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Maestría en Ciencias Penales y Criminológicas

MCPC 2018-1

SISTEMA DE VALORACIÓN DE LOS MEDIOS PROBATORIOS


(VALORACIÓN DE LA PRUEBA EN EL PROCESO PENAL)

Abg. Romero Víctor


V-10.0864.420
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Introducción

Históricamente, el progreso y perfeccionamiento del proceso jurisdiccional y


administrativo guarda un vínculo directo con la forma en que, a través del tiempo, se ha
intentado regular los diferentes aspectos de la actividad probatoria. Muchas de esas
regulaciones, han logrado ubicarse dentro del catálogo de derechos fundamentales,
confrontándose con la manera en que el juez aprecia y valora los elementos probatorios,
vale decir los llamados sistemas de valoración de prueba.

Ahora bien, para en el presente trabajo poder analizar los sistemas de valoración
de los medios probatorios, necesariamente tenemos que definir qué es la prueba,
analizarla desde el punto de vista procesal y constitucional, lo cual, ineludiblemente nos
obliga a tratar el tema de la constitucionalización de la prueba, esto es, el derecho
constitucional que tienen todas las personas de acceder a las pruebas, traduciéndose en el
derecho a probar, de conformidad con lo dispuesto en el artículo 49.1 de nuestra Carta
Fundamental, siendo entonces todo ello parte del derecho constitucional al debido
proceso y al derecho a la defensa.

Tales sistemas de valoración de los medios probatorios han sido clasificados por la
doctrina de la siguiente manera:

i) el sistema de prueba libre o libre apreciación;


ii) sistema de prueba legal en el sentido estricto; y,
iii) sistema de la sana crítica o persuasión racional.

De forma pues que, luego de analizar los métodos de valoración de los medios
probatorios, explicaremos, de seguidas, cuál de tales sistemas debe ser el aplicado en
nuestro ordenamiento jurídico, tomando siempre en consideración los valores y principios
consagrados en nuestra Constitución, que constituyen la base del proceso sin formalismos
ni ritualismos, simple, uniforme, breve, oral, público, sin reposiciones inútiles o dilaciones
indebidas, para así garantizar un debido proceso y tutelar los derechos de los
administrados alcanzando la justicia, de conformidad con los artículos 2, 26 y 257
Constitucional.

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Marco Teórico
Para poder entender de una mejor manera el significado de los sistemas de
valoración de los medios probatorios, resulta muy útil poder establecer ciertas diferencias
entre las distintas acepciones de la palabra prueba, así como de sus definiciones.

La prueba

En un sentido procesal, podemos entender la prueba como la herramienta real por


medio de la cual se logra el acertado convencimiento del juez con respecto al alegato o
argumento de hecho o hechos que se pretendía demostrar con ella. En tal sentido, nos
resulta importante señalar las distintas definiciones que sobre prueba han dado diferentes
doctrinarios:

Consideramos que el maestro español Santiago Santís Melendo, ha hecho una


definición de las más completa respecto al derecho probatorio, habida cuenta que a
mediados de los años setenta del siglo XX, expresó lo siguiente: “la prueba es la
verificación -de afirmaciones- utilizando fuentes que se llevan al proceso por
determinados medios –aportadas aquellas por los litigantes y dispuestos éstos por el
juez- con las garantías jurídicas establecidas –ajustándose al procedimiento legal-
adquiridas para el proceso –y valoradas de acuerdo a normas de sana crítica- para llegar
el juez a una convicción libre”[1].

Asimismo, encontramos la opinión del maestro colombiano Hernando Devis


Echandía, quien en su obra Teoría General de la Prueba Judicial, señaló la siguiente
definición: “Probar es aportar al proceso, por los medios y procedimientos aceptados en
la ley, los motivos o las razones que produzcan el convencimiento o la certeza del juez
sobre los hechos”[2]. Para el doctrinario uruguayo Eduardo Juan Couture[3], la prueba “es
un medio de verificación de las proposiciones que los litigantes formulan en juicio”.

De la misma manera, es importante hacer mención a la opinión de Hugo Alsina,


quien definió la prueba como “la comprobación judicial, por los medios que la ley
establece, de la verdad de un hecho controvertido del cual depende el derecho que se
pretende”[4].

