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c

ISBN 978-84-87699-60-3 i
A la espera d e D io s es exp resió n de la a ctitu d a te n ta y
vigilante, p ero tam bién del c a r á c te r siem pre in a ca b a ­
d o de una búsqueda e x ig e n te de v e rd a d , c o m o la o b ra
y la vida de Sim one W eil.
Las cartas y ensayos re co g id o s en este v o lu m en
y publicados p o stu m am en te en 1 9 4 9 , fu e ro n e s c ri­
to s en tre en ero y junio de 1 9 4 2 y re co g e n m u ch as
de las claves que m arcan la o b ra de 'Weil: ra d icalid a d
d esco n certan te, p rob id ad y c o h e re n c ia in telectu ales,
a m o r y p ro fu n d o co n o c im ie n to de los clásico s g rie ­
g o s, id en tificación c o n los v e n c id o s , v o ca ció n « c a tó ­
lica» de sim patía con to d o s los h o m b re s, e x p e rie n c ia
m ística...
;
A la espera de Dios
II'
lí.

A la espera de Dios

Simone Weil

E D I T O R I A L T R o T T A
C O N T E N ID O

C O L E C C IÓ N E S T R U C T U R A S Y P R O C E S O S
S e r ie R e lig ió n

Prólogo: C a rlos O r te g a .......................................................................................................... 9


Prefacio: ]. M . P e r r in ............................................................................................................. 17

CARTAS
Primera edición: 1993
Vacilaciones ante el bautismo ........................................................................................... 25
Segunda edición: 1996
Tercera edición: 2000 En el u m b ral............................................................................................................................... 31
Cuarto edición: 2004 Algo me dice que debo p a rtir.............................................................................................. 35
Quinta edición: 2009 A u to b io g ra fía ............................................................................................................................ 37
Vocación in te le ctu a l............................................................................................................... 51
Título original: Altente de Dleu
Últimos pensam ientos............................................................................................................. 55
© Editorial Trotta, S.A ., 1993, 1996, 2 0 0 0 , 2 0 0 4 , 2009
Ferraz, 55 . 28008 Madrid EN SA YO S
Teléfono: 91 543 03 61 Reflexiones sobre el buen uso de los estudios escolares como medio de cultivar
Fax: 91 543 14 88 el amor a D i o s .................................................................................................................. 67
E-moil: editorial@trotta.es
El amor a Dios y la desdich a.............................................................................................. 75
hftp://www.trofta.es
Formas del amor implícito a D i o s .................................................................................... 87
© Libroirie Arthéme Fayard, 1966 E l amor al p r ó jim o ....................................................................................................... 88
E l amor al orden del m undo...................................................................................... 98
I M a ría Tobuyo y Agustín López, para la traducción, 1993 E l amor a las prácticas re lig io sa s............................................................................ 111
La am istad ......................................................................................................................... 122
© Carlos Ortega, para el prólogo, 1993 El amor implícito y el amor ex p lícito .................................................................... 127
Sobre el «Padre nuestro» ..................................................................................................... 131
Diseño Los tres hijos de Noé y la historia de la civilización m ed iterrán ea.................... 139
Joaquín Gallego
APÉNDICE
ISBN: 97 8-8 4.87699-60-3 Carta a J . M . P e rrin .............................................................................................................. 151
Depósito Legal: M -46.212-2009 Carta a Gustave T b ib o n ....................................................................................................... 153
Carta a Maurice S c h u m a n n ................................................................................................ 155
Impresión
Fernandez Ciudad, S.L.
p

P R O LO G O
■■

«En los últimos decenios, el interés por los ayunadores


k ha disminuido muchísimo».
!<■ ( F r a n z K a f k a , E l artista d el ham bre)
k
li
E le c tra , en la tragedia hom ón im a de Sófocles, ha vivido sacrificad a
h' toda su vida, alentando sólo la com p en sación p o r la m uerte de su
p adre, esperando cada día que al fin llegara su h erm an o O restes y la
ayu dara a restablecer la justicia. M ien tras eso no se cu m p la, E lectra
seguirá viviendo de renuncias (vv. 1 6 5 - 1 9 0 ) : ha ren u nciad o al m atri­
m onio, a tener hijos, y «con indecoroso vestido, vago en torno a mesas
vacías» (v. 1 9 1 ). T o d a su vida ha estad o entregada al d olor. E sos ver­
sos de la obra de Sófocles, expresión de la esperanza y el d olor uni­
dos, son el resum en p erfecto de una p arte — la que m ás se suele
d estacar— de la vida de Simone W eil. C o m o E le c tra , tam bién ella
podría «distinguirse p o r sus num erosos dolores» (v. 1 .1 8 8 ) .

1. Sim one W eil: la m arca de la esclavitud

Simone W eil n ació en París, en 1 9 0 9 , hija de un m atrim on io de la


burguesía (su padre era m édico) de origen judío. Fu e educada en el
m ás absoluto de los agnosticism os, p ro d u cto , p o r un lad o , de la clá ­
sica enseñanza laica francesa, y, p o r o tro , de la voluntad de sus p adres,
junto con su herm ano A n d ré, un ser d otad o con un talento e x tra o rd i­
nario p ara las cuestiones ab stractas que co n el tiem po se con vertiría
en uno de los m atem áticos m ás im portan tes de este siglo, y con quien
desde pequeña se m ediría la prop ia Sim one. Pasó p o r el bachillerato
dando m uestras de su enorm e inteligencia y recibiendo las enseñan­
zas de Alain, antes de ingresar en la Escuela N orm al Superior. E n 1 9 3 1
era ya cated rática de Filosofía en el instituto de Le P u y, una localidad
en el co razó n de la A uvernia. Fue d urante esos años de fo rm ación en
PROLOGO

la Escuela N o rm a l Superior cu a n d o co lab o ró p o r p rim era vez con los p itagórico que luego com p u sieron sus Intuitions pre-chrétiennes, y
m ovim ientos sindicales y co n la «Revolución P ro le ta ria » , sin llegar red actó parte de los m ateriales que m ás tarde el sacerd ote dom inico
a afiliarse a ninguno de ellos, p ero sin dejar de trabajar nunca a su lado. J .- M . Perrin publicaría (junto con otras cartas dirigidas a él m ism o
E n Le Puy, su prim er destino com o p rofesora de Filo so fía, causó y a o tra s personas) con el título de A ttente de D ieu, que recogem os
escándalo el que rep artiera su paga co n los p a ra d o s, al tiem po que en este volum en, y en los que m uestra su am or p o r la G recia clásica
participaba en las luchas sindicales de los obreros o co m p artía su ocio
y p o r los grandes m ísticos.
con ellos. Sin em bargo, no co n o ce rá la verdadera dimensión de la con­ Fue acusada de resistente por las autoridades franco-alem anas, que,
dición obrera h asta q ue, después de h aber p asad o por la fábrica Als- sin em b arg o , la pusieron en libertad inm ediatam ente «p or lo ca». E n
thom de com ponentes eléctrico s y por las F o rjas de B asse-ín d re, no m ayo de 1 9 4 2 , parte con sus padres en b a rco , vía C asab lan ca, p ara
ingrese en la parisina R enault en 1 9 3 5 p ara trab ajar co m o peón fre- N ueva Y o rk , donde p asará varios meses antes de lo g rar el traslad o
sador, abandonando m om entáneam ente su puesto de enseñante. Su a L o n d res, el lugar en que ella deseaba estar, cerca del cen tro de la
experiencia de aquel añ o q ued ó recogida en su Jo u rn a l d ’usine, luego R esistencia, p ara sacrificarse p or su cau sa. Pero la m isión m ás im por­
publicado con el título de la L a condition ou u riére: «La p ru eb a rebasó tan te que consigue de De G aulle, el jefe de la Fru n ce L ib re, es la escri­
sus fuerzas», señala uno de su s b iógrafos; «su alm a fue co m o aplas­ tu ra de U E n ra c in e m e n t* , un libro que en tron ca co n la literatu ra
tada por aquella conciencia de la desgracia que la m a rcó p ara toda
u tópica.
la vida». E lla m ism a vio así su paso p o r la fábrica de coch es: «Allí Su solidaridad con los franceses de la zona ocu p ad a quiso ser tan
recibí p ara siem pre la m a rca de la esclavitud, co m o la m a rc a a hierro
auténtica que se negó a com er m ás de lo que ellos co m ían , y fruto
candente que los rom anos p o n ían en la frente de sus esclavos más des­ de esa p rivación , que agravó determ inantem ente una recién diagnos­
preciados. D espués, m e he con sid erad o siem pre com o u n a esclava». ticada tuberculosis, se produjo su m uerte el 2 4 de agosto de 1 9 4 3 ,
T al vez p ara reconstruirse — «tenía el alm a y el cuerpo en peda­ a los 3 4 años. E l informe del forense indicaba sin paliativos: «L a falle­
zos», escribe en una c a rta — , y antes de volver de nuevo a la ense­
cida se m ató al negarse a sí m ism a la ingestión de alim ento suficiente
ñanza, viaja con sus padres a Portugal, y allí descubrirá el cristianismo
cu and o se hallaba con sus facultades m entales trasto rn ad as».
com o la religión de los esclav o s. Cuando en 1 9 3 6 estalla la G uerra
civil española, se alista com o brigadista y acude, junto a las líneas repu­
2. H u ir al cam po d el vencido
blicanas, al frente de A ra g ó n , de donde tuvo que ser ev acu ad a ense­
guida a su país, luego de h aberse abrasado la pierna con el aceite hir­
U no adm ira en el otro aquello de lo que carece, y el héroe resulta atrac­
viendo de una sartén , debido a su falta to tal de habilidad.
tivo p o r lo que tiene de uno m ism o, p o r la identidad que devuelve.
A tacad a desde siem pre de trem endos dolores de ca b e z a , en la p ri­
Las vidas ejemplares suelen ten er, p o r cie rto , esos dos com p on entes,
m avera del 3 7 viaja a ItaHa, a Asís, y en la sem ana san ta del 3 8 a
que las acercan y las alejan de las nuestras. Santos y héroes se nos
Solesmes, donde tendrá sus p rim eras experiencias m ísticas, envueltas
escap an , ¡y están tan cerca de n osotros! Dicen que pasan p or pruebas
en los efectos d olorosos de sus fortísim as jaquecas. E so s hechos tra s­
decisivas y extrem as. ¿Y quién no pasa p o r pruebas decisivas y extre­
cendentales provocan su ab an d o n o de la enseñanza y señalan el punto
m as tod os los días, y aun a cad a h ora? N o s im aginam os que el efecto
de inflexión a p artir del cual su m irada sobre el m undo recibe una
de elevar unas vidas p or encim a de otras deriva de nuestra voraz facul­
rotunda con form id ad so b ren atu ral. L a cu ltu ra de la G recia clásica se
tad de ad o ració n , de auténtica ad o ració n , y no de una estucada ido­
hace coherente con la civilización del cristianism o. Lee a los m ísdcos
latría b a ra ta , sino de la que busca una exp licación del m undo y de
— lo que no había hecho h asta entonces— , y frecuenta las cerem onias
sí m ism o en el objeto ad orad o. Y de ahí tam bién el deseo de darlo
religiosas. Sin em b arg o , se resistirá al bautizo «p or razones intelec­
a con ocer, a ese objeto ad orad o, sin medir ninguna consecuencia, lo ca­
tuales y porque le p arecía q u e las iglesias estaban corrom p id as p o r
m en te, co m o aquel C and au les, rey de L id ia, q ue, en am o rad o hasta
el poder y la riq u eza», c o m o ha señalado J . Jim énez L o z a n o , aun
el límite de su m ujer, quería a to d a costa que un general de su ejército
cu and o, ya m orib un d a, a c c e d a , según p a re ce , al deseo de una amiga
la con tem p lara desnuda, p ara que — aun a riesgo de su vida— se co n ­
de derram arle agua sobre la cabeza.
venciera p o r la vista de su herm osu ra im presion ante, y a que él no se
Al declararse la segunda G uerra M u n d ial, tiene que dejar París
veía capaz de hacérsela com prender con p alab ras.
y trasladarse junto con su fam ilia a M arsella, donde, al m argen de
Pero cuando la vida que se pretende p ro p ag ar es la de una per­
sus trabajos co m o jornalera ag ríco la, trab a relación co n los medios
sona aparentem ente «ciega, tercam ente obtusa y aborrecible» (R obert
de los Cahiers du Sud, en lo s que publicó im portan tes artículos.
Durante ese tiem po trad u jo a Platón, escribió los te x to s de carácter
1. De próxim a publicación en esta Editorial.
Coles, Sim one W eil, B a rce lo n a , 1 9 9 0 , p. 1 3 ), y se ha desarrollad o en heroísm o m ediando la renuncia previa a to d a recom pensa. H a habido
medio de una lancinante soled ad y de una caren cia absoluta de co m u ­ y hay o tro s que han cap tad o de inm ediato la profundidad de su o b ra.
nicación y a m o r, y ha cu lm inad o en un fracaso evidente, entonces uno U n o de ellos fue Albert C am u s, quien lo p rim ero que hizo en cu anto
se pregunta dónde situarse p a r a m irarse en ella, y qué clase de ejem- le concedieron el Premio N ob el fue ir a visitar a la m adre de Simone
plaridad se tra ta de tran sm itir. W eil en P arís, en un gesto de grandísim a elocuencia. P ara C am u s, las
E stas preguntas son pertinentes frente al favor editorial que han R eflexio n es sobre las causas de la libertad y de la opresión social, uno
tenido las biografías y estu d ios b iográficos — alguno bastante de los libros m ás lúcidos de Simone W ., en el cual expone el m eca­
h agiográfico— de Simone W eil en E sp añ a, y el nulo, o casi nulo, caso nism o y las form as actuales que tiene la op resión , constituyen un hito
que h asta ahora se ha hecho a su s propias o b ra s, sin las cuales su vida de la filosofía política: «Desde M a r x ...» , escribió el au tor de E l extran­
sólo puede p ro y ectar una so m b ra oblicua co m o la que debían crear je r o , «el pensam iento p olítico y so cial n o había p rod ucido en O cci­
las p alab ras co n que C and au ies describía a la reina en la m ente de dente n ada m ás penetrante y p rofético». Y h o y , a la vista de lo que
su general. Y , sití em b argo, es u n a vieja actitu d esta de dejarse sedu­ sucede en el E ste y en el O este, resulta asom b roso co m p ro b ar hasta
cir por la vjdá de esta m ujer e n detrim ento de lo que p arece ofrecer qué punto es profético. E n tre sus p ágin as puede en contrarse un análi­
su obrq.^Alguien tan parecida e n algunos aspectos a ella com o la nove­ sis de las nociones de «trabajo» y «esclavitud». P ara Simone W ., el
lista n o rteam erican a Flannery O ’C onnor m anifiesta desde tem prano binom io deseo-satisfacción debe sustituirse p o r el de pensam iento-
su interés por esa vida que «com b in a en prop orcion es casi perfectas acció n co n el fin de hacer posible la con figu ración de un nuevo m odo
elem entos cóm icos y trágicos» (F . O’C .), al tiem po que juzga ridicula de trab ajo . E lla sabe que la esperanza está envenenada, y que la deses­
gran p arte de su o b ra hasta el p u n to de q ue, en una ca rta de respuesta p eran za cubre cualquier intento de alcan zar una m ayor justicia. Sabe
a una am iga que le había en viad o una edición inglesa de los Cahiers que la responsabilidad revolu cion aria ha m u erto y q ue, sin em b argo,
de W eil, exp resa su deseo de re c o rta r la foto de la a u to ra que h a visto hay que devolver a los hom bres u n a idea de trab ajo en la que p reva­
en un núm ero del T im e p ara pegarla en el libro, porque piensa que lezca el sentido de p rolon gación n atu ral y esp ontánea de su n atu ra­
su rostro «confiere una suepKT'de realidad a)sus an o tacio n es». P ara leza libre. P ero para ello antes debe salvarse la diferencia entre tra­
o tros, co m o es el caso d e ^ b r i e l M arcel, el4ech azo puede argu m en ­ bajo «m anual» y trab ajo «in telectu al», división que consolida el
tarse en razón de la rareVa^esp iriffla l,^ é í sincretism o, de los falsos régim en de opresión y los privilegios de las clases «intelectuales».
conceptos com o el de humiícTáJI¡ro-tie las d olorosas con trad icciones E sa rad icalid ad, forjad a a m edias p o r el elem ento im pulsivo de
que destila toda su obra. su ca rá cte r y por el com ponente tem erario de su p erson ah d ad , que
Incluso el últim o de sus b iógrafos, el am ericano R obert Coles citado le lleva en la vida a ad o p tar determ inaciones condenadas de antem ano
más arriba, que, p o r haber dedicado parte de su vida a la obra de Simone al fra ca so , se coron a con el éxito en su o b ra . Si pese a tener una acti­
W eil, debería estar a cubierto de toda duda que pudiera arrojarse sobre tud n egadora de la vida y sentirse siem pre «ansiosa p o r d ar su últim o
su adhesión a la pensadora fra n ce sa , despacha de m an era displicente respiro» (C o les), la figura de Sim one W . resulta atractiv a es porque
a veces algunos de los com ponentes esenciales de su pensam iento, com o su o b ra es equiparable, si no su perior, al reflejo de su vid a, y , sobre
su antijudaísm o (¿sólo por m a la conciencia de raza o p o r un deseo de to d o , porque las dos, d o ctrin a y existen cia, se correspon d en, d ialo­
singularizarse?), su política (¿u n pensam iento inm aduro fruto sólo de gan , y m arch an unidas. Su vida es im itable y ha estado precedida de
su pasión por los p obres?), su posición frente a la ética (¿tan rígida otro s m uchos ejemplos en la h istoria de la hum anidad. Sin em b argo ,
y censora com o p a ra que le lleve a su aislam ien to?), o su co n cep to de su o b ra es ú nica, porque nunca n ad ie había argu m en tad o antes con
gracia (¿reducido simplemente a sus experiencias m ísticas m ás expre- tan to esclarecim iento p o r qué es n ecesario actu ar co m o lo hizo Anti-
sables, y olvidando que ella m ism a llegó a decir: «llevo dentro de mí g o n a, la hija de E d ip o, resistiéndose a ced er, al m ism o tiem p o, a una
el germ en de to d o s los crím enes posibles, o de casi to d o s» ?). E n su ley del m undo y a una convención de los hom bres. Según cuenta A po-
ceguera. Coles disocia las diversas actitudes de Simone W eil co m o si lo d o ro , cu and o C reonte se hizo ca rg o del reino de T eb as dejó inse­
surgieran de personas diferentes: la m ística, la revolucionaria, la inte­ pultos los cadáveres de los argivos, que habían pretendido conquistar
lectual an tijudía, e tc ., sin d arse cuenta de que todas son y proced en a ciudad de los tebanos y habían p erecido todos en el intento. C reonte
de un m ism o y ú nico pensam ien to. C laro que qué cabe esp erar de no se lim itó a prohibir so pena de m uerte que se los en terrara, sino
alguien que se cree en el deber de añadir, co m o un dato singular de que adem ás puso vigilantes en el cam p o en el que yacían m u ertos los
la vida de otra p erso n a, el que ésta no se ca sa ra ni tuviera hijos. vencidos. E n tre éstos se en co n trab a Pohnices, hijo de E dipo y her­
Pero no tod os, afortunadam ente, miran a Simone W eü de la misma m an o de A n tígona, a quien su o tr o h erm an o, E teo cles, en defensa
m anera, subyugados sólo p o r esa especie de no-vida entregada al de T eb as, había dado m uerte y había m uerto él m ism o. La reacción de
PROLOGO

Antígona fue la de huir al ca m p o de los ven cid os, ro b ar el cuerpo to d a tu vida, tra ta desde a h o ra , te lo ru eg o , de acostu m b rarte un p oco
de Polinices, y en terrarlo en secreto. E ste episodio es el que da pie a la oscuridad y al olor frío y p enetrante que reinan aquí. N o te espan­
a la A ntígona de Sófocles y a h a s Suplicantes de Eurípides. T am b ién te s, ni te o fen d as... E s preciso aprender a am ar la m iseria, a cu idarla.
es Antígona la que aco m p añ a a su padre E dipo cam in o del destierro. Besa, te lo ruego, la húmeda tierra de este subterráneo, sí, bésala. D arás
Antígona rep resen ta, pues, u n a figura activa que se encuentra siem ­ así una prueba tangible de tu dócil sumisión a la aspereza y a la tris­
pre del lado de la calam idad y del infortunio, p e ro de una calam id ad teza que, p o r lo que p arece, h an de con stituir gran p arte de tu vida”».
y un infortunio que a ella no le tocan . L a injusticia procede siempre Simone W . está, al m ism o tiem p o , en los antípodas de lo que se d en o­
de la consideración de un bien y un m al subjetivos, que luchan entre m ina resignación cristiana. Su v o cació n es de ascesis; n h n fr""*"
sí, com o E teocles y Polinices, o de la idea de un bien com ú n en car­
mental na especie de tratad o s m ísticos d e s o rd e n a d o s
co m o su vida d om éstica, al m od o de los de Ju a n de la Q iuáj (diiiu i. líi'rr
nado en una institución (E s ta d o , Iglesia, p a rtid o , e tc .), co m o la que
alienta la prohibición de C re o n te . El tiem po en carniza la injusticia infinitas e insospechadas ram ificacion es de carácter ético -social y
y se erige en piedra de toque d e la m iseria y la desgracia h um anas. estético.
N adie com o Simone W . había dirigido antes su pensam iento sobre Pero en ton ces, ¿dónde queda la dignidad.^ ¿qué es lo que Simone
este tema de la desgracia, no de u n modo com placiente, no p ara lavarse W . encuentra en el cam p o del vencido? Ju an de la C ru z tenía un lem a
la conciencia, sino desde la ó p tica de A n tígona, co m o quien se halla que decía «N o a lo m ás, sino a lo m en o s», y su crítica al p rop io orgu ­
tocado de una especie de «locura de amor» que le lleva al cumplimiento llo es fe ro z ... L os filósofos de la antigüedad sop ortab an sin el m en or
de una m isión en el m undo. asom o de dignidad ofendida tod a clase de injurias y golpes porque
La vida de Simone W . es u n intento frustrad o de p asar al cam p o lo consideraban una especie de deber profesional. L a dignidad queda,
del vencido, pero su o b ra , in scrita en to d a una «tradición de la hum i­ p ues, en el ám bito superior de la h um ildad, y en el cam p o del vencido
llación», la salva siem pre de esos intentos. E n virtud de su co m p ro ­ encuentra Simone W . la civilización. E n un pequeño ensayo titulado
miso «de estar entre los h o m b res», hubo de re co n o ce r su fracaso en «L os tres hijos de N o é y la historia de la civilización m editerránea»
queda esbozada esa últim a resp u esta. C am es el único hijo de N oé
la enseñanza, su fracaso en la s fábricas, su fracaso en la G u erra de
E sp añ a, cu and o se alistó c o m o brigadista, su fracaso en la Resisten­ que no se avergüenza de ver a su p ad re ebrio y d esnu d o. Sobre los
cia, después de que el general D e Gaulle la disuadiera de su deseo de hijos de C a m , afirm a Simone W ., se fundan las civilizaciones; sobre
saltar en paracaídas sobre la F ran cia ocupada. Pero en su pensam iento los hijos de Sem y Ja fe t, la b arb arie y la guerra. L os hijos de C am
teórico no h ay lugar p ara el fracaso : «prefiero ser objeto de persecu­ son siempre los pueblos invadidos, los pueblos d erro tad o s; sólo de
ción a ser objeto de filan tro p ía», escribió en cierta ocasión. Y en este ellos puede n acer una civilización. Aquellos invasores que se som etan
sentido, algo hace que nos recu erd e a aquel hom bre del subsuelo de a sus víctimas acabarán creando una civilización; aquéllos que se m an­
Dostoievski, aquel hom bre h u ra ñ o y solitario que había perdido «la tengan al m argen, con su orgullo y su b rutalidad, h arán que crezca
costum bre de la v id a», aquel c e ro a la izquierda que prefería o cu p ar el atraso y la tiniebla.
Frederik H etm ann com en zab a su ensayo b iográfico sobre Simone
«tranquilam ente el últim o puesto» a cualquier o tr o , y que en contrab a
un cierta voluptuosidad en el h echo de sentirse hum illado. L a v o c a ­ W . dejando en el aire esta pregu nta clave: «¿Por qué n o h acer por
ción de Simone W . excluye tam bién la p articip ación de o tro s. E s una una vez propaganda de una p erson a, de su m anera de vivir y pensar?».
vocación de soledad que co n siste, com o si de un filósofo antiguo se E n vez de eso, a nosotros n os gu staría h acer lo que el rey lidio C an-
tra ta ra , en ponerse al final de la co la, p or debajo del que carece de daules. Sabía que su general arriesgaba la vida, si la reina lo veía mien­
tod o, por detrás del último h o m b re, del m ás d esgraciad o, del m ás tras la contem plaba desnuda. Sabía que había un peligro cierto. Pero
humillado. E s la m ism a que en diversas ocasiones a lo largo de su vida su pasión era m ás fuerte.
T am b ién la lectura de la ob ra de Simone W eil resulta p ertu rb a­
la lleva a no com er o a restringirse el alim ento, la últim a de ellas con
resultado de m uerte. E s la m ism a que, co m o un filósofo an tig u o , la d o ra y arriesgada. Pero es h o ra y a de dejar de suplantar sus p alab ras
conduce a esa «com pleta disponibilidad», a esa sumisión p a rca co m o y acercarse a la belleza desnuda de sus libros.
la del Jak o b von G untem de R o b ert W alser. Ja k o b von G untem y
C arlos O rtega
R obert W alser pertenecen tam bién a la progenie de los d erro tad o s.
¿Qué habría sentido Simone W . ante este fragm ento de la novela de
W alser? «“A h o ra nos e n co n tra m o s”, dijo la señorita B enjam en ta, “en
las criptas y en los d eam bulatorios de las privaciones y la p ob reza,
y ya que tú , mi querido Ja k o b , probablem ente seguirás siendo pobre
P R EFA C IO

Los texto s aquí reunidos se cuentan entre los m ás herm osos que me
dejara Simone W eil. Fu eron escritos entre enero y junio de 1 9 4 2 y
están todos ellos relacion ados de form a más o m enos directa con el
diálogo que am bos m an ten íam os, desde el mes de junio del año ante­
iV-
rio r, a la escucha de la v erd ad , ella atraíd a p o r C risto , y o , sacerdote
desde hacía trece años.
E n 1 9 4 9 decidí publicar estos escritos y en p articu lar la co rres­
pondencia — que es su p arte m ás bella— a fin de dar a co n o cer las
páginas m ás ilum inadoras de su exp erien cia interior y de su p erson a­
lidad; pero la razón principal de su p ub h cación fue el deseo, exp líci­
tam ente expresado p o r Simone en varias ocasio n es, de d ar a otros la
posibilidad de en trar en el diálogo. D oy fe de que h abíam os hablado
de ello con frecuencia y en este espíritu me entregó estos te x to s y los
de Intuitions pré-chrétiennes. E n su carta de adiós me transm itía así
su pensam iento: «N o sé de nadie m ás que usted a quien pueda im plo­
ra r atención en su favor. Q uisiera que su carid ad , que tan pródiga
ha sido con m igo, se desviase de mí p ara dirigirse h acia lo que llevo
en m í y que vale, quiero creerlo , m ucho m ás que yo».
H e elegido co m o título A la espera de D ios p o r ser una expresión
ca ra a Sim one; veía en ella la vigilia del sirviente atento al regreso del
señor. E ste título exp resa tam bién el carácter in acab ad o que, a causa
de los nuevos descubrimientos espirituales que p o r entonces hizo, ato r­
m entaba a Simone.
E sta observación, p o r breve que sea, es tanto m ás necesaria cuanto
que no estamos aquí en presencia de unos textos destinados a ser publi­
cad os y concebidos p ara vivir de algún m odo independientem ente de
su au tora. Por el co n tra rio , las ca rta s, sobre to d o , form an p a rte , valga
la expresión, de ella m ism a, y no se las puede co m p ren d er sin situar­
las en su búsqueda, en su evolución e incluso en el d iálogo en que
se había com p rom etid o.
J. M . P E R R I N

Simone W eil, que había n a cid o en París el 3 de febrero de 1 9 0 9 , Sin em bargo, Simone estaba lejos de sentirse satisfecha: p a ra quien
n o recibió ninguna educación religiosa: «Fui ed ucad a p o r mis padres verdaderam ente am a, la com p asión es un to rm en to . E n 1 9 3 4 decidió
y mi hermano en un agnosticism o com pleto». U no de los rasgos dom i­ a d o p ta r, en tod a su dureza, la condición o b rera. C o n o ció entonces
nantes de su infancia fue el am or com pasivo p o r los desdichados; tenía el h a m b re , la fatig a, los m alos m o d o s, la op resión del trab ajo en
ap roxim ad am en te cin co años cu an d o la gu erra de 1 9 1 4 y el m adri- cad en a, la angustia del p aro . P ara ella no se tra ta b a de una «exp e­
nazgo de un soldado le hicieron descubrir la m iseria. N o quiso to m ar rien cia», sino de una en carn ación real y to tal. Su «d iario de fábrica»
un solo terrón m á s de azú car a fin de enviarlo tod o a los que sufrían es un testim onio d esgarrad or. L a p rueba fue su perior a sus fuerzas;
en el frente. P ara com p ren d er el ca rá cte r e xtrao rd in ario de esta co m ­ su alm a resultó com o ap lastada p or esta con cien cia de la desdicha y
pasión — que se rá uno de los ra sg o s esenciales de su vida— hay que quedará m a rca d a p o r ella durante tod a su vida.
reco rd ar el desahogo m aterial, la tolerancia y el afecto co n que sus C u an d o en 1 9 3 6 estalló la gu erra de E sp a ñ a , Sim one — que había
padres no cesaron de ro d earla. particip ado activam ente en las huelgas (artículos p ara R évolution p ro ­
L a p recocid ad de su inteligencia propició su éxito esco lar. Fue en létarienne)— n o dudó en p artir p ara el frente de B a rce lo n a ; un acci­
el Liceo Duruy donde hizo su cu rso de filosofía, recibiendo allí la ense­ dente causado por su falta de habilidad (se quem ó con aceite hirviendo)
ñanza de Le Senne; en el H enri IV preparó el exam en de entrada a obligó a su casi inm ediata evacu ación . P osteriorm en te apenas h abla­
la Escuela N o rm a l y recibió la influencia profunda de A lain. T enía ría de estos h echos, si no era p ara rendir hom enaje a sus com p añ eros
diecinueve años cu an d o fue ad m itid a al exam en de ingreso en la N o r­
de arm as.
m al y veintidós cu an d o salió titu lad a: 1 9 2 8 - 1 9 3 1 . E n 1 9 3 8 p asa la sem ana santa en el m on asterio de Solesmes y,
D urante aquellos años se m o s tró m arcad am en te an ticlerical; era algunos m e k s m ás tard e, tiene lugar la gran ilum inación que cam bió
incluso lo bastan te antirreligiosa com o p ara estar enfadada durante su vida: «C risto m ism o descendió y me to m ó ». E s difícil determ inar
varios meses co n un am igo que se convirtió al catolicism o. A b ord ab a con precisión la fecha de este acontecim iento pues g u ard ó celosam ente
la vida de docente y su activid ad hum ana en un com p leto agnosti­ el secreto; ninguno de sus escritos personales se refiere a ello ni lo habló
cism o, negándose a plantearse e l problem a de D ios y no pudiendo ta m p o co , al p arecer, con sus am igos m ás p ró x im o s, a excep ción de
resolver el enigm a del destino. E n aquella ép oca en tró en co n ta cto la c a rta a Jo é B ousq u et, en la que h a ce alguna alu sión , y de lo que
con el movimiento sindicalista y c o n el grupo Révolution prolétarienne. a mí me co n tó de viva voz o p or escrito. L o que es evidente es que
E n lo sucesivo n o dejará de co la b o ra r con am bos m ovim ien tos, sin en m edio de los tanteos de su búsqueda y de los vaivenes de su pensa­
afiliarse sin em b argo a ningún p artid o . N u n ca habló de las p erson a­ m iento, jam ás volvió sobre eso; a raíz de la exp erien cia de ese senti­
lidades im portantes a las que tu v o ocasión de co n o cer o de ay u d ar, m iento d esco n ocid o, dirigió una m irad a nueva sobre el m u n do, sobre
ni del papel que ella m ism a desem peñó; p a ra ella la p reocu pación su p oesía y sus tradiciones religiosas y especialm ente sobre la acción
p rioritaria era el a m o r a los d esgraciad os. U n joven o b re ro , co m p a­ al servicio de los desdichados, cam po en el que intensificó sus esfuerzos.
ñero de sus luchas sociales, me decía: «Jam ás ha hecho p o lítica», y V ino luego la guerra. N o ab and on ó París h asta que la capital fue
añadía: «si tod o el m undo fuera com o ella n o habría desdichados». d eclarad a ciudad ab ierta. Fue entonces cu an d o llegó a M arsella. Allí
E sta com pasión p o r los d esgraciad os es u no de los rasgos esenciales estaba cu and o se prom ulgó el d ecreto adm inistrativo en co n tra de
de su vida.
los judíos. E n junio de 1 9 4 1 vino a verm e. E n u n a de sus prim eras
L e Puy fue su prim er destino docente; allí com en zará a d ar libre entrevistas me habló de su deseo de com p artir la condición y las lab o­
cu rso a esa com u n ión real con la m iseria de los o tro s. P ara ten er dere­ res del p roletariad o agrícola. M e di cuenta enseguida de que no se
cho al subsidio de p a ro , los o b re ro s estaban obligados a duros trab a­ tra ta b a de una idea irreflexiva, sino de una decisión p rofu n d a; pedí
jos; les veía p icar p iedra y , co m o ellos y con ellos, quería m an ejar el entonces a Gustave Thibon que le facilitara el p royecto; pasó así varias
p ico. E n u n a o casió n les a co m p a ñ ó en n o sé qué m a rch a de reivindi­ sem anas en el valle del R ód an o y co n o ció el duro trab ajo de la ven­
cación a la p refectura. Se asignó p ara vivir la sum a correspondiente
dim ia.
al subsidio cotidiano de p a ro , distribuyendo el resto de su sueldo entre ¿Q ué decir de aquellos meses de M arsella? Su extrem a reserva y
los dem ás. E n los d ías de p aga se podía con tem p lar la fila de sus nue­ el p ud or que se ocultaba bajo el to n o inflexible y m on óton o de las
vos am igos a la p uerta de la jo v en profesora de filosofía. M á s ade­ discusiones teóricas le h acía hablar p o co de sí m ism a y de sus activi­
lante, llevará incluso sus aten cion es hasta dedicar buena p a rte de su dades. P ero sin em b argo, ¿podía p asar desapercibida?
tiem po — tiem po que quitaba a lo s libros, a los que co n ta n ta pasión E n cu an to a su actividad literaria, estaba en co n ta cto con los
am ab a— a jugar a las cartas c o n unos, tra ta r de can ta r co n o tro s, Cahiers d u S u d y escribía con el pseudónim o de E m ile N ovis (an a­
y convertirse realm ente en uno d e ellos. gram a de su n om b re); aparecieron varios artícu los suyos im p o rtan ­
tes, especialmente «L a Ilíada o el poem a de la fu erza», «L a agonía fue la ocasión de sus cartas m ás b e lla s'. E l 1 4 de m ayo de 1 9 4 2 se
de una civilización con tem p lad a a través de un poem a épico» o «En em b arcab a con sus padres.
qué consiste la inspiración o ccita n a » , además de algunos poem as. Pero U n a vez en N u eva Y o rk , ech ó m an o de tod os sus con ocid os y de
lo mejor de su tiem po lo d ed icab a a las traducciones de P lató n , a los to d as sus antiguas am istades p a ra tr a ta r de regresar a L o n d res; sufría
textos p itagóricos que se han pub licad o con el título de Intuitions pré- c o m o una deserción haber dejado F ra n c ia y enviaba m isivas en estos
chrétiennes y a la elaboración de los te x to s que con stituyen , en p a rte , térm in os: «¡Se lo ru ego, con siga que regrese a L on d res, no m e deje
este libro. Leía estos escritos en reuniones íntim as con algunos am i­ m o rir aquí de p en a!», «Apelo a usted p a ra salir de la situación m oral
gos a los que transm itía su a m o r por G recia y , sobre to d o , las e x p e ­ extrem ad am en te dolorosa en que me en cu en tro », «Le suplico me p ro ­
riencias vividas p o r los grandes m ísticos. cu re , si le es posible, los sufrim ientos y peligros útiles que me p reser­
Como lecturas preferidas en aquella época es bastante destacable v arán de ser estérilmente con sum id a p o r la p ena. N o puedo vivir en
su interés p o r las m em orias del cardenal de R etz y p o r Los trágicos la situación en que ah ora m e en cu en tro , que m e co lo ca m uy cerca de
de Aubigné. la desesperación» (a M . S chum ann).
L ectu ras y e scrito s no co lm a b a n su v id a; su in clin ació n esp iri­ P ero no p o r eso dejará a un lado su am or p or los desheredados.
tual y la volu n tad de co m p a s ió n que le c a ra cte riz a b a n no p o d ían «E xp lo ro H arlem — escribía a uno de sus am igos— y todos los dom in­
m antenerla indiferente a la v id a de ios d esd ich ad o s; ella m ism a les gos voy a una iglesia b aptista en la q u e, salvo y o , no h ay ningún
buscaba y se m ezclab a co n e llo s p ara co n o ce rlo s y a y u d a rlo s. Se b lan co ». E n tab lab a relación co n m u ch ach as negras y las invitaba a
interesó m uy particularm en te p o r los an nam itas desm ovilizados que su c a s a ; ese m ism o am igo, que la co n o cía bien, me decía: «¡Si Simone
esperaban su re p a tria ció n ; co n s ta ta n d o la in justicia de su su erte, se hubiera quedado en N u eva Y o rk se habría hecho n eg ra!».
actu ó tan eficazm en te que co n sig u ió que d estitu y eran al d ire cto r Su corazón , sin em bargo, estaba en el universo: «La desdicha exten ­
del cam p o . dida sobre la superficie del globo terrestre me obsesiona y me ab ru m a
E n una o ca sió n , su am or p o r los dem ás le salvó la vid a; detenida al p u n to de anular mis facu ltad es; n o puedo recu p erarlas y liberarm e
por gaullism o, interrogada y am en azad a de cárcel, en la que ella, p ro ­ de esa obsesión si no es p o r la p articip ación en el peligro y el sufri­
fesora de filosofía, se vería m ezclada con las p ro stitu tas, dio esta m iento. E s pues una condición p ara recu p erar mi cap acid ad d e ,tra ­
incom parable respuesta: «Siem pre he deseado co n o cer ese m edio y b ajo» (a M . Schum ann).
nunca he creído que para e n tra r en él hubiera p ara mí m ejor form a L o n d res, adonde llegaba a finales de 1 9 4 2 , le cau só una cruel
que ésta: la cárcel». Ante estas p a la b ra s, el juez, tom án d ola p o r lo ca , d ecepción. Sólo tenía un objetivo: con seguir una m isión difícil y peli­
ordenó fuera puesta en lib ertad . g ro sa , sacrificarse de m an era ú til, fuera p ara salvar o tras vidas, fuera
Y , puesto que estam os h ab lan d o de la clandestinidad, Simone se p ara realizar algún acto de sab otaje. L o reclam a de viva v o z; insiste
entregó a la difusión de T ém o ig n a g e chrétien, m ovim iento que gozaba p o r escrito: «N o puedo evitar el ten er la indiscreción y el im pudor
de sus preferencias entre los entonces existentes; m ás tard e, p ara inten­ de los m endigos; com o los m endigos, sólo sé, a m od o de argu m en to,
tar que le dejaran lanzarse en p a ra ca íd a s sobre F ra n cia , haría valer g ritar mis n ecesid ad es...». Pero era im prudente acep tar. Se le en co ­
los lazos que le unían con los organ izad ores del m ovim iento; sobre m endó un trab ajo intelectual. P asab a h o ras en su d esp ach o, alim en­
este punto escribía a M aurice Schu m an n : «C reo que es con m ucho tándose a m enudo con un simple bocadillo y quedándose allí to d a la
lo mejor que hay en Fran cia en este m om ento. ¡Q ue no les o cu rra nin­ n oche tras haber dejado p asar la h o ra del últim o m etro , p ara dorm ir
guna desgracia!» (Écrits de L o n d res). ap o y ad a sobre la mesa o tu m b ad a en el suelo.
Su gran p reocupación seguía siendo no obstante la cuestión reli­ C uan d o con insistencia suplicaba que le fuera asignada una
giosa: escru tab a detenidam ente el evangelio, co m en tán d olo con sus «m isión», señalaba: «El esfuerzo que h ag o aquí se verá dentro de p oco
amigos, co n los que se e n co n trab a en la misa del dom in go; frecuente­ detenido p o r un triple límite. U n o m o ra l, pues tem o que el d olor de
mente venía a verme y , para disfrutar de m ayor soledad, asistía a veces, no sentirm e en mi sitio, creciend o sin ce sa r, a ca b a rá , a mi p esar, p o r
entre sem ana, a una misa m a tin a l. Fue p o r aquel tiem po cu and o me obstacu lizar mi pensam iento. E l segu nd o, intelectual; es evidente que
escribió: «M i corazón ha sido transp ortado para siempre, así lo espero, en el m om ento de bajar a lo con creto mi pensam iento se detendrá falto
al Santo S acram en to expuesto so b re el altar». E s ta frase dice m ucho de o b jeto . E l tercero , físico; pues la fatiga crece».
de la atracción que sobre ella ejercía el silencio vivo de las iglesias. L os acontecim ientos debían darle la razón. E n abril había que ren ­
Las sem anas y los meses de M arsella p asaron p ro n to . E n m arzo dirse a la realidad e internarla en el h ospital de M iddlesex; los cu id a-
de 1 9 4 2 fui destinado a M ontpellier, pero volví frecuentem ente a M a r­
sella y pude verla varias veces antes de su m a rch a ; este alejam iento 1. Véase Apéndice, infra, pp. 149 ss.
dos que allí recibió no pudieron restablecerla de la extrem a debilidad
a que la fatiga y las p rivacion es la habían con du cido. Q uiere ir al
cam po y consigue que la trasladen al sanatorio de Ashford, donde falle­
cía el 2 4 de agosto de 1 9 4 3 .
Por los texto s de las sem an as que precedieron a su m u erte, p arece
que se encontraba todavía m u y alejada, en múltiples p u n to s, de la fe
católica en su plenitud y sentía profundam ente que sólo la m uerte le
llevaría a esa verdad de la que se sabía tod avía distan ciad a. Fijaba
perm anentem ente su atención sobre los puntos que perm anecían
oscuros^ p ara ella, a fin de re cib ir su luz: las grandes líneas que
dom inaron su vida, de las que h a b ía to m ad o conciencia en los meses
de M arsella y que son co m o e l fondo de A la espera d e Dios.

J . M . P e r r in CARTAS

2. Véase Pensées sans ord re c o n c er n a n t l ’am ou r d e D ieu, de próxim a publicación en esta Edi-
torial.
VA CILA CIO N ES A N T E E L B A U T ISM O

1 9 de enero de 1 9 4 2

Q uerido Padre:
M e decido a escrib irle... p ara p o n er fin — al m enos h asta nuevo
aviso— a las conversaciones referentes a mi situación personal. E sto y
cansada de hablarle de m í, me p arece un tem a m iserable; no o b stan te,
me veo obligada a hacerlo p or el interés que usted me dispensa.
M e he pregu ntado estos días a ce rca de la voluntad de D ios, en
qué consiste y de qué m anera es posible llegar a con form arse p len a­
m ente a ella. V o y a exponerle lo que pienso sobre este asunto.
H a b ría que distinguir tres ám b ito s. P rim e ro , lo que no depende
en m o d o algu n o de n o so tro s y que in clu ye to d o s los aco n tecim ien ­
tos que tienen lu g ar en el universo en este in sta n te , adem ás de to d o
aquello que está en vías de realizació n o d estin ad o a realizarse p o s ­
terio rm en te m ás allá de n u estro a lca n ce . E n este te rre n o , to d o lo
que de h ech o se p rod uce es sin ninguna excep ció n voluntad de D ios.
E s preciso p u es, en esta área, am arlo ab solu tam en te to d o , en el c o n ­
) ju n to y en ca d a d etalle, incluido el m al en to d a s sus fo rm a s, esp e­
cialm en te los p ro p io s p ecad os co m e tid o s en el p asad o en ta n to que
son p a sa d o s (pues h ay que o d iarlo s en la m ed id a en que su raíz esté
to d a v ía p re sen te), lo s p rop ios su frim ien tos p a sa d o s, presen tes y
fu tu ros y — lo que es con m u ch o lo m ás d ifícil— los sufrim ientos
de los d em ás en ta n to no se esté llam ad o a aliv iarlo s. D ich o de o tra
fo rm a , es p reciso sentir la realid ad y la p resen cia de D ios a través
Estas cartas, q u e co rresp o n d en a l período co m p ren d id o entre el 1 9 d e de to d as las co sas exterio res sin e x c e p c ió n , tan claram en te co m o
enero y el 2 6 de m ayo de 1 9 4 2 , no p u ed en considerarse representati­ la m an o siente la co n sisten cia del p ap el a tra v é s del p alillero y de
vas de m i relación co n S im o n e Weil. F u e en ju n io de 1 9 4 1 cu ando la p lu m a.
Sim one Weil vino a verm e p o r vez prim era e, incluso después d e m i E l segundo ám bito es aquél que se sitúa bajo el imperio de la volun­
nominación en M ontpellier, reg resé fre cu en tem en te a M arsella d o n d e tad . C om prende las cosas puram ente n atu rales, cercan as, fácilm ente
tuve ocasión de seg u ir en co n ta cto con ella. representables p o r m edio de la inteligencia y la im agin ación , entre las
que podem os elegir, disponer y com binar desde fuera unos m edios aquéllos cu yo cam ino está trazad o p o r esa vía. Sin em b argo , n o hay
determinados con vistas a fines determ inados y finitos. E n este terren o, ahí una p articip ación en los sacram en tos co m o tales. C reo que sólo
es preciso ejecutar sin desfallecim iento ni dem ora to d o lo que ap arece quienes se encuentran p o r encim a de un cierto nivel de espiritualidad
m anifiestam ente co m o un d eb er. Y cuando ningún deber ap arece de pueden participar en los sacram entos en cuanto tales. Quienes se sitúan
forma manifiesta, es necesario o bien observar unas reglas m ás o menos p o r debajo de ese nivel, h agan lo que h ag an , en tan to no lo hayan
arbitrariam ente elegidas pero fijas, o bien seguir la inclinación n a tu ­ a lca n z a d o , no pertenecen estrictam en te h ablando a la Iglesia.
ral, aunque en una m edida lim ita d a ; pues una de las form as m ás peli­ P o r lo que a mí resp ecta, pienso que estoy p o r debajo de dicho
grosas del p ecad o , o quizá la m á s peligrosa, consiste en llevar lo ili­ nivel. É ste es el m otivo por el que le d ecía hace unos días que m e co n ­
mitado a un p lan o esencialm ente finito. sideraba indigna de los sacram entos. E sta idea no tiene su origen, com o
E l tercer ám bito es el de aquello que sin estar situado bajo el im pe­ usted ha p en sad o , en un exceso de escrú p u los. E stá b asad a, p o r una
rio de la volu n tad , sin ser relativ o a los deberes natu rales, no es sin p a rte , en la conciencia de faltas p erfectam en te definidas en el orden
em bargo enteram ente independiente de n o so tro s. E n este dom inio de la acción y las relaciones con los seres h u m an os, faltas graves e
J sufrimos una co a cció n p o r p a rte de D ios, a condición de que m erez­ incluso vergon zosas, que sin duda usted m ism o juzgaría co m o tales
cam os sufrirla y en la m ed id a e x a cta en que lo m erezcam os. Dios y que so n , ad em ás, bastante frecuentes; p o r o tra p a rte , se basa ta m ­
recom pensa al alm a que pien sa en él con atención y a m o r y la re c o m ­ b ién, e incluso de form a especial, en un sentim iento general de insufi­
pensa ejerciendo sobre ella u n a presión rig u ro sa, m atem áticam ente cien cia. N o me exp reso así p o r hum ildad. Pues si poseyera la virtud
p roporcional a la atención y al am or. H a y que abandonarse a ese de la hum ildad, la m ás bella, quizá, de las virtudes, no me en co n tra­
im pulso, co rrer h asta el p u n to preciso al que nos lleve y no d a r un ría en tan miserable estado de insuficiencia.
solo paso m ás, ni siquiera en dirección al bien. Al m ism o tiem p o , hay P a ra term in ar con lo que person alm en te m e con ciern e, m e hago
que continuar pensando en D io s cada vez co n m ás am or y m ayor aten­ la siguiente reflexión: la inhibición que m e retiene fuera de la Iglesia
ción p ara seguir siendo em p u jad o , p ara seguir siendo el objeto d e esa es debida o bien al estado de im perfección en que m e en cuen tro, o
coacción y que ésta se ap odere de una p arte perpetuam ente creciente bien a que mi vocación y la volu n tad de D ios se oponen a ello. E n
del alm a. C uan d o esa presión se ha ap od erad o de toda el alm a , se el prim er c a s o , n o puedo rem ediar d irectam en te esta inhibición, sino
está en estado de perfección. P e ro sea cual sea el nivel en que se esté, sólo de form a indirecta, haciéndom e m enos im perfecta si la gracia me
es preciso no realizar n ada m á s que aquello a lo que uno se sienta ayu da. P a ra ello es preciso, p o r una p a rte , esforzarse en evitar las fal­
irresistiblemente im pulsado, n i siquiera co n vistas al bien. tas en el ám bito de las cosas natu rales y , p o r o tr a , p oner siem pre m ás
H e reflexion ad o tam bién so b re la natu raleza de los sacram entos atención y am or en el pensam iento de D ios. Si la voluntad de Dios
y quisiera transm itirle igualm ente lo que de ello pienso. es que yo entre en la Iglesia, él m e im pon d rá esa volu n tad en el
Los sacram en tos tienen un v a lo r específico que constituye un m is­ m o m en to preciso en que yo m erezca que m e la im ponga.
terio en tan to im plican una c ie rta form a de co n ta cto con D ios, co n ­ E n el segundo caso, si su voluntad n o es que yo entre, ¿cóm o enton­
tacto m isterioso p ero real. Al m ism o tiem p o, tienen un valor p u ra ­ ces p o d ría entrar? Sé muy bien lo que usted m e ha repetido con fre­
mente hum ano en tan to que sím bolos y cerem onias. Bajo este segundo cu encia: que el bautism o es la vía com ú n de salvación — al m enos en
aspecto no difieren esencialm ente de los ca n to s, gestos y consignas los países cristianos— y que no hay absolutam ente ninguna razón para
de ciertos partidos políticos; a l m enos, no esencialm ente p or lo que que yo cuente con una vía excep cion al. E sto es evidente. P e ro , sin
en sí m ismos so n ; aunque, evidentem ente, sí difieren esencialm ente e m b arg o , en el caso de que, de h ech o , no me correspon d iera seguir
por la d octrina a la que rem iten . C reo que la m ayoría de los fieles ese ca m in o , ¿qué podría h acer? Si fuera concebible que uno se con de­
sólo tiene co n tacto con los sacram en to s en tan to que sím bolos y cere­ n a ra obedeciendo a Dios y se salvara desobedeciéndole, elegiría de
m onias, incluidos algunos que están persuadidos de lo co n tra rio . Por to d as form as la obediencia.
absurda que sea la teoría de D urkheim confundiendo lo religioso con C reo que la voluntad de Dios n o es que yo entre en este m om ento
lo social, encierra n o obstante u n a verdad: a saber, que el sentim iento en la Iglesia. Pues, com o y a le dije an tes, y sigue siendo v erd ad , la
social se asemeja al sentim iento religioso h asta el punto de llegar a inhibición que m e retiene n o se deja sentir co n m enos fuerza en los
confundirse con él. Se le p arece com o un diam ante falso a o tro v erd a­ m om en tos de aten ción , de am or y de o ració n que en los restantes.
dero, de tal m od o que, en e fe cto , induce a confusión a quienes no Y , no obstante, he experim entado una gran alegría oyéndole decir que
posean un discernim iento so b ren atu ral. P o r lo dem ás, la p articip a­ m is p ensam ien tos, tal com o se los he exp u esto , n o son incom patibles
ción social y hum ana en los sacram en tos en tan to que cerem onias y con la pertenencia a la Iglesia y que, p o r consiguiente, no le soy extraña
símbolos es algo excelente y saludable, en calidad de etapa, p ara todos en espíritu.
VACILACIONES ANTE EL B A U T I S M O

