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1. EL CONCEPTO DE CONTRATO
[Contratos innominados: El Contrato Innominado era aquel que consistía en una o varias
obligaciones pactadas entre las partes, mismas que se transformaban en contrato, cuando una de
ellas cumplía con la prestación, y con esto la otra parte quedaba ya obligada a cumplir con la suya.]
La razón fundamental de la contraposición entre ambos tipos contractuales viene dada porque en los
contratos unilaterales no es de aplicación la facultad resolutoria por incumplimiento, contemplada
por el art. 1.124, como causa de ineficacia del contrato.
Finalmente, convendría observar que las dos contraposiciones de categorías contractuales entre
2. LA CAPACIDAD CONTRACTUAL
El contrato se define como acuerdo de voluntades. Por tanto el punto de partida del contrato viene
representado por la voluntad coincidente de las partes contratantes.
La manifestación del consentimiento de cada una de las partes puede darse de muy diferentes
maneras (firmando un extenso contrato; levantando la mano para detener un taxi…), pero requiere
en todo caso que el consentimiento se haya formado libre y conscientemente y, además, por persona
que tenga capacidad de obrar o capacidad contractual.
2.2. La reforma del artículo 1.263 por la Ley Orgánica de Protección del Menor
La LO 1/1996, de 15 de enero, de Protección Jurídica del Menor, ha introducido una importante
reforma en el tratamiento dispensado por el Código a la capacidad de contratar.
Las disposiciones finales de dicha Ley introducen demasiadas modificaciones en el Código,
algunas realmente acertadas y otras sumamente discutibles. Posiblemente la más discutible de todas
por «desajuste gramatical» sea la sustitución del 1.263.2, que ahora dispone sencillamente que «no
pueden prestar consentimiento… (2º) Los incapacitados…».
Semejante reforma afecta a cuanto hemos mantenido en el epígrafe anterior, sobre todo en relación
con la denominada incapacidad natural.
Por otra parte conviene resaltar que, aunque el precepto reformado inhabilite a los incapacitados,
genéricamente, para emitir el consentimiento contractual, la aplicación de las normas generales
2.4. El autocontrato
Bajo el término de autocontrato se pretenden englobar todos aquellos supuestos en que una sola
persona asume las posiciones contractuales contrapuestas (que en principio corresponderían a
ambas partes contratantes) por contar con poderes representativos de otra persona, sea natural o
jurídica, o bien por tener capacidad decisoria sobre dos patrimonios separados (ej: el Consejero
delegado de cualquier sociedad –que es al mismo tiempo dueño y accionista- se regala a sí mismo,
con ocasión de la Navidad, un valiosísimo objeto o se fija una elevada indemnización a cargo de la
empresa, en caso de cese).
Prima facie, si el contrato es una cuestión de dos (o más) personas, ¿se puede hablar de contrato en
tales supuestos? La doctrina ha debatido profundamente acerca de la naturaleza del autocontrato:
algunos autores hablan de imposibilidad de admitir con carácter general la eficacia de la figura;
otros hablan de que, admitido el mecanismo representativo, no hay problema en admitir que una
misma persona emita dos declaraciones de voluntad que constituyan la estructura básica del
contrato: habría un «doble consentimiento», aunque el declarante sea uno.
En el Derecho español no existe una regulación general de la figura del autocontrato. Sin embargo
sí existen algunos preceptos en los que se evidencia la prohibición de celebrar actos jurídicos por
los representantes cuando dicha celebración suponga conflicto de intereses con sus respectivos
representados:
El art. 1.459 prohíbe comprar a tutores y mandatarios bienes de sus representados.
El art. 163 exige que cuando los progenitores de hijos no emancipados tengan intereses
contrapuestos a éstos (por ejemplo, herencia del otro progenitor, ya fallecido) se nombre
judicialmente un defensor de los intereses del menor.
El art. 244.4 prohíbe ser tutores a quienes «tuvieren importantes conflictos de intereses con
el menor incapacitado…».
El art. 267 del Código de Comercio expresa que ningún «comisionista (representante)
comprará para sí mismo o para otro lo que se le haya mandado vender, ni venderá lo que se
le haya encargado comprar sin licencia del comitente (representado)».
Atendiendo a tales datos normativos, sería razonable concluir que el autocontrato no es admisible
3.1. En general
El Ordenamiento jurídico vela en todo caso porque el consentimiento contractual se preste por los
contratantes de forma libre y consciente. Por ello, cuando el consentimiento (por lo general de una
de las partes) ha sido fruto del error, de la coacción o del engaño, declara viciado el contrato y
permite que sea anulado por el contratante que ha sufrido tales interferencias en la formación de su
consentimiento o voluntad de contratar.
En tal sentido, dispone el art. 1.265 CC que «será nulo el consentimiento prestado por error,
violencia, intimidación o dolo». A tales anomalías en la formación del consentimiento se les conoce,
técnicamente, como vicios de la voluntad o vicios del consentimiento.
3.3. La violencia
El Código Civil es suficientemente explícito al definir las situaciones en que se violenta la voluntad
o la manifestación del consentimiento de una de las partes contratantes. Según el art. 1.267.1: «Hay
violencia cuando para arrancar el consentimiento se emplea una fuerza irresistible». Tal fuerza
irresistible se dará en todos los casos de violencia física absoluta en que la voluntad del contratante
es sustituida por la del agente violentador (ej: obligar físicamente a quien no sabe firmar a estampar
su huella digital en un contrato escrito; pero cabe también pensar en casos de hipnosis,
sugestión…). En tales casos no es que la voluntad o el consentimiento del contratante se encuentren
«viciados»: sencillamente, no hay consentimiento.
3.4. La intimidación
B) El temor reverencial
El último párrafo del art. 1.267 contempla el denominado temor reverencial o metus reverentialis:
«El temor de desagradar a las personas a quienes se les debe sumisión y respeto no anulará el
3.6. El dolo
A) Noción y requisitos
Actuar dolosamente (con dolo) significa actuar tanto malévola como maliciosamente, ya sea para
captar la voluntad de otro, ya incumpliendo la obligación que se tiene contraída.
Aquí nos vamos a referir exclusivamente al dolo como vicio del consentimiento, consistente en
inducir a otro a celebrar un contrato que finalmente celebra y que, por tanto, incurre en error. Lo
que ocurre es que, como dicho error ha sido provocado por la otra parte, el ordenamiento jurídico
considera al dolo como un supuesto específico de vicio del consentimiento.
El art. 1.269 CC afirma que «hay dolo cuando, con palabras o maquinaciones insidiosas de parte
de uno de los contratantes, es inducido el otro a celebrar un contrato que, sin ellas, no hubiera
hecho». El art. 1270 CC completa la regulación del dolo como vicio del consentimiento
disponiendo que «para que el dolo produzca la nulidad de los contratos deberá ser grave y no
haber sido empleado por las dos partes contratantes. El dolo incidental sólo obliga al que lo
empleó a indemnizar daños y perjuicios».
Por tanto, para que el dolo sea causa de anulabilidad del contrato se requiere:
1. Que el dolo sea grave, llevado a cabo con la intención, con la mala intención consciente y
deliberada, de engañar a la otra parte.
2. El dolo ha de inducir a la otra parte a celebrar el contrato. Es decir, ha de tratarse de un dolo
determinante o dolo causante, sin cuya existencia la parte que lo sufre no hubiera contratado.
La relación de causalidad entre la conducta engañosa o insidiosa y la voluntad de
celebración del contrato se recoge en el art. 1.269 CC.
El dolo determinante se contrapone así al dolo incidental, que no resulta caracterizado por el CC, el
cual se limita a disponer que no tendrá consecuencias anulatorias del contrato celebrado, sino que
sólo dará lugar a indemnización de daños y perjuicios. A pesar de la falta de definición legal, la
noción de dolo incidental es clara: es la conducta engañosa que lleva a quien, libre y
conscientemente, está decidido a contratar, a aceptar unas condiciones desfavorables o perjudiciales
que no hubiera aceptado de no intervenir el dolo incidental (ej.: necesito reparar mi coche en el
pueblo donde se me ha averiado, y el mecánico, argumentándome que es la romería de la comarca –
lo que es falso- hace que acepte un precio desorbitado).