Pues bien, vistas las distintas definiciones realizadas por doctrinarios respecto del
significado jurídico de prueba, y antes de analizar los sistemas de valoración de ella, es
pertinente indicar algunas consideraciones adicionales al significado de la prueba, habida
cuenta que, actualmente, no se limita tal definición únicamente al ámbito procesal o de
derecho probatorio, sino que también deben ser definidas, analizadas y valoradas desde la
óptica constitucional.

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Derecho a probar y constitucionalización de la prueba


Con la entrada en vigencia de la Constitución de 1999, se establece la
constitucionalización del proceso según se desprende del contenido de su artículo 257, así
como la constitucionalización de la prueba, tal y como se puede apreciar de una lectura
del artículo 49.1 de la Norma Política, donde se señala que todos los ciudadanos tienen
acceso a las pruebas para de esta forma ejercer válidamente su defensa, con lo cual
pareciera ostentar cierta “autonomía” el derecho a probar. En virtud de ello, la prueba
dejó de tener un significado meramente procesal, siendo necesario, como se dijo,
analizarla desde el ámbito constitucional.

Por tal motivo, el derecho a probar constituye parte del debido proceso, toda vez
que así expresamente se encuentra establecido en nuestro Texto Fundamental, por lo
que, la prueba no debe observarse, tal y como lo indica el autor Reynaldo Bustamante
Alarcon[5], como una mera diligencia que atienda sólo a las normas que regulan su
admisibilidad o desarrollos procedimentales, sino que debe ser vista como un derecho
subjetivo de los sujetos procesales legitimados a intervenir en la actividad probatoria que
define –junto a otros elementos- el debido proceso.

En virtud de ello, la prueba necesariamente debe ser vista como un derecho


constitucional que, conjuntamente, con otros derechos y principios forman el debido
proceso. En tal sentido, es por lo que, a partir de la vigencia de la Constitución de 1999,
podemos afirmar que existe un derecho constitucional de acceder a las pruebas, y como
consecuencia de ello, también existe el derecho constitucional a probar.

En ese mismo sentido, expresa el autor Augusto Mario Morello[6], al indicar que
“…el derecho constitucional de la prueba es una fase esencial del debido proceso y del
ejercicio cabal de la defensa en juicio… El derecho a probar es uno de los elementos
constitutivos que concurren a definir el proceso justo…”.

Pues bien, luego de leer la opinión de los autores antes mencionados podemos
señalar que el derecho a probar, tal y como lo dispone nuestra Constitución en su artículo
49.1, consiste en que todo ciudadano legitimado en todo proceso judicial y
administrativo, tiene el derecho de acceder a las pruebas, y, por tanto, a que los medios
probatorios sean admitidos, evacuados y valorados para poder demostrar la verdad de los
hechos alegados que conforman su pretensión.

De forma pues que, el derecho constitucional a probar, además de implicar el


hecho que deben ser admitidos y evacuados todos los medios probatorios aportados por
las partes en un proceso o procedimiento indicado, también implica que el órgano
jurisdiccional o administrativo, según sea el caso, debe valorarlos otorgándole un

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contenido constitucional, por encontrarse tal derecho expresamente establecido en


nuestra Constitución.

Pero como todo derecho debe tener ciertos límites, es importante considerar que
por tratarse de un derecho que se materializa o se ejecuta ineludiblemente dentro de un
proceso judicial o administrativo, debe estar limitado por ciertos principios procesales,
como los pueden ser el de la idoneidad, pertinencia, conducencia, licitud, control y
contradicción, entre otros.

Ahora bien, otra consideración que desde el punto de vista procesal constitucional
debemos realizar con respecto al derecho de acceder a las pruebas, es decir, el derecho a
probar, es que además de ser una emanación del derecho a la defensa de las partes
legitimadas dentro del proceso judicial o administrativo, creemos también que tal derecho
puede comprender un doble carácter.

En efecto, tiene un carácter objetivo, habida cuenta que es uno de los elementos
esenciales de nuestro ordenamiento jurídico, toda vez que el Estado, a través de sus
órganos jurisdiccionales y administrativos, se encuentra en la obligación que en todo
proceso o procedimiento se deben analizar todas y cada una de las pruebas aportadas por
los legitimados en cada caso, para así no sólo garantizar las debidas garantías
constitucionales dentro de aquellos, sino para que también el magistrado o ente decisor
emita un pronunciamiento ajustado a lo probado en el caso en concreto, respetándose así
el debido proceso por parte de quien, precisamente, debe garantizarlo, esto es, el Estado.

