Vous êtes sur la page 1sur 11

Ceferino va al colegio

Erase un osito que vivía en el pueblo con sus papás. Hasta hace poco había vivido en el
bosque pero le gustaba mucho más el pueblo ya que allí tenía muchos
amigos con los que jugar y lo pasaba muy divertido. Un día los niños le
dijeron que al día siguiente empezaba el colegio y que ya se verían allí
en vez de en la calle como hasta ese momento.
Al día siguiente el osito cogió una mochila de su casa, se hizo un
bocadillo y se fue para el colegio, como no había ido nunca no sabía
que tenía que llevar, decidió ir echando todo lo que encontrara, cogió
una flor, después convenció a una mariposa blanca.
para que se fuera con él, intento llevarse a un árbol que no pudo ir
pero se llevó una rama que se le había caído, más tarde hecho un
lagarto enorme que se encontró, una piedra muy bonita, etc. etc. (irán
diciendo lo que se les ocurra)Cuando llegó a la puerta de la escuela la
maestra salió a recibirle y entre todos decidieron lo que podía quedarse dentro de la
clase y lo que era mejor que se quedara fuera.

FIN

El pez que no quería ir al colegio

Érase una vez un pez que vivía en un río muy tranquilo, como hasta entonces había
sido muy pequeño había estado siempre con su mamá que le había protegido de
todos los peligros. Como ya era mayor le dijeron que tenía que ir al colegio de los
peces donde le enseñarían muchas cosas útiles para la vida en el río.

El pez no quería ir todos los días se escapaba para no asistir a las clases que daba un
pez muy viejo y muy sabio. Una de las cosas que aprendían era a entender las
señales que ponían en el fondo del río y que indicaban los peligros. Las había que
indicaban el peligro de rocas sueltas que podían caer y hacer daño, otras las
corrientes peligrosas, también las había que avisaban de la presencia de pescadores,
etc.

Como nuestro pez no iba, no las entendía, un día


que estaba paseando sólo, los demás estaban en
clase, vio una de ellas pero paso de largo porque
no supo lo que indicaba. Era una de las que
avisaban de que había pescadores en un puente
cercano, el pez vio un gusano muy apetitoso y se
tiro a por él, noto un dolor terrible en la boca y se
puso a hacer mucho ruido, el pescador era un viejo burro que vivía cerca del río y que
a pesar de ir muy a menudo, nunca pescaba nada (gracias a las señales), se puso
muy nervioso y empezó a tirar del sedal mientras se asomaba a ver lo que había
pescado.

Muchos peces acudieron al oír al pequeño y le agarraron unos a él y otros del hilo; a
una señal tiraron todos y el pobre burro cayó al agua, no sabía nadar y empezó a
hundirse, a los peces les dio pena y lo sacaron a la orilla.
Al pececito le quitaron el anzuelo pero no se le olvidó el susto y desde entonces no
falto nunca más a clase y en cuanto al burro sólo fue a la orilla de paseo y jamás
volvió a meter su caña en el río.
FIN

La Gallina avestruz y l pingüino

Hace tiempo una gallina quería volar, a un avestruz le pasó lo mismo y un


pingüino también quiso volar, pero no pudieron, porque la gallina y el avestruz
pesaban demasiado para sus alas, y el pingüino estaba mojado y sus alas eran
pequeñas.
Un día se encontraron y se conocieron, la gallina se llamaba Klota, el pingüino Pin
y el avestruz Negri.

Tras muchos intentos, se dieron cuenta de que no eran capaces de volar pero si
sabían hacer otras muchas cosas: así la gallina demostró que ella podía poner
huevos, el pingüino podía nadar y chapotear en el agua como un pez y el avestruz
dejó boquiabiertos a todos cuando comenzó a correr a una gran velocidad.
Ninguno de los tres había conseguido volar pero se mostraron muy satisfechos y
contentos de saber hacer otras cosas.

FIN
Un pollito llamado Llito

Hace muchos, muchos años vivía con su familia un pollito llamado Llito. Todos los días Mamá
Gallina salía con sus pollitos a pasear. Mamá Gallina iba al frente y los pollitos marchaban
detrás. Llito era siempre el último en la fila. De pronto vio algo que se movía en una hoja. Se
quedó asombrado ante lo que vio. Era un gusanito. Mamá Gallina y sus hermanos ya estaban
muy lejos. Llito al ver que no tenía su familia cerca se puso a llorar. - ¡Pío, pío, pío, pío! - ¿Qué
te pasa? - pregunto el gusanito. - Mi mamá y mis hermanos se han ido y estoy perdido. - No te
preocupes amiguito. Vamos a buscarlos. - le dijo el gusanito.