3. Que el dolo no haya sido empleado por las dos partes contratantes, ya que en tal caso la
actuación malévola de ambos excluye la protección a la buena fe que fundamenta la
regulación positiva del dolo. Se habla así de compensación de dolo, para poner de
manifiesto que de una parte compensa, anula o destruye la relevancia del dolo de la otra
B) El dolo omisivo
Normalmente el que pretenda engañar a la otra parte llevará una conducta activa. Pero ¿cabe hablar
también de dolo por omisión?
Aunque la enseñanza clásica excluía el dolo por omisión, no puede extraerse dicha consecuencia del
art. 1.269 CC. Éste habla de «palabras o maquinaciones insidiosas» para identificar a la conducta
engañosa y, si bien se piensa, tal resultado puede lograrse mediante una conducta activa u omisiva.
Además, actuar en el tráfico contractual con medias palabras o con reticencia es claro que atenta al
principio de buena fe. En consecuencia el dolo puede consistir también en conductas pasivas o
reticentes que, resultando a la postre engañosas, induzcan a contratar a quien no hubiera llegado a
hacerlo de saber cuánto, consciente y deliberadamente, le oculta la otra parte. Así lo ha reiterado el
TS.
A) Licitud
Según cabe deducir del art. 1.271, tanto las cosas como los servicios han de ser lícitos:
a) Respecto de las cosas, el CC excluye del ámbito contractual «las cosas que están fuera del
comercio». Con dicha expresión (res extra commercium) se refiere el CC a todas aquellas
que, por razones de interés o de orden público, quedan excluidas del tráfico patrimonial
(tráfico oneroso de partes del cuerpo, de apellidos, etc…).
b) En relación a los servicios, el art. 1.271.3 excluye del contrato «todos los servicios que sean
contrarios a las leyes o a las buenas costumbres».
B) Posibilidad
El art. 1.272 dispone que «no podrán ser objeto de contrato las cosas o servicios imposibles». Si la
licitud engloba la «posibilidad jurídica» de convertir a un bien determinado en objeto de contrato
(así se admite por ejemplo contratos sobre cosas futuras –excepción hecha de la herencia futura-), la
posibilidad o imposibilidad contemplada en el art. 1.272 ha de quedar circunscrita a la «posibilidad
física o material» de entregar la cosa o ejecutar el servicio que constituya objeto del contrato (ej:
resultaría imposible vender la Luna, o comprometerse a volar sin auxilio de artilugio alguno).
C) Determinación o determinabilidad
Aunque el art. 1.273 se refiera exclusivamente a las cosas, este requisito es extensible a los
servicios. Una vez perfeccionado el contrato, es necesario que la cosa o servicio quede determinado.
De otra forma, sería necesario un nuevo pacto o acuerdo de las partes para estar conformes en el
objeto del mismo.
De ahí que el CC no requiera como requisito sine qua non [condición sin la cual no] que el objeto
contractual quede absolutamente determinado (venderme la bicicleta del escaparate; hacer una
endodoncia del incisivo inferior izquierdo), sino que le baste con que el objeto sea determinable
«sin necesidad de nuevo convenio entre los contratantes»: venderme una bicicleta de tal modelo, o
hacerme la endodoncia de una pieza cariada…
5.4. La causa ilícita del art. 1.275: los motivos ilícitos y la causa en sentido subjetivo
El anterior planteamiento no puede llevarse a sus últimas consecuencias dentro del marco del CC
español. Lo impide el art. 1.275: «los contratos sin causa, o con causa ilícita, no producen efecto
alguno. Es ilícita la causa cuando se oponen a las leyes o a la moral».
¿Cómo puede haber una causa ilícita si la causa se identifica con la objetiva función
socioeconómica del tipo contractual? Si la causa de la compraventa es el intercambio de cosa por
precio, ¿habrá causa ilícita en el caso de que yo venda por 3.000 € un riñón? ¿O habrá sencillamente
causa típica? Legalmente puedo donar riñones, pero está prohibido venderlos.
3.1. La constancia en documento público requerida por el art. 1.280.1 del Código Civil
[El causahabiente, en Derecho, es aquella persona física o jurídica que se ha sucedido o sustituido
a otra, el causante, por cualquier título jurídico en el derecho de otra. La sucesión o sustitución
puede haberse producido por acto entre vivos inter vivos o por causa de muerte mortis causa.
Por lo tanto, existen varias posibles figuras jurídicas dentro del concepto de causahabiente:
En Derecho de sucesiones el causante puede serlo el autor de la sucesión (la persona
fallecida) y el causahabiente puede serlo el heredero o el legatario.
En Derecho de obligaciones el causahabiente sería quien se subroga en los derechos y
obligaciones por ejemplo, en caso de novación, en una acción oblicua (referente a los
acreedores quirografarios), o en una cesión de derechos.
El bien puede ser vendido aunque esté alquilado. El código civil dice «Venta quita renta» (la regla
general que con la venta del bien el comprador tiene la facultad de dar por terminado el
arrendamiento por el art. 1571 aunque hay dos excepciones):
a) Que se pacte lo contrario en el contrato de compra venta. El comprador sería el nuevo
arrendador.
b) Aquellos inmuebles inscritos en el registro de la propiedad.]
D) La cesión de derechos
El art. 1.280 se refiere a la cesión (y, en su caso, renuncia) de diversos derechos y acciones en los
números 4º y 6º. No es momento de extendernos en detalle sobre el contenido de ambos números.
La repudiación de la herencia (no, en cambio, la aceptación) posiblemente deba configurarse como
un acto solemne, por imperativo de lo dispuesto en el art. 1.008. Las demás cesiones de derecho
aludidas, salvo existencia de una norma ad hoc de aplicación particular, deberán regirse por las
reglas generales de transmisión de créditos y derechos. En términos generales, en las relaciones
inter partes la cesión debe considerarse válida con independencia de la forma en que se haya
instrumentado.
E) Los poderes
El número 5 del art. 1.280 reitera la exigencia de documento público para otorgar «el poder para
contraer matrimonio, el general para pleitos y los especiales que deban presentarse en juicio; el
poder para administrar bienes, y cualquier otro que tenga por objeto un acto redactado o que deba
redactarse en escritura pública, o haya de perjudicar a tercero».
Ciertamente, los apoderamientos enumerados antes del único punto y coma del pasaje transcrito
deben configurarse como supuestos de forma solemne. Sin embargo, los restantes requerirán la
escritura pública por razones de orden técnico (en otro caso, el apoderamiento podría resultar
inoperante, lo que no quiere decir que previamente fuera ineficaz) o de oponibilidad frente a
terceros, pero ello no significa que la escritura pública deba considerarse como requisito ad
solemnitatem [solemnidad exigida para la validez del acto].
4.3. Los contratos consensuales como regla y el papel marginal de los contratos reales
El hecho de que los contratos formales sean excepción arroja la consecuencia de que la mayor parte
de los contratos tienen carácter consensual: significa sencillamente que el contrato se perfecciona
por el mero consentimiento contractual.
Tienen carácter consensual en nuestro Derecho los contratos de compraventa, permuta,
arrendamientos, sociedad, mandato, seguro, fianza… y en general todos los contratos que no sean
calificables como formales de una parte o reales de otra.
Los contratos reales son aquellos en los que para su perfeccionamiento, además del mero
consentimiento, se requiere la entrega de una cosa:
Préstamos (en sus dos versiones: mutuo o comodato).
Depósito.
Prenda.
Según la doctrina clásica, no habría propiamente contrato sin la entrega de la cosa. La moderna
doctrina critica la existencia de esta categoría de contratos reales, pero el mandato normativo del
Código en los artículos sobre estos es difícilmente superable, y conforme a ellos, la entrega de la
cosa es ciertamente requisito constitutivo de los contratos de préstamo, depósito y prenda.
2.3. La perfección del contrato entre ausentes: la redacción originaria de los Códigos Civil y
de Comercio
Cuando los contratantes están llevando a cabo las negociaciones en la distancia y no tienen un
medio que de forma inmediata les permita concluirlas en su caso (teléfono, radio…; dejando aparte
los problemas de la prueba de la celebración del contrato), pueden surgir graves incógnitas en
relación con el momento de perfección del contrato. Históricamente el supuesto característico entre
ausentes ha venido representado por los casos en que la oferta y la aceptación se instrumentan
mediante las respectivas cartas (o, ahora, télex, fax…) de oferente y aceptante (con independencia
de las posibles contraofertas intermedias). ¿Cuándo quedará vinculado el oferente por la declaración
de voluntad del aceptante o, en otras palabras, cuándo ha de entenderse celebrado el contrato? La
doctrina y los sistemas jurídicos han ofrecido respuestas muy diversas:
A) Teoría de la emisión: Dada la concurrencia del consentimiento de ambas partes contratantes,
debe considerarse perfecto el contrato desde el mismo momento en que el aceptante emite su
declaración de voluntad.