N o puedo dejar de p regu ntarm e si, en estos tiem pos en que una escritos relativos a sus vidas — a excep ció n de algunos a los que m e
parte tan considerable de la hum anidad se encuentra sumida en el m ate­ es im posible am ar plenam ente o con sid erar com o san to s— . A m o a
rialism o, no querrá D ios que existan hom bres y mujeres que, en tre­ los seis o siete católicos de espiritualidad auténtica que el azar m e ha
gados a él y a C risto , p erm an ezcan sin em bargo fuera de la Iglesia. llevado a e n co n trar en el curso de m i v id j. Am o la litu rgia, los cán ti­
En todo ca so , cu an d o m e im agino con cretam ente y co m o algo que cos, la arq u itectura, los ritos y las cerem onias católicas. Pero no siento
podría estar p ró xim o el acto p o r el cual entraría en la Iglesia, ningún en m o d o alguno am or p o r la Iglesia p ropiam ente d ich a, al m argen
pensam iento me apena m ás q u e el de separarm e de la m asa inm ensa de su relación con tod as esas co sas a las que am o. Puedo sim patizar
y desdichada de los no creyentes. Tengo la necesidad esencial, la v o ca ­ con quienes sienten ese am o r, pero y o no lo experim ento. Sé m uy bien
ción — pues creo que puedo llam arla así— de m overm e entre los h o m ­ que to d o s los santos lo exp erim en taron . P ero tam bién casi to d o s ellos
bres y vivir en diferentes m ed ios hum anos fundiéndom e con ellos, n acieron y crecieron en el seno de la Iglesia. Sea co m o fuere, el am or
adoptando su m ism o c o lo r, en la medida al m enos en que la con cien ­ no surge p o r prop ia voluntad. T o d o lo que puedo decir es que, si ese
cia no se op on ga, d esaparecien d o en ellos, a fin de que se m uestren am or constituye una condición del p rogreso espiritual — co sa que
tal co m o son sin que tengan que disfrazarse p ara m í. Q uiero co n o ce r­ ignoro^— o form a parte de mi v o ca ció n , deseo que algún día me sea
los p ara am arlos tal co m o so n . Pues si n o los am o tal co m o son, no con cedid o.
es a ellos a quienes am o y mi a m o r no es v erd ad ero. N o hablo de ayu­ Bien podría ser que una parte de los pensam ientos que acab o de
darles, pues hasta a h o ra , desgraciadam ente, soy com pletam ente in ca­ exponerle sea ilusoria y m ala. P ero, en cierto sentido, p o co im p o rta;
paz de hacerlo. C reo que de ningún m odo entraría nunca en una orden no quiero analizar m ás; después de to d as estas reflexiones he llegado
religiosa p ara no sep ararm e p o r un hábito del com ún de los m o rtales. a una co n clu sión , que es la resolución p u ra y simple de no volver a
H ay seres hum anos p a ra los que esta separación no ofrece inconve­ pensar en la cuestión de mi eventual en trad a en la Iglesia.
nientes graves, pues están ya sep arad os del con ju nto de los hom bres E s m u y posible que después de h ab er estado sin reflexio n ar sobre
por la pureza n atu ral de su a lm a . En cu anto a m í, p o r el co n tra rio ello durante sem anas, meses o años, sienta un día el im pulso irresisti­
— com o creo haberle dicho y a — , llevo en mí m ism a el germen de todos ble de solicitar inmediatamente el bautism o y vaya corriendo a pedirlo.
los crímenes o p o co m en os. M e hice especialm ente consciente de ello Pues o cu lto y silencioso es el cam in o p o r el que la g racia se adentra
en el curso de un viaje, en circun stan cias que ya le he relatad o . L o s en los co razo n es.
crímenes me p roducían te rro r, m a s no m e sorprendían; sentía su p osi­ Puede o cu rrir que mi vida llegue a su térm ino sin haber exp eri­
bilidad dentro de m í y , p recisam ente p o r sentir en mí m ism a esa p osi­ m en tad o jam ás ese im pulso. Pero una co sa es absolutam ente cierta;
bilidad, me h orrorizab an . E s ta disposición n atural es peligrosa y m uy si llega el día en que yo ame a Dios lo suficiente p ara m erecer la g ra­
d olorosa, pero co m o to d a disposición n atu ral puede ponerse al servi­ cia del b autism o, recibiré esa gracia ese m ism o día, indefectiblem ente,
cio del bien si se sabe h acer u n uso adecuado de ella con el auxilio bajo la fo rm a que Dios quiera, sea p o r m edio del b autism o p ro p ia­
de la gracia. Implica una v o ca ció n , la de mantenerse de alguna m anera m ente d ich o , sea de cualquier o tra fo rm a . ¿Por qué, en ton ces, p reo ­
en el an onim ato, dispuesto a m ezclarse en cualquier m o m en to con la cuparse? N o es en mí en quien debo p en sar, sino en D ios. E s Dios
m asa com ún de la h um anidad. A h o ra bien, en nuestros días, el estado quien debe pensar en mí.
de los espíritus es ta l que hay u n a b arrera más m a rc a d a , una sep ara­ E sta carta es m uy larga. U na vez m á s, le habré quitado m ás tiempo
ción m ás tajante, entre un c a tó lico practicante y un no creyente que del que hubiera sido deseable. Le pido p erd ón. M i excu sa es que cons­
entre un religioso y un laico. tituye, al m enos provisionalm ente, una conclusión.
C on ozco las p alab ras de C ris to : «De aquél que se avergonzare de R ecib a mi m ás vivo agradecim iento.
mí delante de los h o m b res, rae avergonzaré yo delante de mi P adre».
Pero avergonzarse de C risto quizá no signifique p ara to d o s y en tod os SiM O N E W E IL
los casos no adherirse a la Iglesia. Para algunos puede significar so la­
mente no ejecutar los p re ce p to s de C risto, no irrad iar su espíritu, no
honrar su nom bre cu an d o se presenta la o casió n , no estar dispuesto
a m orir por fidelidad a él.
D ebo decirle la v erd ad , aun a riesgo de con trariarle y p o r m ás que
contrariarle me resulte extrem adam ente penoso. A m o a D ios, a Cristo
y la fe católica ta n to co m o a u n ser tan m iserablem ente insuficiente
fe -
le sea dado am arles. A m o a los santos a través de sus textos y de los
EN EL UM BRAL

JI

: j

Q uerido Padre:
E s to es u n a p osd ata a la carta que le escribí a m od o de conclusión
provisional. E sp ero p o r usted que sea la ú nica. T e m o que pueda lle­
gar a aburrirle. Pero de ser así, reprócheselo a sí m ism o. N o es culpa
mía si creo m i deber exponerle mis pensam ientos.
L os obstáculos de orden intelectual que h asta estos últim os tiem ­
pos me habían retenido en el um bral de la Iglesia pueden considerarse
en rigor eliminados desde el m om ento en que no se niega usted a acep­
tarm e co m o soy. Sin em b argo, sigue habiendo ob stácu los.
E n resum idas cu entas, creo que se reducen a lo siguiente: lo que
me da m iedo es la Iglesia com o realidad social. N o sólo a causa de
sus im perfecciones, sino p o r el hecho de p resen tar, en tre otras c a ra c ­
terísticas, la de ser un hecho social. N o es que m i tem peram ento sea
especialmente individualista. Tengo m iedo p o r la razón con traria. H ay
en mí una fuerte tendencia gregaria. Soy p o r disposición natural extre­
madamente propensa a dejarme influir, sobre tod o p or las cosas colec­
M i; J tivas. Sé que si en este m om ento tuviera ante mí una veintena de jóve­
nes alem anes can tan d o him nos nazis a c o ro , una p arte de mi alm a
se haría inm ediatam ente nazi. E s ésta u n a gran debilidad, pero así
es co m o soy. C reo que n o sirve de n ad a co m b atir directam ente las
debilidades natu rales. E s preciso hacerse violencia p ara actu ar co m o
si tales debilidades no existieran en las circun stan cias en que un deber
lo exige de fo rm a im periosa; en la vida cotid ian a hay que con ocerlas
bien, tenerlas en cuenta con prudencia y esforzarse p o r h acer buen
uso de ellas, pues todas son susceptibles de ser correctam ente utilizadas.
Tengo m iedo de ese patriotism o de Iglesia que existe en los medios
católicos. Entien d o el patriotism o co m o el sentim iento que se ofrece
a una p atria terrestre. T engo miedo de él porque tem o con traerlo p o r
: contagio. N o es que la Iglesia me p arezca indigna de in sp irarlo, p ero
fn o quiero p a ra m í un sentim iento de ese tipo. L a p alab ra «querer»

\M .
no es la adecuada. Sé, siento c o n certeza, que to d o sentim iento de esa E sta s consideraciones atañen a este m undo y p arecen miserables
índole, sea cual sea su o b je to , es funesto p ara mí. si se tiene en cu enta el carácter sob ren atu ral de los sacram en to s. Pero
H ubo santos que a p ro b a ro n las C ru zadas o la Inquisición. N o justam ente tem o en m í la mezcla im pura de lo sobrenatural con el mal.
juedo sino pensar que estab an equivocados. N o puedo rech azar la E l ham bre es una relación con el alim ento m ucho menos com p leta,
uz de la conciencia. Si creo v e r con m ay o r claridad que aquellos san ­ ciertam en te, pero tan real co m o el acto de com er.
tos respecto a alguna circu n stan cia c o n cre ta , y o , que tan p o r debajo N o es acaso inconcebible que p a ra un ser que tenga determ inadas
de ellos estoy, debo pensar q u e tuvieron que estar cegados p o r algo disposiciones n atu rales, determ inado tem p eram en to, determ inado
muy poderoso. Ese algo es la Iglesia en tan to que realidad social. Si p asado, determ inada vocación , e tc ., el deseo y la privación de los sacra­
esa realidad les perju d icó, ¿q ué daño n o p od rá h acerm e a m í, que soy m entos puedan constituir un co n ta cto m ás p u ro que la particip ación
particularmente vulnerable a las influencias sociales y casi infinitamente en ellos.
más débil que ellos? N o tengo ni idea de si es así o no en lo que a m í resp ecta. Sé m uy
Nunca se ha dicho ni escrito nada que vaya tan lejos com o las p ala­ bien que esto sería algo excepcional y p arece que hay siem pre una loca
i J bras del diablo a C risto , en san Lucas, sobre los reinos de este m undo: presunción en adm itir que se pueda ser una excep ción . Pero el c a rá c ­
«Te daré to d o el p od er y la g lo ria de estos reinos, porque a mí me ter excep cion al m uy bien puede p roced er n o de una superioridad sino
ha sido en tregada, y se la d o y a quien quiero». Se deduce de ahí que de una inferioridad en relación a los demás. C reo que éste sería m i caso.
lo social es irreductiblem ente el dom inio del diablo. L a carne impulsa Sea co m o fuere, com o ya le he d ich o , no m e creo actualm ente
a decir yo y el diablo im pulsa a decir nosotros o , co m o los d ictad o res, cap az, en ningún c a so , de un verdadero co n ta cto co n los sacram en ­
yo con un significado co le ctiv o . Y con form e a su misión p ro p ia, el to s; tengo tan sólo el presentim iento de que ese co n ta cto es posible.
diablo fabrica una falsa im itació n de lo divino, un sucedáneo de lo C on m a y o r ra z ó n , m e es im posible saber en este m om en to qué clase
divino. de relación con ellos me conviene.
N o entiendo p o r «social» lo que se relacion a co n la ciu d ad anía, H a y m om entos en que estoy ten tad a de ponerm e p o r en tero en
sino solam ente los sentim ientos colectivos. sus m an os y pedirle que decida p or m í. P e ro , después de to d o , no
Sé perfectam ente que es inevitable que la Iglesia tenga tam bién un puedo h acerlo. N o tengo ese derecho.
carácter social; de lo c o n tra rio , no existiría. Pero en tan to que reali­ C reo que en las cosas m uy im portan tes los ob stácu los no se fran­
dad social, pertenece al P rín cip e de este m u ndo. Y es precisam ente quean. Se los m ira fijamente durante el tiem po que h aga falta, hasta
por ser un órgan o de co n serv ació n y transm isión de la verdad por lo que, caso de p ro ced er de las p otencias de la ilusión, desaparecen. L o
que presenta un carácter sum am ente peligroso p ara quienes, co m o yo, que llam o «obstáculo» es algo distinto a esa especie de inercia que hay
somos excesivamente vulnerables a las influencias sociales. Pues, siendo que superar en cad a paso que se da en dirección al bien. T en go exp e­
semejantes y estando con fu nd id os b ajo las m ism as p alab ras, lo m ás riencia de esa inercia. Los ob stácu los son algo m uy distinto. Si se los
puro y lo m ás im perfecto fo rm a n una m ezcla casi inseparable. quiere franquear antes de que hayan d esaparecid o, se corre el riesgo
Existe un am biente ca tó lico presto a acoger calurosam ente a cu al­ de que se p rod uzcan los fenóm enos de com p en sación a que alu d e, en
quiera que esté dispuesto a e n tra r en él. A h ora bien, yo no quiero ser S' mi op inión, el pasaje del evangelio sobre el hom bre del que salió un
adoptada en ningún am b ien te, no deseo h ab itar en un m edio en el dem onio p a ra en trar otros siete a con tin u ación .
que se diga «nosotros» y ser p a rte de ese «n o so tro s», no quiero encon­ M e horroriza el pensam iento de que alguna vez pudiera ten er, aun­
trarm e com o en mi casa en ningún m edio h u m an o , sea cual fuere. Al que fuese nada m ás que p o r un in stan te, una sola reacció n interior
decir «no quiero» m e estoy exp resan d o m al, p ues, en realidad, bien de pesar caso de ser bautizada en disposiciones distintas a las que con ­
lo querría. T o d o eso es m aravilloso p ero siento que no me está p er­ vienen. Incluso si tuviese la certeza de que el bautism o es condición
mitido. Siento que m e es n ecesario, que me está p rescrito, encontrarm e absoluta de salvación, no q uerría, pensando en m i salvación, correr
sola, extran jera y exiliada resp ecto a cualquier m edio hum ano sin tal p eh gro. O p taría p o r abstenerm e en tan to no tuviera la convicción
excepción. de n o co rre r ese riesgo. Y solam ente se tiene tal con vicción cuando
E sto parece co n trad ecir lo que le decía sobre mi necesidad de fun­ se piensa que se actú a por obediencia. Sólo la obediencia es invulne­
dirme con cualquier medio h u m an o p o r el que pase y d esaparecer en rable al tiem po.
él; p ero, en realid ad, es el m ism o p ensam ien to; desaparecer en un Si tuviese mi salvación eterna co lo cad a ante m í sobre esta mesa
medio no es fo rm ar parte de él y la cap acid ad de fundirme co n todos y me bastase con tender la m ano p ara conseguirla, no lo haría en tanto
im phca no form ar parte de ninguno. no creyera haber recibido la ord en . A sí, al m en os, quisiera creerlo.
N o sé si consigo hacerle com prender estas cosas casi inexpresables. Y si en lugar de la m ía se tratase de la salvación eterna de to d o s los
seres hum anos p asad o s, presentes y p o r venir, sé que debería h acer
lo m ism o. E n este c a s o m e resu ltaría m ás difícil. Pero si sólo se tra ­
tase de m í, casi creo poder afirm a r que no tendría dificultad. Pues no
deseo o tra cosa que la obediencia en su to ta lid a d , es d ecir, h asta la
cruz.
Sin em b argo, no tengo d erech o a hablar así. Al h a ce rlo , m iento. A LG O M E D IC E Q U E D E B O PARTIR*
Pues, si lo d eseara, lo con seguiría; y , de h ech o , con tin u am en te me
sucede el retrasarm e días y d ía s en el cum plim iento de obligaciones
evidentes, que siento com o ta le s , fáciles y simples de realizar e im por­
tantes por sus posibles con secu encias p ara los o tro s.
Pero sería dem asiado la r g o y carente de interés entretenerle con
mis m iserias. Y , sin duda, n o tendría utilidad. Salvo, q uizás, la de
que no se form ase usted u n a idea equivocada sobre m í.
Cuente con mi m ás vivo agradecim iento. Y a sabe, así al menos
lo cre o , que no se tra ta de u n a fórm ula.

SiMONE W e il
1 6 de abril de 1 9 4 2

Q u erido Padre:
Salvo im previstos, nos verem os dentro de och o días p or últim a
vez. D eb o m archarm e a finales de m es. E sta ría bien que consiguiera
usted arreglar las cosas de m od o que pudiésem os h ab lar con tranq u i­
lidad sobre esa selección de te x to s, aunque supongo que no será
posible.
N o tengo ninguna gana de irm e. P artiré con an gustia. Los cálcu ­
los de probabilidad en que se apoya mi determ in ación son tan incier­
tos que apenas la sostienen. E l pensam iento que m e guía y que h abita
en mí desde hace añ os, de form a que no m e atrevo a ab and on arlo
aunque las posibilidades de realización sean escasas, está muy cerca
del p ro y ecto en el que tuvo usted la generosidad de ayudarm e hace
unos meses y que no tuvo éxito .
E n el fon d o, la principal razón que m e em puja es que, dado el
. j
ritm o y el curso de los acon tecim ien to s, m e p arece que sería la deci­
sión de quedarm e la que constituiría un a cto de p rop ia voluntad. Y
mi m a y o r deseo es perder no sólo to d a volu n tad , sino todo ser propio.
C reo que algo me dice que debo partir. C om o estoy completamente
segura de que no es la sensibilidad, m e ab an d on o a ello.

1. La cuestión que le atorm entaba era la de su viaje a América que le alejaba de los peligros
de la inm inente ocupación de la zona libre. Para ella no era una cuestión de «peligro» sino de «ser­
vicio». E n Nueva Y o rk , «desfallecerá de pena» en su im paciencia por m archar a Londres. M ás
aún, aspira incluso a una misión peligrosa (llegando hasta el sabotaje) que le hará caer en la enfer­
medad y la muerte. V e en ello algo más que un rasgo de su carácter: siente que ésa es su vocación.
«Estoy fuera de la verdad; nada humano puede llevarme a ella; y tengo la certeza de que D ios no
me llevará de otra form a que ésa. Una certeza sem ejante a la que hay en la raíz de una vocación»
(Écrits d e L o n d res, carta a M aurice Schum ann). Ese viaje era para ella una cuestión de conciencia
en el que presentía comprometidas su vida y su m uerte, muerte a la qu e, por encim a de to d o, no
quería escapar.
Confío en que este ab and on o, incluso si m e eq uivoco, me lleve
finalmente a buen puerto.
L o que yo llamo buen p u e rto , co m o usted sabe, es la cruz. Si no
me es dado m erecer algún d ía la participación en la cruz de C risto,
sea, al m enos, en la del buen ladrón. D e todos los personajes, aparte
de C risto, que ap arecen en e l evangelio, el buen ladrón es con m u­ A U T O B IO G R A FIA
cho al que más envidio. H a b e r estado junto a C risto, en su misma
situación, durante la cru cifixió n , me p arece un privilegio m ucho más
envidiable que estar a su d erech a en su gloria.
Aunque la fecha esté p ró x im a , mi decisión no está tod avía to ­
mada de form a en teram ente irrevocable. Así que, si p o r azar tuviera
algún consejo que d arm e, é ste sería el m om ento. Pero no piense es­
pecialm ente en ello. Sin d u d a , tendrá cosas m ucho más im portantes
en las que pensar.
Una vez me haya m arch ad o , m e parece p o co probable que las
circunstancias m e perm itan volver a verle algún día. En cu anto a
eventuales encuentros en la o tra vida, ya sabe que eso no se ajusta a P. D .: Léase en prim er lugar.
mi form a de ver las cosas. P e ro poco im porta. Le basta a mi amistad E sta ca rta es espantosam ente larg a, p ero puesto que no h ab rá lu gar
a respuesta — tan to m ás cuanto que y o , sin d ud a, me habré m arch ad o
con que usted exista.
N o podré dejar de p en sar con vivida angustia en tod os aquéllos ya— tendrá usted años p o r delante, si así lo d esea, p ara leerla. L éala,
£ que habré dejado en F ran cia y particularm ente en usted. Pero ta m p o ­ en cualquier c a so , un día u o tro .
I co eso tiene im portancia. C r e o que usted es una de esas personas a las
que, pase lo que pase, jam ás puede ocurrirle ningún mal.
L a distancia no im p ed irá que mi deuda con usted crezca co n el M arsella, en to rn o al 1 5 de m ayo
tiem po, día a día, pues no m e im pedirá reco rd arle. Y es imposible
I Q uerido Padre:
pensar en usted sin pensar e n Dios.
Antes de p a rtir, quisiera dirigirme a usted de n uevo, p o r últim a
C on mi am istad filial,
vez quizá, pues desde allí me lim itaré a enviarle de vez en cuando n oti­
cias m ías p a ra récibir las suyas.
SiM O N E W e IL
Le he dicho ya que tenía una deuda inm ensa con usted. T ra ta ré
de exponerle e x a cta y honestam ente en qué consiste. C reo que si ver­
P. S.: Ya sabe que mi p ro p ó sito al hacer este viaje no es huir de los
sufrimientos y los peligros. M i angustia surge precisam ente de mi te­ daderam ente pudiera com prender cuál es mi situación espiritual, no
tendría ningún pesar p o r no haberm e llevado al bautism o. Pero no
m or a que, al m archarm e, esté haciendo, a pesar m ío y sin yo saberlo,
sé si esto le será posible.
lo que p or encim a de to d o quisiera evitar: huir. H asta ah o ra, aquí se
U sted no me ha transm itido la inspiración cristiana ni la figura
ha vivido co n tranquilidad. Si esa tranquilidad desapareciera precisa­
de C risto; cuando yo le con ocí, nada quedaba p o r hacer en ese aspecto.
mente después de mi p a rtid a , sería horrible p ara mí. Si tuviera la cer­
T o d o se había llevado a cabo ya sin la intervención de ningún ser
teza de que va a ser así, c r e o que me quedaría. Si sabe usted algo que
hum ano. Si no hubiera sido así, si no hubiera sido «tom ada» an te­
perm ita hacer alguna previsión, cuento con que m e lo com unique.
riorm ente p o r C risto , n o sólo im plícita sino conscientem ente, no
hubiera usted podido darm e n ad a, pues yo no lo habría acep tad o. M i
amistad habría sido una razón p ara rech azar su m ensaje, pues habría
tenido m iedo a las posibilidades de e rro r e ilusión que lleva consigo
la influencia hum ana en el dom inio de las cosas divinas.
Puedo decir que en to d a mi vid a, jam ás, en ningún m o m en to , he
buscado a D ios. Q uizás p or esta ra z ó n , sin duda dem asiado subje­
rl trT^
|
tiva, es ésa una expresión que no me gusta y que me p arece falsa. E n
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la adolescencia pensaba que carecíam o s de los d atos necesarios p a ra des, en el que h abita la verdad. Prefería m o rir a vivir sin ella. T ras
resolver el problem a de D ios y que la única fo rm a segura de no resol­ m eses de tinieblas interiores, tuve de repente y p a ra siem pre la certeza
verlo m al, lo que me p arecía el peor de los m ales, era n o p lan tearlo. de que cualquier ser h um ano, aun cuando sus facultades naturales fue­
Así que no me lo p lan teab a. N o afirm aba ni n egab a. R esolverlo m e sen casi n ulas, p od ía en trar en ese reino de verdad reservado al genio,
parecía inútil, pues pensab a que lo im p o rtan te, puesto que estam os a condición tan sólo de desear la verdad y h acer un con tin u o esfuerzo
en este m undo, era ad op tar la mejor actitud posible respecto a los p ro ­ de atención p o r alcan zarla. Ese ser h u m an o se con vierte entonces en
blemas de este m u ndo. Y e sto no dependía del p rob lem a de D ios. un genio, incluso si, p o r carecer de talen to , tal genio pueda n o ser
E sto era verdad al m enos p a ra m í, pues jam ás he dudado a la h ora visible al e xterio r. M ás tard e, cuando los d olores de cab eza vinieron
de adoptar una actitud; siem pre he optado por la cristiana co m o única a añadir a las escasas facultades que p oseo una parálisis que enseguida
actitud posible. P o r decirlo de algún m o d o , he n a cid o , he crecido y supuse con to d a probabilidad definitiva, aquella m ism a certeza me
he perm anecido siem pre en la inspiración cristian a. Aunque el norn- hizo p erseverar d urante diez años en unos esfuerzos de aten ción sin
bre mismo de D ios no fo rm a b a parte de mis p ensam ientos, tenía res­ apenas esperanza de obtener resultados.
p ecto a los problem as del m u n do y de la vida la con cepción cristiana E n la palabra «verdad» englobo tam bién la belleza, la virtud y toda
de m anera exp lícita, rig u ro s a , incluidas las nociones m ás específicas clase de bien, de fo rm a que se tratab a p ara m í de una fo rm a de co n ce ­
que tal concepción im plica. Algunas de esas nociones están en mí desde bir la relación entre la gracia y el deseo. H ab ía recibido la certeza de
hace tan to tiem po co m o alcan za mi m em oria. E n cu an to a o tra s, sé que cuando se desea pan no se reciben piedras, aunque en aquella época
en qué m o m en to , de qué m an era y bajo qué fo rm a se han im puesto tod avía no había leído el evangelio.
a mí. C u an to m ás segura estaba de la eficacia que el deseo posee p or
P or ejem plo, siem pre m e he prohibido pensar en una vida fu tu ra, sí m ism o en el ám b ito del bien espiritual b ajo tod as sus fo rm as, m ás
pero siempre he creído que el instante de la m uerte es la n orm a y el lo estaba de su ineficacia en cualquier o tro terren o.
objeto de la vida. Pensaba que p ara quienes viven de la form a ade­ E n cu an to al espíritu de p o b reza, no recu erd o ningún m om ento
cuada ése es el instante en q ue, por una fracció n infinitesimal de en que haya estado ausente de m í, en la m ed id a, lam entablem ente
tiempo, la verdad p ura, desnuda, indudable, eterna, penetra en el alm a. escasa, en que era com patible con m i im perfección. M e sentí fasci­
Puedo decir que jam ás he deseado p ara mí o tro bien. Pensaba que la n ada p o r san Fran cisco desde que tuve n oticia de él. Siempre he creído
vida que con du ce a ese bien n o está definida solam ente p o r la m oral y esperado que la suerte m e llevaría u n día p o r la fuerza a ese estad o
com ú n , sino que consiste p a ra cada uno en una sucesión de actos y de vagabundeo y m endicidad en que él en tró librem ente. N o pensaba
acontecim ientos que son rigurosam ente personales y h asta tal punto llegar a la edad que ah o ra tengo sin h ab er, cu an d o m en os, p asad o
obligatorios, que quien los elude no llega al objetivo. É sta era p ara por esa situación. Y lo m ism o podría decir de la cárcel.
mí la noción de v o ca ció n . V e ía el criterio de las accion es im puestas Tam bién tuve desde la prim era infancia la idea cristiana de la ca ri­
p or la v ocació n en un im pu lso esencial y m anifiestam ente diferente dad a la que d aba ese nom bre de justicia que recibe en varios pasajes
de aquéllos que proced en de la sensibilidad o la razó n y no seguir ese del evangelio y que es tan herm oso. C o m o ya sabe, m ás tarde he fal­
impulso cu an d o surgía, aunque ordenase cosas im posibles, me p are­ tad o gravem ente varias veces en relación a este p un to.
cía la m ay o r de las d esdichas. E s así co m o yo entendía la obediencia L a acep tación de la voluntad de D io s, cu alquiera que ésta sea, se
y la puse a prueba durante mi estancia en la fábrica, cuando me encon­ im puso a mi espíritu co m o el prim ero y m ás necesario de los deberes,
trab a en aquel estado de d o lo r intenso e ininterrum pido que reciente­ aquél al que no se puede faltar sin deshon rarse, desde que lo encontré
mente le confesé. L a vida que siempre me ha p arecid o m ás bella es expuesto en M a rco Aurelio bajo la fo rm a del a m o rfa ti de los estoicos.
aquélla en la que tod o está d eterm in ado, bien p o r la presión de las L a idea de p u reza, con tod o lo que esta p alab ra puede im plicar
circun stan cias, bien p o r tales im pulsos, y en la que jam ás hay lugar p ara un cristian o, se adueñó de mí a los dieciséis añ os, tras haber a tra ­
p ara ninguna elección. vesado durante algunos meses las inquietudes sentim entales propias
A los ca to rce años caí en una de esas situaciones de desesperanza de la adolescencia. L a idea m e surgió durante la con tem p lación de
sin fondo de la adolescencia y pensé seriam ente en m orir a causa de un paisaje de m o n tañ a y p o co a p o co se m e ha im puesto de m an era
la m ediocridad de mis facu ltad es naturales. L as dotes extrao rd in arias irresistible.
de mi h erm an o , que tu vo u n a infancia y una juventud com parables P o r supuesto, yo sabía m uy bien que mi con cep ción de la vida era
a las de P ascal, me fo rzaro n a tom ar conciencia de ellas. N o lam en­ cristiana y p o r tal m otivo jam ás me vino a la m ente la idea de en trar
taba los éxitos extern o s, sino el no poder abrigar esperanzas de acceso en el cristianism o. T enía la im presión de haber n acid o en su interior.
a ese reino trascendente, reservado a los hom bres auténticam ente gran­ Pero añadir el dogm a a esta concepción de la vida sin sentirme obli­
gada a ello p o r alguna evidencia, me habría parecido una falta de p ro ­ rab ie m aravilla de p ureza, donde tan a m enudo rezó san F ra n cisco ,
bidad. C o m o tam bién m e lo h a b ría parecid o el plantearm e co m o p ro ­ algo m ás fuerte que yo me o b lig ó, p o r vez p rim era en mi vida, a
blema la cuestión de la v erd ad del d o g m a , o incluso el m ero deseo ponerm e de rodillas.
de llegar a una co n v icció n so b re ese p u n to . T engo una n o ció n e x tre ­ E n 1 9 3 8 pasé diez días en Solesm es, del dom ingo de R am os al
m adam ente rigurosa de la p rob id ad intelectual, h asta el p u n to de que m artes de P ascu a, siguiendo los oficios. T en ía intensos d olores de
jam ás he en con trad o a nadie q u e no m e p areciera faltar a ella en m ás cab eza y cad a sonido me dañaba co m o si fuera un golpe; un esfuerzo
de un asp ecto ; yo m ism a te m o siempre faltar a ella. e x tre m o de atención me perm itía salir de esta carne m iserable, dejarla
Absteniéndom e así del d o g m a , estaba impedida p o r u n a especie sufrir so la , ab and on ad a en su rin cón , y en co n trar una alegría pura
de pudor de en trar en los tem p lo s, en los que sin em bargo m e gustaba y perfecta en la insólita belleza del can to y las p alab ras. E sta exp e­
estar. N o ob stan te, tuve tres c o n ta c to s co n el catolicism o v erd ad era­ riencia m e perm itió com prender m ejo r, p o r an alogía, la posibilidad
mente cruciales. de a m a r el a m or divino a través de la d esdicha. E vid entem ente, en
Después del año de estan cia en la fáb rica, antes de volver a la ense­ el tran scu rso de estos oficios, el pensam ien to de la pasión de C risto
ñ anza, m is padres m e llev aro n a P o rtu g al; allí los dejé p a ra ir sola en tró en mí de una vez y p a ra siem pre.
a una pequeña aldea. T enía e l alm a y el cuerpo hechos p ed azo s; el Se en co n trab a allí un joven católico inglés que me transm itió p or
co n tacto con la desdicha h ab ía m atado mi juventud. H a sta en ton ces, vez prim era la idea de la virtud sob ren atu ral de los sacram en tos,
no había tenido exp eriencia d e la desdicha, salvo de la m ía , que, p or m ediante el resplandor verdaderam ente angélico de que p arecía reves­
ser m ía, me parecía de escasa im portan cia y que no era, p o r o tra p arte, tido después de haber com u lgad o. E l az a r — pues siem pre he prefe­
sino una desdicha a m edias, p uesto que era biológica y no social. Sabía rido decir azar y no providencia— hizo que aquel joven resultara p ara
muy bien que había m ucha desdicha en el m u n d o, estaba obsesionada m í un verdadero m ensajero. M e dio a co n o ce r la existencia de los lla­
con ella, pero nunca la había co n statad o m ediante un c o n ta cto p ro ­ m ad os poetas m etafísicos de la In glaterra del siglo X V I I y , m ás tard e,
longado. Estando en la fáb rica, confundida a los ojos de to d o s, incluso leyéndolos, descubrí el p oem a del que y a le leí una trad u cció n , p or
a mis propios ojos, co n la m asa anónima, la desdicha de los otros entró d esgracia m uy insuficiente, y que lleva p o r título A m or^. L o he
en mi carn e y en mi alm a. N a d a me separaba de ella, pues había olvi­ aprendido de m em oria y a m enudo, en el m om en to culm inante de las
dado realmente mi p asado y n o esperaba ningún futuro, pudiendo difí­ violentas crisis de dolor de cabeza, m e he dedicado a recitarlo poniendo
cilmente im aginar la posibilidad de sobrevivir a aquellas fatigas. Lo en él to d a mi atención y abriendo mi alm a a la ternu ra que encierra.
que allí sufrí me m a rcó de tal form a que, tod avía h o y , cu an d o un ser C reía repetirlo solam ente co m o se repite un herm oso p o em a, p ero ,
h u m an o, quienquiera que sea y en no im porta qué circu n stan cia, me sin que yo lo supiera, esa recitación tenía la virtud de una oración .
habla sin b rutalidad, no p u e d o evitar la im presión de que debe haber Fue en el curso de una de esas recitacio n es, co m o ya le he n a rra d o ,
un erro r y que, sin d u d a, ese erro r va desgraciadam ente a disiparse. cu an d o C risto m ism o descendió y me to m ó .
H e recibido p ara siem pre la m a r c a de la esclavitud co m o la m a rca de
hierro candente que los ro m a n o s ponían en la frente de sus esclavos
1. H e aquí el poema en una traducción que me han hecho:
m ás despreciados. Desde en ton ces, me he considerado siem pre una
esclava. Ei Amor me acogió, mas mi alm a se apartaba,
culpable de polvo y de pecado.
C on este estado de án im o y en unas condiciones físicas m isera­
Pero el Amor que todo lo ve, observando
bles, llegué a ese pequeño p ueb lo portugués, que era igualm ente mise­ mi entrada vacilante
rable, so la , p o r la n o ch e , b ajo la luna llena, el día de la fiesta p a tro ­ se acercó hasta m í, diciéndome con dulzura:
nal. El pueblo estaba al borde del m ar. L as mujeres de los pescadores ¿hay algo que eches en falta?
Un invitado, respondí, digno de encontrarse aquí.
cam inaban en p rocesión junto a las b a rca s; p ortab an cirios y en to n a­ T ú serás ese invitado, dijo el Amor.
ban cán tico s, sin dud a muy an tig u o s, de una tristeza d esg arrad o ra. ¿Y o , el m alvado, el ingrato? jA h , mi amado!
N ad a p od ría d ar u na idea de aq uello. Ja m á s he oído algo tan co n m o ­ yo no puedo mirarte.
vedor, salvo el ca n to de los sirgadores del V o lg a. Allí tuve de repente E l Amor tomó mi m ano y replicó sonriente:
¿quién ha hecho esos ojos sino yo?
la certeza de que el cristian ism o era p o r excelencia la religión de los Es cierto, señor, pero yo los ensucié; que mi vergüenza
esclavos, de que los esclavos n o podían dejar de adherirse a ella, y vaya donde se merece.
yo entre ellos. ¿Y no sabes, dijo el A m or, quién ha tom ado sobre sí la culpa?
¡M i amado! Entonces, podré quedarm e...
En 1 9 3 7 pasé en Asís dos d ías maravillosos. Allí, sola en la pequeña
Siéntate, dijo el Am or, y degusta mis m anjares.
capilla rom án ica del siglo X I I de Santa M a ria degli A ngeli, incom pa- Así que me senté y com í.
É
En mis razon am ientos sob re la insolubilidad del p roblem a de Dios E l co n ta cto con usted no me indujo a rezar. P or el co n tra rio , el
no había previsto la posibilidad de un co n tacto real, de persona a p er­ peligro m e p arecía tan to m ás tem ible cu an to que tam bién tenía que
sona, aquí abajo, entre un ser hum ano y Dios. H abía oído hablar vaga­ desconfiar del poder de sugestión de mi am istad hacia usted. Al mismo
mente de cosas de ese tip o , p e ro nunca las había creído. E n las Fio- tiem p o, me sentía m uy m olesta p o r no rezar y no decírselo. Y sabía
retti, las historias de ap aricion es me d esagrad aban m ás que o tra co sa , que no podía decírselo sin inducirle a p ensar erróneam ente sobre m í.
lo mismo que los m ilagros en el evangelio. Por o tra p arte, en este súbito E n aquel m om ento no habría podido h acérselo com p ren d er.
descenso de C risto sobre m í, ni los sentidos ni la im aginación tuvie­ H a sta el p asad o m es de septiem bre jam ás había re zad o , ni tan
ron parte alguna; sentí so lam en te, a través del sufrim iento, la presen­ siquiera una vez, al menos en el sentido literal del térm ino. Jam ás había
cia de un a m o r análogo al que se lee en la sonrisa de unirostro am ad o. dirigido palabras a D ios, m entalm ente o en voz alta. N u n ca había p ro ­
N u n ca había leído a los m ísticos porque n un ca había sentido nada nunciado una plegaria litúrgica. E n ocasiones había recitad o el Salve
que me ordenase leerlos. T am b ién en las lecturas m e he esforzado siem­ R egina, pero sólo com o se recita un h erm oso p oem a.
pre p o r p ra ctica r la ob ed ien cia. N o hay n ad a m ás favorable al p ro ­ E l verano p asado, estudiando griego co n T . . . , le traduje del griego
greso intelectual; en la m ed id a de lo posible, no leo m ás que aquello el P adrenu estro, p alab ra p or p alab ra. N o s com p rom etim os a ap ren ­
de lo que tengo ham bre y en el m om ento en que la ten g o , y entonces derlo de m em oria. C reo que él no lo h izo; tam p o co y o , en un prim er
no leo , d evoro. Dios me h ab ía impedido m isericordiosam ente leer a m om en to. Pero algunas sem anas después, h ojeando el evangelio, me
los m ísticos a fin de que m e fu era evidente que yo no había fabricado dije que, puesto que me lo había p rom etid o y estaba bien, debía
ese co n ta cto absolutam ente inesperado. h acerlo. Y lo hice. L a dulzura infinita de aquel te x to griego m e im pre­
Sin em bargo, todavía rech acé en p arte, es decir, rech azó mi inteli­ sionó de tal m od o que durante algunos días no pude dejar de repe­
gencia, que no mi am or. Pues me parecía indudable, y aún hoy lo sigo tirlo incesantem ente. U n a sem ana después, com en cé la vendim ia.
creyendo, que no se puede resistir dem asiado a D ios si se hace p o r pura T o d o s los días, antes del tra b a jo , recita b a el Padrenu estro en griego
preocupación por la verdad. C risto quiere que se prefiera la verdad, pues y lo repetía con frecuencia en la viña.
antes de ser el C risto, él es la verdad. Si uno se desvía de él p ara ir en Desde entonces me impuse p o r ú n ica p ráctica recitarlo cad a
pos de la verdad, no andará largo trecho sin caer en sus brazos. m añana con total atención. Si durante la recitación mi atención se dis­
Fue tras esta exp erien cia cuando sentí que Platón es un m ístico trae o se adorm ece, aunque sea de form a infinitesim al, vuelvo a empe­
y que toda L a Ilíada está b añ ad a de luz cristiana y que Diónysos y zar h asta conseguir una atención ab solu tam en te p u ra. Se m e ocu rre
Osiris son en cierto sentido el propio C risto ; y m i am o r p o r él se vio a veces volver a empezar una vez m ás p or p uro p lacer, pero no lo hago
así acrecen tad o. a no ser que sienta un verdadero deseo.
N u n ca m e p reguntaba si Jesús fue o no una en carn ación de D ios; L a virtud de esta p ráctica es e xtrao rd in aria y no deja de sorpren­
pero, de h ech o , era incapaz de pensar en él sin pensarlo co m o D ios. derm e, pues aunque la llevo a cab o cad a d ía, sobrepasa siempre lo
E n la prim avera de 1 9 4 0 leí la Bhagavad-Gita. C uriosam ente, fue que espero.
leyendo aquellas palabras m aravillosas y de resonancias tan cristianas, A veces, ya las prim eras p alab ras arran can m i pensam iento de mi
puestas en b o ca de una en carn ación de D ios, cu an d o sentí con fuerza cuerpo y lo traslad an a un lugar m ás allá del espacio en el que no hay
que debem os a la verdad religiosa una adhesión m uy distinta a la co n ­ ni perspectiva ni punto de vista. E l espacio se ab re. L a infinitud del
cedida a un herm oso p o e m a , una adhesión m ucho m ás categ ó rica. espacio ordinario de la p ercep ción es reem plazada p o r una infinitud
Sin em b argo, ni siquiera creía posible plantearm e la cuestión del a la segunda o a la tercera p oten cia. Al m ism o tiem p o , esa infinitud
bautismo. Sentía que no p od ía abandonar honestamente mis sentimien­ de infinitud se llena por entero de silencio, un silencio que no es ausen­
tos respecto a las religiones n o cristianas y a Israel — y, efectivam ente, cia de son id o, sino el objeto de una sensación p ositiva, m ás positiva
el tiem po y la m editación n o han hecho sino refo rzarlo s— y pensaba que la de un sonido. L os ruidos, si los h ay , sólo m e llegan después
que éste era un ob stácu lo ab solu to. N o im aginaba la posibilidad de de haber atravesado ese silencio.
que un sacerd ote pudiera ni siquiera pensar en concederm e el b au ­ A veces tam bién, durante esta recitación o en o tros m o m en to s.
tism o. De no haberle co n o c id o , jam ás me h abría plan tead o el b au ­ C risto en persona está presente, p ero con una presencia infinitam ente
tismo co m o p roblem a p rá c tic o . m ás real, m ás punzante, m ás clara y m ás llena de am or que aquella
D urante tod o este p ro ce so espiritual no he rezado n u n ca. T em ía prim era vez en que se ap oderó de mí.
el poder de sugestión de la o ració n , ese poder por el cual la recom ienda Ja m á s habría podido decirle estas co sas si n o estuviera p o r medio
Pascal. E l m étodo de Pascal m e parece uno de los peores p a ra llegar el h echo de m i viaje. Y co m o en cierta m edida m e voy co n el pensa­
a la fe. miento de una m uerte p robable, creo que no tengo derecho a callarm e
estas cosas. Pues, a fin de c u e n ta s, no se tra ta de m í, sino de D ios. N a d a me perm ite m edir m ejor la m agn itud de su caridad que el
Y o no cuento para nada en ello. Si pudieran suponerse errores en D ios, hecho de haberm e sop ortad o tan to tiem po y con tan ta dulzura. Puede
pensaría que tod o esto ha caíd o en mí p o r erro r. Pero acaso D ios se p arecer que b ro m eo, pero no es así. E s verd ad que usted n o tiene los
com p lace en utilizar los d esperdicios, las piezas d efectuosas, los obje­ mism os m otivos que yo (aquéllos que le co n tab a el otro día) p ara exp e­
to s de desecho. Después de to d o , el pan de la hostia, aun cuando pueda rim en tar odio y repulsión h acia raí. P e ro , n o o b stan te, pienso que su
estar enm ohecido, se tra n sfo rm a igualm ente en el cuerpo de C risto paciencia p ara conmigo sólo puede proceder de una generosidad sobre­
u na vez con sag rad o por el sa ce rd o te . A h ora bien, él no puede re ch a ­ n atu ral.
zarlo, m ientras que nosotros sí podem os desobeceder. E n ocasiones N o me ha sido posible evitar cau sarle una gran decepción. Pero
pienso que siendo tratad a d e u n a form a tan m isericord iosa, tod o hasta a h o ra , aunque a m enudo me h aya plan tead o la cuestión durante
pecado que co m eto se convierte en pecado m ortal. Y los co m eto sin la o ra ció n , durante la m isa, o a la luz del resp lan d or que queda en
cesar. el alm a después de la m isa, jam ás he ten id o, ni tan sólo una v ez, ni
J Le he dicho que usted es p a ra mí algo así co m o un padre y un siquiera un segundo, la sensación de que D ios me quisiera en la Igle­
herm ano a la vez. Pero estas p a la b ra s n o expresan m ás que una an a­ sia. N i siquiera he tenido n unca una sensación de incertidum bre. C reo
logía. Q u izás, en el fon d o, corresp on d en solam ente a un sentim iento que en este m om ento puedo, p o r fin, co n clu ir que Dios no me quiere
de afecto, de gratitud y ad m iración . Pues en cuanto a la dirección espi­ en la Iglesia. N o ten ga, p ues, ningún p esar.
ritual de mi alm a, creo que D io s mismo la to m ó en sus m an os desde N o lo quiere al m enos p o r ah ora. P e ro , a no ser que me equivo­
el comienzo y no la ha ab an d o n ad o . q ue, m e p arece que su voluntad es que p erm an ezca fuera tam bién en
Eso no me impide tener hacia usted la deuda más grande que pueda el fu tu ro , salvo, quizás, en el m oníento de la m uerte. Sin em b argo,
haber con traíd o co n un ser h u m a n o . Le diré exactam en te en qué co n ­ estoy siem pre dispuesta a obedecer to d a o rd en , cualquiera que sea.
siste. O b edecería co n alegría la orden de ir al ce n tro m ism o del infierno y
En prim er lu gar, usted m e dijo en u na o casió n , al p o co tiem po perm an ecer allí eternam ente. N o pretendo decir, claro está, que tenga
de conocernos, unas palabras que llegaron hasta el fondo de mí: «Preste preferencia p o r este tipo de órdenes. N o tengo tal perversión.
m ucha atención — me dijo— , p u es sería u na lástim a que se en con ­ E l cristian ism o, puesto que es c a tó lic o , debe con ten er todas las
trase con algo im portante y p asase de larg o ». vo cacio n es sin excep ción . E n co n secu en cia, tam bién la Iglesia debe­
E sto me hizo rep arar en o tr o aspecto del deber de p rob id ad inte­ ría h acerlo . P e ro , a mis ojos, el cristian ism o es cató lico de d erech o,
lectual. H asta entonces yo sólo la había entendido co n tra la fe. A un­ n o de h ech o . T an tas cosas están fuera de él, tan tas cosas que am o
que esto pueda p arecer h o rrib le, no lo es; al co n trario : significa que y que no quiero ab an d on ar, tan tas cosas que D ios am a, puesto que
yo ponía todo mi am or del la d o de la fe. Sus palabras m e hicieron de lo co n tra rio no tendrían e x iste n cia ... T o d a la inmensidad de los
pensar que quizás había en m í, sin que yo tuviera conciencia de ello, siglos pasados a excepción de los veinte ú ltim os, todos los países habi­
obstáculos im puros a la fe, p reju icio s, h áb itos. Después de haberm e tad os p o r razas de co lo r, to d a la vida p ro fan a en los países de raza
estado diciendo durante tan to s años n ad a m ás que «Q uizá to d o eso blanca y , en su historia, todas las tradiciones acusadas de herejía, com o
no sea verdad», sentí que, sin dejar de decírmelo — todavía ah ora tengo la m aniquea y la albigense, tod as las cosas surgidas del R enacim iento,
, buen cuidado de repetirlo a m en u do— , debía añadir a esa fórm u la m uy a m enudo degradadas, p ero en ab solu to caren tes de valo r.
su co n traria, «Q uizá tod o eso sea v erd ad », y alternarlas. Puesto que el cristianism o es católico de derecho y no de hecho, creo
Al m ism o tiem po, al h acer de la cu estión del bautism o un p ro ­ legítimo por mi parte ser m iembro de la Iglesia de derecho y no de hecho,
blema p ráctico , usted me fo r z ó a m irar de frente, durante m ucho y no sólo p o r un tiem po sino, llegado el caso , durante tod a mi vida.
tiem po, m uy de cerca y con absoluta aten ció n , la fe, los dogm as y Y no es sólo legítim o; en tan to D ios n o m e dé la certeza de que
los sacram entos co m o realid ades hacia las que tenía unas obligacio­ m e ord en a lo co n trario , creo que es p a ra m í un deber.
nes que discernir y cum plir. E s t o me era indispensable y de no ser p or Pienso, al igual que u sted, que la ob ligación de los dos o tres p ró ­
usted no lo habría hecho. xim os añ os, obligación tan estricta que casi no podría eludirse sin caer
Pero el m ayor beneficio que m e ha p rop orcion ad o ha sido de otra en la traició n , es m ostrar a las gentes la posibilidad de un cristianism o
índole. Al apoderarse de mi am istad mediante una caridad cuyo equi­ verdaderam ente en carn ado. N u n ca en to d a la h istoria actualm ente
valente jam ás había con ocid o, m e procuró la fuente de inspiración m ás co n o cid a hubo una época en que las alm as estuvieran tan en peligro
poderosa y m ás pura que p u ed a encontrarse entre las cosas hum anas. co m o ah o ra en tod o el globo terrestre. H a y que elevar de nuevo la
serpiente de bronce p ara que cualquiera que levante h acia ella su
Pues ninguna de ellas es tan provechosa p ara mantener siempre la mirada
intensamente en D ios, co m o la amistad p o r los am igos de Dios. m irad a se salve.
Pero to d o está tan ligado a to d o , que el cristianism o sólo p odrá L a situación de la inteligencia, al ser algo específica y rigu ro sa­
encarnarse realm ente si es ca tó lico , en el sentido que acab o de defi­ m ente individual, es la piedra de toque de esa arm on ía. A rm on ía que
nir. ¿C óm o p odría circular a través de los pueblos de E u ro p a si no existe siem pre allí donde la inteligencia, m anteniéndose en su lu g ar,
contuviera en sí m ism o to d o , absolutam ente to d o ? Salvo, p o r supues­ actú a sin trab as y cum ple la plenitud de su fu nción. E s lo que santo
to , la m entira. Pero en to d o lo que es, hay casi siem pre más verdad T o m á s dice adm irablem ente de tod as las p artes del alm a de C risto ,
que m entira. a p ro p ó sito de su sensibilidad al d o lo r durante la cru cifixión .
Teniendo un sentim iento tan intenso, tan d oloroso, de esta ur­ L a función propia de la inteligencia exige una libertad to ta l, que
gencia, traicion aría la verdad, es decir, el aspecto de la verd ad que yo im plica el derecho a n egarlo to d o , y ninguna pretensión de dom inio.
percibo, si dejara el punto en que me en cuen tro desde mi nacim iento, D onde usurpa un m an d ato, hay un exceso de individualism o. D onde
en la intersección del cristianism o y de tod o lo que no es él. se en cuen tra in có m od a, h ay una o varias colectividades op reso ras.
Siempre he estado en ese punto preciso, en el um bral de la Igle­ L a Iglesia y el E stad o deben castig arla, cad a uno en la m anera que
sia, sin m overm e, quieta, kv Í)ttoiíovt| (¡palabra m ucho más bella que les es p ro p ia, cu and o aconseja acto s que ellos desaprueban. C uando
patiential); sólo que ah ora m i corazón ha sido tran sp o rtad o , p ara se m antiene en el ám bito de la especulación p uram en te te ó rica , tienen
siem pre, esp ero, hacia el sa n to Sacram ento exp uesto en el altar. tam bién el deber, llegado el ca so , de p o n er al público en gu ard ia, p or
C om o ve, estoy muy lejos de los pensam ientos que H ... m e atri­ tod os los m edios a su alcan ce, co n tra el peligro de la influencia p rá c­
buía con muy buenas in tenciones. Estoy lejos tam bién de exp erim en ­ tica que ciertas especulaciones pueden tener sobre la co n d u cta. Pero
tar ningún to rm en to . cualesquiera que sean esas especulaciones te ó rica s, ni la Iglesia ni el
Si siento tristeza, se debe en prim er lugar a la tristeza perm anente E sta d o tienen derecho a tra ta r de asfixiarlas o a infligir a sus autores
que la suerte ha im preso p a ra siem pre en mi sensibilidad, a la que ningún daño m aterial o m oral. E n p a rticu la r, no se les debería privar
sólo pueden superponerse las alegrías más grandes y más puras, y de los sacram en tos si los desean. Pues sea lo que fuere lo que hubie­
ello al precio de un esfuerzo de atención; en segundo lugar, a mis ran d ich o , aun cuando hubiesen n egad o públicam ente la existencia
miserables y continuos p ecad o s; por últim o, a todas las desdichas de de D io s, no han com etido quizá ningún p ecad o . E n tal caso , la Iglesia
esta ép oca y de todos los siglos pasados. debe d eclarar que están en el e rro r, p ero no exigir de ellos n ada sem e­
Si, aun siendo sacerd ote, le es posible adm itir que una vo cació n jante a una retractació n ni privarles tam p o co del Pan de vida.
auténtica impida entrar en la Iglesia, p o d rá usted com p ren d er p o r L a colectividad es depositaría del d o g m a; y el dogm a es un objeto
de con tem p lación p ara el am o r, la fe y la inteligencia, tres facultades
qué siempre le he ofrecido resistencia.
estrictam ente individuales. De ahí el m alestar del individuo en el cris­
De o tro m od o, existirá u n a barrera de incom prensión en tre n o ­
tianism o, casi desde el origen, y especialm ente el m alestar de la inteli­
sotros, ya sea usted o yo quien esté en el erro r. Si así ocu rriera, me
gencia. E s algo que no se puede n egar.
sentiría profundam ente ap en ad a, habida cuenta de mi am istad hacia
Si C risto , que es la V erdad m ism a, h ab lara en una asam blea, p o r
usted, pues el balance de los esfuerzos y los deseos p ro v o cad o s p o r
ejem plo en un con cilio, no utilizaría el lenguaje que utilizaba con ver­
su caridad hacia mí con stituiría para usted una decepción. Y aunque
sando co n su am igo bien am ad o, y , co n fro n tan d o frases, se le p od ría
no fuese culpa mía, no p o d ría dejar de acusarm e de ingratitud. Pues,
a cu sar, con cierta lógica, de con trad icción y de m en tira. Pues por una
una vez m ás, mi deuda con usted sobrepasa tod a m edida.
de esas leyes de la n aturaleza que el p rop io D ios resp eta, puesto que
.1,' Q uisiera llam ar su a te n ció n sobre un p un to: hay un obstáculo
las quiere desde tod a la eternidad, h ay dos lenguajes com pletam ente
absolutam ente infranqueable a la encarnación del cristianism o. Es distintos aunque com puestos de las m ism as p alab ras, el lenguaje colec­
el uso de estas dos palabras; anathem a sit. N o su existen cia, sino la tivo y el individual. E l C on solad or que C risto nos envía, el Espirítu
utilización que hasta ah o ra se ha hecho de ellas. También esto me de v erd ad , utiliza uno u o tro según la o casió n , y p or necesidad de la
impide franquear el um bral de la Iglesia. Perm anezco junto a todas propia n atu raleza, no hay co n co rd an cia.
las cosas que no pueden e n tra r en la Iglesia, recep tácu lo universal, a C uando auténticos am igos de D ios — co m o lo fue en mi opinión
causa de esas dos palabras. Y perm anezco tan to más a su lado cuanto el m aestro E ck h art— repiten palabras que han escuchado en lo secreto,
que mi prop ia inteligencia es una de ellas. en el silencio, durante la unión de a m o r, y están en desacuerdo con
La encarnación del cristianism o im plica una solución arm oniosa la enseñanza de la Iglesia, se debe sim plem ente a que el lenguaje de
del problem a de las relaciones entre el individuo y la colectividad. la plaza pública no es el de la cá m a ra nupcial.
Arm onía en el sentido p itag ó rico : justo equilibrio de los con trarios. T o d o el m undo sabe que no hay posibilidad de conversación ver-
Ésta es la solución que los hom bres anhelan precisam ente ah ora. : daderam ente íntim a m ás que entre dos o tres p erson as. C uando se
trata ya de cinco o seis, el lenguaje colectivo em pieza a dom inar. Por L a Iglesia defiende hoy la cau sa de los d erech os irrenunciables del
eso, se incurre en un co n trasen tido flagrante cu and o se aplica a la Igle­ individuo co n tra la opresión co lectiv a, la libertad de pensar co n tra
sia la frase «D onde están dos o tres reunidos en mi n om b re, allí estoy la tiran ía. Pero éstas son causas que ab razan gustosos quienes en un
yo en medio de ellos». C risto no dijo d o scien to s, cincuenta ni diez, m om ento determ inado sienten que no son los m ás fuertes. E s su único
sino dos o tres. D ijo estrictam en te que él es siem pre el tercero en la m edio p a ra volver a ser quizá un día los m ás fuertes. E sto es algo bien
intimidad de una am istad cristian a, en la intim idad del ca ra a ca ra . co n o cid o .
C risto hizo prom esas a la Iglesia, p ero ninguna de ellas tiene la A ca so esta idea le ofenda. P e ro , de ser así, in cu rriría en un erro r.
fuerza de la expresión: «V uestro Padre que está en lo secreto». L a pala­ U sted no es la Iglesia. E n los p eríod os en que la Iglesia ha p erp etrad o
bra de Dios es p alab ra secreta. Aquél que n o ha oído esa p alab ra, aun los abusos de p oder m ás atro ces, debía h aber en ella sacerdotes com o
cuando manifieste su adhesión a todos los dogm as enseñados p o r la usted. Su buena fe no es una g a ra n tía , aunque fuera com ún a tod a
Iglesia, no está en co n tacto c o n la v erd ad . su O rden . N o puede usted prever c ó m o van a desarrollarse las cosas.
L a función de la Iglesia c o m o co n serv ad o ra colectiva del dogm a P a ra que la actitud actual de la Iglesia fuera eficaz y p enetrara ver­
es indispensable. Tiene el d erech o y el deber de castigar con la p riv a­ d aderam ente co m o una cuña en la existencia social, haría falta que
ción de los sacram entos a cualquiera que la ataque expresam ente en m anifestase abiertam ente que ha cam b iad o o quiere cam biar. D e o tro
el dom inio específico de esa función. m o d o , ¿quién podría tom arla en serio, recordan d o la Inquisición.? Dis­
A sí, pues, aunque yo ign ore casi to d o de ese asu n to, me inclino cúlpem e p o r hablar de la Inquisición; es una evocación que m i am is­
provisionalm ente a creer que tenía razó n castigand o a L u tero . tad p o r usted, y que a través de usted se extiende a tod a su O rd en ,
Pero com ete un abuso de p od er cu an d o pretende obhgar al am or h ace p a ra m í m uy d olorosa. Pero lo cierto es que ha existid o. T ra s
y a la inteligencia a tener su lenguaje p o r n o rm a . E ste abuso de p oder la caíd a del Im perio ro m a n o , de c a rá c te r to ta lita rio , fue la Iglesia la
no procede de D io s, procede de la tendencia n atu ral de to d a colectivi­ p rim era en establecer en E u ro p a , en el siglo xiii, tras la gu erra c o n ­
d ad, sin excep ció n , a los ab usos de p od er. tra los albigenses, un esbozo de to talitarism o . E se árbol ha p ro d u ­
L a imagen del cuerpo m ístico de C risto resulta m uy seductora. Pero cido n um erosos frutos.
yo interpreto la im portancia que actualm ente se le concede co m o uno Y el resorte de ese to talitarism o es el uso de esas dos p alab ras;
de los signos m ás graves de nuestra d ecadencia. Pues nuestra verda­ anathem a sit.
dera dignidad n o radica en ser parte de ningún cuerpo, aunque sea m ís­ P o r o tra p a rte , es m ediante u n a juiciosa transposición de ese uso
tico, aunque sea el de Cristo. R adica en que en el estado de perfección, co m o se han forjad o los partidos que han fu n d ad o, en nuestros días,
que es la vocación de todos, n o vivimos ya en nosotros m ism os, sino regím enes totalitarios. E s un asp ecto de la h istoria que he estudiado
que es Cristo quien vive en n o so tro s; de m an era que, por ese estado. de fo rm a especial.
C risto en su integridad, en su unidad indivisible, se convierte en cierto D eb o darle la im presión de un orgullo luciferino al h ab lar así de
sentido en cad a uno de n o so tro s de la m ism a fo rm a que está íntegra­ m uchas cosas que son dem asiado elevadas p ara mí y que n o tengo
m ente en cada h ostia. Las h o stias no son p artes de su cuerpo. derecho a com prender. N o es culpa m ía. L as ideas vienen a posarse
E sta im portancia que actualm ente reviste la imagen del cuerpo mís­ en m í p o r e rro r; luego, recon ocien d o su e rro r, quieren salir a tod a
tico m uestra h asta qué p un to los cristianos son m iserablem ente a co ­ co sta . N o sé de dónde vienen ni cu ál es su v a lo r, p ero , p o r si a caso ,
modaticios a las influencias externas. Ciertam ente hay una viva em bria­ no m e creo con derecho a im pedir ese p roceso .
guez en ser m iem bro del cu erp o m ístico de C risto . P ero , hoy día, A d ió s. Le deseo to d o s los bienes posibles salvo la cru z; pues no
num erosos cuerpos místicos que no tienen p o r cabeza a C risto p ro cu ­ am o a m i p ró jim o co m o a mí m is m a , ni a usted p a rticu la rm e n te ,
ra n , en mi op in ión , a sus m iem bros exp erien cias em briagadoras de c o m o ya h ab rá com p ren d id o. P ero C risto co n ced ió a su am igo bien­
la m ism a natu raleza. a m a d o , y sin dud a a to d o s cu an to s fo rm an p a rte de su linaje espiri­
Se me hace ligero, siendo que lo h ago p o r obediencia, estar p ri­ tu a l, llegar h a sta él no p o r m ed io de la d e g ra d a ció n , el d esh o n o r
vad a de la alegría de form ar p a rte del cuerpo m ístico de C risto . Pues, y la an g u stia, sino en una aleg ría, u n a p u reza y u n a dulzura in in te­
si Dios quiere ayu darm e, testim oniaré que sin esa alegría se puede no rru m p id as. P o r eso puedo p erm itirm e el deseo de que, aun cu an d o
obstante ser fiel a C risto h asta la m u erte. L o s sentim ientos sociales tuviere usted un día el h o n o r de m o rir p o r el S eñ or con m u erte v io ­
tienen actualm ente tan ta fu erza, elevan de tal m od o hasta el grado le n ta , sea en la alegría y sin an g u stia n in gu n a; y que sólo tres de
supremo del heroísm o en el sufrimiento y en la m uerte, que me parece las bienaventuranzas (mites, m u n d o co rd e, pacifici) puedan serle apli­
positivo que algunas ovejas se queden fuera del redil p ara dar testi­ ca d a s. T o d a s las d em ás en cierran en m ay o r o m en or m ed id a su fri­
m onio de que el am or de C risto es algo esencialm ente distinto. m ien to .
E ste voto no se debe sólo a la debilidad de la am istad h um ana.
Con cualquier ser hum ano individualm ente considerado encuentro
siempre razones p a ra concluir q u e la desdicha no le conviene, sea p o r­
que m e parece dem asiado m ed io cre p ara algo tan g ran d e, o , al c o n ­
trario , dem asiado precioso p a ra ser destruido. N o se puede faltar m ás
gravem ente al segundo de los d o s m andam ientos esenciales. Y , en V O C A C IO N IN T E L E C T U A L
cu anto al p rim ero , falto de m a n e ra tod avía más h orrible, pues cu an ­
tas veces pienso en la crucifixión de Cristo com eto el pecado de envidia.
C o n mi inquebrantable y filial am istad y mi m ás sincero ag rad eci­
m iento.

