C.) los Saduceos desaparecieron también,
dejando la regulación de todos los asuntos judíos en las manos de los fariseos.
De ahí en adelante, la vida judía fue regulada por los fariseos, la historia entera
del judaísmo fue reconstruida desde el punto de vista fariseo, y se le dio un nue-
vo aspecto al Sanedrín del pasado. Una nueva cadena de tradición suplantó la
vieja tradición sacerdotal (Abot 1:1). El fariseísmo formó el carácter del judaís-
mo y la vida y pensamiento de los judíos por todo el futuro”.
El Rabino Dr. Louis Finkelstein, instructor de Talmud, y más tarde presidente del Se-
minario Teológico Judío de Norteamérica, escribe:
Está reportado que Jesús denunció enérgicamente a esta secta de sacerdotes judíos co-
nocida como los fariseos:
Ellos anularon todos los Mandamientos de Dios por su tradición, (Marcos 7:13; Mateo
15:6-9, etc.). Su invectiva, en verdad, no puede ser igualada. Todo Mateo 23 es un lati-
gazo. Comparó el fariseísmo con un sepulcro blanco, de hecho hermoso por fuera, pero
“lleno por dentro de huesos de hombres muertos y de toda inmundicia”. Cristo llegó al
clímax de una condena tras otra con la imprecación “¡Hipócritas!”. Llamó a los fariseos
hijos de aquellos que mataron a los Profetas. Predijo que ellos matarían, crucificarían y
perseguirían hasta que la culpa por toda la sangre derramada desde Abel para abajo re-
caería sobre ellos. “¡Serpientes! ¡Camada de víboras! ¿Cómo escaparán ustedes de la
condenación del Infierno?”, pregunta Jesús.
En la Palestina del siglo I habían surgido algunos grupos entre la población judía como
consecuencia de las diversas sensibilidades acerca de las fuentes y los modos de vivir la
religión de Israel.
En tiempos de Jesús, los más apreciados por la mayoría del pueblo eran los fariseos. Su
nombre, en hebreo perushim, significa «los segregados». Dedicaban su mayor atención
a las cuestiones relativas a la observancia de las leyes de pureza ritual incluso fuera del
templo. Las normas de pureza sacerdotal, establecidas para el culto, pasaron para ellos a
marcar un ideal de vida en todas las acciones de la vida cotidiana, que quedaba así ritua-
lizada y sacralizada. Junto a la Ley escrita (Torah o Pentateuco), fueron recopilando una
serie de tradiciones y modos de cumplir las prescripciones de la Ley, a las que se con-
cedía cada vez un mayor aprecio hasta que llegaron a ser recibidas como Torah oral,
atribuida también a Dios. Según sus convicciones, esa Torah oral fue entregada junto
con la Torah escrita a Moisés en el Sinaí, y por tanto ambas tenían idéntica fuerza vin-
culante.
Para una parte de los fariseos la dimensión política desempeñaba una función decisiva
en su posicionamiento vital, y estaba ligada al empeño por la independencia nacional,
pues ningún poder ajeno podía imponerse sobre la soberanía del Señor en su pueblo. A
éstos se los conoce con el nombre de zelotes, que posiblemente se dieron a sí mismos,
aludiendo a su celo por Dios y por el cumplimiento de la Ley. Aunque pensaban que la
salvación la concede Dios, estaban convencidos de que el Señor contaba con la colabo-
ración humana para traer esa salvación. Esa colaboración se movía primero en un ámbi-
to puramente religioso, en el celo por el cumplimiento estricto de la Ley. Más tarde, a
partir de la década de los cincuenta, consideraban que también había de manifestarse en
el ámbito militar, por lo que no se podía rehusarse el uso de la violencia cuando ésta
fuera necesaria para vencer, ni había que tener miedo a perder la vida en combate, pues
era como un martirio para santificar el nombre del Señor.
Los saduceos, por su parte, eran personas de la alta sociedad, miembros de familias sa-
cerdotales, cultos, ricos y aristócratas. De entre ellos habían salido desde el inicio de la
ocupación romana los sumos sacerdotes que, en ese momento, eran los representantes
judíos ante el poder imperial. Hacían una interpretación muy sobria de la Torah, sin caer
en las numerosas cuestiones casuísticas de los fariseos, y por tanto subestimando lo que
aquellos consideraban Torah oral. A diferencia de los fariseos no creían en la perviven-
cia después de la muerte, ni compartían sus esperanzas escatológicas. No gozaban de la
popularidad ni el afecto popular del que disfrutaban los fariseos, pero tenían poder reli-
gioso y político, por lo que eran muy influyentes.