B) Teoría de la expedición o remisión: Bastaría con que el aceptante remitiera al oferente la
declaración de voluntad para que este último quede vinculado contractualmente.
C) Teoría de la recepción: exige que la aceptación llegue al círculo propio de actividad del
oferente, aunque la recepción no suponga efectivo conocimiento de la aceptación por parte
3. EL PRECONTRATO
Es posible que las partes lleven a cabo la celebración de un contrato preparatorio de un futuro
contrato, extremo de extraordinaria dificultad teórica, sobre el que las discusiones doctrinales han
sido frecuentes.
Suele denominarse precontrato, promesa de contrato o contrato preliminar. Debemos considerar esta
temática por el hecho de que nuestro CC regula dos supuestos concretos de esta índole: de una
parte, el art. 1.451, según el cual «la promesa de vender o comprar, habiendo conformidad en la
cosa y en el precio, dará derecho a los contratantes para reclamar recíprocamente el cumplimiento
del contrato»; de otra, el art. 1.862, al disponer que «la promesa de constituir prenda o hipoteca
sólo produce acción personal entre los contratantes…». De otro lado, en la práctica actual son
sumamente frecuentes los contratos de opción de compra (a juicio de Lasarte, encuadrables en el
art. 1.451).
2. LA CONDICIÓN
3. EL TÉRMINO O PLAZO
3.1. Planteamiento
Término es el momento temporal en que:
A) Comienzan o terminan los efectos de un contrato.
B) O ha de llevarse a cabo el cumplimiento de una obligación determinada (suele ser
procedente del contrato, pero también puede tener naturaleza extracontractual).
En el primer caso, el término opera como elemento accidental del contrato, afectando a su eficacia.
En el segundo, presupuesta la eficacia del contrato, el término o plazo está referido sólo a su
ejecución o al cumplimiento de las obligaciones de las partes.
4. EL MODO
A) La ley
La norma imperativa aplicable a un supuesto contractual determinado conformará e integrará el
régimen del mismo con primacía incluso sobre el acuerdo o clausulado contractual. Las normas
dispositivas, en cuanto son disponibles por las partes, sólo integrarán el contrato cuando contemplen
un elemento natural del mismo que no haya sido contemplado o regulado de forma diversa a la
legalmente prevista.
C) La buena fe
Es simultáneamente principio general del Derecho y un medio integrador. No puede ser extraña a la
propia conformación de los usos normativos y de los mandatos legales. No puede ser entendida
desde una perspectiva subjetiva, sino que se superpone al propio comportamiento de las partes y
configura el contenido o los efectos del contrato de acuerdo con las reglas de conducta socialmente
consideradas como dignas de respeto.
6.2. Presupuestos
Conforme a la reiterada jurisprudencia del TS, para que pueda darse la cesión del contrato, se
requiere fundamentalmente:
1) Que la otra parte contratante, a la que suele denominarse «contratante cedido», acceda o
consienta la cesión. Es decir, hay una relación triangular entre cedente, cesionario y contratante
cedido. La voluntad concorde de cesionario y cedente es obvia y no requiere mayor explicación.
Pero el consentimiento del propio contratante cedido es una exigencia lógica: especialmente si las
prestaciones fueran de hacer o personalísimas. Igualmente es necesario respecto de prestaciones ex
contractu, pues nadie está obligado a mantener relaciones contractuales con una persona diferente a
la que celebró el contrato con él. Mantenimiento de las condiciones contractuales aparte, no todas
las personas tienen el mismo grado de solvencia, ni de seriedad contractual, y por tanto el
contratante cedido no tiene por qué aceptar la incorporación como cesionario de cualquier persona
diferente a quien fue su contraparte en el contrato.
2) Que se trate de contratos bilaterales o sinalagmáticos, cuyas recíprocas prestaciones no hayan
sido total y completamente ejecutadas, pues en tal caso el designio propio del contrato en cuestión
habrá dejado de tener sentido y no cabrá, por tanto, la cesión de posición contractual alguna (en el
ejemplo anterior, si el comprador del piso fuera dueño ya de él, carecería de lógica que se «cediera»
el contrato de compraventa ya extinguido, sino que habría que vender directamente el inmueble).
A) Invalidez
Motivada por la existencia de circunstancias intrínsecas a cualquiera de los elementos esenciales del
contrato que no resultan admisibles para el ordenamiento jurídico. Dentro de la invalidez, según la
gravedad de tales circunstancias, tendremos:
1. Nulidad o supuestos de contratos nulos.
2. Anulabilidad o supuestos de contratos anulables.
A) «Sólo durará cuatro años» (art. 1.301.1). Se trata de un plazo de caducidad. El plazo comenzará
a computarse de forma diversa, según la naturaleza de la causa de la anulabilidad:
a) El punto inicial del cómputo es «la consumación del contrato» (perfección) sólo en los
casos de error o dolo.
b) En las demás causas de anulabilidad, el cómputo inicial queda retrasado a un momento
posterior a la perfección del contrato:
El cese o desaparición de la intimidación o violencia.
La salida de la tutela en contratos celebrados por menores o incapacitados.
La disolución de la sociedad conyugal o del matrimonio («salvo que hubiese tenido
conocimiento suficiente de dicho contrato» el cónyuge no interviniente), en los casos de
falta de consentimiento del otro cónyuge.
1. EL MUTUO DISENSO
El contrato supone, básicamente, un acuerdo de voluntades mediante el cual los contratantes se
vinculan. Es razonable entender, aunque el CC no lo mencione, que los contratantes tienen la
posibilidad de celebrar un nuevo contrato encaminado a privar de efectos al contrato inicialmente
concluido. Pues bien, ese contrato que tiene por objetivo poner fin a la relación obligatoria
preexistente se conoce con el nombre de mutuo disenso: los contratantes están de acuerdo en
romper el consenso inicialmente existente, esto es, están de acuerdo en disentir, donde antes habían
consentido.
Por tratarse de un nuevo contrato ha de reunir los requisitos generales establecidos; y si persigue
privar de eficacia a una relación obligatoria preexistente, habrá de reunir los requisitos adicionales
(por ejemplo, de forma) exigidos en la relación contractual inicial.
También puede ocurrir que el mutuo disenso no se plasme en un contrato cuya finalidad única sea
realmente extinguir una relación preexistente, sino que vaya implícito en el nuevo contrato y resulte
incompatible con el mantenimiento de la vinculación anterior.
Son susceptibles de extinción por mutuo disenso cualesquiera relaciones obligatorias, ya sean
instantáneas o duraderas, ya se hayan comenzado a cumplir o no; aunque la distinción tiene su
importancia a la hora de establecer los efectos del mutuo disenso: si afecta a una relación
instantánea aún no ejecutada, sus efectos se limitarán a suponer la mera extinción de las
obligaciones generadas por el contrato inicial; pero si se trata de una relación duradera que ha
venido siendo cumplida por las partes, se plantearán los oportunos problemas para determinar si la
desvinculación tiene o no efectos retroactivos, si han de efectuarse reintegros liquidatorios, si nacen
obligaciones de restitución… En suma, el alcance del mutuo disenso es difícilmente reconducible a
unos principios generales: en cada caso habrán de precisarse su alcance y consecuencias.
2. EL DESISTIMIENTO UNILATERAL
2.5. Efectos
El efecto es que se extingue la relación obligatoria, pero parece que sin alcance retroactivo. Al
tratarse de una relación duradera, habrá que proceder normalmente a liquidarla, con la oportuna, en
su caso, rendición de cuentas, reembolsos y restituciones.
En términos generales parece que el desistimiento no tiene un precio: el que tiene la facultad de
desistir debe mantener indemne a la otra parte, la cual lógicamente no debe sufrir perjuicio. Pero, se
observa que junto a casos en los que la ley no se preocupa de precisar la necesidad de abonar
indemnización alguna, hay otros en los que insiste en ello (el más claro, el art. 1.594). Seguramente
se justifica por la diferente valoración de la función que desempeña cada una de las relaciones
contractuales afectadas y la diferente composición de los intereses en juego. No deja de resultar
llamativo el diferente trato que merecen mandante y mandatario: al titular de los intereses
gestionados (mandante) no le impone el CC obligación alguna de indemnizar al tratar de la
revocación; al mandatario, sin embargo, sí se le impone expresamente.
