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ÍNDICE
PRIMERA PARTE
ENTRAR A VOCES EN LOS CUARTOS CIEGOS
I. TURÍN............................................................................
II. FRAGMENTO PRIMERO..……………………………..................
III. MADRID.....................................................................
IV. LA CAJA DE PANDORA...............................................
V. FRAGMANETO SEGUNDO....…………………............
VI. LA CARTA.................................................................
SEGUNDA PARTE
NUNCA ENCADENES A NADIE AL PIE DE NUNCA
EL TELÓN
Y YA NUNCA PODRÍAMOS MIRARNOS
SIN RETUMBARNOS DE PASADO
PRIMERA PARTE
TURÍN
Mi primera sorpresa al llegar a Turín fue el aspecto de la estación de tren; he visto pocas
estaciones tan descuidadas, grises y poco sugerentes como la de aquella insigne ciudad
que a punto estuvo de ser la definitiva capital de Italia. Después de haber cruzado la
fértil vega lombarda, estudiando y admirando cada una de sus estaciones y apeaderos,
llegar a los pies de una construcción tan pobre y destartalada me decepcionó un tanto.
país (nunca emprendas un viaje largo con una mujer de estabilidad corta). La pandilla
escaso ánimo. Así que allí estábamos, esperando a Sira, una antigua amiga de mi
compañera de trabajo, en cuya casa pasaríamos los últimos ocho días de nuestra estancia
italiana.
De Sira sabía que era hija de una andaluza que se afincó en Marrakesh desde
joven al casarse con un apuesto árabe musulmán, quien sería el padre de Sira. Sabía que
era una ajedrecista de renombre en algunos reputados clubes europeos, que se había
licenciado en Ciencias Puras, que estaba casada con un judío italiano, que era
inteligente, y una amiga “de las que les dan puntos raros”, según mi compañera. Sabía
sólo detalles pero muy heterogéneos. Toda esa información la había ido recibiendo en el
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tren, a lo largo del día. Tras escuchar tanto pormenor acerca de su carácter y su vida, le
reflejo, si miras directamente a los ojos o si esquivas las miradas, si escuchas bien, si
etc. Los viejos hábitos de observación permiten obtener mucha información de las
personas simplemente reparando en esos pequeños detalles que a todos nos traicionan.
La gente se sentiría muy intimidada si fuera consciente de que está vertiendo tanta
información personal.
-Pero..., quieres saber, ¿qué aspecto tiene Sira físicamente o cómo viste...? ¿A
-Un poco todo ello y... cuanto consideres relevante o significativo- Alegué.
-Ah, bueno,... Sira es, ¿cómo la describiría? Bastante hortera vistiendo, bastante
cantosa, sin gusto, alta, algo regordeta... Es de estas chicas con el trasero grueso pero la
cintura muy cuadrada, como sin forma, con el tronco más bien corto; aunque tiene una
cara muy graciosa- Me dijo poco más, aunque ya había dicho bastante.
Sentada sobre mi propia maleta apoyada sobre una acera vieja y resquebrajada,
no hay que fiarse de aquellos que dicen que al norte de Italia nunca llega el verano. Me
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sentía agotada y con ganas de ducharme, traía la melena lisa y rubia completamente
polvorienta y áspera; mi piel, tan sensible y poco resistente a los contratiempos, estaba
casi lacerada por el irritante roce de las deterioradas tapicerías del tren.
que nos recogieran, un instante de lo más vulgar, algo que cualquiera vive o puede vivir.
Un instante vital más, sin nada especial. Pero es curioso, pues mis impresiones
todos aquellos instantes precedentes. Lo cierto es que se han fijado con fuerza en mi
memoria, ahora son importantes por ser los instantes previos a aquel encuentro. Nunca
importantes pueden darle a su vez tanto valor a otros momentos intrascendentes, sólo
tras frenar un tanto bruscamente, salió del vehículo y se acercó rápidamente a nosotras.
En aquel momento pensé que algo raro fluía desde mi compañera hacia aquella chica
de, según supe, treinta y dos años, pues la descripción que me había ofrecido de Sira no
podía ser más deforme e imprecisa. Es cierto que era una mujer alta, pero los feroces
tacones que llevaba le reportaban cuanto excedía a su probable metro setenta y cinco de
Tampoco era delgada, pero lejos de ser definible desde los parámetros de la
gordura, Sira debía ser definida según los moldes de la sensualidad más absoluta. Sus
líneas eran suaves y armónicas, sus curvas redondeadas, ni un hueso descubierto, ni una
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arista afilada, sus formas eran suaves por todas partes, no había en su tenue rotundidad
parte por separado que pudiera ser tenida por excepcional, ni sus piernas ni sus brazos ni
deslumbrante. Era una de esas mujeres que en cuanto entraba en una estancia,
flotar.
-¿Qué tal el viaje?... Quita, quita, ya cargo yo con eso, Lucía- Me dijo tras
propinarme dos besos y sin que hubiéramos sido oficialmente presentadas. Tomó las
maletas y las cargó en el coche como si llevara toda una vida descargando toneles en un
Rápidamente había metido las cuatro maletas en el coche y nos había conducido
a su interior mientras nos advertía acerca de la rapidez del tráfico italiano, algo que ella
misma ejemplificó. Era una de esas mujeres que bandean las situaciones de novedad o
rápido
sabiendo que eso es una habilidad social estudiada, pero no dejaba ser un síntoma del
esporádicas exclamaciones que dentro del coche vertía Sira a propósito del
imperdonable atrevimiento de otro conductor. Más tarde sabría que conducía, se quejaba
e indignaba dentro del coche con la furia de un hombre, esto es, ella siempre tenía
-Sí, estuve preparando un artículo que me obligó a leer infinidad de obras de viaje,
-Bueno, pues si hay algo que a poca gente le gusta es el tráfico infame de las
grandes ciudades, ¿has visto cómo se conduce aquí?....¡¡Eh, tío!! ¿Habéis visto a ése?
¿De qué va? Puaf, yo alucino...- Dio un volantazo para librarse de un conductor
temerario, aunque empleó la misma intrépida velocidad que dicho conductor -Es que,
Recuerdo mi primera impresión del tráfico italiano cuando, al llegar por primera
vez al país, un año antes, casi sentí pánico deslizándome por las calles de Florencia a
autobús podía alcanzar esas velocidades por aquellas calles estrechas, bandeando en las
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curvas y frenando así en los semáforos? Comprendí entonces el gran sentido que tenía el
título que Alberti había dado al que quizá es el único de sus poemarios que me ha
emocionado: Roma, peligro para caminantes. No obstante, él escogió este título como
homenaje al soneto de similar título que Jorge Guillén había escrito para él. Este soneto
advertía de esos peligros. Peligroso era el tráfico en Roma, en Florencia y, desde luego,
en Turín.
europeos que no hay mucho que ver en ella, lo cual resulta harto insólito si se tiene en
iglesias, etc. De forma excepcional, Lady Morgan subrayó el gusto arquitectónico con el
que había sido construida la ciudad, sus pórticos, la disposición de sus calles, sus
cualquier caso, su visión no ha sido la más extendida. Ocurre con Turín que,
precisamente por hallarse en una situación geográfica italiana tan septentrional y tan
cercana a la frontera del país, su naturaleza y clima no resultaban tan ajenas al viajero
francés o alemán como podían resultarle otras ciudades italianas más meridionales. La
ciudad fue durante siglos una de las entradas más habituales al país, el viajero solía
atravesar el Mont Cenis y el Valle de Susa, a través de los Alpes del Piamonte.
Sin embargo, en los libros de viaje europeos, una vez traspasada esta frontera,
muy llamativa y poco descrita la Piazza Castello, con el Palazzo Madama, el Teatro
Regio y la Armería Real. Resultan solemnes las residencias saboyanas, el Palacio real y
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algunos museos. Hoy día, Turín posee el mejor museo egipcio del mundo, sólo superado
Esta ciudad, atravesada por el Po, ha sido muy referida porque en ella la Iglesia
viene exhibiendo desde hace siglos la Sábana Santa. La ciudad es igualmente objeto de
partir del período moderno, hay que decir que ha tenido Turín una importancia
tecnología, arte, cultura y ocio, pero sus habitantes conservan cuidadosamente todo
aquello que les recuerda sus nobles orígenes. Por otra parte, Turín se ha convertido en
Es ésta una de las ciudades italianas que más merece ser visitada y que, de forma
poco comprensible, ha sido ignorada por los viajeros europeos. Es sabido que la
que dieron fiel cuenta los españoles en los libros de viaje a Italia escritos durante los
siglos XIX y XX. Lo cierto es que, en Europa, sólo los viajeros y escritores españoles
descripción arquitectónica que había en estas obras me había llevado a realizar un breve
artículo en donde pude aunar dos de mis pasiones más notorias: literatura y arquitectura.
Para ello hube de leer abundantes libros de viaje a Italia, lo que acentuó mi
interés por el país e hizo que se me ocurriera la idea de las estaciones de trenes italianas,
extrema apetencia de conocer Turín: la formidable visión que de los Alpes se tiene en
tan bella ciudad, el curso ondulado y poderoso del Po atravesándola, su barrio medieval,
sus bosques colindantes, sus calles tiradas a cordel, sus pórticos, su distribución
Mientras atravesábamos Turín, iba embelesada dentro del coche, con ese letargo
apacible que la fatiga reporta al viajero. Después, a través del espejo retrovisor observé
el rostro de Sira con detenimiento por vez primera, mientras hablaba o sonreía, y
sino a un recalcitrante sentimiento negativo, y oculto, tal vez incluso para su propia
en aquel momento:
-Bueno, por aquí vendremos mañana. Mi hermana vive aquí desde hace más
tiempo que yo, conoce rincones más recónditos, así que quizá nos acompañe algún día.
-Por supuesto- Dijimos, y ella prosiguió con sus incesantes y bien urdidas
Poseía uno de los rostros femeninos mejor formados que yo haya tenido nunca
frente a mí, algo verdaderamente simétrico y bien construido. Pensé que debía de ser
una gozada ver eso en el espejo una, cada mañana, nada más levantarse, pues para estar
guapa seguro que Sira sólo tenía que abrir los ojos tras despertar. Sus rasgos bien podían
ser tenidos por árabes o por españoles meridionales. Tenía la boca amplia de labios
carnosos y sonrisa perfecta de muchas mujeres árabes, pero poseía el tono marrón de
ojos de la andaluza más canónica, un peculiar tono cobrizo inmarcesible que irradiaban
sus grandes ojos. Su nariz era pequeña y levemente respingona, armónica y dulce, como
pómulos era típicamente árabe. Tenía unos legendarios hoyuelos en las mejillas que se
marcaban al sonreír, y cuando sonreía, como podría haber dicho Ficcino, era como si
Dios nos recordara que seguía ahí detrás, en alguna parte, cuidando de la humanidad.
primeros minutos de forma absoluta y percibí algo más, pero en aquel instante era una
Los días siguientes fueron comunicativamente intensos, las tres pasamos muchas
afinidades personales, como la pasión por la fotografía, por el cine, por los discos de
copla, por los restaurantes exquisitos, la literatura, etc.; pero, muy especialmente,
todas las posibilidades de mi existencia. Sira era exactamente igual en eso, una curiosa
impenitente que no se rendía por nada ni por nadie. Éramos dos valientes, o dos
espiritual que la experiencia sensata reporta. Ambas navegábamos bajo el sol de los
valientes, sintiendo que en la vida hay que llevarse la luz a la boca, y quemarse, y morir
con cicatrices. Compartimos aquella sed y encontramos una afinidad espiritual muy
hermana de Sira, que llevaba cinco años viviendo en Italia y a través de la cual ella
había conocido a su marido. Chiara tenía dos años menos que yo y estaba tan integrada
en el país que se había italianizado hasta el nombre; para su agrado, aunque para
irritación de Sira. Todo el mundo la llamaba Chiara, si bien Sira detestaba esa elección.
Las dos hermanas se parecían mucho físicamente, aunque la pequeña tenía un pelo
igualmente rizado, si bien menos espeso. Sus ojos eran más pequeños y oscuros.
Cuando sonreía -con la misma luz que Sira- se le achicaban y circundaban de diminutas
También era menos alta y, aunque era igualmente sugerente vistiendo, había más
Chiara, más sosiego, aunque casi un año y medio después comprobé que poseía la
casi igual que la de Sira, pero ligeramente desviada, de forma casi imperceptible, lo
rostro era que poseía en la mirada ese fondo provocativo y trasgresor que sólo aventan
despiste del vigilante. Ambos museos me impresionaron. También nos llevó a pasear
por la Piazza Castello, su Palazzo Madama, el Teatro Regio y la Armería Real. El resto
de las visitas las realizamos con Sira, pero el día que pasamos con Chiara y su
Turín:
sus más importantes textos, Nostradamus realizó sus predicciones, aquí se suicidó
Emilio Salgari, y Nietzsche escribió que sentía una “sublime pureza” en la ciudad. Lo
del filósofo sí que fue increíble, terminó volviéndose loco por la sífilis y protagonizó un
viviendo en Turín y exigía que le permitiesen salir a pasear por su adorada Piazza
Castello.