Uno de los grupos más estudiados en los últimos años ha sido el de los esenios. Tene-
mos amplia información acerca de cómo vivían y cuáles eran sus creencias a través de
Flavio Josefo, y sobre todo de los documentos en papiro y pergamino encontrados en
Qumrán, donde parece que se instalaron algunos de ellos. Una característica específica
de los esenios consistía en el rechazo del culto que se hacía en el templo de Jerusalén,
ya que era realizado por un sacerdocio que se había envilecido desde la época asmonea.
En consecuencia, los esenios optaron por segregarse de esas prácticas comunes con la
idea de conservar y restaurar la santidad del pueblo en un ámbito más reducido, el de su
propia comunidad. La retirada de muchos de ellos a zonas desérticas tiene como objeto
excluir la contaminación que podría derivarse del contacto con otras personas. La re-
nuncia a mantener relaciones económicas o a aceptar regalos no deriva de un ideal de
pobreza, sino que es un modo de evitar contaminación con el mundo exterior para sal-
vaguardar la pureza ritual. Consumada su ruptura con el templo y el culto oficial, la
comunidad esenia se entiende a sí misma como un templo inmaterial que reemplaza
transitoriamente al templo de Jerusalén mientras que en él se siga realizando un culto
que consideran indigno.
Los Zelotes aparecieron en el siglo I, pocos años antes de nacer Jesús, los
había congregado Judas el Galileo; eran de una ideología extremistas y
radical, llamados los sicarios por el puñal que utilizaban: el sica; acusaban
a los fariseos y saduceos de entreguistas hacia los romanos y los detesta-
ban también por cuestiones de origen social, sus integrantes eran gente
del pueblo y no creían que Dios les había impuesto un poder político ex-
tranjero, menos gentes que no compartían sus creencias.
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FARISEOS
Fariseos (gr. farisáios; transliteración del heb. Perûshîm, “los
separados”; aram. perishay-ya’). Secta o partido religioso con-
servador del judaísmo en tiempos intertestamentarios y del NT.
Se llamaban a sí mismos los “compañeros” (heb jabêrîm) o los
“santos” (heb. qedôshîm). Se supone que los fariseos se origina-
ron como partido separado en la 2ª mitad del s II a.C. Sin em-
bargo, su origen es un tanto oscuro. Parece razonable suponer
que fueran sucesores de los jasîdîm (jasidim o asideos), “los pí-
os”, quienes apoyaron activamente a los primeros macabeos en
su lucha contra los seléucidas. Como eran estrictamente ortodo-
xos y estaban muy preocupados por conservar la pureza religio-
sa de su pueblo rechazaron todos los intentos de introducir
prácticas helenísticas entre los judíos. Cuando los gobernantes
macabeos comenzaron a apoyar el helenismo, este grupo de ju-
díos ortodoxos empezó a oponerse a su propio gobierno. El
nombre “fariseo” apareció por 1ª vez en nuestras fuentes bajo
Juan Hircano (135-105/04 a.C,); el nombre indicaba que los
adeptos se consideraban promotores de una separación del
mundo y sus tendencias. Habiendo llegado a ser un partido reli-
gioso-político, se opuso activamente al gobierno mundano de
Juan Hircano, y aun más al de su hijo Alejandro Janco (103-
76/75 a.C.). El resultado fue una sangrienta persecución contra
estos religiosos celosos y la muerte de muchos fariseos notables.
Pero pronto fue claro que su influencia sobre la gente aumenta-
ba a pesar de la adversidad. La viuda y sucesora de Janeo, Ale-
jandra (Salomé), procuró una reconciliación con ellos, y los fari-
seos llegaron a ser una poderosa fuerza en su Estado. Cuando
estalló la guerra civil entre los 2 hermanos (Hircano II y Aristó-
bulo II), poco después de la muerte de Alejandra, los fariseos
apoyaron al 1º y los saduceos* al 2º. Cuando Palestina cayó
bajo el dominio romano (63 a.C.), los fariseos retuvieron su po-
sición como partido político influyente y como abanderados de
la ortodoxia. Herodes el Grande, al subir al poder (40-4 a.C.),
fue lo suficientemente prudente como para no perseguirlos,
porque sabía que tenían gran influencia sobre el pueblo, aunque
su número era de unos 6.000, cantidad relativamente pequeña.