[Rebus sic stantibus es una expresión latina, que puede traducirse como «estando así las cosas»,
que hace referencia a un principio de Derecho, en virtud del cual, se entiende que las estipulaciones
establecidas en los contratos lo son habida cuenta de las circunstancias concurrentes en el momento
de su celebración, esto es, que cualquier alteración sustancial de las mismas puede dar lugar a la
modificación de aquellas estipulaciones.]
B) Plazo
El mismo plazo que se señala para las acciones de anulabilidad: cuatro años.
2. MODALIDADES DE LA DONACIÓN
3.4. Forma
Para el CC, la donación es un contrato formal, si bien los requisitos de forma son distintos según
recaiga sobre bienes muebles o inmuebles:
A) La donación de cosa mueble podrá hacerse verbalmente o por escrito, requiriéndose, en el
primer caso, la entrega simultánea de la cosa, y en el segundo que la aceptación conste
igualmente por escrito (art. 632).
B) En el caso de que esté referida a bienes inmuebles, la donación ha de hacerse
necesariamente en escritura pública, al igual que su aceptación, debiéndose producir ésta en
vida del donante.
El art. 633 dispone que «para que sea válida la donación de cosa inmueble ha de hacerse en
escritura pública, expresándose en ella individualmente los bienes donados y el valor de las cargas
que deba satisfacer el donatario. La aceptación podrá hacerse en la misma escritura o en otra
separada, pero no surtirá efecto si no se hiciese en vida del donante. Hecha en escritura separada,
deberá notificarse la aceptación en forma auténtica al donante y se anotará esta diligencia en
ambas escrituras».
La jurisprudencia, con carácter general, anula las donaciones de bienes inmuebles en caso de que no
se haya otorgado la correspondiente escritura pública.
5. LA REVERSIÓN DE LA DONACIÓN
Ya vimos el art. 641: «podrá establecerse válidamente la reversión a favor de sólo el donador para
cualquier caso y circunstancias, pero no a favor de otras personas sino en los mismos casos y con
iguales limitaciones que determina este Código para las sustituciones testamentarias». En el fondo,
al establecer la reversión, se está realizando una donación condicional.
Al limitar la reversión a favor del donante (o de otras personas, normalmente parientes y/o
herederos del donante que cumplan los límites establecidos para las sustituciones hereditarias)
pretende el CC favorecer el tráfico económico e impedir vinculaciones imperecederas de los bienes.
En opinión de Lasarte, esta pretensión se ve debilitada en los supuestos de que el donante sea una
persona jurídica, pues en tal caso las condiciones impuestas pueden posponerse indefinidamente en
el tiempo.
2. EL OBJETO DE LA COMPRAVENTA
La compraventa supone la obligación por parte del vendedor de entregar una cosa determinada a
cambio de un precio en dinero o signo que lo represente, que deberá ser satisfecho por el
comprador. Ello supone que, propiamente hablando, el objeto de la compraventa es doble: la cosa a
entregar y el precio a pagar.
B) El pacto de arras
Como sabemos, en la celebración del contrato de compraventa es sumamente frecuente el
establecimiento de un pacto de arras, regulado en el art. 1.454, ya estudiado.
C) Efectos de la evicción
Producida la evicción, sí ésta es total y no había renunciado el comprador al saneamiento, éste
tendrá derecho a exigir del vendedor todos los conceptos indemnizatorios que circunstancialmente
recoge el art. 1.478:
1. «La restitución del precio que tuviere la cosa vendida al tiempo de la evicción, ya sea
mayor o menor que el de venta». Un sector de la doctrina entiende que la regla del citado
precepto no es de aplicación en los supuestos de aumento o disminución del valor de modo
imprevisible y excepcional, pues sería injusto hacer recaer la extraordinaria plusvalía sobre
el vendedor.
3.5. La contaminación acústica en los inmuebles como vicio oculto: la Ley 37/2003 y el Real
Decreto 314/2006
La Ley del Ruido (Ley 37/2003) ha considerado oportuno recurrir al saneamiento por vicios ocultos
en relación con la contaminación acústica de los inmuebles, provocada por el incumplimiento de las
normas técnicas relativas al debido aislamiento de las construcciones.
La Ley del Ruido dispuso que «el Código Técnico de la Edificación, previsto en la Ley 38/1999, de
5 de noviembre, de Ordenación de la Edificación deberá incluir un sistema de verificación acústica
de las edificaciones. Esto se ve complementado por la afirmación expresa de que el incumplimiento
de objetivos de calidad acústica en los espacios interiores podrá dar lugar a la obligación del
vendedor de responder del saneamiento por vicios ocultos de los inmuebles vendidos. Ambas
medidas han de resultar en una mayor protección del adquirente o del ocupante en cuanto a las
características acústicas de los inmuebles, en particular los de uso residencial».
«A efectos de lo dispuesto por los artículos 1.484 y siguientes del Código Civil, se considerará
5. LA DOBLE VENTA
La doble venta o, como en ocasiones precisa el TS, la «pluralidad de ventas sobre una misma cosa»
es, por desgracia, muy frecuente en la práctica, según cabe deducir del buen número de sentencias
del TS dictadas sobre la materia.
En relación con los supuestos de doble venta, el CC se preocupa única y exclusivamente de
determinar cuál de los compradores devendrá propietario, según las reglas siguientes, establecidas
en el art. 1.473:
A) Si el objeto de la venta consistiere en una cosa mueble, la propiedad se transmite a quien
primero haya tomado posesión de ella con buena fe.
B) Si fuere inmueble, la propiedad pertenece a quien antes lo haya inscrito en el Registro. Si no
hay inscripción, a quien de buena fe sea primero en la posesión, y, faltando ésta, a quien
presente título de fecha más antigua.
El CC no dispone qué ocurre con el comprador que ha sido defraudado, el cual podrá solicitar la
correspondiente indemnización de conformidad con las reglas generales o, en su caso, acudir a la
vía penal (interponiendo la correspondiente querella por estafa). La preocupación manifestada por
el CC en el art. 1.473 se justifica porque aunque las dos ventas no han podido celebrarse al mismo
tiempo (lo que podría llevar a concluir que la prioridad en el tiempo, a primera vista, debía de ser el
elemento determinante), hay que tener en cuenta la admisión de formas simbólicas de tradición que
hacen posible una doble entrega:
En cuanto a los bienes muebles, la atribución de la propiedad al primero de los compradores
que con buena fe haya tomado posesión viene facilitada de acuerdo con la aplicación
sistemática del propio CC.
Por lo que concierne a inmuebles, la Ley Hipotecaria sustenta el criterio de atribución de la
propiedad a quien primero inscribió en el Registro de la Propiedad, y en el caso de que
ninguna de las ventas haya causado inscripción registral, la adquisición de la propiedad
viene determinada por la prioridad en la posesión, siempre que sea de buena fe. Faltando la
posesión, la preferencia viene determinada por la antigüedad de la fecha de los títulos
presentados, supuesta también la buena fe de quien los presente.
El art. 1.473 ha de entenderse sobre la base de existencia de buena fe por parte del adquirente que
finalmente es declarado propietario. La jurisprudencia ha tenido múltiples ocasiones para resaltar
que la buena fe del comprador es un «requisito indispensable», en cuanto «de ordinario la doble
venta presupone una actuación dolosa o fraudulenta del vendedor y no merece protección quien
colaboró en la maniobra o cuando menos la conoció» (STS).
Por buena fe debe entenderse ahora la ignorancia o el desconocimiento por parte del comprador
(mejor, de uno de los compradores, el que conforme a las reglas del art. 1.473 resulte propietario) de
que la cosa comprada había sido objeto de venta anteriormente.