SiM O N E W E IL

C asablanca

Q uerida S.:
Le envío cu a tro cosas.
E n prim er lu gar, una carta personal p ara el P. Perrin. E s muy larga
y no contiene nada que no pueda esp erar indefinidam ente. N o se la
envíe; désela cu and o le vea y dígale que deje su lectu ra p ara un día
en que se encuentre con tiem po libre y libertad de espíritu.
E n segundo lugar (en sobre cerrad o p ara m ay o r com od id ad , pero
que usted ab rirá, al igual que los o tro s dos) el co m en tario de los te x ­
tos pitagóricos que no había term inado por falta de tiem po y que deben
ser añadidos al trab ajo que le dejé cu an d o m e fui. Será fácil, pues va
n um erad o. E stá horriblem ente m al red actad o y co m p u esto , es cierta­
mente m uy difícil de seguir caso de ser leído en voz alta y resulta dem a­
siado larg o p ara ser tran scrito . N o puedo h acer o tra cosa que en viár­
selo tal cual.
D ígale al P. Perrin que por fin, co m o le había dicho al principio,
desearía que tod o el trab ajo fuese con fiad o al cu id ad o de T hibon y
unido a mis cu adernos. Pero que el P. Perrin lo conserve durante el
tiem po que crea necesario y en tan to piense que puede e xtraer algo
de él p a ra su prop ia utilidad. Q ue se lo deje tam bién a quien crea con ­
veniente. Se lo lego en com pleta propiedad sin reserva alguna. M ucho
me tem o que, salvo los p ropios te x to s griegos, el v alo r del regalo sea
nulo. Pero no tengo o tra cosa.
E n tercer lu gar, le envío tam bién la cop ia de una tradu cción de
un fragm ento de Sófocles que he en co n trad o entre mis papeles. E s el
diálogo completo entre E lectra y Orestes del que solam ente había trans­
crito algunos versos al trab ajo que usted tiene. Al cop iarlo, cada pala­
bra resonaba en el fondo de mi ser de una form a tan profunda y secreta,
que la interpretación que relaciona a E lectra con el alm a hum ana y
a Orestes con C risto m e p arece ta n cierta co m o si yo m ism a hubiera Si mis p alab ras fuesen m otivo de pena p a ra el P. Perrin, no podría
escrito esos versos. D ígale tam bién eso al P. Perrin. Al leer el te x to , sino desear que m e olvidase enseguida, pues preferiría mil veces n o
com prenderá. tener parte alguna en sus pensamientos que ocasionarle el menor pesar.
Léale tam bién lo que viene a con tin u ación ; espero con tod o m i A m enos que de ello pudiera obtener algún bien.
corazón que no le cau se pesar. V olviendo a m i lista, le envío tam bién el trab ajo sobre el uso espi­
Al term inar el tra b a jo sobre lo s p itagóricos, he sentido de fo rm a ritual de los estudios escolares que me h ab ía traíd o p o r erro r. E s tam ­
segura y definitiva, en la m edida en que un ser h um ano tiene derecho bién p ara el P. Perrin en razón de sus relacio n es indirectas con la J E C
a emplear estas dos p alab ras, que mi vocación m e exige m antenerm e de M ontpellier. E n cu anto a lo demás, que h aga co n ello lo que quiera.
fuera de la Iglesia, e incluso sin com p rom iso algu n o, ni siquiera implí­ Perm ítam e agradecerle una vez m ás y de to d o co razó n su am abili­
cito , con ella ni co n el dogm a cristian o ; al m en o s, durante todo el dad p ara con m igo. Pensaré con frecuencia en usted. Espero que p o d a­
tiem po en que no sea incapaz de un trabajo intelectual. Y ello p a ra m os in tercam b iarn os noticias de vez en cu a n d o , p ero no es seguro.
el servicio de Dios y la fe cristian a en el cam p o de la inteligencia. E l Su am iga,
grad o de probidad intelectual obligado p ara m í, en razó n de mi v o c a ­ SiMONE W EIL
ción p articu lar, exige que mi p ensam iento sea indiferente a todas las
ideas sin excep ció n , in clu yen d o, por ejem plo, el m aterialism o y el
ateísm o; igualmente receptivo e igualm ente reservado p ara to d o , co m o
el agua, que, indiferente a los ob jetos que en ella caen , no los p esa,
sino que ellos m ism os se pesan en ella, tras un cierto tiem po de o sci­
lación.
Sé muy bien que n o soy realm en te así, sería dem asiado h erm o so ;
pero tengo la obligación de ser así y de ningún m o d o p od ría serlo si
estuviera en la Iglesia. En mi c a s o co n creto , p a ra ser engendrada a
p artir del agua y el espíritu, d eb o abstenerm e del agua visible.
N o es que yo me sienta con capacidad p a ra la creación intelec­
tu al; pero siento obHgaciones que guardan relación con ella. N o es
culpa m ía, no puedo evitarlo. N a d ie que no sea yo puede apreciar esas
obligaciones. Las condiciones de la creación intelectual o artística son
algo tan íntimo y secreto que nadie puede penetrar en ellas desde fuera.
Sé que los artistas disculpan así sus m alas accio n es, p e ro , en mi c a so ,
se trata de algo m uy distinto.
E sta indiferencia del pensam iento en el terren o de la inteligencia
n o es de ningún m od o incom patible con el a m o r de D ios, ni siquiera
con un voto de a m o r interiorm ente ren o v ad o , cad a d ía, a ca d a
segundo, siempre eterno y eternam ente in tacto y nuevo. Así sería, si
y o fuese co m o debiera ser.
É sta parece una posición de equilibrio inestable, pero la fidelidad,
g racia que espero no m e sea n eg ad a por D ios, p erm ite m antenerse en
ella por tiem po indefinido, sin m o v erse, év útcoh,out| {en h u p o m o n e).
E s por servicio a C risto en ta n to que es la V e rd a d p o r lo que m e
privo de p articip ar en su carne d e la m anera que él m ism o instituyó.
O , m ás exactam en te, es él quien m e priva de ella, pues, h asta a h o ra ,
jam ás he tenido, ni p o r un segu nd o, la sensación de haber hecho una
elección. E sto y tan segura com o u n ser hum ano tiene derecho a estarlo
de que esa privación se extiende a tod a mi vid a; salvo quizá — sólo
quizá— en el caso de que las circunstancias me imposibiliten de form a
definitiva y to tal el tra b a jo intelectual.
U LT IM O S P E N S A M IE N T O S

C asab lan ca, 2 6 de m ayo de 1 9 4 2

Q uerido Padre;
Fue un acto de bondad p o r su p a rte el escribirm e. H a sido m uy
im portan te p ara mí el co n tar con esas afectuosas p alab ras suyas en
el m om ento de p artir.
M e cita usted unas espléndidas p alab ras de san Pablo. E sp ero que
al confesarle mi m iseria no h aya d ad o la im presión de d escon ocer la
m isericordia de D ios. C onfío en no h ab er caído y n o caer jam ás en
ese grado de bajeza e ingratitud. N o tengo necesidad de ninguna espe­
ra n z a , de ninguna p rom esa, p a ra creer que Dios es rico en m isericor­
dia. C o n o zco esa riqueza con la certeza de la exp erien cia, yo m ism a
la he to ca d o . L o que de ella co n o zco p o r co n ta cto sob rep asa de tal
m od o m i capacidad de com prensión y gratitud que ni la m ism a p ro ­
m esa de felicidades futuras añadiría n ad a al significado que p ara mí
tiene, de la m ism a form a que p ara la inteligencia h um ana la adición
de dos infinitos no es una adición.
L a m isericordia de Dios se m anifiesta en la desdicha ta n to , o quizá
m á s, que en la alegría, pues bajo aquella form a no tiene analogía con
nada hum ano. L a m isericordia del h om b re no ap arece m ás que en el
don de la alegría o bien al infligir un d olor con vistas a efectos e x te r­
n o s, cu ración del cuerpo o ed ucación . Pero no son los efectos e x te r­
nos de la desdicha los que dan testim onio de la m isericordia divina.
L o s efectos externos de la verd ad era desdicha son casi siem pre m alos.
C uando se quiere disim ularlo, se m iente. E s en la desdicha m ism a
donde resplandece la m isericordia de D ios, en lo m ás hond o de ella,
en el centro de su am argura inconsolable. Si, perseverando en el am or,
se cae h asta el punto en que el alm a n o puede ya retener el grito «Dios
m ío , ¿por qué me has ab an d o n ad o ?», si se p erm anece en ese punto
sin dejar de am ar, se acab a p o r to ca r algo que no es ya la desdicha,
tid o , su c a rta m e h a sido m uy valiosa. N o ha p od id o op erar o tra cosa
que no es la alegría, que es la esencia central, in trínseca, p u ra , no sen­
en mí,, p ero no era n ecesario.
sible, com ún a la alegría y al sufrim iento y que es el am o r m ism o de
C o n o zco lo suficiente mi m iserable debilidad y sé que un p o co de
D ios.
Se sabe entonces que la alegría es la dulzura del co n ta cto con el fortu na adversa b astaría quizá p ara llenar m i alm a de sufrimientos
h asta el p un to de n o dejar durante m u ch o tiem po ningún lugar p ara
am o r de D ios, que la desdicha es la h erida de este m ism o co n ta cto
los pensam ientos que acab o de exp resarle. P ero incluso esto im p o rta
cuando es d oloroso y que lo ú n ico im portante es el co n ta c to , no la
p o co . La certeza n o está som etida a los estad os de án im o. L a certeza
m odalidad.
está siem pre en p erfecta seguridad.
De la m ism a form a que si se vuelve a ver a un ser querido tras
una ausencia p ro lo n g ad a, lo im p o rtan te no son las p alab ras que co n H ay sólo una circu n stan cia en la que ya n o sé realm ente n ad a de
esa certeza. E s el co n ta cto co n la desdicha de los d em ás; tam bién, qui­
él se intercam bian, sino sólo el sonido de su voz que nos asegura su
zás incluso m ucho m ás, la de los indiferentes y los desconocidos, inclui­
presencia.
dos los de los siglos rem o to s del p asad o . E s te co n ta cto m e h ace un
E l conocim iento de esta presencia de Dios no con suela, no quita
n ad a a la horrible am arg u ra de la desdicha ni cu ra la m utilación del daño tan a tro z , m e desgarra de tal m o d o el alm a de p arte a p a rte ,
que el a m o r a D ios se m e h ace p o r un tiem p o casi im posible, p o r no
alm a. Pero se sabe de m an era cie rta que la sustancia de esa am arg u ra
decir sim plemente im posible. H asta el p u n to de que m e inquieta por
y de esa m utilación es el am or de Dios hacia n o so tro s.
Q uisiera, p o r g ratitu d , ser ca p a z de dejar testim onio de ello. E l m í. M e tranquilizo un p o co al reco rd ar que C risto lloró previendo
p oeta de L a litada am ó suficientem ente a Dios p a ra disponer de tal los h orrores de la destrucción de Jerusalén. E spero que perdone la com ­
pasión.
capacidad. Pues ése es el significado im plícito del p oem a y la fuente
M e apena que m e diga que mi bautism o sería p a ra usted una gran
única de su belleza, aunque ap en as se haya com prendido.
alegría.
Aun cuando no hubiera n a d a m ás p a ra n o sotros que la vida
terren a, aun cuando el in stante de la m uerte no nos ap ortase n ada Después de h aber recibido tan to de u sted, está, p ues, en mi m an o ,
n uevo, la sobreabundancia infinita de la m isericordia divina está y a causarle una alegría; y sin em bargo, ni p o r un segundo abriga mi mente
ese pensam iento. N o puedo hacer nada sobre eso. C reo realm ente que
secretam ente p resente, aquí, en toda su integridad.
Si, p o r una hipótesis a b s u rd a , m uriera sin h ab er com etid o faltas sólo Dios tiene sobre mí el poder de impedirme que le cause esa alegría.
graves y cay e ra , no o b stan te, al fondo del infierno, debería de tod as Incluso considerando n ad a m ás el p lan o de las relaciones estricta­
form as una gratitud infinita a D io s por su infinita m isericordia a causa m ente h um anas, le debo una gratitud infinita. C reo que, a excep ción
de mi vida terren a, p o r m ás que yo pueda ser un objeto tan m al a c a ­ de u sted, to d o s los seres hum anos a los q u e, en razó n de m i am istad,
haya podido d ar la posibilidad de hacerm e d año fácilm ente, se han
b ad o. Incluso en ese c a s o , cre e ría haber recibido to d a m i p a rte en la
riqueza de la m isericordia divin a. Pues ya aquí recibim os la ca p a ci­ com p lacido en h acérm elo , y a h aya sido de fo rm a o casio n al o con fre­
dad de am ar a Dios y de representárnoslo con toda certeza co m o posee­ cu encia, de form a consciente o in consciente, p ero tod os alguna vez.
dor de una sustancia que es u n a alegría real, e te rn a , p erfecta, infi­ C uan d o reco n o cía que era consciente, co g ía u n cuchillo y co rtab a la
am istad, sin advertir p o r o tra parte al interesado.
n ita. A través de los velos de la carn e, recibim os de lo alto suficientes
presentim ientos de eternidad p a r a disipar tod as las dudas que sobre N o actuaban así p o r m aldad, sino p o r efecto de ese fenómeno bien
conocido que em puja a las gallinas, cuando advierten que una de ellas
ese punto puedan suscitarse.
está h erid a, a arrojársele encim a a p icotazos.
¿Qué más pedir? ¿Q ué m á s desear? U n a m ad re, una am an te,
teniendo la certeza de que su h ijo , su am an te, está en la alegría, n o T o d o s los hom bres llevan dentro de sí esa n atu raleza anim al que
podría pedir ni desear o tra c o s a . Y aún tenem os m ucho m á s, pues determ ina la actitu d con sus sem ejantes, co n su con ocim iento y su
lo que am am os es la alegría p erfecta en sí m ism a. C uan d o esto se sab e, adhesión o sin ellos. A veces, sin que el p ensam iento se dé cuenta de
la propia esperanza se to rn a inútil, pues deja de tener sentido. L o único n ad a, la n atu raleza anim al de un hom bre percibe la m utilación de la
que queda esperar es la gracia d e no desobedecer. E l resto es asunto naturaleza animal de otro y reacciona en consecuencia. L o mismo ocu­
rre en to d as las situaciones con sus reaccion es anim ales correspon ­
de Dios y no nos con ciern e.
Por este m otivo, aunque m i im aginación esté m utilada p o r un sufri­ dientes. E sta necesidad m ecánica dom ina a tod os los hom bres en tod o
miento dem asiado largo e ininterrum pido y no pueda aco g er el pen­ m om ento; escapan a ella solam ente en p ro p o rció n al lugar que ocu pa
en sus alm as lo auténticam ente sob ren atu ral.
samiento de la salvación co m o alg o posible p ara m í, n o m e falta n ad a.
Lo que usted m e dice al re sp e cto no puede tener o tro efecto sobre m í E l discernim iento, incluso p arcial, es m uy difícil en esta m ateria.
que el de persuadirm e de que siente usted am istad p o r m í. E n ese sen­ Pero si realm ente fuese posible, se ten d ría ahí un criterio de la p arte
que ocupa lo sob ren atu ral en la vida de un alm a, criterio seguro, p re­ Puede creer tam bién en mi p alab ra de que G recia, E g ip to , la an ti­
ciso com o una balanza y com p letam en te independiente de tod as las gua In d ia, la antigua C hina, la belleza del m u n d o , los reflejos p uros
creencias religiosas. E s e sto , en tre o tras m uchas co sa s, lo que C risto y autén ticos de esa belleza en las artes y en la cien cia, el esp ectácu lo
indicó cu an d o dijo: «E stos d o s m andam ientos son uno solo». de los repliegues del corazón h u m an o, aun en aquéllos vacíos de creen­
Sólo con usted no he sido alcan zad a n unca p o r la acción de ese cia religiosa, to d o esto ha h echo tan to co m o las cosas visiblemente
mecanism o. M i situación respecto a usted es semejante a la de un m en­ cristianas p a ra entregarm e cau tiva a C risto . C reo incluso que p od ría
digo reducido p o r la indigencia a un ham bre perpetua que, habiendo decir m ás. E l am o r p o r las cosas que están fuera del cristianism o visi­
ido durante un añ o a una casa próspera en busca de p an , no hubiese ble m e m antiene fuera de la Iglesia.
sufrido p o r p rim era vez en su vida ninguna hum illación. Si ese m en­ T a l destino espiritual debe p arecerle ininteligible. Pero p o r esa
digo tuviera una vida p ara dar p o r cada tro zo de p an , y las diera tod as, m ism a razón es adecuado p ara h acer de ello un ob jeto de reflexión.
no pensaría que su deuda h ab ía m enguado. E s bueno reflexionar sobre lo que fuerza a salir de sí m ism o. M e cuesta
E n cu an to a m í, el hecho de que, ad em ás, la relación hum ana co n im agin ar có m o puede usted sentir am istad hacia m í; p ero puesto que
usted encierre perpetuam ente la luz de D io s, debe elevar la gratitud aparentem ente es así, podría tener este u so.
a un nivel m uy distinto. T e ó ricam en te usted adm ite plenam ente la n oción de fe im plícita.
Sin em b arg o , no voy a d arle ningún testim onio de gratitu d , sino E n la p ráctica tiene tam bién una am plitud de espíritu y una p robidad
que le diré algunas cosas que p odrían cau sarle una legítima irritación intelectual excep cion ales; p e ro , pese a ello, m uy insuficientes to d a ­
contra mí. Pues no m e con vien e de ningún m o d o decirlas y ni siquiera vía, en mi opinión. Sólo la p erfección es suficiente.
pensarlas. N o tengo ese d erech o y lo sé m uy bien. A m enudo m e ha parecido ap reciar en usted, acertad am en te o n o ,
P ero, co m o de hecho las he p ensad o, no me atrevo a ocu ltárselas. actitudes parciales. E specialm en te, una cierta resistencia a adm itir de
Si son falsas, no harán ningún daño. P ero no es imposible que co n ­ h ech o , en casos co n creto s, la posibilidad de la fe im plícita. Al m en os,
tengan algo de verdad. E n tal caso , h ab ría lugar a pensar que D ios yo he tenido esa im presión cuando le hablé de B ... y , sobre to d o , de
le envía esa verdad p o r m edio de la plum a que se encuentra casu al­ un cam p esin o español al que con sid ero no m uy lejos de la santidad.
E s verd ad que, sin d u d a, ha sido sobre tod o p or culpa m ía; mi to r ­
mente en m i m an o . H ay pensam ientos a los que conviene ser envia­
peza es tal que siem pre hago d año a lo que am o al h ablar de ello; lo
dos por inspiración y a otros p o r m ediación de alguna criatu ra; D ios
he experim entado con frecuencia. Pero m e parece tam bién que cuando
se sirve de una u o tra vía co n sus am igos. E s bien sabido que cu al­
le hablo de no creyentes que, sumidos en la desdicha, la aceptan co m o
quier co sa , p o r ejem plo una b u rra, puede perfectam ente servir de
parte del orden del m u n do, no le cau sa la m ism a im presión que si se
m ediación. Q uizás D ios se com p lace incluso en elegir p ara este uso
tra ta de cristianos y de su acatam ien to a la voluntad de D ios. Sin
los objetos m ás viles. T engo necesidad de decirm e estas cosas p a ra
em b arg o , no hay diferencia. Al m en os, si realm ente tengo derecho al
no tener m iedo de mis p ro p io s pensam ientos.
nom bre de cristian a, sé por exp erien cia que la virtud estoica y la cris­
C uando le envié p o r escrito un esbozo de mi autobiografía espiri­
tiana son una sola y m ism a virtud. M e refiero a la virtud estoica autén­
tual, era co n una intención. Q u ería p ro cu rarle la posibilidad de co n s­
tica, que es ante todo am o r, no a la caricatu ra que hicieron de ella
tatar un ejemplo con creto y verdadero de fe im plícita. V erdad ero, pues
; algunos brutos rom anos. Creo que teóricam ente, tam poco usted podría
sé que usted sabe que no m iento.
n egarlo. Pero se resiste a reco n o cer de h ech o , en ejem plos co n cretos
Equivocadam ente o no, usted piensa que tengo derecho a llam arm e
y co n tem p o rán eos, la posibilidad de u na eficacia sobrenatural de la
cristiana. L e aseguro que cuando a propósito de mi infancia y mi juven­
virtud estoica.
tud em pleo las p alab ras v o ca ció n , ob ediencia, espíritu de p o b re z a , M e cau só tam bién una gran pena que utilizase en una ocasión la
pureza, acep tació n , a m o r al p rójim o y o tras sem ejantes, es rig u ro sa­ p alab ra «falso» cuando quería decir «no o r to d o x o » '. De inm ediato,
mente con el significado que p ara mí tienen en este m om en to. Sin usted se co rrigió. E n mi opinión hay una confusión en los térm inos,
em b argo, fui ed ucad a por m is padres y mi herm ano en un ag n o sti­ incom patible con una p erfecta p rob id ad intelectual. E s imposible que
cism o co m p leto ; y jam ás he h ech o el m en or esfuerzo p o r salir de él, esto com p lazca a C risto , que es la V erd ad .
jam ás he tenido el m en or deseo de h acerlo , con buen criterio en mi
opinión. A pesar de esto , desde mi n acim ien to , p o r decirlo así, nin­
guna de mis faltas, ninguna de mis imperfecciones, ha tenido realmente 1 . Para Simone W eü, la ortodoxia es toda enseñanza impuesta desde fuera antes de poder
ser asim ilada: «Decir para empezar: la tierra gira alrededor del sol, es la noción inquisitorial de
com o excu sa la ignorancia. D e todas sin excepción deberé rendir cuen­
la ortodoxia como sucedáneo de la verdad» (É crits d e L o n d res). Para un cristiano, «ortodoxia»
tas el día de la cólera del C o rd ero . es aquello que es conforme a la enseñanza de Cristo.
M e p arece indudable que h a y ahí u n a seria im perfección. ¿Y p o r debido sólo a D ios y a tod a su creación y , p o r o tr o , a las obligaciones
qué tendría que h aber im perfección en usted? N o le conviene de nin­ h acia to d o lo que es m ás pequeño que el universo. C reo que san F ra n ­
gún m odo ser im perfecto. E s co m o u n a n o ta falsa en un herm oso cisco de Asís y san Ju an de la Cruz fueron así. P or eso am bos fueron
cántico. p o etas.
E sta im perfección es, yo c r e o , el apego a la Iglesia en ta n to que E s cierto que hay que am ar al p ró jim o , pero en el ejem plo que
patria terrestre. L a Iglesia es de hecho p a ra u sted, al m ism o tiem po da C risto co m o ilustración de este m an d am ien to, el p rójim o es un ser
que el vínculo co n la p atria celestial, u na p atria terren a. E n ella vive desnudo, en san gren tad o, desvanecido en m edio de un cam in o y del
en una atm ósfera h um anam ente cálid a, lo que hace casi inevitable un que n ad a se sabe. Se tra ta de un am or com p letam en te an ónim o y p o r
cierto apego. eso m ism o com pletam ente universal.
Ese apego es quizá p ara u ste d com o el hilo extrem ad am en te fino E s verdad tam bién que C risto dijo a sus discípulos: «A m aos los
de que habla san Ju an de la C r u z , que, en tan to no se ha ro to , m a n ­ unos a los o tro s» . Pero en este caso creo que se tra ta de am istad , de
tiene al p ájaro ligado a la tierra ta n firm em ente co m o pudiera hacerlo la am istad p ersonal que debe vincular en tre sí a to d o s los am igos de
una gruesa cad en a de hierro. Im agin o que el últim o hilo, p o r delgado D ios. L a am istad es la única excepción legítim a al deber de am ar sola­
que sea, debe ser el m ás difícil d e rom p er, pues una vez ro to es p re ­ m ente de m an era universal. A dem ás, en m i op inión, la am istad sólo
ciso levantar el vuelo y eso da m iedo. Pero tam bién la obligación es es verdaderam ente pura si está ro d ead a de una envoltura co m p acta
im periosa. de indiferencia que m antiene la distancia.
Los hijos de Dios no deberían tener m ás p atria aquí abajo que el Vivim os en una época sin precedentes y la universalidad que antaño
universo m ism o, con la to ta lid a d de las criatu ras racionales que ha podía estar im plícita debe ser en la situación actu al plenam ente explí­
contenido, contiene y contendrá. É s a es la ciudad natal digna de m ere­ cita. Debe im pregnar el lenguaje y to d a la m an era de ser.
cer nuestro a m o r. H o y , ni siquiera ser un san to significa n a d a ; es p recisa la santidad
Las cosas m enos vastas que el universo, entre las que se encuentra que el m om ento presente exige, una santidad n ueva, tam bién sin pre­
la Iglesia, im ponen obligaciones que pueden ser extrao rd in ariam en te cedentes.
am plias, p ero entre las que n o se encuentra la obligación de am ar. M aritain lo h a dicho, pero ha enum erado sólo los asp ectos de la
A l m enos, así lo creo . E sto y con ven cid a tam bién de que n o se cuenta santidad antigua que h oy están , p o r el m om en to al m en os, p ericlita­
entre ellas ninguna obligación q ue tenga relación con la inteligencia. dos. N o ha percibido h asta qué p un to la santidad de h oy debe ence­
N uestro a m o r debe tener la m ism a extensión a través del espacio rr a r, p o r el co n trario , una novedad m ilag rosa.
y la misma igualdad en todas sus partes que tiene la luz del sol. C risto U n nuevo tipo de santidad es un afloram iento, una creación. G uar­
nos ha ordenado llegar a la p erfección de nuestro Padre celestial im i­ dando las p ro p o rcion es, m anteniendo cad a cosa en su lu g ar, es casi
tando esta distribución indiscrim inada de la luz. N u estra inteligencia algo an álogo a una nueva revelación del universo y del destino
debe tam bién tener esta im parcialidad absoluta. h u m an o. E s co m o dejar al descubierto una am plia p o rció n de verdad
T odo lo que existe es igualm ente m antenido en la existencia p o r y de belleza ocultas hasta ese m om ento p o r una densa cap a de polvo.
el am or cread o r de D ios. Los am igos de Dios deben am arlo h asta el H a ce falta m ás genio del que necesitó A rquím edes p ara in ven tar la
punto de con fu nd ir su am or c o n el de él p a ra con las cosas de aquí m ecán ica y la física. U n a santidad nueva es una creación m ás p rod i­
abajo. giosa.
11 Cuando un alm a ha llegado a un a m o r que colm a p o r igual to d o Sólo una especie de perversión puede llevar a los am igos de Dios
el universo, ese am o r se con vierte en el polluelo de alas de o ro que a privarse del genio, pues p ara recibirlo con colm ad a ab un d an cia les
rom pe el huevo del m undo. D esp u és, a m a el universo no desde den­ bastaría pedirlo a su Padre en el n om b re de C risto.
tro sino desde fu era, desde el lu g a r en que m o ra la Sabiduría de D ios, E s ésa una dem anda legítim a, actu alm ente al m en os, puesto que
que es n uestro h erm an o p rim ogénito. T a l am or no am a los seres y es n ecesaria. C reo que es la prim era petición que en este m om ento
las cosas en D io s, sino desde D io s. E stan d o junto a D ios, dirige su debe h acerse, ya sea en esta fo rm a o en o tra equivalente; una petición
m irada desde allí, confundida c o n la m irada de D ios, sobre tod os los que habría que h acer todos los días, a tod as h oras, com o un niño ham ­
seres y sobre tod as las cosas. briento que no deja de pedir p an . E l m undo tiene necesidad de santos
H ay que ser ca tó lico , es d e cir, no estar ligado p o r un hilo a nada co m o una ciudad con peste tiene necesidad de m édicos. Allí donde
creado, sino a la totalidad de la creación. E s ta universalidad pudo hay necesidad, h ay obligación.
antaño estar im plícita en los s a n to s , incluso en su propia con cien cia. P o r mi p a rte , no puedo h acer ningún uso de estos pensam ientos
Podían im plícitam ente hacer lu g a r en su alm a, p o r un lad o, al am or ni de todos aquéllos que los acom pañan en mi mente. E n prim er lugar,
N o sé si en el cu rso de los meses y las sem anas que se avecinan
la considerable im perfección q u e mi cob ard ía p erm ite subsista en m í, p odré enviarle noticias m ías ni recibir las suyas. P ero esta separación
me sitúa a una distancia excesiv a del punto en que son aplicables. E sto no es un mal más que p ara mí y por tan to no tiene im portan cia.
es algo im perdonable p o r m i p a rte . U na distancia tan g ran d e, en el N o puedo sino ratificarle una vez m ás mi gratitu d filial y mi am is­
m ejor de los caso s, sólo p u ed e ser salvada co n el tiem p o. tad sin límites.
Pero, aun cu and o la h ubiese franq u eado, soy u n instrum ento
podrido. E sto y dem asiado a g o ta d a . Aunque crey era en la posibilidad SiM O NE W e il
de obtener de D ios la re p a ra c ió n de las m utilaciones de la naturaleza
que existen en m í, no podría decidirme a pedirla. A un si estuviera
segura de ob ten erla, no p o d ría h acerlo. U na petición así m e p arecería
una ofensa al A m o r infinitam ente tierno que m e ha con cedid o el don
de la desdicha.
Si nadie se aviene a p re sta r atención a los pensam ientos que, no
sé cóm o, se han posado en un s e r tan insuficiente co m o y o , serán ente­
rrados conm igo. Si co n tien en , com o creo , alguna v e rd a d , sería una
lástim a. Y o les perjudico. E l hecho de que estén en mí impide que
se les preste atención.
N o sé de nadie m ás que u sted a quien pueda im p lo rar atención
en su favor. Q uisiera que su ca rid a d , que ta n p ród iga h a sido con ­
m igo, se desviase de mí p a ra dirigirse hacia lo que llevo en mí y que
vale, quiero creerlo , m ucho m á s que yo.
M e resulta m uy d o lo ro so pensar que los pensam ientos que han
descendido sobre mí están con d en ad os a m uerte p o r el co n tag io de
mi insuficiencia y mi m iseria. Siento un estrem ecim iento ca d a vez que
leo la historia de la higuera estéril. C reo que es mi vivo re tra to . T a m ­
bién en ella la n aturaleza era im potente y, sin e m b arg o , no p o r ello
fue disculpada. C risto la m ald ijo .
Por eso , aunque quizá n o h a y a en mi vida faltas co n cretas verda­
deram ente graves aparte de las que ya le confesé, pienso que, m irando
las cosas fríam ente y de m a n e ra razonable, tengo m á s m otivos legíti­
m os p ara tem er la cólera de D io s que m uchos grandes crim inales.
N o es que la tem a en realid ad . P o r una ex tra ñ a inversión, el pen­
samiento de la cólera de D ios n o suscita en m í m ás que el am o r. Es
el pensam iento del posible fa v o r de D ios, de su m iserico rd ia, lo que
me causa una especie de te m o r , lo que me h ace tem blar.
El sentimiento de ser p ara C risto com o una higuera estéril, me des­
garra el corazón .
Afortunadam ente, Dios p ued e enviar con facilidad no sólo los mis­
m os pensam ientos, si es que s o n buenos, sino o tros m u ch o mejores
a un ser in tacto y cap az de servirle.
¿Pero quién sabe si los que se encuentran en mí no estarán al menos
parcialm ente destinados a q u e usted haga algún uso de ellos.? Sólo
podrían estarlo a quien sin tiera algo de am istad p o r m í, de am istad
verdadera. Pues p ara los d e m á s , en cierto m o d o , n o existo . Tengo
el color de las hojas m u e rta s, com o ciertos insectos.
Si en todo cu anto acab o d e decirle hay algo que le p arece falso
o fuera de lu gar, p erd ó n em elo . No se irrite con m igo.
’J

ENSAYOS

|ii:
ir
i!
R E F L E X I O N E S S O B R E E L B U E N U SO
D E LOS E S T U D IO S E S C O L A R E S C O M O M E D IO
D E CU LTIV A R E L A M O R A DIOS

L a clave de una con cepción cristiana de los estudios rad ica en que la
oración está hecha de atención. La oración es la orientación hacia Dios
de tod a la atención de que el alm a es cap az. L a calidad de la oración
está p ara m uchos en la calidad de la aten ción . L a calidez del corazón
no puede suplirla.
Sólo la parte m ás elevada de la atención entra en con tacto con Dios,
cuando la o ració n es lo bastante intensa y p u ra co m o p a ra que el co n ­
tacto se estab lezca; pero tod a la atención debe estar orientada haciá
D ios.
L os ejercicios escolares d esarrollan, claro está, una parte menos
elevada de la aten ción . Sin em bargo, son plenam ente eficaces para
increm entar la cap acid ad de atención en el m o m en to de la o ració n ,
a condición de que se realicen con este fin y solam ente con este fin.
Aunque hoy en día p arezca ignorarse este h ech o , la form ación de
la facultad de atención es el objetivo verd ad ero y casi el único interés
de los estudios. L a m ayo r p arte de los ejercicios escolares tienen tam ­
/ bién un cierto interés intrínseco, pero se tra ta de un interés secunda­
rio. T o d o s los ejercicios que apelan realm ente a la cap acid ad de aten­
ción tienen un interés m uy similar e igualm ente legítim o.
Un estudiante que am e a Dios no debería decir n u n ca: «me gus­
tan las m atem áticas», «me gusta el francés», «me gusta el griego». Debe
aprender a am ar tod as estas m aterias p orq ue increm entan la atención
que, orientada h acia D ios, es la sustancia m ism a de la oración.
N o tener una n atu ral facilidad o preferencia p o r la geom etría no
impide el desarrollo de la atención p o r m edio de la resolución de un
problem a o el estudio de una d em ostración . M a s bien al co n trario ,
es casi una circun stan cia favorable.
P o r o tra p a rte , im porta p oco que se llegue a en co n trar la solución
o a entender la d em ostración , aunque ciertam ente h aya que esforzarse
por lo g rarlo . N u n ca , en ningún caso , un verd ad ero esfuerzo de aten-
E NSAYOS REF L E XIO N E S SOBRE EL B U E N U S O OE L O S E S T U D I O S E S C O L A R E S

ción se pierde. Siempre es plen am en te eficaz en el p lan o espiritual y , dose p o r igual a todos los ejercicios, en el p ensam iento de que tod os
3 o r consiguiente, lo es tam bién p o r añadidura en el p lan o inferior de sirven p ara fo rm ar la atención que constituye la su stan cia de la o ra ­
a inteligencia, pues to d a luz espiritual ilumina la inteligencia. ción . E n el m om ento en que uno se aplica a un ejercicio, hay que tr a ­
Si se busca co n v erd ad era aten ción la solución de un p rob lem a de tar de realizarlo co rrectam en te, pues esta volu n tad es indispensable
geom etría y si, al cab o de una h o ra , no se ha avanzado lo m ás m ínim o, para que haya verdadero esfuerzo. Pero a través de este fin inm ediato,
sí se ha avanzado sin e m b a rg o , durante cada m inuto de esa h o ra , en la intención profunda debe estar dirigida exclusivam ente h acia el acre­
o tra dimensión m ás m isteriosa. Sin sentirlo, sin sab erlo, ese esfuerzo cen tam iento del poder de atención de c a ra a la o ra ció n , de la m ism a
en apariencia estéril e in fru ctu o so ha llevado una luz h asta el alm a. form a que cu and o se escribe se dibuja la form a de las letras sobre el
E l fruto se en co n trará algún d ía , más adelante, en la o ra ció n . Y ta m ­ p apel, sin que el objeto sean las letras en sí, sino la idea que se quiere
bién se en co n tra rá , sin d ud a, en un dom inio cualquiera de la inteli­ exp resar.
gencia, acaso ajeno p o r c o m p le to a las m atem áticas. Q uizás un día, P on er en los estudios esta única inten ción co n exclu sión de cu al­
el protagonista de ese esfuerzo ineficaz p o d rá, gracias a él, cap tar m ás quier o tro fin es la prim era condición p a ra su buen uso espiritual. L a
directam ente la belleza de un v erso de R acin e. Pero que el fruto del segunda condición es obligarse rigurosam ente a m irar de frente, a co n ­
esfuerzo revierte en la o ra c ió n , eso es algo seguro, algo de lo que no tem plar con aten ción , durante largo r a t o , cad a ejercicio m al resuelto
h ay la m enor duda. en to d a la fealdad de su m ed iocrid ad, sin b uscar ninguna excu sa, sin
Las certezas de este tipo s o n de carácter exp erim ental. Pero si no desdeñar ninguna falta ni ninguna co rrecció n del p ro feso r, tratan d o
se cree en ellas antes de h a b e rla s experim entado, si no se a ctú a , al de rem ontarse al origen de cad a erro r. E s grande la tentación de hacer
m enos, com o si se crey era, n o se llegará nunca a la exp erien cia que lo co n tra rio , de echar sobre el ejercicio co rreg id o , si es deficiente, una
las hace posibles. H ay ahí u n a especie de co n trad icció n . Así ocu rre m irada oblicua y olvidarlo enseguida. C asi todos los estudiantes actúan
a p artir de un cierto nivel co n tod os los conocim ientos útiles al p ro ­ así la m ay o r parte de las veces, pero hay que rech azar esa ten tación.
greso espiritual. Si n o se los a d o p ta co m o regla de co n d u cta antes de P or o tra p a rte , nada es m ás necesario al é x ito esco lar, pues se trabaja
haberlos verificado, si d urante largo tiem po no se les p resta adhesión con escaso ap rovech am ien to, hágase el esfuerzo que se h a g a , cu and o
solam ente por la fe, una fe en principio tenebrosa y sin luz, jam ás se no se presta atención a las faltas com etid as y a las correccion es de
los transform ará en certezas. L a fe es condición indispensable. los p rofesores.
El mejor apoyo de la fe es la garantía de que si pedim os pan al Así puede adquirirse, sobre to d o , la virtu d de la hum ildad, tesoro
P adre, no nos dará piedras. A l margen incluso de to d a creen cia reli­
infinitamente m ás precioso que todo progreso escolar. A este respecto,
giosa exp lícita, cu antas veces u n ser hum ano realiza un esfuerzo de
la contem plación de la p rop ia estupidez es quizá m ás útil incluso que
atención con el único p ro p ó sito de hacerse m ás capaz de cap tar la ver­
la del p ecado. L a conciencia de p ecado p ro p o rcio n a el sentim iento
d ad , adquiere esa m ay o r c a p a cid a d , aun cuando su esfuerzo n o p ro ­
de ser m a lo , lo que puede dar ocasión al d esarrollo de un cierto orgu ­
duzca ningún fruto visible. U n cuento esquim al exp lica así el origen
llo. C u an d o uno se obliga p o r la fuerza a fijar la m irad a de sus ojos
de la luz: «El cu e rv o , que en la noche eterna no podía e n co n tra r ali­
y de su alma sobre un ejercicio escolar estúpidamente resuelto, se siente
m en to, deseó la luz y la tierra se ilum inó». Si hay verd ad ero deseo,
con evidencia irresistible la propia m ediocridad. N o hay conocim iento
si el objeto del deseo es realm en te la luz, el deseo de luz prod uce luz.
más deseable. Si se llega a co n o ce r esta verd ad con tod a el alm a, uno
H a y verdadero deseo cuando h a y esfuerzo de aten ción . E s realm ente
se establece firmemente en el verdadero cam in o.
la luz lo que se desea cu and o cualquier o tro móvil está ausente. Aun­
que los esfuerzos de atención fuesen durante años aparentem ente esté­ Si se cumplen estrictam ente esas dos condiciones, los estudios esco­
lares son un cam ino h acia la santidad tan bueno co m o cualquier otro.
riles, un día, una luz e x a cta m e n te p roporcional a esos esfuerzos inun­
d ará el alm a. C ad a esfuerzo añ ade un p o co m ás de o ro a un tesoro P a ra cumplir la segunda, basta con q uererlo. N o ocu rre lo m ism o
que nada en el m undo puede su straer. L os esfuerzos inútiles realiza­ con la p rim era. P ara p restar verdadera a ten ció n , hay que saber cóm o
dos por el cura de A rs d urante largos y d olorosos años p a ra aprender h acerlo. M u y a m enudo se confunde la aten ción con una especie de
latín, ap ortaro n sus frutos en el discernimiento m aravilloso que le per­ esfuerzo muscular. Si se dice a los alum nos: «A hora váis ap restar aten­
mitía percibir el alm a m ism a d e los penitentes detrás de sus palabras ció n », se les ve fruncir las cejas, retener la resp iración , co n traer los
e incluso detrás de su silencio. m úsculos. Si p asado un p ar de m inutos se Ies pregunta a qué están
Es preciso pues estudiar sin ningún deseo de obtener buenas n otas, prestan d o aten ción , no serán capaces de resp on der. N o han p restado
de aprobar los exám en es, de conseguir algún resu ltado esco lar, sin atención a n ada. Sim plem ente, no han p restad o aten ción , han co n ­
ninguna consideración p o r los gustos o aptitudes n a tu ra le s, aplicán- traíd o los m úsculos.