Es por ello, que el derecho constitucional de acceder a las pruebas, o como lo


denomina el catedrático Luis Alberto Petit Guerra[7], en su obra Estudios sobre el Debido
Proceso, el derecho constitucional a probar o “la constitucionalización de la prueba”, es
de obligatorio cumplimiento para todos los órganos que conforman el Estado, así como
para los particulares, ello por la fuerza normativa que detenta ese ahora derecho
constitucional.

Por otra parte, el derecho constitucional también tiene un carácter subjetivo en


virtud que, tal y como lo señala el artículo 49.1 de nuestro Texto Fundamental, toda
persona tiene la obligatoriedad de ejercerlo en cada proceso o procedimiento bien sea
judicial o administrativo, es decir, es un derecho de cada individuo que le garantiza un
debido proceso y el derecho una adecuada defensa dentro de aquellos.

Con respecto al derecho a probar, la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de


Justicia, señaló en sentencia número 181, de fecha 14 de febrero de 2003, con ponencia
del magistrado José Manuel Delgado Ocando, lo siguiente: “…El derecho a probar forma
parte del derecho a la defensa, en los términos del artículo 49, numeral 1 de la
Constitución de la República Bolivariana de Venezuela…”[8].

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De tal lectura, se desprende que la Sala Constitucional ratificó que, en efecto, el


derecho constitucional a probar no únicamente comprende el derecho a la defensa, sino
que también guarda relación directa con el debido proceso, por estar expresamente así
dispuesto dentro de los principios rectores del artículo 49 de la Norma de Normas.

Pues bien, luego de realizar algunas consideraciones sobre la definición de prueba,


y tomando en cuenta que ya no puede analizarse y definirse, y menos aun valorarse –
como veremos de seguidas- desde una perspectiva netamente procesal, en virtud que, al
haberse constitucionalizado la prueba por disponerlo así de forma expresa nuestra
Constitución, es por lo que actualmente debe analizarse y valorarse obligatoriamente
desde la óptica constitucional. Veamos:

Sistemas de valoración de los medios probatorios


La doctrina en derecho probatorio ha establecido ciertos sistemas o métodos que
debe utilizar y emplear el juez o ente decisor al momento de analizar las probanzas
aportadas por las partes en un procedimiento o proceso determinado, sea jurisdiccional o
administrativo, encontrándonos entonces con los siguientes sistemas de valoración:

i) el sistema de prueba libre o libre apreciación;


ii) sistema de prueba legal en el sentido estricto; y,
iii) sistema de la sana crítica o persuasión racional.

Pues bien, “las pruebas practicadas hay que valorarlas o apreciarlas. Cualquiera
de las dos palabras es buena: determinar el valor o fijar el precio de algo, no son
expresiones distintas etimológicamente” (Santiago Sentís Melendo).[9]

En ese sentido, tal y como señala Humberto Bello Lozano[10], el acto de la prueba
debe ser una consecuencia lógica del principio de aportación de las partes, quienes traen
al juez durante la secuela del proceso, todos los medios taxativamente señalados en la ley
y que consideren pertinentes para demostrar los hechos controvertidos, lo que, en vista
de ese cuestionamiento, han de ser valorados debidamente por el juez, y de su resultado
o apreciación dictar la sentencia que considere conveniente atendiendo a la convicción
que el análisis haya traído a su ánimo. Por su parte, Augusto Morello[11] señala que
“ninguna decisión es justa si está fundada sobre un acertamiento errado de los hechos”.

Considerando, que la apreciación de la prueba consiste en la operación mental que


realizará el juez o ente decisor, la cual aparecerá debidamente motivada en la sentencia,
donde se establezcan claramente los hechos controvertidos y las pruebas que aparecen en
autos, y en aplicación de la norma correcta, darán la victoria al demandante o
demandado, según sea el caso.

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En efecto, el operador judicial debe valorar la prueba, determinando el grado de


convicción o eficacia para poder así, mediante su decisión, llegar a la verdad de los hechos
controvertidos del caso planteado y así aplicar correctamente las normas que regulen tal
caso.

Es por ello que, la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia, mediante
sentencia número 355, de fecha 23 de marzo de 2001, con ponencia del magistrado Jesús
Eduardo Cabrera Romero, indicó “…la falta de motivación de la decisión, ha sido criterio
de esta Sala que la inmotivación del fallo es una infracción al debido proceso” [12].