8. EL CONTRATO DE PERMUTA
4.2. El desahucio
Es la facultad que tiene el arrendador, como consecuencia de algunas causas de extinción del
contrato de arrendamiento de bienes inmuebles, para proceder judicialmente contra el arrendatario a
fin de expulsarlo de la finca. Estas causas son las siguientes:
1. Haber expirado el término de duración del arrendamiento.
2. Falta de pago del precio convenido.
3. Infracción de cualquiera de las condiciones estipuladas en el contrato.
4. Destinar la cosa arrendada a usos o servicios no pactados que la hagan desmerecer.
1. INTRODUCCIÓN
La nueva Ley de Arrendamientos Urbanos, aprobada por el Pleno del Congreso de los Diputados el
jueves día 3 de noviembre de 1994, fue publicada en el BOE de 25 de noviembre de 1994 como Ley
29/1994, de 24 de noviembre, y para referirnos a ella utilizaremos la sigla tradicional de LAU.
A) Considera el legislador que sólo merece una especial protección el arrendamiento de vivienda
habitual y permanente. Por ello, «los arrendamientos de fincas urbanas celebrados por temporada,
sea ésta de verano o cualquier otra» (art. 2.2), quedan radicalmente excluidos del régimen legal
previsto en el título II.
B) Tampoco tienen por qué serlo los arrendamientos destinados a cualquier actividad (productiva o
no), cuando precisamente el «asiento inmobiliario» de dicha actividad constituye el punto de partida
fundamental de la actividad de que se trate y, por tanto, de los rendimientos, beneficios o utilidades
que produzca.
En tal sentido, la LAU es terminante: deben considerarse arrendamientos para uso distinto «los
celebrados para ejercerse en la finca una actividad industrial, comercial, artesanal, profesional,
recreativa, asistencial, cultural o docente, cualesquiera que sean las personas que los celebren»
(art. 3.2).
Salen, pues, del ámbito propio del arrendamiento de vivienda y se consideran «de uso distinto», a
partir del 1 de enero de 1995 todos los contratos de inquilinato (en definitiva, arrendamiento de
vivienda) regulados por el TR-LAU, particularmente los considerados en el derogado art. 4. Esto es,
«los locales ocupados por la Iglesia católica, Estado, Provincia, Municipio, Entidades benéficas,
Asociaciones piadosas, Sociedades o Entidades deportivas…, Corporaciones de Derecho público,
y, en general, cualquier otra que no persiga lucro». El mismo tratamiento merecerán «los
arrendamientos de locales para casinos o círculos dedicados al esparcimiento o recreo de sus
componentes o asociados» (art. 2.2 TR-LAU). Asimismo, quedan sometidos al régimen común de
los arrendamientos para uso distinto del de vivienda los recayentes sobre inmuebles destinados a
actividades profesionales.
C) Aun cuando constituyan inicialmente inmuebles aptos para satisfacer la necesidad permanente de
vivienda del arrendatario, el art. 4.2 excluye del régimen tuitivo del título II a las que podríamos
calificar como «viviendas suntuarias» (se usan baremos de superficie –en su momento 300 m 2- o
bien de renta –en su momento 5,5 veces el salario mínimo interprofesional-), cuyo alquiler puede
regirse por el libre pacto de las partes. Mas ha de tenerse en cuenta que si las partes no establecen
un clausulado que excluya la aplicación del título II de la LAU, será aplicable dicho título de forma
supletoria, con preferencia a las reglas propias del CC.
2.1. La obra
Las normas del CC, al regular el contrato de obra, parecen pensar exclusivamente en que el objeto
del contrato sólo fuese la construcción o, en su caso, reparación o rehabilitación de edificios. Por
otra parte, incluso dentro de dicho ámbito objetivo, tales normas son manifiestamente insuficientes
en la regulación de su contenido, pues aluden sólo a ciertas hipótesis especiales que no siempre
tienen una gran aplicación en la práctica; desconociendo, sin embargo, la figura del «promotor»
como persona que dirige toda la organización en la construcción inmobiliaria, o la subcontratación
por parte del contratista con terceras personas, tan frecuente en la actualidad.
Pueden (y siempre han podido) ser objeto del contrato de obra todas las cosas, todo resultado
material, industrial, científico o artístico (así, la confección de un traje, la construcción de un buque,
la realización de una investigación, la ejecución de un cuadro, una auditoría, etc.). También pueden
ser objeto del contrato de obra, por ejemplo, la edición de un libro, la realización de la publicidad de
un producto, la ejecución de un transporte, si bien en estos casos hay disposiciones propias que dan
lugar, bajo ciertos supuestos, a contratos típicos específicos.
En general, la obra objeto de contrato debe reunir los requisitos propios de cualquier prestación:
posible, lícita y determinada. En relación con este último requisito, la obra ha de determinarse de
algún modo, bien con relación a un plano o diseño, que es lo general en un gran número de ellas,
bien con indicación de las circunstancias que la especifiquen, aunque su concreta determinación
quede postergada a un momento posterior a la celebración del contrato.
La ejecución de una obra puede contratarse conviniendo que el que la ejecute ponga solamente su
trabajo o su industria, o que también suministre el material.
El distinto alcance del respectivo contrato en relación con la responsabilidad del contratista en caso
de pérdida o deterioro o imposibilidad de realización de la obra hace que se hable, en el primer
caso, de simple contrato de obra y de contrato de obra con suministro de materiales en el segundo.
2.2. El precio
Art. 1.544: el contratista «se obliga a ejecutar una obra… por precio cierto», expresión similar a la
utilizada en el art. 1.445 respecto de la compraventa, por lo que han de entenderse reiteradas las
observaciones hechas sobre este último precepto.
Para el contratista el objeto fundamental del contrato es la obtención de un precio que consiste en
un «ajuste o precio alzado», es decir, fijado de antemano y pagadero según una cifra determinada.
Sin embargo el art. 1.592 establece que «el que se obliga a hacer una obra por piezas o por medida
puede exigir del dueño que la reciba por partes y que la pague en proporción». Ergo, pese a la
[Apotegma: es una sentencia breve y graciosa en la que subyace un contenido moral aleccionador.]
7. EXTINCIÓN
1. EL CONTRATO DE MANDATO
1.1 Concepto
Art. 1.709 CC: «por el contrato de mandato se obliga una persona a prestar algún servicio o a
hacer alguna cosa por cuenta o encargo de otra». Esta última es denominada mandante, mientras
que la persona obligada a la realización del servicio recibe el nombre de mandatario.
La descripción legal del contrato de mandato que acaba de ser reproducida es poco expresiva y no
permitiría deslindar el contrato de mandato de otras figuras contractuales. El tenor literal del art.
1.709 podría aplicarse sin violencia alguna a los contratos de arrendamiento de obras y de servicios,
pues también en éstos se obliga al arrendador ora a hacer alguna cosa, ora a prestar cualquier tipo de
servicios. Sin embargo, la secular práctica jurídica demuestra que mandato y arrendamiento son
figuras diversas y cada una de ellas con características propias que exigen su deslinde.
Bajo el sistema romano, el criterio decisivo para establecer la distinción entre mandato y
arrendamiento venía suministrado por la gratuidad de aquél. Hoy día, con el CC en la mano, aunque
el mandato sea tendencialmente gratuito, puede ser igualmente retribuido, como desarrollaremos a
continuación.
Actualmente, la barrera divisoria entre arrendamiento y mandato viene dada por la naturaleza de las
prestaciones a que, respectivamente, se obligan arrendatario y mandatario:
Trátese de arrendamiento de obra o de servicios, el arrendatario se obliga a ejecutar por sí
mismo una determinada actividad de carácter material en beneficio del arrendador (pintar el
piso o redactar un informe).
El mandatario, en cambio, se obliga a gestionar los intereses del mandante (actuando
ciertamente en su beneficio, al igual que en el arrendamiento) a través de la realización de
determinados actos jurídicos cuyo contenido acabará recayendo en la esfera jurídica del
mandante.
2. CLASES DE MANDATO
A) Obligaciones
Las obligaciones fundamentales del mandatario son las siguientes:
1. Debe ejecutar el mandato de acuerdo con las instrucciones del mandante, teniéndole
informado de su gestión. En caso de ausencia o falta de instrucciones, el mandatario habrá
de actuar, según la naturaleza del asunto o negocio, como lo haría un buen padre de familia.
2. Está obligado el mandatario a rendir cuentas de sus operaciones al mandante y a abonarle
cuanto haya recibido en virtud del mandato. No señala el Código el momento temporal de
tales obligaciones del mandatario, por lo que, salvo acuerdo convencional o instrucciones
del mandante referentes a tal extremo, dependerá en definitiva en la mayor parte de los casos
del acto de interpelación del mandante. Tal interpretación se deduce del contenido del art.