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R E F L E X I O N E S S O B R E EL B U E N U S O DE L O S E S T U D I O S E S C O L A R E S

Se prodiga con frecuencia este tipo de esfuerzo m uscular en los sam iento, pero en un nivel inferior y sin co n ta cto co n él, los diversos
estudios y , co m o acab a p o r c a n s a r, se tiene la im presión de haber tr a ­ conocim ientos adquiridos que deban ser utilizados. P ara con los pen­
bajad o. E s sólo una ilusión. L a fatiga no tiene ninguna relación con sam ientos particulares y ya fo rm ad os, la m ente debe ser com o el h o m ­
el trabajo. El tra b a jo es esfuerzo útil, sea o no can sad o . E s ta especie bre que, en la cim a de una m o n tañ a, dirige su m irad a h acia adelante
de esfuerzo m u scu lar es com p letam en te estéril p a ra el estudio, aun­ y percibe a un m ism o tiem po bajo sus pies, p ero sin m irarlo s, num e­
que se realice con buena in ten ción . E sta buena intención es una de rosos bosques y llanuras. Y sobre to d o la m ente debe estar v a cía , a
ésas que sirven p ara em pedrar el cam ino del infierno. El estudio reali­ la espera, sin b uscar n a d a , pero dispuesta a recibir en su verdad des­
zado de esta fo rm a puede a v eces ser positivo desde el p un to de vista nuda el objeto que va a p en etrar en ella.
escolar, de las notas y los exám en es, pero lo será a p esar del esfuerzo T o d o s los con trasen tid os en las trad u ccio n es, to d o s los absurdos
y m erced a las capacidades n atu rales; esa clase de estudio es siempre en la solución de los p rob lem as de g eo m etría, to d as las torpezas de
inútil. estilo y los defectos en el encadenam iento de las ideas en los trabajos
L a voluntad, la que llegado el caso hace apretar los dientes y sopor­ de fran cés, tienen su origen en el hecho de que el p en sam ien to, p reci­
tar el sufrim iento, es el arm a principal del aprendiz en el trabajo pitándose apresuradam ente sobre algo y quedando así lleno de form a
m anual. P ero , con trariam en te a lo que de ordinario se pien sa, apenas p rem atu ra, no se encuentra ya disponible p a ra acoger la verdad. L a
cumple ninguna función en el estudio. L a inteligencia no puede ser causa es siempre la pretensión de ser activo, de querer buscar. Se puede
m ovida m ás que p o r el deseo. P ara que haya deseo, es preciso que co m p ro b ar que así es en cad a o casió n , en cad a fa lta , rem ontánd ose
haya placer y alegría. L a inteligencia crece y p ro p o rcio n a sus frutos hasta la raíz. N o hay m ejor ejercicio que esta com p rob ación . Pues esta
solam ente en la alegría. L a alegría de aprender es tan indispensable verdad es de las que sólo se aceptan experim entándola una y mil veces.
para el estudio co m o la resp iración p ara el atleta. Allí donde está L o m ism o ocurre con to d as las verdades esenciales.
ausente, no h ay estudiantes, ta n sólo pobres caricatu ras de aprendi­ L os bienes m ás preciad os no deben ser b u scad o s, sino esperados.
ces que al térm ino del aprendizaje ni siquiera ten d rán oficio. Pues el hom bre no puede en contrarlos p o r sus p rop ias fuerzas y , si
E s el papel que el deseo desem peña en el estudio lo que permite se pone en su búsqueda, sólo encontrará en su lugar falsos bienes, cuya
hacer de él una preparación p a ra la vida espiritual. Pues el deseo orien­ falsedad no sab rá discernir.
tado hacia D ios es la única fu erza capaz de elevar el alm a. O , más L a solución de un p rob lem a de geom etría no es en sí m ism a un
bien, es Dios quien viene a reco g er el alm a y a elevarla, pero es el deseo fin v alioso, pero tam bién se le aplica la m ism a ley, pues es la im agen
lo que obHga a Dios a b ajar; D io s sólo viene a aquéllos que se lo piden de un bien que sí lo es. Siendo un pequeño fragm en to de verdad p arti­
y no puede dejar de hacerlo cu a n d o se le pide con frecuen cia, ardien­ cu lar, es una im agen p ura de la V erd ad ú n ica, eterna y viva, esa V e r­
temente y de form a p ro lo n g ad a. dad que, con voz h um an a, dijo un día: « Y o soy la V erd ad ».
L a atención es un esfu erzo; el m ayor de los esfuerzos quizá, pero V isto así, to d o ejercicio escolar se asem eja a un sacram en to.
un esfuerzo negativo. Por sí m ism o no implica fatiga. C uando la fatiga H ay p ara cad a ejercicio escolar una m an era específica de alcanzar
se deja sentir, la atención ya ca s i no es posible, a menos que se esté la verdad m ediante el deseo de alcanzarla y sin necesidad de buscarla.
bien ad iestrado; es preferible entonces ab and on arse, b uscar un des­ H a y una m an era de p restar atención a los d atos de un problem a de
can so y luego, un p o co m ás ta r d e , volver a em pezar, dejar y reto m ar geom etría sin buscar su solu ción , a las p alab ras de un te x to latino o
la tarea com o se inspira y se espira. griego sin b uscar su sen tid o, hay una m an era de esp erar, cu and o se
Veinte minutos de atención intensa y sin fatiga valen infinitamente escribe, a que la palabra justa venga p or sí m ism a a colocarse bajo
m ás que tres h oras de esa d edicación de cejas fruncidas que lleva a la p lu m a, rechazando sim plemente las p alab ras inadecuadas.
decir con el sentim iento del d eber cum plido: «he trab ajad o bien». E l prim er deber hacia los escolares y los estudiantes es enseñarles
Pero, a pesar de las ap arien cias, es tam bién m ucho m ás difícil. H ay este m éto d o , no sólo en general, sino en la fo rm a p articu lar que con
algo en nuestra alm a que re ch a z a la verdadera atención m u ch o m ás cad a ejercicio se relacion a. E s un deber, no sólo de los p rofesores,
violentam ente de lo que la c a rn e rechaza el can san cio. Ese algo está sino tam bién de los directores espirituales. Y éstos deben, adem ás,
m ucho más p ró x im o del m al que la carn e. Por eso, cu antas veces se dejar bien cla ra , con diafanidad ab solu ta, la analogía existente entre
presta verdadera aten ción , se destruye algo del m al que h ay en uno la actividad de la inteligencia en esos ejercicios y la situación del alm a
m ism o. Si la atención se e n fo ca en ese sentido, un cu arto de h o ra de que, con la lám para bien llena de aceite, espera al esposo en confianza
atención es ta n valioso co m o m uchas buenas obras. y con deseo.
L a atención consiste en suspender el p ensam iento, en dejarlo dis­ T o d o adolescente am an te de D ios, al h acer un ejercicio de latín,
ponible, vacío y penetrable al o b je to , m anteniendo p ró xim o s al pen- debería tra ta r de parecerse un p o co m á s, p o r m edio de dicho ejerci­
REFLEXIONES S O B R E EL B U E N U S O DE L O S E S T U D I O S E S C O L A R E S

d o , al esclavo que vela y e scu ch a junto a la p u erta esperando la lle­ E sta m irada es, ante to d o , aten ta; una m irad a en la que el alm a
gad a del señor. A su llegad a, el señor sentará al esclavo a la mesa y se vacía de todo contenido propio p ara recibir al ser al que está mirando
él mismo le servirá de com er. tal cual es, en to d a su verd ad . Sólo es cap az de ello quien es capaz
Es sólo esa espera, esa a te n ció n , lo que obliga al señor a ese derro­ de atención.
che de ternura. C uan d o el esclav o se ha fatigad o h asta el agotam ien to Por eso es cie rto , aunque pueda p arecer p arad ó jico , que una tra ­
en el cam p o, el señor a su v u elta le dice: «P rep ara la com id a y sírve­ ducción latin a, un p roblem a de geom etría, aunque se h ayan resuelto
m ela». Y le considera un esclavo inútil que h ace sólo aquello que se m al, siempre que se les haya dedicado el esfuerzo ad ecu ad o, pueden
le m anda. C iertam en te, hay que cum plir, en lo que atañe a la acció n , p ro p o rcio n ar m ay o r cap acid ad de llevar a un desdichado en el
co n todo lo que se m a n d a , ai p re cio de cualquier esfuerzo, fatiga y m om ento culm inante de su angustia, si algún día la ocasión de ello
sufrim iento, pues el que desobedece no a m a. P e ro , h echo to d o eso, se p resen ta, el s o co rro susceptible de salvarle.
n o se es m ás que un esclavo in ú til. Es ésa una con dición del a m o r, Para un adolescente capaz de cap tar esta verdad y lo bastante gene­
p ero no es suficiente. L o que fu e rz a al señor a h acerse esclavo de su ro so co m o p ara desear este fruto antes que ningún o tr o , los estudios
esclavo, a am arle, no es eso; y m en o s todavía cualquier búsqueda que tendrían una plenitud de eficacia espiritual, al m argen incluso de toda
el esclavo pudiese em prender tem erariam ente p o r p ro p ia iniciativa; creencia religiosa.
es únicamente la vigilia, la e sp e ra y la aten ción . Los estudios escolares son un cam p o que encierra una perla por
Felices, pues, aquéllos que p asan su adolescencia y su juventud la que vale la pena vender todos los bienes, sin guardarse n a d a , a fin
form ando únicam ente ese p oder de atención. Sin d u d a, no están m ás de p oder co m p rarlo .
p róxim os al bien que sus h erm an o s que trab ajan en los cam p os y en
las fábricas. Pero lo están de o tr a m anera. Los cam p esin os, los obre­
ro s, poseen esa cercan ía de D io s , de sabor in co m p arab le, que yace
en el fondo de la p o b re z a , de la ausencia de co n sid eració n social y
d é lo s sufrimientos larg o s y co n stan tes. Pero con sid erad as las ocu p a­
ciones en sí m ism as, los estudios están m ás p ró xim o s a D ios a causa
de esa atención que constituye su alma. Aquél que p asa sus años de
estudio sin desarrollar la a te n ció n , pierde un gran teso ro .
N o es sólo el a m o r a Dios lo que tiene por sustancia la atención.
E l am or al p ró jim o , que com o sabem os es el m ism o a m o r, está for­
m ado de la misma sustancia. L os desdichados no tienen en este mundo
m ayor necesidad que la p resen cia de alguien que les preste atención.
L a capacidad de p re sta r aten ció n a un desdichado es co sa m uy ra ra ,
m uy difícil; es casi ■— o sin casi— un m ilagro. C asi to d o s los que creen
tener esta cap acid ad , en realid ad no la tienen. E l a rd o r, el impulso
del corazón , la piedad, no son suficientes.
E n la prim era leyenda del G ra a l se dice que el G ra a l, p iedra m ila­
grosa que p or la virtu d de la h o s tia con sagrad a sacia to d a ham b re,
pertenecerá al prim ero que diga al guardián de la p ied ra, rey p aralí­
tico en las tres cu artas p artes d e su cuerpo a cau sa de una dolorosa
h erida: «¿C uál es tu to rm e n to ? » .
La plenitud del a m o r al p ró jim o estriba sim plem ente en ser capaz
de preguntar: «¿C uál es tu to rm e n to ?» . E s saber que el desdichado
existe, no com o una unidad m á s en una serie, no co m o ejem plar de
u na categoría social que p o rta la etiqueta «d esdich ados», sino com o
h om bre, semejante en to d o a n o so tro s, que fue un día golpeado y m ar­
ca d o con la m arca inim itable de la desdicha. P a ra ello es suficiente,
p ero indispensable, sab er dirigirle una cierta m irad a.
E L A M O R A DIOS Y L A D E S D IC H A

E n el ám bito d ^ í^ u frim íen ^ , la desdicha es algo ap arte, específico,


irreductible; ííg o m uy (fetiiito al simple sufrim iento. Se adueña del
alm a y la m a r ^ hastír^Tfondo, con una m a rca que sólo a ella p erte­
n ece, la m a rca de la esclavitud. L a esclavitud tal co m o se p racticab a
en la antigua R o m a es solam ente la form a e xtrem a de la desdicha.
L os antiguos, que con ocían bien estas co sas, decían: «U n hom bre
pierde la m itad de su alm a el día que se con vierte en esclav o».
L a desdicha es inseparable del sufrim iento físico y , sin em b argo,
com pletam ente distinta. E n el sufrim iento, to d o lo que no está ligado
al d olor físico o a algo análogo es artificial, im agin ario, y puede ser
anulado p o r una disposición ad ecu ad a del p ensam iento. Incluso en
la ausencia o la m uerte de un ser a m ad o , la p arte irreductible del pesar
es algo semejante a un dolor físico, una dificultad p ara resp irar, un
nudo que aprieta el co ra z ó n , una necesidad insatisfecha, un h am b re,
o el desorden casi biológico origin ado p o r la liberación b rutal de una
energía h asta entonces orientada p o r un apego y que deja de estar
en cauzad a. U n d olor que no está co n cen trad o de esta form a en torno
a un núcleo irreductible es sim p le j» iñ a íitid sm o , m era literatu ra. La
hum illación es tam bién un e jta d o v io le n to de tod o el ser co rp o ra l que
quiere saltar ante el u l p a j é ^ r o debe contenerse, forzado p or la im po­
tencia o p o r el m iedo.
Al co n tra rio , un dolor exclusivam ente físico es muy p o ca co sa y
no deja huella ninguna en el alm a. E l d olor de muelas es un ejem plo.
U nas h oras de violento d olor o casio n ad o p or un diente p icad o no son
nada una vez que han p asado.
O tra cosa es si se tra ta de un sufrim iento físico muy larg o o muy
frecuente. Pero un sufrim iento de esta clase es a menudo algo muy
distinto a un sufrim iento; es m ás bien una desdicha.
L a desdicha es un desarraigo de la vid a, un equivalente m ás o
m enos atenuado de la m uerte, que se hace presente al alm a de m an era
ineludible por el im p a cto del d o lo r físico o el tem o r ante su inm edia­ idea de lo que significa la desdicha si n o han estado en co n tacto con
tez. Si el dolor físico está ausente por com p leto no hay desdicha p ara ella. E s algo específico, irreductible a cualquier o tra co sa ; com o los
el alm a, pues el pensam iento puede ser dirigido h acia cualquier o tro sonidos, de los que nadie puede dar u n a idea a un sordom udo. A q u é­
ob jeto. E l pensam iento huye de la desdicha ta n p ro n ta e irresistible­ llos que h an sido m utilados p o r la desdicha no están en condiciones
m ente co m o un an im al huye de la m uerte. Sólo el dolor físico tiene de prestar ayuda a nadie y son incapaces incluso de desearlo. Así p ues,
en este m undo la p ropiedad de encadenar al p ensam ien to; a condi­ la com p asión p a ra con los desdichados es una im posibilidad. C uan d o
ción de que en el d o lo r físico se incluyan ciertos fenóm enos difíciles v erdaderam ente se p rod u ce, es un m ilagro m ás sorprendente que el
de describir, pero co rp o ra le s, que le son rigurosam en te equivalentes. cam in ar sobre las agu as, la cu ración de un enferm o o incluso la resu ­
E l tem or al dolor físico, en p a rticu la r, es de esta especie. rrección de un m u erto.
C uando un d o lo r físico, aunque sea lig ero , fuerza al pensam iento L a desdicha obligó a Cristo a suplicar que se ap artara de él el cáliz,
a recon ocer la presencia de la d esdicha, se p ro d u ce un estado tan v io ­ a buscar consuelo junto a los h om b res, a creerse aband on ad o de su
lento co m o si un con den ad o fuese obligado a m irar durante h oras la Padre. O bligó tam bién a un justo a g rita r co n tra D ios, un justo tan
guillotina que le v a a co rta r el cu ello. H ay seres hum anos que pueden perfecto co m o la n aturaleza hum ana lo p erm ite, m ás a^ún, quizá, si
vivir veinte años, cin cu en ta a ñ o s , en este estad o de violencia. Se pasa Jo b no es ta n to un personaje h istórico co m o u n a /e jíre se n ta ció n de
a su lado sin ad vertirlo. ¿Qué hom bre p o d rá recon ocerles si el p ropio C risto. «Se ríe de la desdicha de los inocentes» J&áfo no es una blasfe­
C risto no mira p o r sus ojos? Se rep ara tan só lo en que tienen a veces mia sino un au tén tico grito arran cad o al doltír. E l libro de Jo b es de
un com p ortam ien to extrañ o y se censura su co n d u cta. principio a fin una p u ra m aravilla de verd ád y autenticidad. R especto
Sólo hay verd ad era desdicha si el acon tecim ien to que se ha adue­ a la desdich a, to d o lo que se a p a r t a r e este m odelo está m an ch ad o ,
ñ ado de una vida y la ha d esarraigado la alcan za directa o indirecta- en m ay o r o m en or g ra ^ ,-< le m eg fíra^
m jiite'Snrtodas sus p artes, s o cia l, psicológica, física. E l facto r social L a desdicha hace tíue D ím esté ausente durante un tiem p o, m ás
e s e n c ^ . N o hay realm ente desdicha donde no hay degradación ausente que un m u ert«i;:® 8 S ^ s e n t e que la luz en una oscu ra m azm o ­
í^^sgcial-^n alguna de sus form as o conciencia de esa degradación. rra . U n a especie de h o rro r inunda to d a el alm a y durante esta ausen­
Entre la desdicha y los dolores que, aun siendo muy violentos, p ro ­ cia no hay n ad a que am ar. Y lo m ás terrib le es que si, en estas tinie­
fundos o d uraderos, son distintos a la desdicha propiam ente d ich a, blas en las que no hay nada que am ar, el alm a deja de am ar, la ausencia
existe a la vez la continuidad y la separación de un u m b ral, com o en de Dios se hace definitiva. E s preciso que el alm a continúe am an d o
la tem peratura de ebullición del ag u a. H ay un límite m ás allá del cual en el v a cío , o que, al m en os, desee a m a r, aunque sea con una p arte
se encuentra la desdich a, pero no más a cá . E s te límite no es rig u ro sa­ infinitesimal de sí m ism a. E ntonces D ios vendrá un día a m ostrársele
m ente objetivo, pues en su determ inación intervienen tod a clase de y a revelarle la belleza del m u n do, c o m o o cu rrió en el caso de Jo b .
factores personales. U n m ism o acon tecim ien to puede sumir a un ser Pero si el alm a deja de am ar, cae en alg o m uy sem ejante al infierno.
hum ano en la desdicha y no a o tro . P o r este m o tiv o, quienes p recipitan en la desdicha a los que no
E l gran enigma de la vida n o es el sufrim iento sino la desdicha. están p rep arad os p ara recibirla, m atan sus alm as. P or o tra p arte, en
N o es sorprendente que seres inocentes sean asesinados, to rtu rad o s, una época co m o la n u estra, en que la d esdicha está suspendida sobre
d esterrados, reducidos a la m iseria o a la esclavitu d, encerrados en to d o s, el servicio a las alm as no es eficaz si n o las p rep ara realm ente
cam p os de co n cen tració n o en calab o zo s, p uesto que existen crim ina­ p ara la desdicha. L o que no es p o co.
les cap aces de llevar a cabo esas acciones. N o es sorprendente ta m ­ L a desdicha endurece y desespera p orq u e im prim e en el fondo del
poco que la enferm edad im ponga largos sufrim ientos que paralizan alm a, co m o un hierro candente, un desprecio, una desazón, una repul­
a vida y hacen de ella una im agen de la m u erte, puesto que la n a tu ra ­ sión de sí m ism o , una sensación de culpabilidad y de m an ch a, que
leza está som etida a un juego ciego de necesidades m ecánicas. Pero el crim en debería lógicam ente p rod u cir y no p rod u ce. E l m al h abita
es sorprendente que D ios h aya d a d o a la desdicha el poder de in tro ­ en el alm a del crim inal sin que éste lo p ercib a; la que sí lo percibe
ducirse en el alma de los inocentes y ap oderarse de ella co m o dueña es el alm a del inocente desdichado. P arece co m o si el estado del alm a
y señora. E n el m ejo r de los c a s o s , aquél a quien m a rca la desdicha que p o r esencia correspondería al crim inal hubiese sido separado del
n o con servará m ás que la m itad de su alm a. crim en y unido a la desdicha, en p ro p o rció n incluso a la inocencia
Quien ha sido alcan zad o p o r uno de esos golpes que hacen que del desdichado.
una persona se retu erza por el suelo com o un gusano medio aplas­ Si Jo b grita su inocencia de form a ta n desesperada, es porque él
ta d o , no tiene p alab ras p ara exp resar lo que le o cu rre . Los que le m ism o no llega a creerla y porque d en tro de sí su alm a to m a el p a r­
ro d ean , incluso aquéllos que han sufrido m u ch o , n o pueden hacerse tido de sus am igos. Im plora el testim onio de Dios porque ya no oye
el de su propia con cien cia, que n o es p a ra él sino un recu erd o abs­ D ios ha cread o p o r el am o r y p ara el a m o r. D ios no ha c r e a d ^
tra cto y m uerto. o tra co sa que el am or y los m edios del am o r. H a cread o todas las fo r­
L a naturaleza carn al es c o m ú n al hom bre y al an im al. L as galli­ m as del a m o r. H a cread o seres cap aces de a m o r en todas las d istan­
n as se precipitan a p icotazos so b re la que está herida. E s un fenóm eno cias posibles. É l m ism o llegó, pues nadie m ás podía h acerlo , h asta
ta n m ecánico com o la g raved ad . T o d o el desprecio, la repulsión y el la distancia m á x im a , hasta la distancia infinita. E sta distancia infi­
odio que nuestra razón aso cia al crim en, lo vincula n uestra sensibili­ nita entre D ios y D ios, d esgarram iento su p rem o , d o lor al que nadie^..^
dad a la desdicha. E xcep tu an d o a aquéllos cuya alm a está enteram ente se a ce rca , m aravilla del a m o r, es la cru cifixión . N ad a puede estar rt;áS
ocu pad a por C risto, todo el m u n d o desprecia en m ayor o m enor grado lejos de D ios que lo que ha sido h echo m aldición .
a los desdichados, aunque casi nadie tenga conciencia de ello. E ste desgarram iento p o r encim a del cu al el am or suprem o tiende
E s ta ley de nuestra sensibilidad es aplicable tam bién respecto a el vínculo de la unión suprem a resuena perp etu am en te a través del
nosotros. E l desprecio, la rep u lsión , el o d io , se vuelve en el desdichado universo, desde el fondo del silencio, co m o dos n otas separadas y fun­
co n tra sí m ism o, penetra h asta el centro de su alm a y desde allí tiñe didas, co m o arm onía pura y d esgarrad ora. E sta es la p alab ra de D ios.
con m atiz venenoso el universo en tero. E l am or so b ren atu ral, si ha L a creación entera no es sino su vib ración . E s esto lo que oím os a
sobrevivido, puede im pedir este segundo efecto, m as no el p rim ero. través de la m úsica hum ana cu and o, en su m a y o r p ureza, nos a tra ­
E l prim ero es la esencia m ism a d e la desdicha; n o h ay desdicha allí viesa el alm a. E s esto lo que más claram en te cap tam o s a través del
donde no se produce. silencio cuando hem os aprendido a escu ch ar el silencio.
«Fue hecho maldición por nosotros». N o es sólo el cuerpo de Cristo Quienes perseveran en el am or oyen esta n o ta en el fondo de la
colgado del m adero lo que fue h ech o m aldición, sino to d a su alm a. degradación a que les ha llevado la desdicha. A p artir de ese m om ento
D e la misma fo rm a, to d o in o ce n te se siente m aldito en la desdicha. ya no pueden tener ninguna duda.
Y o tro tanto ocurre con aquellos que estuvieron en la desdicha y salie­ L os hom bres golpeados p o r la desdicha están al pie de la cru z,
ron de tal situación por un sesgo de la fo rtu n a, si se vieron p rofunda­ casi a la m ay o r distancia posible de D ios. Í ^ 'l í a y que pensar que el
m ente afectados p o r ella. p ecado sea una distancia m ás grande, ^ -p e c a d o no es una d istancia,
A dem ás, la desdicha h ace d el alm a, p oco a p o c o , su cóm pUce, sino una m ala orientación de la m ifád a.
inyectando en ella un veneno de inercia. E n cualquiera que haya estado H a y , es cierto , un vínculo m isterioso entre esa distancia y una des­
en la desdicha durante un tiem p o prolongado hay com p licid ad con obediencia original. Desde el origen, se nos dice, la hum anidad apartó
su prop ia desdicha. E sta com p licid ad obstaculiza cu an tos esfuerzos su m irad a de D ios y h a cam inad o en dirección eq uivocada, llegando
pudiera h acer p ara m ejo rar su suerte y hasta le im pide buscar los tan lejos co m o le ha sido posible. L o que significa que podía cam inar.
medios de liberarse; a veces le im pide, incluso, el deseo m ism o de Pero n o sotros estam os clavados al suelo, som etidos a la necesidad,
lograrlo. Se encuentra entonces instalado en la desdicha, aunque quie­ libres tan sólo p ara orientar la m irad a. U n m ecan ism o ciego, que no
nes le rodean pueden creer que e s tá satisfecho. M ás aú n , esa com pli­ tiene en cuenta el grado de perfección espiritual, hace tam balearse con­
cidad puede im pulsarle a ev itar los m edios de lib eració n , a huir de tinuam ente a los h om b res, arrojan do a algunos al pie m ism o de la
ellos, ocultándose bajo p re te x to s en ocasiones ridículos. Aun en el que Cruz. Depende sólo de ellos el conservar o no los ojos orientados hacia
ha salido de la desdicha, si fue alcan zad o p o r ella h asta el fondo de Dios en m edio de las sacudidas. N o es que la p rovidencia de Dios esté
su alm a, subsiste algo que le em puja a precipitarse de nuevo en ella, ausente. E s p o r su providencia p or lo que D ios ha querido la necesi­
co m o si la desdicha estuviera instalada en él a la m an era de un p a rá ­ dad co m o un m ecanism o ciego.
sito y le dirigiera h acia sus p ro p io s fines. A veces este im pulso es m ás Si el m ecanism o no fuera ciego, no habría desdicha. La desdicha
fuerte que todas las tendencias d el alma h acia la felicidad. Si la desdi­ es ante tod o an ón im a, p riva a quienes atrap a de su personalidad y
cha llegó a su fin p o r efecto de la acción benéfica de alguien, puede los convierte en cosas. E s indiferente y el frío de su indiferencia es
m anifestarse co m o odio h acia el benefactor; tal es la cau sa de ciertos un frío m etálico que hiela h asta las profundidades del alm a a todos
actos de salvaje ingratitud aparentem ente inexplicables. A veces es fácil a quienes to ca . É sto s no volverán a en co n trar el ca lo r, ni volverán
liberar a una persona de su desdicha p resente, pero es difícil liberarla a creer nunca que son alguien.
de su desdicha p asada. Sólo D io s puede h acerlo. N i siquiera la gracia L a desdicha no tendría esta virtud sin la p arte de azar que encie­
de D ios cu ra la natu raleza irrem ediablem ente h erida. E l cuerpo glo­ rra . Quienes son perseguidos por su fe y lo saben, sea lo que fuere
rioso d e jC r is t O conserva las llag as. lo que tengan que sufrir, n o son desdichados. Sólo caen en la desdi­
,N ó se puede acej/tar la existencia de la desdicha m ás que viéndola cha si el sufrim iento o el m iedo invaden su alm a hasta el p un to de
í
cOmo distancia. hacerles olvidar la cau sa de la persecución. L o s m ártires arrojad os a
las fieras que en trab an ca n ta n d o en la arena n o eran desdichados. pues es am o r. La p rop ia angustia de C risto ab an d o n ad o es un bien.
C risto sí lo era. Él n o m urió c o m o m ártir. M u rió co m o crim inal de P ara n osotros no puede haber en este m u n do m ay o r bien que p artici­
derecho co m ú n , m ezclado con lo s ladrones, sólo que un p o c o m ás p ar de ella. A quí, D ios n o puede estar p erfectam en te presente a causa
ridículo. Pues la desdicha es rid icu la. de la carn e. Pero puede estar, en la extrem a desdich a, casi p erfecta­
Sólo la necesidad ciega puede arrojar a los hom bres h asta esa dis­ mente ausente. E s nuestra única posibilidad de p erfección sobre la tie­
tan cia extrem a , justo al lado de la cruz. Los crím enes h um anos que rra . P o r eso la cruz es nuestra única esperanza. «N ingún bosque tiene
son causa de la m ay o r p arte de la s desdichas form an p arte de la nece­ un árbol sem ejante, con esa flo r, ese follaje y esa sem illa».
sidad ciega, pues lo s crim inales n o saben lo que h acen. Este universo en el que vivimos y del que som os una p arcela es
—— H ay dos form as de am istad , el encuentro y la sep aración , y am bas la distancia establecida p o r el am or divino entre D ios y D ios. Som os
son indisociables. L a s dos en cierran el m ism o bien, el bien ú n ico , la un punto de esa d istancia. E l esp acio, el tiem po y el m ecan ism o que^
am istad. Pues cu and o dos seres que no son am igos están p ró x im o s, gobierna la m ateria son esa distancia. T o d o lo que l l a m a o s m al n ^
no hay en cuen tro; cu an d o están alejados, no h ay sep aració n . C o n te­ es sino este m ecanism o. Dios h a hecho de tal fo rm a quVsH-gfaciá^
niendo el m ism o b ien , son igualm ente buenos. cu and o penetra hasta el fondo de un h om b re e ilum ina desde allí todo
--------Dios se produce y se con oce a sí mismo perfectam ente, co m o n oso­ su ser, le p erm ite, sin violar las leyes de la n atu raleza, cam in ar sobre
tros fabricamos y cpnoeem os miserablemente objetos exterió res^ noso­ las aguas. Pero cu and o un hom bre se sep ara de D io s, se abandona
tros. Pero, ante tó d o , Dios es a m o r . Ante todo. Dios se a n ^ a-$ í^ ism o . sim plemente a la graved ad . P odrá pensar entonces que es un ser que
E se am or, esa j í m i s t a á ^ D ios, es la Trinidad. E n tre los téííH&os uni­ quiere y elige, pero no es m ás que una c o sa , una piedra que cae. Si
dos por esa rel^cióij?ae a m o r divino hay algo m ás que p ro xim id ad , con m irad a atenta se m iran de cerca las alm as y las sociedades h u m a­
hay p roxim idad infinita, id en tid ad . Pero por la creació n , la en carn a­ nas, se verá que, allí donde la virtud de la luz sobrenatural está ausente,
ción y la p asión , h ay t^ b iéífru ñ a'd iS t'an cia infinita. L a totalid ad del to d o obedece a leyes m ecán icas tan ciegas y p recisas co m o la ley de
espacio, la to talid ad ^ \ d e m p o , im p o n ie n d o su espesor, ponen una la caída de los cuerpos. E ste saber es beneficioso y n ecesario. A qué­
distancia infinita e n tre -K ^ ^ y ;J)iO s . llos a los que llam am os crim inales no son m ás que tejas arran cad as
Los am an tes, los am igos’, tienen dos deseos. U n o , am arse h asta de un tejado por el viento que caen al azar. Su única falta es la elec­
el punto de en trar uno en el o tr o y form ar un solo ser. E l o tr o , am arse ción inicial que los ha con vertido en tejas.
tan to que aun estando cad a u n o en una punta del g lo b o , su unión E l m ecanism o de la necesidad se refleja en to d o s los niveles, m an ­
no sufra por ello m erm a alg u n a. T odo lo que el hom bre desea v an a­ teniéndose sem ejante a sí m ism o, en la m ateria b ru ta, las p lan tas, los
mente en este m undo es p erfecto y real en D ios. T o d o s esos deseos anim ales, los pueblos, las alm as. C onsiderado desde el p u n to en que
imposibles están en nosotros c o m o una m a rca de n uestro destino y nos en contram os, de acuerdo a nuestra perspectiva, es com pletam ente
son buenos desde el m om ento en que ya no aspiram os a realizarlos. ciego. Pero si llevam os nuestro corazón m ás allá de n osotros m ism os,
E l am or entre Dios y D io s, que es el m ism o D ios, es ese vínculo m ás allá del u niverso, del espacio y del tiem p o, allá donde está nues­
de doble virtud que une a d os seres h asta el p un to de ser uno só lo , tro P ad re, y m iram os desde allí.ese m ecan ism o , ofrecerá.u n aspecto
sin que puedan ser d iferenciados, y que se extiende p o r encim a de la m uy distinto. L o que p arecía(n ece^ d aíy se tro ca óbédiencia^ L a
distancia aboliendo la se p a ra ció n infinita. L a unidad de Dios en la m ateria es total pasividad y, p o r cóTasIguiente, to tíí-o b g d ié g d a a la
que toda pluralidad d esa p a re ce , el abandono en que cree en co n trarse voluntad de D ios. P ara n o so tro s, un m odelo p erfecto. N o puede tener
C risto sin dejar de am ar perfectam en te al P adre, son dos form as de o tro ser que Dios y lo que obedece a D ios. P o r su p erfecta obediencia,
la virtud divina del único a m o r , que es el m ism o Dios. la m ateria m erece ser am ad a p o r los que am an al Señor de la m ateria,
--------D io s es tan esencialm ente a m o r, que la-unidad, que es en cierto com o un am ante m ira co n ternura la aguja utilizada p o r su am ad a
sentido lo que le define, es un simple e f e ^ del a m o r^ J^ a la infinita fallecida. L a belleza del m undo nos advierte que la m ateria es m erece­
virtud u n ificad ora de este a m o r correspoñde4a-infiTIifa sep aració n , dora de nuestro am o r. E n la belleza del m undo la necesidad bruta se
sobre la que la virtud u n ificad o ra triunfa, que es la creació n desple­ convierte en objeto de a m o r. N ad a es tan bello co m o la gravedad en
gada a través de la totaÜdad d el espacio y el tiem p o, hecha de m ateria los pliegues fugaces de las olas del m ar o en los casi eternos de las
m ecánicam ente b ru tal, in terpuesta entre C risto y su P ad re. m ontañas.
A n osotro s, seres h u m a n o s, nuestra m iseria nos da el privilegio E l m ar no es m enos bello a nuestros ojos p orq ue sepam os que a
infinitamente p recioso de p a rticip a r de esa distancia establecida entre veces los b arcos zozob ran . P or el co n tra rio , resulta aún m ás bello.
el Hijo y el P a d re . Pero esa distan cia sólo es sep aración p a ra los que Si m odificara el m ovim iento de sus olas p a ra salvar a un b a rco , sería
am an. P ara los que am an , la sep aración , aunque d o lo ro sa, es un bien, un ser d otado de discernimiento y capacidad de elección y no ese fluido
perfectam ente obediente a to d a s las presiones exterio res. E s esa obe­ entrañas. E l cap itán percibe solam ente la com p leja com b in ación del
diencia p erfecta lo que co n stitu y e su belleza. viento, la co rrien te, el oleaje, con la disposición del b a rco , su fo rm a ,
T odos los h orrores que se producen en el m undo son co m o los su velam en, su tim ón .
pliegues que la gravedad im prim e en las olas. P o r eso encierran belleza. C o m o se aprende a leer, co m o se aprende un o ficio , de la m ism a
EiyCcasiones, un p o e m a , c o m o La litada, hace perceptible esa belleza. form a se aprende a sentir en tod as las co sas, p o r encim a de to d o y
( E l hom bre jam ás puede e sca p a r de la obediencia a D ios. U na cria­ casi exclu sivam ente, la obediencia del universo a D ios. Se tra ta real­
^5 tura no puede dejar de ob ed ecer. L a única opción que co m o criatu ra mente de un aprendizaje y , com o to d o ap rendizaje, exige tiem po y
lü, inteligente y libre se le o frece a l hom bre es desear la obediencia o no esfuerzo. P a ra quien ha llegado al final, no hay m ás diferencias entre
desearlaASi n o la desea, ob edece en cualquier ca so , p erpetuam ente, las co sa s, entre los acon tecim ien tos, que las percibidas p o r quien,
en tanto "que está som etido a la necesidad m ecán ica. Si la desea, sigue sabiendo leer, observa una misma frase rep rod u cid a varias veces con
sometido a ella, pero a p arece una necesidad nueva configurada p or tinta ro ja y azul y con caracteres distintos. E l que no sepa leer no verá
las leyes propias de lo so b ren atu ral. Ciertas acciones se le hacen im po­ m ás que diferencias; m as p ara quien sabe, to d as las frases serán equi­
sibles, o tras se realizan a trav és de él y a veces casi a pesar suyo. valentes, puesto que su contenido es el m ism o. P ara quien ha term i­
Tener la sensación de h a b e r desobedecido a Dios significa sim ple­ nado el aprendizaje, todas las cosas y acon tecim ien tos son siempre
mente haber dejado de d esear la obediencia p o r un tiem po. N a tu ra l­ la vibración de la m ism a palabra divina infinitam ente dulce. E sto no
mente, en circun stan cias igu ales, un h om b re no realiza las m ism as quiere d ecir que esa persona no su fra, pues el d olor es la coloración
acciones según dé o no dé su consentim iento a la obediencia; lo mismo que to m an ciertos acon tecim ien tos, y ante una frase escrita con tinta
que una p lan ta, en circu n stan cias iguales, n o crece de la m ism a form a ro ja , ta n to el que sabe leer com o el que no ven igualm ente el ro jo ;
si está a la luz o en la o scu rid ad . La planta n o ejerce ningún co n tro l, pero la co lo ració n no tiene la m ism a im p ortan cia p ara am bos.
ninguna elección respecto a su crecim iento. Som os co m o plantas cuya C uan d o un aprendiz se hace daño o se queja de can san cio, los ob re­
única elección consiste en co lo carse o no a la luz. ros, los cam pesinos, tienen^una herm osa expresión: «Es el oficio que
C risto nos ha p ropuesto c o m o m odelo la docilidad de la m ateria, entra en el cu erp o». C ad á Vez que sufrim os un d olo r podem os decir en
■i poniéndonos com o ejemplo lo s lirios del cam p o que no labran ni hilan. verdad que es el iiniverso, el orden y la belleza del m undo, la obediencia
Es decir, que no se han p ro p u esto adquirir uno u o tro co lo r, que no
\i de la c r e a c i ^ 'aT)ios, lo que nos entra en el cuerpo. ¿C ó m o no bendecir
han puesto su voluntad en m ovim iento ni h an ordenado m edios a tal con e ljjiá s tierno reconocim iento al A m or que nos envía ese don?
fin, sino que han recibido to d o lo que la necesidad n atu ral les ap o r­ L a alegría y el dolor son dones igualm ente p recio so s, que deben
taba. Si nos parecen infinitam ente más bellos que unos suntuosos teji­ ser íntegram ente sab o read os, tan to uno co m o o tr o , cad a uno en su
dos no es p or ser m ás lujosos sino por su d o c ili d ^ . T am bién la tela pureza, sin tra ta r de m ezclarlos. P o r la alegría, la belleza del m undo
es dócil, pero dócil al h om b re, no a Dios. L a m ateria no es bella cuando penetra en nuestra alm a. P or el d olo r en tra en el cu erp o. Sólo con
obedece al h om b re sino cu an d o obedece a D ios. Si en ocasiones ap a­ la alegría no p odríam os ser am igos de D ios, co m o no se puede llegar
rece en una obra de arte casi ta n bella c q h ío en el m a r, en las m o n ta ­ a ser capitán con el solo estudio de m anuales de navegación. E l cuerpo
ñas o en las flores, es p orq ue la luz de D ios se ha p osad o en el artista. tiene su lugar en tod o aprendizaje. E n el plano de la sensibihdad física,
Para en con trar bellas las co s a s fabricadas p o r hom bres no ilum ina­ el d olor es el único co n tacto con la necesidad que constituye el orden
y
dos por D ios, es preciso h ab er com prendido co n to d a el alm a que esos del m u n d o , pues el p lacer no encierra la im presión de necesidad. Es
hombres no son sino m a te ria que obedece sin saberlo. P ara quien se una p arte m ás elevada de la sensibilidad la que es cap az de percibir
encuentra en ese p u n to , to d o sin excepción es perfectam ente bello en la necesidad en la alegría, y sólo a través del sentim iento de la belleza.
i? este m undo; discierne el m ecan ism o de la necesidad y saborea en ella P ara que la totalid ad de nuestro ser llegue un día a ser íntegram ente
i la dulzura infinita de la obediencia en to d o lo que existe, en to d o lo sensible a esa obediencia que es la sustancia de la m ateria, p a ra que
que se produce. E sta obediencia de las cosas es p ara n o so tro s, en rela­ se form e en n o sotros un sentido nuevo que p erm ita escuchar el uni­
ción a D ios, lo que es la tran sp aren cia de un cristal en relación a la verso co m o la vibración de la p alab ra de D io s, las virtudes tran sfo r­
luz. Desde el m om ento en que sentimos la obediencia en tod o nuestro m adoras del d olor y la alegría son igualm ente indispensables. C uando
ser, vemos a D ios. se p resen tan , hay que abrir a am bas la totalid ad del alm a, co m o se
Cuando m iram os un p eriód ico al revés, vem os las extrañ as fo r­ abre la p u erta a un m ensajero de la persona am ad a. ¿Q ué le im porta
m as de los caracteres im p resos. C uando lo ponem os al d erech o, ya al am ante que el m ensajero sea cortés o brutal si le entrega su mensaje?
no vemos caracteres sino p alab ras. El p asajero de un b arco azotad o Pero la desdicha no es el d olor. L a desdicha es algo m uy distinto
por la tem pestad siente ca d a sacudida co m o una con m oción en sus a un procedim iento pedagógico de Dios.
L a infinitud del espacio y el tiempo nos separan de D ios. ¿C óm o Aunque parece im posible, h ay u n m edio que co n o cem o s bien.
buscarlo? ¿C óm o ir hacia él? A unque cam inásem os d urante siglos no Sabem os a sem ejanza de qué está h ech o ese árbol que ha crecid o en
haríam os más que girar alred ed o r de la tierra. Incluso en avión no n o so tro s, ese árbol tan bello, en el que se p osan los p ájaro s del cielo.
podríam os h acer o tra c o sa ; no nos es posible ascender verticalm en te, Sabem os cuál es el m ás bello de to d o s los árboles. «N ingún bosque
no podem os d ar .un paso h a cia los cielos. Dios atraviesa el universo tiene uno sem ejante». Aún m ás terrible que una h o rca , así es el m ás
y viene h a sta 'n o so tro s. / h erm oso de los árboles. Y una semilla de ese árbol ha sido puesta por
Popehcim a de la in fin itj^ 'a e l espacio y del tiem p o, el a m o r infini- D ios en n o so tro s sin que supiéram os qué semilla era ésa. D e haberlo
tatM ñte m ás infinito deJDios viene y nos to m a . Llega justo a su h ora. sabido, no habríam os respondido «sí» en el prim er m om ento. Ese árbol
Tenem os la posibilidad de acep tarlo o rech azarlo . Si p erm anecem os ha crecid o en nosotros y ya no puede ser arran cad o . Sólo la traición
soraosT^^Sivijra^una y o tra vez co m o un m endigo, pero tam bién co m o podría d esarraigarlo.
un mendigo llegará el día en que ya no vuelva. Si ace p ta m o s. Dios C u an d o se golpea un clavo con un m artillo el im pacto recibido
depositará en n osotros u n a pequeña semilla y se irá. A p artir de ese p o r la cab eza del clavo p asa íntegram ente al o tro extrem o , sin que
m om en to, Dios no tiene que h a ce r nada m ás, ni tam p o co n o so tro s, nada se p ierd a, aunque aquél no sea nada m ás que un p u n to. Si el
sino esperar. Pero sin lam en tarn o s del consentim iento d ad o , del «sí» m artillo y la cabeza del clavo fuesen infinitam ente grandes, ocu rriría
nupcial ^ E sto no es tan fácil c o m o p arece, pues el crecim ien to de la de la m ism a fo rm a. L a punta del clav o transm itiría ese choque infi­
semilla en n o sotros es d o lo ro so . Adem ás, por el hecho m ism o de acep­ nito al p un to sobre el que está ap licad o.
ta rlo , no podem os dejar de d estruir lo que le m o lesta, tenem os que L a extrem a desdicha, que es a la vez dolor físico, angustia del alma
arran car las m alas h ierbas, c o r ta r la g ra m a ; y d esgraciadam ente esta y degrad ación social, es ese clavo. L a p u n ta está aplicada al centro
gram a fo rm a p a rte de nuestra p rop ia ca rn e , de m od o que esos cu id a­ m ism o del alm a. L a cabeza del clavo es la necesidad rep artid a p or la
dos de jardinero son una o p eració n violenta. Sin em b arg o , en cu al­ totalid ad del tiem po y el espacio.
quier ca so , la semilla crece s o la . Llega un día en que el alm a perte­ L a desdicha es una m aravilla c ^ í a técn ica divm^^'Es un disposi­
nece a D ios, en que no so lam en te da su consentim iento al a m o r, sino tivo sencillo e ingenioso que haceQxitrar.ert,el-a-ltna de una criatu ra
en que, de form a verd ad era y efectiva, a m a. Debe en ton ces, a su vez, finita esa inm ensidad de fuerza cieg a, b ru tal y fría. L a distancia infi­
atravesar el universo p a ra lleg ar hasta D ios. E l alm a no am a com o nita que separa a Dios de la criatu ra se co n cen tra íntegram ente en un
una criatu ra, con am or c re a d o . E l am o r que hay en ella es divino, punto p a ra clavarse en el cen tro de un alm a.
in cread o, pues es el a m o r de D ios hacia Dios que pasa p or ella. Sólo E l hom bre a quien tal cosa sucede no tiene p arte alguna en la ope­
Dios es capaz de am ar a D ios. L o único que nosotros podem os hacer ra ció n . Se debate com o una m arip osa a la que se clava viva con un
es renunciar a nuestros sentim ientos propios para dejar paso a ese am or alfiler sob re un álbum . Pero en m edio del h o rro r puede m antener su
en nuestra alm a. E sto significa negarse a sí m ism o. Sólo para este con ­ voluntad de am ar. N o hay en ello ninguna im posibilidad, ningún obs­
sentimiento hem os sido cre a d o s. tá cu lo , casi podría decirse que ninguna dificultad. Pues el d olo r m ás
El am o r divino ha a tra v e sa d o la infinitud del espacio y el tiem po g ran d e, en tan to no llega al d esvanecim ien to, no afecta a ese punto
p ara venir de D ios a n o so tro s. ¿Pero có m o puede reh acer el tray ecto del alm a que da su consentim iento a la buena orientación .
en sentido inverso cuando p arte de una criatura finita? C uando la semi­ A h o ra bien, hay que saber que el am o r es una orien tació n y no
lla de am or divino depositada en nosotros ha crecido y se ha con ver­ un estado del alm a. Si se ign ora, se ca e en la desesperación al prim er
tido en árb o l, ¿cóm o p o d e m o s, n osotros que la llevam os, devolverla em bate de la desdicha.
a su origen, h acer en sentido inverso el viaje que Dios ha h echo hacia Aquél cuya alm a perm anece orien tad a h acia Dios m ientras está
nosotros y atrav esar la d istan cia infinita? atrav esad a p o r un clav o, se encuentra clavad o en el cen tro m ism o del
universo. É se es el verdadero ce n tro , que no es su punto m ed io, que
1. E n la «profesión de fe» de su estudio para una declaración de las obligaciones hacia el está fuera del espacio y del tiem p o, que es-D ios. Por^-una dim ensión
ser humano (Ecrits d e L on d res), Sim one W eil escribirá a propósito del consentim iento: «A cual­ que no pertenece al espacio y que no es el tiem p o, p or una dim ensión
quiera que, de hecho, dé su consentim iento para orientar su atención y su am or fuera del mundo,
totalm en te distinta, ese clavo há h o rad ad o un agujero a través de la
hacia la realidad situada más allá de todas las facultades humanas, le es dado conseguirlo. En tal
caso, tarde o tem prano, desciende sobre él el bien que, a través suyo, irradia a su alrededor». El cre a ció n , en el espesor de la b arrerá' q u e-sep ará'al alm a de Dios.
lenguaje cristiano habla de «adhesión por amor» (cf. Jn 1 4 ,2 3 y 1 5 ,1 0 ). P o r esta dimensión m aravillosa, el alm a puede, sin dejar el lugar
Notó d e los trad u cto res: traducim os literalmente las palabras a d h e s ió n p a r a m o u r, aunque
y el instante en que se encuentra el cu erp o al cual está ligada, atrave­
ninguna de-las versiones castellanas de la B ib lia utiliza esta expresión en los pasajes aludidos, sino sar la to talid ad del espacio y el tiem po y llegar a la presencia m ism a
que se habla más bien de «hacer morada» (en el hombre), «permanecer» (en el amor del Padre), etc. de D ios.
E l alm a se encuentra en la intersección de la creación y el cre a d o r,
que es el p un to en el que se cruzan los dos brazos de la cru z.
San Pablo tenía quizá un pensam iento semejante cuando dijo: «para
que, arraigados y cim entados en el am or, podáis com prender co n todos
los santos cuál es la an ch u ra y la longitud, la altura y la p rofu n didad ,
y con ocer el a m o r de C ris to , que exced e a to d o co n o cim ien to ». F O R M A S D E L A M O R IM P L IC IT O A DIOS