-¡Qué curioso no sabía que el filósofo alemán hubiera terminado así! Ni que la
-Vaya que sí-prosiguió-es también ésta la ciudad que sedujo a Tolstoi por su
juventud fuerte y libre, por sus cafés y teatros, la ciudad de la que Gogol diría que no
tenía nada que envidiar en magnificencia y belleza a Roma. También sedujo esta ciudad
cultura y riqueza, enmarcada por una naturaleza sublime, pero Turín es también la vieja
religiosos y profanos que, en suma, encuadran el singular encanto de la que es sin duda
hace siglos. Allí se dispensa el mejor chocolate a la taza que he probado jamás, un
biccerin, una exquisita mezcla de chocolate, café y nata que te activa hasta la médula,
una verdadera bomba calórica, energética. Recuerdo los helados de chocolate con
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avellana, una mezcla típica de la ciudad, añoro los quesos y vinos del Piamonte, y en
suma la magia que la ciudad desprende. Supongo que Sira, a quien ya siempre asociaré
a aquella ciudad, ejerció una gran influencia en mi mirada y en el entusiasmo que Turín
con esa ligera emoción infantil que sentimos las mujeres cuando creemos encontrar una
-Mira, Lucía, yo soy una persona muy directa y la verdad es que me has caído
muy bien. Me parece que ha sido obvio para ambas que conectamos y me gustaría
seguir en contacto contigo- Cuando quería, Sira era directa y asertiva como ella sola.
vez más fluida, la confianza mutua fue creciendo e hicimos de nuestras cartas un
reducto personal y secreto en el que mutuamente nos confesábamos aquello que otros
secreta visión del mundo y de nuestras respectivas relaciones. Coincidimos varios fines
de semana en Cannes, adonde íbamos con nuestras parejas a propósito del festival de
cine. Yo ya estaba con Richard, y Sira congenió con él bastante bien. Los dos eran
“La Noche”, su trilogía acerca de la incomunicación, y también “El Desierto rojo” y “El
Grito”. Para mí todas resultaban soporíferas. Una leyenda urbana dice que una vez
alguien terminó de ver una película de Antonioni. No obstante, Richard y Sira estaban
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inefable que nos acercaba más y más. También hablábamos regularmente por teléfono,
lo que estrechaba la sensación de cercanía, hasta que un día nublado de 1991, a través
del mismo, Sira pronunció una frase que me alegró infinitamente y que abrió una puerta
II
FRAGMENTO PRIMERO
Lucía,
han pasado muchos años. A veces siento que todos los recuerdos de mi vida amarillean,
son polvorientos, vetustos y destilan un sabor a vino añejo, más bien picado. Sin
embargo, entre todos los recuerdos de mi vida, tú fulguras siempre, rutilante entre los
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demás fantasmas borrosos que un día fueron amigos, amores, para luego convertirse en
imágenes hueras y difusas que de tanto en tanto agitan mi memoria. Curioso camino el
de las imágenes del pasado, al principio tales evocaciones duelen hondo, se clavan
nos representan a cada paso. Luego esas imágenes se alteran lentamente y sólo el amor
o el resentimiento, según el caso, modela sus perfiles. A los odiados los recordamos
oscuros, con la mirada enfoscada, sombríos, penetrantes, grotescos; a los aún amados
los recordamos con una pátina especial, puede ser un cierto candor en la mirada, un
yerras siempre en la vida, con las personas, según un mismo patrón. Al final los añoras
a todos como a uno solo, cada pérdida es la misma pérdida, pues en todos caes en lo
mismo, la huella de tu pasado antecede a tus pies, que se amoldan mansos a esa forma
creerme el amor ni el cariño de nadie. Entre todos mis errores y torpezas, las más
dolientes las he cometido contigo. Algunos errores, Lucía, se pagan toda la vida, y
Por todo ello quise verte desde que llegué a Madrid en éste, mi segundo
reencuentro con la ciudad tras casi dos décadas. Tu recuerdo se me aparece en cada
soportal de la Plaza Mayor, en cada esquina fotografiada por ambas tanto tiempo
atrás, poco después de volver de Italia. Te he recordado mucho, Lucía, mucho, no sabes
cuánto. De algún modo tú también lo habrás hecho, lo sé, pero no con el mismo fuego
que yo. El que recuerda con culpa recuerda con mayor intensidad, y estos carbones
Espero que esta carta te llegue en el momento adecuado, y que yo dispongo, para
que recibas una importante noticia que me incumbe, y que quizá ya habrás leído en la
prensa, pero quiero que te enteres antes, o mejor, por mí. No obstante, empecemos
dando un rodeo que nos lleve hacia atrás, atrás en el tiempo, volvamos a Italia, déjame
retomar el lado más brillante del fino cordón que nos une: el lado del comienzo.
Convendrás conmigo en que aquella conexión inicial entre ambas fue deslumbrante. Al
esa vulnerabilidad oculta que entreví desde el principio. Por otra parte, siempre has
poseído una fuerza interior que he admirado, ya sé que nunca se me dio bien
es fácil vivir toda una vida bandeando con una autoestima demolida en la primera
especial, ello se ve desde el primer rato de conversación. Sólo tienes que mirar a
alguien con esas pupilas que clavas tan fijamente para que se sienta pequeño,
observado hasta la médula del alma. Tú, con el tiempo, confesabas cierta timidez de
fondo, pero, créeme, eres –a estas alturas de tu vida ya debes saber que eres- una mujer
Desde joven poseías una capacidad de resolución que sobrecogía. Siempre con
servicio de lo que hiciera falta. Y, sobre todo, esa forma de imbuirle fe a la gente, fe en
Y pronto, esa luz genuina que destilas terminaba convirtiéndose en una droga para
del maravilloso sabor que deja una buena conversación contigo. Nos pisábamos la
palabra la una a la otra porque a ambas nos acuciaban las ganas de expresarnos, de
vida misma, y acerca de fotografía, por supuesto. Aunque también este tema lo dejo
III
MADRID
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Hacía cuatro años que había regresado a vivir a Madrid. A pesar de haber nacido y de
haberme educado en esta ciudad, había vivido largos períodos en Cádiz, la ciudad de mi
madre. En aquella época, mi tiempo vital se repartía entre las clases de historia del arte
acababa de terminar mi leve aventura con Pablo: un amante que quiso ser novio, un
potencial novio al que resolví proponerle que sólo fuera amigo, un imposible amigo a
El que Sira se instalara en Madrid, a sólo media hora de donde yo vivía, supuso
Pablo, con quien había compartido casi tres meses muy intensos y dulces, pero que se
Sira llegó con su piel acaramelada como la miel de romero, con su sonrisa
ella, Sira era muchas Siras imprevisibles que pugnaban entre sí por prevalecer. Era una
mujer fuerte y autosuficiente que no permitía que los miedos existenciales la frenaran;
pero también era un cervatillo confuso y perdido en la madeja de la vida, a quien sólo el
concatenado un novio con otro, un amante con otro, cuando había estado sola, había
estado buscando. Así era, o tenía un hombre o lo estaba buscando, era absorbente y
Del mismo modo, era nerviosa e inquieta, pero ordenada y coherente en sus gestos
y discursos; era dulce, pero podía ser muy hosca; era generosa, pero también muy
egoísta. Aunque por encima de todo ello, era vital, intensa, divertida, locuaz y
acomodaticio y agradable, una energía que me removía cierto bienestar y que sentía que
era compartida.
terminar agotadas; pero también podíamos compartir esos silencios de segundos que
duran horas, que reportan sosiego y dan cuenta de la confianza mutua. Supongo que
tenía que ver con aquello, aquello tan incierto que parecía tomar cuerpo bajo nuestro
suelo, y que suscitaba tantas preguntas en mí, había algo extraño en la relación, algo que
condición natural más arraigada era ésa. Detrás de cada propuesta, de cada argumento,
deliciosa manera de manipular las cosas para que siempre le reportaran a ella el interés
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que buscaba. Siempre barría para el lado de sus deseos y te hacía creer que eras tú quien
había elegido aquel restaurante (el preferido de ella), aquella hora para quedar (la que le
venía bien a ella), aquel día de la semana (el que le favorecía a ella), aquella película en
el cine (la que le apetecía)... Jamás imponía sus deseos, pero tenía una habilidad social
mientras te derretía con la mirada más dulce de sus grandes ojos y con un estrujón
afectuoso. Luego descubrí que podía decirles cosas similares a sus colegas con los
inconscientemente que lo ejercía. Ella era así y no iba a cambiar. Pero no era su egoísmo
lo que me turbaba, aunque aún no estaba segura de ello. En aquella primera época, en la
observé su carácter, pues observo todo cuanto me cuesta diseccionar, cuanto me turba o
intriga. Traté de esforzarme por ser muy consciente de su egoísmo, para frenar mi afecto
hacia ella, pero era inútil, había algo en la personalidad de Sira que me atraía
aquello era mutuo. No obstante, mi certeza respecto de su egoísmo innato siempre fue
inquietante.
Durante los primeros seis meses, desde su llegada a Madrid, Sira había
relación con su carrera como ajedrecista -o al menos lo había aclarado un tanto- gracias
a las interminables horas de conversación sobre el tema a las que yo accedí; le había
través de mis contactos, a través de mi compañía, a través de mí. ¿Qué había aportado
Sira a mi vida? Mi vida era igual, ella me ofrecía horas de placentera compañía e
siempre he identificado el egoísmo con la pobreza del alma. Sí, en ocasiones la veía
y su humor, no tenía nada más que ofrecer (o no quería) y sí mucho que tomar. Yo
percibía su necesidad de mí, tantas veces disimulada. Y, supongo que, de alguna forma,
delante de la otra para compartir lo que pasaba por nuestras cabezas: deseos, sueños,
miedos, derrotas, triunfos, opiniones... Todo lo que compartíamos era como una droga
sugestiva y magnética.
enfadaba conmigo, podía ser psicológicamente muy agresiva en su trato. No hay nada
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que pueda hacerse con alguien que pasa de la sonrisa al bramido en un segundo y por
una insólita y retorcida razón que sólo ha presupuesto. Daba igual lo que yo dijera para
como una niña rabiosa, más, se enfadaba como un camionero en un pub de carretera.
Sólo la vi de esa guisa en tres o cuatro ocasiones, pero entendí y traté de asimilar que no
Su inseguridad podía ser a veces abrumadora: tenía que medir cada palabra y
cada gesto porque ella necesitaba ser continuamente reforzada, mimada, adorada y reída
Sus virtudes paliaban y excedían sus defectos con gran diferencia. Era inteligente y sus
ocasiones. A veces, hablar con ella era como hablar conmigo misma, con una parte de
mí que se iba desflorando poco a poco. Descubrirla a ella era descubrirme a mí, pues
Sira.
Siempre tuve esa intuición. Quizá porque sabía que no tenía amigas de verdad,
de las que llevan diez o quince años en la vida de una. Esas amigas que han estado ahí,
mes tras mes, durante innumerables épocas de tu vida, viéndote en lo mejor y en lo peor,
y que, tras esos lustros, te siguen siendo fieles y te siguen transmitiendo que eres algo
bueno para ellas, que se alegran de tenerte en sus vidas. Sira tenía esas amigas
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eventuales con las que esporádicamente se estrechan lazos, en el trabajo, por ser parejas
de amigos del marido, etc. Ésas eran las amistades que frecuentaba. También sabía que
me daría en la medida en que yo le reportara algo, era así y así decidí disfrutar de la
relación.
Tras una discusión nos apartamos, pasaron casi tres meses y yo ya había
asimilado la ruptura, pues era algo que esperaba, pero me llamó y en diez minutos
decirme que me añoraba, que esperaba verme, que me estimaba infinitamente, etc. En
aquel momento decidí no sucumbir a sus intentos de recuperarme, pues intuí que era su
caprichoso carácter el que no podía soportar que alguien se resistiera a sus encantos. Me
mis expresiones con el filtro de mi carácter, más reservado. Había entendido que me
importaba bien poco que tuviera cien defectos. Echaba de menos sus opiniones, era su
inteligencia lo que más añoraba, quería conversar con ella de nuevo y terminar de
descubrir qué era aquello que latía en el fondo de la relación y nos hacía sentir tan
intensas cuando estábamos juntas. Decidimos quedar para ir a fotografiar unas antiguas
ruinas en la sierra y dejarnos llevar sin darle más vueltas a lo sucedido. Tuve que
tomarme una tila mientras la esperaba en mi apartamento, pues sentía una incómoda
zozobra.
revelando juntas unos carretes míos en el cuarto que tenía preparado en casa con dicho
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entre la maleza, y el resultado había sido hilarante a veces. A los diez minutos ya
entusiasmándonos con las fotos... Habían pasado tres meses sin que nos viéramos ni
habláramos, había decidido que en esta segunda parte de la relación trataría de mantener
ciertas distancias, pero a los diez minutos, Sira ya se me había recolado dentro de
También había traído unos carretes para revelarlos conmigo. Cuando vi aquellos
aquellos modelos y del dinero de su suegra que habría empleado para contratarlos,
pensé en Robert Mapplethorpe. Las fotos de Sira tenían ese vigor y esa elegancia. Yo
-Sira, no sabes cómo me recuerdan tus fotos a las de Mapplethorpe, son una
maravilla-Le expliqué.
comenzó a realizar fotografías con una cámara Polaroid, si bien sólo pretendía usar estas
-¿Y cuándo empezó con sus famosos retratos?-inquirió Sira, curiosa como
siempre.
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Patti Smith, con la cual se había instalado en el hoy legendario hotel Chelsea de
artistas, estrellas del cine porno, músicos compositores, personajes del ámbito más
los retratados, sobresalían los nombres de Warhol, William Burroughs, el poeta Jim
Carroll, a quien retrató durante una relación homosexual, o el mismo Mick Jagger.
los trabajos de este fotógrafo estaba muy alejada de lo convencional, sobre todo en sus
homosexuales.
visto antes. Abordó con arrogancia y con naturalidad el sexo masculino y evidenció
un período de refinamiento excepcional, acentuó una cierta belleza clásica. Ahora sus
flores parecidas a genitales humanos. Afirmó que quería demostrar que los humanos
-Esa mezcla hallo en tus fotografías, Sira, pues también presentan la misma
predilección por el blanco y negro que Mapplethorpe. En tus fotografías hay rotundidad
y dureza, vigor y resolución, pero hay una belleza exquisita y armónica, hay suavidad y
delicadeza.
Sira siempre era suave y femenina, su feminidad era de un rigor casi de los años
setenta: tacón de aguja, melena muy espesa y larga, uñas largas y pintadas con colores
densos, faldas cortas, medias adornadas, pendientes largos, siempre adoptaba un look
sexual y usualmente descarado; pero era cuando lucía su sensualidad de forma menos
en la manera con que me estrujaba cuando yo estaba triste, tan protectora que hacía que
cuando cruzábamos la calle y se acercaba un coche por mi lado. En cambio, nada era
espíritu en donde confluía un matiz puro de ese algo bravío que sólo un hombre alberga
reverso.
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Así que, después de revelar, conversar y reírnos durante varias horas, salimos del
cuarto de revelado dándonos cuenta de que aquello que nos unía poseía una consistencia
más importante que la sospechada por ambas antes del distanciamiento. El hecho de que
recuperáramos la intimidad de forma instantánea, después del par de besos de rigor y las
siempre había estado en la relación y que se intensificó durante las semanas siguientes.
Parecía que teníamos que recuperar el tiempo perdido. Yo me había impuesto que la
esquivaría un poco, no la vería más de una vez cada diez días, por el bien de la relación;
pero cada tres o cuatro ya estábamos quedando para ir al cine, tomar cervezas, pasear, ir
a alguna exposición, cenar en nuestros adorados restaurantes caros, comprar ropa, hacer
Las preguntas me acechaban: ¿Qué clase de algo interno en la relación hacía que
aquella chica y yo conectáramos de aquella manera? ¿Qué era aquello? ¿Por qué
tan parecidas? ¿Por qué ella me recordaba tanto a un antiguo amor mío y por qué yo le
recordaba tanto a un antiguo amor suyo? ¿Por qué éramos ambas tan conscientes de los
mismos pesados lastres de la sociedad? ¿Por qué nos emocionaban las mismas cosas?