En ese mismo sentido, la Sala de Casación Civil del Tribunal Supremo de


Justicia, en sentencia de fecha 24 de marzo de 2000, con ponencia del
magistrado Franklin Arrieche G, luego ratificada en sentencia de fecha 27 de agosto de
2004, con ponencia del magistrado Carlos Oberto Vélez, expresó “…El vicio de
inmotivación por silencio de pruebas se produce cuando el juez, contrariando lo
dispuesto en el artículo 509 del Código de Procedimiento Civil: a) omite toda
consideración sobre un elemento probatorio, es decir cuando silencia la pr ueba
en su totalidad y, b) no obstante dejar constancia en el fallo de la promoción y
evacuación de las pruebas mismas, prescinde de su análisis, contraviniendo la
doctrina, de que el examen se impone así la prueba sea inocua, ilegal o
impertinente, pues justamente a esa calificación no puede llegar el juez si
previamente no omite su juicio de valoración…[13]”.

Pues bien, como puede apreciarse de una lectura de las sentencias antes referidas,
sabemos que constituye un vicio de la sentencia cuando el juez omite, bien sea total o
parcialmente, la valoración de algún medio probatorio, siendo ello a su vez una violación
al debido proceso.

Por ello debemos considerar que el derecho constitucional a probar, establecido


en el artículo 49.1 de nuestra Constitución, consiste en que a cada persona le sean
valorados los medios probatorios aportados al proceso, habida cuenta que tal derecho
tiene por finalidad generarle y mostrarle al juzgador la existencia o no de los hechos que
conforman la pretensión o defensa.

Por tal motivo, es que la convicción al juzgador no puede ser un reflejo de una
verdad formal o aparente, y menos aún subjetiva, en todo caso, tal verdad debe ser
producto de la certeza objetiva, debidamente fundamente en los hechos reales y en el
Derecho, y de esa forma asegurar una justa solución al conflicto.

De manera pues que, como se dijo, los juzgadores se encuentran en la obligación


de analizar todas y cada una de las pruebas producidas en el caso en concreto, con lo cual
se respetaría el derecho a probar que tienen todas las personas que sean partes en un

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proceso o procedimiento, garantizándose así el debido proceso y, por ende, el derecho a


la defensa de ellas.

En efecto, el derecho constitucional a probar quedaría ilusorio si el juez o ente


decisor no valora de forma adecuada todas y cada una de las probanzas aportadas,
conforme al sistema de valoración adoptado del caso que se trate.

En tal sentido, señala el maestro Michele Taruffo[14] que si el juzgador no valora o


no toma en consideración los resultados obtenidos en la actuación de los medios
probatorios, el derecho a probar se convertiría en una garantía ilusoria y meramente
ritualística.

Razón por la cual señalamos que si el juzgador no valora adecuadamente todos los
medios de prueba producidos conforme a los principios “constitucionales y legales” que
rigen la actividad probatoria, el derecho constitucional a probar se vería afectado, y como
consecuencia de ello, también el derecho al debido proceso, el derecho a la defensa y a la
tutela judicial eficaz y efectiva.

Sistema de prueba libre o libre apreciación


Consiste en otorgarle la libertad absoluta al juez respecto de la apreciación y
valoración de las pruebas producidas. De esta manera, el juez puede valorar todas las
pruebas incorporadas en el caso en concreto, apreciándolas o desechándolas sin estar en
la obligación de motivar tal decisión, habida cuenta que el juez la valora como quiere.

En tal sentido, expresa Humberto Bello Lozano[15] que el sistema que se viene
comentando le otorga una libertad absoluta de apreciación de la prueba al juez, indicando
que “…No sólo le concede el poder de considerarla sin requisitos legales de especie
alguna, sino que llega hasta darle el poder de seleccionar libremente las máximas de la
experiencia que han de servir a su valorización…la llamada prueba libre no es un
exponente del liberalismo procesal, sino de dictadura judicial, puesto que se preocupa
tan solo en vencer sin cuidarse además de convencer como hace en cambio la sana
crítica…”.