1.724, conforme al cual el mandatario es deudor de los correspondientes intereses con
carácter general, «después de fenecido el mandato, desde que se haya constituido en mora»;
así como desde el día en que, en su caso, «aplicara a usos propios» las cantidades que
hubiere recibido en calidad de mandatario.
3. Pesa sobre el mandatario la obligación de resarcir los daños y perjuicios que, por su gestión
o por la falta de ella, haya causado al mandante, ya sean debidos a actuación dolosa o
culposa.
4. Si un mandante ha nombrado dos o más mandatarios, el art. 1.723 excluye la
responsabilidad solidaria si no se ha expresado.
5. Cuando el mandatario obra en su propio nombre, queda obligado directamente en favor de la
persona con quien contrató, como si el asunto fuere personal suyo, sin perjuicio de las
acciones entre mandante y mandatario.
B) Derechos y facultades
1. El mandatario podrá ejercitar el derecho de retención sobre las cosas que son objeto del
mandato, hasta que el mandante le reembolse lo anticipado y proceda a la indemnización de
daños y perjuicios, en caso de que se hubieren producido y hubiesen sido ocasionados por el
cumplimiento del mandato.
4. LA MEDIACIÓN O CORRETAJE
La actividad de intermediación o de mediación entre personas que desean llevar a cabo una
negociación determinada es conocida desde antiguo y sumamente frecuente. La figura del corredor,
sea de trigo o de ganado, ha sido una verdadera institución en la vida rural y, con matices diversos,
también en la actualidad es sumamente frecuente la práctica del corretaje, sobre todo en el ámbito
propio de los llamados «agentes de la propiedad inmobiliaria» (API).
Para nuestro Derecho positivo y, en particular, desde el momento de su publicación, para nuestros
Códigos de Derecho privado, el corretaje ha debido calificarse técnicamente como uno de los
supuestos contractuales atípicos.
El corretaje es un contrato que tiene por objeto vincular al mediador o corredor en la realización de
los actos necesarios para la conclusión o celebración de un determinado contrato (comprar una
vivienda o vender una partida de ganado, por ejemplo; alquilar un piso en una ciudad cualquiera)
querido y, en su caso, celebrado por quien con él contrata, a quien denominaremos principal o
cliente, o incluso celebrado por el propio mediador, en función de nuncio o intermediario.
La aproximación del corretaje al mandato (o, en su caso, a la comisión mercantil) resulta, por tanto,
evidente. Sin embargo, se acentúan los perfiles propios de la mediación o el corretaje frente a otros
tipos contractuales, aunque a veces los datos de hecho puedan resultar confusos, oscuros o difíciles
de calificar, resaltándose que:
No hay coincidencia entre el mandato y el corretaje. Sea o no representativo, el mandato
supone que la celebración del contrato con el tercero es llevada a cabo por el mandatario,
actuando respectivamente en nombre del mandante o, en cambio, en nombre propio. Por el
contrario, en rigor, el corredor o mediador se limita a poner en contacto a su principal o
cliente con otra persona interesada en el acto o contrato de que se trate.
Tampoco cabe asimilar el corretaje al contrato de servicios (o, con denominación arcaizante,
«arrendamiento de servicios»), pues el corredor asume una obligación de resultado y es
pacífico que, por muchas gestiones o actuaciones que lleve a cabo, el mediador carece de
derecho a retribución alguna si no se llega a celebrar efectivamente el contrato de referencia.
La aseveración de que el corredor asume una obligación de resultado, característica, como
sabemos, del contrato de obra, aconseja subrayar que el corretaje se encuentra, sin embargo,
alejado de la función y estructura propia del contrato de obra. El corredor no se obliga a la
conclusión del contrato de interés para el principal, ni garantiza su eventual perfección, pues
difícilmente puede asumir como «obra propia» la existencia de un tercero que preste su
consentimiento al contrato buscado por el principal.
Dado que el corredor no se encuentra obligado en sentido estricto a garantizar la consecución del
interés práctico perseguido por su cliente o principal, la celebración del contrato en cuestión, ha
sido tradicional afirmar que el corretaje tiene naturaleza unilateral: sólo el cliente quedaría obligado
a pagar el premio, retribución u honorarios del mediador, mientras que el corredor propiamente
hablando no tendría obligación alguna que atender o conducta que desplegar, pues la eventual
realización del resultado para él sólo funciona como fundamento o estímulo de la consiguiente
reclamación de honorarios.
Pero una cosa es que el corredor no pueda reclamar su retribución más que cuando se lleve a cabo la
A) La obligación de restitución
El comodatario debe devolver la cosa al concluir el uso para el que se le prestó o una vez
transcurrido el plazo pactado, si bien en caso de urgente necesidad de ella, el comodante podrá
reclamarla antes y el comodatario está obligado a restituirla. Aunque el CC no hable de la
obligación de restitución, es obvio que ésta constituye precisamente el nervio central del contrato y
que, por tanto, todas las obligaciones expresamente contempladas se encuentran subordinadas a
dicha desembocadura natural del contrato analizado. Entre ellas han de destacarse las siguientes:
1. El comodatario está obligado a satisfacer los gastos ordinarios que sean de necesidad para el
uso y conservación de la cosa prestada.
2. El comodatario queda igualmente constreñido a utilizar la cosa, de conformidad con la
propia naturaleza de ésta, para el uso para que se le prestó.
3. En cuanto obligado a restituir, el comodatario queda sujeto a las prescripciones generales
relativas al deudor de dar o entregar alguna cosa. Conviene recordar que, según el art. 1.094,
«el obligado a dar alguna cosa lo está también a conservarla con la diligencia propia de un
buen padre de familia».
4. El comodatario debe restituir la cosa temporáneamente, sin que pueda argüir derecho de
retención alguno sobre ella «a pretexto de lo que el comodante le deba, aunque sea por
razón de expensas» (art. 1.747).
2. EL DEPÓSITO VOLUNTARIO
b) Puede darse el caso, contemplado por el art. 1.773, que el depositante pierda, después de hacer el
depósito (sobrevenidamente), su capacidad para contratar. La validez y eficacia del contrato, en tal
caso, es indiscutible y el problema viene representado exclusivamente por la falta de capacidad del
depositante para recibir la devolución o exigir la restitución. La regla establecida para tal supuesto
es similar a la establecida en el art. 1.764: no puede restituirse la cosa objeto de depósito sino a los
que tengan la administración de los bienes y derechos del depositante que ha devenido incapaz.
a) El art. 1.765 contempla la falta de capacidad del depositario en el momento de constitución del
depósito. En tal caso, siendo válido el contrato (si bien susceptible de anulación), el depositante
tiene frente al depositario la facultad de ejercitar la «acción para reivindicar la cosa depositada
mientras exista en poder del depositario». No se trata propiamente de una «acción reivindicatoria»,
pues el dominio del bien depositado no es necesario para poder constituir un depósito; sino que, en
realidad, se trata de una mera acción de restitución (cuyo plazo de prescripción no debería ser el de
los seis años previstos para las acciones reales sobre bienes muebles, sino el general ex contractu de
quince años).
En caso de que tal restitución no fuera posible, por haber salido la cosa del patrimonio del
depositario, el depositante sólo puede solicitar el abono de la cantidad en que se hubiere enriquecido
el depositario con la cosa o con el precio (acción que prescribe a los quince años).
Si el depositante es realmente propietario, la susceptibilidad o no de reivindicación de los bienes
debe situarse en la esfera del art. 464 CC.
B) Pluralidad de depositarios
Al no decir nada el CC, habrá de entenderse que tiene lugar la aplicación de las reglas generales en
materia de obligaciones, debiendo tener en cuenta la posible existencia de usos negociales y la
voluntad de las partes.
B) La obligación de restitución
La cosa depositada debe ser restituida al depositante, o a sus causahabientes, o a la persona que
hubiere sido designada en el contrato (o adiectus solutionis causa [una persona indicada por el
D) El lugar de la restitución
Art. 1.774: «Cuando al hacerse el depósito se designó lugar para la devolución, el depositario
debe llevar a él la cosa depositada; pero los gastos que ocasione la traslación serán de cuenta del
depositante. No habiéndose asignado lugar para la devolución, deberá ésta hacerse en el que se
halle la cosa depositada, aunque no sea el mismo en que se hizo el depósito, con tal que no haya
intervenido malicia de parte del depositario». Los gastos de transporte corren a cargo del
depositante (salvo mala fe del depositario en la traslación de la cosa) en cuanto el depósito redunda
en su propio beneficio.