¿Por qué la había conocido tan de casualidad en otro país y había casualmente venido a
mi ciudad? ¿Por qué éramos las dos tan emocionales, apasionadas, temerarias, curiosas,
Igualmente, tenía en común con Sira la necesidad de tener todo bajo control, es
decir, saber que sé lo que pasa, por qué pasa y cómo pasa, pero aquello... Aquello que
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dejar que la vida nos descubra las cosas a su debido momento, y así lo hice... Por fin me
dejé arrastrar sin nadar a contracorriente, sin frenar algo que no sabía qué era, sin
miedo, con firmeza pero sin tampoco forzar ni un ápice el curso de nuestra fluida
relación, y supongo que Sira, al percibir que dejaba de ponerle barreras, también se dejó
IV
LA CAJA DE PANDORA
La complicidad que puede establecerse entre dos mujeres alberga matices muy
distintos a la que se desarrolla entre los hombres. Cualquier mujer que haya vivido una
envuelven a las relaciones femeninas a esa edad: intercambiarse ropa (risas), quedar
para arreglarse antes de salir (risas), compartir los secretos más dramáticos (lágrimas),
relatarse los primeros acercamientos sexuales (es mentira eso de que sólo los hombres
hablan de sexo), los chismorreos acerca de las otras amigas (risas), los teatrales enfados
mágicas y entrañables que sólo quien ha sido una chica de quince años puede entender.
mujeres. También entre los hombres, eso es una obviedad, pero los hombres no se
llaman por teléfono con voz débil para pedirse consejo, no manifiestan esos lazos de
sociedad le interesa que las mujeres estemos enfrentadas, que esperemos lo peor de las
otras, que desconfiemos, que creamos que todas son unas envidiosas, que nos
sobre las prestaciones del coche o el móvil de cada uno, no se cuestiona cómo se
enfrentan en el trabajo, cómo rivalizan por las mujeres, por el éxito económico, por el
prestigio social y otras muchas cosas. Parece que sólo las mujeres somos envidiosas y
rivalizamos. La rivalidad masculina está ahí, igual que la femenina, las envidias mutuas
con su género.
afecto que se dan las amigas es inigualable. Es sabido que las mujeres estamos más
atentas a las pequeñas cosas, somos más detallistas y poseemos una suerte de
perspicacia emocional de la que carecen los hombres. Esto es así, ellos leen mejor los
mapas, poseen una mejor capacidad de representación espacial, etc., pero nosotras
somos capaces de desplegar más matices emocionales, desarrollamos más empatía hacia
los sentimientos ajenos de forma más directa y efectiva, lo que cualquier mujer agradece
a sus amigas en los momentos duros. Y yo había comenzado a pasar entonces una de las
épocas más duras de mi vida. Llevaba casi un año saliendo con Richard, cuando fue
demasiado rápidamente, aunque en aquellos días no todo el mundo tenía teléfono móvil
fue demoledor. Había tratado a su madre en varios viajes de fin de semana que hicimos
con el fin de que yo conociera bien Inglaterra, siempre pasábamos con ella una tarde y
Una vez, cuando estuvimos con Sira y su marido en Cannes, ella también vino
(acababa de quedarse viuda). Al día siguiente de recibir su llamada, tomé un vuelo y fui
a ver la tumba de mi novio. Pasé varios días con Lou, quien se encontraba tan deshecha
como yo. Me llamó mucho para alentarme, durante los primeros meses, y me prometió
sensual como sólo pueden serlo las voces graves, me encantaban su personalidad y su
atrapar en serio. El accidente truncó lo que nunca sabré qué habría podido ser. Supongo
que con mis escasas últimas citas con Pablo, que se enamoró como un crío adolescente,
traté de sepultar un dolor que no parecía poder aplacarse dentro de mí. Estaba
a la suya, pero ¿acaso yo misma no iba a la mía cuando lo estimaba oportuno? Ella iba a
la suya, pero, en aquellos tiempos, me entendió mejor que nadie e ilustró lo positiva y
verdadera que era su amistad por mí. Eso importa de la amistad, dure más o dure menos,
Yo no sabía cuánto tiempo iba a querer estar en la vida de Sira, pero sabía que el
tiempo compartido era de una pureza absoluta, era un tiempo vivo, no un tiempo
muerto. Cada minuto tenía un valor, cada palabra un saber, cada gesto mutuo era
Comencé a sentirme muy cómoda con ella. Asumí con naturalidad sus defectos,
comprendí que sus enfados eran un reverso igualmente intenso de su afecto por mí,
Schopenahuer decía que los seres humanos debemos relacionarnos como los
erizos, estando lo suficientemente cerca como para que nos llegue la tibieza del otro,
pero no tanto como para llegar a clavarnos mutuamente las púas. Nosotras estábamos
muy cerca, quizá demasiado, pero ya no había barreras, incluso viviendo a media hora
espiritual.
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Durante aquel tiempo, cada una sentía que podía abandonarse a la otra, cobijarse
en ella. Podíamos abandonarnos con la más fiel imagen de nosotras mismas, de nuestro
yo más puro, y eso es en definitiva el objeto último de toda relación humana que se
precie: queremos poder ser ante el otro, y con toda comodidad, nosotros mismos en
respecto.
que se sentía a mi lado. Ella era así conmigo porque sabía que yo entendía el porqué de
su carácter. No sólo lo entendía, sino que lo sentía. A veces sus pulsiones emocionales
eran tan iguales a las mías que era como verme a mí misma en otra persona. Aquello me
sobrecogía a veces, pero son los sentimientos más vertiginosos y complicados los que
dejan una huella más intensa en nuestra memoria, por eso hoy, al ver el nombre de Sira
una fotógrafa de cierto éxito en algunos círculos madrileños, había hecho algo de
alguna exposición esporádica, etc. Nada fulgurante, pero que me aseguraba un dinero
pero sólo había hecho escasos reportajes para divertirse, sobre todo siendo más joven.
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Sin embargo, el día que en Turín sacó sus carpetas y me enseñó alguno de esos iniciales
Nuestra común colega me había dicho que Sira era rematadamente infantil y
mala fotografiando, sólo eso. Cierto es que había mucha torpeza técnica, lógicamente le
-Lo primero es que te olvides del flash de momento, Sira, pues al fotógrafo
Debes usarla sólo cuando hagas fotos exteriores y el sol cree sombras entre los rasgos,
-Por otro lado hay que revisar tus enfoques y la coherencia de algunas de tus
-Es una magnífica y turbia fotógrafa americana que se suicidó con sólo 22 años
cuadrado, centradas en una figura principal y con unos sutiles juegos de claroscuro,
-Pues en tus fotos- me alargué -veo que tu instinto te dictó el segundo exacto
para accionar el disparador, siendo capaz de incorporar todos los elementos de una
fotografíes en gran formato, con un grano muy fino, lo que te permitiría obtener una
algunos retratos femeninos que les había realizado a sus primas en la playa se asemejan
fotógrafa. Me presenté a un concurso fotográfico, cuyo tema era “El mar”. Decidí, pues,
aprovechar el exquisito rostro de Sira para presentar una fotografía llamada “La Mujer y
el Mar” que habríamos de realizar en la costa, claro está. Como yo seguía reponiéndome
único día a Cádiz para servirme de modelo. Salimos muy de madrugada, para
aprovechar al máximo las horas de luz, y regresamos bien entrada la noche, agotadas
Me levanté incluso antes de la hora, saber que iba a pasar un tiempo con ella
animadamente todo el viaje y le expliqué a Sira lo que buscaba. Lo cierto es que era la
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modelo ideal para mi fotografía, por eso no había contratado a nadie, pues lo que yo
buscaba era contrastar la feminidad y la delicadeza que puede haber en la belleza de una
mujer, con la dureza a veces amarga, pero atractiva, del mar. Su rostro era perfecto para
esta composición. Me interesaba su contraste con la estampa del mar de fondo. Fue un
trabajo difícil, pues la luz no nos lo puso fácil, pero entre foto y foto empecé a observar
objeto que pretende fotografiar, no piensa lo que quiere hacer, lo siente y lo hace, lo
mira y lo capta, lo toma. Se trata de una extraña forma de posesión hipnótica que ni el
modelo ni el espectador deben entrever, pues el fotógrafo debe estar luego ausente de la
fotografía. Tras mi cámara, yo observé el rostro de Sira con una complacencia que
pensé que nunca había visto unos labios tan perfectos y atractivos. Observé su nariz
algo respingona y pequeña, tan delicada como las clásicas narices de las mujeres
anglosajonas más hermosas. Su cara no era perfecta, pero había perfección en su belleza
imperfecta. Los filos de su rostro debieron de ser un lujo para el roce de aquella brisa,
curva de sus pómulos era un sueño árabe y sus hoyuelos una tentación de azúcar.
y arrojo, a pesar de ser una mujer tan enérgica, Sira se ruborizaba muy de tanto en tanto,
casi no se le notaba, pero yo lo apreciaba con regocijo, pues me ponía en contacto con
-¿Qué son esas dos pequeñas manchitas blanquecinas que tienes sobre la
muñeca?-Observé de repente.
Ella bajó los ojos, pues se había ruborizado instantáneamente, parecía violenta:
-En fin, es una vieja historia, tal vez te la cuente algún día-Contestó a media voz.
Ese misterio de su persona parecía de alguna forma proyectarse sobre su imagen física.
viento, y con un audaz mar de fondo que impresionaba, dio vueltas por algunas galerías
de Madrid. También fui invitada a la Universidad de Bolonia, aunque sólo fue por
otras tres semanas en Italia y, cuando regresé, quedamos en pasar juntas un día cerca del
pantano al que alguna vez habíamos ido, en otra provincia. La noche anterior me sentía
agotada por el viaje y deprimida nuevamente por la ausencia de Richard, que seis meses
asustaban, pues nunca antes los había sentido. Como habíamos quedado muy temprano
para el día siguiente, la llamé para advertirle que quizá no estaría muy animada. Ella me
vulnerable y me dijo que no hacía falta suspender la cita esa noche, que podía hacerlo
del pantano. Yo estaba muy sensible, no era exactamente la tristeza lo que me abrumaba,
vulnerabilidad. Sira estuvo tan suave y dulce como sólo ella era cuando quería, en esas
raras veces en que se daba por completo, sin fisuras. Me fui relajando y sintiendo
cómoda y le advertí que no siempre me sentía tan cómoda ante alguien cuando estaba
así de vulnerable.
Era tan arrogante conmigo a veces como lo era yo con ella otras, era un juego de
sin que ello me avergonzara demasiado. Entonces me miró como nunca antes lo había
hecho. Me miró al centro del corazón. Penetró a través de mis ojos y me habló
directamente adentro:
que están ahí y parece que no se entienden y que pueden incomodar, y que por eso la
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gente evita comentarlas, yo prefiero sacarlas a la luz. Estamos dándole vueltas y vueltas
pues yo no había estado dándole vueltas a nada, aunque ella lo supuso. Lo que dijo a
siguiente, pues ella sabía que se lo estaba jugando todo conmigo, y más en un día así, o
tal vez por eso escogió ese día, por mi estado emocional:
-Permíteme decirte que me atraes físicamente mucho desde hace algún tiempo,
nuestras almas también y yo... Me gustaría que supieras que he pensado en ti de “esa”
manera, me gustaría que estuviéramos juntas de “esa” manera, quiero estar así contigo.
Piénsalo y tómate el tiempo que quieras, no corre prisa, ya me dirás... ¿Qué te parece?
estaba nublando. Sólo una mujer de los pies a la cabeza puede hablar así, pensé, con esa
proponerme que me acostara con ella. Fue valiente, muy arriesgada, casi temeraria.
Lo primero que hice, timorata de mí, fue encogerme en la silla: los brazos y las
piernas cruzadas, síntoma de cerrazón absoluta, la mirada perdida sobre los riscos que
por el delicioso steak tártaro que habíamos degustado. Recordé la forma en que me
magnetizó su belleza el día de la sesión de fotos en Cádiz. ¿De qué forma la había
mirado?
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belleza de una mujer, que podemos incluso deleitarnos unos instantes como si
observaras un cuadro... ¿Como a un cuadro? Así pensaba yo que era mi miraba, pero
ella no era una obra de arte, era un ser humano, vivo, palpitante y sexual. ¿De qué forma
nos miramos las mujeres en esas ocasiones? ¿Dónde está la frontera entre la
mientras la miraba, alguna vez y sin casi darme cuenta, con el deseo delicado y sutil que
pero yo...
-No, Sira, es que estoy hoy muy..., no sé. Mi estado emocional me hace estar
Comenzamos a pasear por los alrededores del restaurante, había refrescado un poco y yo
no llevaba más que un jersey fino cubriendo mi frágil torso. Yo misma me abracé el
torso por la cintura y ella me preguntó si tenía frío, pero mientras le contestaba que sí,
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ya se había adelantado para enlazarme por la cintura y estrecharme contra ella al tiempo
Jamás hubiera pensado que una mujer pudiera hacerme sentir tan protegida y
amparada, me sentía más cobijada y plácida que entre los brazos de muchos hombres
que habían querido ser protectores conmigo sin tener la firmeza espiritual que aquella
mujer hermosa y delicada desplegaba en ocasiones. Nos quedamos muy calladas, bajo la
senda de los pinos que enmarcaba aquel banco. Mientras me apoyaba contra ella, le
expliqué:
-Sira, sí me atraes, sí, siento ahora que has abierto una caja de Pandora que yo no
quería ver, que tal vez me negaba a mí misma, pero me atraes también, aunque no sé en
aunque sólo fuera por probar, si sólo fuera una burda atracción física lo que despertaras
que sólo te llegan un puñadito de personas en la vida, y no estoy segura de que sólo
-Lo comprendo, me ocurre igual -Me dijo- Por ello te he dicho que te tomes tu
empezaba a sentir en toda la piel sólo por el hecho de que ella me estrechara con un
-No seríamos dos crías adolescentes ni universitarias que juegan a conocer sus
cuerpos- Musité- Somos dos mujeres, jóvenes, pero ya mujeres... Y cuando dos seres
humanos adultos se acuestan juntos, se sabe cómo se empieza, pero no puede asegurarse
cómo va a terminar la cosa, y más aún considerando las profundas implicaciones que
existen entre nuestras personalidades- Yo no sabía cómo frenar aquello, aquello que ya
no quería frenar.
-Venga, demos un paseo en coche alrededor del pantano- Dije por cambiar de
tercio, pues acababa de sentir el hondo deseo de besarla en la boca, lo que me turbó
silencio, pero algo comenzó a inundar el interior de aquel coche que jamás olvidaría, se
trataba de una sensación espesa e intensa, era algo insospechado, pegajoso, ambas nos
Sonreímos, no había que decir nada más, sabíamos que estaba pasándonos a ambas.
Miré disimuladamente sus piernas ajustadas por el pantalón, su cintura y sus senos, tan
-No sé, me apetece besarte y abrazarte, sentirte cerca de mí, sólo eso-Contesté
despacio y avergonzada.
asomo de turbación.
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acrecentaba dentro de nosotras, cada metro que avanzaba, algo tenso y poderoso crecía
dentro de mí. Me sentía inquieta, feliz, a la vez tranquila, me sentía segura a su lado y su
la miré, acababa de decidir que iba a besarla, mi boca acababa de decidirlo y cuando iba
a moverme hacia ella, entendí que ella había escogido el mismo instante para besarme.
Con una intrepidez casi varonil, tendió sus manos hacia mí, tomó mi cara entre
-Ven aquí, cariño- Entonces nuestros labios entraron en contacto por vez
primera, entonces sentí aquella boca intensa y encendida dándole fuego a la mía,
entonces sentí unos de los labios más suaves, más dulces y más sensuales que me han
besado en mi vida. Sentí que nuestros besos eran apresurados y algo torpes, pero que
encajaban: ambas nos besábamos con suavidad, mesura y dulzura, aunque con pasión,
Nos besamos durante unos minutos, pero rápidamente sentí el impulso de tocar
dejé que aquella textura suave me llegara al corazón. Deposité besos en su cuello,
dulce que dejaba su clavícula, un beso secreto y de buena suerte para que la acompañara
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turbio, como si hubiéramos estado ambas borrachas, aunque nada había de eso. Sólo
apenas nos subimos los suéteres hasta el cuello y nos bajamos mutuamente los
pantalones hasta las rodillas, la excitación nos impedía tomarnos más tiempo.
Estábamos enardecidas, frenéticas por la excitación; hubiera hecho cualquier cosa que
penetramos con nuestros dedos y nuestras bocas. Mis muslos ardían, las puntas de sus
dedos eran como llamas que me enloquecían de placer, que revelaban centímetros
ocultos de mi piel.
Todo fue una locura de besos húmedos, caricias íntimas, abrazos, estrujones,
gemidos obscenos y suspiros de placer entrecortado. Sus suspiros eran suaves y dulces,
los míos ya no los puedo recordar, pero recuerdo la dulce entrega de sus suspiros contra
forma completa con aquella loca forma en que nos estábamos poseyendo.