Eduardo Couture[16] señala que debe entenderse por el sistema de la libre


convicción “…aquel modo de razonar que no se apoya necesariamente en la prueba que
el proceso exhibe al juez, ni en medios de información que pueden ser fiscalizados por
las partes…Dentro de ese método el magistrado adquiere el convencimiento de la
verdad con la prueba de autos, fuera de la prueba de autos y aun contra la prueba de
autos…La libre convicción no es, pues, el conjunto de presunciones judiciales que podrían

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extraerse de la prueba producida. Las presunciones judiciales son sana crítica y no libre
convicción, ya que ellas deben necesariamente apoyarse en hechos probados y no en
otras presunciones…”.

Con respecto a las opiniones mencionadas anteriormente, debemos considerarlas


acertadas, en virtud que tal sistema propone que el juez valore las pruebas mediante una
declaración voluntad que no necesariamente debe estar concatenada las pruebas
producidas en autos, la cual no tiene que ser motivada, por lo que tales decisiones
producidas quedarían bajo la voluntad y discrecionalidad del juez o ente decisor, y ello,
evidentemente, lesiona el debido proceso y el derecho a la defensa contenidos en el
artículo 49 Constitucional, aunado a que también vulneraría el derecho a la tutela judicial
efectiva contenida en el artículo 26 ejusdem, habida cuenta que es garantía de todos los
ciudadanos conocer la motivación de las decisiones emitidas por los órganos
jurisdiccionales.

En este sentido, es inapropiado e inconstitucional implementar un sistema de


valoración de los medios probatorios que lesione el derecho a probar de cualquier
persona parte en un proceso o procedimiento, porque, como se dijo, las decisiones
adolecerían de una motivación coherente que expresaría los motivos por los cuales el
juzgador le otorgó un mayor o menor valor probatorio a una prueba en perjuicio de otro,
es decir, no pudiera conocerse si la valoración fue adecuada, pudiéndose incurrir en una
arbitrariedad judicial, llegando a una “falsa verdad” de los hechos controvertidos, lo que,
sin lugar a dudas, generaría una decisión alejada de la materialización de la justicia.

Sistema de prueba legal en el sentido estricto


Se configura tal método de valoración cuando la ley previamente señala al juez el
grado de eficacia que debe tener cierto medio probático. En tal sentido, Francesco
Carnelutti citado por el autor Rodrigo Rivera Morales[17]señaló que “…se llama prueba
legal cuando su valoración está regulada por la ley…”.

En ese mismo sentido, indica Carlo Lessona, citado por el autor Gabriel Alfredo
Cabrera Ibarra[18] con respecto al sistema que venimos comentando, que es aquel “…en
el que las pruebas tienen un valor inalterable y constante, independientemente del
criterio del juez, quien se limita a aplicar la ley a los casos particulares…”.

Según el autor Humberto Enrique III Bello Tabares[19], el sistema de valoración de


prueba legal “descansa en la desconfianza que tiene el legislador en los operadores de
justicia, pues no les permite apreciar libremente la prueba e imprimirle el grado de
convicción o eficacia que consideren pertinentes, por el contrario, esa valoración grado
de convicción o eficacia, viene dado por la ley, viene previamente señalado por el
operador legislativo, lo cual trae como consecuencia, que realmente quien valora la
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prueba, quien le imprime el grado de certeza, convicción o eficacia es el legislador y no


el juez, todo lo cual se traduce en que realmente se limite la capacidad y libertad
apreciativa y valorativa de las pruebas por parte de juez”.

El sistema de valoración llamado prueba legal o tarifa legal es el método donde la


labor y aporte juez resulta menos libre, es decir, prácticamente inexistente. En efecto, tal
y como señala Humberto Bello Lozano, en tal sistema “…el legislador señala de antemano
al Juez, y con carácter general las pautas a que se ha de someter en la aplicación de los
medios probatorios para su debida aplicación…[20]”.

Podemos reducir el concepto de este sistema de valoración en señalar que el


legislador se sustituye al juez, tal y como Santiago Sentís Melendo[21] lo definió en su
obra La Prueba (Los grandes temas del Derecho Probatorio).

Pues bien, tal sistema ofrece ciertas ventajas, como por ejemplo, la seguridad
jurídica, habida cuenta que las partes, anticipadamente, conocerán el valor probatorio de
los medios aportados al proceso, evitándose así un rechazo arbitrario e inmotivado de
dichos medios. También pudiera señalarse que existiría uniformidad en las decisiones,
evitándose el favorecimiento del juzgador a una de las partes del proceso.

