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Universidad Nacional de Colombia

Brayan Alexis Rubio

HACER DEL LUGAR UN POEMA: POÉTICAS DEL ESPACIO

Introducción

Este trabajo tiene por objetivo una reflexión en torno a la poesía de Aurelio
Arturo, Eugenio Montejo y Charles Baudelaire, así como la narrativa de Juan
Rulfo, a partir de las nociones expresadas en La poética del espacio de Gaston
Bachelard. Esto como forma de conexión y dialogo entre autores que a primera
vista lucen disimiles y distintos pero comparten una relación profunda con distintos
tipos de espacios en el arte poética de cada uno.

Al comienzo de su estudio, Bachelard destaca el lugar privilegiado –o más


bien, ser privilegiado- que constituye la casa, para un “estudio fenomenológico de
los valores de la intimidad del espacio interior”. Es la casa la que brinda un cuerpo
de imágenes dispersas que se concentran alrededor suyo, y a la que denomina
este autor como nuestro rincón del mundo, nuestro primer universo y realmente un
cosmos. (Bachelard, G., 2000:26). De este modo, se hace posible a partir de la
casa, evocar y relacionar las figuras empleadas por Aurelio Arturo en Morada al
Sur y Eugenio Montejo, en su noción de terredad.

Aurelio Arturo

Aurelio Arturo fue un poeta colombiano, nacido en el municipio de La Unión


(Nariño) en 1906. En vida adulta se desempeñó como abogado en distintas
instituciones del Estado, radicándose en la ciudad de Bogotá desde joven y hasta
su muerte. Contemporáneo y ligado a varias generaciones artísticas y poéticas de
la primera mitad del siglo XX en el país –Los Nuevos y los piedracelistas-, supo
mantenerse ajeno de ser incluido en éstas, así como en su producción poética es
difícil encasillarlo en alguna vertiente, por lo que en ocasiones se ha descrito su
vida y obra como “insular”. Publicó en 1963 su único poemario, Morada al Sur,
compuesto por 14 poemas, aunque a lo largo de su existencia publicó poesía en
distintas revistas. Falleció en 1971.

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¿Cómo describir y entender la lectura de la poesía de Aurelio Arturo? Sí en
realidad existiese una respuesta a esa pregunta, o al menos un atisbo para
responderla, se podría afirmar que es una declaración de amor a la tierra. En la
tercera parte de Morada al Sur, Arturo expresa:

Te hablo de un bosque extasiado que existe


Solo para el oído, y que en el fondo de las noches pulsa
Violas, arpas, laúdes y lluvias sempiternas. (Arturo, A., 2005: 17).

Y aquí principia, en este torso de árbol,


En este umbral pulido por tantos pasos muertos,
La casa grande entre sus frescos ramos.
En sus rincones ángeles de sombra y de secreto.

La evocación de Morada al Sur y demás textos que componen el poemario,


sugieren un canto a la infancia y a la nostalgia, a través de una musicalidad que se
percibe en el uso de los símbolos por parte del poeta: el viento, los árboles, las
hojas, el ensueño. Y principalmente, la casa. Ambos elementos operan al tiempo:
la nostalgia de la infancia mediante un trasfondo de la naturaleza, a la manera de
un mapa de sus recuerdos, un topoanálisis en palabras de Bachelard (2005).

(…).

El viento viene, viene vestido de follajes,


Y se detiene y duda ante las puertas grandes,
Abiertas a las salas, a los patios, las trojes.
Y se duerme en el viejo portal donde el silencio
Es un maduro gajo de fragantes nostalgias. (Arturo, A., 2005: 12).

Considero que este libro permite reconocer el país en un paisaje, un país verde y
de enormes cielos, sin dejar de lado una tendencia a la evocación y a la melodía.

Te hablo también: entre maderas, entre resinas,


Entre millares de hojas inquietas, de una sola hoja:
Pequeña mancha verde, de lozanía, de gracia,
Hoja sola que vibran en los vientos que corrieron
Por los bellos países donde el verde es de todos los colores,
Los vientos que cantaron por los países de Colombia.
(…).

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En las noches mestizas que subían de la hierba,
Jóvenes caballos, sombras curvas, brillantes,
Estremecían la tierra con su casco de bronce.
Negras estrellas sonreían en la sombra con dientes de oro.

Después, de entre grandes hojas, salía lento el mundo.


La ancha tierra siempre cubierta con pieles de soles.
(Reyes habían ardido, reinas blancas, blandas,
Sepultadas dentro de árboles gemían aún en la espesura).

Miraba el paisaje, sus ojos verdes, cándidos.


Una vaca sola, llena de grandes manchas,
Revolcada en la noche de luna, cuando la luna sesga,
Es como el pájaro toche en la rama, “llamita”, “manzana de miel”.

