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Lunes 30 De Abril
La invención de la infancia en la
literatura
Cultura 28 Ene 2016 - 5:58 PM
Por: Camila Builes
Hoy comienza el Hay Festival Cartagena, que contará con más de cuarenta
ponencias sobre economía, política, periodismo, arte, literatura y cine. La
infancia en la literatura es el tema que le da apertura este año.
La lectura permite a los niños tener mayor claridad sobre el mundo. / Ilustración: Carlos Andrés
Pérez Boada
ຐ
“A lj dí i i d d dí h
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“Aquel jardín era mi reino, donde podía hacer y decir lo que quisiera. Allí creé
mundos lacrimosos, románticos y bestiales, mundos que luego se reflejaron en
parte de mi obra”, dijo Julio Cortázar en una entrevista para el programa
español A fondo en 1977. El jardín al que se refería era el de su casa en Banfield,
un suburbio cerca de Buenos Aires que por esa época —principios del siglo XX—
quedaba a treinta minutos en tren y que ahora hace parte de la ciudad. La casa
donde vivió hasta los 17 años y que habitó con el deseo de estar siempre solo,
siempre lejos. (Vea aquí nuestro especial sobre el Hay Festival)
Los escritores no escriben desde el niño, porque este habita, desde siempre, en
una zona propia. “Zona bloqueada
en
la memoria
del
ຐadulto respecto de la
propia infancia de la que no quedan sino jirones confusos percepciones
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propia infancia, de la que no quedan sino jirones confusos, percepciones
vagamente familiares que remiten a ese lugar perdido al que no se puede
acceder”, escribió la académica argentina Adriana Astutti en su libro Andares
Clancos (2001). Ese lugar perdido que Marcel Proust recrea a partir de una taza
de té y una magdalena no está pensado desde el niño, sino desde la proyección
del adulto que busca recuperar su pasado y que, al hacerlo, lo inventa de nuevo,
una vez más.
“La fascinación por la infancia perdida —escribió Enrique Molina en La hija del
insomnio (1990) — se convierte en ella, por una oscura mutación que cambia los
signos, en la fascinación de la muerte, igualmente deslumbradora una y otra,
igualmente plenas de vértigo”. Ella era Alejandra Pizarnik, quien creció en el
mismo barrio en donde nació: Avellaneda, en Buenos Aires. Cuando era pequeña
no sabía pronunciar la erre, parecía una francesa tratando de simular el acento
argentino. Odiaba eso. Odiaba su piel con bolas de pus en todo el rostro. Odiaba
subir de peso con tanta facilidad como respirar. Odiaba que la compararan con
Myriam, su hermana. El único hoyo de escape para el odio eran las anfetaminas,
que causaron largos períodos de trastornos del sueño como euforia e insomnio.
Su escritura se cruzó por el deseo de recuperar la infancia, al menos en
recuerdos borrosos.
“Lo infantil tiende a morir ahora pero no por ello entro en la adultez definitiva.
El miedo es demasiado fuerte, sin duda. Me miro en el espejo y parezco una niña.
Muchas penas serían ahorradas si aceptara la verdad”, escribió la argentina en
sus diarios.
sujeto desde sucesos reales o fantasmas, para comprender ese primer ser en la
vida, la singularidad, el pasado que contiene la sustancia que explica una parte
importante del presente, las motivaciones personales, la identidad actual, los
proyectos de futuro. Se revisa la temprana edad que da origen a esa identidad
múltiple y final. Así es como Lady Rojas-Trempe comenta acerca de la biografía
de la escritora mexicana Aline Pettersson: “Desde el inicio textual el sujeto
autobiográfico considera la infancia, el objeto literario, como el espacio real y
simbólico de donde emerge la simiente humana de creación literaria”.
En algunos cuentos de Borges, por ejemplo, el tono que se utiliza para hablar de
la infancia se entiende como una recapitulación, se presenta como una
complicidad con el narrador, que en algunos casos es un niño, una traición a los
adultos que abre un espacio para reflexiones ingenuas pero profundamente
reales. En cuentos como El libro de arena, donde el protagonista es Borges, hay
un desvío, una transgresión: otra forma de habitar el mundo.
Una obra reciente, Formas de volver a casa, del chileno Alejandro Zambra, habla
de la generación de quienes, como dice el escritor, vivían su niñez mientras sus
padres eran cómplices o víctimas de deຐ
la dictadura Augusto Pinochet. El Chile
de mediados de los años ochenta a partir de la vida de un niño de nueve años
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de mediados de los años ochenta a partir de la vida de un niño de nueve años.
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