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Crisis de la DC y nuevo escenario

político
DOM 29 ABR 2018 | 12:33 AM




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La Democracia Cristiana (DC) vive por estos días un complejo proceso interno,
con la renuncia de destacados e históricos militantes, quienes han acusado no
sentirse representados por la línea política que ha adoptado la colectividad, cada
vez más identificada con los idearios de la izquierda radicalizada, con un notorio
abandono del espacio de centroizquierda que ocupó en la época de la
Concertación. El tortuoso proceso para elegir al nuevo presidente del partido -
donde nuevamente han entrado en pugna aquellas corrientes que buscan cierta
“moderación”, versus aquellas que quieren profundizar la mirada progresista- no
es más que el reflejo del desvarío en que parece haber caído el partido, y que
hacen difícil ubicarlo dentro del actual mapa político.
Aun cuando es temprano para anticipar si la DC ha entrado en una suerte de fase
terminal o de irrelevancia -algunos de sus principales dirigentes así lo vaticinan-,
por ahora parece evidente que son las corrientes más afines a la izquierdización
las que prevalecen en su interior, por lo que un supuesto regreso al centro político
parece ya muy lejano. El duro castigo electoral que el partido experimentó en las
elecciones pasadas le harán perder importantes espacios de influencia en el
debate legislativo actual.
Nada de esto, en todo caso, debería llamar a sorpresa, pues fue largamente
advertido que en la medida que la DC abandonara sus propias banderas y se
identificara sin mayores reservas con el proyecto de la izquierda más radicalizada
-un pacto político entre el socialcristianismo y el Partido Comunista es algo que
en la experiencia internacional resulta muy ajeno-, inevitablemente terminaría
desdibujada. Es inexplicable que los “disidentes” de este tipo de alianzas no
hayan levantado su voz antes, y solo lo hagan ahora, cuando ya es demasiado
tarde.
A la par del abandono de la DC de los espacios de centro, la lucha por conquistar
este sector político se ha intensificado, lo que se observa en el surgimiento de
variados movimientos que apuntan hacia dicho electorado. Se trata de un
mayoritario y amplio espectro -estudios de opinión muestran que solo alrededor
de un tercio de la ciudadanía se identifica más claramente con la izquierda o con
la derecha-, suficiente para inclinar cualquier elección. De allí que resulte
equivocado suponer que la atención debe estar puesta principalmente en quién
capitaliza la radicalización de la izquierda, pues la batalla por conquistar “el
centro” surge como el otro gran fenómeno político, potenciado por la crisis de la
DC.
Tras el contundente triunfo de la centroderecha en las elecciones de 2017, parece
evidente que esta fuerza es la que mejor ha logrado sintonizar por ahora con el
electorado de centro. Y lo ha hecho no solo producto del deterioro general que
produjo el legado de la Nueva Mayoría, sino porque también pudo captar que aun
cuando el sentir mayoritario sí favorece cambios, no está dispuesto a que ello sea
a costa de sacrificar empleo y crecimiento, o condicionar libertades esenciales,
como ha ocurrido en el caso de la educación, ahora más estatizada. El rumbo más
hacia la izquierda que está tomando la DC hace improbable que se pueda volver a
conectar con este electorado, pero a su vez despeja la cancha para que otras
fuerzas entren a disputar este espacio, favoreciendo postulados políticos más
moderados, lo que es sano para el país.

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