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Prólogo.

La misión del superperiodista

“El conocimiento es una precondición para el juicio público, debe ser


contemporáneo y cotidiano”. Son palabras del filósofo norteamericano John
Dewey hace casi un siglo, precursor de la democracia deliberativa. La
tecnología ha logrado gracias a internet hacer más reales sus propuestas
para crear un público informado, con más criterio, y para ampliar el debate
democrático.

El pensador que más ha influenciado a los pioneros de la blogosfera y las


comunidades virtuales advertía en los años 20 del siglo XX que la tecnología
de la comunicación definía el tamaño y la forma del estado democrático.
Hoy sabemos que es cierto. La aldea es más global que nunca, pero
también más microlocal y cercana, el público está en internet y en las redes
sociales. La era de los portales y los buscadores acaba para ser sucedida
por el dominio del flujo social: la corriente continua de contenidos y
recomendaciones de usuarios, siempre accesible y en contacto con otros en
una comunidad de intereses.

Con la web 2.0 renace la internet de las personas mientras avanzamos


hacia la próxima frontera, una web 3.0 o de las cosas, como ha sido definida
por Tim Berners-Lee. Donde los datos estarán conectados con la vida real y
con todos esos equipos que hoy nos parecen fuera del ciberespacio.

¿Y el periodismo? Qué puede/debe hacer el periodismo en esta democracia


en tiempo real que debate, jalea, protesta, denuncia y comenta, incluso a
veces sin interiorizar la información que justifica el debate. Un público
donde el criterio social multiplica las posibilidades de captar e interpretar la
realidad pero que también cae devorado por la propia prisa que consume
las entrañas de la economía de la atención.

El periodismo ha sido durante mucho tiempo un actor y productor


fundamental para llegar a ese conocimiento gracias a la información. Hoy
busca su lugar cuando han cambiado todos los paradigmas: la información
ya no es escasa sino abundante, público y fuentes se encuentran en la red y
los buscadores, agregadores y redes sociales usurpan el lugar central en el
espacio público que durante tanto tiempo había ocupado el periodismo.

Y lo hizo muchas veces estrechándolo y privatizándolo. Con agendas


marcadas o algo bizcas, y también por imposibilidad de escrutar toda la
realidad. Aunque a veces margine a la que más inquieta, interesa o afecta a
la audiencia. Quizá por eso cuando la nación ya se puede hablar a sí misma
sin intermediación del periodismo -por parafrasear a Arthur Miller- algunos
afilan la navaja –también con cierta caricatura del método Ockham- contra
quienes a menudo se han comportado como dueños del discurso público en
lugar de garantes y trabajadores del derecho a la información de los
ciudadanos.
Otros quieren meter las manos en la caja. El periodismo está en crisis
cuando la naturaleza de la información, sus hábitos de consumo, su
estructura y el propio proceso de su reporterismo y distribución cambia.
Peor es todavía la crisis del negocio de la información y los contenidos en
tiempos del inventario inacabable y la atención desmigajada.

Superperiodistas, reclama el autor de este libro para enfrentarse a los


desafíos. Gente capaz de surfear con profesionalidad, actitudes y
conocimientos en la marea virtual. Y nos recuerda varios epitafios del oficio
amenazado, la larga necrológica que los propios medios y periodistas
escriben. Son tiempos de incertidumbre, sí, pero también de aventura, de
descubrimiento. Concuerdo con Ryszard Kapuscinski en que este oficio no
debería ser para cínicos. Ni para mentirosos. Tampoco para cobardes. Los
mejores periodistas de la historia han sido gente corajuda, en los campos de
batalla, en las peores tragedias, en el aburrimiento de las ruedas de prensa
insulsas y las esperas con sol, lluvia o frío. En los largos debates políticos
que ponen a prueba la flexibilidad de las mandíbulas y su tolerancia al
desencaje del bostezo. Gente con inteligencia y pasión por contar.
Periodistas acompañados a veces con suerte por editores devotos del
negocio del periodismo, convencidos de que la independencia, la
responsabilidad social y la mejor información son la mejor opción para el
éxito.

Hoy el coraje es imprescindible para acompañar afrontar el asalto a los


medios por el público y para soportar la crisis y los rigores económicos y
laborales. No viene mal. El periodismo de los últimos años ha sido en
demasiados casos un periodismo corporativo, con empresas más atentas a
la expansión y a la cuenta de resultados que a la calidad y la credibilidad.
Periodismo de clase media en las redacciones, pobladas de profesionales
aburridos, rutinarios, circunspectos como oficinistas, muchas veces
abotargados.