Pero, por el contrario, el referido sistema también tiene algunas desventajas, tal y
como señala Hernando Devis Echandía, citado por el autor Rodrigo Rivera
Morales[22] siendo, entre otras: i) mecaniza la función del juez; ii) conduce a una verdad
aparente por tener apariencia formal, entre otras.

Consideramos que el sistema comentado, es contrario a los principios y valores


que encarnan nuestra Constitución, porque obliga a que la justicia se convierta en un
proceso ritualista y formalista, negándole al juez su capacidad y obligación de interpretar
tanto las normas y principios constitucionales como las leyes, lo cual atenta contra los
artículos 2, 26, 49, 257 y 334 de nuestro Texto Fundamental, habida cuenta que el
juzgador estaría sujeto a reglas abstractas de valoración de las pruebas sin poder aplicar la
sana critica, la lógica, la técnica y las máximas de experiencias aplicables a cada caso en
concreto, porque muchas de las pruebas no se encuentran valoradas por la ley, y el juez,
ante un vacío legal de valoración, debe, por ende, aplicar mecanismos de ponderación e
interpretación de principios constitucionales que lo ayuden a resolver, de forma justa, el
caso planteado.

Con la aplicación de tal sistema, el juzgador debe, necesariamente, aceptar la


conclusión que le arrojaban ciertas reglas abstractas de valoración de las pruebas
preestablecidas por la ley, llegando entonces a una verdad “aparente”, a sabiendas que no
es la verdad real, y así impartir justicia, llevando entonces soluciones contrarias a la
convicción del juez.

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Sistema de la sana crítica o persuasión racional


Señala el colombiano Hernando Devis Echandía, citado por Humberto Enrique III
Bello Tabares[23] que la sana crítica consiste en la libertad de apreciar las pruebas, de
acuerdo con la lógica y las reglas de la experiencia que, según el criterio personal del
juez, sean aplicables al caso.

En tal sentido, el catedrático uruguayo Eduardo J. Couture, señala que el juez no es


una máquina para razonar, sino que es un hombre que toma conocimiento del mundo que
le rodea y le conoce a través de sus procesos sensibles e intelectuales. La sana crítica es,
además, de lógica, la correcta apreciación de ciertas proposiciones de experiencia de que
todo hombre se sirve en la vida[24].

Tal sistema de valoración de medios probatorios ofrece ciertas ventajas, con las
cuales concordamos y nos parecen acertadas, expuestas por Parra Quijano[28], siendo
ellas:

i) la valoración y apreciación de la prueba debe razonarse y motivarse, con lo


cual no queda a discrecionalidad y arbitrariedad del juzgador;
ii) obliga al juez al expresar la parte motiva de la decisión, incluyendo los
razonamientos que hizo para atribuirle mayor o menor valor a un medio de
prueba;
iii) al existir la motivación respecto de la valoración de las pruebas aportadas al
proceso, se le garantiza al ciudadano el derecho a la defensa, al debido proceso
y a la tutela judicial efectiva, entre otros.

Consideremos que el método de la sana crítica resulta útil a los fines de la


valoración de la prueba, por cuanto deviene del resultado de un razonamiento lógico no
sometido a presión, ni preestablecido por una ley (legislador), aplicando el juez las
máximas de experiencia para resolver cada caso en concreto, y siempre en atención al
derecho constitucional a probar, del debido proceso, de tutela judicial efectiva, así como
de la defensa, con lo cual el juzgador debe, obligatoriamente, motivar y fundamentar sus
decisiones respecto de la valoración de las pruebas, lo que le permitiría, desde el punto de
vista constitucional, buscar la verdad sobre los hechos y resolver, de forma justa, el caso
planteado.

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Consideraciones finales

Después de hacer un análisis sobre la prueba, y enfocándola desde la óptica


procesal constitucional, y luego del estudio respecto de los métodos o sistemas de
valoración de los medios probatorios establecidos por la doctrina, considero que en virtud
de la naturaleza constitucional del derecho a probar, que a su vez implica el derecho a la
defensa y al debido proceso, ello según el artículo 49.1 Constitucional, debe emplearse, en
nuestro ordenamiento jurídico, el sistema de la sana crítica o persuasión racional en todos
los tipos de procesos o procedimientos, para así cumplir con lo establecido en los artículo
26, 49, 257 y 334 ejusdem, en el sentido que el Estado realice una verdadera tutela de los
derechos de los ciudadanos a través procesos simples, uniformes, eficaces, breves, orales,
públicos, sin reposiciones inútiles y sin formalismos o ritualismos, a través de magistrados
que emitan sus decisiones de forma motivada “sin fórmulas de valoración previamente
establecidas por el legislador” para luego aplicar correctamente el derecho, y cumplir el
fin del proceso: la justicia.