Por su forma imperativa, el mandamiento «am arás a Dios» no sólo implica


el consentim iento que el alm a puede aco rd ar o negar cuando Dios en
persona viene a tom ar la mano de su futura esposa, sino también un am or
anterior a esa visita. Se trata, pues, de una obligación permanente.
E se a m o r anterior no puede tener a D ios p o r ob jeto, puesto que
Dios no está presente y nunca lo ha estad o . P o r ta n to , debe tener o tro
objeto, aunque esté destinado a convertirse en am or a Dios. Se le podría
llam ar am or indirecto o im plícito a D ios. E s ta denom inación es válida
aun cu and o el objeto de ese am o r lleve el n om b re de D ios; pues puede
decirse entonces que ese nom bre es utilizado indebidam ente o que su
uso sólo es legítimo en virtud del d esarrollo que debe producirse.
E l am or implícito a Dios no puede tener m ás que tres objetos inme­
d iatos, las únicas cosas de este m undo en que D ios está realm ente pre­
sente, aunque de form a velada. E sto s objetos son las cerem onias reli­
giosas, la belleza del m undo y el p ró jim o , a los que corresponden
sendas form as de am or.
A estas tres form as de am o r habría que añ adir quizá la am istad
que, rigurosam ente hablando, debe ser diferenciada de la caridad p ara
con el prójim o.
E sta s form as indirectas de am or tienen una virtud ex a cta y rigu­
rosam ente equivalente. Según las circu n stan cias, el tem peram ento y
la v o ca ció n , será una u o tra la que p rim ero entre en el alm a y la que
predom ine en el curso del período de p rep aració n . Aunque no nece­
sariam ente será siempre la m ism a a lo largo de dicho período.
E n la m ay or parte de los caso s, es prob able que el período de p re­
p aració n n o llegue a su fin; el alm a no está dispuesta p ara recibir la
visita personal de su Señor hasta que no lleva dentro de sí, en un grado
elevad o, tod as esas form as indirectas de am or.
E l conjunto de ellas constituye el am o r a D ios en la form a que
conviene al período p rep aratorio, en form a velada. C uando en el alm a
surge el am or a D ios p ro p iam en te dicho, no desaparecen sino que se que la justicia. Pero hay que agrad ecer al justo que lo sea p o r ser la
hacen infinitamente m ás fuertes y todo ello en con ju nto configura un justicia una cosa tan h erm osa, de la m ism a form a que d am os gracias
único am or. P ero la form a v elad a del am or lo precede necesariam ente a D ios p o r su excelsa gloria. C ualquier o tra form a de gratitu d es ser­
y es con frecuencia la ú nica que im pera en el alm a durante un tiem po vil e incluso anim al.
prolongado; en muchos casos, quizá hasta la muerte. Este am or velado L a única diferencia entre el que asiste a un acto de justicia y el
puede alcan zar un g rad o m uy a lto de pureza e intensidad. que recibe m aterialm ente su p rovech o es que en esta circu n stan cia la
Cada una de las form as que este am or puede ad o p tar, cuando esta­ belleza de la justicia es p ara el prim ero solamente im espectáculo, mien­
blece co n tacto con el alm a , tien e la virtud de un sacram en to . tras que p ara el segundo es el ob jeto de un co n ta cto o incluso algo
sem ejante a una com id a. A sí, el sentim iento que en el p rim ero es sim ­
ple ad m iración , debe ser elevado en el segundo a un grad o m ucho m ás
E L A M O R A L P R O JIM O alto p o r el fuego de la gratitud.
N o ser agradecido cuando se ha sido tratado con justicia en circuns­
C risto lo indicó co n suficiente clarid ad , respecto al a m o r al p ró jim o , tancias en que la injusticia era fácilmente posible es privarse de la virtud
cuando afirmó que algún día recom pensaría a sus benefactores: «Tuve sobrenatural, sacram ental, contenida en todo acto puro de justicia.
hambre y m e disteis de co m e r» . ¿Quién puede ser el b enefactor de N a d a perm ite concebir m ejor esta virtud que la d octrina de la jus­
C risto sino el p ropio C risto? ¿C ó m o un hom bre puede dar de co m er ticia n atu ral, tal co m o aparece exp uesta con p rob id ad intelectual
a Cristo si no es elevad o, au nq u e sea de form a m o m en tán ea, a ese incom parable en un m agnífico pasaje de Tucídides.
estado de que habla san P a b lo , e n el que el hom bre ya no vive en sí, L os atenienses, en guerra co n tra E sp a rta , pretendían que los habi­
sino que sólo C risto vive en él? tantes de la pequeña isla de M elo s, aliada de E sp a rta desde tiem po
En el texto del evangelio se tr a ta solamente de la presencia de Cristo inm em orial y que hasta ese m om ento había p erm anecido n eu tral, se
en el desdichado. Sin em b arg o , parece que la dignidad espiritual del uniesen a ellos. A nte el ultimátum ateniense, en van o los habitantes
que recibe no se cuestiona en ab solu to. H a y que adm itir entonces que de M elos in vocaron la justicia, im ploran do piedad en nom bre de la
es el propio b enefactor, co m o p o rta d o r de C risto , el que h ace en trar antigüedad de su p atria. Se n egaron a ceder y los atenienses arrasaro n
al propio C risto en el d esd ich ad o ham briento co n el pan que le d a. la ciu d ad , m ataron a tod os los hom bres y vendieron com o esclavos
E l o tro puede dar o no su consentim iento a esta p resen cia, e x a c ta ­ a las mujeres y los niños.
mente igual que quien co m u lg a . Si el don es bien dado y bien reci­ El pasaje a que hacía referencia son las p alab ras que T ucídides
bido, el paso de un tro zo de p a n de un hom bre a o tro es sem ejante pone en b o ca de los atenienses; em piezan éstos p o r d ecir que no tr a ­
a una verdadera com unión. ta rán de d em ostrar que su ultimátum era justo.
C risto no se refiere a sus benefactores calificándoles de personas «T ratem o s m ás bien de lo que es p o sib le... L o sabéis igual que
caritativas o llenas de a m o r, sin o que les da el nom bre de justos. E l n o so tro s; tal co m o está constituido el espíritu h u m an o , lo ju sto sólo
evangelio no h ace ninguna distinción entre el a m o r al p rójim o y la se considera cu an d o hay igual necesidad p o r am bas p artes. Pero si
justicia. A los ojos de los g rie g o s, tam bién el respeto a Z eu s supli­ una p arte es fuerte y la o tra débil, lo posible es im puesto p o r la p ri­
cante era el prim er deber de ju sticia. H em os sido n o sotros quienes m era y acep tad o p o r la segunda».
hemos inventado la distinción en tre justicia y carid ad . E s fácil enten­ «T enem os la creencia resp ecto a los dioses y la certeza resp ecto
der por qué. N u estra idea de la justicia dispensa al que posee de d ar. a los hom bres de que siem pre, p o r necesidad de la n atu raleza, cada
Si de todas form as d a , cree en to n ces tener m otivos p ara sentirse satis­ cual dom ina donde tiene posibilidad de h acerlo. N o som os n osotro s
fecho de sí p o r haber llevado a cabo u n a buena acción . E n cu anto quienes hemos form ulado esta ley ni los prim eros en aplicarla; la hemos
al que recibe, según co m o en tien d a esa idea de justicia, se verá dis­ en con trad o establecida y la con servam os, pues debe d urar siem pre y
pensado de toda gratitud u ob ligad o a m anifestar servilmente su a g ra ­ p o r eso la aplicam os. Sabem os que tam bién v o so tro s, com o cuales­
decimiento. quiera o tros, actuaríais de la misma form a si tuviéseis el mismo poder».
Sólo la absoluta id en tificación de justicia y a m o r hace p osible, a E sta lucidez de la inteligencia en la con cepción de la injusticia es
la vez, por una parte la co m p a sió n y la gratitu d , p o r o tra el respeto la luz inm ediatam ente inferior a la de la carid ad . E s la clarid ad que
a la dignidad de la desdicha en los desdichados, p o r sí m ism a y p o r subsiste durante algún tiem po allí donde la caridad h a existido y se
los otros. ha extinguido. Por debajo están las tinieblas donde el fuerte cree sin­
H ay que tener presente que nunca la bond ad , so pena de con sti­ ceram ente que su cau sa es m ás justa que la del débil. E ra el caso de
tuir una falta bajo una falsa apariencia de bondad, puede ir m ás lejos ro m an o s y hebreos.
Posibilidad, necesidad, son en este fragm en to los térm inos op ues­ Aquél que tra ta com o iguales a quienes la relación de fuerzas coloca
to s a justicia. E s posible to d o l o que un fuerte puede im poner a un m uy p o r debajo de él, les hace realm en te el don de la con dición de
débil. E s razon ab le exam in ar h a sta dónde llega esta posibilidad. Si seres h u m an o s, de la que la suerte les p riv ab a. R eprodu ce a su nivel,
se la supone co n o cid a , es seg u ro que el fuerte realizará su voluntad en la m edida en que tal cosa es posible p a ra una cria tu ra , la generosi­
h asta el límite extrem o de la posibilidad. E s una necesidad m ecán ica. dad original del C read or.
D e o tra fo rm a, sería co m o si quisiera y no quisiera al m ism o tiem po. E s ésta la virtud cristiana p o r excelen cia. E s tam bién la exp resad a
H a y necesidad tan to p a ra el fu erte com o p a ra el débil. en el L ib ro d e los m uertos de los egipcios co n p alab ras tan sublimes
Cuando dos seres hum anos tienen que hacer algo juntos y ninguno co m o las del evangelio: «N o he hecho llo ra r a nadie. Ja m á s hice altiva
de ellos tiene poder p ara im poner nada al o tro , es preciso que se entien­ mi voz. N u n ca he atem orizado a n adie. N u n ca fui sordo a p alab ras
d an . Se recurre entonces a la ju sticia, pues sólo la justicia tiene p od er justas y verd ad eras».
p ara hacer coincidir dos volu n tad es. E lla es la im agen de ese a m o r L a gratitu d en los desdichados, cu an d o es p u ra, es una p articip a­
que une en D ios al Padre y al H ijo , el pensam iento com ún de los que ción en esta m ism a virtud, pues sólo puede agradecerla quien es capaz
piensan separados. P ero cu a n d o uno es fuerte y o tro débil, no hay de ella. L os dem ás experim entan sus efectos sin agrad ecerla.
necesidad ninguna de unir dos voluntades. N o hay más que una volun­ U n a virtud así es idéntica a la fe real, en acto, en el verdadero Dios.
ta d , la del fuerte. E l débil o b ed ece. Es lo que o cu rre cu and o un h o m ­ Los atenienses de Tucídides pensaban que la divinidad, com o el hombre
bre m anipula la m ateria. N o h a y dos voluntades que h acer coin cid ir; en estado natural, ejerce su dominio hasta el límite extrem o de lo posible.
el hom bre quiere y la m ateria se som ete. E l débil es com o una c o sa . E l verd ad ero Dios es el Dios con cebid o co m o to d o p o d ero so , pero
N o hay ninguna diferencia entre tirar una piedra p ara alejar a un p erro sin p ensar que ejerce un dom inio sobre to d o lo que está som etido a
que molesta y decir a un esclav o : «E ch a de aquí a ese p erro ». su p oder; pues sólo se encuentra en los cielos o aquí abajo en lo secreto.
E n las relaciones desiguales entre los hom bres hay para el inferior, L o s atenienses que asesinaron a los habitan tes de M elos carecían
a partir de un cierto grado de desigualdad, un p aso al estado de m a te ­ de cualquier idea de un Dios de este tipo.
ria y una pérdida de p erson alid ad . Los antiguos decían: «U n hom bre L o que dem uestra su e rro r es que, co n trariam en te a su afirm ación
pierde la m itad de su alm a el d ía en que se convierte en esclavo». y aunque ello sea extrem ad am en te r a r o , o cu rre a veces que p o r pura
L a balanza en equilibrio, im agen de la relación entre fuerzas ig u a­ generosidad el hom bre se abstiene de ejercer su dom inio allí donde
les, ha sido durante tod a la an tigü ed ad, sobre to d o en E g ip to , el sím ­ p odría ejercerlo. L o que es posible al h om b re es posible a D ios.
bolo de la justicia. Antes de se r utilizada en el com ercio fue quizás Pueden refutarse los ejemplos. Pero es indudable que si en un ejem­
un objeto religioso. Su em pleo e n el com ercio es la im agen de ese c o n ­ plo cualquiera pudiese dem ostrarse que se tra ta de p u ra generosidad,
sentimiento m u tu o, esencia m ism a de la justicia, que debe ser la n orm a esta generosidad sería generalm ente a d m irad a. T o d o lo que el h om ­
de las transacciones. L a definición de justicia co m o consentim iento bre es cap az de adm irar le es posible a D io s.
m u tu o , definición que se en cu en tra en la legislación de E s p a rta , era E l espectáculo de este m undo es to d av ía una p rueba m ás segura.
sin duda de origen egeo-creten se. E l bien puro no se encuentra aquí en ninguna p arte. O D ios no es
Si se ocupa el lugar su perior en una relación desigual de fuerzas, to d o p o d ero so o no es absolutam ente b u en o , o no ejerce su dom inio
la virtud sobrenatural de la justicia consiste en conducirse exactam ente en to d o lo que está bajo su p oder.
com o si hubiese igualdad; y exactam en te en tod os los aspectos, inclui­ Así, pues, la existencia del m al en el m u n d o, lejos de ser una prueba
dos los m enores detalles de m a tice s y actitu des, pues un detalle puede co n tra la reah d ad de D ios, es lo que n os la revela en su verd ad .
b astar p ara arro jar al inferior a l estado de m ateria que en esta o c a ­ L a creación no es un acto de au toexp an sión p o r parte de Dios sino
sión es naturalm ente el suyo, a sí com o el m en or choque congela el de retirad a y de renuncia. Dios con to d as las criatu ras es m enos que
agua que se ha m antenido en estad o líquido p o r debajo de cero grados. Dios solo. D ios ha aceptado esta m erm a y ha vaciad o de sí una parte
Para el inferior así tra ta d o , la virtud sobrenatural de la justicia del ser. Se ha vaciad o ya en ese acto de su divinidad; p o r eso dice san
consiste en no creer que existe verdadera igualdad de fuerzas, en re c o ­ Ju an que el C ord ero fue degollado desde la fundación del m undo. Dios
n ocer que la generosidad del o tr o es la única causa de ese tratam ien to . ha perm itido la existencia de cosas distintas a él y que valen infinita­
E s esto lo que se llam a gratitud. P a ra el inferior tratad o de o tra fo rm a, m ente m enos que él. Se negó a sí m ism o p o r el acto cread o r com o
esta virtud consiste en co m p ren d er que el tratam ien to que recibe es, C risto nos ordenó negarnos a n o sotros m ism os. Dios se negó en nues­
p o r una p arte , diferente al que debería recibir en justicia, p ero , p o r tro favor p ara darnos la posibilidad de n egarnos po r él. E sta respuesta,
o tra , conform e a la necesidad y el mecanismo de la naturaleza hum ana. este e co , que nosotros podem os rech azar, es la única justificación posi­
D ebe mantenerse en su lugar sin sumisión ni rebeldía. ble a la lo cu ra de am or del a cto cread o r.
Las religiones que han concebido esa ren u ncia, ese distanciam iento ante to d o , querer librem ente. Q uerer la existencia de esa facu ltad de
o desaparición v o lu n taria de D io s , su ausencia ap aren te y su presen­ libre consentim iento en o tro hom bre que ha sido privado de ella p o r
cia secreta aquí ab a jo , son la religión v erd ad era, la trad u cció n a len­ la desdicha es hacerse uno con el o tr o , es con sentir en sí m ism o a la
guajes distintos de la g ran R evelación . L a s religiones que presentan desdicha, a la p rop ia destrucción. E s negarse a sí m ism o. Y negán­
a la divinidad ejerciendo su d om in io allí donde puede h acerlo son fal­ dose a sí m ism o se hace uno ca p a z , con D ios, de afirm ar al o tro p o r
sas. Aun cuando sean m o n o teístas, son id ólatras. u n a afirm ación cread o ra. U no se ofrece com o rescate p o r o tro . E s
Aquél que, red u cid o p o r la desdicha al estado de cosa inerte y un acto red en tor.
pasiva, recupera aunque sea sólo de forma tem poral el estado hum ano L a sim patía del débil p o r el fuerte es n atu ral, pues el débil, p ro ­
p o r la generosidad de o tr o , si sab e aceptar y sentir la verd ad era esen­ yectándose en el fu erte, adquiere una fuerza im agin aria. L a sim patía
cia de tal generosidad, recibe en ese instante un alm a surgida exclusi­ del fuerte h acia el débil, en tan to que op eració n in versa, es con traria
vam ente de la ca rid a d . E s engendrado de lo alto a p artir del agua y a la naturaleza.
del espíritu (la p alab ra del evangelio anothen significa «de lo alto» más Por eso la sim patía del débil hacia el fuerte sólo es p ura si tiene
a menudo que «de n u evo»). T r a ta r con a m o r al p rójim o desdichado co m o objeto único la sim patía del fuerte hacia él, caso de que el fuerte
es semejante a b au tizarlo . sea verdaderam ente generoso. E sa es la gratitud so b ren atu ral, consis­
Aquél de quien p roced e el a c to de generosidad n o puede actu ar tente en sentirse feliz por ser objeto de una com p asión sob ren atu ral.
co m o lo hace si n o se in trodu ce en el o tro p o r el p ensam iento. T a m ­ E s ta gratitu d deja el orgullo absolutam ente in tacto . L a con servación
bién él, en ese m o m e n to , se com p on e tan sólo de agua y de espíritu. del orgullo verdadero por parte del desdichado es tam bién algo sobre­
La generosidad y la co m p asió n son inseparables y am bos tienen n atu ral. L a gratitud p u ra, co m o la com p asión p u ra , es esencialm ente
su m odelo en D io s, en la cre a ció n y la pasión . consentim iento a la desdicha. E l desdichado y su b en efactor, entre
C risto nos enseñó que el a m o r sobrenatural al p rójim o es el inter­ quienes la diversidad de fortu na establece una distancia infinita, son
cam bio de com pasión y g ratitu d que se p ro d u ce co m o un relám pago u no en ese consentim iento. H ay entre ellos am istad en el sentido p ita­
entre dos seres, u no de los cu ales posee la con dición de persona g ó rico , arm onía m ilagrosa e igualdad.
hum ana mientras el o tro está privado de ella. U no de ellos es sólo Al m ism o tiem po, uno y otro recon ocen desde el fondo de su alm a
un trozo de carne desnu d a, in erte y sangrante tirad o en la cu n eta, sin que es m ejor no ejercer dom inio aunque se tenga poder p ara hacerlo.
nom b re, del que nadie sabe n a d a . Los que p asan por allí apenas rep a­ Si este pensam iento ocu pa toda el alm a y gobierna la im aginación, que
ran en él y m om entos después n i siquiera recuerdan lo que han visto. es la fuente de las acciones, constituye la verdadera fe. Pues proyecta
Sólo uno se detiene y le p resta atención. L o s a cto s que siguen no son al bien fuera de este m undo, donde están todas las fuentes de poder;
m ás que el efecto au to m á tico de ese m om ento de atención. E s a aten­ recon oce el bien co m o m odelo del p u n to secreto que se encuentra en
ción es cread o ra, p e ro , en el m om ento en que se a ctiv a , es ren u ncia­ el centro de la p ersona y que es el principio del renunciam iento.
m iento. Al menos, si la atención es pura. E l hom bre acepta una m erm a Si bien en el arte y la ciencia una p rod u cción de segundo ord en ,
concentrándose p a ra un gasto de energía que no au m en tará su p oder, brillante o m ediocre, es extensión de sí, la producción de prim er orden,
que solamente h a rá existir o tro ser distinto a él, independiente de él. la cre a ció n , es renuncia de sí. N o se percibe esta verdad porque la
M ás aún, querer la existencia del otro es p ro y ectarse en él, p o r sim­ gloria confunde y recubre indistintam ente con su esplendor las p ro ­
p atía, y participar en con secu encia del estado de m ateria inerte en que ducciones de prim er orden y las m ás brillantes de segundo ord en ,
se encuentra. dando incluso frecuente prioridad a estas últim as.
E sta operación es tan c o n tra ria a la n atu raleza en un hom bre que L a caridad p ara con el p rójim o, al estar con stituida p o r la aten­
no haya conocido la desdicha e ignore lo que es, co m o en o tro que ción cre a d o ra , es an áloga al genio.
la haya conocido o presentido y sienta h o rro r p o r ella. L a atención cread o ra consiste en p restar atención a algo que no
N o es sorprendente que un hom bre que tiene p an dé un pedazo existe. L a hum anidad no existe en la carn e anónim a e inerte al borde
a un ham briento. L o que es sorprendente es que sea cap az de hacerlo del cam in o . E l sam aritan o que se detiene y m ira , presta sin em bargo
con un gesto diferente de aquél p o r el cual se co m p ra un ob jeto. L a atención a esa hum anidad ausente y los actos que se suceden a con ti­
lim osm a, cuando no es so b ren atu ral, es sem ejante a una op eración n uación dan testim onio de que se tra ta de una atención real.
de com p ra. Se co m p ra al desdichado. L a fe, dice san P ab lo, es la visión de cosas invisibles. E n ese
Sea lo que sea lo que un h o m b re quiere, en el crim en co m o en la m om ento de aten ción , la fe está tan presente com o el am or.
virtud m ás alta, en las p reocu paciones m inúsculas co m o en los gran­ Del m ism o m o d o , un hom bre que esté enteram ente a m erced de
des proyectos, la esencia de su querer consiste siem pre en que quiere, o tro no existe. U n esclavo no existe, ni a los ojos de su señor ni a
los suyos p rop ios. L o s esclavos negros de A m é rica , cuando se herían E n el a m o r verdadero no som os n o so tro s quienes am am o s a los
p o r accidente en un pie o una m a n o , decían: «N o es n ad a, es el pie desdichados en D ios, sino Dios en n o so tro s quien am a a los d esdicha­
del am o , es la m an o del a m o » . Quien está en teram ente privad o de dos. C u an d o nos en contram os en la d esd ich a, es D ios en n osotro s
los bienes en los que se cristaliza la consideración social, cualesquiera quien am a a los que nos quieren bien. L a co m p asió n y la gratitu d des­
que éstos sean, no existe. U n a canción p o p u lar española dice con cienden de D ios, y cuando se en cuen tran en u n a m irad a, D ios está
extraordinaria lucidez: «El que quiera volverse invisible no tiene medio presente en el p un to en que las m irad as se en cu en tran . El desdichado
m ás seguro que hacerse p o b re » . E l am or ve lo invisible. y el o tro se am an a p artir de D ios, a través de D io s, pero no p or am or
Dios pensó lo que no era y, p o r el hecho de p ensarlo, lo hizo ser. a D io s; se am an p o r el am or del uno al o tro . E s to tiene algo de im p o­
A cada instante, existim os solam ente p o r el h ech o de que D ios co n ­ sible. Por eso no se realiza m ás que p o r D ios.
siente en pensar nuestra e x iste n cia , aunque en realidad no existim os. Aquél que da p an a un desdichado h am b rien to p or am o r a Dios
A l m enos, así nos rep resen tam o s la cre a ció n , hum anam ente y , p o r n o recibirá agradecim iento p or p arte de C risto . H a tenido ya su retri­
ta n to , falsam ente, pero esta rep resen tación en cierra una verdad. Sólo bución en ese m ism o pensam iento. C risto m u estra su agradecim iento
D ios tiene el p oder de pensar realm en te lo que no es. Sólo D ios p re­ al que no sabía a quién daba de com er.
sente en n o sotros puede pensar realm ente la con dición hum ana en los P o r o tra p a rte , el don no es m ás que una de las dos form as que
desdichados, m irarlos verdaderam ente co n m irad a distinta de la que puede ad o p tar el am o r a los desdichados. E l p o d er es siempre p oder
se dirige a los o b jetos, escuchar verdaderam ente su voz com o se escu­ de h acer el bien y el m al. E n una relación de fuerzas muy desigual,
cha una p alab ra. E llos perciben entonces que tienen una v o z; de o tro el superior puede ser justo respecto al inferior ya sea haciéndole bien
m o d o , no tendrían ocasión de darse cuenta. con ju sticia, y a sea haciéndole m al con ju sticia. E n el prim er ca so ,
E s tan difícil escuchar verdaderam ente a un desdichado, com o difí­ hay lim osn a; en el segundo, castigo.
cil le es a él saber que es escu ch ad o tan sólo p o r com pasión. E l castigo ju sto , com o la lim osna ju sta, escon de la presencia real
E l am or al prójim o es el a m o r que desciende de Dios al h om bre. de D ios y constituye algo sem ejante a un sacram en to . T am b ién esto
E s anterior al que asciende del hom bre h acia D ios. Dios se apresura está claram ente indicado en el evangelio, que lo exp resa con estas pala­
a descender a los desdichados. E n cuanto un alm a está dispuesta a bras: «E l que esté libre de p ecad o , tire la p rim era piedra». Sólo C risto
d ar el consentim iento, aunque se a la últim a, la m ás m iserable, la m ás está libre de p ecad o .
deform e. Dios se precipita h a cia ella p ara p od er m irar y escu ch ar a C risto salvó de m orir a la m ujer adúltera. L a función de castigar no
través de ella a los d esdichados. Sólo con el tiem po llega el alm a a convenía a la existencia terrena que iba a term in ar en la cruz. Pero C risto
ser consciente de esta presencia. Pero aunque no encuentre una pala­ no prescribió la abolición de la justicia penal. Perm itió que las lapida­
bra para n om b rarla, allí donde lo s desdichados son am ad os. D ios está ciones con tin u aran . Siempre que se hace con ju sticia, es él quien arroja
presente. la prim era piedra. Y al igual que reside en el desdichado ham briento
Dios no está presente, aun cuando se le invoque, allí donde los al que un justo alim enta, así reside tam bién en el desdichado condenado
desdichados son simplemente u n a ocasión de h acer el bien y aunque al que un justo castiga. N o lo dijo, pero lo indicó de form a suficiente
sean am ados en ese sentido. Pues están entonces en su papel n atu ral, muriendo com o un condenado de derecho com ú n . É l es el m odelo divino
en su papel de m ate ria , de c o s a s . Son am ad os de m an era im personal. de los condenados p o r la justicia. Así co m o los jóvenes obreros fo rm a­
Y ,e s necesario ap ortarles, en su estado inerte y an ónim o, un am or dos en la JO C vibran con la idea de que C risto fue uno de los suyos,
personal. los condenados p o r la justicia podrían exp erim en tar legídm am ente la
Por eso, expresiones com o « a m a r al prójim o en Dios» o «por Dios» m ism a sensación. B astaría con decírselo co m o se les dice a los obreros.
son engañosas y equívocas. U n hom bre apenas tiene suficiente poder E n cierto sentido. C risto está m ás p ró xim o a ellos que a los m ártires.
de atención p ara m irar sim plem ente ese trozo de carne inerte y despo­ L a piedra que m ata y el trozo de pan que alim enta tienen e x a c ta ­
jada al borde del cam in o. N o es el m om ento de volver el pensam iento m ente la m ism a virtu d, si C risto está presente en el punto de partida
h acia Dios. Así co m o hay m om entos en los que se debe pensar en Dios y en el punto de llegada. E l don de la vida y el don de la m uerte son
olvidándose de todas las criatu ras sin excep ción , hay también m om en­ equivalentes.
tos en los que, m irando a las cria tu ra s, no hay p o r qué pensar explíci­ Según la tradición hindú, el rey R a m a , en carn ación de la segunda
tam ente en el C re a d o r. E n esos m om entos, la presencia de D ios en p ersona de la T rin id ad , tuvo que con den ar a m u erte, p ara evitar el
n osotros tiene co m o condición u n secreto tan profundo que debe ser escándalo de su pueblo y con sum o pesar p or su p arte, a un hom bre
ta l, incluso p ara n o so tro s. H ay m om entos en que pensar en D ios nos de casta inferior que, con trariam en te a la ley, realizaba ejercicios de
separa de él. E l p udor es co n d ición de la unión nupcial. ascetism o religioso. Él m ism o fue a verle y le m ató con su espada.
Un m om ento después, el alm a del m u erto se le ap areció y cay ó a sus desdichado. H a y en el co n tacto m ism o con el a p arato penal una espe­
pies agradeciéndole la gloria que le había p ro p o rcio n ad o el co n ta c to cie de h o rro r directam en te p rop orcion al a la in ocen cia, a la p arte del
con la espada bienhechora. L a ejecución, aunque com p letam en te alm a que ha perm an ecid o in tacta. A los que están com pletam ente
injusta en un sen tid o, pero legal y realizad a p o r la m an o m ism a de podridos no les ocasion a ningún d añ o y n o sufren p o r ello.
D ios, había tenido tod a la virtu d de un sacram en to . N o puede ser de o tra m an era si n o h ay entre el ap arato penal y
El ca rá cte r legal de un ca stig o n o tiene verd ad ero significado si el crim en algo que purifique la m an ch a. E se algo no puede ser m ás
no le confiere algún sentido religioso, si no hace de él algo sem ejante que D ios. L a pureza infinita es lo único que no está con tam in ad o p or
a un sacram en to ; en co n secu en cia, todas las funciones penales, desde el c o n ta c to co n el m al. T o d a pureza finita se convierte en m ancha p or
la del juez h asta las del verd u go y el c a rce le ro , deberían p articip ar de ese co n ta c to p ro lo n g ad o . C ualesquiera que sean las reform as que se
algún m od o del sacerd o cio . in trodu zcan en el cód igo , el castigo n o puede ser h um ano si no pasa
La justicia se define en el castigo de la m ism a form a que en la por C risto .
lim osna. C onsiste en p restar atención al desdichado co m o a un ser E l grad o de severidad de la pena n o es lo m ás im portan te. E n las
y no com o a una c o sa , en tr a ta r de preservar en él la facultad de libre condiciones actuales, un condenado, aun culpable y castigado con una
consentim iento. pena relativam ente clem ente en relación a su fa lta , con frecuencia
Los hom bres creen despreciar el crim en y lo que en realidad d es­ puede ser legítim am ente considerado v íctim a de u na cruel injusticia.
precian es la debilidad de la desdicha. U n ser en el que se com b in an L o im portante es que la pena sea legítim a, es decir, que proceda direc­
lo uno y lo o tro les perm ite ab an d on arse al desprecio de la desdicha tam ente de la ley; que a la ley le sea reco n o cid o su cará cte r divino,
con la excu sa de despreciar el crim en. E se ser es entonces objeto del no p o r su contenido sino en tan to que ley; que tod a la organización
m ayor desprecio. E l desprecio es lo c o n tra rio a la atención. L a ú nica de la justicia penal tenga por finalidad ob ten er de los m agistrados y
excepción es cu an d o se tra ta de un crim en que p or una razón cu a l­ sus ayudantes la atención y el respeto al acu sad o , que tod o hom bre
quiera lleva unido un p restig io , com o es co n frecuencia el caso de un debe a cualquiera que se encuentre a su m erced ; y del acu sad o, el co n ­
asesinato a causa del poder p asajero que im plica, o que no ex cita p a r ­ sentim iento a la pena infligida, ese consentim iento del que C risto in o­
ticularm ente en los que juzgan la idea de culpabilidad. E l ro b o es el cente ha sido el m odelo perfecto.
crimen m ás caren te de prestigio y el que causa una m ay o r in d ign a­ U n a con den a a m uerte p o r una falta leve, infligida de este m o d o ,
ción, pues la propiedad es el m otivo de apego más generalizado y m ás sería m enos horrible que actualm ente una condena a seis meses de pri­
fuerte, com o se m anifiesta en el código penal. sión. N a d a hay m ás terrible que el frecuente espectáculo de un acu ­
N ad a hay p o r debajo de u n ser hum ano que, revestido de una a p a ­ sado q ue, sin m ás recu rso que su p a la b ra , es incapaz de utilizarla a
riencia verdadera o falsa de culpabilidad, se encuentra to talm en te a causa de su origen social y su falta de cu ltu ra , abatido p o r la culpabi­
merced de un grupo de h o m b res que con algunas palabras decidirán lidad, la desdicha y el m iedo, balb uceand o ante unos jueces que no
su suerte sin prestarle ninguna atención. P o r o tra p a rte , desde que un escuchan y que le interrum pen hacien d o o sten tació n de un lenguaje
hombre cae en m an os del a p a ra to penal hasta que sale de él — y los refinado.
llamados delincuentes h ab itu ales, y tam bién las p rostitu tas, no salen E n ta n to h aya desdicha en la vida so cial, en tan to la lim osna legal
casi nunca hasta su m uerte— no es n un ca objeto de aten ción . T o d o o privada y el castigo sean inevitables, la sep aración entre las institu­
está establecido h asta en los m enores detalles, h asta en las inflexiones ciones civiles y la vida religiosa será u n crim en. L a idea laica conside­
de la voz, p ara h a ce r de él, a sus propios ojos y a los de to d o s, una rada en sí m ism a es com pletam ente falsa. N o tiene legitimidad a no
cosa vil, un objeto de d esech o. L a brutalidad y la ligereza, las p a la ­ ser co m o reacció n co n tra una religión to talitaria. Desde este punto
bras de desprecio y las b urlas, la form a de h ab lar, la m anera de escu ­ de v ista, hay que adm itir que es p arcialm en te legítim a.
char y de no escu ch ar, to d o es igualm ente eficaz. . P ara poder estar, com o es debido, presente en todas p artes, la reli­
N o hay en ello ninguna m aldad prem ed itada. E s el efecto a u to ­ gión no solam ente no debe ser to ta h ta ria , sino que tiene que lim itarse
m ático de una vida profesional que tiene p o r objeto el crim en visto rigurosam ente al plano del am or sob ren atu ral, el único que le co n ­
bajo la form a de la desdicha, es decir, bajo la form a en que el h o rro r viene. Si así lo h iciera, penetraría en to d a s p artes. L a Biblia dice: «La
de la m ancha se presenta al desnudo. P or ser ininterrum pido, ese c o n ­ Sabiduría penetra en todas partes a cau sa de su pureza p erfecta».
tacto contam ina n ecesariam ente y la form a de esa con tam in ació n es P o r la ausencia de C risto, la m endicidad en su sentido m ás amplio
el desprecio. Este desprecio re ca e sobre cada acusado. E l aparato penal y el h ech o penal son quizá las cosas m ás h o rro rosas que hay sobre
es com o un m ecanism o de transm isión que hará recaer sobre cada acu ­ la tie rra , dos cosas casi infernales. T ienen el co lo r m ism o del infierno.
sado toda la deshonra que encierra el m edio en que habita el crim en Podría añadirse la p rostitu ción , que es al verd ad ero m atrim onio lo
que son la lim osna y el castig o sin caridad a la lim osna y el castigo rido una imagen de ese p oder, una divinidad im aginaria, para que tam ­
justos. bién él p u ed a, aun siendo criatu ra, vaciarse de su divinidad.
El hombre ha recibido el p o d er de hacer bien y m al no sólo al cuerpo, Así co m o D ios, estando fuera del universo, es al m ism o tiem po
sino tam bién al alm a de su prójim o, a todas las alm as de aquéllos en su ce n tro , así tam bién el hom bre se sitúa de fo rm a im aginaria en el
quienes Dios no está presente, a to d a la parte del alm a que no está habi­ cen tro del m undo. L a ilusión de la perspectiva le sitúa en el centro
tada p or D ios. Si un hom bre h abitad o p o r D ios, p o r el p od er del m al del esp acio; una ilusión sem ejante falsea en él el sentido del tiem po;
o sim plemente p o r el m ecan ism o carn al, da algo o castig a, lo que lleva o tra ilusión del m ism o tipo dispone a su alreded or tod a la jerarquía
dentro de sí penetra en el alm a del otro a través del pan o el hierro de de valores. E sta ilusión se extiende incluso al sentim iento de la exis­
la espada. L a m ateria del p an y el hierro son vírgenes, vacías de bien ten cia, a causa de la íntim a unión que en n o so tro s h ay entre el senti­
y de m al, capaces de transmitir indistintamente uno y otro. Aquél a quien m iento de v alo r y el sentim iento de ser; el ser nos p arece cad a vez
la desdicha obliga a recibir el p an o a sufrir el golpe tiene el alm a m enos denso a m edida que se aleja de n o so tro s.
expuesta, desnuda y sin d efen sa, tanto al m al co m o al bien. R ebajam os a su nivel, al nivel de la im agin ación m ixtificad ora,
H ay un solo medio de recibir únicamente el bien. E s saber, no abs­ la form a espacial de esa ilusión. E sta m o s obligados a ello, pues, de
tractam en te, sino con tod a el a lm a , que los hom bres que no están ani­ o tro m o d o , no percibiríam os un solo o b jeto , ni siquiera nos co n tro la­
m ados por la caridad pura so n engranajes del orden del m undo a la ríam os lo bastante p ara d ar un solo p aso de m an era consciente. Dios
m anera de la m ateria inerte. D esde ese m o m e n to , to d o viene d irecta­ nos p ro cu ra así el m odelo de la op eración que debe tran sform ar nues­
m ente de D ios, sea a través d el am or de un h o m b re, sea a través de tra alm a. Así co m o aprendem os de niños a rectificar y reprim ir lo ilu­
la inercia de la m ateria tan gib le o psíquica; a través del espíritu o a sorio de la percepción del esp acio, debem os h acer o tro tan to respecto
través del agua. T o d o lo que acrecien ta la energía vital en nosotros a la percepción del tiem p o, de los v alores, del ser. D e o tro m od o sere­
es com o el p an p o r el que C risto m uestra su agrad ecim ien to a los jus­ m os in cap aces, en tod o lo que sea ajeno a la dim ensión espacial, de
to s; todos los golpes, heridas y m utilaciones son co m o una piedra lan­ discernir un solo objeto o dar un solo p aso .
zada co n tra nosotros p o r la m a n o misma de C risto . Pan y piedra p ro ­ E sta m o s en la irrealidad, en el sueño. R en u n ciar a nuestra situa­
ceden de C risto y , penetrando en el interior de nuestro ser, le hacen ción cen tral im aginaria, no sólo con la inteligencia sino tam bién con
en trar en n o so tro s. Pan y p ied ra son am or. D ebem os co m er el pan la p arte im aginativa del alm a, es despertar a lo real, a lo eterno, ver
y ofrecernos a la piedra de m o d o que se hunda en nuestra carne lo la verdadera luz, oír el verdadero silencio. Se opera entonces una trans­
m ás profundam ente posible. Si llevamos una arm adu ra cap az de p ro ­ form ación en la raíz m ism a de la sensibilidad, en el m odo inmediato
teger nuestra alm a co n tra las piedras lanzadas p o r C risto , debem os de recibir las im presiones sensoriales y las im presiones psicológicas.
quitárnosla y tirarla. E s una tran sform ación análoga a la que se p rod uce cu an d o, de noche
en un cam ino, distinguimos de repente un árbol donde habíamos creído
ver un hom bre ag ach ad o ; o cuando percibim os un susurro de hojas
EL A M O R AL O R D E N D EL M U N D O donde habíam os creído oír un cu ch ich eo. Se ven los mismos ton os,
se oyen los mism os sonidos, pero no de la m ism a form a.
El am or al orden del m undo y a su belleza es el com plem ento del am or V aciarse de la falsa divinidad, negarse a sí m ism o , renunciar a ser
al prójim o. en la im aginación el centro del m undo, com prender que todos los pun­
Procede del m ism o ren u nciam ien to, im agen del renunciam iento tos p odrían serlo igualm ente y que el verdadero cen tro está fuera del
cread or de Dios. Dios trae a la existencia este universo consintiendo m u n do, es dar el consentim iento al reino de la necesidad m ecánica
en no d om in arlo, aunque p o d ría h acerlo, dejando que en su lugar en la m ateria y de la libre elección en el cen tro de cad a alm a. E ste
im pere, p o r una p a rte , la necesidad m ecán ica asociad a a la m ateria, consentimiento es am or. L a form a en que este am or se muestra cuando
incluida la m ateria psíquica del alm a, y , por o tr a , la au ton om ía esen­ se orienta hacia las personas pensantes es la caridad h acia el prójim o;
cial a los procesos pensantes. cu and o se orienta h acia la m ateria, es am or al ord en del m u n d o, o ,
P or m edio del am or al p ró jim o im itam os el am o r divino que nos lo que es igual, am o r a la belleza del m u ndo.
ha creado a n osotros y a to d o s nuestros sem ejantes. P or el am or al E n la antigüedad, el am or a la belleza del m undo ocupaba un lugar
orden del m undo im itam os el a m o r divino que ha cread o este universo im portante en el pensam iento y envolvía la vida en tera con una m a ra ­
del que form am os p arte. villosa poesía. Así ocu rrió en todos los pueblos, en C hina, India, G re­
E l hom bre no tiene que renunciar a dom inar la m ateria y las alm as cia. E l estoicism o g riego, que fue algo m aravilloso y al que tan p ró ­
puesto que no cuenta con p o d e r para h acerlo. Pero D ios le ha confe­ x im o se en contrab a el cristianism o p rim itivo, en p articular el
pensam iento de san Ju a n , era casi exclusivam ente am o r a la belleza h acerla d esaparecer en todos los continentes a los que ha llevado sus
del mundo. En cuanto a Israel, ciertos pasajes del Antiguo T estam ento, arm asj su co m ercio y su religión. C o m o decía C risto a los fariseos:
de los salm os, del libro de J o b , de Isaías, de los libros sapienciales, «¡A y de v o so tro s, los legistas, que os habéis llevado la llave de la cien­
encierran expresiones incom parables de la belleza del m u ndo. cia! N o entrásteis v o so tro s, y a los que están en tran d o se lo habéis
San F ran cisco m uestra el lugar que puede o cu p ar la belleza del im pedido».
m undo en el pensam iento cristiano. N o sólo su poem a es poesía per­ Y sin e m b argo, en nuestra ép o ca, en los países de raza b lan ca,
fecta, sino que to d a su vida fue poesía p erfecta puesta en acción . P o r la belleza del m undo es casi el único cam in o p o r el que p od ría pene­
ejem plo, la elección de un lugar para un retiro solitario o p ara la fun­ trar D ios. Pues de los otros dos estam os tod avía m u ch o m ás alejados.
dación de un con vento era la m ás bella poesía en acto . E l vagabun­ E l am or y el respeto verdaderos a las prácticas religiosas es raro incluso
d eo, la p ob reza, eran poesía en él; se despojó de sus vestiduras p ara en quienes asisten a ellas con asiduidad y n o se encuentran casi nunca
estar en co n ta cto inm ediato co n la belleza del m undo. en los dem ás. L a m ayoría ni siquiera concibe esa posibilidad. E n lo
E n san Ju a n de la C ru z se encuentran tam bién herm osos versos que con ciern e al uso sobrenatural de la desdicha, la com p asión y la
sobre la belleza del m undo. Pero de m anera general, haciendo las reser­ gratitud no son únicam ente cosas ra ra s sino que actualm ente se han
vas oportunas resp ecto a los tesoros d esconocid os o p o co con o cid o s, convertido p a ra la m ay o r p arte de los hom bres en algo p o co menos
enterrados quizá entre las cosas olvidadas del M ed ievo, se puede decir que ininteligible. L a idea m ism a casi h a llegado a d esaparecer y el sig­
que la belleza del m undo está casi ausente en la tradición cristiana. nificado p ro p io de esas palabras se ha visto reb ajad o.
Este hecho es extraño y , su cau sa, difícil de com prender. E s una laguna Pero el sentim iento de lo bello, au nq u e m u tilad o, deform ado y
terrible. ¿C óm o el cristianism o tendría d erech o a llam arse católico si m an cillad o, perm anece irreductible en el co razó n del hom bre com o
el universo estuviera ausente de él? un móvil p o d eroso. E stá presente en to d o s los afanes de la vida p ro ­
E s cierto que en el evangelio se habla p o co de la belleza del m undo. fana. Si se lo to rn ara auténtico y p u ro , p roy ectaría de un solo golpe
E n ese texto tan breve que, co m o dice san Ju a n , está m uy lejos de ence­ tod a la vida p rofan a hasta los pies de D io s, haciendo posible la en car­
rrar todas las enseñanzas de Cristo, los discípulos consideraron sin duda nación to ta l de la fe.
inútil incluir referencias a un sentim iento tan am pliam ente difundido. P o r o tra p a rte , la belleza del m undo es, en térm inos generales, la
Sin em bargo, p o r dos veces se habla de ello. E n una ocasión. Cristo vía m ás co m ú n , m ás fácil, m ás n atu ral.
recom ienda con tem p lar o im itar a los lirios y los p ájaros p o r su indi­ Así co m o Dios se precipita en to d a alm a, apenas ésta se en trea­
ferencia respecto al futuro, por su docilidad al destino; en o tra , la con­ b re, p a ra a m a r y servir a través de ella a los desdichados, así tam bién
tem plación e im itación de la distribución indiscrim inada de la lluvia se precipita p a ra am ar y adm irar a su trav és la belleza sensible de su
y la luz del sol. propia creació n .
El Renacim iento quiso restablecer un vínculo espiritual con la anti­ Pero lo inverso es aún m ás verd ad ero. La inclinación n atu ral del
güedad pasando p o r encim a del cristianism o, pero apenas tom ó de alm a a am ar la belleza es el ardid de que se sirve D ios con m ás fre­
la antigüedad algo más que los productos secundarios de su inspira­ cuencia p a ra abrirla al soplo de lo alto .
ció n , el arte , la ciencia y la curiosidad p o r las cosas h um anas; apenas E s la tram p a en que cayó C oré. E l perfum e del narciso h acía son­
hizo aflorar la inspiración cen tral. N o recu p eró el co n tacto con la reír al cielo en tero, a la tierra tod a y al oleaje del m ar. Apenas la pobre
belleza del m u ndo. joven hubo tendido la m ano, cayó prisionera en la tram p a. H abía caído
E n los siglos XI y x ii se inició un renacim iento que habría sido el en m anos del Dios vivo. C uando salió, h abía p rob ad o la g ran ad a que
verdadero si hubiese tenido posibilidades de d ar fru to s; com enzó a la ligaba p a ra siem pre. Y a no era virgen, era la esposa de D ios.
germ inar especialm ente en el L an gu ed oc, donde ciertos versos de los La belleza del mundo es la entrada al laberinto. E l im prudente que,
trovadores sobre la prim avera hacen pensar que la inspiración cris­ habiendo p en etrad o , da p o r él algunos p aso s, se encuentra al punto
tiana y el am or a la belleza del mundo quizá no estaban separados. im posibilitado de en con trar o tra vez la salida. A g o tad o , sin n ad a que
P or otra p a rte , el espíritu o ccitan o dejó su huella en Italia y acaso no com er ni que beber, en las tinieblas, sep arad o de sus sem ejantes, de
fue ajeno a la inspiración franciscana. P ero , sea coin cid en cia, sea m ás todo lo que a m a , de todo lo que co n o ce , cam ina sum ido en la ign o­
probablem ente relación de cau sa a efecto, estos gérm enes no sobrevi­ ran cia, sin esp eran za, incapaz incluso de percibir si verdaderam ente
vieron en ninguna parte a la gu erra de los albigenses, sino co m o ves­ avanza o está dando vueltas en círculo. P ero esta desdicha no es nada
tigios. en com p aración con el peligro que le acech a. Pues si no pierde el valor
Casi podría decirse que h o y en día la ra z a blanca ha perdido la y continúa cam in an d o, es seguro que llegará al cen tro del laberinto.
sensibihdad a la belleza del m undo y que h a asum ido la m isión de Y allí Dios le espera p ara d evorarle. L uego volverá a salir, p ero tran s­
form ad o, convertido en o tro se r, tras haber sido com ido y digerido L a belleza es la única finalidad en este m undo. C o m o m uy bien
por Dios. Se quedará en to n ces junto a la entrada p a ra , desde allí, dijo K an t, es una finalidad que no contiene ningún fin. U n a cosa bella
em pujar suavem ente a quienes se acerquen. no contiene ningún bien, salvo ella m ism a, en su to talid ad , tal com o
La belleza del m undo no es un atributo de la m ateria en sí m isma. se nos m u estra. V am os a ella sin saber qué pedirle y ella nos ofrece
Es una relación del m undo c o n nuestra sensibilidad, esa sensibilidad su prop ia existencia. N o deseam os o tra co sa , la p oseem os y , sin
que está en función de la estru ctu ra de nuestro cu erp o y nuestra alm a. em b argo, seguimos deseando aunque ign oram os p o r com p leto el qué.
El M icrom egas de Voltaire, un infusorio que piensa, no tendría acceso Q uisiéram os atravesar la belleza, p asar detrás de ella, p ero no es m ás
a la belleza de que nos alim en tam os en el universo. E n caso de que que superficie. E s co m o un espejo que nos devuelve nuestro propio
tales seres existieran, hay que tener fe en que el m undo tam bién sería deseo de bien. E s una esfinge, un enigm a, un m isterio d olorosam ente
herm oso p ara ellos, pero sería ésa otra clase de belleza. De tod as for­ irritante. Q uisiéram os alim entarnos de ella, p ero ú nicam ente puede
mas hay que tener fe en que el universo es bello a cualquier escala; y, ser objeto de la m irad a, ap arece sólo a una cierta distan cia. El gran
m ás en general, en que es p lenam ente bello en relación a la estructura dram a de la vida hum ana es que m irar y co m er sean dos operaciones
corporal y psíquica de tod os lo s seres pensantes, tan to de los que de distintas. Sólo al o tro lad o del cielo, en el país h abitad o p or D ios,
hecho existen co m o de los que pueden existir. E s esta con cord ancia son una sola y m ism a op eración . Y a los n iñ os, cu an d o m iran largo
entre una infinidad de bellezas perfectas lo que constituye el carácter tiem po un dulce y lo cogen casi con p esar, pero sin poderlo evitar,
trascendente de la belleza del m undo. N o obstante, lo que de esta belleza ja ra co m e rlo , exp erim entan ese d olor. Q u izá, en esen cia, los vicios,
experim entam os ha sido d estinado a nuestra sensibilidad hum ana. as depravaciones y los crím enes son casi siem pre, o incluso siem pre,
L a belleza del m undo es la ap ortación de la sabiduría divina a la tentativas de co m er la belleza, de com er lo que sólo se debe m irar.
creación. «Zeus ha realizado to d a s las co sas — dice un verso ó rfico — E v a m arcó el comienzo y, si perdió a la hum anidad com iendo un fruto,
y B aco las ha consum ado». L a consum ación es la creación de la belleza. la actitud inversa, m irar el fruto sin co m erlo , debe ser lo que la salve.
Dios ha creado el universo, y su H ijo, nuestro h erm an o p rim ogénito, «Dos com pañeros alados — dice una U panishad— , dos p ájaros, están
ha creado su belleza p ara n o so tro s. L a belleza del m undo es la son­ posados en la ram a de un árbol. Uno com e los frutos, el o tro los m ira».
risa llena de ternu ra que C risto nos dirige a través de la m ateria. Él E stos dos p ájaros son las dos partes de nuestra alm a.
está realm ente presente en la belleza universal. E l a m o r a esta belleza E s p o r no contener ningún fin p or lo que la belleza constituye la
procede de Dios descendido a nuestra alm a y va h acia D ios presente única finahdad. Pues en este m undo no hay fines. T o d a s las cosas que
en el universo. E s tam bién a lg o semejante a un sacram en to . tom am os p o r fines son m edios. E s ésa una verdad evidente. E l dinero
E sto sólo ocu rre con la belleza universal. E x ce p tu a d o D ios, sólo es un m edio p ara co m p ra r, el poder es un m edio p a ra m an d ar. Así
el universo en su conjunto puede con tod o rigor ser calificado de bello. sucede, de form a m ás o m enos visible, co n tod o lo que llam am os
T o d o lo que está en el universo y es m en or que él únicam ente puede bienes.
considerarse bello p o r exten sió n del térm in o, m ás allá de su significa­ Sólo la belleza no es un m edio p ara o tra co sa. Sólo la belleza es
ción rigurosa, a las cosas que indirectam ente p articipan de la belleza, buena en sí m ism a, pero sin que en contrem os en ella ningún bien.
de la que son im itaciones. Parece ser una p rom esa, n o un bien. Pero sólo se ofrece a sí m ism a,
Todas estas bellezas secundarias tienen un valor infinito com o aper­ nunca da o tra cosa.
turas hacia la belleza universal. Pero si uno se detiene en ellas, se con ­ N o ob stan te, co m o es la única finalidad, está presente en todos
vierten por el co n trario en v e lo s, adquiriendo un ca rá cte r co rru p to r. los afanes hum anos. Aunque tod os persigan sólo m ed ios, pues lo que
T odas encierran esta te n ta c ió n , aunque en m uy diverso grad o. existe en este m undo no son m ás que m ed ios, la belleza les da un bri­
H ay tam bién num erosos factores de seducción com pletam ente llo que los tiñe de finalidad. D e o tro m o d o no p o d ría h ab er deseo ni,
extraños a la belleza, pero a ca u sa de los cuales, p o r falta de discerni­ en con secu encia, energía en pos de su con secu ción .
m iento, se consideran bellas la s cosas en las que residen. Pues atraen P ara el av aro de tipo H arp ag o n , tod a la belleza del m undo está
al am o r de fo rm a fraudulenta y los hom bres consideran bello lo que en cerrad a en el o ro. Y en verdad el o ro , m aterial p u ro y brillante,
am an. Todos los hom bres, incluso los m ás ignorantes, incluso los más tiene algo de h erm oso. L a desaparición del oro co m o m on ed a p arece
viles, saben que únicam ente la belleza tiene derecho a nuestro am or. : haber hecho desaparecer tam bién este tipo de av aricia. H o y en día,
Los m ás auténticam ente gran d es tam bién lo saben. N ingún hom bre quienes se afanan en am asar fortu nas lo que buscan es el poder.
está p o r encim a o p o r debajo d e la belleza. Las p alab ras que expresan L a m ay o r parte de los que ansian la riqueza lo h acen pensando
la belleza vienen a los labios de cuantos quieren loar aquello que aman. en el lujo. E l lujo es la finalidad de la riqueza. Y p ara tod a una clase
O tra cosa es que sepan discernirla m ejor o peor. de h om bres, el lujo es lo m ism o que la belleza. C onstituye el único
ámbito en el que pueden p ercib ir vagam ente que el universo es bello, L a ciencia tiene p o r objeto el estudio y la reco n stru cción teórica
lo mismo que san F ra n cisco , p a r a sentir la belleza del u niverso, tuvo del orden del m undo en relación a la estru ctu ra m en tal, psíquica y
necesidad de ser vagabundo y m endigo. U no y o tro m edio serían igual­ co rp o ral del h om b re; con trariam en te a las ingenuas ilusiones de algu­
mente legítimos si en am bos c a s o s la belleza del m undo se experim en­ nos científicos, ni el uso de telescopios y m icro sco p io s, ni el empleo
tase de m anera igualm ente d ire cta , pura y plena; p ero felizmente Dios de las fórm ulas algebraicas m ás singulares, ni siquiera el m enosprecio
ha querido que no fuera así. L a pobreza tiene un privilegio. E s ésa del principio de n o co n trad icció n , perm iten salir de los límites de esa
una disposición providencial sin la cual el am or a la belleza del m undo estru ctu ra. L o que, p o r o tra p arte, ta m p o co es deseable. E l objeto
fácilmente en traría en con trad icció n con el a m o r al p rójim o. Sin de la ciencia es la presencia en el universo de la Sabiduría de la que
embargo el h orror a la pobreza — y toda dism inución o no crecim iento som os herm anos, la presencia de Cristo a través de la m ateria que cons­
de la riqueza puede ser sen tid o com o p ob reza— es esencialm ente tituye el m undo.
h orror a la fealdad. E l alm a a la que las circun stan cias impiden sentir R econstru im os una im agen del orden del m undo a p artir de datos
algo de la belleza del m u n d o , aunque sea con fu sam en te o incluso a lim itados, enum erables, rigurosam ente definidos. E n tre estos térm i­
través de la m en tira, está invadida h asta la m édula p o r una especie nos abstractos y p o r tan to manejables por n o so tro s, establecem os cier­
de horror. tas relaciones. Podem os así contem plar en una im agen — imagen cuya
El am o r al p oder equivale al deseo de estab lecer un orden entre existencia queda en suspenso en el acto de aten ción — la necesidad,
los hom bres y las c o sa s, en un en torn o grande o p equ eñ o, y ese orden que es la sustancia m ism a del universo, p e ro que sólo se m anifiesta
es deseable por efecto del sentim iento de lo bello. E n este ca so , com o a nosotros co m o tal de form a discontinua.
ocurre con el lujo, se tra ta de im prim ir a un determ inado medio finito, N o puede haber contem plación sin que h aya algo de am or. L a con ­
pero que a m enudo se desea con tin u am en te a cre ce n ta r, una o rd en a­ tem plación de esa im agen del orden del m u n d o constituye un cierto
ción que dé la impresión de belleza universal. L a insatisfacción, el deseo co n ta cto co n la belleza del m undo. L a belleza del m undo es el orden
de acrecen tar, tienen precisam ente por causa que, m ientras el objeto del m undo cuando se le am a.
del deseo es el co n ta c to con la belleza universal, el m edio que se o rg a­ E l trab ajo físico constituye un co n ta cto específico co n la belleza
niza no es el universo. N o es el universo y lo o cu lta . E l universo que del m undo y , en los mejores m om entos, un co n ta cto de una plenitud
nos rodea es co m o un d e co ra d o de teatro. tal que no tiene equivalente. P ara ad m irar realm en te el universo, el
V aléry, en el p o em a titu lad o Semíramis, exp resa m uy bien la rela­ artista, el hom bre de ciencia, el p en sad o r, el con tem p lativo, deben
ción entre el ejercicio de la tiran ía y el am or a la belleza. A parte de trasp asar esa película de irrealidad que lo vela y lo convierte p ara la
la guerra, instrum ento p ara acrecen tar el p o d er, Luis X I V no se inte­ m ayoría de los h om b res, a lo largo de casi to d a su v id a, en un sueño
resaba m ás que p or las fiestas y la arquitectura. P o r o tra p a rte , la gue­ o un d ecorad o de teatro . Pero aunque deben, con frecuencia no pue­
rra m ism a, sobre to d o tal c o m o se desarrollaba an tigu am en te, co n ­ den. Quien tiene los m iem bros deshechos p o r el esfuerzo de una jo r­
cernía de m an era viva y punzante a la sensibilidad p o r la belleza. nada de tra b a jo , es decir, de una jo rn ad a en la que ha estado som e­
El arte es un in ten to de tra s la d a r a una ca n tid a d finita de m a te ­ tido a la m a te ria, lleva en su carne co m o u n a espina la reaHdad del
ria m od elad a p o r el h o m b re u n a im agen de la belleza infinita de la universo. L a dificultad estriba p ara él en m irar y a m a r; si llega a
totalidad del u niverso. Si la ten tativa tiene é x ito , esa p orción de m ate­ h acerlo , am a lo real.
ria no debe o c u lta r el u n iv erso sino, p o r el c o n tra r io , re v elar la re a ­ É ste es el inm enso privilegio que D ios h a reservad o a sus p obres.
lidad. Pero casi ninguno lo sabe. N o se les dice. E l exceso de fatiga, la p reo ­
Las ob ras de arte que no son reflejos justos y puros de la belleza cu p ació n ag o b ian te p o r el din ero y la falta de v erd ad era cu ltu ra, les
del m undo, ab ertu ras p racticad as directam ente en ella, no son p ro ­ im pide d arse cu en ta de ello. B astaría un p eq u eñ o cam b io en su c o n ­
piamente hablando bellas; n o son de prim er orden; sus autores podrán dición p a ra ab rirles el acceso a un te so ro . E s d esg arrad o r lo fácil
tener un gran talen to , pero carecen de genio. E s el caso de m uchas que en m u ch o s caso s les sería a los h o m b res p ro cu ra r un teso ro a
obras de arte que se cuentan en tre las m ás célebres y rep u tad as. T o d o sus sem ejantes y có m o dejan p asar siglos sin to m arse la m olestia de
artista verdadero ha tenido u n co n tacto real, d irecto , in m ed iato, con h a ce rlo .
la belleza del m undo, co n ta cto que es semejante a un sacram ento. Dios E n la ép oca en que había una civilización p opu lar cuyas m igajas
ha inspirado to d a o b ra de a rte de prim er o rd en , aunque su tem a sea coleccionam os hoy com o piezas de m useo bajo el nom bre de fol­
mil veces p ro fan o ; pero no h a sido el inspirador de ninguna de las klore, sin duda el pueblo tenía acceso a ese teso ro . T am bién la m ito ­
otras. E n lo que atañe a estas últim as, el esplendor de belleza que recu­ logía, que es p ariente m uy p ró xim a del folk lore, es un testim onio de
bre algunas de ellas podría ser de ca rá cte r diabólico. ello si se sabe descifrar su poesía.
E l am or c a m a l en to d as su s fo rm as, desde el m ás alto , el m a tri­ N o es sorprendente que en la ten tación el hom bre tenga co n fre­
m onio verdadero o am or p la tó n ico , h a sta el m ás b ajo , h asta el Hber- cuencia la sensación de un absoluto que le sob rep asa infinitam ente
tinaje, tiene p o r objeto la belleza del m u n do. E l am or que se dirige y al que no puede resistirse. E l absoluto está ahí. Pero es un erro r creer
al espectáculo de los cielos, las llan u ras, el m a r, las m o n tañ as, al silen­ que reside en el placer.
cio de la naturaleza que se h a ce sensible en la infinitud de sus peque­ E l e rro r es efecto de esa transferencia de la im aginación que co n s­
ños ruidos, al soplo de los v ien tos, al c a lo r del so l, ese a m o r que to d o tituye el m ecanism o cap ital del pensam iento h u m an o. E l esclavo de
ser hum ano presiente al m en o s vagam ente en algún m o m en to , es un que habla Jo b , que en la m uerte d ejará de oír la voz de su a m o , cree
am or incom pleto, d oloroso, p orq ue se dirige a cosas incapaces de res­ que esa voz le hace daño. E sto no deja de ser verd ad ero. L a v o z, en
ponder, a la m ateria. L o s hom bres desean llevar ese m ism o a m o r a efecto, le hace daño. Sin em bargo, com ete un error. La voz en sí misma
seres que les sean sem ejantes, cap aces de responder al a m o r, de decir no es d o lo ro sa. Si no fuese un esclavo , no le cau saría ningún d olor.
sí, de entregarse. E l sentim iento de belleza ligado a veces al aspecto P ero co m o lo es, el d olor y la brutalidad de los latigazos en tran con
de un ser hum ano hace posible esta transferencia, al m enos de m anera la voz p o r el oído h asta el fondo del alm a. N o puede im pedirlo. La
ilusoria. Pero es la belleza del m u n do, la belleza universal la que con s­ desdicha ha establecido ese vínculo.
tituye el ob jeto del deseo. De la mism a form a, el hom bre que cree estar dom inado p o r el pla­
E sta clase de transferencia es la que exp resa to d a la literatu ra que cer lo está en reahdad p o r el absoluto que en él ha co locad o. E se abso­
rodea al a m o r, desde las m etáforas y co m p aracio n es m ás antiguas, luto es al placer lo que los latigazos a la voz del am o ; pero la relación
las más usadas en poesía, h a sta los sutiles análisis de Proust. no es aquí efecto de la desdicha, sino de un crim en inicial, un crim en
El deseo de am ar la belleza del m undo en un ser hum ano es esen­ de id olatría. San Pablo ha señalado la relación entre el vicio y la ido­
cialmente deseo de E n c a rn a c ió n . Sólo p o r e rro r se piensa que es o tra latría.
cosa. Ú nicam ente la E n ca rn a c ió n puede satisfacerlo. P o r eso es una Quien ha puesto el absoluto en el placer no puede no ser dom i­
equivocación rep ro ch ar a los m ísdcos la utilización del lenguaje a m o ­ n ad o p o r él. E l hom bre no lucha co n tra el ab solu to. Q uien ha sabido
roso. Ellos son sus legítimos poseedores. Los dem ás sólo tienen dere­ situar el absoluto fuera del placer posee la perfección de la tem planza.
cho a tom arlo de p restad o. L as diferentes clases de vicios, el uso de estupefacientes en el sen­
Si el a m o r carnal en to d o s sus niveles está m ás o m enos dirigido tido literal o m etafórico de la p alab ra, tod o esto constituye la bús­
hacia la belleza — y las excepciones no son quizá m ás que aparentes— queda de un estado en el que la belleza del m u n do se haga patente.
es porque la belleza de un se r hum ano hace de él, p ara la im agin a­ E l erro r consiste precisam ente en la búsqueda de un estado especial.
ción , algo equivalente al ord en del m u ndo. L a falsa m ística es tam bién una m anifestación del m ism o erro r. Si éste
Este es el m otivo de que lo s pecados en este terreno sean graves. está lo bastante an clad o en el alm a, el hom bre no puede dejar de
Constituyen una ofensa a D io s por el h echo de que el alm a está bus­ sucum bir a él.
cando inconscientem ente a D io s. Por o tra p a rte , tod os se reducen a De form a general, todos los gustos de los h om bres, de los más
uno solo consistente en querer pasar p o r alto el consentim iento en una culpables a los m ás in ocen tes, de los m ás com unes a los m ás singula­
u otra m edida. Pretender d ejar com pletam ente de lado el consenti­ res, están en relación con un conjunto de circunstancias, con un medio
miento es con m ucho el m ás horrible de los crím enes h um anos. ¿Qué en el que les p arece tener acceso a la belleza del m undo. E l privilegio
puede haber m ás horrible que no resp etar el consentim iento de un ser de un determ inado conjunto de circun stan cias se debe al tem pera­
en quien se b u sca, aunque sin saberlo, un equivalente a Dios.? m en to , a las huellas de experiencias p asad as, a causas con frecuencia
E s un crim en tam bién, aunque m en os g rav e, con ten tarse con un imposibles de con o cer.
consentim iento surgido de u n a región inferior o superficial del alm a. N o hay m ás que un ca so , p or o tra p arte frecuente, en el que el
H aya o no unión ca rn a l, la relación de am o r es ilegítima si el consen­ atractivo del placer sensible n o es el co n tacto con la belleza; es cuando
timiento no procede p o r am b as partes de ese punto central del h o m ­ p ro cu ra , por el co n tra rio , un refugio co n tra ella.
bre en el que el sí no puede ser más que eterno. L a ob ligatoriedad E l alm a no busca m ás que el co n ta cto con la belleza del m undo
del m atrim on io, que tan frecuentem ente se considera en la actu ali­ o , a un nivel m ás elevado, con D ios; p ero , al m ism o d em p o, le huye.
dad com o una simple convención so cia l, está inscrita en la n a tu ra ­ C uan d o el alm a huye de alg o , huye siempre del h o rror de la fealdad
leza misma del pensam iento hum ano p o r la afinidad entre el am or o del co n tacto con lo verdaderam ente puro. Pues todo lo que es m edio­
carnal y la belleza. T o d o lo q ue tiene alguna relación con la belleza cre huye de la luz; y en todas las alm as, exceptuadas las que se encuen­
debe ser sustraído al curso del tiem po. La belleza es la eternidad en tran p ró xim as a la p erfección , h ay una gran parte de m ed iocrid ad.
este m undo. E sta p arte es presa del pánico cad a vez que aparece algo de belleza
p u ra , de bien p u ro ; se o cu lta tr a s la carne to m án d o la co m o velo. Al poem a verdaderam ente bello, la única respuesta es que la p alab ra está
igual que un pueblo belicoso tien e necesidad, p a ra llevar a cab o sus ahí porque convenía que estuviera. Y la p ru eba de tal conveniencia
em presas con q u istad oras, de recu b rir su agresión co n un p re te x to , es que está ahí y que el p oem a es bello. E l p o em a es bello, es decir,
siendo com pletam ente indiferente el ca rá cte r de éste, así tam bién la el lector no desea que sea de o tra fo rm a.
p a rte m ediocre del alm a tiene necesidad de cualquier p re te x to p ara A sí, pues, el arte im ita la belleza del m u n do. L a conveniencia de
huir de la luz. L a a tra cció n del placer, el m iedo al d o lo r, p ro p o rcio ­ las co sa s, de los seres, de los acon tecim ien tos, consiste solam ente en
n an el p retexto . T a m p o co en este caso es el p lacer, sino el ab solu to, e sto , en que existen y n o debem os desear que n o existan o que sean
lo que dom ina el alm a, p ero c o m o objeto de repulsión y n o de a tra c ­ de o tra fo rm a. T al deseo es una im piedad resp ecto a nuestra p atria
ción . En la búsqueda del placer carnal ocurre con frecuencia que ambos universal, una falta al am or estoico debido al universo. E stam o s con s­
movim ientos, el m ovim iento de correr hacia la belleza y el m ovim iento tituidos de tal m an era que este am or es de h echo posible; y esta p osi­
de huir lejos de ella, se co m b in an en una m arañ a indiscernible. bilidad tiene por n om b re la belleza del m u ndo.
De todas m an eras, la p reocu pación p o r la belleza del m u n do, per­ L a pregunta de B eaum archais: «¿P or qué estas cosas y no otras.^>,
cibida a través de im ágenes m á s o m enos deform es o m a n ch ad as, no no tiene respuesta p orq ue el universo carece de finalidad. L a ausencia
está nunca ausente de las ocupaciones hum anas, cualesquiera que éstas de finalidad es el reino de la necesidad. L as cosas tienen cau sas y no
sean. E n consecuencia, no h a y en la vida hum ana un área que sea fines. L os que creen discernir designios p articu lares de la providencia
dom inio exclusivo de la n atu raleza. E n secreto , lo sob ren atu ral está se parecen a los profesores que a expensas de un bello poem a se entre­
presente en tod as p artes; b ajo m il form as diversas, la gracia y el per- gan a lo que ellos llam an análisis del te x to .
ca d o m ortal se encuentran p o r doquier. E l equivalente en el arte a este reino de la necesidad es la resisten­
Entre Dios y estas búsquedas parciales, inconscientes, a veces cri­ cia de la m ateria y las reglas arb itrarias. L a rim a im pone al p oeta una
minales de la belleza, la ú nica m ediación es la belleza del m u ndo. El orientación en la elección de las p alab ras absolu tam en te extra ñ a a la
cristianismo no se encarnará en tanto no asuma el pensam iento estoico, secuencia de las ideas. Tiene en poesía una función quizás análoga
•I
la piedad filial p o r la ciudad del m undo, por la p atria de aquí abajo a la de la desdicha en la vida. L a desdicha obliga a sentir con tod a
que es el universo. El día en q u e , por efecto de un m alentendido hoy el alm a la ausencia de finalidad.