Sira se detuvo un segundo, me miró y dijo: -Sí, claro- Pero un instante después
piel. Continuamos así más rato. Sentí que me poseía con furia, sentí que yo la poseía
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aquel instante, mientras la cúspide de mi placer inflamaba los vestigios más sagrados de
mi alma, durante aquellos escasos segundos, sentí el roce de su alma contra la mía. Sentí
toda aquella luz. Sentí que era suya, extrañamente suya, en ese instante, de nadie más
que de ella. Durante aquellos instantes, le pertenecí para siempre. Y sólo era mi amiga,
sólo eso.
placer generoso que ella me había brindado. Ambas fuimos desprendidas y desinhibidas,
aunque algo torpes, yo particularmente, pues en aquel día sentía la fatiga de la vida y en
descontroladas y felices, con la torpeza del inexperto, pero una forma de conexión
insólita cercanía.
la amistad”, quizás. Sé que lo que sentí fue mucho más allá de lo físico. Sé que sentí
cómo ella se filtraba dentro de mi espíritu y me sentí avanzar dentro del suyo, fue fugaz,
apresurado, apenas un roce de almas que entrechocan, pero fue espiritual. Las demás
una muñeca su largo fular de seda, de color blanco. Decía que un pañuelo de seda
blanco iba con cualquier cosa, tenía varios- Ahora eres un poquito mía- Me dijo
Nos abrazamos ya más como amigas que como amantes, y sellamos un pacto de
silencio dulce y sagrado para ambas. No sé cuánto tiempo duró todo, creo recordar que
atardecer encendía el pelo de Sira, los últimos rayos del sol se tamizaban entre sus
densos rizos, la miraba y detrás veía el cielo anaranjado a punto de quebrarse, como si
me anunciara que aquel recuerdo se instalaría dentro de mí por siempre, como una
las escasas docenas de recuerdos más intensos y bellos de mi vida que me lleve a la
tumba, aquel recuerdo será uno de ellos. Aquel encuentro fue así, discurrió sin que lo
belleza rara de flor exquisita. Supongo que hubiéramos podido sacrificarlo todo y tratar
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de cultivar aquella remota posibilidad de pasión, pero aquella pasión había nacido sin
casa, atravesada en la vía, sin madera ni motor, ni nadie que la alimentase. Se hubiera
muerto en la calle como un niño cojo abandonado, pues eso era, una pasión coja que no
Era una pasión sexual diminuta, accidentada y maltrecha; también era puro sol
que ninguna tenía. Sacrificamos la sed de soles y cultivamos el hielo en nuestras manos.
Pero, cuando hoy, tantos años después, he leído en la prensa que a la hispano-
árabe Sira Zarour le han dado uno de los más prestigiosos premios nacionales de
pondrá del todo, he recordado su ambiguo beso de fruta; y cuando he leído que su
encumbrada fotografía tiene como marco el pantano aquel, he sabido que desde su ahora
recuerdo sagrado, un hechizo mágico y compartido del que ninguna de las dos ha
FRAGMENTO SEGUNDO
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...Ahora quisiera hablarte de algo que jamás te conté debidamente, Lucía, quiero que
sepas de mí, de lo que soy, y todos somos hijos de nuestro pasado. El pasado siempre
bate en las venas, corrompe en agonía lenta la escasa pureza que nos otorga el destino,
solidifica la inocencia y vuelve nuestros pies de sucia arcilla; impide siempre que
vence, a mí me ha vencido, y ni las horas de terapia ni todas las buenas personas que
Tengo mucho lastre sobre los hombros desde niña, sobre todo de joven el peso
angustioso que aún me despierta de madrugada se añaden los destrozos que yo misma
he hecho con mi vida, mis relaciones, mis amores, mis amigos, con todo. A los estragos
así. Ni fuerzas me dejó para enmendarme. Ojalá hubiera sabido dejar atrás del todo su
legado enfermizo.
pero fue allí donde me preguntaste cómo me había hecho aquellas extrañas marcas
sobre mi muñeca izquierda. Me sorprendió que fueras tan observadora, sólo tienen el
tamaño de una lenteja cada una, pero sí es cierto que su color blanquecino contrasta
con el resto de mi piel, siempre morena. Yo rehuí la pregunta, siempre esquivando todo
51
acerca de mi niñez o mi familia, sólo mi hermana era mi familia pasados los 16 años.
mi padre, enviábamos dinero para la yihad, para cualquier conflicto mundial que
era un ingeniero industrial que figuraba entre los colaboradores de Hassan II, vivíamos
bien al principio, pero todo era insuficiente si se trataba de la lucha contra los infieles.
un importante encargo que podíamos realizar en casa, teníamos que soldar cientos y
cientos de circuitos, fijar algunos componentes electrónicos que venían aparte. Nunca
supe para qué eran, mi padre nos explicó que cada circuito soldado se pagaba bien, y
Era tal el terror que me inspiraba mi padre que soldé varios miles de circuitos
aquel verano sin equivocarme nunca..., salvo en dos ocasiones. Mi padre presionó el
hilo de estaño sobre el quemante soldador y dejó caer una gota sobre mi piel cada vez.
Las hizo sobre mi muñeca “para que pudiera verlas todos los días, porque los errores
no deben ser olvidados ni negados ante Alá”. Mi hermana estropeó cinco circuitos, se
limitó a mirarla con ira y abofetearla. Bien, Lucía, ya sabes cómo me hice esas marcas,
tenía doce años. Esto es sólo una anécdota siniestra en mitad de un páramo en donde
Sira, que es el nombre del texto sobre la vida de Mahoma más antiguo, escrito por Ibn
52
Isaac en el siglo VIII. Curiosamente también existe en la santoral cristiana, lo que nos
vino muy bien cuando nos asentamos en España. También es el nombre de un texto
musulmán. A mi hermana la llamó Fatma, en España Fátima, pero ella se hace llamar
de otra forma, Chiara desde hace muchos años, ya lo sabes, una ridícula negación de
su pasado.
hombres como mi padre, quien por ser un ingeniero de impecable reputación, tanto
profesional como religiosa, fue escogido para desarrollar una fracción espiritual
inicial en Granada. Mi padre tenía una belleza insólita, como un Dorian Gray de
bajísimos instintos y estampa real bien oculta, mi padre maduró reflejando un encanto
años cuando lo conoció en aquel viaje con sus padres a Tetuán, para ver unos
presentó y pidió permiso a mi abuelo para dar un paseo con mi madre. Mi tía los
pasado, las distintas incorporaciones culturales que los árabes habían realizado en la
solía decir-, no os libraríais de cumplir vuestro papel en la yihad”. Cada vez que decía
las bragas.
Pero ése era un cometido demasiado elevado como para ser desempeñado por
una mujer, por eso nos limitábamos a soldar circuitos y realizar otras pequeñas
labores. Entonces no era como hoy en día, cuando un sector femenino de la comunidad
bombas al tiempo que matan a otros infieles. Ésa es la única triste forma con que una
desarrollar ese núcleo más organizado que aglutinara los centenares de acérrimos
musulmanes que habitan Granada y Andalucía rememorando los más de ocho siglos
verdad es que mi padre a duras penas logró organizar unas reuniones clandestinas y no
creo que lo que pudiera hacer tenga conexión alguna con las posibles células
musulmanas que existan hoy en Andalucía, tierra que amaba. Él siempre decía que
Occidente había corrompido España con sus sucias costumbres, supongo que soñaba
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con ser el precursor “de su limpieza”. Ni qué decir tiene que desde que me sobrevino la
menarquía hasta los 15 años fui velada. Si nunca nos impuso el burka es porque
Claro, que mi padre también adoptaba las demás medidas que debían aplicarse
Corán otorga a las mujeres y hombres, a grandes rasgos, los mismo derechos y
la que fui criada, soy una mujer de mis días…, de mis días en Occidente, pero siempre
llevo a Alá en mi corazón. Una brisa dulce y suave sopla recónditamente en mi interior
Mi madre era sumisa, débil, más bien pusilánime, moldeada por mi padre desde
callar y a obedecer. A mí me costó más, me costó más golpes, más palizas, más
no se podía vivir…
55
VI
LA CARTA
esta carta, que es para mí y es para ti, será finalmente un tesoro cifrado en mi cajón,
pues la escribo como necesaria higiene emocional que me urge hoy. Tú serás mi
interlocutora, como tantas veces, pero no voy a hablarte hoy, pues tú eres el objeto de
las 22:20 aproximadamente. Estabas muy cansada y cuando te fuiste pensé: “Qué poco
tiempo hoy: ha sido un rato de piscina, un rato de conversación (¡y qué conversación!)
y la cena...”. Entonces empecé a echar cuentas y recordé que habías llegado a las
17:35 a mi casa, con lo cual, eran casi cinco horas de conversación incesante lo que
habíamos compartido. Casi no podía creerlo en ese momento, que fluya el tiempo de
pretenda tenerse únicamente por tal, voy a hablar de la mutua atracción física (antes
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que sexual) que existe y late bajo los cimientos de nuestra relación. Sí, sí. Tengo que
enfrentarme a ello y pensar en ello sobre el blanco iluminado del papel. Siento una
maraña confusa dentro de mí y espero destejerla con el telar húmedo de mi boca, que
irá desmigajando las palabras una a una, emoción a emoción, y cada instante de mi
memoria.
nueve meses. Aquel intercambio hondo de tacto y deseos, aquel sueño remoto que se me
cada una, frente al alma desnuda de la otra. No importa, pero dejemos lo espiritual a
desclavando un único y tibio pétalo de todo el inmenso vergel que, cada una, había ido
puñadito de deseos, apenas unos granos de arena húmeda del millón de posibilidades
deseaba, pero comprendí que mi deseo podía crecer y transformarse, adquirir matices.
Nos encantó estar juntas pero, como bien sabes, nos costó un mundo remontar el vuelo,
necesitamos una nueva interrupción de varios meses. Yo me despedí para siempre, pues
me turbó tanto tu turbación, que me hiciste ver como malo lo que únicamente podía ser
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tenido por pasajero y bueno. En contra de lo que hubiera cabido esperar de ti después
mejor no hablar, que a aquello no habríamos de volver, aunque a ambas nos apeteciera
prometí que por mi parte nunca ocurriría nada, nunca intentaría nada, <<nunca,
nunca>>, te prometí. Pero durante estos últimos meses en que de nuevo hemos ido
adentrándonos la una en la otra, tú, en el fondo, nunca has cerrado completamente esa
En el saco de mis certezas más veraces yo he creído entrever que, algún día,
leve miedo a perdernos mutuamente, da igual que ambas sepamos que si vuelve a
ocurrir, ponemos en serio peligro nuestra amistad (pues tal vez de nuevo comprobemos
que no estamos preparadas), da igual todo. Eso sigue ahí, para mi regocijo y mi
impide desligarme del mío. Llevo meses realizando el sensato esfuerzo de llevar esta
relación por los raíles del convencionalismo (el más especial y hondo, sin embargo),
perdernos, logren enderezar el rumbo. Un rumbo que ya siento irremediable hacia unos
territorios que transitamos una tarde quebradiza y anaranjada, y que parecen ser el
Manda el corazón, manda la piel, manda la sangre y la vida, Sira, y... Juntas
somos puro fuego vital enredado, pura ala de golondrina blanca, somos lumbre del
conexión física la que nos empuja a querernos más, explorar más hondamente nuestras
lo físico).
Hay algo físico que excede a lo sexual, decía. Cuando estoy un par de semanas
sin verte (a veces te he esquivado, sí) vuelvo a ti renovada en mi seguridad por no estar
que todo lo divierte e ilumina, pero en cuanto te tengo delante de mí, me siento tan
impactada por tu presencia física, que me aterro. Tu sonrisa, tu pelo, tus labios tan
perfectos, tus ojos inmensos, tu nariz delicada, tus manos, tu piel, todo es como dos
Aunque quizá es peor cuando siento que me miras de esa forma con la que me
miras tantas veces. Siento que no te das cuenta, no, Sira, pero tus ojos juegan a
percato de que estamos perdidas, pues sé que un día volverás a besarme con aquella
arder por dentro y me dejaré ir, me dejaré ir, hacia tus aguas más quietas. Quiero
sentirme besar y abrazar por ti. Pero insisto en que lo físico excede a lo sexual porque
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percibo que nos agradamos físicamente antes que atraernos sexualmente, nos miramos
Pasamos horas y horas casi desnudas junto a la piscina y no hay nada sexual en
nuestros gestos, somos como dos niñas cómplices que chapotean felices en el agua de
tímido con ternura y respeto, con delicadeza mansa, no son caricias sexuales robadas,
son mimos afectuosos. Quizá también me aterra esa ternura aliada a lo físico, pues,
¿acaso no es también así el verdadero amor? Y bien claro tengo que esto no es amor.
Durante todos estos meses, todo estaba soterrado, controlado, casi olvidado e
ignorado, pero nuestras almas han jugado a perseguirse y rozarse y protegerse. Tengo
el corazón lleno de espinas por una pérdida y tú has sido el bálsamo más tibio para mis
heridas, has acunado mi alma encogida dentro de la tuya, más firme y abierta. Yo te he
primera línea, llama a llama, rescoldo contra rescoldo, nos estamos entibiando el
corazón y el alma y... la piel, Sira, la piel. Yo quiero tocarte, acariciarte con suavidad,
sentir los matices afrutados de tu sabor selvático; quiero que aprendas cómo es mi
placer, quiero sentirme poseída por ti, sentirme de nuevo tuya, quiero hacerte mía,
Pero éste era un deseo que nunca deseaba, que nunca evocaba, que no sentía;
pues lo aislé, lo dejé pasar (no lo reprimí, pero sí lo ignoré). Lo creí superado. Nunca
he pensado en ello estando contigo durante estos meses, nunca. Pero ayer, ayer cambió
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algo que me ha hecho despertar muy temprano, casi con el alba, y estar pensado y
nos pasa. Nuestras pieles se intuyen, se recuerdan ellas solas con su memoria
de aquella tarde, pero en nuestra piel se detuvieron. La esencia de esta relación parece
ligada a lo físico de una forma más valiente e incontrolable de lo que imaginé. Y ayer
Siento ternura física y te transmití esa ternura con naturalidad, apenas apoyé
castamente la mano por tu blusa, sobre tu brazo acogedor... Otras veces has sido tú
poco>>. Yo nunca antes. No tiene importancia, pues, pero, si no nos frenamos, ambas
sabemos lo que puede desarrollarse detrás de la ternura. Ayer sentí en ti una respuesta
abrazamos y nos acariciamos el rostro y los brazos y el pelo y nos apretamos la una
contra la otra, ¿se detendría eso ahí? ¿Me aseguras que si tiernamente te abrazo y te
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acaricio el pelo y la nariz y los pies y las piernas y las curvas de tu cintura..., no vas a
No hemos pasado del intercambio de gestos tiernos y rápidos, todavía no, pero
de nuevo, voy a desear perderme en tu cuerpo, entre las yemas de tus dedos de miel,
entre tus alas de libélula y entre tu sexo aniñado, sí. (Qué vergüenza verme escribir esto
Hay una llama sagrada y oculta dentro de nuestros cuerpos, una llama candente
tocan en sus extremos, se buscan. No hay nieve que las diluya, ¿es que esto no va a
desaparecer nunca? ¿Por qué nos ocurre esto si no estamos enamoradas, si lo que
queremos es ser únicamente amigas? Yo quiero que en mi vida haya gente como tú, me
complica todo, puede llevarlo todo al terreno amoroso y desbaratar las amistades más
que no es su naturaleza y así estropeo antes las cosas? ¿Y si el hecho de que podamos
volver a desear hacer el amor es en realidad algo que está en la naturaleza más
dócilmente me reprochas a veces, con todo respeto, o acaso porque lo que más te
aún más unidas, no lo sé, Sira, no lo sé, y no soporto las cosas que me desconciertan,
Anaïs Nin y Henry Miller fueron amantes, además de amigos, durante toda la
marido) y de sus otros amantes, y Miller le hablaba de June (su mujer) y de sus otras
toda la vida (hasta que Henry murió). Pasaron alguna vez años sin que se encontraran,
pero las cartas proseguían, y siempre volvían a recorrer los miles de kilómetros que les
también para hacer el amor salvajemente. Pero eran, por encima de todo, amigos. Esto
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no es imposible, pues, pero hay que ser muy libre, muy maduro y muy fuerte (y desde
luego quererse mucho) para perpetuar una amistad así de singular toda la vida.