- ¡Vamos, vamos! - dijeron los dos. En el camino se encontraron al gato, quien les pregunto: -
Miau, ¿a dónde van? - Mi mamá y mis hermanos se han ido y estoy perdido - dijo muy triste
Llito. - Yo iré con ustedes a buscarlos - dijo el gato. - ¡Vamos, vamos! - dijeron a coro. Al rato
se encontraron con un perro. - Guau, ¿hacia dónde se dirigen? -
preguntó. - Mi mamá y mis hermanos se han ido y estoy perdido - dijo
llorando Llito. - Guau, iré con ustedes a buscarlos. - ¡Vamos, vamos! -
dijeron a coro. Y así el perro, el gato, el gusanito y Llito caminaron y
caminaron buscando a Mamá Gallina. - ¡Llito, Llito! ¿Dónde estás? -
gritaba a lo lejos Mamá Gallina. - ¡Es mi mamá! - exclamo Llito. El
perro ladro "Guau, guau". El gato maúllo "Miau, miau y el gusanito se
arrastró. Todos brincaron alegremente. Al fin habían encontrado a
Mamá Gallina. El perro, el gato, el gusanito, Llito y su familia se
abrazaron y rieron de felicidad. - Gracias por cuidar a mi hijo. Los
invito a mi casa a comer bizcocho de maíz - dijo Mamá Gallina. -
¡Vamos, vamos! - dijeron todos. Al llegar a la casa Mamá Gallina les
sirvió el rico bizcocho. Nuestros amigos se lo comieron todo, todo,
todo. Y como colorín colorado, este cuento se acabado.
FIN

El árbol mágico

Hace mucho mucho tiempo, un niño paseaba por un prado en cuyo centro encontró
un árbol con un cartel que decía: soy un árbol encantado, si dices las palabras mágicas, lo
verás.

El niño trató de acertar el hechizo, y probó con abracadabra,


supercalifragilisticoespialidoso, tan-ta-ta-chán, y muchas otras, pero nada. Rendido, se
tiró suplicante, diciendo: "¡¡por favor, arbolito!!", y entonces, se abrió una gran puerta en el
árbol. Todo estaba oscuro, menos un cartel que decía:
"sigue haciendo magia". Entonces el niño dijo "¡¡Gracias,
arbolito!!", y se encendió dentro del árbol una luz que
alumbraba un camino hacia una gran montaña de
juguetes y chocolate.

El niño pudo llevar a todos sus amigos a aquel árbol y


tener la mejor fiesta del mundo, y por eso se dice siempre
que "por favor" y "gracias", son las palabras mágicas.
La princesa de fuego

Hubo una vez una princesa increíblemente rica, bella y sabia. Cansada de
pretendientes falsos que se acercaban a ella para conseguir sus riquezas, hizo
publicar que se casaría con quien le llevase el regalo más valioso, tierno y sincero
a la vez. El palacio se llenó de flores y regalos de todos los tipos y colores, de
cartas de amor incomparables y de poetas enamorados. Y entre todos aquellos
regalos magníficos, descubrió una piedra; una simple y sucia piedra. Intrigada,
hizo llamar a quien se la había regalado. A pesar de su curiosidad, mostró estar
muy ofendida cuando apareció el joven, y este se explicó diciendo:

- Esa piedra representa lo más valioso que os puedo regalar, princesa: es mi


corazón. Y también es sincera, porque aún no es vuestro y es duro como una
piedra. Sólo cuando se llene de amor se ablandará y será más tierno que ningún
otro.

El joven se marchó tranquilamente, dejando a la princesa sorprendida y atrapada.


Quedó tan enamorada que llevaba consigo la piedra a todas partes, y durante
meses llenó al joven de regalos y atenciones,
pero su corazón seguía siendo duro como la
piedra en sus manos. Desanimada, terminó por
arrojar la piedra al fuego; al momento vio cómo
se deshacía la arena, y de aquella piedra tosca
surgía una bella figura de oro. Entonces
comprendió que ella misma tendría que ser
como el fuego, y transformar cuanto tocaba
separando lo inútil de lo importante.