Íl Si la orientación del alm a es el a m o r, cu an to m ás se contem pla
m u y difícil de com p ren d er, el cristianism o se separó del estoicism o,
se condenó a una existencia ab stracta y separada. la necesidad, cu anto m ás se aprieta co n tra sí, c o n tra la p rop ia carn e,
Ni siquiera las realizacion es más elevadas en la búsqueda de la su dureza y su frío m etálicos, m ás se a p ro xim a uno a la belleza del
belleza, por ejem plo en el a rte o la ciencia, son realm ente herm osas. m undo. E sto es lo que Jo b exp erim enta. Y p o r ser tan honesto en su
L a única belleza v erd ad era, la única belleza que es presencia real de sufrim iento, por no adm itir en sí m ism o ningún pensam iento suscep­
D ios, es la belleza del u n iv erso . N ada m ás pequeño que el universo tible de alterar la v erd ad . Dios descendió h asta él p ara revelarle la
es bello. belleza del m undo.
El universo es bello c o m o lo sería una o b ra de arte p erfecta si Precisam ente porque la ausencia de finalidad y de intención es la
pudiera haber u n a que m ereciera ser calificada así. Por eso no co n ­ esencia de la belleza del m undo. Cristo nos ha incitado a observar cóm o
tiene nada que pueda ser un fin o un bien; no hay en él finalidad alguna la lluvia y la luz del sol descienden indistintam ente sobre justos y p eca­
fuera de la propia belleza universal. É sta es la verdad esencial que debe dores. Y esto nos recu erd a el grito suprem o de P rom eteo; «Cielo en
con ocerse en relación al universo: que está absolu tam en te vacío de el que p ara todos gira la luz com ú n ». C risto nos ordena im itar esa
finalidad. N inguna relación de finalidad le es aplicable, sino por m en­ belleza. Platón en el T im eo nos aconseja tam bién h acern os sem ejan­
tira o p o r erro r. tes a la belleza del m u n do p or m edio de la con tem p lación , semejantes
Si se pregunta p o r qué u n a determ inada p alab ra o cu p a en un a la arm onía de los m ovim ientos circulares que determ inan la suce­
poem a un lugar determ inado y puede darse una resp u esta, o bien el sión y el retorn o de los días y las n oches, de los m eses, las estaciones
poema no es de primer ord en , o bien el lector n o ha com prendido nada. y los años. E n estos m ovim ientos circulares y en su com b in ación , la
Si puede decirse legítim am ente que la p alab ra está donde está p ara ausencia de intención y finalidad es m anifiesta y la belleza pura res­
exp resar una determ inada id e a , o en virtud de la con stru cció n g ram a­ plandece en ellos.
tical, de la rim a , de una aliteració n , p a ra com p letar el verso o darle E l universo es una p atria porque es herm oso y puede ser am ado
una cierta co lo ra ció n , o in clu so por varios m otivos de esta índole a p o r n o so tro s. E s n uestra única p atria en esta v id a. E ste pensam iento
la vez, ello d em ostrará que se había buscado un efecto en la com p osi­ es la esencia de la sabiduría de los estoicos. T en em o s una p atria celes­
ción del p oem a, que no h a b ía habido verdadera inspiración. P ara un tial. Pero en cierto sentido es dem asiado difícil de am ar, puesto que
n o la con ocem os; p e ro , tam bién y sobre to d o , es, en o tro sentido, p erson a hum ana se les quita la posibilidad de ren u nciar a ella, salvo
dem asiado fácil de a m a r, p o rq u e podem os im aginarla co m o nos en el caso de quienes estén ya suficientem ente p rep arad o s. Así com o
p lazca. Y así correm os el peligro de am ar una ficción. Si el a m o r a D ios ha cread o nuestra au ton om ía p ara que ten gam os la posibihdad
esta ficción es lo bastan te fu erte, hace que to d a virtud resulte fácil, de ren u nciar a ella p o r am o r, p or la m ism a razó n debem os querer la
p ero tam bién de escaso v a lo r. A m em os la p atria de aquí ab ajo. E sta con servación de la u ton om ía en nuestros sem ejantes. Q uien es p er­
p atria es real. Y se resiste al a m o r . Es ella la que Dios n os ha dado fectam ente obediente considera infinitam ente p reciosa la facultad
p a ra que sea amada por n osotros. É l ha querido que am arla fuese difícil hum ana de libre elección.
p ero posible. De la m ism a fo rm a, no existe co n trad icció n entre el am or a la
En este m undo nos sentimos extran jero s, desarraigados, exiliados. belleza del m undo y la com pasión. E ste am o r no impide sufrir cuando
C o m o Ulises, al que unos m arineros habían trasladado de sitio durante se es desdichado ni impide sufrir p orq u e o tro s lo sean. E l am or a la
el sueño y despertaba en un lu g a r desconocido anhelando Itaca con belleza del m undo se sitúa en un p lan o distinto al sufrim iento.
u n deseo que le d esgarrab a el a lm a . De rep en te. A tenea le abrió los E sta form a de am or, sin dejar de ser universal, supone co m o form a
ojos y se dio cuenta de que estab a en íta ca . A sí, tam bién, to d o h o m ­ secundaria y subordinada el am or a to d as las cosas p recio sas que la
b re que desea incansablem ente su p atria, que n o se distrae de su des­ m ala fortu na puede destruir. L as cosas verd ad eram en te p reciosas son
tin o ni p o r C alypso ni p o r las siren as, se da cuenta de repente un día las que constituyen escalones hacia la belleza del m u n d o , aperturas
d e que se encuentra en su p a tria . o rientadas h acia ella. Quien ha llegado m ás lejos, h asta la belleza
L a im itación de la belleza del m undo, la respuesta a la ausencia m ism a del m u n d o, no siente p o r ellas un am o r m en or, sino m ucho
de finalidad, de intención, de d iscrim inación, es la ausencia de inten­ m ás grande que antes.
ción en n osotros, la renuncia a la volu n tad prop ia. Ser perfectam ente E n tre estas cosas están las realizaciones puras y au tén ticas del arte
obedientes es ser p erfectos co m o perfecto es n uestro Padre celestial. y de la ciencia. Y de m anera m ucho m ás general, tod o lo que envuelve
Entre los hombres, un esclavo n o se h ace semejante a su señor obe­ de poesía la vida hum ana a través de tod as las capas sociales. T o d o
deciéndole. Por el co n tra rio , cu a n to más se som ete, m ay o r es la dis­ ser hum ano está arraigado en este mundo por una cierta poesía terrena,
tan cia entre esclavo y señor. reflejo de la luz celestial que es su vín cu lo, sentido de fo rm a m ás o
Entre hom bre y D io s, la situ ació n es distinta. U n a criatu ra ra c io ­ m enos v a g a , con su p atria universal. L a desdicha es el desarraigo.
n a l se convierte ta n to co m o le corresponde en im agen perfecta del L as ciudades h um anas, sobre to d o , cad a una en un nivel m ayor
T o d o p o d ero so cuando es absolutam ente obediente. o m en or según su nivel de p erfección , envuelven de p oesía la vida de
Lo que en el hom bre es im agen de D ios es algo que está unido sus habitantes. Son im ágenes y reflejos de la ciudad del m u n d o. P o r
en nosotros al hecho de ser p e rso n a s, pero no ese hecho en sí m ism o. o tra p a rte , cu an to m ás form a de n ación tienen, cu an to m ás preten ­
E s la facultad de renunciar a la p erson a, la obediencia. den ser p a tria s, m ás deform ada y m an ch ad a es la im agen que ofre­
Siempre que un hom bre se eleva a U n grad o de excelencia que lo cen. Pero destruir estas ciudades, ya sea m aterial o m oralm en te, o
convierte p o r participación en un ser divino, aparece en él algo im per­ excluir a los seres hum anos de la ciudad precipitándoles en tre los dese­
so n al, anónim o. Su voz se ro d e a de silencio. E sto es m anifiesto en chos sociales, es co rta r tod o n exo de poesía y de am or en tre las alm as
las grandes obras del arte y el pensam ien to, en las grandes acciones hum anas y el universo. E s sum irlas p o r la fuerza en el h o rro r de la
y palabras de los santos. fealdad. Difícilmente puede im aginarse un crim en m ay o r. T o d o s p a r­
E s pues verdad en un sentido que hay que concebir a Dios com o ticipam os co m o cóm plices en una can tid ad casi innum erable de estos
im personal; en el sentido de que es el m odelo divino de una persona crímenes. Si pudiésemos com prenderlo, lloraríam os lágrim as de sangre.
que se autotrasciende al ren u n ciar a sí m ism a. C oncebirlo co m o una
person a tod op oderosa o , con el nom bre de C risto , co m o una persona
E L A M O R A L A S P R A C T IC A S R E L IG IO S A S
h um ana, es excluirse del verd ad ero am or a D ios. Por eso hay que am ar
la perfección del Padre celestial en la im parcial difusión de la luz del
sol. El m odelo divino, a b so lu to , de esta renuncia en n o so tro s es la E l a m o r a la religión instituida no es en sí m ism o un a m o r explícito
obediencia; éste es el principio cre a d o r y ord en ador del universo y ésta a Dios sino im plícito, p o r m ás que el nom bre de Dios esté n ecesaria­
es la plenitud del ser. m ente presente en ella, pues n o im plica un co n ta cto d irecto o inm e­
Es porque la renuncia a ser u n a persona hace del hom bre el reflejo diato co n D ios. C uan d o las p rácticas religiosas son p u ra s. Dios está
de Dios, p o r lo que resulta tan horrible reducir a los hom bres al estado presente en ellas de la m ism a m an era que en el prójim o y en la belleza
de m ateria inerte sum iéndolos en la desdicha. C on la condición de del m u n d o; no m ás.
L a form a que el am or a la religión ad o p ta en el alm a difiere m ucho P e ro , de m an era general, establecer una jerarquía entre las reli­
según las circunstancias de la v id a. Ciertas circunstancias pueden impe­ giones es algo m uy difícil, casi im posible o , a ca so , totalm en te im posi­
dir el nacim iento de este a m o r o pueden m atarlo antes de que haya ble. Pues una religión se conoce desde el interior. L o s católicos lo afir­
llegado a adquirir suficiente fu erza. En la desdicha, algunos hom bres man del catolicism o, pero es una verdad válida p ara cualquier religión.
desarrollan, a su p esar, odio y desprecio h acia la religión, debido a L a religión es un alim ento. E s difícil ap reciar p o r la m irada el sabor
que la crueldad, el orgullo o la corru p ción de algunos de sus m inis­ y el v a lo r nutritivo de un alim ento que n un ca se h a p ro b ad o .
tros les ha hecho sufrir. O tro s han sido educados desde la infancia L a co m p aració n entre las diversas religiones sólo es p osible, en
en un medio im pregnado de este espíritu. H ay que creer que el am or una cierta m ed id a, p or la virtud m ilagrosa de la sim patía. Se puede
al prójim o y a la belleza del m u n d o , si son bastan te intensos y p u ro s, en algún grad o co n o cer a los hom bres si, al m ism o tiem po que se les
son suficientes en tales caso s, p o r la m isericord ia de D ios, p a ra co n ­ observa desde fuera, se proyecta tem poralm ente en ellos la propia alma
ducir al alm a a cualquier altu ra . a fuerza de sim patía. Del m ism o m o d o , el estudio de las diferentes
E l am or a la religión in stituida tiene norm alm ente co m o objeto religiones sólo conduce a un conocim iento si uno entra tem poralm ente,
la religión establecida en el país o el m edio en que se ha sido educado. p o r la fe, al cen tro m ism o de la religión que se está estudiando. Por
Es en ella en la que tod o h o m b re piensa en un principio, p o r efecto la fe, en el sentido m ás intenso de la p alab ra.
de un hábito que en tra en el alm a con la vid a, cuando piensa en el Y esto no sucede casi n un ca. Pues unos no tienen fe y otros tienen
servicio de D ios. fe exclusivam ente en una religión y n o con ceden a las dem ás m ay or
L a virtud de las prácticas religiosas puede ser entendida según la atención que la que se presta a unas con ch as de form as p in torescas.
tradición budista referentes a la recitación del nom bre del Señor. Se T am b ién h ay quienes se creen cap aces de im parcialid ad p orq ue tie­
dice que Buda habría fo rm u lad o el voto de elevar hasta él, en la T ie­ nen una vaga religiosidad que pueden orientar indistintamente en cual­
rra P u ra, a todos aquéllos que recitasen su nom bre con el deseo de quier dirección. P ero es preciso h aber puesto tod a la aten ción , toda
ser salvados y que, en virtud de este v o to , la recitación del nom bre la fe, to d o el a m o r, en una religión p articu lar p ara p oder pensar en
del Señor tiene realm ente la virtu d de tran sfo rm ar el alm a. las dem ás con el m ism o grado de aten ción , de fe y de am or que ellas
m ism as co m p o rtan .
L a religión no es m ás que esta prom esa de D ios. T o d a p ráctica
Del m ism o m o d o , quienes son cap aces de am istad y no los otiros
religiosa, todo rito , toda litu rg ia, es una fo rm a de recitación del n om ­
son los que pueden interesarse de to d o co ra z ó n p o r la suerte de un
bre del Señor y debe, en p rin cip io , tener u n a virtud: la virtud de sal­
d esconocido.
var a cualquiera que se entregue a ella co n ese deseo.
E n cualquier terreno, el am or sólo es real si está dirigido a un objeto
T o d as las religiones p ron u n cian en su lengua el nom bre del Señor.
p articu lar; se h ace universal sin dejar de ser real sólo por efecto de
E n la m ayor p arte de los c a s o s , es preferible in vocar el nom bre de
la analogía y la transferencia.
Dios en la lengua n atal y no en una lengua extran jera. Salvo ex ce p ­
D icho sea de p a so , el con ocim iento de la analogía y la transferen ­
ciones, el alm a es incapaz de ab an d on arse p o r com pleto si tiene que
cia, con ocim iento p ara el que las m atem áticas, las diversas ciencias
im ponerse el pequeño esfuerzo de buscar las p alab ras en una lengua
y la filosofía son una p rep aració n , tienen así una relación d irecta con
extranjera aunque sea bien co n o cid a.
el am o r.
Un escritor cuya lengua n a ta l es p o b re, p o co dúctil y escasam ente A ctualm ente, en E uropa y quizá en tod o el m undo, el conocimiento
difundida puede sentirse m uy tentado de ad o p tar o tra . H a y algunos com p arad o de las religiones es p rácticam en te nulo. N i siquiera se co n ­
casos de éxitos brillantes, c o m o C o n rad , pero son m uy ra ro s. Salvo cibe la posibilidad de tal con ocim ien to. Aun sin los prejuicios que nos
excepciones, este cam bio es n egativo, pues degrada el pensam iento ob stacu lizan , el presentim iento de ese con ocim iento es ya algo muy
y el estilo; el escritor se siente in cóm odo en la lengua ad op tad a y su difícil. H a y entre las diferentes form as de vida religiosa, com o co m ­
obra resulta m ediocre. pensación parcial de las diferencias visibles, ciertas equivalencias ocul­
U n cam bio de religión es p a ra el alm a lo que un cam bio de len­ tas que quizá el m ás fino discernim iento sólo puede vislum brar. C ada
guaje p ara un escrito r. E s cie rto que no to d as las religiones son igual­ religión es una com b in ación original de verdades explícitas en otra.
mente aptas p a ra la co rrecta recitació n del nom bre del Señor. Algu­ L a adhesión im plícita a una verdad puede en cerrar tan ta virtud com o
nas son, sin duda, instrum entos m uy im perfectos. L a religión de Israel, una adhesión explícita y a veces incluso m ás. Aquél que co n o ce el
por ejemplo, ha debido ser un m edio muy im perfecto p ara que se haya secreto de los corazones es el único que con oce tam bién el secreto de
podido crucificar a C risto. L a religión de los rom anos ni siquiera mere­ las diferentes form as de fe. Y , dígase lo que se diga, no nos h a reve­
cía, quizá en ningún g rad o , el nom bre de religión. lado ese secreto.
Cuando se h a nacido en u n a religión que n o es dem asiado im pro­ m a s, son simples ab straccion es; son irreales y no op eran n a d a . P ero
!S
pia para la p ro n u n ciació n del nombre del S eñor, cu an d o se am a esa la convención según la cu al las cosas rehgiosas son p u ras está ratifi­
íH religión natal co n un a m o r bien orientado y p u ro , es difícil concebir cad a p o r el p ropio D ios. P or eso es una convención eficaz, u n a c o n ­
un motivo legítimo p ara ab andonarla, antes de que un con tacto directo vención que encierra una virtu d, que es o p erativa p o r sí m ism a. E sta
con Dios som eta al alm a a la p ro p ia voluntad divina. M ás allá de este pureza es in condicionada y perfecta y al m ism o tiem po real.
um bral, el cam b io no es legítim o más que p o r obediencia. L a historia E s ésa una verd ad de hecho que, p o r consiguiente, n o es suscepti­
muestra que, de h ech o , esto se produce raras veces. C on gran frecuen­ ble de d em o stració n ; tan só lo, de verificación exp erim ental.
cia, quizá siem pre, el alm a que. ha llegado a las regiones espirituales De h ech o , la pureza de las cosas religiosas se m anifiesta casi siem­
m ás altas es co n firm ad a en el am or a la tracjición que le h a servido pre bajo la form a de belleza cuando la fe y el am o r no están ausentes.
de escala. A sí, las palabras de la liturgia son m aravillosam ente bellas; y sobre
Si la im perfección de la religión n atal es dem asiado grande o si todo es perfecta la oración que para nosotros salió de los propios labios
aparece en el m edio n atal b a jo una form a dem asiado co rro m p id a, o de C risto . T am b ién la arq u itectura ro m án ica o el ca n to gregorian o
si las circun stan cias han im pedido nacer o han m atad o el a m o r a esa son m aravillosam ente h erm osos.
religión, la ad o p ció n de o tra religión es legítim a. Legítim a y necesaria Pero en el cen tro m ism o hay algo que está enteram ente d espro­
p ara algunos, aunque no p a ra todos. O tro tan to puede decirse res­ visto de belleza, donde n ada m anifiesta la p u reza, algo que es única­
pecto a quienes han sido educados al m argen de cualquier p ráctica mente convención. E s preciso que así sea. L a arq u itectu ra, los can ­
religiosa. to s, el lenguaje, aun cuando las p alab ras h ayan sido reunidas por
En todos los demás casos, cam biar de religión es una decisión extre­ C risto, son algo distinto a la pureza ab solu ta. L a pureza absoluta pre­
m adam ente grave y aún lo es m ás el em pujar a o tro a que lo h aga. sente aquí abajo a nuestros sentidos terrestres com o co sa p articu lar
Infinitamente m ás grave to d a v ía es ejercer en este sentido u n a presión no puede ser más que una convención que sea convención y n ad a m ás.
oficial en países co n q u istad o s. E sa convención situada en el punto cen tral es la eucaristía.
Por el c o n tra rio , a pesar d e las divergencias que existen entre los L o absurdo del dogm a de la p resencia real constituye su virtud.
territorios de E u ro p a y A m érica, puede decirse que p o r derecho, directa E xcep tu an d o el sim bolism o tan con m oved or del alim ento, n ad a hay
o indirectam ente, de ce rca o d e lejos, la religión cató lica es el medio en un trozo de pan a lo que el pensam iento orientado h acia D ios pueda
espiritual natal de todos los hom bres de raza b lanca. fijarse. Así pues, el carácter convencional de la presencia divina es evi­
La virtud de las p rácticas religiosas consiste en la eficacia del co n ­ dente. C risto no puede estar presente en un objeto así sino p o r co n ­
tacto con lo que es p erfectam en te puro p a ra la destrucción del m al. vención. Y por eso m ism o, puede estar p erfectam ente p resente. Dios
N ad a en este m undo es p erfectam ente p u ro salvo la belleza total del sólo puede estar presente aquí abajo en lo secreto. Su p resencia en
universo, que n o podem os exp erim entar directam ente h asta haber la eucaristía es verdaderam ente secreta, puesto que ninguna p a rte de
avanzado considerablem ente e n el cam ino de-la perfección. Por o tra nuestro pensam iento es adm itida en lo secreto. Por eso es to ta l.
parte, esa belleza total n o e stá encerrada en n ada sensible, aunque N adie se sorprende lo m ás m ínim o ante el hecho de que ra z o n a ­
sea sensible en cierto sentido. m ientos llevados a cab o sobre rectas perfectas y círculos p erfectos que
L as cosas religiosas son co s a s sensibles p articu lares, que existen no existen tengan aplicaciones efectivas en la técn ica. Sin em b arg o ,
en este m undo, y que son sin em bargo perfectam en te p uras. N o p o r es algo incom prensible. L a realidad de la presencia divina en la eu ca­
su form a de ser p ro p ia , pues la iglesia puede ser fea, los can tos sonar ristía es m ás m aravillosa pero no m ás incom prensible.
a falso, el sacerd ote estar co rro m p id o y los fieles d istraídos, p ero , en Podría decirse en un sentido, p o r an alogía, que C risto está p re­
cierto sentido, eso no tiene ninguna im p ortan cia. E s lo m ism o que sente en la hostia con sagrad a p o r hipótesis, de la m ism a fo rm a que
si un geóm etra, p a ra ilustrar u na d em ostración co rre cta , traza una un geóm etra dice que un determinado triángulo tiene dos ángulos igua­
figura en la que las rectas están torcidas y los círculos ach atad o s: todo les p o r hipótesis.
eso carece de im p o rtan cia. L as cosas religosas son puras p o r d erech o, E s p o r tratarse de una convención p o r lo que lo único im portan te
teóricam ente, p o r hipótesis, p o r definición, p o r convención. Así pues, es la form a de la consagración, no el estado espiritual del que consagra.
su pureza es in con dicion ad a. N ingu n a m an ch a puede alcan zarla. Por Si no se tratase de una con vención, sería algo h u m an o, al menos
eso es perfecta. P e ro no p e rfe cta a la m an era de la yegua de R o lan d , p arcialm en te, y no totalm ente divino. U n a convención real es una
que con todas las cualidades posibles tenía el inconveniente de no exis­ arm onía sobrenam ral, entendiendo «arm onía» en el sentido pitagórico.
tir. Las convenciones h um anas carecen de eficacia a m enos que se les Sólo una convención puede realizar en este m undo la perfección
añadan móviles que impulsen a los hom bres a observarlas. E n sí m is­ de la pureza, pues to d a pureza no convencional es más o menos im per­
fecta. Q ue una con vención p u ed a ser real es un m ilagro de la miseri­ De nada sirve p rocu rar cosas herm osas a quienes están en esa situa­
cordia divina. ción . Pues con el tiem po tod o term ina p o r quedar m an ch ad o hasta
La idea budista de la recitación del nom bre del Señor tiene el mismo p rod u cir h o rro r p o r esa op eración de transferen cia.
contenido, pues un n om b re tam bién es una convención. Sin em b argo, Sólo la pureza perfecta no puede ser m an cillad a. Si en el m om ento
el hábito de identificar m entalm ente las cosas con sus nom bres hace en que el alm a es invadida p or el m al se dirige la aten ción hacia un
olvidarlo fácilm ente. L a eu caristía es con vencional en el grado m ás objeto perfectam ente p u ro , transfiriendo sobre él una p arte del m al,
alto. ese objeto no resulta alterad o. N o devuelve el m al. D e esta fo rm a,
Incluso la presencia h u m an a y carnal de C risto era algo distinto cad a m inuto de una atención así destruye realm en te algo de mal.
a la pureza perfecta, p o r eso él m ism o corrigió a quien le llam aba bueno L o que los hebreos tratab an de realizar p o r m edio de una especie
y dijo adem ás: «O s conviene que yo m e v a y a » . Probablem ente está de ritual m ágico con el chivo em isario sólo puede ser op erad o p o r la
presente de form a m ás co m p le ta en un tro zo de pan co n sag rad o . Su pureza p erfecta. E l verdadero chivo exp iato rio es el C ord ero.
presencia es m ás co m p leta en la medida en que es m ás secreta. E l día en que un ser perfectam ente p u ro se m anifiesta en este
Sin em b arg o , esta p resen cia fue sin duda aún m ás com p leta en su m undo en fo rm a h um ana se con cen tra sobre él, au to m áticam en te, en
cuerpo carn a l, y tam bién m ás secreta to d a v ía , desde el m o m en to en form a de sufrim iento, la m ayor cantidad posible del m al que de form a
que to m aro n su cuerpo p o r el d e un crim inal. T am b ién entonces fue difusa se en cuen tra a su alrededor. E n aquella é p o ca, en tiem pos del
abandonado por todos. Estab a demasiado presente y eso para los hom ­ Im perio ro m a n o , la m ayor desdicha y el m ay o r crim en de los hom ­
bres no resultaba sop ortab le. bres era la esclavitud. Por eso Cristo sufrió un suplicio que era el grado
L a convención de la eu caristía o alguna o tra convención análoga extrem o de desdicha de la esclavitud. E sta transferencia constituye mis­
es indispensable, pues indispensable le es al hom bre la presencia sen­ teriosam ente la R edención.
sible de la pureza p erfecta. El hom bre no puede dirigir la plenitud de A sí, tam bién, cu and o un ser hum ano dirige su m irad a y su aten­
la atención sino sobre u n a cosa sensible. Y tiene necesidad de dirigir ción sobre el C ordero de Dios presente en el pan consagrado, una parte
en ocasiones su aten ción a la pureza p erfecta. Sólo este a cto puede del m al que lleva dentro de sí va h acia la pureza perfecta y queda allí
permitirle, mediante una operación de transferencia, destruir una parte destruida.
del mal que hay en él. P o r eso la hostia es realm en te el C o rd ero de M ás que una destrucción es una tran sm u tació n . E l co n tacto con
Dios que quita los p ecados. la pureza p erfecta disocia la m ezcla indisoluble de sufrimiento y
T o d o el m undo percibe el m a l dentro de sí, siente h o rro r y quiere p ecad o . L a parte de m al contenida en el alm a que ha sido quem ada
librarse de él. Fu era de n o s o tro s , vemos el m al bajo dos form as dis­ p o r el fuego de este con tacto se convierte en sufrimiento; en sufrimiento
tintas, sufrim iento y p ecad o . P e ro en la percepción que de nosotros im pregnado de am or.
mismos tenem os esta distinción no aparece sino ab stractam en te y p o r De la m ism a fo rm a, to d o el m al que existía de form a difusa en
reflexión. Sentimos en n o so tro s algo que no es ni sufrim iento ni el Im perio ro m an o y que se con cen tró en C risto , se convirtió en él
p ecad o, que es a la vez lo uno y lo o tr o , la raíz com ú n de am bos, solam ente en sufrim iento.
una mezcla indistinta de los d o s , m ancha y d olor al m ism o tiem po. Si no existiera en este m undo p ureza p erfecta e infinita, si sólo
E s el mal en n o so tro s. E s la fealdad en n o so tro s. E n la m edida en hubiera pureza finita que el con tacto del m al agota con el tiem po, jamás
que lo sentim os, nos p ro d u ce h o rro r. E l alm a lo rech aza co m o si qui­ podríam os ser salvados.
siera vom itarlo y lo p ro y ecta p o r una o p eración de transferen cia a las L a justicia penal proporciona una espantosa ilustración de esta ver­
cosas que nos rod ean . P e ro , tornándose entonces feas y m an ch adas d ad. E n principio se tra ta de algo p u ro que tiene p o r objeto el bien,
a nuestros o jo s, las co sas nos devuelven el m al que en ellas habíam os pero es una pureza im perfecta, finita, hum ana. E l con tacto ininterrum­
puesto. N os lo devuelven au m en tad o, pues, en el in tercam b io, el m al pido con la m ezcla de crim en y desdicha agota esa pureza y establece
que está en n o so tro s se a cre cie n ta . Nos p arece entonces que los luga­ en su lugar una m an ch a semejante a la totalid ad del crim en , una m an­
res en los que estam os, el m edio en que vivim os, nos aprisionan p ro ­ cha que sobrepasa con m ucho la de un crim inal p articu lar.
gresivam ente en el m al. E s ésa u n a angustia terrible. C u an d o el alm a, L o s hom bres desdeñan beber en la fuente de la p ureza, p ero la
agotad a p or la an gustia, deja finalm ente de sen tirla, hay p o ca espe­ creación sería un a cto de crueldad si esa fuente no b ro tara allí donde
ran za de salvación p a ra ella. hay crim en y desdicha. Si el crim en y la desdicha n o se extendieran
E s así co m o un enferm o llega a sentir odio y rech azo p o r su habi­ m ás allá de los dos mil últim os añ os, ni a los países no tocad o s por
tación y lo que le ro d e a , un condenado p o r su prisión y , co n m ucha las misiones, se podría creer que la Iglesia tiene el m onopolio de Cristo
frecuencia, un ob rero p o r su fáb rica. y los sacram entos. ¿C óm o se puede, sin acu sar a D ios, sop ortar la
evocación de un solo esclavo cru cificad o h ace veintidós siglos, si se L o s esfuerzos de la voluntad sólo ocu p an un lugar en el cum pli­
piensa que C risto no estaba p resen te en aquel tiempo y que to d o sacra­ m ien to -d e las obligaciones estrictas. Allí donde n o hay oW igación
m en to era d esconocid o? Apenas se piensa en los esclavos cru cificad os estricta hay que seguir, sea la inclinación n a tu ra l, sea la v o ca ció n , es
h ace veintidós siglos. d ecir, el m an d ato de D ios. L o s acto s que p roced en de la inclinación
C uando se ha aprendido a d irigir la m irad a a la p ureza p erfecta, n atu ral no son evidentemente esfuerzos de la volu n tad . Y en los actos
sólo la d uración lim itada de la v id a hum ana impide e star seguro de de obediencia a Dios se es p asiv o; cualesquiera que sean las fatigas
que, a menos de traición, se alcan zará aquí abajo la perfección. Somos que los acom p añ en, cualquiera que sea el despliegue aparente de acti­
seres finitos y tam bién el m al en n osotros es finito. L a p ureza que vid ad , no se produce en el alm a nada an álogo al esfuerzo m u scu lar;
se ofrece a nuestros ojos es in fin ita. Por p o co m al que destruyésem os hay solam ente espera, atención, silencio, irunovilidad a través del sufri­
en cada m irad a , sería indudable, si no hubiese límite de tiem p o , que m iento y la alegría. L a cru cifixión de C risto es el m odelo de todos
repitiendo la o p eración con la frecuencia suficiente llegaría el día en los a cto s de obediencia.
que todo el m al habría sido destru id o. H ab ríam o s llegado entonces E s ta especie de actividad p asiva, la fo rm a m ás elevada de activi­
al extrem o del m al, según la espléndida expresión de la Bhagavad- d ad , ap arece perfectam ente descrita en la Bhagavad-Gita y en L ao -
Gita. H ab ríam o s destruido el m a l para el Señor de la V e rd a d y le T sé. T am b ién ahí hay unidad sob ren atu ral de los co n tra rio s, a rm o ­
llevaríam os la v erd ad , co m o dice el Libro d e los m uertos de los egip­ nía en el sentido p itagórico.
cios. E l esfuerzo de la voluntad hacia el bien es una de las m entiras segre­
U n a de las verdades cap itales del cristian ism o, hoy olvidada de gadas p o r la parte m ediocre de n osotros m ism os en su m iedo a ser
to d o s, es que lo que salva es la m ira d a . L a serpiente de b ro n ce ha sido d estruida. E ste esfuerzo no la am enaza de ningún m o d o , ni siquiera
elevada a fin de que los hom bres que yacen m utilados al fondo de la disminuye su com od id ad , p or m ás que se acom p añ e de abundante
degradación la miren y se salven . fatiga y sufrim iento. Pues la p arte m ed iocre de n osotros m ism os no
E s en los m om entos en que u n o se en cuen tra, co m o suele decirse, tem e la fatiga y el sufrim iento, lo que tem e es la m u erte.
m al dispuesto o incapaz de la elevación espiritual que conviene a las H a y quienes tratan de elevar su alm a co m o quien se dedica a sal­
cosas sagrad as, cuando la m irad a dirigida a la pureza p erfecta es m ás ta r con tin u am en te, con la esperanza de q u e, a fuerza de saltar cada
eficaz. Pues es entonces cuando e l m al, o m ás bien la m ed iocrid ad, vez m ás alto , llegue el día en que alcance el cielo p ara n o volver a
aflora a la superficie del alma en la s mejores condiciones p a ra ser que­ caer. O cu p ad o en ello, no puede m irar al cielo. L o s seres húm anos
m ada al co n ta cto con el fuego. no p odem os d ar un solo paso h acia el cielo. L a dirección vertical nos
Pero tam bién el a cto de m ira r es entonces casi im posible. T o d a está proh ib id a. Pero si m iram os largam en te al cielo. Dios desciende
la parte m ediocre del alm a, tem ien d o la m uerte con un te m o r m ás vio­ y nos to m a fácilm ente. C o m o dice E sq u ilo: «Lo divino es ajeno al
lento que el p ro v o cad o por la p ro xim id ad de la m uerte c o rp o ra l, se esfuerzo». H ay en la salvación una facilidad m ás difícil p ara n osotros
revuelve y suscita m entiras p a ra protegerse. que to d o s los esfuerzos.
El esfuerzo p or no escu ch ar esas m entiras, aunque n o se pueda E n un cuento de G rim m se celebra un con cu rso de fuerza entre
evitar creer en ellas, el esfuerzo d e m irar la pureza, es entonces algo un gigante y un sastrecillo. E l gigante lanza una piedra a una altura
m uy violento p ero , sin e m b a rg o , absolutam ente distinto a lo que tal que ta rd a m ucho tiem po en caer. E l sastrecillo suelta un pájaro
com únm ente se llam a esfuerzo, violencia sobre sí, a cto de voluntad. que n o cae. L o que no tiene alas acab a siem pre p o r caer.
Serían necesarias otras palabras p a ra describirlo, pero el lenguaje carece D ad o que la voluntad es im potente p a ra op erar la salvación , la
de ellas. n o ció n de m oral laica es un ab surdo. Pues lo que se llam a m oral no
El esfuerzo p o r el que el alm a se salva se asemeja al esfuerzo p o r apela m ás que a la voluntad y a lo que ésta tiene, p o r decirlo así, de
el que se m ira , p or el que se e scu ch a , p o r el que una n ovia dice sí. m ás m u scu lar. L a religión, p o r el co n tra rio , corresponde al deseo y
E s un acto de atención y de con sentim iento. Por el co n tra rio , lo que es el deseo lo que salva.
suele llam arse voluntad es algo an álo g o al esfuerzo m u scu lar. L a caricatura rom ana del estoicismo apela también a la fuerza mus­
La voluntad corresponde al nivel de la p arte n atu ral del alm a. El cu lar. Pero el verdadero estoicism o, el estoicism o griego, del que san
co rrecto ejercicio de la voluntad es una condición n ecesaria de salva­ Ju a n , o quizá C risto, ha tom ado los térm inos de «logos» y «pneum a»,
ció n , sin d u d a , pero lejana, in fe rio r, muy subordinada, puram ente es únicam ente deseo, piedad y a m o r, y está lleno de hum ildad.
negativa. E l esfuerzo m uscular realizad o p o r el cam pesino sirve para E l cristianism o de h oy, en este p un to co m o en otros m u ch os, se
arran car las m alas h ierbas, p ero só lo el sol y el agua hacen crecer el ha dejado contam inar por sus adversarios. L a m etáfora de la búsqueda
trigo. L a voluntad no opera en el alma ningún bien. de Dios sugiere un esfuerzo m uscular de la volu n tad . Sin duda Pascal
ha contribuido al buen éxito de la m etáfora y h a com etido ciertos erro­ m entiras capaces de protegerla incluso durante la oració n o la p artici­
res, en especial el de con fu n d ir, en cierta m ed id a, la fe con la au tosu ­ p ación en los sacram entos. E n tre la m irad a y la presencia de la pureza
gestión. perfecta coloca velos a los que con habilidad o to rg a el nom bre de Dios.
E n las grandes im ágenes de la m itología y el folklore, en las p a rá ­ E sto s velos son , p or ejem plo, los estados an ím icos, las fuentes de ale­
bolas del evangelio, es D ios quien busca al h o m b re. «Q uaerens m e grías sensibles, de esperanza, alivio, consuelo o apaciguam iento, o tam ­
sedisti lassus». E n ningún p a sa je del evangelio se habla de búsquedas bién determ inados conjuntos de h áb itos, uno o varios seres hum anos
em prendidas p o r el hom b re. E l hom bre no d a un p aso a m enos que o un m edio social.
sea em pujado o exp resam en te llam ad o . E l papel de la futura esposa U n a tram p a difícil de evitar es el esfuerzo p o r im aginar la p erfec­
es esperar. E l esclavo espera y v ela mientras el señor está en la fiesta. ción divina que la religión nos ofrece co m o ob jeto p ara ser am ad o.
E l que va p o r los cam inos no se invita a sí m ism o al banquete nup­ E n ningún caso podem os im aginar n ad a m ás p erfecto que n osotros
cial, ni pide que se le invite; se le lleva casi p o r so rp resa, lo único que m ism os. E ste esfuerzo h ace inútil la m aravilla de la eucaristía.
debe hacer es vestirse de fo rm a adecuada. El h om b re que ha encon­ E s precisa una cierta form ación de la inteligencia p ara p oder co n ­
trad o una perla en un cam p o vende to d o s sus b ijn es p ara co m p rar tem plar en la eucaristía sólo aquello que p o r definición está co n te­
ese terren o; no tiene necesidad d e volver al ca m p ó co n la azad a p ara nido en ella; es d ecir, algo que ign oram os to talm en te, de lo que sólo
desenterrar la p e rla , le b asta v en d er todos sus bienes. D esear a Dios sab em os, co m o dice P latón , que es algo y que en ningún m od o puede
y renunciar a to d o lo dem ás es lo único que salva. desearse o tra cosa salvo p o r error.
La actitud que lleva a la salvación no se p arece a ninguna activi­ L a tram p a de las tram p as, la tram p a casi inevitable, es la tram p a
dad. Viene exp resad a por la p a la b ra griega h u p o m o n e que patientia social. Siem pre, en tod as las co sas, el sentim iento social p ro p o rcio n a
traduce bastante m al. E s la e sp e ra , la inm ovilidad aten ta y fiel que una im itación perfecta de la fe, es decir, algo perfectam ente engañoso.
se prolonga indefinidam ente y a la que ningún im pacto puede hacer E s ta im itación tiene la gran ventaja de co n ten tar a to d as las partes
estrem ecer. E l esclavo que e scu ch a junto a la p uerta p ara ab rir en del alm a. L a que desea el bien cree ser alim en tad a. L a que es m edio­
cuanto el señor llam e es su m ejor imagen. Debe estar dispuesto a m orir cre no resulta herida p o r la luz y se encuentra com p letam en te a gusto.
de ham bre y agotam ien to antes que cam biar de actitu d . A un cuando T o d o el m undo está de acu erd o , el alm a está en paz. Pero C risto dijo
sus am igos puedan llam arle, h ab larle, zaran d earle, deberá h a ce r caso que no venía a traer la paz sino la esp ada, la espada que co rta en d os,
om iso sin m over siquiera la ca b e z a . Aun cu and o le digan que el señor co m o dice Esquilo.
ha m u erto, y aun cuando lo c r e a , no deberá m overse. Aunque se le Es casi imposible diferenciar la fe de su im itación social. T a n to
diga que el señor está enojado c o n él y que le golpeará a su vuelta, m ás cu anto que puede haber en el alm a una p arte de fe au tén tica y
y aunque lo c re a , no se m o v e rá . o tra de im itación de la fe. E s casi im posible pero no im posible.
La búsqueda activ a es p erju d icial, no sólo p a ra el a m o r, sino tam ­ E n las actuales circunstancias, rech azar la im itación social es quizá
bién para la inteligencia cuyas leyes imitan las del am o r. E s preciso p a ra la fe una cuestión de vida o m uerte.
esperar sim plemente a que la solución de un p rob lem a de geom etría L a necesidad de una presencia p erfectam en te p u ra p ara quitar las
o el sentido de una frase latina o griega surjan en el espíritu. C on m ayor m an ch as no está restringida a las iglesias. L as gentes llevan sus m an ­
razón cuando se tra ta de una v erd ad científica nueva o de un herm oso ch as a las iglesias y eso está m uy bien. Pero m u ch o m ás aco rd e con
poem a. L a búsqueda lleva al e rr o r. Y lo m ism o puede decirse respecto el espíritu cristiano sería que, adem ás de ello. C risto hiciese acto de
a cualquier clase de bien v e rd a d e ro . E l h om b re no debe h acer otra presencia en los lugares m ás m an ch ados de vergü en za, m iseria, cri­
cosa que esperar el bien y re c h a z a r el m al. N o debe h acer esfuerzo men y desdicha, en cárceles, tribunales y albergues de miserables. U na
m uscular si no es p a ra evitar la s sacudidas del m al. E n la inversión sesión judicial debería em pezar y term in ar con una o ración com ún
que constituye la con dición h u m a n a , la virtud autén tica en tod os los de m agistrad os, policías, acu sad o y p ú b h co. C risto n o debería estar
dom inios es algo n egativo, al m en o s en ap arien cia. Pero esta espera ausente de los lugares en que se trab aja o estudia. T o d o s los seres
del bien y la verd ad es m ás in ten sa que cualquier búsqueda. h u m an o s, hagan lo que h agan o sean quienes sean, deberían tener la
Las nociones de gracia p o r oposición a la virtud v o lu n taria y de posibilidad de m antener fija la m irad a a lo largo de to d o el día en
inspiración p o r op osición al tra b a jo intelectual o artístico , exp resan , la serpiente de bronce.
si son bien entendidas, esa eficacia de la espera y el deseo. Pero tam bién debería recon ocerse pública y oficialm ente que la
Las prácticas religiosas están íntegramente constituidas p o r la aten­ religión consiste tan sólo en una m irad a. E n tan to p retenda ser o tra
ción anim ada por el deseo. P o r eso ninguna m oral puede reem plazar­ c o sa , es inevitable que esté en cerrad a en el in terior de las iglesias o
las. Pero la parte m ediocre del alm a tiene en su arsenal abundantes que asfixie tod o en tod as p artes. L a religión n o debe pretender ocu ­
p ar en la sociedad m ás lugar que el que conviene al am o r sob ren atu ­ bles, p ero puede p asar sin ellas fácilm ente. Si falta el aire, uno se asfi­
ra l en el alm a. P ero tam bién es verdad que m u ch os degradan la ca ri­ x ia y se debate entonces p ara e n co n tra rlo , n o p orq u e de ello se espere
dad en ellos m ism os queriendo hacerle o cu p ar en su alma un lugar un bien, sino p orq ue se tiene necesidad de él. Se va a resp irar el aire
dem asiado grande y visible. El Padre reside sólo en lo secreto. E l am or del m ar sin ser em pujado p o r ninguna n ecesid ad , p o r p lacer. C on fre­
v a siem pre aco m p añ ad o del p u d o r. L a fe verd ad era implica una gran cuencia el cu rso del tiem po hace suceder au to m áticam en te el segundo
discreción incluso p ara co n u n o m ism o. E s un secreto entre D ios y móvil al p rim ero. E s uno de los grandes d ram as hum anos. U n h om ­
n osotros en el que casi n o p articip am os. bre fum a opio p ara tener acceso a un estad o especial que cree supe­
E l am or al p ró jim o , el a m o r a la belleza del m u n d o , el a m o r a rio r; p o sterio rm en te, el opio le co lo ca a m en u do en un estado penoso
la religión, son form as de am or en cierto sentido com pletam ente im per­ y que siente degradante; pero ya no puede p asarse sin él. A rnolphe
sonales. E l am o r a la religión p o d ría fácilm ente n o serlo, pues la reli­ co m p ró a Agnés a su m adre adoptiva p orq ue le p areció que era p ara
gión tiene relación con un m ed io social. E s preciso que la naturaleza él un bien tener en su casa a una m u ch ach a a la que p o co a p o co iría
de las p rácticas religiosas lo rem edie. E n el cen tro de la religión c a tó ­ con virtiendo en una buena esposa. M ás tarde le cau sará un dolor envi­
lica se encuentra un tro zo de m ateria sin fo rm a , un pedazo de p an. lecedor y d esgarran te. C on el tiem po su apego p o r ella se convierte
E l am or dirigido hacia ese tro zo de m ateria es forzosam ente im perso­ en un vínculo vital que le lleva a p ro n u n ciar el verso terrible:
nal. N o es la p erson a hum ana de C risto tal co m o nos la im aginam os,
ni la persona divina del P a d re , sujeta tam bién en n o so tro s a los e rro ­ Pero siento en m i interior la necesidad d e estallar...
res de la im agin ación , sino ese fragm ento de la m ateria lo que está
en el centro de la religión c a tó lic a . E sto es lo que en ella resulta m ás H arp ag o n com en zó considerando el o ro co m o un bien. M ás ade­
escandaloso y en lo que reside su m ás m aravillosa virtud. E n todas lante no era m ás que el objeto de u na obsesión que le atorm en tab a,
las form as auténticas de vida religiosa hay algo que garantiza su ca rá c­ pero un objeto cuya privación le h aría m o rir. C o m o dice P lató n , hay
ter im personal. E l am or a Dios debe ser im p erson al, en tan to no ha una gran diferencia entre la esencia de lo necesario y la del bien.
habido todavía co n ta cto directo y personal; de o tro m o d o , es un am or N o h ay ninguna con trad icción entre acercarse a un ser hum ano
im aginario. D espués deberá ser personal y a la vez im personal aun­ buscando un bien y desearle a ese ser h um ano lo m ejor. Por esta m ism a
que en un sentido más elevado. razó n , cu an d o el m óvil que empuja h acia una p erson a es solam ente
la búsqueda de un bien, las condiciones de la am istad no se realizan.
La am istad es una arm onía sob ren atu ral, una unión de los con trarios.
L A A M IS T A D C u an d o un ser hum ano resulta en alguna m edida n ecesario, no
se puede desear su bien a menos de dejar de desear el propio. Allí donde
P ero hay un a m o r personal y h um ano que es p u ro y que encierra un hay necesidad, hay co acció n y dom in ación . Se está a m erced de aque­
presentim iento y un reflejo del a m o r divino. E s la am istad , siempre llo de lo que se tiene necesidad a m enos de ser su dueño. E l bien prin­
que esta palabra se utilice rigurosam ente en el sentido que le es propio. cipal de to d o hom bre es la libre disposición de sí. O se renuncia a
L a preferencia p o r un ser hum ano determ inado es necesariam ente ello, lo que es un crim en de idolatría pues no se tiene derecho a renun­
algo distinto a la carid ad . L a carid ad es indiscrim inada. Si se detiene ciar salvo en favor de D ios, o se desea que el ser del que se tiene nece­
de form a m ás p articu lar en algo, la única causa de ello es el in tercam ­ sidad se vea privad o de ella.
b io de com pasión y gratitud suscitado p o r el azar de la desdicha. E stá Son múltiples los m ecanism os que pueden establecer entre los seres
igualm ente ab ierta a tod os los seres hum anos puesto que la desdicha hum anos vínculos afectivos d otad os de la férrea dureza de la necesi­
puede prop oner a todos esa clase de intercam bio. dad. El a m o r m aternal es a menudo de esta n atu raleza; a veces el am or
L a preferencia personal p o r un ser hum ano determ inado puede p atern al, co m o en Fapá G oriot de B alzac; tam bién el am or carn al en
ser de dos clases. O se busca en el otro un cierto b ien, o se tiene nece­ su form a m ás in tensa, co m o en E scuela de m u jeres y en Fed ra ; m uy
sidad de él. E n térm inos g en erales, todos los apegos posibles se rep ar­ frecuentem ente el am o r conyugal, sobre to d o p o r efecto de la costu m ­
ten entre estas dos clases. U n o se dirige hacia alg o , o porque busca b re; m ás raram en te el am or filial o fratern o .
en ello un bien, o porque no p uede pasar sin ello. E n ocasiones, los Por o tra p a rte, en la necesidad hay grad os. E s necesario en algún
dos móviles co in cid en , pero con frecuencia no es así. E n sí mismos grad o to d o aquello cuya pérdida causa realm ente una dism inución de
son distintos y com p letam en te independientes. Se co m e un alim ento energía vital, en el sentido preciso, riguroso, que esta expresión podría
repugnante, si n o se tiene o tr o , p orq ue no queda m ás solución. Un tener si el estudio de los fenómenos vitales estuviera tan avanzado com o
hom bre m oderadam ente refin ad o en sus gustos busca cosas apeteci­ el de la caíd a de los cuerpos. E n el g rad o extrem o de la necesidad,
la p rivación en trañ a la m uerte. E s el caso cu an d o toda la energía vital U n a cierta reciprocidad es esencial en la am istad. Si tod a benevo­
de un ser está vinculada a o tro p o r un ap ego. A niveles m en o res, la lencia está totalmente ausente de uno de los dos lados, el otro debe supri­
privación en trañ a un debilitam iento m ás o m enos considerable. A sí, m ir el afecto p o r respeto al libre consentim iento, al que no debe tener
la p rivación to tal de alim ento en tra ñ a la m u erte, m ientras que la p ri­ intención de cau sar daño. Si en una de las dos p artes no hay respeto
vación p arcial en trañ a solam ente un debilitam iento. Sin em b arg o , se hacia la autonom ía de la o tra , ésta debe co rta r el vínculo p o r respeto
considera necesaria tod a la ca n tid a d de alim ento por debajo de la cual a sí m ism a. Del m ism o m od o, quien acep ta som eterse no puede acce­
un ser hum ano com ienza a debilitarse. der a la am istad. Pero la necesidad en cerrad a en el lazo afectivo puede
L a causa m ás frecuente de necesidad en los lazos afectivos es una existir sólo en una de las p artes y en tal caso no hay am istad m ás que
cierta com b in ación de sim patía y h ábito. C o m o en los casos de a v a ri­ de un lado, si se tom a la palab ra en un sentido preciso y riguroso.
cia o de in to x ica ció n , lo que en principio era búsqueda de un bien U n a am istad está m an ch ad a desde que la necesidad prevalece, aun­
se tran sform a en necesidad p o r el simple transcu rso del tiem po. Pero que sea p o r un instante, sobre el deseo de con servar en uno y en otro
la diferencia co n la av aricia, la in to x ica ció n y to d o s los demás vicios la facultad de libre consentimiento. E n todas las cosas hum anas la n ece­
consiste en que en los lazos afectivos los dos m óviles, búsqueda de sidad es el principio de la im pureza. Toda am istad es im pura si co n ­
un bien y n ecesidad, pueden p erfectam en te co existir. T am b ién pue­ tiene, aunque sea com o vestigio, el deseo de agrad ar o el deseo inverso.
den estar sep arad os. C uando el apego de un ser hum ano a o tro está E n una am istad perfecta estos dos deseos están com pletam ente ausen­
constituido sólo p o r la n ecesid ad , es algo a tro z . P ocas cosas en el tes. L os dos am igos aceptan totalm ente ser dos y no uno, respetan la
m undo pueden alcan zar ese g ra d o de fealdad y de h o rro r. H ay siem ­ distancia que entre ellos establece el hecho de ser dos criaturas distin­
pre algo horrible en tod as las circu n stan cias en las que un ser hum ano tas. Sólo con Dios tiene el hom bre derecho a desear una unión directa.
busca el bien y encuentra solam ente necesidad. L o s cuentos en los que L a am istad es el m ilagro p or el cual un ser h u m an o acep ta m irar
un ser am ado ap arece de rep en te con ro stro de m u erto son la m ejor a distancia y sin aproxim arse al ser que le es necesario co m o alim ento.
im agen de ello. E l alm a h um ana posee, ciertam en te, to d o un arsenal E s la fortaleza de que E v a careció , a pesar de que ella no tenía necesi­
de m entiras p ara protegerse c o n tra esta fealdad y fabricarse en la im a­ dad del fruto. Si en el m om ento de m irar el fruto hubiera tenido h am ­
ginación falsos bienes donde só lo hay necesidad. Por eso la fealdad bre y se hubiera quedado no obstante contem plándolo por tiempo inde­
es un m al, porque fuerza a la m en tira. finido, sin dar un p aso h acia él, h ab ría realizado un m ilagro análogo
E n términos generales, hay desdicha siempre que la necesidad, bajo al de la perfecta am istad.
cualquier fo rm a , se h ace sentir ta n intensamente que su dureza so b re­ P o r esta virtud sob ren atu ral de respeto a la au ton o m ía h um an a,
p asa la capacidad de m entira del que sufre el choque. P o r eso los seres la am istad es m uy sem ejante a las form as puras de la com pasión y
m ás puros son los m ás exp uestos a la desdicha. Para quien es cap az la gratitu d suscitadas p o r la desdicha. E n am bos caso s, los con trarios
de im pedir la reacció n au to m á tica de p rotección que tiende a aum en­ que constituyen los térm inos de la arm onía son la necesidad y la liber­
ta r en el alm a la capacidad de mentira^ la desdicha no es un m al, aun­ tad , la subordinación y la igualdad. E sto s dos pares de co n trario s son
que sea siem pre una herida y , en cierto sentido, una degradación. equivalentes.
C uando un ser hum ano está vin cu lad o a o tro por un lazo afectivo C o m o el deseo de com p lacer y el deseo inverso están ausentes de
que conlleva en algún grado la n ecesid ad , es im posible que desee la la am istad p u ra, hay en ella, al igual que en el a fe cto , algo así com o
conservación de la autonom ía a la vez en sí m ism o y en el o tro . Im po­ una com pleta indiferencia. Aunque sea un lazo en tre dos personas,
sible en virtud de los m ecan ism os de la n atu raleza. Pero posible p o r tiene algo de im personal; no m erm a la im p arcialid ad , no impide en
la intervención m ilagrosa de lo sobrenatural. E ste m ilagro es la m odo alguno im itar la perfección del Padre celestial que distribuye
am istad. p o r to d as partes la luz del sol y la lluvia. P o r el co n tra rio , esta im ita­
«L a am istad es una igualdad hecha de a rm o n ía», decían los p ita ­ ción y la am istad son condición m u tu a una de o tr a , al m enos con
g ó ricos. H ay arm on ía porque h a y unidad sobrenatural entre dos co n ­ mucha frecuencia. Pues, com o tod o o casi tod o ser hum ano está ligado
trarios que son la necesidad y la libertad , esos dos con trarios que Dios a otros p o r lazos afectivos que encierran algún g rad o de necesidad,
h a com binado al cre a r el m undo y los hom bres. H ay igualdad porque no es posible acercarse a la perfección m ás que tran sform an d o este
se desea la con servación de la facu ltad de libre consentim iento en sí afecto en amistad. L a amistad tiene algo de universal. Consiste en am ar
m ism o y en el o tro . a un ser hum ano co m o se querría am ar en p articu lar a cad a uno de
C uando alguien desea tener a un ser hum ano co m o subordinado los com ponentes de la especie h u m an a. Así co m o un geóm etra mira
o acep ta subordinarse a él, o no h a y rastro de am istad. E l Pílades de una figura particular para deducir las propiedades universales del trián­
R acin e.no es el am igo de O restes. N o hay am istad en la desigualdad. gulo, así tam bién quien sabe am ar dirige sobre un ser hum ano p arti­
cu lar un am o r universal. El consentim iento a la con servación de la E L A M O R IM P L IC IT O Y E L A M O R E X P L I C IT O
autonom ía en sí m ism o y en lo s otros es p o r esencia algo universal.
Desde que se desea esta co n serv ació n en m ás de un ser se la desea en N i siquiera los católicos de criterio m ás estrech o se atreverían a afir­
tod os los seres, pues se deja d e disponer el orden del m undo según m a r que la com p asión , la gratitu d , el am o r p o r la belleza del m u n do,
un círculo cu y o cen tro estaría aquí ab ajo. E l cen tro se traslad a m ás el a m o r a las p rácticas religiosas, la a m ista d , son m on op olio de los
allá de los cielos. siglos y los países en que ha estado presente la Iglesia. E stas form as
La am istad n o posee esta virtu d si los dos seres que se a m a n , p o r de am o r en su pureza son raras, pero sería difícil afirm ar que han sido
un uso ilegítimo del afecto , creen no ser m ás que uno. A h í no hay m ás frecuentes en esos siglos y en esos países que en los o tro s. C reer
am istad en el v erd ad ero sentido de la p a la b ra . H a b ría , p o r decirlo que pueden producirse donde C risto está ausente es em pequeñecer a
así, una unión ad ú ltera, au nq u e se produjera entre esposos. N o hay C risto h asta u ltrajarlo ; es una im piedad, casi un sacrilegio.
am istad sino cu an d o se co n serv a y respeta la distancia. E sta s form as de am or son sobrenaturales y , en un sentido, absur­
El simple h ech o de exp erim entar placer p or pensar sobre cualquier d as, lo cas. E n tan to el alm a no h aya ten id o co n ta cto directo con la
cosa de la m ism a form a que el ser am ad o , o el m ero hecho de desear p erson a m ism a de Dios no pueden b asarse en ningún conocim iento
tal con co rd an cia de opiniones, es un aten tad o co n tra la pureza de la fundado, sea la experiencia, sea el razonam iento. N o pueden pues ap o­
am istad al m ism o tiem po que co n tra la probidad intelectual. E sto es yarse en ninguna certeza a m enos que se em plee la p alab ra en un sen­
m uy frecuente. Pero tam bién e s rara una am istad pura. tido m etafórico p ara designar lo co n trario a la duda. Por consiguiente
Cuando los lazos de afecto y necesidad entre seres h um anos no son es preferible que no estén acom p añ adas de ninguna creencia. E sto es
sobrenaturalm ente tran sfo rm ad o s en am istad , no sólo el afecto es intelectualm ente m ás honesto y preserva m ejor la pureza del am o r;
impuro y bajo, sino que tam b ién se mezcla con el odio y la repulsión. desde cualquier p un to de vista es m ás con veniente. E n relación a las
E sto aparece m uy bien en E scu ela de m ujeres y en Fedra. El m ecanism o cosas divinas, la creencia no es conveniente, sólo la certeza lo es. T o d o
es el mismo cu an d o se tra ta de un afecto distinto al am or carn al; es lo que está p o r debajo de la certeza es indigno de D ios.
fácil de entender: odiam os aquello de lo que dependem os, n o s asquea D u ran te el período p rep arato rio , estas expresiones indirectas del
lo que depende de n osotros. A veces el afecto no sólo se m ezcla, sino a m o r constituyen un m ovim iento ascendente del alm a, una m irada
que se transform a íntegramente e n odio y en asco. E n ocasiones, la trans­ dirigida co n cierto esfuerzo hacia lo alto. U n a vez Dios ha venido en
form ación es casi inm ediata, d e m odo que casi ningún afecto tiene persona no sólo a visitar el alm a, com o lo hace en un principio durante
tiem po de ap arecer; es el caso cu an d o la necesidad se m anifiesta des­ m ucho tiem p o , sino a apoderarse de ella y a llevarla junto a sí, es algo
nuda casi de inm ediato. C u a n d o la necesidad que vincula a los seres m uy distinto. E l polluelo ha ro to la cá sca ra y está fuera del huevo
hum anos no es de naturaleza afectiva, cu an d o es fruto únicam ente de del m u n do. L as form as iniciales de am or subsisten, son m ás intensas
las circunstancias, la hostilidad surge a m enudo desde el principio. que an tes, pero diferentes. Quien ha sufrido esta aventura am a m ás
Cuando C risto decía a sus discípulos: «A m áos los unos a los otros», que antes a los desdichados, a los que le ayu dan en la desdicha, a sus
n o era el apego lo que estaba p rescribiendo. C o m o de hecho existían am igos, las prácticas religiosas y la belleza del m undo. Pero estas m ani­
entre ellos lazos cau sad os p o r pensam ientos com u n es, p o r la vida en festaciones de am or se han tran sform ad o en un m ovim iento descen­
com ún y la co stu m b re, les prescribió que tran sfo rm aran esos lazos dente co m o en el del propio D ios, un ra y o confundido co n la luz de
en amistad p a ra que no se con virtieran en apegos im puros o en odio. D ios. Al m en o s, cabe im aginarlo así.
H abiendo p ron u n ciad o C risto estas p alab ras p o co antes de su E sta s expresiones indirectas del am o r son únicam ente la actitud
muerte com o un nuevo m an d am ien to que venía a añadirse a los ya h acia los seres y las cosas terrenas del alm a orien tad a al bien. P or sí
conocidos del a m o r al p rójim o y a D ios, cabe pensar que la am istad m ism as no tienen p o r objeto un bien. N o h ay bien en este m undo.
p u ra, com o la carid ad p ara c o n el p rójim o, encierra algo sem ejante Así, pues, propiam ente hablando, no son am o r sino actitudes amantes.
a un sacram en to . A caso C risto quiso indicar esto respecto a la am is­ E n el período p rep arato rio , el alm a am a en el vacío ; no sabe si
tad cristiana cuando dijo: «D onde estén dos o tres reunidos en mi nom ­ algo real responde a su am or. Puede creer que lo sabe, p ero creer no
b re, allí estoy y o en m edio de ellos». L a am istad p ura es u na imagen es saber. T a l creencia no ayuda. E l alm a sólo sabe con certeza que
de la amistad original y p erfecta que es la T rin id ad y que es la esencia tiene ham bre y lo im portante es que grite su h am b re. Lfn niño no deja
m ism a de D ios. E s imposible que dos seres hum anos sean u no y sin de g ritar porque se le sugiere que quizá no h aya p an . G ritará de todas
em bargo respeten escrupulosam ente la distancia que los separa, si Dios form as.
n o está presente en cad a uno d e ellos. El p un to de encuentro de las E l peligro n o es que el alm a dude de si h ay o no p an , sino que
paralelas está en el infinito. se deje persuadir p o r la m entira de que n o tiene ham bre. N o es posi­
ble persuadirla sino por u n a m en tira, pues la realidad de su ham bre de traició n , incluso antes de tal revelación , y m ucho m ás aún después,
no es u n a creencia sino una certeza. es p o n er en duda que Dios sea lo único que m erece ser am ad o. E so
T o d o s sabem os que no h a y bien en este m u n do, que to d o lo que es desviar la m irad a. E l am or es la m irad a del alm a; es detenerse un
aquí ap arece com o bien es fin ito , lim itado, se agota y , una vez ago­ in stan te, esperar y escuchar.
tad o , la necesidad se m uestra al desnudo. Prob ablem en te, en la vida Electra no busca a Orestes, le espera. C uando cree que ya no existe,
de todo ser hum ano ha h ab id o algún m o m en to en el que se ha con fe­ que O restes no está en ninguna p arte, n o p o r eso se a ce rca a los que
sado a sí m ism o con clarid ad que no h a y bien en este m u n do. Pero la ro d ean , sino que se ap arta con m ay o r repulsión. Prefiere la ausen­
en cuanto se percibe esta v e rd a d se la recubre de m en tira. M u ch o s cia de O restes a la presencia de cualquier o tro . O restes debería libe­
que jam ás han podido s o p o rta r el m irarla de frente p o r m ás de un rarla de su esclavitud, de los h arap o s, del trab ajo servil, de la sucie­
segundo se com placen en p ro cla m a rla b uscando en la tristeza un p la­ d ad , del h am b re, de los golpes y las hum illaciones in con tab les. Y a
cer m órbido. Los hombres perciben que hay un peligro m ortal en m irar no espera que eso o c u rra , pero ni p o r un instante piensa en recu rrir
de frente esta verdad durante un tiem po p rolon gad o. Y es cierto : ese al o tro procedim iento que puede p ro cu rarle una vida lujosa y respe­
con ocim iento es m ás m o rtífero que una esp ada, la m u erte que inflige tab le, el procedim iento de la recon ciliación con los m ás fuertes. N o
produce m ás miedo que la m u erte carnal. Con el tiem po, m ata en noso­ quiere alcanzar la abundancia y la consideración si no es Orestes quien
tros tod o lo que llam am os « 7 0 ». Para sostener esa m irad a h ay que se las p ro cu ra . N i siquiera dedica un pensam iento a esas co sas. T o d o
am ar la verdad m ás que la v id a . Quienes son capaces de h acerlo se lo que desea es no existir desde el m om ento en que O restes no existe.
apartan co n toda el alma de lo tran sito rio , según la expresión de E n ese m o m en to , O restes no puede m ás. N o puede evitar darse
Platón. a co n o ce r. Le ofrece la prueba incuestionable de que él es O restes.
N o se vuelven hacia D io s. ¿C óm o p o d rían hacerlo en la tiniebla E le ctra le ve, le oye, le to ca . Y a no se p regu ntará m ás si su salvador
absoluta? D ios m ism o les im p rim e la o rien tación a d ecu ad a, p ero no existe.
se les m u estra hasta pasado m u c h o tiem po. Deben p erm an ecer in m ó­ Aquél a quien le ha sucedido la aventura de E le c tr a , aquél que
viles, sin desviar la m irad a, sin dejar de escu ch ar, esperando no se ha visto , oído y to cad o co n su propia alm a, reco n oce en D ios la reali­
sabe el q ué, sordos a las solicitaciones y a las am en azas, inconm ovi­ dad de esas form as indirectas de am or que eran co m o reflejos. Dios
bles a las sacudidas. Si, tras u n a larga espera. Dios deja presentir v ag a­ es la belleza p ura. H a y en ello algo incom prensible, pues la belleza
mente su luz o incluso se re v e la en p erso n a, no es m ás que p o r un es sensible p o r esencia. H ab lar de una belleza no sensible parecerá
instante. D e nuevo hay que quedarse in m óvil, ate n to , y esperar sin un abuso de lenguaje a cualquiera que tenga un m ínim a exigencia de
m overse, llam an do sólo c u a n d o el deseo es dem asiado fuerte. rig o r m en tal, y con razón . L a belleza es siem pre un m ilagro. Pero
N o depende de un alm a c re e r en la reaHdad de D ios si D ios no p o d ría hablarse de m ilagro elevado a la segunda p oten cia cuando un
le revela esa realidad. O p on e el nom bre de D ios co m o etiqueta sobre alm a recibe u n a im presión de belleza no sensible, si se tra ta no de una
o tra cosa y cae entonces en la id olatría, o la creencia en Dios queda ab stracció n , sino de una im presión real y directa co m o la que p ro ­
com o algo ab stracto y verbal. A sí ocurre en países y en épocas en que duce un cán tico en el m om en to en que se oye. T o d o o cu rre co m o si,
poner en dud a el dogma religioso no se le ocurre a nadie. El estado p o r efecto de un favor m ilagro so, se hiciera m anifiesto a la sensibili­
de increencia es entonces lo q u e san Ju a n de la Cruz llam a «n oche». dad que el silencio no es ausencia de son id os, sino algo infinitam ente
La creencia es verbal y no p e n e tra en el alm a. E n una ép oca co m o m ás real que los sonidos y la sede de una arm onía m ás p erfecta que
la nuestra, la increencia p uede ser un equivalente de la noche oscu ra la m ás herm osa com binación de sonidos que pueda im aginarse. T am ­
de san Ju a n de la Cruz si el n o creyente am a a D ios, si es co m o el bién h ay g rad os en el silencio. H ay un silencio en la belleza del uni­
niño que n o sabe que hay p a n en alguna p a rte , p ero que grita que verso que es com o un ruido en relación al silencio de D ios.
tiene ham b re. D ios es tam bién el verdadero p rójim o. El térm ino «persona» no
C uando se com e p an, o cu an d o se lo ha co m id o , se sabe que el se aplica con propiedad m ás que a D ios, lo m ism o que el término
pan es real. Se puede sin e m b a rg o poner en duda la realidad del pan. «im personal». Dios es el que se inclina sobre n o so tro s, seres desdi­
Los filósofos ponen en duda la realidad del m undo sensible. P ero es ch a d o s, reducidos a no ser m ás que un tro zo de carn e inerte y ensan­
una duda puram en te verbal que no afecta a la certeza, que la hace g ren tad a. Pero al m ism o tiem po tam bién él es de alguna m anera ese
incluso m ás m anifiesta p a ra u n espíritu bien orien tad o. Del m ism o desdichado que se nos m uestra solamente bajo el aspecto de un cuerpo
m od o , aquél a quien Dios ha revelado su realidad puede sin inconve­ inanim ado del que parece que todo pensam iento está ausente, ese des­
niente p on er en duda esa re a lid a d . Es u na duda puram en te v erb al, dichado cuyo nom bre y condición nadie con oce. E l cuerpo inanim ado
un ejercicio útil p ara la salud d e la inteligencia. Lo que es un crim en es este universo cread o. E l am or que debem os a D ios y que será nues­
tra perfección suprem a, si pudiésem os alcan zarla, es el m odelo divino
de la com pasión y la gratitu d a la vez.
Dios es tam bién el am igo p o r excelencia. P a ra que pudiera haber
entre él y n o so tro s, a través de la distancia infinita, algo p arecid o a
una igualdad, ha querido p o n e r en sus criatu ras algo de ab solu to, la
libertad absoluta de con sentir o no a la o rientación que nos im prim e SO B R E E L «PA D R E N U E S T R O »
h acia él. H a exten d id o tam b ién nuestras posibilidades de e rro r y de
m entira h asta dejarnos la facu ltad de d om inar falsam ente en nuestra
im aginación no só lo el u n iv erso y los h om b res, sino tam bién al p ro ­
pio D ios, en ta n to n o sabem os h a ce r un justo uso de ese n om b re. N os
ha dado esa facu ltad de ilusión infinita p ara que ten g am o s la posibili­
dad de renunciar a ella p o r a m o r.
E n últim a in stan cia, el co n ta c to con Dios es el verd ad ero sacra­
m ento.
Pero se puede estar casi segu ro de que aquéllos en quienes el am or
a Dios h a hecho d esaparecer la s expresiones p u ras del am o r p o r las
cosas del m u n d o, son falsos am igos de Dios. náT8pfÍM ,(í)vó ¿V to íí; oópavoÍQ
E l p rójim o, los am ig o s, las cerem onias religiosas, la belleza del Padre nuestro, el q u e está en los cielos'''
m undo, no quedan relegados al plano de las cosas irreales tras el co n ­
tacto directo del alm a co n D io s. Al co n trario , es solam ente entonces E s nuestro P ad re; nada real hay en n o so tro s que no p roced a de él.
cuando las cosas se hacen reales. Antes eran casi co m o sueños. Antes Som os suyos. N o s am a puesto que se am a y n o sotros le p ertenece­
no había reah d ad alguna. m os. P ero es el Padre que está en los cielos, n o en o tra p arte; si cree­
m os tener un padre en este m u ndo, n o es él sino un falso D ios. N o
podem os d ar un sólo p aso hacia él; n o se cam ina verticalm ente. P ode­
m os sólo dirigir hacia él nuestra m ira d a . N o hay que b uscarle, basta
con cam b iar la orientación de la m ira d a ; a él es a quien corresponde
b u scarn os. H a y que sentirse felices de saber que está infinitamente
fuera de nuestro alcance. Tenem os así la certeza de que el m al que
hay en n o so tro s, aun cuando invada nuestro ser, no m ancha de nin­
gún m od o la pureza, la felicidad y la perfección divinas.