Nuestro caso no sé si es tan talentoso y hondo como el de los dos brillantes escritores
que son sólo un ejemplo entre cientos de amistades inciertas, con dobleces.
(Ay, juro que nunca enviaré esta carta a Sira, me lo juro a mí misma)
las últimas semanas esta idea se ha ido apoderando de mí como la única solución
autoimpuesta, pues siempre me he sentido muy arropada y eso a veces impide que nos
No sé que hacer, Sira, y en esto no puedo contar contigo, te echo de menos, añoro
estuviera pasado con otra amiga, pues sólo tu opinión objetiva es la que me vale para
estas ocasiones extrañas y sólo la tuya es la única que no puedo tener con objetividad
ahora.
Ayer sentí algo vigoroso y extraño, algo mágico y envolvente, también suave,
sentí que ya no soy yo, que ya no eres tú quien agita los hilos de esta relación, sentí que
no somos nosotras, sino ese algo incontrolado y latente y esquivo y difuso que palpita
bajo la piel de nuestro vínculo, y no creo que se trate únicamente de burda atracción
sexual aunque me consta que no es amor, pero tampoco casta amistad. ¿Entonces? No
sé, ya no sé nada, Sira, pero cuando pienso en ti hoy, a ratos siento reverdecer mil
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flores de perfume exótico que me enredan el alma con mil mentiras imposibles, que me
aturden y me endulzan con una peculiar mezcla de fascinación y deseo. Pero la mayor
parte del tiempo, querida amiga, siento vértigo, vértigo, vértigo, una espiral de peligro
instante con teselas oscuras. Te envolví con fino plástico de cocina, desnuda, amordacé
tu belleza para hacerla un poco mía. Era como el juguetón fotógrafo Newton robando
alambre la cabeza, con cuidado, y te ataba con soga afilada que atenazaba tu piel.
Desnudaba tus senos queriéndolos erguidos, dispuestos, los cubría con el jugo y el
rescoldo de las fresas. Perdida en tu propia belleza, tu alma quedó en la foto. Mía sobre
acerques a mí, no quiero que me tientes con la suavidad de tu voz ni con tu afectuoso
roce ni con tus bromas ambiguas, no quiero, no quiero. Esta relación está condenada al
fracaso. Si nos dejamos llevar, acontecerá algo dulce, intenso y muy especial para
ambas, tal vez incluso se repita una o más veces, pero intuyo que ese paso fraguará el
Si no ocurre, estaremos las dos fingiendo una castidad de deseos que no nos
energía mutua que, de no ser liberada de alguna forma, nos terminará generando
supiéramos lo que ya ocurrió una vez, como si esperáramos que las circunstancias
decidan por nosotras, contra nuestro miedo, eso me parece más patético e inmaduro
aún.
me juego así esta relación, o si acaso, hagamos lo que hagamos, serán los vientos de
Pandora los que nos arrastren hacia un lugar u otro, a su antojo. Sólo sé lo que
siento por ti: admiración, amistad, ternura, deseo y un levísimo vestigio amoroso,
recóndito y débil.
deseado a ninguna mujer como te deseé a ti (aunque sin propósito amoroso último).
Ninguna mujer se me asemeja tanto. Y hay algo en ti que me arrebata. Siento la leve
conmoción que flota en el ambiente cuando nos encontramos, siento la ligera turbación
mucho encontrar seres tan lúcidos y abiertos al mundo del conocimiento y sé que, si al
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final me voy de tu lado, no sé con quién podría compartir algunas de mis reflexiones
tomar copas e incluso a bailar un poco. Íbamos caminado por oscuras calles
madrileñas que mediaban entre los locales que transitamos, cuando una algarabía de
hice jurarme que colgarías tus vestidos más provocativos cuando salieras conmigo de
madrugada. Pero había puro fuego en aquella calle sucia, había raudales de atracción
vuelve sinceros.
Me escribo esta carta a mí misma con la única intención de hilar mis emociones
con mis ideas, mis deseos con mi cordura, pero termino y observo que Sira lo separa y
lo aturde todo dentro de mí. Tal vez yo sí clarifique cosas dentro de ella y ella sólo lo
ofusque todo en mí, aunque tan agradablemente que me despista. Ni siquiera utilizarla
como destinatario epistolar me clarifica nada, pues su recuerdo lo agita todo. Mi mente
razona un propósito, pero mi corazón niega su resolución, mientras que mi piel reclama
brasas de su belleza. Debo alejarme de ella, debo volver a marchitar este sentimiento
en mi corazón, tengo que aletargarlo, adormecerlo con el láudano del miedo porque
esto no me lleva más que hacia el dolor final de su pérdida, que me abrasará las
entrañas. Mejor adelantarlo ahora. Aunque no sé qué hacer, esto no es una resolución,
No recuerdo cómo finalicé esta carta, aquí inconclusa, que escribí en un día de
recordar lo desorientada que me sentía aquel día. Mi discurso escrito era afectivamente
farragoso, desasosegado, sin un orden preciso. Supongo que en mitad del aparente
estallido de sublimación que vivía por Sira no había una lógica interna certera. Así son
las emociones afectivas a esas edades, a veces una idealización extrema. Si bien, me ha
Es curioso que, con sólo veintinueve años, yo pensara que a duras penas iba a
poder evolucionar mucho más, pero ahora comprendo (y recuerdo), por lo insegura y
aturdida que me sentía, que la verdadera mujer que hoy soy, mis valores más poderosos
La Lucía más abusivamente idealista, la más dramática, la más ingenua y juvenil, daba
identificas con ellos, ya no son tú, aunque habían sido tú; y en el trasiego por
desembarazarte de esos rasgos agónicos y alumbrar los que te son más propios (los que
rescatas de entre tus verdades más soterradas), en ese trajín, te pasas meses dejándote la
ella, lo que no deja de resultarnos insufrible. Y eso si eres una persona lúcida y fuerte,
les satisfacen ni evolucionan, pero de las que no se atreven a desligarse (o tal vez no
pueden), y en cambio las arrastran como fardos encadenados que rezagan su luz y su
avance.
Con relación a Sira, intenté aclararme las ideas durante los días subsiguientes,
mientras evitaba su compañía. No tenía edad para andar jugando, pensaba, pero no
podía darle esta carta, a pesar de que ella había sido tan franca y valiente conmigo aquel
insinuado que lo mejor era seguir así y dejarse llevar (ella siempre fue por delante de
mí). En aquel momento de mi vida todo se veía confuso. Como decía, atravesaba uno de
esos años de fatigosa renovación espiritual, y ella, para iluminarlo y también para
ensombrecerlo a ratos, había estado allí conmigo, siempre dispuesta a entibiar mis fríos.
No sabía qué efecto tendría esta carta en nuestra -para mí- valiosa relación, así que
decidí olvidarla en una vieja cómoda. Me juré que no iba a remitírsela de ningún
modo...
SEGUNDA PARTE
VII
LA RESPUESTA DE SIRA
Indudablemente, entraña un mayor grado de emoción escribir una carta y enviarla antes
que esperarla. Si bien, supongo que también esta preferencia se rige por los gustos
personales de cada uno. En mi caso, una vaga red de mecanismos mentales que me
buzón de Correos. Tiempos pretecnológicos, sí, pero unos tiempos que permitían
acariciar el papel y las letras que más tarde habrían de tocar las manos de nuestro
destinatario.
media de días en los que nuestro “eficacísimo” correo estatal tardaría en llevar esta carta
a su destino, esto es, calculaba unos días más. Después, si el destinatario o la misiva me
calculaba el proceso por su parte. A veces el cercano acierto me sorprendía, pero otras
improbable cálculo.
rugientes bocas de león de las oficinas centrales de Correos; así que siempre que tenía
71
que enviar una carta especial y para mí urgente, aprovechaba para ir a ver a Rebeca y de
paso encomendar la preciada carta a una de estas provocativas bocas. Al echar allí una
carta, ¿quién no habrá sentido una pequeña punzada de vértigo al introducir las puntas
de los dedos? ¿Y si se cierra la boca y me tritura la mano? -Es el pensamiento pueril con
que ver con la carta que había escrito que con mi personal fetichismo hacia los leones de
inquietante boca de león de piedra del Palacio Ducal de Venecia, en donde durante
siglos, se introducían las notas anónimas con acusaciones de robo, traición, asesinato, de
intrigas, etc. Moratín y otros viajeros execraron este uso con toda razón, pues daba lugar
conservan sus celdas, y allí pasaron parte de su tiempo personajes como Casanova,
Giordano Bruno o Girolamo Savonarola. La prisión fue llamada por Lord Byron “Los
Plomos”, pues estaba revestida de placas de este material, lo que elevaba las
siempre un regusto de inseguridad en cuanto las envío, y es claro que esa carta, tan
72
los labios.
Desde mi casa, debía pasar antes por la zona del enorme ático de mi hermana
gemela, quien siempre estaba encantada de recibirme para almorzar juntas. Es creencia
popular que de entre los hermanos mellizos y gemelos, siempre hay uno que sobresale
por su extraversión, dinamismo o desparpajo, mientras que siempre hay uno más
inseguro, apocado y silencioso. Bien, Rebeca era, de entre nuestra estrecha fraternidad,
la extrovertida, y había desarrollado con los años un papel de protectora con relación a
mí que le hubiera sido más propio si hubiera tenido diez años más que yo, en vez de
sólo diez minutos más de vida. Rebeca era muy distinta a mí, había empezado a trabajar
a los dieciséis años, mientras que yo nunca había salido del ámbito académico. Ella
había pasado los últimos catorce años trabajando en agencias inmobiliarias, hasta que,
gracias a su tesón y una racha de suerte, pudo tener la suya propia. Estaba ganando
muchísimo dinero.
Modigliani ni leía más de tres libros al año, pero nunca conoceré a nadie más centrado y
hábil que ella. Rebeca es feliz y coherente con su vida, es templada y luchadora, alegre,
Recientemente, he leído que el noventa por ciento de los hermanos gemelos viven
en la misma ciudad durante toda su vida, lo que no me extraña. No creo que terminen de
ser ciertas las creencias respecto de los sueños simultáneos en gemelos o mellizos,
adivinaciones acerca del estado en el que el otro se encuentra y cosas similares; pero no
73
me sorprende lo de vivir cerca del hermano gemelo, pues cuando observo en su rostro,
en otra cosa más, ya no me preocupa ninguna otra cosa, simplemente tengo que
Ella es mi espejo. La miro y veo su piel blanca, su boca pequeña, su pelo lacio,
espeso y rubio, sus ojos grandes, oscuros y expresivos. La miro y me estoy mirando a
mí misma. Soy capaz de interpretar cada fruncir de su boca, cada arqueamiento de una
ceja, cada tic que denote un estado de ánimo. La mayor parte de estos gestos son
idénticos a los míos. Incluso después de muchos años, podemos seguir gastando bromas
no puedo distinguirme de ella; si bien, aprecio en ella una suerte de encanto personal
Rebeca cae bien, siempre cae bien a todo el mundo desde el primer intercambio
malos tiempos y se desternilla en los buenos. Lo cierto es que, quizás porque el sentido
persona con quien me ría más. Con los hermanos nos reímos más que casi con nadie.
puede soportar mejor el verme sufrir, pues en ella la empatía se torna vigilancia.
evolución (ni a ella ni a casi nadie), pero me basta pasar unas horas de conversación con
Quizá es como otro yo que vive una vida paralela a la mía, la mía depende un
poquito de ella y la de ella de mí. Supongo que todas las hermanas bien allegadas
sienten esa seguridad recóndita que proporciona el saber que, ocurra lo que ocurra, tu
hermana estará ahí, pero entre gemelos y, supongo, igualmente mellizos, esta sensación
se acentúa. Me hace sentirme muy segura el saber que ella está cerca de mí, aunque a
veces pase más de un mes sin que hablemos, pues tampoco lo necesitamos. Somos
Aquella mañana encontré a mi hermana bastante sonriente y con los ojos algo
enrojecidos. Como en la mayoría de sus días libres, se dedicaba a holgazanear por casa,
comer y fumar hierba durante todo el día. Sólo eso le permitía cargar sus baterías para
permitírnoslo.
75
Rebeca había innovado su aspecto con un nuevo corte de pelo, lo que siempre
me complacía, pues me permitía ver cómo podría quedarme a mí ese mismo peinado.
Aunque ya eran las doce, seguía en batín y zapatillas, su atuendo invernal de asueto:
-¿Te gusta?
-Sí, te favorece bastante. ¿Es otro de esos cortes tuyos que te haces cuando
rabia el trasero.
ponían a veces con el exceso de protección. Como entre las hermanas de cualquier
familia, primero realizábamos un sucinto repaso sobre temas familiares, los temas
compartidos de siempre, cómo iban los trabajos, etc. Después, tras el almuerzo y unas
cervezas frías, entrábamos en detalles más personales (si es que entrábamos en ellos, lo
-Vaya, ni que sólo viniera a verte cuando tengo que echar una carta.
-Pues casi siempre, Lucía- Y fruncía los labios igual que yo, cuando algo la
rubia e infantil, los columpios y todas esas zarandajas infantiles que viajan con cada uno
de nosotros.
-¿Ves como es por una carta...? Bien, ¿cómo está? ¿No está aquí?.
-Sí- Aclaré.
-Qué chica tan increíblemente guapa, me dejó pasmada la primera vez que entró
en la oficina. Eso de la mezcla árabe y española resulta exótico. No está tan delgada
como dictan los modistos pero es despampanante la cachorra, cada vez que la veía me
en mí el típico orgullo que normalmente sienten los hombres cuando alaban a sus
aquella mujer que un día se había abrazado a mi cuerpo como si quisiera colarse dentro
de mí.
-Y, ¿por qué le escribes una carta si vives a poco más de media hora de su casa...,
-Bueno, ha llegado a ser una amiga bastante especial. Es de esas personas con
las que se desarrollan vínculos que sabes que, de alguna forma, durarán siempre. Existe
una complicidad muy especial entre nosotras, una vinculación espiritual que...
poca calle tienes, hija! Lucía, como se te nota. Vives en el maravilloso mundo
académico. Aaaaah, la universidad.... ese lugar donde se aparta y aglomera gente elegida
77
en un universo paralelo y como de juguete, que creéis que podéis controlar, en donde os
-Ya empiezas con lo mismo- Esta vez le corté yo, aunque sonriendo, ya que en
formación académica, pero con un sentido común y una sabiduría vital inigualables.
