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confluyen ambos conceptos. Ese momento no puede ser otro que la aparición en la
Península de un poder, estructurado bajo una entidad de índole monárquica (ejercicio
personal de la soberanía, con carácter vitalicio y/o hereditario), que abarca la mayor parte
de lo que los romanos vinieron en llamar Hispania. Su independencia de cualquier otro
poder le confiere una singularidad que provoca el inicio de una verdadera historia propia.
Tras estas apreciaciones, entendidas como justificación del inicio de nuestra página web en
los reyes visigodos, deseamos en esta presentación realizar un somero, y por lo tanto
incompleto, repaso a la concatenación de los distintos apartados que encontraremos en ella.
El poder ya se definía como absoluto e ilimitado, con facultades casi completas en materia
de legislación, gobierno, guerra y justicia. La Iglesia, por su parte, pronto alcanzó una alta
cuota de poder y de ascendencia sobre la monarquía. Dos momentos aparecen como clave
del periodo: el reinado de Leovigildo (unificación territorial y étnica, con la derogación de
la prohibición de los matrimonios mixtos - hispanoromanos y germanos -) y el de Recaredo
(unificación religiosa a través de su conversión al catolicismo).
El año 711 aparece en la Historia de España como una de esas fechas clave a que tan
aficionados eran nuestros viejos métodos escolares. Pero los nuevos no han hecho perder su
gran importancia. La entrada de un nuevo poder extraño en la Península, los musulmanes,
provocan el derrumbe del poder visigodo y la creación de una nueva entidad política: al-
Andalus.
No más de un siglo duró esta situación. En 1031 se produce la crisis del régimen califal y
su fragmentación en poderes locales (taifas), que, sin embargo, no hicieron disminuir el
desarrollo cultural. Tan sólo cinco décadas más tarde (1086) una parte de estos reinos
reclaman la ayuda de los almorávides (dinastía bereber que controlaba en aquel momento el
Mogreb musulmán) que dirigen la política de recuperación territorial hacia el norte
cristiano.
En el siglo VIII y principios del IX se consolida el reino asturiano que inicia su expansión
durante los siglos IX y X hacia el valle del Duero (con la formación de ciudades como
Braga, Oporto, Zamora, Burgos, Toro, etc). Para potenciar esta expansión se traslada la
capital a León, con lo que comienza a ser conocido como el reino de León.
Desde mediados del siglo VIII, el reino astur venía repoblando su extremo oriental (N. de la
actual provincia de Burgos) para defenderlo de los ataques musulmanes del valle del Ebro.
Se crea así el Condado de Castilla. La estructura social, apoyada en la pequeña propiedad, y
una legislación propia, le dan un carácter diferenciado del poder central. Estas
características y la debilidad interna del reino leonés en el siglo X, facilitarán la
independencia del condado (960) con el conde Fernán González. A principios del siglo XI,
el condado queda incorporado por matrimonio a Navarra, siendo rey Sancho el Mayor de
Navarra. A su muerte (1035), Castilla es heredada por su hijo Fernando que toma el título
de rey, apareciendo así el reino de Castilla.
El núcleo de Navarra estaba situado estratégicamente entre los pasos pirenaicos y el Ebro.
Tras una primera fase de dominio vascón y de los muladíes aragoneses, en el siglo X la
familia de los Jimena instauró una monarquía feudal con apoyo franco y extendió sus
tierras hasta el Ebro. La máxima expansión sucede en el reinado de Sancho III el Mayor
(1004-1035): hacia el este con la ocupación de los condados de Aragón, Sobrarbe y
Ribagorza (N. de las actuales provincias de Huesca y Lérida); hacia el oeste ocupó el País
Vasco y el condado de Castilla. Pero, a su muerte dividió el reino entre sus hijos: García
heredó el reino de Navarra, Fernando el de Castilla y Ramiro el de Aragón.
El territorio del Pirineo central, constituido por los condados de Aragón, Sobrarbe y
Ribagorza, fluctuó hasta la muerte de Sancho III el Mayor de Navarra entre la influencia
franca, musulmana y navarra. Con Ramiro I se integran los tres condados formándose el
reino de Aragón. Con sus sucesores se llega a la conquista y repoblación de Huesca y
Zaragoza, situando sus fronteras en el Ebro.
La parte más oriental fue una zona de pugna entre francos y musulmanes hasta el siglo IX.