6. EL DEPÓSITO IRREGULAR
El depósito irregular es el contrato cuyo objeto consiste en una determinada cantidad de cosas
fungibles (principalmente dinero) que pueden ser no sólo utilizadas, sino incluso consumidas por el
depositario.
Dado que la fungibilidad del objeto dado en depósito admite y posibilita la adquisición de la
propiedad de la cosa dada en depósito por el depositario, éste no podrá quedar vinculado a devolver
la misma cosa, sino que la obligación de restitución se ha de considerar convertida en la obligación
de entregar al depositante una misma cantidad de cosas fungibles, su equivalente exacto, llamado
también comúnmente un tantundem.
El supuesto prototípico del llamado depósito irregular viene representado por el depósito de dinero,
pero ello no supone que todo depósito dinerario deba ser calificado como depósito irregular, sino
sólo aquel cuyo objeto pierde su individualidad. Por tanto, no sería un supuesto de depósito
irregular el caso en el que una determinada cantidad de dinero se entrega en un sobre o cofre
cerrado y sellado, pues entonces debe ser restituida en la misma forma.
La admisibilidad del depósito irregular por el CC es sumamente discutible. Doctrinalmente se
propugna que, para proceder a la calificación de los supuestos contractuales referidos, debe
atenderse básicamente a la verdadera intención de las partes, pues en numerosos casos al realizar un
depósito de dinero el depositante persigue la disponibilidad del dinero en cualquier momento, sin
que pase por su imaginación en ningún caso conceder un préstamo. En contra, se puede argumentar
que la finalidad principal del contrato de depósito (custodia o guarda de la cosa, en este caso, del
dinero) desaparece, pues la cosa fungible ingresa en el patrimonio del depositario sin posibilidad de
distinguirla. No obstante, es igualmente defendible entender que lo que sucede es que tal obligación
del depositario se transforma en la de administrar diligentemente su propio patrimonio, o la de tener
siempre a disposición del depositante una cantidad de cosas igual a la recibida.
Mas, precisamente en función de la inexistencia de dicha disponibilidad en favor del depositante, la
jurisprudencia más reciente parece pronunciarse en favor de la calificación como préstamo de las
7. EL DEPÓSITO NECESARIO
Es una modalidad de depósito caracterizada por la existencia de una obligación de custodia a causa
de una situación de hecho sobrevenida y, por consiguiente, nacida con independencia de la voluntad
de las partes.
3.1. Introducción
Art. 1.802 CC: «El contrato aleatorio de renta vitalicia obliga al deudor a pagar una pensión o
rédito anual durante la vida de una o más personas determinadas por un capital en bienes muebles
o inmuebles, cuyo dominio se le transfiere desde luego con la carga de la pensión».
La finalidad económica de esta figura reside, entre otras de menor importancia, en proporcionar al
perceptor un ingreso fijo periódico a los efectos de subsistencia, aunque también puede perseguir
favorecer (en vida del constituyente) a una determinada persona.
3.3. Sujetos
Es fácil deducir que deben concurrir al menos dos sujetos en cuanto partes del contrato de renta
vitalicia. No obstante, el art. 1.803 admite la concurrencia de hasta cuatro sujetos: además de los
constituyentes, un tercero cuya vida es considerada como alea, y el perceptor de la renta o
beneficiario, que puede ser uno de los constituyentes, el tercero cuya vida se estima o un cuarto
sujeto independiente de los anteriores (art. 1.803.2: «También puede constituirse a favor de aquella
o aquellas personas sobre cuya vida se otorga o a favor de otra u otras personas distintas»). Si el
beneficiario no es parte contractual, es necesaria su aceptación de conformidad.
Puede ocurrir que se atienda a la vida de varios sujetos, e igualmente puede constituirse la renta en
beneficio de una pluralidad de personas, simultánea (conjunta) o sucesivamente.
Cuando la renta se establece conjuntamente en favor de varias personas y una de ellas fallece, surge
el problema de la procedencia del acrecimiento [aumento de la parate que se recibe], que no será
posible, en ausencia de pacto expreso, más que cuando además de designación conjunta de los
beneficiarios, exista atribución de renta conjunta, y ello en aplicación del principio concursu partes
fiunt [reparto proporcional e igualitario entre todos]; si la designación de beneficiarios es conjunta y
existe atribución cuantitativa individualizada de rentas para cada uno de ellos, a falta de pacto
expreso, no procederá el acrecimiento, atribuyéndose la renta correspondiente al premuerto a los
herederos (STS). La posible extinción parcial por la muerte de uno de los acreedores sólo tendrá
lugar si se dispuso expresamente.
Cuando la renta se establece sucesivamente no se plantea tal problema y cada acreedor percibirá la
renta en el orden establecido.
a) La pensión
No tiene que consistir necesariamente en una suma dineraria, pudiendo estribar también en la
entrega de cualquier otro tipo de bienes muebles (por ejemplo, los frutos que produzcan los bienes
entregados en concepto de capital: pero no debemos olvidar que la renta vitalicia entraña un riesgo
o alea que en ningún caso puede consistir en la posibilidad de improductividad del fundo) o bien
parte en dinero y parte en cosa mueble o inmueble. En cualquier caso es imprescindible que sea fija
y, admitiéndose el juego de las cláusulas de estabilización.
b) La periodicidad de la renta
No es necesario que el pago se efectúe anualmente, pudiendo las partes estipular períodos distintos
para la satisfacción de la renta; incluso cabe la posibilidad de satisfacer la renta por plazos
anticipados. En cualquier caso, deben distinguirse cada uno de los vencimientos (que prescriben a
los cinco años) del derecho a la percepción de la renta del que proceden (que prescribe a los quince
años).
c) Satisfacción de la renta
Art. 1.806: «la renta correspondiente al año en que muere el que la disfruta, se pagará en
proporción a los días en que hubiese vivido; si debía satisfacerse por plazos anticipados, se pagará
el importe total del plazo que durante su vida hubiese empezado a correr». La referencia a la
anualidad se establece por coherencia con el art. 1.802, siendo aplicable, en todo caso, el período
que se hubiere estipulado (trimestre, mensualidad, semana).
El art. 1.808 dispone que «no puede reclamarse la renta sin justificar la existencia de la persona
sobre cuya vida esté constituida». Se trata de evitar un pago indebido de las pensiones en caso de
que el deudor pagase ignorando la muerte del beneficiario.
1. CONCEPTO Y CARACTERÍSTICAS
1.1. Introducción
Art. 1.809: mediante el contrato de «las partes, dando, prometiendo o reteniendo cada una alguna
cosa, evitan la provocación de un pleito o ponen término al que había comenzado».
Estamos ante una modalidad contractual que desempeña una clara función contemporizadora entre
las partes en litigio, evitando precisamente que las disputas o discusiones existentes respecto de
cualquier situación jurídica (sea en su origen contractual o extracontractual) provoquen el
nacimiento o la continuación de un proceso judicial propiamente dicho.
La transacción consiste básicamente en un arreglo o un acuerdo que pretende erradicar la
intervención jurisdiccional y el seguimiento de procesos judiciales que, muchas veces, se prolongan
excesivamente en el tiempo, o la búsqueda de una solución arbitral. La «actividad transaccional» es
frecuentísimamente desempeñada por los Abogados (sobre todo por los buenos Abogados, que no
tienen necesidad alguna de incrementar los deseos de litigiosidad que muchas veces rezuma el
orgullo herido de sus clientes), hasta el extremo de que los honorarios por transacción tienen propia
carta de naturaleza en las normas colegiales.
La intervención profesional de los Abogados no debe ocultar, sin embargo, que, en definitiva, son
las propias partes interesadas quienes llegan a un pacto, convenio o acuerdo que dirime sus
controversias. Dicho pacto, sin duda alguna, tiene carácter contractual.
No se exige la paridad en los sacrificios o concesiones de las partes, porque el móvil de la solución
del conflicto puede determinar desigualdad en las concesiones realizadas por las partes.