-No, Lucía, es que es así. No existen los vínculos perfectos ni esos hallazgos
yo- Rebeca siempre fue más realista y práctica que yo- La idealizas y ya está. Ahora te
ha dado el apretón con la tipa ésta. Bueno, lista es como ella sola, ya la calé yo bien
calada y además le pillé un par de detalles guarros que no me gustaron nada. Le fue a
dar un par de besos Manolo -su marido - y como tenía la cara algo húmeda, ella se la
giró, toda estirada y sin disimular demasiado. El pobre Manolo se sintió fatal: “Claro,
como estoy tan gordo y sudo tanto...”, me dijo luego. Joder, tía, no me digas que sólo
-Pues sí, tienes razón, pero ella es de las que rehuye siempre lo de los obligados
besos en la cara, prefiere dar la mano- La justifiqué, aunque mi hermana tenía razón, no
puedes girarle la cara a quien te la tiende amablemente por ser cortés contigo. Sira tenía
esos detalles a veces. No le apetecía darle dos besos a Manolo, que estaría bastante
mal por ello. Le debió de girar la cara con la dureza que también podía demostrar a
veces.
78
Por la tarde eché la carta y calculé que Sira me llamaría por teléfono dos o tres
días después, o recibiría otra epístola suya -emotiva y profunda, como siempre- la
semana siguiente. No fue así. No obstante, yo decidí no obsesionarme con el tema. Pasó
una semana, y otra y otra, pero yo estaba muy ocupada porque María, una de mis
mejores y más antiguas amigas, atravesaba una dura crisis de ansiedad después de una
no pensé demasiado en por qué Sira no escribía o llamaba, pensé que habría estado
bien. Comprendí que había estado dejándose llevar por el vértigo de nuestra relación y
que había sacado sus típicas conclusiones precipitadas y erróneas cuando me reprochó
que ya llevara tres semanas sin llamarla, según ella “porque no había contestado
inmediatamente a mi carta”.
-Vamos, Sira, la carta era confusa porque me sentía confusa, pero era
expliqué.
-Ah, claro, has estado muy ocupada con tus innumerables amigas...-Dijo
-Venga...-le pedí en tono tranquilizador-, no seas así. Sabes que era lógico que
esperase tu carta....
te he llamado ¡ni tú tampoco me has llamado!-Me puse firme- ¿Por qué va a ser
responsabilidad mía el que no hayamos hablado, pregúntate tú por qué no lo has hecho,
ya te he dicho que yo esperaba tu carta mientras tenía mil cosas que atender.
hondamente. No tenía razón- A ver, -proseguí- ¿por qué no me has comunicado nada en
huerto- Dijo con una aparente convicción que sólo ella era capaz de demostrar a veces-,
me pareció que querías adentrarme en un terreno que ambas decidimos que habríamos
pues no estaba preparada para hacerlo entonces y no estoy preparada ahora- Expresó
incluso le proponía, como una de las posibilidades, que dejáramos de vernos para
siempre, que nos olvidáramos de todo y nos quedáramos en ese punto. Recordé cómo le
había advertido que no era aconsejable que volviéramos a estar juntas de esa manera, y,
sí, le hablaba de mi puntual deseo y la turbación que ello me producía. Ella sólo se
angustiado injustificadamente. Bien que había sido ella la que había estado buscando mi
atracción. Recordé la manera en que, durante esos meses, se había esforzado por
cuclillas, a sólo un metro de su cuerpo y ella tenía las piernas juntas. Entonces las
¿Las mantengo cerradas o mejor las pongo así?- Ambas reímos, pero había abierto las
piernas con descaro, dejando su sexo desprotegido a un metro de mi cara. Ambas reímos
más que por lo gracioso, que no lo era, por la tensión sexual que su cometario provocó
en el ambiente.
cambiarse en mi presencia, algo que bien puede evitarse si de verdad uno no quiere
remover deseos ajenos. Recordé algún atuendo marcadamente sexual que se había
81
puesto, en días en los que únicamente las dos íbamos a cenar en su casa. La recuerdo
sentada frente a mí, con una minifalda minúscula y mostrándome (¿sin querer?) sus
había escrito. Recordé el día en que, tras hablarme de una contractura en la pierna que la
estremeciéndose me dijo:
-No sigas, que...- Ronroneando como un gatito. Recordé el día en que me dijo
que, antes de que terminase el año, irremediablemente algo iba a ocurrir entre nosotras...
Recordé, recordé y recordé sus incitaciones más evidentes. ¿Cómo se atrevía a intentar
convencerme de que era yo quien “quería llevarla al huerto”? Pero no le dije nada de
estado diciéndome semanas antes que lo mejor era dejarse llevar, dejarse ir para que
pasara lo que pasara y, cuando le hablé con preocupación, desasosiego y prevención del
deseo que sentía, y del que percibía entre ambas, ella fingía una impostada inocencia y
situación, ella había empezado a tener actitudes físicamente muy afectuosas conmigo,
ella era la que me cogía la mano a la mínima, ella había estado provocando una
¿A qué venía ahora esa actitud engañosa? ¿A quién creía que iba a engañar? Me
sentí estafada, manipulada y atisbé que su único placer estribaba en vencer mis
siempre fingí no darme cuenta de lo que estaba pasando entre nosotras, de lo que seguía
pasando entre nosotras. Por ello Sira insistía, proseguía, pero... ¿Para qué? ¿Para hacerse
termina viniendo abajo con la primera racha de viento más fuerte de lo habitual. Se me
abrieron los ojos y decidí poner tierra de por medio, ocuparme de otras relaciones más
celosamente. Aunque se esforzaba algunas veces por aparentar un falso desapego con el
Siempre requería más manifestaciones de entrega por mi parte, sólo así se sentía
segura. Pero me exasperó su reacción tan inmadura e injusta. Era como un saco roto que
no tiene fin, que siempre quiere más, pero que encima oscila a su antojo, como si nunca
falta. Eres tú quien está verdaderamente sola y quien agota todas sus relaciones más
con ella ni enfrentarme a ella, lo que me atemorizaba un tanto, aún me cuesta entender
83
por qué. La temía. El vértigo me atenazó el alma, se me saltaron las lágrimas como si
acabara de discutir con un novio castigador, lo que hizo que me sintiera patética. Sin
embargo, una sensación súbita de libertad y serenidad fue inundándome durante los días
subsiguientes. Decidí irme unos días -que ya tenía convenidos como de holganza-,
cerca, no lejos de Madrid, pero quería desconectar de la pesada urbe. Más plomiza y
cargada que nunca durante aquel extraño agosto. Dos semanas después, me marché a la
sierra.
VIII
En uno de los diálogos de Vidas rebeldes (1961), de John Huston, Clark Gable le
hace saber al personaje encarnado por Marilyn Monroe que “cuando una persona no
sabe qué hacer, lo mejor es que se quede donde está”. El personaje femenino atraviesa
misma, y el galán le aconseja que se quede en la región, que pase una temporada, que no
Es ésta una de las escasas películas de Huston que más bien me deja indiferente,
con un Montgomery Clift de rasgos algo abotargados tras el accidente en coche que
había sufrido en la vida real y que requirió que le reconstruyeran parte de la cara
de Gable y Monroe, ésta última atravesaba uno de sus ciclos depresivos y tras rodar con
84
Monty Clift, definió al actor como: “la única persona que conozco que está aún peor que
yo”. Lo único que ganó reposo en su vida tras el accidente fue su agitada sexualidad, se
volvió menos promiscuo en sus aventuras bisexuales, pero bebía y se drogaba cada vez
Mientras Gable, aquí en torno a los sesenta, resulta más interesante; aunque debo
decir que no me cautiva desde que supe que Vivian Leigh se quejó del infame hedor a
cebolla que despedía su aliento. Algo similar ocurrió con Kim Basinguer durante la
que tal afirmación es la más sensata y adecuada en la mayoría de las ocasiones en las
que la vida nos aturde. ¿Para qué irse a otro lado si ni siquiera tienes la certeza de si el
Eso es obvio, pero hay otras veces que, en mitad de la náusea existencial, en mitad de la
No hace falta irse muy lejos, no necesariamente, basta un lugar cercano pero de
ambiente inverso o diferente, un ambiente cómodo que nos acoja sin muchas preguntas.
¿Por qué esa súbita necesidad de viaje nos sobrecoge y sacude? Para Freud las personas
que continuamente proyectan y sueñan con viajar desarrollan esa apetencia por cierta
esperable de él, explicó que es del padre o de la madre de quien quiere huir ese sujeto, el
cual, a lo largo de su vida, transmutará esa necesidad de huir del hogar en una pasión
Lo cierto es que la mayoría de los viajeros obsesivos que conozco han tenido
una relación complicada con alguno de sus progenitores, lo que también puede ser
casual, desde luego. Pienso, con Horacio, que caelum, non anima mutant qui trans
mare currunt, lo que viene a recordarnos que puedes cambiar de escenario, pero no de
que la mayoría de las personas viajan porque quieren observar cosas diferentes,
cambios; si bien, casi siempre que contemplamos algo que está transformándose, no nos
sistemáticamente viajan ni siquiera piensan que el arte de ver los cambios es también el
arte de quedarse inmóvil, explicó el sabio. El viajero cuya mirada se dirige hacia su
propio ser, puede encontrar en él mismo todo lo que busca. Ésta es la forma más
perfecta del viaje; la otra es, en verdad, una manera muy limitada de cambiar y
imprescindible Tao Te Ching que sin salir de la puerta se conoce el mundo, sin mirar por
la ventana se ven los caminos del cielo, y que cuanto más lejos se sale, menos se
aprende.
errática y perpetua búsqueda interior que nos lleva por reveladores senderos toda
86
nuestra existencia. Nos sorprendemos a nosotros mismos año tras año. Cuando ya
súbitamente comprendes que requieren ser matizados. La experiencia nos cambia, las
relaciones nos cambian. Las personas nos enriquecen, aunque también nos puedan
destruir en una ínfima parte, eso es innegable, y si no hay autorreflexión, no hay avance.
muy lejanas en aquella época de mi vida. La otra forma de viajar, cambiando de lugar
geográfico, nos reporta otra suerte de conocimiento sensorial que también nos
enriquece, aunque no necesariamente nos haga más grandes. Y nos reporta la tentadora
posibilidad de la huida, que era una espumosa apetencia que me atraía de forma
Italia, y lo cierto es que llegué a vivir cinco años en el país del arte, aunque eso sería
mucho después.
-Tú nunca has huido de nada Lucía, y ahora parece que vayas a hacerlo, no
-A decir verdad, sabes que nunca me apeo de ningún tren en marcha-le dije-,
pero jamás antes he sentido este deseo extremo de escapar de mis circunstancias: el
vitalidad inmensa y había renovado mi pasión por el arte. Me había ayudado a renovar
bien”. “¿Qué es la felicidad sino cultivar la esperanza, ciertamente ingenua, de que las
cosas saldrán bien?”-Solía decir él. Su filosofía vital me influyó poderosamente, muchas
preparada para desasirme de su presencia, y tenía aún la casa llena de fotos y recuerdos
de él.
sabía hacia dónde ir. Es curioso que los sentimientos puedan elevarnos a la felicidad
más alta para, del mismo modo, revolcarnos en la inseguridad más desasosegante. En
estas épocas los sentimientos son complejos, terribles, difusos, nos confunden. Yo
vulnerable en el otro lado del mundo, yo sola, en aquellos días, y lo que tenía claro es
Desde niña, San Lorenzo de El Escorial ha tenido unos efectos muy beneficiosos
en mi ánimo, tiene efectos pacificadores en mi espíritu. No sé por qué, pero sólo tengo
que caminar media hora por el Patio de los Reyes, para sentir cómo la serenidad se me
88
filtra por la piel del alma. Decidí matricularme en uno de los cursos de literatura
universidad, algo que ya había hecho un par de años atrás. Mientras cursaba mi
unos años después decidí matricularme en otro de literatura, pues sólo los veranos me
poesía. Un compañero de la carrera, aficionado a las letras, me había dicho que también
iba a matricularse y quedamos en vernos allí. No iba con intención de pasar la semana
con Eduardo, este amigo, pero era una de las pocas personas con quien compartía esa
doble pasión por la historia del arte y la literatura, pensé que sería agradable compartir
unas comidas y unos cuantos ratos con él. Aunque el objeto primero era pasear, hacer
footing matinal, estar sola, escuchar algunas ponencias, ver alguna obra de teatro o
Encontré el pueblo tan bello como siempre, con el mismo resabio histórico
levanté al alba para disfrutar de mi carrera matinal alrededor del monasterio y del
alta, un hotel con sabor a aristocracia de principios del siglo XX, el Felipe II. La sede de
nuestro curso se ubicaba en este último Euroforum -como actualmente son denominadas
estas dependencias-.
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Este parador posee una amplia recepción con el mismo ambiente decadente y
madrileña de hacía muchas décadas. La sala habilitada para nuestro curso poseía una
enorme chimenea y suntuosas lámparas, tuve la impresión de que debía de haber sido,
la montaña, las vistas desde su amplísima terraza son magníficas, e incluso se vislumbra
su falsa niebla como un envoltorio viscoso y que no es más que el humo espeso de la
una bruma misteriosa y envolvente que quizá impedía que los sueños imposibles de los
ahora no sería una inversión según lo entiende nuestra sociedad. Siempre que he
imaginar la intensa vida que albergó, los extraños vestidos, las decoraciones antiguas,
las discusiones acerca de estrategias políticas, las intrigas, los amores, el dolor y la
dicha de la vida.
90
que arropan su contorno, por su magnífico monasterio con cisnes blancos y negros, en
su estanque, que, por supuesto, fotografié ávidamente. Me cautiva esa atmósfera llena
edificaciones herrerianas que inundan el pueblo, los tejados de pizarra, los arrogantes
chapiteles. El curso y las ponencias casi eran un componente secundario con relación al
placer del viaje. El lugar tenía algo que me hechizaba y constantemente tenía visiones
Sentía el sabor a pasado del pueblo, el sabor a idioma antiguo, lo imaginaba con
la piedra recién edificada, con un granito más blanco, más puro. No me extraña que esta
paz cautivara tanto a Felipe II como para ubicar un palacio sobre ella. Los sentidos se le
frescor de las mañanas primaverales del verano de la sierra, la pureza del aire, sus
colores, ese conjuro que envuelve el corazón con una gasa plácida que te impide
marchar. Ciertamente, no deja de ser ésta una interpretación literaturizada, pues además
del sosiego campestre y el amor a la caza, Felipe II escogió este lugar porque lo creía
-se creía entonces- el centro absoluto del país. También yo he deseado tener una casa
allí para acudir cada verano, pero los precios eran ya entonces prohibitivos.
Acudí a la primera ponencia con la misma ilusión con que me adentro en cada
curso de verano. El paso de los días permite constatar que siempre suele ocurrir lo
difusión que ciertos escritores de renombre otorgan a los cursos de El Escorial, antes
escritores, los cuales, muchas veces están más pendientes de las entrevistas que les
unas notas que habían garabateado la noche anterior en la habitación del hotel.