Durante los meses siguientes, la princesa se


propuso cambiar en el reino, y como con la
piedra, dedicó su vida, su sabiduría y sus
riquezas a separar lo inútil de lo importante.
Acabó con el lujo, las joyas y los excesos, y las gentes del país tuvieron comida y
libros. Cuantos trataban con la princesa salían encantados por su carácter y
cercanía, y su sola prensencia transmitía tal calor humano y pasión por cuanto
hacía, que comenzaron a llamarla cariñosamente "La princesa de fuego".
Y como con la piedra, su fuego deshizo la dura corteza del corazón del joven, que
tal y como había prometido, resultó ser tan tierno y justo que hizo feliz a la
princesa hasta el fin de sus días.
El cohete de papel

Había una vez un niño cuya mayor ilusión era tener un cohete y dispararlo hacia la
luna, pero tenía tan poco dinero que no podía comprar ninguno. Un día, junto a la
acera descubrió la caja de uno de sus cohetes favoritos, pero al abrirla descubrió
que sólo contenía un pequeño cohete de papel averiado, resultado de un error en
la fábrica.

El niño se apenó mucho, pero pensando que por fin tenía un cohete, comenzó a
preparar un escenario para lanzarlo. Durante muchos días recogió papeles de
todas las formas y colores, y se dedicó con toda su alma a dibujar, recortar, pegar
y colorear todas las estrellas y planetas para crear un espacio de papel. Fue un
trabajo dificilísimo, pero el resultado final fue tan magnífico que la pared de su
habitación parecía una ventana abierta al espacio sideral.
Desde entonces el niño disfrutaba cada día jugando con su cohete de papel, hasta
que un compañero visitó su habitación y al ver aquel espectacular escenario, le
propuso cambiárselo por un cohete auténtico que tenía en casa. Aquello casi le
volvió loco de alegría, y aceptó el cambio encantado.

Desde entonces, cada día, al jugar con su cohete


nuevo, el niño echaba de menos su cohete de papel,
con su escenario y sus planetas, porque realmente
disfrutaba mucho más jugando con su viejo cohete.
Entonces se dio cuenta de que se sentía mucho
mejor cuando jugaba con aquellos juguetes que él
mismo había construido con esfuerzo e ilusión.

Y así, aquel niño empezó a construir él mismo todos


sus juguetes, y cuando creció, se convirtió en el
mejor juguetero del mundo.

El elefante fotógrafo

Había una vez un elefante que quería ser fotógrafo. Sus amigos se reían cada vez
que le oían decir aquello:

- Qué tontería - decían unos- ¡no hay cámaras de fotos para elefantes!

- Qué pérdida de tiempo -decían los otros- si aquí no hay nada que fotografíar...

Pero el elefante seguía con su ilusión, y poco a poco fue reuniendo trastos y
aparatos con los que fabricar una gran cámara de fotos. Tuvo que hacerlo
prácticamente todo: desde un botón que se pulsara con la trompa, hasta un
objetivo del tamaño del ojo de un elefante, y finalmente un montón de hierros para
poder colgarse la cámara sobre la cabeza.
Así que una vez acabada, pudo hacer sus primeras fotos,
pero su cámara para elefantes era tan grandota y extraña
que paracecía una gran y ridícula máscara, y muchos se
reían tanto al verle aparecer, que el elefante comenzó a
pensar en abandonar su sueño.. Para más desgracia,
parecían tener razón los que decían que no había nada
que fotografiar en aquel lugar...

Pero no fue así. Resultó que la pinta del elefante con su cámara era tan divertida,
que nadie podía dejar de reir al verle, y usando un montón de buen humor, el
elefante consiguió divertidísimas e increíbles fotos de todos los animales, siempre
alegres y contentos, ¡incluso del malhumorado rino!; de esta forma se convirtió en
el fotógrafo oficial de la sabana, y de todas partes acudían los animales para
sacarse una sonriente foto para el pasaporte al zoo
Los juguetes ordenados