El agua límpida, de vastos cielos, doméstica se arrulla.


Pero ya en la represa, salta la bella fuerza,
Con majestad de vacada que rebasa los pastales.
Y un ala verde, tímida, levanta toda la llanura.

El viento viene, viene vestido de follajes,


Y se detiene y duda ante las puertas grandes,
Abiertas a las salas, a los patios, las trojes.
Y se duerme en el viejo portal donde el silencio
Es un maduro gajo de fragantes nostalgias.

Al mediodía la luz fluye de esa naranja,


En el centro del patio que barrieron los criados.
(El más viejo de ellos en el suelo sentado,
Su sueño mosca zumbante sobre su frente lenta).

No todo era rudeza, un áureo hilo de ensueño


Se enredaba a la pulpa de mis encantamientos.
Y si al norte el viejo bosque tiene un tic-tac profundo,
Al sur el curvo viento trae franjas de aroma.

(Yo miro las montañas. Sobre los largos muslos


De la nodriza, el sueño me alarga los cabellos).

De otra parte, Eugenio Montejo fue un poeta, investigador y ensayista venezolano,


nacido en 1938 y fallecido en 2008. En vida se desempeñó como profesor
universitario, gerente literario de la editorial Monte Ávila y diplomático. Escribió
varios poemarios, entre los que se incluyen: Elégos (1967), Muerte y memoria
(1972), Algunas palabras (1976), Terredad (1978) y Alfabeto del mundo (1986).

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Terredad es un neologismo creado por el poeta. La materialidad en la obra de
Montejo constituye un puente o umbral entre lo visible y lo invisible. Con esta
palabra, el poeta buscaba: “nombrar la condición tan extraña del hombre en la
tierra, de saberse aquí entre dos nadas, la que nos precede y la que nos sigue”
(en Gómez-Lara, M., 2017). Está tan anclada tanto en la materia como en el
tiempo. Condición misteriosa de nuestro habitar en la tierra. La terredad, de estar
en la tierra. Pero también su negación, su sombra. Nosotros navegamos en el
umbral. Terredad equivale a nuestro paso efímero por la tierra; el tiempo de estar
vivos. Posee un cierto aire de carácter sagrado. Contacto con la vida, con el
umbral. En la poesía de Montejo existe una confrontación constante entre
presencia y ausencia, el presente y el pasado. En particular, la memoria como una
experiencia singular, donde confluyen todos los planos del tiempo. Memoria
referida a un hogar.
De acuerdo con esto, en la poesía de Montejo se puede reconocer un lirismo
interesado en la expresión del paisaje, y la generación de núcleos de significado
desde objetos que son privilegiados de intuición: el árbol, el río y el hogar. Esto es
posible mediante un equilibrio de la forma y el sentido en su poesía, caracterizado
por una economía de recursos retóricos.
.

La poesía –dice Montejo-, asume hoy, en nuestra era industrial, su condición


subterránea y evocando a Wallace Stevens, añade en su replegamiento actual
encarna la esencia que toma el lugar de la creencia abandonada de Dios como
redención de vida (…).

En el arte no es posible lograr naturalidad sin emoción. El poema puede contener


un trasfondo filosófico, pero en vez de exhibirlo tendrá que superarlo mediante el
don verbal, tendrá que revestirlo con su fascinación.

“el poema construye su forma en sus significados, a medida que se va haciendo,


y si de pronto el poeta tropieza, con una intuición tan resistente a la expresión por
las palabras que no pueda ser anotada, acude entonces inmediatamente en el
poema a la declaración de esta imposibilidad”.

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EN LOS BOSQUES DE MI ANTIGUA CASA (1967)
En los bosques de mi antigua casa
Oigo el jazz de los muertos.
Arde en las pailas ese momento de café
Donde todo se muda. Oréanse ropas
En las cuerdas de los góticos árboles.
Cae la luz entre las piedras y se dobla
La sombra de mi vida en un reposo táctil.
Atisbo en la mudez del establo
La brida que lleve por la senda infalible.
Palpo la montura de ser y prosigo.
Cuando recorra toda llamaré ya sin nadie.
Los muertos andan bajo tierra a caballo.

TERREDAD (1976)
Estar aquí por años en la tierra,
Con las nubes que lleguen, con los pájaros,
Suspensos de horas frágiles.
A bordo, casi a la deriva,
Más cerca de Saturno, más lejanos,
Mientras el sol da vuelta y nos arrastra
Y la sangre recorre su profundo universo
Más sagrado que todos los astros.