Carlomagno creó la Marca Hispánica, estructurada en cinco condados (Barcelona, Gerona,
Ampurias, Rosellón y Urgel-Cerdaña). Pero, el condado de Barcelona acabó por imponerse
sobre los restantes y consiguió la independencia de los reyes francos con Borrell II a
mediados del siglo X.
Durante la época de expansión hacia el sur (siglos XI al XV), estos estados tuvieron una
evolución bien distinta. En la parte occidental, desde la aparición de Castilla como reino
con Fernando I (1035), que se anexiona por conquista el de León, ambos reinos
permanecen unidos hasta la muerte de Alfonso VII (1157) en que vuelven a separarse. Será
Fernando III (1217) quien los unifique definitivamente. Con anterioridad, en 1143, Portugal
se convierte en Reino independiente.
Por otra parte, dificultades internas, la expansión de Castilla por el oeste y la aragonesa por
el este, bloquearon el avance navarro, que no pudo ensanchar sus fronteras, cayendo
frecuentemente bajo la influencia francesa.
En la segunda mitad del siglo XV, un nuevo acontecimiento provocará, si bien a medio
plazo, la simplificación (y por tanto unificación) de las estructuras políticas medievales: el
matrimonio del príncipe Fernando, hijo de Juan II de Aragón, y la princesa Isabel, hermana
de Enrique IV de Castilla, conocidos, tras su no poco conflictivo acceso a sus respectivos
tronos, como los Reyes Católicos. La unión dinástica no implicó la unificación política,
pues cada estado conservó sus estructuras políticas, económicas, peculiaridades culturales y
ámbito de influencia internacional. Paralelamente, ampliaron los dominios de la monarquía:
entre 1484 y 1496 conquistaron las Canarias, en 1492 el reino de Granada, en 1512
ocuparon militarmente Navarra y desde 1492 se había iniciado la conquista y colonización
de las Indias occidentales (América).
Tras una serie de vicisitudes familiares, el primogénito de la princesa Juana (casada con el
archiduque Felipe el Hermoso), conocido como Carlos I de España y V de Alemania, logró
unificar finalmente bajo un mismo poder el conjunto de territorios que habían pertenecido a
la Corona de Castilla y a la Corona de Aragón, además de la herencia paterna (los Países
Bajos y el Franco Condado y la de su abuelo paterno (Austria, Estiria y el Tirol). Para
finalizar, en 1519 fue elegido emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Nacía así
la época de los Austrias.
En 1556, el emperador Carlos V decidió retirarse del gobierno de tan vastos territorios,
cediendo sus reinos a su hijo Felipe II, con excepción del Imperio y sus posesiones
austriacas, que pasaron a su hermano Fernando. Felipe II amplió, en cambio, los territorios
peninsulares y coloniales con su coronación como rey de Portugal en 1580.
Los llamados Austrias menores (Felipe III, Felipe IV y Carlos II) no pudieron mantener el
poderío internacional alcanzado por la Monarquía Hispánica con sus predecesores y
comenzó el lento goteo de pérdidas territoriales: desde 1621 (aunque no reconocida
oficialmente hasta 1648) las Provincias Unidas, desde 1640 (tampoco reconocida hasta
1668) Portugal y sus colonias, y en 1659 el Rosellón y varias plazas en los Países Bajos.
Pero una nueva concepción del poder se había introducido en Europa y el mundo
occidental: el liberalismo. En España ni el mencionado Fernando VII ni su hija y sucesora
Isabel II lograron entender plenamente el alcance de dicha ideología. Sólo el estallido
revolucionario de 1868, y el nuevo paréntesis en la época borbónica que suponen el reinado
de Amadeo I de Saboya y la Primera República, permiten la asunción plena de los
presupuestos políticos del liberalismo más puro.
Tras dicho enfrentamiento, conocido como Guerra Civil española (1936-1939), que
también tuvo mucho de ensayo para la Segunda Guerra Mundial, se abre, sin duda, el
periodo más negro no sólo de la historia contemporánea de España sino de toda ella: la
dictadura franquista (1939-1975).
Como en otras ocasiones, durante dicho periodo llegó un momento en que se produjo una
separación entre la España oficial, fascistizada, militarizada, clerical y absurda, y una
España real, una sociedad cada vez más europea, moderna y laica. Quien debía ser el
sucesor del franquismo, tras haber dejado el dictador todo "atado y bien atado", pronto
reconoció que ésta última era la que debía triunfar y sacar a España de su secular atraso. Se
abría así una época de esperanza: el reinado de Juan Carlos I. Por fin España se encontraba,
tras una modélica transición, a un nivel semejante al del resto de Europa.