A esa época pertenecen Hillel y Shammai, sus maestros más
grandes de todos los tiempos. Sus enseñanzas sobrevivieron en
los escritos rabínicos de la Mishná y del Talmud. Los fariseos
formaban uno de los 3 grupos que componían el Sanedrín, junto
a los saduceos y a los herodianos. La secta de los fariseos fue la
que por varios siglos continuó produciendo los mayores dirigen-
tes religiosos entre los judíos ortodoxos, y de ese 440 modo
ejerció más influencia sobre la vida religiosa de su nación que
cualquier otra fuerza dentro del judaísmo. Su lugar en la vida y
el pensamiento judíos del NT puede ser mejor comprendido
cuando se lo contrasta con los otros grandes partidos: los sadu-
ceos y los esenios.* En el espectro religioso del judaísmo del NT,
los saduceos eran los liberales. Como se encontraban “en el
mundo”, también estaban listos y dispuestos a ser “del” mundo.
Los fariseos, por otra parte, aunque por necesidad estaban “en
el mundo”, rechazaron ser parte de él. El fariseísmo -
“separatismo”- enfatizaba la separación del mundo y su conta-
minación. Los esenios no sólo rehusaban ser “del” mundo, sino
hacían todo lo que podían para escapar de él viviendo una vida
ascética. Mientras que los fariseos vivían separados del mundo y
esperaban salir de él, los saduceos no esperaban ningún otro
mundo. Los ojos de los fariseos estaban fijos en la vida futura,
pero los de los saduceos en esta vida, ya que no tenían esperan-
za de otra. Para los fariseos, los intereses religiosos eran supre-
mos, pero los seculares eran la preocupación dominante para
los saduceos. Los fariseos evitaban los deberes cívicos y resistí-
an pasivamente a la autoridad romana, pero los saduceos cons-
tituían el partido político práctico y estaban dispuestos -siendo
las cosas como eran- a cooperar con los romanos y los herodia-
nos; en realidad, tenían una fuerte preocupación por los asuntos
seculares de la nación y voluntariamente aceptaban cargos pú-
blicos. Los fariseos eran principalmente de la clase media; los
saduceos constituían el partido de la rica aristocracia. El pueblo
común no pertenecía a ninguna de las dos sectas, pero favorecía
a los fariseos. Véase Rollos del Mar Muerto (III). La letra y el
espíritu del legalismo -de la justificación por las propias obras-,
que en tiempos del NT se llegó a identificar con la religión judía,
reflejaba con exactitud el espíritu y las enseñanzas de los fari-
seos. En su celo por un cumplimiento estricto de todos los debe-
res religiosos ordenados por la Torá (o “ley de Moisés”) y por la
tradición, y en la creencia de que el bienestar de la nación de-
pendía de esta forma de actuar, los fariseos tendieron a pasar
por alto el hecho de que la disposición del corazón era de mayor
importancia que los actos externos. La mayoría de los “escribas”
o “doctores de la ley” (Luk 5:17) -los estudiantes y expositores
profesionales de la “ley”- eran fariseos. Su ocupación era inter-
pretar y aplicar “la ley” a cada mínimo detalle y circunstancia de
la vida. En el tiempo de Cristo, esta siempre creciente masa de
reglamentos se conocía como “la tradición de los ancianos” (Mat
5:2). Los fariseos aceptaban como Escrituras la mayoría, sino
todos, de los libros del AT (3 divisiones; cf Luk 24:44), mientras
que los saduceos rechazaban todos menos los 5 libros de Moi-
sés. En tanto los fariseos eran los “fundamentalistas” conserva-
dores y ortodoxos de su tiempo, los saduceos eran los “moder-
nistas” progresistas y liberales. Los fariseos creían que una divi-
na providencia ordenaba los asuntos de los hombres, y enfati-
zaban la dependencia del hombre de Dios. Concebían a Dios
como un Padre estricto que vigilaba atentamente para ver la mí-
nima infracción de su voluntad, siempre listo para castigar a
cualquiera que se equivocara. Para los saduceos, Dios prestaba
escasa atención a los hombres y tenía muy poco interés en los
asuntos de ellos; creían que el hombre era el árbitro de su pro-
pio destino y no esperaban en una vida después de la muerte.