Estar aquí en la tierra: no más lejos


Que un árbol, no más inexplicables;
Livianos en otoño, henchidos en verano,
Con lo que somos o no somos, con la sombra,
La memoria, el deseo, hasta el fin
(si hay un fin) voz a voz,
Casa por casa,
Sea quien lleve la tierra, si la llevan,
O quien la espere, si la aguardan,

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Partiendo juntos cada vez el pan
En dos, en tres, en cuatro
Sin olvidar las sobras de la hormiga
Que siempre viaja de remotas estrellas
Para estar a la hora en nuestra cena
Aunque las migas sean amargas. (Montejo, E., 2005: 95).

Entretanto, Juan Rulfo fue un narrador y fotógrafo mexicano, nacido en Jalisco en


1917 y fallecido en la Ciudad de México en 1986. Es considerado uno de grandes
escritores latinoamericanos del siglo pasado y un precursor del boom
latinoamericano. Es conocido por dos libros: una colección de cuentos, El Llano en
llamas (1953) y una novela, Pedro Páramo (1955). Así mismo, otra novela suya, El
gallo de oro fue adaptada al cine por primera vez en 1964.

La narrativa de Rulfo está marcada por pueblos áridos y deshabitados, diálogos


con fantasmas y fantasmales, la muerte, la incomunicación. Pesimismo y fatalidad.
Marca una ruptura con respecto a la literatura sobre la revolución mexicana que le
precedió. Retrata/es un retrato de la historia dolorosa de su nación. Rulfo hace uso
de una economía del lenguaje basada en el lenguaje popular de los campesinos.
Este es un elemento clave en su obra, ya que se podría afirmar que gran parte de
la fuerza que tiene su prosa, radica en este hecho. Música lograda a través de
pausas y reiteraciones. Rural, profundo, violento y desesperanzado, lejos de todo
progreso histórico.

“La tendencia a relacionar los espacios de Juan Rulfo con espacios escatológicos
proviene de la sostenida afirmación de que la obra rulfiana es una especie de
Divina Comedia latinoamericana, en donde los lugares tienen que representar
necesariamente los conceptos de infierno, purgatorio, paraíso, especialmente
cuando nos referimos a Comala y Luvina. Parecen ser ellas y no un personaje en
específico la protagonista de la obra (Pino Alonso, 2017: 2).

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Por último, Charles Baudelaire es una de las figuras más importantes de la poesía
moderna. Nacido en 1821 y fallecido en 1867, la mayor parte de su vida transcurre
en la ciudad de París, lugar privilegiado para la creación y sustento de su obra
poética. Su libro Las flores del mal, publicado por primera vez en 1857, reúne una
parte significativa de su producción de poesía. También se destaca El Spleen de
París o Los pequeños poemas en prosa, publicados póstumamente en 1869.

Yo quiero, para componer castamente mis églogas,


Acostarme cerca del cielo, como los astrólogos,
Y vecino de los campanarios, escuchar soñando
Sus himnos solemnes arrastrados por el viento.
Las dos manos bajo el mentón, desde lo alto de la bohardilla,

Yo veré el taller que canta y que charla;


Las chimeneas, los campanarios, esos mástiles de la cité,
Y los amplios cielos que hacen soñar con la eternidad.

Es grato, a través de las brumas, ver nacer


Las estrellas en el azur, la lámpara en la ventana,
Los vahos del carbón trepar al firmamento
Y la luna volcar su pálido encantamiento.
Yo veré las primaveras, los estíos, los otoños,
Y cuando llegue el invierno de las nieves monótonas,
Cerraré por todas partes portezuelas y postigos
Para edificar en la noche mis feéricos palacios.
Entonces soñaré con horizontes azulados,
Jardines, surtidores llevando en los alabastros,
Besos, pájaros cantando noche y día,
Y todo cuanto el Idilio tiene de más infantil.
El Motín, atronando vanamente en mi ventana,
No hará levantar mi frente de mi pupitre;
Porque estaré sumergido en esta voluptuosidad
De evocar la Primavera con mi voluntad,
Extraer un sol de mi corazón, y hacer
De mis pensamientos ardientes una tibia atmósfera.

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Así, abordando las imágenes de la casa con la preocupación de no quebrar la
solidaridad de la memoria y de la imaginación, podemos esperar hacer sentir toda
la elasticidad psicológica de una imagen que nos conmueve con una profundidad
insospechada. En los poemas, tal vez más que en los recuerdos, llegamos al
fondo poético de la casa. 29

En esas condiciones, si nos preguntan cuál es el beneficio más precioso de la


casa, diríamos: la casa alberga el ensueño, la casa protege al soñador, la casa
nos permite soñar en paz. No son únicamente los pensamientos y las experiencias
los que sancionan los valores humanos. (…). El ensueño tiene incluso un privilegio
de autovalorización. Goza directamente de su ser. Entonces, los lugares donde se
ha vivido el ensueño se restituyen por ellos mismos en un nuevo ensueño. Porque
los recuerdos de las antiguas moradas del pasado son en nosotros mismos
imperecederas. 29