El público ha asaltado la información y todo el mundo tiembla. En muchos


casos los medios han sido miedosos, desconfiados de que la corriente
continua de internet sacudiera un negocio y una posición de más de un
siglo. Pero la gente se ha apoderado de la información y no la piensa
devolver. Es bueno recordar que es suya, como proclama el derecho a la
información y reafirma el artículo 19 de la Declaración de Derechos
Humanos y el 20 de la Constitución de 1978.

A los medios y a los periodistas más les vale dejar de escribir dolorosos
epitafios y trabajar más en su futuro y el de su oficio. Ponerse el mono de
superperiodistas y arremangarse en ese camino que organizaciones como la
Agència Catalana de Notícies ya han emprendido.

No sé si hace falta ser héroe además de periodista, como Superman, pero


volver a estar del lado del público es más importante que nunca. Si
aceptamos la idea de que “el periodismo es una conversación” como Dan
Gillmor proclamó hace unos años, más le vale al periodista ser un buen
conversador y anfitrión. Lo mejor es tener datos, argumentos y voluntad
para participar cara a cara en ese diálogo. La información es ya un proceso
donde la tecnología y las herramientas permiten incluir al público en la
gestación de las noticias y los contenidos como nunca antes se había hecho.
Acercar al público a las fuentes, a los documentos y materiales con los que
se produce la información es ampliar el dominio público, uno de los desafíos
del periodismo 3.0, uno de los desafíos de la democracia y la sociedad del
siglo XXI.

Contrariamente a lo que la economía de la abundancia parece indicar, una


gran mayoría de la información de calidad, la verdaderamente importante
para los intereses cotidianos de los ciudadanos y para el funcionamiento de
la democracia, sigue oculta. Tenemos cada vez más comunicación y más
contenidos, pero la información realmente importante no ha aumentado en
la misma proporción. El espacio y el dominio público, el ámbito de
contenidos y bienes sociales, tampoco. Y esa es una labor fundamental del
periodismo porque sólo con mayor acceso a la información es posible
construir una sociedad del conocimiento, crítica y responsable más allá de
las etiquetas políticas.

Cada día desconfío más de la propiedad intelectual y los derechos de autor


en el periodismo. El exceso de autoría es una de las perversiones que nos
inunda de opinión y que sesga demasiada información. La voz personal es
innegable cuando la objetividad está en cuestión, pero debe ser
fundamentalmente estilo y una forma de exponer y analizar los argumentos
y los datos. La noticia no es del periodista, su interpretación, sí. El análisis
no debe violar nunca a los hechos para no confundir ni traicionar al público.
Es cuestión de confianza.

Además de supermanes, los periodistas debemos ser trabajadores críticos.


Obreros de la información. La materia de nuestro trabajo es un procomún,
un bien que pertenece a la sociedad, a la colectividad que comparte unos
mismos intereses, comprometida con su enriquecimiento y legado, y que
aprovecha esos bienes en una cadena de valor para crear otros. No es
misión del periodismo ponerle un sello de propiedad al producto que
introduce en una etapa del proceso informativo. La misión del periodismo es
contar, hacer accesible la información al público, ampliar y abrir el proceso
de la información, y evitar que la realidad se confunda con la propaganda o
sea invisible.

En la web social, el periodista y los medios tienen la oportunidad de


convertirse ellos mismos en redes sociales donde periodistas, fuentes,
expertos, lectores habituales y público en general puedan relacionarse y
compartir la información. Un nuevo espacio público donde la información
sea el tejido de la red social y se avive la participación crítica y de calidad.

La prensa no es el pilar de la democracia, pero la información sí. Por eso hay


que encontrar como aumentarla en cantidad y calidad, con un modelo
proam que reúna a profesionales y ciudadanos. Diseñar nuevas redacciones
y organizaciones periodísticas que además de la agregación y los algoritmos
puedan seguir involucradas con sus comunidades y público para ampliar el
criterio social. Y hacer el mejor reporterismo posible, el de los hechos y las
historias, con la piel en la calle y arropados por la tecnología.

El acceso a los contenidos se realiza cada vez más a través del flujo social,
las recomendaciones entre usuarios y las redes que las facilitan, o en las
nuevas plataformas tecnológicas que ordenan y acotan el mercado de la
abundancia: los móviles y sus aplicaciones, las plataformas de banda ancha
de alta velocidad con internet TV y acceso a contenidos premium y de pago.
El periodismo y su negocio deben encontrar su sitio en ese nuevo escenario.

Cambia el acceso y sus herramientas, mudan los hábitos del público, muta
la información y su proceso. Pero no debería cambiar la misión democrática
y de servicio público del periodismo. Ni la pasión y la integridad del buen
periodismo con las historias, los hechos y la gente sobre la que hablan y a
quien se dirigen. El desafío del periodismo sigue siendo la gente y sus
historias, no la tecnología.

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