Érase una vez un niño que cambió de casa y al llegar a su nueva habitación vió
que estaba llena de juguetes, cuentos, libros, lápices... todos perfectamente
ordenados. Ese día jugó todo lo que quiso, pero se acostó sin haberlos recogido.
Misteriosamente, a la mañana siguiente todos los juguetes aparecieron ordenados
y en sus sitios correspondientes. Estaba seguro de que nadie había entrado en su
habitación, aunque el niño no le dio importancia. Y ocurrió lo mismo ese día y al
otro, pero al cuarto día, cuando se disponía a coger el primer juguete, éste saltó
de su alcance y dijo "¡No quiero jugar contigo!". El niño creía estar alucinado, pero
pasó lo mismo con cada juguete que intentó tocar, hasta que finalmente uno de los
juguetes, un viejo osito de peluche, dijo: "¿Por qué te sorprende que no queramos
jugar contigo? Siempre nos dejas muy lejos de nuestro sitio especial, que es
donde estamos más cómodos y más a gustito ¿sabes lo difícil que es para los
libros subir a las estanterías, o para los lápices saltar al bote? ¡Y no tienes ni idea
de lo incómodo y frío que es el suelo! No jugaremos contigo hasta que prometas
dejarnos en nuestras casitas antes de dormir"

El niño recordó lo a gustito que se estaba en su camita, y lo incómodo que había


estado una vez que se quedó dormido en una silla. Entonces se dio cuenta de lo
mal que había tratado a sus amigos los juguetes, así que les pidió perdón y desde
aquel día siempre acostó a sus juguetes en sus sitios favoritos antes de dormir.
Los últimos dinosaurios

En el cráter de un antiguo volcán, situado en lo alto del único monte de una región
perdida en las selvas tropicales, habitaba el último grupo de grandes dinosaurios
feroces. Durante miles y miles de años, sobrevivieron a los cambios de la tierra y
ahora, liderados por el gran Ferocitaurus, planeaban salir de su escondite para
volver a dominarla.

Ferocitaurus era un temible tiranosaurus rex que había decidido que llevaban
demasiado tiempo aislados, así que durante algunos años se unieron para trabajar
y derribar las paredes del gran cráter. Y cuando lo consiguieron, todos prepararon
cuidadosamente sus garras y sus dientes para volver a atermorizar al mundo.
Al abandonar su escondite de miles de años, todo les resultaba nuevo, muy
disitinto a lo que se habían acostumbrado en el cráter, pero siguieron con paso
firme durante días. Por fin, desde lo alto de unas montañas vieron un pequeño
pueblo, con sus casas y sus habitantes, que parecían pequeños puntitos. Sin
haber visto antes a ningún humano, se lanzaron feroces montaña abajo,
dispuestos a arrasar con lo que se encontraran...
Pero según se acercaron al pueblecito, las casas se
fueron haciendo más y más grandes, y más y más....
y cuando las alcanzaron, resultó que eran
muchísimo más grandes que los propios
dinosaurios, y un niño que pasaba por allí dijo:
"¡papá, papá, he encontrado unos dinosaurios en
miniatura! ¿puedo quedármelos?".

Así las cosas, el temible Ferocitaurus y sus amigos


terminaron siendo las mascotas de los niños del
pueblo, y al comprobar que millones de años de
evolución en el cráter habían convertido a su
especie en dinosaurios enanos, aprendieron que nada dura para siempre, y que
siempre hay estar dispuesto a adaptarse. Y eso sí, todos demostraron ser unas
excelentes y divertidas mascotas.

POEMAS

1. Sin título, de Juan Gelman (Argentina)

“Eres mi única palabra:


no sé tu nombre”.

2. Dedicatoria, de Luis Alberto Cuenca (España)

“La tierra estaba seca.


No había ríos ni fuentes.
Y brotó de tus ojos
el agua, toda el agua”.

3. Sin título, de Antonio Martínez Sarrión (España)

“No poco conseguí.


Lo perdí todo”.

4. Futuro, de Alejandra Pizarnik (Argentina)

“me dicen
tienes la vida por delante
pero yo miro
y no veo nada”.

5. Rezo, de Alejandra Pizarnik (Argentina)

“pequeño poema
no me huyas
no armes abismos
entre mi alma y tú”.

FASCINACIÓN.

De un tiempo a la fecha he notado que me fascina la gente joven.


Se trate de chicos o chicas, mi admiración es asexual. El solo
mirarlos me causa un placer irremplazable. Sus movimientos,
gestos, esa fingida indiferencia ante todos y todo. Me gusta
disfrutar de sus facciones, su piel lozana y fresca, los labios
ligeramente humedecidos por la lengua. Tan perfectos, bellos y
encantadores.
Yo solo mirando, sin moverme, sosteniendo la respiración ante la
maravilla.
Como las alas de una preciosa mariposa aleteando delante de mis
ojos en cámara lenta.
En particular, me gusta más aún cuando los miro y ellos vagan por el mundo sin saber lo
hermosos que son, y lo son por muchas razones, una, mi favorita, quizás, es que lo son por
toda esa juventud que cargan como si se tratase de cualquier cosa, toda esa energía. Sin
darle casi ninguna importancia.
Como un pañuelo mal guardado en el bolsillo trasero del pantalón, la mitad de fuera,
esperando a que algún extraño en un descuido te lo saque sin darte cuenta. De un jalón.
Si, de un tiempo a la fecha los prefiero jóvenes, se trate de chicos o chicas.
Me fascina mirarlos. Estén vivos o muertos.
TÚ COMO YO.