Distinto sistema de valoración establece el artículo 22 del Código Orgánico


Procesal Penal, el artículo 450 literal “k” de la ley Orgánica de Niños, Niñas y
Adolescentes, al señalar que las pruebas se apreciarán por el tribunal según la sana crítica
observando las reglas de la lógica, los conocimientos científicos y las máximas de
experiencia y la libre convicción razonada. Consideramos un gran avance y acertado
jurídicamente que en materia penal la valoración de las pruebas se realice según la sana
crítica.

Aunado a ello, es importante señalar el trabajo de Osvaldo Alfredo Gozaini,


“denominado la prueba en los procesos constitucionales”, y resaltar específicamente su
opinión respecto de la valoración de las pruebas en tales procesos, donde indica que se
tiene que tratar de trabajar según el principio “pro homine”, según la cual en caso de
duda con relación a la valoración probatoria se debe estar por la protección del derecho.

En atención a ello, y tomando en consideración la opinión de Luis Alberto Petit


Guerra[25], nuestra jurisprudencia ha exhibido en muchos casos como avance la
aplicación de tal principio, como el caso de las contestaciones de demandas anticipadas
antes que abra la oportunidad respectiva, apelaciones anticipadas contra decisiones
judiciales, con lo cual se ayudaría a cambiar la estructura mental de aquellos operadores
de justicia positivistas y excesivamente formalistas, que confunden la existencia de formas
dentro del proceso, con un ritualismo excesivo que desnaturaliza la función básica del
proceso, la cual no es otra que la realización de la justicia, según el artículo 257 de nuestra
Constitución.

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En tal sentido, la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia mediante


sentencia de fecha 10 de mayo de 2001, con ponencia del magistrado Jesús Eduardo
Cabrera Romero, señaló: “…En un Estado social de derecho y de justicia (artículo 2 de la
vigente Constitución), donde se garantiza una justicia expedita, sin dilaciones indebidas y
sin formalismos o reposiciones inútiles (artículo 26 eiusdem), la interpretación de las
instituciones procesales debe ser amplia, tratando que si bien el proceso sea una garantía
para que las partes puedan ejercer su derecho de defensa, no por ello se convierta en una
traba que impida lograr las garantías que el artículo 26 constitucional instaura.

La conjugación de artículos como el 2, 26 o 257 de la Constitución de 1999, obliga


al juez a interpretar las instituciones procesales al servicio de un proceso cuya meta es la
resolución del conflicto de fondo, de manera imparcial, idónea, transparente,
independiente, expedita y sin formalismos o reposiciones inútiles…[26]”.

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Referencias Bibliográficas

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Anon. Editores, Buenos Aires, 1958.
 Bello Lozano, Humberto. La prueba y su técnica. Ediciones Mobil-Libros. 5ta edición.
Caracas-Venezuela, 1991.
 Bello Tabares, Humberto. Tratado de Derecho Probatorio. Editorial Livrosca. Tomo I,
Caracas, Venezuela, 2002.
 Bustamante Alarcón, Reynaldo. Apuntes sobre la Valoración de los Medios de Prueba. En:
Revista de Derecho Procesal. Lima, 1998.
 Cabrera Ibarra, Gabriel. Derecho Probatorio. Compendio. Vadell Hermanos editores.
Caracas-Venezuela-Valencia, 2012.
 Couture, Eduardo. Fundamentos del Derecho Procesal Civil. Ediciones Depalma. Buenos
Aires. 1981.
 Devis Echandía, Hernando. Teoría General de la Prueba Judicial. Dos tomos. Biblioteca
Dike. Cuarta edición, 1993.
 Morello, Agusto. La prueba. Tendencias modernas. Editorial Platense-Abeledo Perrot.
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 Petit Guerra, Luis. Estudios sobre el Debido Proceso. Una visión global: Argumentaciones
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 Picó I Junoy, Joan. El derecho a la prueba en el proceso civil. J.M.Bosch Editor S.A,
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 Rivera Morales, Rodrigo. Las Pruebas en el Derecho Venezolano. Editorial Jurídica Santana
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Fuentes electrónicas consultadas:

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http://www.tsj.gov.ve/decisiones/scon/Marzo/355-230301-00-1853%20.htm
http://www.tsj.gov.ve/decisiones/scc/Marzo/70-240300-98-757.htm
http://www.tsj.gov.ve/decisiones/scc/Agosto/RC-00952-270804-04139.htm
http://www.tsj.gov.ve/decisiones/scon/Abril/382-010405-03-1697.htm
http://www.tsj.gov.ve/decisiones/scc/Febrero/%20RNyC-0001-270203-01682%20.htm
http://www.tsj.gov.ve/decisiones/scon/Mayo/708-100501-00-1683.htm

[1] Santiago Santís Melendo. La Prueba. Los grandes temas del Derecho Probatorio.
Colección Ciencia del Proceso. N° 65. Ediciones Jurídicas Europa-América, Buenos Aires,
Argentina, 1978, p. 22.
[2] Hernando Devis Echandía. Teoría General de la Prueba Judicial. Dos tomos. Biblioteca
Dike. Cuarta edición, 1993. Tomo I, p. 34.
[3] Eduardo Juan Couture. Fundamentos del Derecho Procesal Civil. Ediciones Depalma.
Buenos Aires. 1981, N° 135, pp. 215 y 216.
[4] Hugo Alsina. Tratado Teórico Práctico de Derecho Procesal Civil y Comercial, Ediar Soc.
Anon. Editores, Buenos Aires, 1958, Tomo III, p. 224.
[5] Reynaldo Bustamante Alarcón. Apuntes sobre la Valoración de los Medios de Prueba.
En: Revista de Derecho Procesal. Lima, 1998. Tomo II, pp. 50-57.
[6] Agusto Mario Morello: La prueba. Tendencias modernas. Editorial Platense-Abeledo
Perrot. Buenos Aires, 1991, p. 13.
[7] Luis Alberto Petit Guerra: Estudios sobre el Debido Proceso. Una visión global:
Argumentaciones como derecho fundamental y humano. Ediciones Paredes. Caracas-
Venezuela, 2011, pp. 115-117.
[8] Disponible: http://www.tsj.gov.ve/decisiones/scon/Febrero/181-140203-02-0503.htm
[9] Ob. Cit., p.86.
[10] Humberto Bello Lozano. La prueba y su técnica. Ediciones Mobil-Libros. 5ta edición.
Caracas-Venezuela, 1991, p 39.
[11] Ob. Cit., p.40.
[12] Disponibles: http://www.tsj.gov.ve/decisiones/scc/Marzo/355-230301-00-
1853%20.htm
[13] Disponibles: http://www.tsj.gov.ve/decisiones/scc/Marzo/70-240300-98-
757.htm y http://www.tsj.gov.ve/decisiones/scc/Agosto/RC-00952-270804-04139.htm

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Maestría en Ciencias Penales y Criminológicas
MCPC 2018-1

[14] Citado por Joan Picó I Junoy. El derecho a la prueba en el proceso civil. J.M.Bosch
Editor S.A, Barcelona, 1996, p. 26.
[15] Ob. Cit., p 45.
[16] Ob. Cit., p 226.
[17] Rodrigo Rivera Morales. Las Pruebas en el Derecho Venezolano. Editorial Jurídica
Santana C.A. San Cristobal-Estado Táchira-Venezuela, 2002, p. 133.
[18] Gabriel Alfredo Cabrera Ibarra. Derecho Probatorio. Compendio. Vadell Hermanos
editores. Caracas-Venezuela-Valencia, 2012, p. 208.
[19] Humberto Enrique III Bello Tabares. Tratado de Derecho Probatorio. Editorial Livrosca.
Tomo I, Caracas, Venezuela, 2002, p. 279.
[20] Ob. Cit. p. 42
[21] Ob. Cit. p. 135
[22] Ob. Cit. p. 291
[23] Citado por Rodrigo Rivera Morales en la Ob. Cit. pp 19-20.
[24]Citado por Humberto Enrique III Bello Tabares en la Ob. Cit. pp 292-293.
[25] Ob. Cit. pp. 257-258.
[26] Disponible: http://www.tsj.gov.ve/decisiones/scon/Mayo/708-100501-00-1683.htm

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