2. LA CAPACIDAD EN LA TRANSACCIÓN
Art. 1.810: establece que «para transigir sobre los bienes y derechos de los hijos bajo la patria
potestad se aplicarán las mismas reglas que para enajenarlos». Por su parte, el art. 1.811 establece
que «el tutor no puede transigir sobre los derechos de la persona que tiene en guarda, sino en la
forma prescrita en el presente Código».
Ambos preceptos deben ser leídos, respectivamente, a la luz de los arts. 166 y 271 (y, por supuesto,
teniendo presente el ámbito de la incapacitación expresamente determinada en la resolución judicial
que la declara, ex art. 210 CC), en los que se contempla la exigencia de autorización judicial para
renunciar derechos o enajenar bienes inmuebles o bienes muebles valiosos pertenecientes a los
menores sometidos a patria potestad o tutela, pues, como venimos considerando, la transacción
puede suponer la renuncia (siquiera parcial) de derechos.
La ausencia de la autorización judicial exigida en los arts. 166 y 271 darán lugar a la nulidad radical
de la transacción.
El art. 1.812, referido a las personas jurídicas, establece que «las corporaciones que tengan
personalidad jurídica sólo podrán transigir en la forma y con los requisitos que necesiten para
enajenar sus bienes».
Por lo que respecta a la transacción efectuada por mandatario, el art. 1.713.2 exige mandato
expreso, si bien la ausencia del mismo puede subsanarse posteriormente mediante la ratificación.
3. OBJETO DE LA TRANSACCIÓN
A) La tesis traslativa
Entronca con la tradición romanista y nuestro Derecho histórico, el cual contemplaba la transacción
como una auténtica subespecie de enajenación (recuérdese el aforismo transigere est alienare
-transigir es enajenar). Esta postura toma como punto de partida la afirmación de que las recíprocas
concesiones realizadas por las partes a través del contrato de transacción tienen un claro alcance
modificativo sobre la relación jurídica preexistente, determinando el nacimiento de derechos y
obligaciones «nuevos» para las partes. De tal modo, habría de concluirse que la transacción sería la
nueva fuente de la relación jurídica definitiva establecida por las partes, pudiendo servir como
«justo título» para usucapir la propiedad y demás derechos reales.
B) La tesis declarativa
Más moderna, se apoya en la relativa asimilación que el art. 1.816 CC establece entre la transacción
y la sentencia, al preceptuar que «la transacción tiene para las partes la autoridad de la cosa
juzgada…». De esta forma, la transacción se limitaría a esclarecer la inicial incertidumbre y fijar los
términos de la situación jurídica en cuestión, sin llegar a crear una nueva y distinta respecto de la
preexistente. Con ello, la transacción no constituiría una nueva fuente de la relación jurídica, sino
que el resultado del acuerdo transaccional cumpliría una función meramente aclaratoria.
[Res inter alios acta es una expresión latina utilizada en Derecho y, en particular, en el Derecho
contractual, que puede traducirse como «cosa realizada entre otros».
La frase se utiliza para expresar la doctrina según la cual un contrato o un acuerdo entre varias
personas (inter partes) no puede afectar a un tercero que no ha sido parte en el mismo. Los efectos
jurídicos del mismo se limitarían, por tanto, a los derechos y obligaciones de las partes que lo
realizaron.]
6. LA TRANSACCIÓN JUDICIAL
El art. 1.816 es el único precepto que se refiere a la llamada «transacción judicial», a los solos
efectos de señalar que «no procederá la vía de apremio sino tratándose del cumplimiento de la
2) Art. 1.819: Ignorancia de la inexistencia de incertidumbre por haber recaído sentencia firme
«Si estando decidido un pleito por sentencia firme, se celebrare transacción sobre él por ignorar la
existencia de la sentencia firme alguna de las partes interesadas, podrá ésta pedir que se rescinda
la transacción. La ignorancia de una sentencia que pueda revocarse no es causa para atacar la
transacción».
2. EL CONVENIO ARBITRAL
2.1. Concepto
La Ley evita hablar en su articulado de «contrato de arbitraje», utilizando en exclusiva la expresión
«convenio arbitral». El convenio arbitral constituye un acuerdo de voluntades de naturaleza
contractual cuyo objeto radica en someter cuestiones litigiosas a la decisión de uno o varios árbitros.
Dicho acuerdo de voluntades «podrá adoptar la forma de cláusula incorporada a un contrato o de
acuerdo independiente» (es decir, a través de un contrato o convenio que tenga precisamente por
objeto acordar el arbitraje) y «deberá expresar la voluntad de las partes de someter a arbitraje
todas o algunas de las controversias que hayan surgido o puedan surgir respecto de una
determinada relación jurídica, contractual o no contractual» (art. 9.1).
4. LOS ÁRBITROS
Han de ser «personas naturales que se hallen en el pleno ejercicio de sus derechos civiles, siempre
que no se lo impida la legislación a la que puedan estar sometidos en el ejercicio de su profesión»
(art. 13 Ley 2003). Como hemos visto antes, en caso de tratarse de arbitraje de Derecho es requisito
complementario que los árbitros sean abogados en ejercicio o, a partir de la vigente Ley 11/2011,
juristas en general, dada la reforma introducida en el art. 15.1.
El colegio arbitral se encuentra compuesto por tres personas, designadas o propuestas una por cada
una de las partes y la tercera por consenso o acuerdo de ambas. Sin embargo, la exigencia legal al
respecto es únicamente que el número de árbitros debe ser impar; por tanto, cabe designar un árbitro
[El beneficio de excusión es el derecho que tiene el fiador de oponerse a hacer efectiva la fianza en
tanto el acreedor no haya ejecutado todos los bienes del deudor. Mediante el uso de este derecho el
fiador le dice al acreedor que se dirija en primer término contra los bienes del deudor principal antes
de dirigirse contra él.]
2. CLASES DE FIANZA
B) La subrogación legal
El fiador se convierte en acreedor del deudor, facultad que le concede el art. 1.839.1 con respecto a
los derechos que tuviera el acreedor satisfecho para el cobro del crédito afianzado, y que le permite
utilizar al fiador solvens, como subrogado, todas las garantías o derechos accesorios que
correspondían al acreedor, para lograr lo que realmente satisfizo o pagó por el deudor.
En este caso, en efecto, la subrogación del fiador solvens no alcanza al importe nominal del crédito,
por disponer expresamente el art 1.839.2 que «si (el fiador) ha transigido con el acreedor, no puede
pedir al deudor más de lo que realmente haya pagado».
7. LA FIANZA SOLIDARIA
Hay un precepto en el Código, relativo a la fianza solidaria, que cuestiona (o pudiera cuestionar) la
propia autonomía de la figura y, por tanto, requiere dejar sentadas conclusiones al respecto que
eviten equívocos de perniciosas consecuencias.
Establece el art. 1.822.2 que «si el fiador se obligare solidariamente con el deudor principal, se
observará lo dispuesto en la sección cuarta, capítulo 3, título 1, de este libro». Dicha sección
comprende los arts. 1.137 a 1.148, ambos inclusive, y lleva por rúbrica «De las obligaciones
mancomunadas y de las solidarias», con lo que se plantea el problema interpretativo de determinar
si realmente el legislador del CC consideró que la fianza solidaria es, sencillamente, una subespecie
de las obligaciones solidarias (cuya normativa debería ser de directa aplicación); o si, en cambio, la
fianza solidaria es ante y sobre todo una subespecie o tipo de fianza que presupone la aplicación
primera y principal de las reglas sobre la fianza, complementada iuxta modum con la reglas propias
de las obligaciones solidarias.
Obviamente la aplicación preferente de uno u otro conjunto normativo arroja consecuencias
prácticas de importancia.
Doctrinalmente, suele afirmarse que hasta el momento del pago son aplicables las reglas sobre las
obligaciones solidarias para fundamentar la posible reclamación del acreedor al fiador en el art.
1.144, mientras que una vez que el fiador ha atendido el pago deberían aplicarse las reglas propias
de la fianza.
Empero, la facultad de elección que tiene el acreedor para dirigirse indistintamente contra el deudor
principal o contra (cualquiera de los) el fiador(es) solidario(s) puede fundamentarse directamente en
el art. 1.831.2, que reclama únicamente el entorno conceptual de la solidaridad y no la normativa
concreta sobre ella que, en todo caso, sería de aplicación subsidiaria o complementaria. Por ello,
debe primar la aplicación con carácter general de las reglas propias de la fianza