De la mano todo el día Daniela y Ana corrían por el


patio y el interior de la gran casona. La niña llenaba de
constantes mimos a su muñeca de trapo, su padre
recién la había traído de su último viaje. Con pedazos
de telas finas que sobraban de la hechura de sus
propios vestidos, la niña confeccionaba en pequeño una
réplica para su compañera.
La hora de la comida era también una cosa digna de
contemplar.
La mamita amorosa le daba pequeños bocados a la
muñeca con una cuchara de palo diminuta.
Para ir a la cama, ambas se cepillaban el largo cabello
y los dientes.
Una cubría a la otra con el extremo de la cobija.
El apego de Daniela a su nuevo tesoro, se debía al escaso o casi omiso caso que hacia
de ella su madrastra. Una mujer hermosa y joven, más preocupada por que sus enaguas
estuviesen bien almidonadas que de la falta de atención que denotaba la niña.
Daniela nunca conoció a su madre a suerte que la pobre muriera en el parto.
La nueva madrastra, que no había sido la única, constantemente alentaba a la niña a
jugar fuera de formas nada gentiles o amorosas. Por ello el apego a su Ana.
El padre había olvidado comprar boletos para el teatro, una actividad imperdible para la
nueva madrastra que enseguida comenzó a dar muestras de berrinche.
Desde luego que una de ellas era desquitar su enojo con la niña.
A la hora de la cena, el ambiente era algo pesado, el padre evitaba la charla y cualquier
confrontación en la mesa. Por otro lado la mujer se esmeraba en hacer notar que aun
seguía disgustada, gritando a los criados que ponían aprisa la mesa y servían la comida.
- ¡Siéntate bien!
- ¡Quita los codos de la mesa!
- ¡Cómete los vegetales!
Se lucía la madrastrilla con cada movimiento que hacia la pequeña involuntariamente.
Al marchar a su recamara, Daniela se sentó con su querida Ana
sobre las piernas, acomodo un plato de su juego de té y se
acercó una cuchara.
Daniela le daba bocados a su criatura para que esta comiera.
Poco a poco, la cuchara subía y bajaba con más fuerza. La
boca de la niña se fruncía, igual que su ceño.
- ¿Pero por que no comes, Ana?
- ¿Que, no te gusta la comida?
- ¿No esta buena para una niña mimada como tú?
- Dime...¿Por que no comes?
La muñeca volvió la cabeza hacia la niña y se escuchó una
vocecita que le respondía.
- Por que no tengo dientes.
REGRESO A CASA.

Hurgando el bolsillo de mi abrigo saco la llave de su casa, la misma que me diera dos
años atrás y que he cargado conmigo desde entonces. Le daba miedo imaginar que un
día podía caer en la ducha o por las escaleras, y que los vecinos notarían su ausencia y
encontrarían su cadaver, cuando ya estuviera en avanzado estado de descomposición.
Un miedo ridículo viniendo de alguien que se ocupó toda la vida de llamar la atención, y
de rodearse de gente que revolotéa a su alrededor como lo hacen las moscas sobre la
mierda.
Entré por la puerta principal con toda la calma hasta llegar a la cocina, ahí la encontré de
espaldas con su mandíl de mariposas.
~Con que guisando eh?
Llevándose la mano al pecho y agitada me dijo ~Pero que susto me has dado! Bien
podrías haber llamado. Tienes hambre? Llegas en buen momento, acabo de terminar tu
favorito: Asado. Siéntate que te atiendo.
~Ya, deja que me lave las manos, ya vengo.
Me miré en el espejo de su baño, un baño que me conocía quizás mejor que yo. La
mirada que me devolvía mi reflejo me erizo la espalda. Cuando se ha acumulado tanto
rencor por tanto tiempo, el mismo aire se convierte en un barro espeso que vuelve
dolorosa la propia respiración.
De vuelta en la cocina la encontré con la vista dentro de la cazuela.
Al sentir mis pasos se ha vuelto hacía mí con esa sonrisa odiosa de toda la vida. ~Te
lavaste las manos y no te has sacado los guantes?.
No le dí tiempo de nada, tomé uno de sus cuchillos y se lo enteré en el pecho hasta
escuchar los huesos tronar.
~Tú tienes la culpa! Tú me lo quitaste! Tú mataste a papá! Te odio!
Ella aún sorprendida, me dirige una mirada de compasión maternal y tristeza, mientras su
estúpido mandíl de mariposas se llena de sangre.
~Pero Mariana, hija...estas loca!
~Estamos mamá, estamos.