Los fariseos creían en la existencia de los espíritus, la inmortali-
dad del alma, la resurrección literal de cuerpo y la vida futura,
donde los hombres serían recompensados o castigados de
acuerdo con sus hechos en esta vida. Enseñaban que al morir
todos iban al Hades, el mundo subterráneo, que era la prisión
de las almas, donde los que habían sido “impíos” en esta vida
quedarían para siempre, pero del cual los que habían vivido
“virtuosamente” escaparían para “vivir otra vez”. Creían que
“todas las cosas son dirigidas por el destino”, pero que los hom-
bres están libres para actuar como escojan hacerlo. Aunque en
muchos sentidos las enseñanzas de Jesús se parecen a las de los
fariseos más que a las de los saduceos, Jesús tuvo enérgicas dis-
cusiones con los fariseos durante todo su ministerio por causa
de su rigurosa adhesión a la tradición (Mar 7:1-13) y el énfasis
resultante en los actos externos con la exclusión práctica de las
actitudes y los motivos del corazón (véase Mat 23:4-33). Fue
precisamente esta rigurosa piedad exterior en la observancia de
“la ley” como lo interpretaban y aplicaban sus tradiciones, con
el descuido total de la piedad interior, y así permitir que el lega-
lismo fuera el manto para cubrir el pecado, lo que condujo a Je-
sús a catalogar a los fariseos como hipócritas (Mat_23). Juan el
Bautista consideraba a los fariseos y a los saduceos como una
“generación de víboras” (3:7), y los amonestó a producir “fru-
tos” que dieran testimonio de un cambio de corazón (v 8).
Cuando Jesús puso el énfasis en que el motivo que impulsa el
acto es de mayor importancia a la 441 vista de Dios que el acto
mismo, los fariseos inevitablemente se complotaron para des-
acreditar a Jesús en la mente de la gente y silenciar su mensaje.
En una ocasión, los saduceos se unieron con ellos para desafiar
su autoridad y exigieron una “señal del cielo” para confirmar su
derecho a enseñar (16:1-6); pero no fue hasta casi el final de su
ministerio cuando los saduceos se tomaron la molestia de ata-
carlo con una argucia sobre la resurrección (Mat 22:23-33). Fa-
riseos fueron los que levantaron la disputa acerca de los discí-
pulos de Jesús y los de Juan (Mat 9:11, 14; cf Joh 4:1); los que lo
acusaron de echar fuera demonios por el poder del príncipe de
los demonios (Mat 9:34; 12:24); los que se molestaron por su
enseñanza con respecto a la inutilidad de la tradición (15:1-12);
los que tomaron el liderazgo en su arresto, condenación y cruci-
fixión (Mat 27:62; Mar 3:6; Joh 11:47-57; 18:3). Nicodemo era
fariseo (Joh 3:1), así como Pablo y también su maestro Gamaliel
(Act 5:34; 23:6; 26:5-7). Bib.: FJ-AJ xvii.2.4; xiii.10.6; xviii.1.3.
http://biblia.com/diccionario/
tip, RELI
[016]
Grupo o secta que aparece en Judea en el siglo II antes de Cristo
y cobra cierta importancia en el pueblo, haciéndose presente en
los tiempos de Jesús. Los fariseos se opusieron a Cristo por su
rigorismo, por sus actitudes aristocráticas y, sobre todo, por su
orgullo de clase, tan opuesto al mensaje del divino Maestro.
Despreciaban al pueblo por descarriado, mientras Jesús le
amaba.
Pérez
BIBLIOGRAFÍA
I. Historia
La obra de *Esdras fue continuada por los que trataban de dominar el texto y la enseñanza de la ley en
todos sus detalles—los escribas del NT fueron sus descendientes espirituales—y por el círculo más am-
plio de los que meticulosamente trataban de poner en práctica su enseñanza. A comienzos del ss. II a.C.
los encontramos con el nombre de ḥası̂ dı̂ m, e. d. los fieles de Dios (* ASIDEOS).
El nombre “fariseo” aparece primeramente en el contexto de los primeros reyes-sacerdotes asmoneos. Los
asideos probablemente se habían dividido. La minoría, basándose en la ilegitimidad del sumo sacerdocio
y el abandono de ciertas tradiciones, se retiró de la vida pública a la espera de una intervención escatoló-
gica de Dios. La mayoría se proponía lograr el control de la religión del estado. La interpretación tradi-
cional de los fariseos como “los separados” es mucho más probable que la sugerencia de T. W. Manson
del sobrenombre “los persas”. Sus puntos de vista sobre el diezmo (véase inf.) hicieron ineludible su
separación de la mayoría.
Bajo Juan Hircano (134–104 a.C.) tuvieron mucha influencia y contaron con el apoyo del pueblo
(Jos., Ant.13. 288–300), pero al romper con él, este se volvió hacia los saduceos. La oposición farisea
bajo Alejandro Janeo (103–76 a.C.) llegó a tal punto que hasta apelaron al rey seléucida, Demetrio III, en
busca de ayuda. Janeo triunfó y crucificó a unos 800 opositores importantes (Jos., Ant.13.380). En su
lecho de muerte, empero, le aconsejó a su mujer, Alejandra Salomé, quien lo sucedió (76–67 a.C.), que
pusiera el gobierno en manos de los fariseos, los que desde ese momento mantuvieron una posición influ-
yente en el sanedrín.