Ahora, nuestro objeto está claro: debemos demostrar que la casa es uno de los
mayores poderes de integración para los pensamientos, los recuerdos y los
sueños del hombre. En esa integración, el principio unificador es el ensueño. (…).
La casa en la vida del hombre suplanta contingencias, multiplica sus consejos de
continuidad. Sin ella sería un ser disperso. Lo sostiene a través de tormentas de
cielo y de las tormentas de la vida. Es cuerpo y alma. Es el primer mundo del ser
humano. (…) 29-30

(…). El topoanálisis sería, pues, el estudio psicológico sistemático de los pasajes


de nuestra vida íntima. (…). 31

Aquí el espacio lo es todo, porque el tiempo no anima ya la memoria. La memoria


no registra la duración concreta, la duración en el sentido bergsoniano. (…).

Y todos los espacios de nuestras soledades pasadas, los espacios donde hemos
sufrido de la soledad o gozado de ella, donde la hemos deseado o la hemos
comprometido, son en nosotros imborrables. (…). 32

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Esos valores de albergue son tan sencillos, se hallan tan profundamente
enraizados en el inconsciente que se les vuelve a encontrar más bien por una
simple evocación, que por una descripción minuciosa. La palabra de un poeta,
porque da en el blanco, conmueve los estratos profundos de nuestro ser. 34

(…). Las verdaderas casas del recuerdo, las casas donde vuelven a conducirnos
nuestros sueños, las casas enriquecidas por un onirismo fiel, se resisten a toda
descripción. (…). La casa primera y oníricamente definitiva debe conservar su
penumbra. Se relaciona con la literatura profunda, es decir, con la poesía, y no
con la literatura diserta que necesita de las novelas ajenas para analizar la
intimidad. Solo debo decir de la casa de mi infancia lo necesario para ponerme yo
mismo en situación onírica, para situarme en el umbral de un ensueño donde voy
a descansar en mi pasado. 34

(…). En suma, la casa natal ha inscrito en nosotros la jerarquía de las diversas


funciones del habitar. Somos el diagrama de las funciones de habitar esa casa y
todas las demás casas no son más que variaciones de un tema fundamental. La
palabra hábito es una palabra demasiado gastada para expresar ese enlace
apasionado de nuestro cuerpo que no olvida la casa inolvidable. 36

(…). La poesía, en su gran función, vuelve a darnos las situaciones del sueño. La
casa natal es más que un cuerpo de vivienda, es un cuerpo de sueño. Cada uno
de sus reductos fue un albergue de ensueños. Y el albergue ha particularizado con
frecuencia la ensoñación. Hemos adquirido en él hábitos peculiares de ensueño.
La casa, el cuarto, el granero donde estuvimos solos, proporcionan los marcos de
un ensueño interminable, de un ensueño que solo la poesía, por medio de una
obra, podría terminar, realizar. (…). Para comprobar, a través de todos nuestros
años, nuestra adhesión a la casa natal, el sueño es más poderoso que los
pensamientos. Son las potencias del inconsciente quienes fijan los recuerdos más
lejanos. (…). Es en el plano del ensueño, y no en el plano de los hechos, donde la
infancia sigue en nosotros y poéticamente útil. (…). 36

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Bibliografía

Arturo, Aurelio (2003). Obra poética completa. Edición crítica de R-H. Moreno
Durán. Madrid: ALLCA XX.

Arturo, Aurelio (2000). Morada al sur y otros poemas. Bogotá: Panamericana.

Bachelard, Gaston (2000). La poética del espacio. México: Fondo de Cultura


Económica.

Gómez-Lara, María (2017). “Estar aquí en la tierra” o la terquedad como umbral:


una lectura de “Terredad” de Eugenio Montejo. Revista Aleph, Edición 182.
Disponible en línea en: http://www.revistaaleph.com.co/component/k2/item/843-
lectura-de-terredad-de-eugenio-montejo.html

Montejo, Eugenio (2005). Alfabeto del mundo. México: Fondo de Cultura


Económica.

Hibridaciones: narratividad lírica y lírica narrativa. Poéticas de la ensoñación y


prosa poética. Poéticas del espacio. Literatura y secreto.

1. La lírica narrativa de Aurelio Arturo. Tiempo y poesía en Eugenio Montejo.


2. Narración y efusión lírica. Juan Rulfo: Pedro páramo.
3. Modernidad y posmodernidad: pensar y escribir la ciudad y creación
literaria.
3.1. El poema en prosa y la poética del desastre. Álvaro Mutis, Héctor
Rojas Herazo.
3.2. De Baudelaire.

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