MARIACHI AQUÍ¡

En el número 12 de la calle del Olmo Ernesto miraba a su


madre y a sus tias andar de un lado para el otro de la enorme
casona con el pañuelo en la mano y lloriqueando. Lupe la
única criada de la casa se encargaba de tapar los espejos de
la habitación con grandes sabanas blancas. María la madre
de Ernesto le había encargado estar atenta para detener el
reloj en el momento preciso. La puerta principal no dejaba de
sonar por los parientes interesados en dar el último adiós a la
anciana abuela; así como para saber algo sobre el
testamento.
El medico de cabezera no se apartaba del lado de doña
Eulalia; tomando los signos vitales de cuando en cuando y
suministrando morfina para que el pobre cuerpo ya cansado
no sufriera de más.
Ernesto y sus primos no sabían realmente lo que estaba por
venir, que era todo eso de las tias lloronas y los espejos tapados. Los tios que nunca
venían de visita ahora contaban chistes en el corredor.
Era como una fiesta sin ser fiesta.
Las manos de Lupe abrieron el enorme reloj de pie y detuvieron las manecillas a las siete
menos cinco.
El galeno entrego unos papeles a María y se retiró muy serio. No le dio paletas a ninguno
de los niños como era su costumbre.
Fue una de las tías quién cubrió el azulado rostro de la pobre abuela.
Justo al lado, en la calle del Olmo número 11, Manuel escuchaba el llanto de su
primogénito, la partera salio para anunciarle que se trataba de un sano y rosado varoncito.
Lleno de gozo Manuel mando a traer mariachis para festejar a su hijo y dar las gracias a
su mujer.
Al arribar a la calle del Olmo y ver tanta multitud, los mariachis no sabían si entrar en el 11
o en el 12.

DE TAJO.

El invierno pasado marcó exactamente dos años desde la última vez


que nos vimos. Que me tuviste sin que yo te tuviera.
Durante todo este tiempo he venido arrastrando los pies como un
enfermo, un sonámbulo, ningún lugar me parece bueno para mí por
que soy yo el que no se siente bien a donde quiera que vaya. Es como
si este mundo no estuviese hecho para alguien que guarda una pasión
tan ardida como yo.

Daría cualquier cosa por dejar de respirarte cada vez que me


amanece, por borrar el tacto de tu piel sobre la mía, la textura de tus
cabellos de entre mis dedos húmedos por tus sudores.

Acudo con puntualidad a las comidas familiares sin ningún interés mas que el de
mantenerlos tranquilos por mi bienestar, aprendiendo de vez en cuando a dibujar esa
sonrisa fingida que parece contentarlos a todos, menos a mi; de igual forma no falto
nunca a mis charlas con el psiquiatra. Ese viejo.

El pobre piensa que hemos hecho algunos “avances”.

Todas las pastillas que me ha recetado solo han conseguido hundirme en un estado de
permanente sigilo, soy como un gato abandonado, siempre con hambre, pero siempre
callado. Dolido tan hondo que ya es imposible que salga de mí ser maullido alguno.

Lo he venido pensando desde hace mucho pero no había dado con “eso” que hace falta
para decidirse de una buena vez. El sentido de supervivencia me venía sosteniendo no se
de que manera.

Hasta que el otro día por la tarde el buen doctor me ha dicho las palabras que si no
mágicas, precisamente adecuadas “Necesitas borrarla ya de tu mente para siempre,
debes eliminarla por completo”.

Por eso estoy aquí, parado a mitad de la cocina con ambas manos temblorosas aferradas
al mango del cuchillo enterrado en mi vientre, mirando como ese chorro oscuro y espeso
semejante al aceite, llora hasta llegar al suelo. Era el único modo.
Tenia que cortarte de mí.

Vous aimerez peut-être aussi