Sufrieron grandemente bajo Antípater y Herodes (Jos., GJ1. 647–655), y evidentemente comprendieron
que no se puede lograr fines espirituales mediante medios políticos, porque después de la muerte de He-
rodes vemos que algunos de ellos piden un gobierno romano directo. Por la misma razón la mayoría de
ellos se opuso a la rebelión contra Roma (66–70 d.C.). En consecuencia, Vespasiano favoreció a Yohanán
ben Zakkai, uno de los líderes de ellos, y le permitió establecer una escuela rabínica en Jamnia (Yavneh).
Para entonces las controversias entre el partido del riguroso Shammai y el del más liberal Hillel habían
terminado en un acuerdo, los saduceos habían desaparecido, y los zelotes estaban desacreditados—
después de la derrota de Barcoquebá en 135 d.C. ellos también desaparecieron—de modo que los fariseos
se convirtieron en los líderes incuestionados de los judíos. Para el 200 d.C. judaísmo y fariseísmo consti-
tuían términos sinónimos.
Las diferencias que destaca Josefo (GJ 2. 162–166)—la creencia farisea en la inmortalidad del alma, que
habría de reencarnarse (e. d. reanimar el cuerpo de resurrección), y en la anulación del destino (e. d. Dios),
mientras que los saduceos no creían ninguna de las dos cosas (cf. Mt. 22.23; Hch. 23.8)—eran secunda-
rias evidentemente. Fundamentalmente los saduceos consideraban que el culto del templo constituía el
centro y el propósito principal de la ley. Los fariseos destacaban el cumplimiento individual de todos los
aspectos de la ley, del que el culto era sólo una parte, como la razón de su existencia. Las diferencias
externas expresaban sus actitudes internas.
III. Enseñanza
Para la concepción farisaica de la religión resultaba básica la creencia de que el exilio bábilónico tuvo su
origen en el hecho de que Israel no guardó la Tora (la ley mosaica), y guardarla constituía una obligación
individual como también nacional. Pero la Torá no era simplemente “ley” sino también “instrucción”, e. d.
consitía no sólo en mandamientos fijos sino que se adaptaba a las condiciones cambiantes, y de ella podía
inferirse la voluntad de Dios para situaciones no mencionadas expresamente. Esta adaptación o inferencia
era la tarea de quienes habían hecho un estudio especial de la Torá, y la decisión de la mayoría debía ser
acatada por todos. Una de las primeras tareas de los escribas fue la de determinar el contenido de la Torá
escrita (tôrâ še-biḵtaḇ). Establecieron que contenía 613 mandamientos, 248 positivos, 365 negativos. El
paso siguiente consistió en “poner una cerca” alrededor de ellos, e. d. interpretarlos y complementarlos de
tal modo que se eliminara la posibilidad de quebrantarlos por error o por ignorancia. El ejemplo más
conocido lo constituyen las frecuentemente citadas treinta y nueve especies principales de actos prohibi-
dos en el día de reposo. Sin embargo, no tienen nada de irrazonable o ilógico cuando se acepta la prohibi-
ción literal de trabajar en dicho día. Los mandamientos fueron aplicados por analogía a situaciones no
contempladas directamente por la Torá. Todas estas elaboraciones, juntamente con las treinta y una cos-
tumbres de “uso inmemorial”, formaban la “ley oral” (tôrâ še-be-˓al peh), cuya elaboración completa es
posterior al NT. Estaban convencidos de que tenían la recta interpretación de la Torá, y sostenían que esta
“tradición de los ancianos” (Mr. 7.3) provenía de Moisés en el Sinaí.
Más allá de una insistencia absoluta en la unidad y la santidad de Dios, la elección de Israel y la autoridad
absoluta de la Torá para él, el enfoque en la religión del fariseo era ético, no teológico. La reprobación de
que fueron objeto por parte de nuestro Señor (* HIPÓCRITA) tiene que interpretarse a la luz del hecho
indudable de que éticamente ocupaban una posición más elevada que la mayoría de sus contemporáneos.
El lugar destacado que los fariseos asignaban al diezmo, y su negativa a comprar comestibles a los no
fariseos, o a comer en sus casas, por temor a que la comida no hubiese sido diezmada, como ocurría con
frecuencia, se debía a las muy pesadas cargas creadas por los diezmos, agregados al régimen impositivo
introducido por los asmoneos, los herodianos, o los romanos. Para el fariseo diezmar plenamente consti-
tuía una marca de lealtad a Dios.
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H.L.E.