Es sabido que estos escritores viajan con una remuneración de trayecto, estancia
y ponencia, que no resulta desdeñable. Hay que ser un muy grande escritor, un hombre
o una mujer de letras con verdadero brillo y con una formación o instinto muy elevados,
para poder permitirse presentar unas notas garabateadas la noche anterior. No es el caso
de los escritores que con estos modos he escuchado. Omitiré el nombre de algún escritor
y escritora que aún hoy siguen vendiendo sus libros excepcionalmente, y cuya
reputación como escritores no debe ser soliviantada por el hecho de haber sido pésimos
cursos de verano de menor reputación y acopio de matrículas, los ponentes rara vez se
pueblo serrano, cuatro o cinco de los más reputados poetas españoles de la segunda
mitad del siglo XX alternaban las palmas con el cante, la guitarra con la risotada, y las
copas con la conversación mantenida con los jóvenes matriculados en el curso. Las
mezclas resultan tan divertidas como naturales. En uno de estos cursos, en Priego,
confluyeron poetas como Félix Grande, Francisco Brines, José Hierro, Carlos Sahagún,
92
Antonio Gamoneda y otros. Éste era el pueblo natal del magnífico Diego Jesús Jiménez,
refiero, claro está, al actualmente llamado “Grupo poético de Priego”: Miguel Ángel
Curiel, Ángel Luis Luján, Irene Quintero y dos poetas más cuyos nombres ahora no
acuden a mi mente, una era la poetisa menor Paula Blasco, si no recuerdo mal ya muy
avejentada entonces. Esta escritora, que nunca triunfó, desarrolló no sé qué suerte de
fijación obsesiva por otra joven escritora, a la que asaeteó con mensajes llenos de
contestó, siempre sintió lástima por aquella poco agraciada mujer, ya anciana, y que no
encajaba el relevo generacional que la vida impone. Las risotadas y los carcajeos de
Aquel año en el cual los poetas se conocieron, Hierro estaba en Priego, era el
viandas con que nos prodigaban, y aunque moderadamente, también del orujo y del
conquense resoli. Eso sí, tenía en su habitación una enorme botella de oxígeno de la que
Cuando Hierro se fue, los jóvenes poetas, que apenas hacía cuatro días que se
conocían, decidieron colarse en la ya vacía habitación antes ocupada por Hierro, para
hacer una improvisada lectura poética para ellos mismos y unos pocos amigos. Se
llevaron una simpática sorpresa al encontrarse la gran “bombona” de Pepe Hierro, que
93
allí quedó, en aquella habitación pintada de rosa como un burdel de barrio gris. Como
mediante el natural donaire de Juan Carlos Mestre, otro conocido poeta que respaldó a
solemnes, como explicaba, puede ocurrir cualquier cosa. Lo más relevante, al margen de
conoce, lo rápidamente que se intima, y la enorme cercanía entre todos los asistentes,
ponentes y matriculados.
prestigio, actores, etc. Y la mayor parte de esa prole exquisita se comporta como si
formara parte de una privilegiada elite elevada por encima de la especie humana,
parecen sentirse situados en un umbral genético que los separa del resto, de los
ridículamente estirados que eran quienes yo tenía por mis escritores contemporáneos
físico y por su talento, cuyas novelas rezumaban una sensibilidad exquisita, mas cuyo
juventud, puedo decir que el cincuenta por ciento de las ponencias me parecieron
muy endebles. El orador participante parecía por sí mismo pretender justificar sus
verle frente a nosotros y escuchar su voz, ya tuviéramos que encontrar justificadas las
Por supuesto que debo decir igualmente que he escuchado discursos brillantes
que han reforzado o matizado en mucho ideas mías. A veces, tras el escritor novel cuyas
animado mucho. Hacía unos seis meses que no lo veía, pero nuestro intercambio de
misivas había sido intenso y muy especial en aquel período. Eduardo no llamaba nunca
por teléfono, pues su timidez natural le impedía expresarse por este medio con la misma
último había entretejido un cordón umbilical todavía muy incierto entre nosotros, pero
había reforzado nuestro vínculo y lo había enriquecido. Eduardo siempre había sabido
-¡Lucía!- Me susurró desde tres filas más atrás, pues había llegado tarde, como
amplia, sus ojillos pequeños, ambarinos, su pelo liso y oscuro por encima de los
hombros, como un indio. Su barba era cerrada y su fisonomía encajaba con la del
español más típico. No era un hombre alto pero tampoco se le podía tildar de bajito, por
Eduardo no era un hombre guapo, tampoco feo, no era particularmente atractivo, pero
acontecimientos vitales. Eduardo sabía que yo estaba viviendo un año muy duro,
complicado por muchos motivos, pero sobre todo por mí y mis incertidumbres. No pude
que escuchó con paciencia y respeto. Me hizo reír desde el primer rato, lo cual agradecí.
Hay tres cosas que no varían en los cursos de verano de este país: el
ligue de todos los asistentes -matriculados y ponentes-, y las ganas de divertirse noche
tras noche.
La gente come más que en su casa, más platos, más cantidad. El que sólo toma
un plato es sus comidas caseras, durante el curso tomará dos, el que no toma postre allí
lo toma, quien sólo bebe una copa de vino comiendo, allí beberá tres. Vino y cerveza
durante las comidas, los almuerzos, las cenas, sobremesas con licores de todo tipo. Los
poetas sexagenarios de renombre pasarse el canuto en varios cursos. He visto gente muy
en estos eventos. El tráfico arrecia de madrugada en los pasillos de los hoteles, como ya
apuntó Jorge Drexler en una de sus brillantes composiciones. La gente va a los cursos
como a las vacaciones, a divertirse, a salir de juerga, a ligar, a beber, a comer mucho, a
Con casi treinta años, mi melena rubia era larga, de brillo impecable, mi cuerpo
siempre, era que me veía obligada a sortear infinidad de proposiciones que oscilaban
que no era especial, era el verano removiendo la testosterona, que parece desbocársele a
También es cierto que las edades de los ponentes y los participantes se allegan
más a los cuarenta años de media, lo que hace que una vulgar joven se metamorfosee en
una pieza jugosa y apetecible para muchos buitres mostrencos. Ay, los más reputados
hay que destapar todas las cartas para enganchar algún pedazo de carne suculenta con el
Yo era una chica que no destacaba de entre la media más que por mi melena
rubia. Eran ellos y sus instintos descontrolados lo que divinizaban a las jovencitas más
corrientes. Yo era más bien tímida en grupos amplios y ponía mis barreras sociales,
aunque con los años he comprendido que eso es, para muchas personas, un acicate que
Las ponencias de la tarde nos agradaron más, la mesa redonda estuvo bien.
que terminamos encajando con naturalidad. Salimos a los escasos bares del pueblo en
donde te podías tomar una copa con un mínimo de agrado y comodidad. La primera
noche siempre es la más desbordante, la gente llega con la adrenalina revuelta, con
ganas de pasárselo bien y, desde la primera velada, se empieza a amortizar cuanto sabes
que te costará esa semana. La primera noche, sí, es cuando las borracheras son peores.
Ello sirve para reforzar los tenues lazos que con estos ocasionales grupos se
sentía lejos, muy lejos de todo. Mi vida había sido momentáneamente abandonada,
98
Al día siguiente, tras las ponencias de la tarde y con nuestros recientes colegas,
fuimos a ver la exposición dedicada a Felipe II, en donde contemplamos cartas, escritos
históricas que nos encandiló a Eduardo y a mí. También visitamos la exposición sobre
histórico de triste vida acerca del cual ambos habíamos realizado un estudio durante la
carrera.
con Enrique IV, un esquizoide sexualmente extraño y decían que homosexual, pero de
divorció de…, sí, de Blanca de Navarra… tras convivir trece años con ella. El cronista
Diego de Valera escribió que tras la noche de bodas de Blanca se dijo que había
quedado “tan entera como venía”, y todos se enojaron. Por ello, en la noche de bodas
-Ya, Eduardo, y a mí, la pobre había pasado su infancia en Toledo, con su madre,
veía, en palabras de Marañón, "agobiado por la melancolía que en la niñez producen las
espléndida su belleza, porque, aun contando con la lisonja de los cortesanos, fue
unánime el elogio que sobre ella hicieron cronistas y viajeros.... El rey “Impotente”
hubo de aceptar que tuviera una hija con Beltrán de la Cueva, su privado, jua.
Pedro de Castilla, el Mozo, bisnieto de Pedro I el Justiciero. De esta unión nacieron dos
amor por él sobrepasó todas las consideraciones sociales. El rey llegó a encarcelar a
Juana en la fortificación de la villa de Alaejos, por dos años, pero un tiempo después
enviaría a que la excarcelasen. Ella envió de vuelta a la corte a los hombres del rey, con
cesto por el muro del torreón, llamado del “tocado”. Don Pedro la esperaba abajo y la
hicieron desplazarse en mulas durante días, hasta Buitrago, donde la esperaba su hija y
-La verdad es que tuvo una primera etapa vital intensa, y luego se retiró al
convento de San Francisco, en Madrid, en 1475, cuando contaba sólo treinta y seis años
100
de edad, pocos meses después de fallecer el Rey Don Enrique. Su muerte, según
el suelo y no en ataúd, y pide además: "que sea enterrada en algún lugar hueco que no
arrogante del rostro de esta mujer..., me cautiva desde siempre. La verdad es que en la
época. También fue la primera mujer española jesuita y fundó la orden de las Clarisas
descalzas. Su trayectoria vital fue muy fructífera e intensa si se tiene en cuenta que se
-Desde luego.
Aquella noche volvimos a salir con el grupo, más afianzado cada vez, pero al día
del pueblo y resolvimos ir a dar un paseo largo bajo la inquietante luna llena, que teñía
los trigales que circundaban el pueblo de un azul plata que nos envolvió
instantáneamente. Fuimos por el camino que lleva a la silla de Felipe II, un butacón
101
esculpido con gran hosquedad en la piedra, en una colina no muy lejana pero
relativamente elevada, y donde el rey se sentaba para observar la marcha de las obras.
Después, estuvimos más de una hora apostados frente al estanque que linda con
el monasterio, hacia el jardín de los frailes, un jardín de setos bajos, laberínticos, con
fuentecillas espesas en donde se acunan los nenúfares. Allí, bajo la luna y observando
los cándidos cisnes, bromeamos acerca de provocar en uno de ellos uno de los
bellísimos cantos de estertor que se supone que sólo emiten esa única vez en su vida,
antes de morir; aunque ninguno de los dos se decidía a bajar a estrangular a uno de esos
Nos pusimos más trascendentales y conversamos sobre la vida, sobre ese extraño
hueco de leve insatisfacción que todos llevamos dentro, aún cuando somos felices, y
que, barajábamos, se corresponde con la certeza de la muerte; una convicción que nos
pesa en la conciencia durante toda la vida y que acuna nuestra angustia aun
nuestra charla, indagamos y auscultamos las paredes de ese hueco oscuro que unos
tratan de llenar con triunfos sociales, otros con lujos materiales, otros con ambición,
otros con sexo, y, los muchos, con meros sueños que, en el fondo, saben inalcanzables.
angustia de estar vivo, pero ya no podía rellenar la oquedad con las mismas cosas que
había empleado hasta el momento. Yo era otra, aunque no me reconocía aún. Yo era
entonces la duda.
102
una pasión amorosa descarnada, sin límites, esa pasión que rasga y hunde, que te hace
descender a los infiernos para dejarte un poso denso y fructífero al final. Hablamos
acerca de lo necesario que resulta vivir una experiencia así, sobre lo necesario de que
todo ser humano vivo tenga la oportunidad de experimentar algo semejante. La pasión
constituye una pequeña vida dentro de la vida, crea un universo de emociones de las que
no te terminas de desprender del todo nunca. La pasión puede ser ingrata, desagradable,
pero su intensidad es brutal y siempre reporta momentos en los que el placer del alma es
un océano de vertiginosas sensaciones que nos recuerdan lo viva que siempre es la vida,
existencia.
hacen más grande. Seguramente, ése fue el instante compartido con Eduardo más
gratificante y plácido, en realidad fue en esas dos o tres horas de paseo y conversación,
cuando más cerca me sentí de él. Incluso más que al día siguiente.
como me ocurre siempre que realizo cualquier desplazamiento por mínimo que sea.
realizar un pequeño reportaje fotográfico en el pueblo y pasear sola, caminar sin rumbo.
Quedé con Eduardo en que nos veríamos a las cinco menos cuarto, para ir juntos a
103
baño con las chicas de la habitación de al lado, mediante un sistema de pasadores que se
cerraban y se abrían por dentro y por fuera, y que sólo conseguían que te pusieras
nerviosa cada vez que el pomo giraba nervioso en la puerta del baño que daba a la
frente a la ventana del cuarto, apoyada sobre el alféizar y con un enorme patio
ajardinado a mis pies; al fondo, tras los tejados a dos aguas, me embelesaba observar el
perfil de una montaña cercana, un recorte de cartón oscuro que franqueaba mi visión.
Había estado observando ese perfil el día anterior, al alba, cuando aún no había
amanecido, pero ya burbujeaba el azul tras la montaña. Era una visión lenitiva. Me
sentía bien allí, pensé en las sensaciones que Eduardo había removido en mí en aquellos
estaba libre, y nos enzarzamos en una de aquellas sugestivas conversaciones que tantas
veces habíamos compartido en la facultad. Hablamos durante más de una hora, hasta
104
Entonces Eduardo se incorporó y me miró con extraña fijeza. Bruscamente sus pupilas
nunca había percibido que las pupilas de nadie se dilataran tan repentinamente mientras
verdad sabía que aquello podía ocurrir, no sé si sabía que lo deseaba, pero sí que había
Algunas fantasías sabes que las realizarías, otras sabes con total seguridad que
jamás las llevarías a la práctica, pero otras están en un camino intermedio y, a no ser que
descubrí que realmente había deseado a Eduardo con un fundamento de realidad que
Yo me sentía sobrecogida, rara vez antes había hecho el amor con un chico sin
estar enamorada. No era una persona promiscua, nunca lo he sido. Le advertí que ya
sabía cómo me sentía en esa etapa de mi vida y que, de momento, abría de ser suave y
todo mi cuerpo con una suavidad y una delicadeza que me conmovieron, me hizo sentir
infinitamente cómoda, segura. Observó mis senos con detenimiento, los acarició y los
besó, acarició mi vientre y mi cintura, mis glúteos y mi pelo. Enredó sus dedos entre
mis cabellos mientras musitaba palabras suaves y dulces contra mi oído, palabras de una
mismo. Se cercioró de que hacía las cosas como a mí me agradaban, me preguntó qué
atención y mesura fueron extremos, aunque también me permitió disfrutar de esa cierta
intensidad hosca del deseo masculino. Después de hacerme alcanzar el orgasmo con sus
después.
más convencional entre personas de distinto sexo, pero no quería arriesgarme a hacer
cuerpo, me sedujeron en extremo. Por las cosas que me había dicho, supe que había
observado bien mi cuerpo, no lo había poseído sin más, verdaderamente me había hecho
impartía junto al nuestro. Con esta guitarra española del siglo XVI, el intérprete, que
también amenizó la noche con una estridente camisa de parches fluorescentes, nos
deleitó durante más de una hora con piezas compuestas en la época de Felipe II. Las
imaginé los interiores del monasterio, al rey Felipe II reclinado con embeleso y
vez sin trabas e impedimentos. Necesitaba sentir esa suerte de placer ancestral que la
después del acto, lo que habitualmente me había ocurrido con Richard. Espiritualmente
blanco, me recordó que ninguna mujer podría jamás hacerme sentir aquello.
placer que Eduardo me estaba brindando en la cama no era más especial, pero sí
superior al que me había brindado Sira, quien me había proporcionado intensos clímax,
orgasmo bien definido, lo que en su caso era inusual en un primer encuentro sexual,
según me dijo. Yo le oculté el hecho de que ella había sido incapaz de procurarme un
Siempre tuve claro, también, que jamás hubiera deseado tenerla de compañera,
no me veía viviendo con ella ni con ninguna mujer nunca. Hay algo melindroso,
habíamos sido dos mujeres experimentando, divirtiéndonos con nuestros cuerpos, pero
el envoltorio de la ternura intensa que había entre ambas quizás nos había confundido.