á7iao0iÍT(D TÓ óvoná oou


Sea santificado tu no m bre

Sólo Dios tiene el poder de nom brarse a sí m ismo. Su nombre no puede


ser p ro n un ciad o p or labios h um anos. Su nom bre es una p a la b ra , el
V erb o . E l nom bre de un ser cualquiera es un elemento m ediador entre
el espíritu hum ano y ese ser, la única vía por la cual el espíritu hum ano
puede aprehender algo de él cuando está ausente. Dios está au sente;
está en los cielos. Su nom bre es la ú n ica posibilidad p ara el h om b re
de acced er a él. Así p ues, es el M ed iad o r. E l hom bre tiene acceso a

"■ N o ta d e lo s trad u ctores. Traducim os literalm ente las diversas cláusulas del Padrenuestro.
La versión de Simone W eil no se ajusta tam poco a la form a habitual que esta oración tiene en len­
gua francesa.
ese nom b re, aunque sea trascen d en te. Brilla en la belleza y el orden tran sfo rm ad o , reto m am os ese deseo, con vertido en cierto m od o en
del m undo y en la luz in terior del alm a hum ana. Ese n o m b re es la eterno, para aplicarlo de nuevo al tiem po. Entonces nuestro deseo atra­
santidad m ism a; no h ay sa n tid a d fuera de él; no n e ce sita , p ues, que viesa el tiem po p ara en co n trar detrás de él la eternidad . E s to es lo
se le santifique. Al pedir su san tificació n , pedim os lo que es etern a­ que ocurre cuando sabem os h acer de to d o acon tecim ien to cum plido,
m en te con una plenitud de re a lid a d a la que n o está en n uestro p oder cualquiera que sea, un ob jeto de deseo. E s una actitu d m uy distinta
añadir o sustraer ni tan siquiera u n a parte infinitamente pequeña. Pedir a la resignación. L a p alab ra «acep tación » es incluso dem asiado débil.
lo que es, lo que realmente es, infalible y eternam ente, de m an era to tal­ H a y que desear que to d o lo que ha sucedido h ay a sucedido y nada
m ente independiente de n u estra petición, es la petición p erfecta. N o m ás. N o porque lo que h aya sucedido esté bien a nuestros o jo s, sino
p odem os dejar de desear, s o m o s deseo; pero si lo vo lcam o s ín tegra­ porque Dios lo ha perm itido y porque la obediencia del cu rso de los
m ente en nuestra petición, p o d e m o s transform ar ese deseo que nos acontecim ientos a Dios es p o r sí m ism a un bien absoluto.
clav a a lo im aginario, al tie m p o , al egoísm o, en una p alan ca que nos
p erm ita p asar de lo im ag in ario a lo real, del tiem po a la eternidad,
m ás allá de la prisión del y o . á)c, fev oópavcí) Kal ¿tci y^<;
A sí en el cielo co m o en la tierra

áXOéTCo f) PaaiA,eía aou E s ta asociación de n uestro deseo a la voluntad tod o p o d ero sa de Dios
V en g a tu reino debe extenderse a las cosas espirituales. N uestros ascensos y desfalle­
cim ientos espirituales y los de los seres a los que am am o s tienen rela­
Se trata ah ora de algo que debe venir, que no está p resente. E l reino ción con el o tro m u n do, pero son tam bién acon tecim ien tos que tie­
de Dios es el Espíritu Santo llenan d o p o r com pleto to d a el alm a de nen lugar en este m undo y en el tiem po. P or esta ra z ó n , son detalles
las criaturas inteligentes. E l E sp íritu sopla donde quiere; sólo p od e­ en el inmenso m ar de los acon tecim ien tos, arrastrad o s con tod o ese
m os llam arle. N o hay ni que p e n sa r en llam arle de m a n e ra p articu lar m a r según la voluntad de D ios. Puesto que nuestros desfallecimientos
p a ra uno m ism o, p ara unos o p a ra o tros, ni siquiera p a ra to d o s , sino pasados se han p rod u cid o, debem os desear que se h ayan p rod ucido.
llam arle pura y sim plem ente; que pensar en él sea una llam ad a y un Y debem os extender el deseo al porven ir p ara el día en que se haga
g rito . Así com o cuando se e stá en el límite de la sed, m uriendo de presente. E s una co rrecció n n ecesaria a la p etición de que venga el
sed , uno ya no se representa el a c to de beber en relación a sí m ism o , reino de D ios. D ebem os ab an d on ar tod os los deseos p o r el de la vida
ni siquiera al acto de beber en general, sino tan sólo el agu a en sí; etern a, pero debem os desear la vida eterna con ren u nciam ien to. N o
p ero esta imagen del agua es c o m o un grito de to d o el ser. h ay que apegarse ni siquiera al desapego. El apego a la salvación es
tod avía m ás peHgroso que los o tro s. H a y que p ensar en la vida eterna
co m o se piensa en el agu a cu and o se está a p un to de m o rir de sed y,
vevíiG-nTCO TÓ 9éA,ri|j,á oou al m ism o tiem p o, desear p ara sí y p ara los seres queridos la privación
H ágase tu voluntad eterna de esa agua antes que ser colm ados con ella en co n tra de la
volu n tad de D ios, si tal co sa fuese concebible.
N o estam os absoluta e infaliblem ente seguros de la volu n tad de Dios L as tres peticiones precedentes se relacion an co n las tres personas
m ás que con respecto al p a s a d o . T o d o s los acontecim ientos que se de la T rin id ad , H ijo , Espíritu y P ad re, y tam bién con las tres piartes
h an prod ucido, cualesquiera q ue sean, son conform es a la voluntad del tiem po, presente, porvenir y p asado. Las tres peticiones que siguen
del Padre tod op oderoso. E s to viene determ inado p o r la n o ció n de inciden m ás directamente sobre las tres partes del tiem po en otro orden,
om nipotencia. Tam bién el p o rv e n ir, cualquiera que deba ser, u n a vez p resente, p asado y porvenir.
realizado, se habrá realizado co n fo rm e a la voluntad de D ios. N o pode­
m os añadir ni quitar n ada a esa conform idad. A sí, tras un im pulso
de deseo hacia lo im posible, de nuevo, en esta fase, pedim os lo que T óv ápTovfÍM,(í)V Tóv ¿Ttiotíoiov 8 ó q fijx ív OTÍixepov
es. Pero no ya una realidad ete rn a com o es la santidad del V e rb o ; aquí N u estro pan, q u e es sobrenatural, dánoslo hoy
el objeto de nuestra petición es lo que se produce en el tiem p o . Pero
pedim os la conform idad infalible y eterna de lo que se p ro d u ce en el C risto es nuestro pan. N o podem os pedirlo sino p a ra el m om ento pre­
tiem po con la voluntad divina. T ra s haber arrancado el deseo al tiempo sente. Pues siempre está ahí, en la puerta de nuestra alm a; quiere entrar
co m o prim era petición para a p lica rlo a lo eterno y h aberlo p o r tan to p ero no fuerza el consentim iento; si se lo d am o s, en tra; si n o , se va
de inm ediato. N o podem os co m p ro m e te r hoy nuestra v olu n tad de Kttí ácpeq finív x á ocpei^iíjiaxa fiiaCov,
m añ an a, no podem os h acer h o y un p a cto con él p a ra que m añ an a é q Kal fmei(; &(pfÍKa|iev xoíq ó(peiX,éxai(; fin ó v
se encuentre en n osotros a p e sa r nuestro. E l consentim iento a su p re­ Y p erd ó n a n o s nuestra deudas, así co m o tam bién nosotros
sencia es lo m ism o que su p resen cia; es un acto y no puede ser sino hem o s p erd o n a d o a nuestros deu d o res
actu al. N o nos ha sido d ada u n a voluntad susceptible de aplicarse
al porvenir. T o d o lo que en n u estra voluntad no es eficaz es im agi­ E n el m om ento de decir estas p alab ras es p reciso haber perdonado
n ario. L a parte de la voluntad q ue es eficaz lo es de fo rm a in m ediata; ya tod as las deudas. N o se tra ta sólo de la rep aració n de las ofensas
su eficacia no es distinta de ella m ism a. L a parte eficaz de la volun­ que creem os haber sufrido; es tam bién el recon ocim ien to del bien que
tad no es el esfuerzo que se p ro y e cta h acia el p orven ir, sino el co n ­ pensam os haber hecho y en general de tod o lo que esperam os p o r parte
sentim iento, el sí del m a trim o n io . Un sí p ron un ciad o en y p a ra el de los seres y las co sas, tod o lo que creem os que se nos debe y cuya
instante presente, pero p ro n u n ciad o co m o palab ra etern a, pues es el ausencia nos p ro p o rcio n aría una sensación de fru stració n . Son todos
consentim iento a la unión de C risto co n la parte eterna de nuestra los derechos que creem os que el p asado nos o to rg a sobre el porvenir.
alm a. P rim ero , el derecho a una cierta p erm an en cia. C u an d o hem os disfru­
Tenem os necesidad de p a n . Som os seres que to m am o s co n tin u a­ ta d o de algo durante un tiem p o, creem os que n os pertenece y que la
m ente n u estra energía del e x te r io r , pues a m edida que la recib im o s suerte debe perm itirnos seguir gozan do de ello. A d em ás, el derecho
la a g o tam o s co n n u estro s esfu erzo s. Si n u estra en ergía no es c o n ti­ a una com pensación p ara tod o esfuerzo, tra b a jo , sufrimiento o deseo,
n uam ente re n o v a d a , nos q u ed a m o s sin fuerzas y so m o s in cap aces cualquiera que sea su n atu raleza. Siempre que hem os llevac^o a cab o
de cu alquier m o v im ien to . A p a rte de la co m id a p ro p iam en te d ich a , un esfuerzo y éste no revierte en n osotro s de fo rm a equivalente bajo
en el sentido literal del té r m in o , tod o lo que genere un estím u lo es la fo rm a de un fruto visible, nos queda u na sensación de desequih-
p a ra n o so tro s fuente de e n e rg ía . E l d in ero , el p ro g re s o , la co n sid e­ b rio , de v a cío , que nos lleva a pensar que h em os sido rob ad os. El
esfuerzo de sufrir una ofensa nos lleva a esp erar el castigo o las excu ­
ra ció n , las recom p en sas, la ce le b rid a d , el p o d er, los seres querid os,
sas del ofen sor, el esfuerzo de h acer el bien nos lleva a esperar el reco ­
to d o lo que estim ula n u estra c a p a cid a d de a ctu a r es co m o el p an .
nocim iento p o r p arte del b eneficiado; p ero éstos son solam ente casos
Si una de estas exp resion es d el apego p en etra b asta n te p ro fu n d a ­
particulares de una ley universal. T odas las veces que algo sale de noso­
m ente en n o s o s tro s , llegand o h a s ta las raíces vitales de la existe n ­
tro s tenem os la absoluta necesidad de que al m enos su equivalente
cia ca rn a l, la p riv ació n p ued e herirnos e incluso h a ce rn o s m o rir.
regrese a nosotros y , por tener necesidad de ello, creem os tener tam ­
E s lo que se llam a m o rir de p e n a ; es co m o m o rir de h a m b re . T o d o s
bién derecho. N u estros deudores son tod os los seres, tod as las cosas,
estos objetos de apego c o n stitu y e n , co n el alim ento p ro p iam en te
el universo entero. C reem os tener créd ito sobre to d o . E n realidad, se
d ich o , el pan de este m u n d o . D epende en teram en te de las circu n s­
tra ta siempre de un crédito im aginario del p asad o hacia el porvenir.
tan cias que le dem os n u estro a cu e rd o o lo re ch a ce m o s. N o debe­
E s a ello a lo que debem os renunciar.
m os pedir n ad a resp ecto a las c ircu n sta n cia s, salvo que sean c o n ­
H ab er perdonado a nuestros deudores es haber renunciado en blo­
form es a la v o lu n tad de D io s . N o debem os pedir el p an de este
que a to d o el p asad o. A cep tar que el porven ir está in tacto y virgen,
m u n do.
rigurosam ente ligado al p asado por lazos que ign oram os, pero com ­
H ay una energía trascen d en te cuya fuente está en el cielo y se pletam ente libre de aquéllos que nuestra im aginación cree poder impo­
derram a sobre nosotros desde el m om ento en que la deseam os. E s real­ nerle. A cep tar la posibilidad de que suceda y , en co n creto , de que nos
m ente una energía y actú a p o r m ediación del alm a y el cu erp o. suceda cualquier cosa y de que el día de m añ an a haga de toda nuestra
Debemos pedir este alim en to . En el m om ento en que lo pedim os vida p asada algo estéril y van o.
y por el hecho m ism o de p e d irlo , sabemos que Dios nos lo quiere d ar. R enunciando de un golpe a tod os los frutos del pasado sin excep ­
N o debemos acep tar el estar un sólo día sin él; pues cu and o las ener­ ció n , podem os pedir a Dios que nuestros p ecad os pasados no aporten
gías terrestres, som etidas a la necesidad de este m u n do, son las únicas a nuestra alm a sus miserables frutos de m al y de erro r. E n tan to nos
en alim entar nuestros a cto s, no podem os h acer y p ensar m ás que el agarram os al p asad o, Dios m ism o no puede im pedir esa horrible fruc­
m al. «Viendo Y ah v é que la m ald ad del hom bre cundía en la tierra, tificación . N o podem os apegarnos al p asado sin apegarnos a nues­
y en todos los pensam ientos que ideaba su corazón eran p uro m al de tro s crím enes, pues lo que es esencialm ente p eor en nosotros nos es
co n tin u o ...» . L a necesidad que nos obhga al mal gobierna to d o en d esconocido.
n o so tro s, salvo la energía de lo alto cuando penetra en n o so tro s. N o L a principal deuda que creem os tiene el universo p ara con n oso­
podem os h acer provisión de ella. tro s es la continuidad de nuestra personalidad. E sta deuda im plica
,

tod as las dem ás. El instinto de co n serv ació n nos hace sentir esa co n ti­ fianza d a la fuerza suficiente p ara que el tem o r n o sea causa de caíd a.
nuidad com o n ecesidad, y creem o s que una necesidad es un d erech o. T ra s-h a b e r contem plado el n o m b re, el reino y la voluntad de D ios,
C om o el mendigo que decía a T alleyrand: «M onseñor, tengo que seguir tras h ab er recibido el pan sob ren atu ral y haber sido purificados del
viviendo» y al que Talleyrand respondía: «N o veo la necesidad de ello». m al, el alm a está dispuesta p ara la v erd ad era hum ildad que co ro n a
N uestra personalidad depende enteram ente de las circunstancias e x te r­ tod as las virtudes. L a hum ildad consiste en saber que en este m undo
n as, que tienen un poder ilim itado p a ra ap lastarla. Pero p referiría­ to d a el alm a, no sólo lo que se llam a el «y o », sino tam bién su p arte
m os m orir a reco n o cerlo . Entend em os el equilibrio del m undo co m o so b ren atu ral, que es Dios presente en ella, está som etida al tiem po
un concurso de circunstancias e n virtud del cual nuestra personalidad y a las vicisitudes del cam b io. H a y que acep tar enteram ente la posibi­
se m antiene in tacta y nos p erten ece. T o d a s las circunstancias p asadas lidad de que to d o lo que es n atu ral sea destruido. Pero hay que acep ­
que han herido nuestra personalidad nos parecen rupturas en el equi­ ta r y rech a z a r a la vez la posibilidad de que la p arte sob ren atu ral del
librio que un día u o tro d eberán ser infaliblem ente com pensadas p o r alm a d esaparezca. A cep tarlo co m o un h ech o que no se p rod u ciría si
fenóm enos de sentido c o n tra rio . V ivim os a la espera de tales c o m ­ no fuera conform e a la voluntad de D io s; rech azarlo com o algo h o rri­
pensaciones. L a p roxim id ad inm inente de la m uerte es horrible p o r­ ble que es. H a y que tener m iedo de ello, pero un miedo que sea la
que nos obliga a aceptar que esas compensaciones no van a producirse. cu lm inación de la confianza.
El perdón de las deudas es la renuncia a la p rop ia person alid ad , L a s seis peticiones se corresponden dos a dos. El pan trascendente
a tod o lo que llam o « y o », sin e xcep ció n ; es saber que en lo que llam o es lo m ism o que el nom bre divino. E s lo que op era al co n ta cto del
«yo» no hay n a d a , ningún elem ento p sicológico que las circu n stan ­ h om b re con D ios. E l reino de D ios es lo m ism o que su p ro tecció n
cias exteriores n o pueden h a ce r d esaparecer; es acep tar eso y ser feliz exten d id a sobre n osotros con tra el m a l; p roteger es una función regia.
de que así sea. E l p erd ón de las deudas a nuestros d eu d ores es lo mismo que la plena
Las p alab ras «hágase tu v o lu n ta d » , si se las pron un cia con to d a acep tació n de la voluntad de D ios. L a diferencia estriba en que en las
el alm a, im plican esa a ce p ta ció n . Por eso se puede decir instantes des­ tres p rim eras peticiones la atención se orienta exclusivam ente h acia
pués: «hemos perd onad o a nuestros deudores». Dios y en las tres últimas se dirige h a cia u no m ism o a fin de obligarse
E l perdón de las deudas es la pobreza espiritual, la desnudez espi­ a h acer de estas dem andas un a cto real y no im aginario.
ritu al, la m u erte. Si acep tam os plenam ente la m uerte, podem os pedir E n su prim era m itad, la oración com ienza por la aceptación. Luego
a Dios que nos haga revivir purificados del m al que hay en n o so tro s. se permite form ular un deseo. M ás tarde se corrige volviendo a la acep­
Pues pedirle que perdone nuestras deudas es pedirle que anule ese m al. tació n . E n la segunda m itad , el ord en se m od ifica; se acab a p o r la
E l perdón es la purificación. N i Dios m ism o tiene poder p a ra p erd o ­ expresión del deseo. E l deseo se ha torn ad o negativo y se expresa com o
n ar el m al que está en n o so tro s. Dios nos perd ona nuestras deudas tem o r; corresponde así al m ás alto grad o de hum ildad, com o conviene
cuando nos p on e en estado d e perfección. p a ra term in ar.
H asta ese m om ento Dios n o s perdona nuestras deudas p a rcia l­ E s ta o ració n contiene tod as las p eticion es posibles; no puede c o n ­
m ente, en la m edida en que p erd onam os a nuestros deudores. cebirse o ració n que no esté con ten id a en ella. E l Padrenuestro es a
la o ració n lo que Cristo es a la h um anidad. N o cabe pronunciarla con
atención plena en cad a p alab ra sin que un cam b io , quizás infinitesi­
KOI M-í] staevéYKTií; fiiaaq síq TiEipaanóv áXXa pOoai fmáí; m al p ero real, se opere en el alm a.
ano ToO TiovripoO
Y no nos arrojes a la tentación, sino p ro tégen o s d el mal.

L a única p ru eba para el h o m b re es estar ab and on ad o a sí m ism o en


l'i. con tacto con el m al. L a nada del hom bre es entonces exp erim ental­
i

mente verificada. Aunque el alm a haya recibido el pan sobrenatural


en el m om ento en que lo ha p erdido, su alegría está m ezclada co n el
tem or, pues só lo ha podido h a ce r su petición p ara el presente. El p o r­
venir sigue inspirando m iedo. N o tiene derecho a pedir pan p a ra
m añ an a, pero exp resa su te m o r en form a de súplica. Ahí term ina la
oración . L a p alab ra «Padre» h a com enzado la p legaria, la p alab ra
«mal» la term in a. H ay que ir d e la co n fian za al tem o r. Sólo la c o n ­
LOS T R E S H IJO S D E N O E Y L A H IST O R IA
D E L A C IV IL IZ A C IO N M E D IT E R R A N E A

L a tradición sobre N o é y sus hj|oí arro ja una luz deslum brante sobre
la historia de la civ ilizad íiirm ed iterrán ea, si bien hay que sep arar de
ella lo que los h e b p » S ^ añadieron m ovidos p o r el odio. Salta a la
vista que su in te f^ e ta c ió n es extrañ a a la p ro p ia trad ició n , puesto
que im putan una falta a C am y hacen recaer la m aldición sobre uno
de los hijos llam ado C an aán . L os hebreros se van agloriab an de haber
arra sa d o gran núm ero de cúniSdés y pljeblos en territorio de C anaán
cu and o eran conducidos p w Josu é. ien quiere ah o gar a su p erro,
lo acusa de rab ia. Quien lo^ ^ d o y a , co n m ayor m otivo. N o
hay que escuchar el testim onio que co n tra la víctim a lanza el asesino, mi tT Ivk« u a ci
Ja fe t es el padre de los pueblos nóm ad as en los que se ha reco n o ­
cido a los que llam am os indoeuropeos. Sem es el padre de los semi­
ta s, hebreos, árabes, asirios y o tros; actualm ente se incluye entre ellos
a los fenicios, p or m otivos lingüísticos que no resultan convincentes;
incluso algunos, sin el m enor escrúpulo hacia los m u ertos, que deben
soportarlo to d o, m odela el pasado según su perspectiva presente e iden­
tifican a fenicios y hebreos. L o s textos bíblicos no hacen alusión a nin­
guna afinidad entre am bos pueblos; p o r el co n tra rio , se deduce del
Génesis que los fenicios descienden de C am . L o m ism o o cu rre con
los filisteos, a los que actualm ente se considera cretenses y , en conse­
cu en cia, pelasgos; tam bién desciende de C am la p ob lación de M eso-
p o tam ia anterior a la invasión sem ítica; es d ecir, aparentem ente los
su m erios, cuya civilización ad o p taro n posteriorm en te los babilonios;
igualm ente los hititas y , finalm ente, los egipcios. T o d a la civilización
m editerránea que precede inmediatamente a iQg-tieffip o sTíístóricos pro-
cede de C am . Se incluyen ahí todos lo s^ p ^ b lo s civ iliz a ^ re s .
Dice la Biblia: «V iendo Y ah vé que l ^ m aldadjiel-Ijém b re cundía
en la tierra, y que tod os los pensam ientos q u eS d eab á™ corazón eran
p uro m al de co n tin u o ... y se in d ig n ó ...» . Pero estab a N o é. «N oé fue
el varón más justo y cabal de su tiem po. N oé andaba con Dios». Antes
que él, desde el com ienzo de la hum anidad , sólo habían sido justos religión y en los fenicios los agentes de su transm isión. L o s helenos
("Abel y E n o c h .') recibieron to d o su pensam iento religioso de los pelasgos, que a su vez
/ N oé salvó al género h u m an o de la destrucción. U n a tradición h abían recibido casi todo de E g ip to p o r m ediación de los fenicios. U n
f r i e g a atribuía esta acción a P ro m eteo . D eu calión, el N o é de la m ito ­ p asaje espléndido de Ezequiel con firm a tam bién a H e ro d o to , pues en
logía griega, es hijo de Prom eteo. Una m ism a palabra griega sirve para él T iro es com p arad a al querubín que cu sto d ia el árbol de la vida en
designar el arca de D eucalión y , en P lu ta rco , el cofre en que fue en ce­ el E d é n , y E gip to al árbol m ism o — ese árb ol de vida que C risto co m ­
rrad o el cu erp o de O siris. L a litu rgia cristiana establece una relación p a ra b a con el reino de los Cielos y que tuvo com o fruto el p rop io
•entre el arca de N o é y la cruz. cu erp o de C risto colgado de la cruz.
A p arentem ente, N o é fue el p rim e ro , com o D yónisos, en p lan tar « E n to n a una elegía sobre el rey de T iro . Le dirás: ...E r e s el sello
u n a viña. «Bebió del vin o, se em b ria g ó , y quedó desnudo en m edio de u n a o b ra m a e stra ... E n el E d én estabas en el jardín de D io s ... Q ue­
de su tienda». V em os también el vin o, juntamente con el p an, en manos rubín p erfecto de alas desplegadas te había hecho y o ... C am in ab as
de M eiquisedec, rey de justicia y de p a z , sacerdote del Dios suprem o, en tre piedras de fuego. Fuiste p erfecto en tu con du cta desde el día de
al que A b rah am se som etió p agánd ole el diezm o y recibiendo su ben­ tu creació n h asta el día en que se h alló en ti iniquidad».
d ición; a p ro p ó sito de él, se d ice en un salm o: «O ráculo de Y ahvé «Di al F a ra ó n : ¿A qué c o m p a ra r te ? ... A un ced ro del L íb an o de
a mi Señor; siéntate a mi d ie stra ... T ú eres por siempre sacerdote según espléndido ra m a je ... E n tre las nubes despuntaba su co p a . L as aguas
el orden de M eiquisedec»; y sa n Pablo escribió de él: «Rey de paz, le hicieron c re c e r... E n sus ram as anidaban tod os los p ájaro s del cielo,
sin padre, ni m ad re, ni gen ealogía, sin com ienzo de días ni fin de vida, b ajo su frond a parían todas las bestias del cam p o , a su som b ra se sen­
asem ejado al H ijo de D ios, p erm an ece sacerdote p ara siem pre». tab an naciones num erosas. E ra h erm oso en su gran d eza... porque sus
Por el co n tra rio , el vino estab a prohibido a los sacerdotes de Israel raíces se alargaban hacia aguas abundantes. N o le igualaban los demás
en el servicio de D ios. Pero C risto bebió vino con los suyos desde el ced ros en el jardín de D io s... Y le envidiaban todos los árboles del
principio h asta el final de su v id a pública y se co m p aró a las cepas E d é n , los del jardín de D io s... ¡L e he desechado! E xtran jero s, los m ás
de la viña, residencia simbóHca de D yónisos p ara los griegos. Su p ri­ b árb aro s entre las n aciones, lo han talad o y lo han a b a n d o n a d o ...
m er acto fue la transm utación d el agua en vin o; el últim o, la tra n s­ Sobre sus despojos se han posado todos los pájaros del cielo ... E n señal
m u tación del vino en sangre de Dios. de duelo yo cerré sobre él el a b ism o ... y las aguas abundantes cesa­
N o é, em briagado por el vin o, estaba desnudo en su tienda. D es­ ro n ; p o r causa de él, llené de som b ra el L íb an o».
nudo co m o Adán y Eva antes de la caíd a. El crim en de desobediencia ¡Si las grandes naciones se en co n traran todavía a la som b ra de este
suscitó en ellos la vergüenza de sus cu erp os, pero m ás aún la vergüenza árb o l! N u n ca desde entonces ha en con trad o E gip to una exp resión de
de sus alm as. N o so tro s, que p articip am o s de -- j----------------------
su crim en, p articipam --------
os dulzura tan d esgarrad ora p a ra reflejar la justicia y la m isericord ia
tam bién de su vergüenza,, y ten em oS l)uen cu
tene:pKrSl)uen id ad o dde
cuMadQ e m antener siem-
siem ­ sobrenaturales hacia los hom bres. U na inscripción que cuenta co n cu a­
pre alrededor de n u e stra s: ; alm as lW v estidu ras.de lo ^ e n s a m ie n to s car- tro m il años de antigüedad pone en b o ca de Dios estas p alab ras: «He
irtásem o
nales y sociales; si las ap artásem oss p o r'u
por \ n ln s ta n te ^ o riría m o s de ver- cre a d o los cu atro vientos p a ra que to d o hom bre pueda resp irar com o
güenza. Sin embargo, habrá que perderla un día, si hay que creer a Platón su h erm an o ; las g rap d €sag u as p ara que el pobre pueda usar de ellas
cuando dice que todos son juzgados y que los jueces, m uertos y desnu­ co m o lo hace si^«énor; he cread o a to d o hom bre sem ejante a su h er­
d os, contem plan con el alm a a l a s ^ m a s , tod aS T n u ^ tas y desnudas. m an o . Y hg^-píohibido que com etan iniquidad, pero sus corazones han
Sólo algunos seres perfectos esíáíi^ g i^ rto s y d e sn u d ^ en el cu rso de destrp^ado lo que mi p alab ra había o rd en ad o ». L a m uerte h acía de
su vida en este m undo. Por e je m p l a > a r r ít s ñ ^ ^ que siempre to d o h om b re, rico o m iserable, un D ios p ara la eternidad, un Osiris
tenía el pensam iento fijo en la^ieSnudez y la pobreza del C risto cru cifi­ ju stificad o, si podía decir a O siris: «Señor de la v erd ad , te traigo la
cad o, o san Ju an de la C m z fq u e no tenía m ás deseo en el m undo que 'v e rd a d . H e destruido el m al p ara ti». P a ra eso, era preciso que pudiera
la desnudez deJkéspmttíTPero si so p o rtab an la desnudez era p o r estar decir: «Jam ás he antepuesto m i n om b re p a ra recibir h onores. N u n ca
em briagados'cle,>'tío; del vino que co rre cada día sobre el altar. Este exigí que se trab ajara un tiem po suplem entario p ara m í. N o hice cas-
vino es ej^ ^ ico re m e d io a la vergüenza que se apoderó de Adán y Eva. I tigar a ningún esclavo por su am o. N o he p rovocad o ninguna m uerte.
« Y iír tja m la desnudez de su padre y avisó a sus dos h erm an os». A nadie he dejado h am briento. A nadie he causado m iedo. A nadie
P ero ellos no quisieron verla. C ogieron un m an to y , cam inando h acia he h echo llo rar. N u n ca alcé de fo rm a altiva la voz. N o he sido sordo
a trá v e u b fIe ro ñ ~ 3 ^ u p adre. u - — ----- ^ a p alab ras justas y verdaderas».
(E^ p t q j y ,Fenigiar^son hijos^3fc? ^ a m . J -lerod oto. con firm ad o p or L a com p asión sobrenatural p ara los hom bres no puede ser sino
num efosáé tradiciones y testim on ios, veía en E gip to el origen de la una p articip ación en la com p asión de D ios, que es la Pasión. H ero -
d o to vio el lugar sag rad o , p ró x im o a un estanque red on do de piedra «P or ello diriges rectam en te el universal L o g o s a través de to d as
lleno de agu a, en que cad a año se celebraba una fiesta, a la que se las c o s a s ...
llam ab a m isterio, que rep resen tab a la pasión de D ios. L o s egipcios « É l, engendrado tan g ran d e, rey suprem o del universo».
sab ían que no nos es dado ver a D ios rnás que en el C o rd ero sacrifi­
ca d o . H ace aproxim adam ente veinte mil años, si hay que creer a H ero- T am b ién bajo varios n om b res, to d o s equivalentes a Isis, co n o cie­
d o to , un ser hum ano, pero san to y quizá divino, al que él llam a H e ra ­ ro n los griegos un ser fem enino, m atern al, virgen, in ta cto , no idén­
cles, y que acaso es idéntico a N e m ro d , nieto de C a m , quiso ver a tico a Dios y sin em bargo divino, una M a d re de los hom bres y de las
D ios cara a cara y le dirigió su súplica. Dios no quería acced er p ero , cosas, una M adre del M ed iad or. Platónxiabla claram en te^ g ^ lla, pero
n o pudiendo resistirse a su o ra ció n , m ató y despellejó un carn ero , tom ó co m o en voz b aja, con tern u ra y tem o r.
su cabeza com o m ásca ra , se revistió con su vellón y se le m o stró de O tros pueblos surgidos de Jafet o de Sem recibieron , tardía p ero
esta form a. E n recuerdo del acon tecim ien to, una vez al añ o se m ataba ávidam ente, la enseñanza que ofrecían los hijos de C am . É ste fue el
en T eb as un carn ero y se cu bría la estatua de Z eus con su piel, m ien­ caso de los celtas, que acep taron la d o ctrin a de los druidas, an terior
tra s el pueblo celebraba el d u e lo ; luego se en terraba el ca rn e ro en un ciertam en te a su llegada a la G alia, pues esta llegada fue tard ía y una
sepulcro sagrado. tradición griega se refería a los druidas de G alia com o uno de los o rí­
E l conocim iento y el a m o r d e una segunda p erson a divina, dis­ genes de la filosofía griega. E l druidism o debió ser, p ues, la rehgión
tinta al Dios poderoso y cre a d o r y al mismo tiem po idéntica, sabidu­ de los iberos. L o p o co que sabem os de esta d o ctrin a lo relacion a con
ría y am or al m ism o tiem p o , ord en ad o ra de to d o el u niverso, in struc­ Pitágoras. Los babilonios absorbieron la civilización de M esop otam ia.
to ra de los hom b res, aunando en sí por la en carn ación la natu raleza L o s asirios, pueblo salvaje, se m antuvieron sin duda m ás o m enos aje­
h um ana y la divina, m ed iad o ra, sufriente, red en tora de alm as; esto n os. L os ro m an o s fueron com pletam ente sord os y ciegos a to d o lo
es lo^_auejbs-pueblos e n co n tra ro n a la som bra del árbol m aravilloso espiritual, hasta el día en que fueron h um anizados en m ayor o m enor
; C am . Si ése es el vino que em briagó a N oé cuando grad o por el bautism o cristian o. P arece tam bién que las poblaciones
___ y d esnu d o, p o d ía muy bien haber perdido la ver- germ ánicas sólo tuvieron acceso a alguna n o ción de lo sobrenatural
|ue-es. herencia de los h ijo s de A dán, al recibir el bautismo cristiano. Pero sin duda hay que hacer una excep­
jsh ejg n o s, hijos de Tafet, que se habían negado a ver la desnu­ ción con los g o d os, un pueblo de ju stos, sin duda tan tracio com o
dez d e T ^ ^ , llegaron ignorantes a la tierra sagrad a de G recia. Así lo germ ano y em parentado con los getas, n ó m ad as locam ente en am o ra­
m anifiesta H erodoto y o tro s m u ch os testim onios. Pero los prim eros dos de la inm ortalidad y el o tro m undo.
en llegar, los aqueos, bebieron co n avidez la enseñanza que se les Israel rech azó la revelación so b ren atu ral, pues no necesitaba un
ofrecía. D ios que hablara al alm a en lo secreto, sino un Dios presente en la
E l dios que es distinto a l D io s supremo y al m ism o tiem po idén­ colectividad n acion al y p ro tecto r en la g u erra. Israel b uscaba el poder
tico está en ellos oculto tra s múltiples nom bres que no lo velarían a y la prosperidad. A pesar de sus co n tacto s frecuentes y p rolongados
nuestros ojos si no estuviésem os cegados p o r el p reju icio; en efecto, con E g ip to , los hebreos se m antuvieron im perm eables a la fe de O s i - /
num erosas relaciones, alusiones, indicaciones, a m enudo m uy claras, ris, a la in m ortalid ad , a la salvación, a la identificación del alm a con
m uestran la equivalencia de to d o s estos nom bres entre sí y con el de Dios p or la carid ad . E ste rechazo hizo posible que se diera m uerte
O siris. Algunos de estos n o m b res son; D yónisos, P ro m eteo , A m o r, a C risto y se p rolon gó después de esta m uerte en la dispersión y el
A frod ita celeste. H ad es, C o ré , P erséfon a, M in o s, H erm es, A p o lo , sufrim iento sin fin ...
A rtem isa, Alma del m undo. O tro nom bre que tuvo m agnífica fortuna Sin em b argo, Israel recibió en algunos m om entos destellos de luz
es L o g o s, V erbo o , m ás bien. R elació n , M ed iación . que perm itieron al cristianism o p artir de Jeru salén . Jo b era m esopo-
Los griegos tenían adem ás co n o cim ien to , sin duda recibido ta m ­ ta m io , no judío, pero sus palabras m aravillosas figuran en la Biblia;
bién de Egip to puesto que n o disponían de o tra fuente, de una tercera evoca el M ed iad or en esa función suprem a de árb itro entre Dios y el
p erson a de la T rin id ad , relación entre las o tras dos. A p arece con fre­ hom bre, función que Hesíodo atribuye a P rom eteo. Daniel, el prim ero,
cu encia en Platón y se la e n cu en tra ya en H e rá clito ; el him no a Z eus cron ológicam en te, entre los hebreos cu ya historia no está m an ch ada
del estoico C lean to, inspirado en H eráclito , nos pone la T rin id ad ante p o r algún rasgo a tro z , fue iniciado en el exilio a la sabiduría caldea
los ojos: y fue amigo de reyes medios y persas. Los persas, dice H erod oto, recha­
zaban to d a representación hum ana de la divinidad, pero ad o rab an ,
« ...T a l es la virtud del servidor que tienes en tus invencibles m anos. al lado de Z eu s, a la A frodita celeste b ajo el nom bre de M ith ra. E s
«Lo de doble filo, de fu eg o , lo eterno viviente, el r a y o ... ella sin duda la que ap arece en la Biblia con el nom bre de Sabiduría.
rT a m b ié n durante el exilio la n o ció n del justo sufriente, procedente E l cristian ism o, habiendo n acid o en Ju d ea bajo la dom inación
de G recia, de Egip to o de o tra p a rte , se infiltró en Israel. M ás tarde ro m a n a , lleva dentro de sí el espíritu de los tres hijos de N o é . Así,
el helenismo anegó p or breve tiem p o P alestina. G racias a to d o ello. han tenido lugar guerras entre cristian os en las que el espíritu de C am
Cristo pudo tener discípulos. ¡P ero qué larg a, paciente y prudente debió estaba de un lado y el de Ja fe t del o tro . É ste fue el caso de la guerra
de ser su form ación ! E n ca m b io , el eunuco de la reina de E tio p ía , el de los albigenses. N o en van o se en cuen tran en T oulouse esculturas
país que aparece en La litada c o m o tierra elegida p o r los dioses, donde ro m án icas de estilo egipcio. Pero si el espíritu de los hijos que rech a­
según H ero d o to se ad orab a únicam en te a Z eu s y D yónisos y donde zaron particip ar de la embriaguez y la desnudez ha podido encontrarse
la m itología griega, según el m ism o H e ro d o to , situaba el refugio en entre los cristian os, ¡cu án to m ás entre aquéllos que rech azan el cris­
que fue ocu ltad o y preservadp-D yoíírsos n in o T ^ u e l eunuco no tuvo tianism o y retom an abiertam ente el m an to de Sem y de Ja fe t!
necesidad de ninguna p r q p ^ c i ó n . En cu an to oyó el relato de la vida T o d o s los que tienen una p a rte , g ra n d e ^ p e q u e ñ a , d irecta o indi­
y la m uerte de C risto rec'imóíSl-hsL re cta, consciente o im plícita, p ero autgíifíca, en el vino de N o é y M el-
Im períbirom ano era en ton ces verdaderam ente id ólatra. Su ídolo quisedec, en la sangre de Cristo^,,tcráos ellos son herm an os de^Égipte^
í a el E s t^ d c ^ e adoraba al em perador. D ebiendo estar tod as las for- y de T jjxu hijos a d o p tiv o s íle < ^ m . P ero h oy día los hijos d e-fafet y^
religiosa subordinadas a ésa, ninguna de ellas podía ele­ los d é S e n ^ a c e n muclj©<fías ruido. Poderosos unos, perseguidos otro s,
varse por encim a de la id olatría. Se dio m uerte a tod os los druidas de set?^^<i<3 s por un odio atro z, son herm anos y existe entre ellos un gran
la Galia. Se m ató y encarceló a lo s fieles de Dyónisos acusándoles de p arecid o. Se^Darece&Dori£Lr.echazo,.d&la<desHüdég^'0yiS^eeé^idad
libertinaje, m otivo m uy p oco verosímil dado el nivel de libertinaje públi­ del vestid o , hecho de carn e-v. sob re to d o de. calor^coleetivo,>que p ro ­
cam ente tolerado. Se persiguió a los p itagóricos, a los estoicos, a los tege c o n tra la luz el m al que cad a u n o lle y a;d en tro dé sE E & fe vestido'
filósofos. Lo que quedó era la b a ja idolatría y así los prejuicios de Israel hace inofensivo a D ios, permite indistintatem entenegarlo-o afirm arlo,
transm itidos a los prim eros cristian os se veían corroborados p o r coin ­ invocarlo tanto con.nom bres.falsos com o verdaderos^ permite-llamarlo
cidencia. Los misterios griegos estaban desde hacía m ucho tiem po envi­ p o r su n om b re sin tem or a que el alm a se transform e p or el poder
lecidos, los im portados de O rien te tenían aproxim adam ente la m ism a sob ren atu ral de este-nom bre. >
autenticidad que tienen hoy día las creencias de los teósofos. E s difícil saber si la historia de los tres h erm anos, el m ás joven
Así pudo acreditarse la fa lsan p eió n cle paganism o. N o nos dam os de los cu ales, com o en los cu en to s, llevaría a cab o la aventura m a ra ­
cuenta de que si los h eb reo s^ e-^ ^ ello s tiempos resucitasen entre noso­ villosa, tiene una proyección m ás allá de los límites del M ed iterrá­
tro s, su prim era re a c c ip ir^ ría m atarn o s a to d o s, incluidos los niños neo. Sólo se puede decir que la trad ición hindú, tan extrao rd in aria­
en su cu nas, y arcasár nuestras ciudades, acusándonos de crím enes mente semejante en cuanto al núcleo de su inspiración al pensam iento
de idolatría. JB in a n que C risto es un B aal y la Virgen una A starté. griego, no es probablem ente de origen in d oeuropeo, pues los helenos
Sus perjuicios infiltrados en la sustancia m ism a del cristianism o la h ab rían poseído al llegar a G recia y n o habrían tenido que apren­
d esarraigaron a E u ro p a , la sep araron de su p asado m ilenario y esta­ derlo to d o . P o r o tra p arte, según N o n n o s, hay dos referencias a la
blecieron una separación a b so lu ta , infranqueable, entre la vida reli­ India en la tradición dionisíaca; Z ag reu s había sido educado junto a
giosa y la vida p rofan a, siendo ésta última herencia íntegra de la época un río indio llam ado H ydaspe, y D yón isos habría hecho una exp edi­
p agan a. Este desarraigo alca n z ó un m a y o r grado de profundidad ción a la India. Dicho sea de p a so , en el cu rso de este viaje se habría
cu an d o, más ta rd e , E u ro p a se sep aró en una am plia m edida de la p ro ­ en co n trad o con un rey im pío que lanzó su ejército co n tra él cuando
pia tradición cristiana sin posibilidad de restablecer ningún vínculo se en co n trab a d esarm ad o, al sur del m on te C arm elo, obligándole a
espiritual con la antigüedad. Posteriorm ente h a Llegado hasta los demás refugiarse en el m ar R ojo. La litada h ab la tam bién de este incidente
continentes del globo p ara d esarraigarlos a su vez p o r las arm as, el pero sin situarlo. ¿Se refiere e Israel? Sea com o fuere, el parentesco
d in ero, la técnica y la p ro p a g a n d a religiosa. A h o ra puede quizá afir­ de Dyónisos con Vishú es evidente, y D yónisos recibe tam bién el nom ­
m arse ya que la totalidad del plan eta e ^ á desarraigado y huérfano bre de B a co . N o puede decirse n ada m ás de la India. Probablem ente
de su pasado. Y todo ello porque c r i s tia n is m o naciente no supo sepa­ no puede decirse nada más del resto de A sia, ni de O ceanía, ni de Ainé-
rarse de una tradición que^jio<íbstante, había llegado h asta el asesi­ rica , ni del Á frica negra.
n ato de C risto. Y sin,j6frrBMgo n o fue la idolatría el objetivo co n tra P ero p or lo que atañe a la cu enca m ed iterrán ea, la leyenda de los
el que C risto lagzcCel fuego de su indignación, sino los fariseos, p a rti­ tres h erm an os es la clave de la h isto ria. C am fue realm ente m alde­
d arios y artífices de la restau ració n religiosa y n acional judía y enemi­ cid o , p ero la m aldición le es com ú n co n todas las co sas, con todos
gos del espíritu helénico. «H ab éis rob ad o la llave del con ocim iento». los seres a los que un exceso de belleza y de pureza destina a la desdi­
¿Se ha com prendido alguna vez el alcance de esta acusación.? cha. M u ch as invasiones se han sucedido en el curso de los siglos. Siem­
pre los invasores procedían de lo s hijos voluntariam ente ciegos. C ad a eran el elem ento in vasor, p ero en la que de h ech o p red om in ab an los
vez que un pueblo invasor se som etió al espíritu del lu g a r, es decir, pelasgos. L os pelasgos p roced en de C am . L o s helenos lo aprendieron
al de C am , y bebió de su inspiración, dio lugar a una civilización. Siem­ to d o de ellos. L os atenienses, en p a rticu la r, eran casi pelasgos puros.
pre que prefirió m antenerse en su ignorancia orgu llosa, hubo b arb a­ Si se adm ite, conform e a una de las dos hipótesis entre las que
rie , y tinieblas peores que la m u erte se extendieron d u ran te siglos. se dividen los eruditos, que los hebreos salieron de E g ip to en el siglo
Q ue el espíritu de C am p u e d a volver p ron to a florecer al borde X I I I , el m o m en to de su salida está p ró x im o a la ép oca de la gu erra
de estas olas. de T ro y a , según indica H ero d o to .
A partir de este d ato , una sencilla hipótesis se presenta a la m ente:
A d d en d u m el m om ento en que M oisés con sid eró, co n o sin inspiración divina,
que los hebreos ya habían errad o b astan te jj o r 'e l desierto y podían
H a y o tra prueba m ás de que N o é revelación. Se dice en en trar en Palestina, fue cu and o los gu errefos de este p aís se en co n tra­
la Biblia que Dios hizo un p a ct h u m i l d a d en la p erso n a de ban ausentes por haber partido hacia T 'roy a, pues los troyanos habrían
N o é , p acto cu y o signo fue e icto de D ios co n el hom - llam ad o en su ayuda a pueblos'^situados incluso b astan te lejos de su
bre no puede ser sino un ____ territorio. L os hebreos^coríducidos p o r Jo su é pudieron aplastar sin difi­
E sta revelación está re la cio n a d a con la idea de sacrificio. Fue al cu ltad es y sin necesidad de m u ch os m ilagros a unas poblaciones que
percibir el arom a del sacrificio de N o é cuando Dios resolvió que nunca no tenían defensa. Pero un día los gu erreros que h abían m arch ad o
m ás volvería a destruir la h um anidad. Fue éste un sacrificio red en tor. a T ro y a regresaron. E n ton ces la con qu ista se d etu vo. A sí, al princi­
C asi podría creerse que se tra ta de una prefiguración del sacrificio de pio del libro de los Ju eces, se ve a los hebreos m u ch o m enos avan za­
C risto. dos que al final del libro de Jo su é ; y se les encuentra enfrentados con
L os cristianos llam an sacrificio a la m isa, que repite to d o s los días p oblaciones que bajo Josu é decían h ab er exterm in ad o totalm en te.
la Pasión. L a Bhagavad-Gita, q ue es an terior a la era cristia n a , ta m ­ Se com prende así que la gu erra de T ro y a no haya dejado ninguna
bién h ace decir al Dios e n ca rn a d o : «El sacrificio soy yo m ism o p re­ huella en la Biblia, co m o tam p o co la conquista de Palestina en las tra ­
sente en este cu e rp o » . El vín cu lo entre las ideas de sacrificio y en car­ diciones griegas.
n ació n es probablem ente m uy an tigu o. Sin em bargo el silencio to tal de H ero d o to sobre Israel resulta niuy
L a guerra de Troya, uno de lo s ejemplos m ás trágicos del odio de enigm ático. Este pueblo debe haber sido considerado en aquella época
los dos herm anos hacia C am , fu e un atentado contra éste p o r p arte de co m o sacrilego, com o algo de lo que no se debe h acer m ención. E s
Jafet. Del lado de los troyanos só lo se encuentran pueblos procedentes concebible si es el pueblo de Israel lo que se o cu lta tras el nom bre de
de C am , m ientras que ninguno d e éstos aparece en el bando con trario. L icu rg o , el rey que se lanzó en arm as sobre Dyónisos desarm ado. Pero
H ay una aparente e xcep ció n a lo dich o, p ero que es en reahdad tras el reto rn o del exiho y la recon stru cción del T em p lo , hubo segu­
u na confirm ación: los cretenses. C reta fue una de las perlas de la civi­ ram ente un cam bio.
lización nacid a de C ara. E n L a litada vem os a los cretenses del lado
de los aqueos.
A h o ra bien, H ero d o to n os m u estra que se tra ta b a de falsos cre­
ten ses, pues eran realm ente helenos que habían poblado p o co antes
la isla, una vez que ésta había llegado a estar casi desierta. A su vuelta.
M in o s, irritad o co n tra ellos p o r su participación en la g u e rra , los cas­
tigó con la peste. E n el siglo V la Pitia de Delfos prohibió a los cre ­
tenses que se unieran a los grieg o s en las guerras m édicas.
L a guerra de T ro y a fue la em presa de la destrucción de tod a una
civilización. Y esa em presa triu n fó .
H o m e ro siem pre se refiere a T ro y a co m o «la sagrad a Ilión ». E s ta
g u erra fue el p ecado original de los griegos, el .objeto de su rem ordi-
m iento.»Por este rem ordim iento lo s verdugos se hicieron m erecedores
a la herencia p arcial de la in spiración de sus víctim as.
Pero tam bién es verdad q u e, exceptuados los d o rio s, los griegos
eran una m ezcla de helenos y pelasgos, m ezcla en la que los helenos
A PEN D IC E
CARTA A J. M . P E R R IN
(fragm ento)

C re o que hay que m antener siempre lo que se p iensa, aun cu an d o se


m an ten ga un error con tra una verd ad ; p e ro , al m ism o tiem p o, h ay
que o ra r perpetuamente para acceder a una m ayor verdad y estar siem­
pre dispuesto a abandonar cualquier opinión en cu an to la inteligen­
cia reciba m ás luz. Pero no antes.
E n cu an to a la existencia de un bloque co m p a cto de dogm as al
m argen del pensam iento, creo que es algo infinitamente precioso. Pero
creo que ese bloque es ofrecid o a la aten ción m ás que a la creen cia.
C u an d o en él se han percibido claram ente puntos de luz, debe p en ­
sarse que las partes oscuras parecen co n frecuencia tales porque n o
se las ha m irad o con suficiente aten ción . D igo «con frecuencia» p o r­
que hay tam bién una parte de deform ación h um ana inevitable y , p o r
ta n to , p artes no inspiradas; p ero siempre hay que co n ta r con la posi-
E s sin duda en este período^ (a b ril de 1 9 4 2 ) en el q u e se sitúa esta bihdad de equivocarse en este p un to. H ay que m irar las partes oscu ­
carta cuya prim era página falta (lleva la cifra 2 en su parte superior); ras h asta que se vea b ro tar en ellas la luz; p ero tam bién es cierto que,
a esta época p erten ece tam bién la carta a G. T h ib o n q u e viene in m e­ h asta que eso o cu rre, no se les debe m ás adhesión que la p rop ia aten ­
diatam ente después. ció n . H ab lo de la atención m ás profu n da, aquélla a la que el am or
Para hacerse una idea real de s u s contenidos hay q u e tener en cuenta a co m p añ a y que se confunde co n la o ra ció n . Si el bloque de dogm as
la angustia q u e Sim one W eil in co rp o ra ba a las cuestiones esenciales. no existiera, no se vería m ás que allí donde se ve ya la luz y no se
E l año siguiente escribía a M a u rice Sch u m a n n : « T en g o m iedo hasta p ro g resaría.
la angustia de estar, p o r el co n tra rio , entre los esclavos indóciles». H ay pasajes del evangelio que an tañ o m e ch o cab an y que ah ora
D e la lectura de esta carta o d e alguna otra podría d educirse que son p ara mí extrem ad am en te lum inosos. P ero la verdad que en ellos
e l bautism o era nuestro único tem a de conversación; es cierto q u e ella se encuentra no se p arece en m o d o alguno al significado que yo creía
se refería a este punto co n frec u en c ia , p ero hablábam os tam bién d el p ercibir anteriorm ente y que m e resultaba tan ch o can te. Si no los
a m o r a Dios (leyó algunos capítulos redactados p o r a q u el tiem po de hubiera leído y releído con atención y a m o r, n o habría podido llegar
m i obra Le m ytére de la charitéj^ del evangelio y d e la salvación del a esa verdad. Pero tam poco habría podido llegar a ella si hubiera abdi­
m u n d o , así co m o de la oración y de la vida co n Dios, especialm ente cad o de mi propia opinión, si hubiera hecho un acto de sumisión antes
en los textos «Le Pére dans le secret», etc. de percibir la luz que contienen. O tros pasajes de los evangelios están
to d av ía cerrad o s a mis ojos; pienso que con el tiem po y con el auxilio
1. Véase Prefacio, su pra, p. 2 0 . de la g ra cia , la atención y el a m o r, deberán algún día torn arse casi
to d o s transparentes. L o m ism o diría respecto a los dogm as de la fe
cató lica.
D ebo decir que mi actitu d espiritual respecto a las otras trad icio ­
nes religiosas o m etafísicas y los otros texto s sagrad os es la m ism a,
aunque la fe católica me p a re z ca la más llena de luz. Desde nuestros
prim eros co n ta cto s, cuando yo le expresaba mis dificultades referen­ CARTA A GUSTAVE T H IB O N
tes a las otras religiones, usted m e decía que sin d u d a, con el tiem p o, (extracto )
esas dificultades perderían su im portan cia para m í. D ebo decir en ver­
dad que, al co n tra rio , cu an to m á s pienso en ello m ás inaceptable me
p arece en este aspecto la actitud tradicion al de la Iglesia y m ás im p o r­
tan te tam bién me p arece este p u n to , pues creo que tal actitud n o sólo
rebaja a las otras religiones sino tam bién a la prop ia religión cató lica.
Sin em b argo, no creo ya que actu alm ente ello suponga un obstáculo
insuperable para el bautism o. M e parece, quizá equivocadam ente, que
la actitud de la Iglesia en este p u n to no es esencial p a ra la fe cató lica
y que puede m odificarla co m o y a lo hizo antes en cuestiones de astro ­
n o m ía, física y biología, o sob re la historia y la crítica. M e p arece, ... Y a habrá usted adivinado que las palabras del P. Perrin, ayer tarde,
incluso, que deberá forzosam en te cam biar de a ctitu d , que no p odrá me han afligido m u ch o. Casi he tenido la im presión de haber faltado
dejar de hacerlo. de p robidad p ara con él, aunque siem pre he tra ta d o de no m entirle.
Podría extenderm e m u ch o m á s sobre este asu n to , pero h ay que L a idea de decepcionarle y causarle algún p esar me resulta e xtrem a­
ponerse límites. Añadiría solam ente esto. L a misma E scritura contiene, dam ente p en o sa, a causa de mi afecto y agrad ecim ien to por la c a ri­
en mi opinión, la prueba con clu yente de que m ucho tiem po antes de dad que le lleva a desear mi bien. Sin e m b arg o , no puedo en trar en
C risto, en el alba de los tiem pos históricos, hubo una revelación supe­ la Iglesia p ara no causarle p e n a ...
rio r a la de Israel. N o veo qué o tr o sentido podría darse a la historia N o conseguí entender a qué se refería cu an d o m e hablaba de
de M elquisedec y al co m en tario que de ella h ace san Pablo. A l leer «com u n icarm e la plenitud del Señor». ¿Pensaba en eso que los santos
el pasaje de san P ab lo , casi p a re ce que se tra ta de o tra en carn ación y quienes están p róxim os a la santidad son lo s únicos en poseer? E n
del V erb o. Pero sin ir tan lejos, la frase: «T ú eres sacerdote p ara siem­ tal ca so , la virtud de los sacram entos en ningún m od o puede p ro cu ­
pre a semejanza de Melquisedec» muestra de m anera evidente que Mel­ ra rlo , pues nunca nadie ha atribuido a los sacram en to s la virtud de
quisedec estaba vinculado co n u n a revelación p ró x im a a la cristian a, proporcionar la santidad. C reo que, si me bautizara esta tarde, m añana
m enos com pleta quizá, p ero a su m ism o nivel; m ientras que la revela­ estaría casi tan lejos de la santidad com o en este m om en to; estoy ale­
ción de Israel es de un nivel muy inferior. N o se sabe nada sobre M el- jada de ella, p o r desgracia, p or obstáculos m u ch o más difíciles de ven­
quisec sin o... cer que la no participación en los sacram entos. Y si el P. Perrin hablaba
de la com u n icación de Dios tal com o cu alq u ier católico convencido
la recibe, no creo que eso sea p ara mí algo p o r llegar. L o m ism o diría
cuando habla de «redil»; si es en el sentido del evangelio, es decir,
si se refiere al reino de D ios, estoy desgraciad am en te m uy lejos de él,
extrem ad am en te lejos. Si es de la Iglesia de lo que h abla, es verdad
que m e encuentro cerca, pues estoy a sus p u ertas. Pero eso no quiere
decir que esté próxim a a entrar en ella. E s verdad que el menor impulso
bastaría p a ra hacerm e en trar; p ero tod avía h a ce falta ese im pulso, sin
el cual puedo quedarme indefinidamente a la p uerta. M i ferviente deseo
de com p lacer al P . Perrin no puede cum plir la función del im pulso,
sino que, al co n tra rio , m ás bien me retiene p ara evitar una m ezcla
ilegítima de actitudes.
E n este m o m en to estaría más dispuesta a m orir por la Iglesia, si
algún día hubiera necesidad de m orir p o r ella, que a en trar en ella.
M o rir no com p rom ete a n ada, p o r decirlo de algún m od o; no en trañ a
m entira alguna.
D esgraciadam ente, tengo la im presión de que m iento, haga lo que
h ag a; sea m anteniéndom e fuera d e la Iglesia, sea entrando en ella, caso
de que en trara. L a cuestión es sa b e r dónde está la m entira m e n o r, y
esto es algo que está todavía en suspenso en mi espíritu. E s u na v er­ CARTA A M A U R IC E S C H U M A N N
dadera lástim a que precisam ente sobre este punto no pueda pedir co n ­ (extracto )
sejo al P. Perrin, pues no p u ed o exponerle el problem a tal co m o a
mí se me plan tea.
Ansio com placer a las personas que am o , pero el destino hace co n ­
tinuam ente de m í una causa u ocasión de d olor.

... T o d a la p arte m ediocre del alm a rech aza el sacram en to , lo odia


y lo tem e con m ás intensidad de la que un anim al retrocede p ara huir
de la m uerte que se le acerca ( ...) . C u an to m ás real es el deseo de Dios
y, p o r ta n to , el co n tacto con D ios a trav és del sacram en to , m ás vio­
lento es el rech azo de la p arte m ed iocre del alm a; rech azo co m p a ra ­
ble a la retracció n de una carne viva a p u n to de ser presa del fuego.
Según los casos tendrá fundam entalm ente un m atiz de rep u lsión , de
odio o de m iedo. ( ...) E n su esfuerzo desesperado p or sobrevivir y p o r
escap ar a la destrucción p or el fu ego, la p arte m ediocre del alm a
inventa argum entos con actividad febril. L o s tom a prestad os de cu al­
quier arsen al, incluida la teología y to d as las advertencias sobre los
peligros de los sacram entos indignos. Siem pre que estos pensam ien­
tos no sean escuchados p or el alm a en que surgen, este tu m u lto inte­
rior es infinitamente venturoso. C u an to m ás violento es el m ovim iento
interior de re tro ceso , de rebelión y de te m o r, m ás seguro es que el
sacram ento va a destruir m ucho m al en el alm a y a llevarla m ucho
m ás cerca de la perfección.
S im on e Weil

N a c ió en P arís en 1 9 0 9 y m u rió tre in ta y c u a tro


añ o s después en A sh fo rd , c e r c a de L o n d re s. In g resó
en el L y cée H e n ri IV y estu d ió filosofía co n A lain,
p a ra ser m ás ta rd e p ro fe s o ra de filo so fía en París,
Le Puy, A u x e rre y R o an n e. M ilita n te de izquierdas y
c o m p ro m e tid a co n el m o v im ie n to o b re ro , a finales de
1 9 3 4 ab an d o n a te m p o ra lm e n te la vida d o ce n te p a ra
llevar u n a existe n cia o b re ra , tra b a ja n d o en diversas
fáb ricas. P articip a b re v e m e n te en la g u e rra civil es­
p a ñ o la , en la «C o lu m n a D u rru ti» , re in co rp o rá n d o se
lu ego a su la b o r d o ce n te , h a s ta que el ag rav am ien to
de u n a en ferm ed ad c ró n ic a la obliga a ab an d o n ar
d efin itivam en te las clases. D u ra n te la segu nd a g u e rra
m u n d ial, y en c o n tra d e su d eseo de in teg rarse en la
R esisten cia, fue d estin ad a a la b o re s b u ro crá tica s p o r
los serv icios de la F ra n c ia L ib re . Su solid arid ad co n
los fran ceses de la zo n a o c u p a d a la lleva a n egarse a
c o m e r m ás de lo que ellos c o m ía n . E sta a n o re x ia v o ­
lu n taria ag rav a u n a recién d iag n o sticad a tu b ercu losis,
y m u e re en a g o sto de 1 9 4 3 .
D e Sim one W eil p u ed en e n co n tra rse en esta m is­
ma E d ito ria l: Pensamientos desordenados ( 1 9 9 5 ) ,
Echar raíces ( 1 9 9 6 ) , Carta a un religioso (1 9 9 8 ) , Es­
critos de Londres y últimas cartas ( 2 0 0 0 ) , Cuader­
nos ( 2 0 0 1 ) , E l conocimiento sobrenatural ( 2 0 0 3 ) , A
la espera de Dios (^ 2 0 0 9 ), Intuiciones precristianas
( 2 0 0 4 ) , La fuente griega ( 2 0 0 5 ) , Poemas seguidos de
Venecia salvada^(1006), Escritos históricos y políticos
( 2 0 0 7 ) y La gravedad y la gracia ( ''2 0 0 7 ) , adem ás de
la b iografía de S im on e P é tre m e n t Vida de Simone Weil
(1 9 9 7 ).

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