No sentí por ella otra cosa que amistad, exaltada y visceral como sólo ella y yo
podíamos ser cuando estábamos juntas, pero en ningún caso amor. No obstante, había
algo recóndito que se me escapaba, el porqué de mi obsesión por ella. Ese deseo era un
trasunto de algo, la había deseado más que por su cuerpo o porque la quisiera a ella, por
Detrás del ámbar del deseo, ese remolino de hojas que se filtraba por las rendijas
de nuestra amistad, latía algo, latía algún vigoroso aspecto que me había aproximado a
ella con mucha fuerza. ¿Por qué me atrajo tanto aquella única mujer? Daba igual, las
sentía tranquila.
poquito más y a comprenderme. Lo cierto es que, en ocasiones, los cambios del viaje sí
te pueden hacer reparar en tus propios cambios o, lo que es más peliagudo, en tu propia
sus noches hirviendo en mi piel. Como tantos otros madrileños, siempre esperaba poder
108
realizar una escapada que me alejase del ajetreo de Madrid, pero cuando por motivos de
trabajo había estado fuera demasiado tiempo, siempre sentía el espinoso anhelo de
de los amaneceres bucólicos, pero hay una suerte de extraña paz inefable, una serenidad
no quería, no, vivir otro amanecer intentado aclarar mis ideas con relación a Sira; no
quería volver a pensar en ella, quien tan lejos de mis pensamientos se había mantenido
durante aquella semana. La sentía lejos de mis deseos, de mi atracción, e incluso de mis
turbaciones más ambiguas con relación a ella. No quería estar con ella. Sabía que si no
la llamaba, no iba a verla, pues, casi siempre, Sira se dejaba arrastrar por ese orgullo que
antes que llamarme. Sólo en aquella última ocasión, tras aquel período sin que yo la
llamase, había cedido a su deseo de volver a verme. Pero ahora, no la quería de nuevo
IX
FRAGMENTO TERCERO
…Mi casa era el infierno, el manantial del cieno más espeso, de la angustia constante.
doblemente intensa porque teníamos que elaborar las tareas que nos había impuesto
para cuando él regresara y diera el visto bueno; pero nunca decía a qué hora iba a
destinadas a recaudar dinero para la yihad, las tareas en las que mi padre me exigía
más eficiencia eran mis ejercicios de ajedrez. Así adquirí los conocimientos y la
europeos, primero, y después en la profesional que vivía medianamente bien del dinero
atribuye ningún enclave seguro. Sin embargo, mientras que todavía era un juego
la dama o reina, en su lugar existía una pieza llamada alferza, que veine del árabe
hispano antiguo alfarza, que a su vez es una derivación del árabe clásico firzān.
110
Francia, Italia y otros países. Claro, eso era una corrupción del ajedrez perpetrada por
contemporáneo hube de ser una diestra ajedrecista según las normas antiguas. La
alferza era más débil, la dama otorgó más velocidad y fuerza a cada bando. Yo,
naturalmente, odiaba el ajedrez antiguo. Cada vez que mi padre me sorprendía con una
dama escondida entre mis juguetes sabía que había estado practicando el ajedrez
moderno antes de tiempo; aún él no lo había dispuesto, así que me zarandeaba con
El ajedrez es tenido por un arte igual que una ciencia, un deporte excelente para
fascinaba a mi padre, uno de los mejores jugadores que he conocido, quien aprendió de
mi abuelo, que era de Afganistán, y éste de su padre, y así hasta quién sabe cuántos
siglos. Pero el Señor Zarour “estaba destinado a hacer más grandes cosas por Alá”,
ajedrez fuera un castigo más que un regalo. Su propósito fue que yo (él a través de mí)
obtuviera éxito, su vanidad era incomparable, y pronto vio que yo tenía aptitudes.
sola de las normas de mi padre, jamás le perdonaré su sumisión extrema, pues ella era
la mano cobarde que ejecutaba todas las órdenes de mi padre aun cuando él no
Allí no tenía que ir velada, a mi padre se le exigió que nos hiciéramos pasar por
éramos católicos para todos, habíamos de pasar desapercibidos para no turbar los
entreveía un atisbo de orgullo en los ojos de mi padre, quien jamás me quiso hiciera yo
sabes, pues el ajedrez era a lo único a lo que podía dedicarme. Pronto empezaron los
torneos, los concursos, los logros, los premios en Andalucía, en toda España, y esos
A mi regreso de El Escorial, una semana después, llamé a Sira. ¿Por qué esa
ella? ¿Por qué siendo yo tan sensata y racional casi siempre, con ella me dejaba llevar
112
por mis impulsos sin poder evitarlo? ¿Por qué tenía yo esa debilidad por Sira? Aquel
poder que ella tenía sobre mí me atormentaba. La sentí tan lejos y me había importado
tan poco en las últimas tres semanas, que ahora no podía entender que ese deseo por
verla y estar bien con ella me estuviera poseyendo con tanta firmeza. No entendía nada.
insomnio, había discurrido que podía alejarme indefinidamente de ella. La vez en que
nos habíamos distanciado con anterioridad, yo había comprendido que nuestra amistad
distanciamiento yo era capaz de recuperar la objetividad para comprender que Sira era
una mujer especial, verdaderamente excepcional, desde luego, pero con unos defectos
que la impedían amar debidamente a las personas. Sira no sabía querer. No sabía querer
debidamente a su marido, un buen hombre, quizá algo débil, pero que se esforzaba por
Varios días después de llegar a la ciudad me llamó Rebeca y, tras charlar un rato,
mi hermana me preguntó:
-Bueno, qué, ¿te pasa algo con Sira “la despampanante”?- Hablaba con retranca,
-Porque pasó por aquí, según ella iba de paso y había pensado parar a saludarme
y contarme lo perfecto que ha quedado el piso con los últimos arreglos y lo contenta que
Yo sabía que ella no iba de paso a ningún sitio en aquel barrio, lo cierto es que
sólo fue a la agencia de mi hermana a comprarse allí el piso porque sabía que le harían
un recorte en la comisión. Se ahorró mucho dinero. ¿Por qué iba a la agencia ahora? A
cortada..., no sé, como si ella misma encontrara forzado el haber pasado por allí y..., al
final, más cortada todavía, me preguntó por ti. Me extrañó que no supiera que estabas en
la sierra en los cursos ésos que te gustan a ti tanto. Así que..., si no se lo habías dicho
tú..., pues preferí hacerme la loca. Me felicitó de antemano por nuestro cumpleaños y
me dijo que te enviase su felicitación y te diera besos de parte de ella. Tía, lo siento, ya
sabes que soy una bocazas, así que le dije que haríamos una fiesta el sábado y que
viniera... Se quedó callada y me dijo que le apetecía muchísimo, pero que no iba a
poder.
-Pues está claro, hija, esta vino a romper el hielo, a que yo te dijera que había
pelo de tonta.
-¿Por qué no la llamas? Venga, seguro que es una tontería...- Había sugerido.
irritante aquella actitud tan infantil y torpe de ir a la oficina de Rebeca a provocar esa
situación para poder volver a acercarse a mí. ¿Por qué narices no llamaba? ¿Tan
insegura era? Ella sabía que yo jamás había rechazado las explicaciones de alguien que
deseaba que ella fuera feliz. Siempre la alenté a que sacara a flote su mejor yo, siempre
Me tumbé a leer un rato, para sosegar mi ánimo y escogí el que para mí era el
mejor poeta español vivo en aquel momento, José Ángel Valente. Y ocurrió algo. A
veces las casualidades son asombrosas y nos sacuden. A veces somos nosotros quienes
115
Dura la noche,
el vértigo que me había suscitado. Pensé en cómo había exagerado sus defectos para
poder apartarme de ella, cómo la había demonizado durante semanas. Los versos
inocente”, me acusaban de ser “una hiena que finge reposo” porque quiere huir en vez
de afrontar las cosas, me sentí “cobarde” y me hirió el sarcástico verso final, pues
116
volverme cobarde no era el sueño que yo tenía deparado para mí misma. Así que
Pensé que debía llamarla y ser siempre impecable con ella. Pensé que iba a
exprimir mi mejor Yo en mi relación con ella, pues en la vida no más de dos o tres veces
te topas con alguien que te remueva el alma como ella me la removía a mí. Pensé que
debía ser coherente con mi hallazgo y respetuosa con sus defectos. Decidí estar por
encima de sus arrebatos inoportunos, de sus actitudes más egoístas, decidí aprender a
sentido débil y vulnerable, intuía que lo había pasado mal por nuestro distanciamiento.
Lo cierto es, comprendo hoy, que las razones que me argüí a mí misma eran ésas y
podían haber sido mil, lo cierto es que había un impulso emocional soterrado que me
acuciaba y del que yo no era consciente: había acumulado unas ganas de verla que me
aguijaban con fuerza, y eso era el principal móvil generador de mi nuevo discurso
marcando su número.
suave y dócil de los malos tiempos-. Sí, fui a ver a tu hermana porque necesitaba un
documento, bueno, que ella me lo revisara y... una vez allí, recordé vuestro cumple y...
pues quise enviarte una sincera felicitación- Así era Sira, todo menos disculparse. Pero
117
entonces yo no necesitaba poco más que una muestra de amabilidad por parte suya, para
Ésa era otra de las diferencias emocionales entre ella y yo, Sira no perdonaba a
nadie, jamás. Era de esas mujeres que eventualmente hablan de cierta amiga que les
hizo algo espantoso en sus años juveniles, de instituto, y cuando te lo cuenta suena
como si se lo hubiesen hecho ayer. Otro rencor lo tenía asociado a algunas amigas
sustantivo explica por sí misma el mecanismo psicológico que activa el malestar del
rencor, volver a sentir, pasarse uno la vida recordando y revolcándose en los malos
recuerdos, en los errores que los demás han cometido con nosotros, en las “terribles
Mientras que la Lucía de entonces siempre estaba deseando perdonar; sin saber
frenar una excesiva indulgencia interior muchas veces, pues verdaderamente hay cosas
dignidad. Cuando en verdad quieres perdonar, te agarras a cualquier cosa, así era yo
entonces.
Ella no se disculpó, pero fue dulce conmigo y a mí me bastó. A las personas hay
infancia y en la educación que había recibido, que eran constantes eximentes a los que
118
yo me agarraba para seguir queriéndola, para seguir sublimándola, pues eso era lo que
de la universidad.
Al día siguiente tuve que llamarla para retrasar nuestra cita, pues me había
tarde. Le dije que llegaría a las nueve. Cuando llegaba al aparcamiento, observé a Sira
llevó a rememorar aquel otro más antiguo en donde compartimos tan importante
momento de intimidad; estaba allí dentro mirándose en el espejo justo un par de minutos
antes de las nueve. Ella sabía que yo era puntual y quiso que su imagen fuese impecable
un banco que quedaba muy guarecido. Al principio, la tensión era muy tangible. Decidí
tomar la iniciativa en la conversación, pues sabía que Sira eludiría el conflicto, siempre
lo hacía. Sira sacaba a flote sólo las cosas que le interesaban, pero las que no, las
esquivaba con extrema habilidad. Yo también obvié el conflicto, pues sabía que ella no
admitiría nunca de forma abierta que había actuado de forma difusa o improcedente
conmigo. Tampoco había sido sensato por mi parte enviarle aquella embarullada carta.
Estábamos las dos sentadas en el banco, muy quietas, en silencio, mirando hacia
delante. Casi no había gente en aquella zona, apenas un par de coches aparcados. Ambas
estábamos algo tensas, pero de ambas fluía la alegría del reencuentro. Le dije que mejor
olvidáramos lo ocurrido:
119
conversación telefónica- Consideré que lo importante era que ambas estábamos allí con
intención de suavizar las cosas de alguna manera. Encima, en uno de mis suicidas
tenía que disculpar, porque ciertamente yo había sido honesta con ella, pues me disculpé
de aquello para reforzarla. Yo siempre la reforzaba, continuamente, sin saber por qué.
De alguna forma, interpretaba que, como amiga, aquella era mi obligación: ella tenía
que sentirse segura y bien, no soportaba verla zozobrar, era como si me hundiera yo
misma.
cena juntas y... estuvimos tan bien..., sentí de nuevo algo tan especial... También volví a
ser consciente de “eso” que... parece haber entre nosotras..., al fondo, muy al fondo, y
Una vez más comprendí que estaba muy angustiada cuando había recibido mi
carta y pensó que yo, al hablarle de cómo me turbaba aquello, le estaba advirtiendo de
aquel malestar sobre mí. Sira no me lo explicó así, pero vi que eso era lo que le había
ocurrido. Casi siempre que se enfadaba era por un mecanismo similar: se sentía relegada
o desatendida cuando en ningún caso era así, o bien sentía que yo le generaba algún
vértigo cuando eran sus propios sentimientos por mí los que le generaban ese vértigo.
120
insatisfacción en el trabajo, de sus miedos... Así era Sira, hay gente que necesita amar y
encontrar objetos dignos de su amor, mientras que otras personas necesitan ser amadas
aunque sea sólo por sus penas, y ésta era Sira. Ella necesitaba encumbramiento,
conmiseración.
lógica. El afecto y la compasión que me removía no tenían fin. La vi, a mi lado, como
una mujer en el fondo muy triste, una mujer muy indefensa, y la quise, la quise como no
volveré a querer a nadie. Pensé que un cometario ligero terminaría por vencer las
barreras últimas:
-¿Qué te parece si, como los dos mamúts semicongelados que parecemos, nos
acercamos la una hacia la otra y nos damos un abrazo aunque sea muy torpemente?
Ella clavó en mí sus ojos tan cobrizos, me miró casi como si fuera a besarme, y
-Pues claro..., y sin tanta torpeza- Me dio seguramente el abrazo de más pura
amistad y sincero afecto que me dio nunca. Sentí que me quería y la abracé con la
misma devoción. Yo hube de ponerle fin al abrazo. Todo estaba claro, volvíamos a ser
121
en que vendría a la fiesta que por nuestro cumpleaños íbamos a celebrar Rebeca y yo el
sábado siguiente. Su hermana estaba en su casa pasando unos días, así que le dije que,
además de a su marido, la trajera a ella, quien me había caído tan bien en Turín.
gente el piso de mi hermana, en total ofrecimos una cena fría, a modo de tapas y
rápidamente por las habitaciones de la casa, en donde no dejó de sonar el jazz en toda la
noche. En una de sus imprevisibles mezclas ambientales, Rebeca decidió alternar esta
música con unos ligeros retoques en la decoración que hacía que el piso recordara un
hammam o un restaurante árabe, o tal vez una tetería granadina o un delicado riad
marroquí. El incienso, las velas, las cachimbas y las gasas de colores salpicaban toda la
casa. Reconozco que con dicha ambientación estética, la música de Miles Davis, Oscar
Peterson, Bill Evans, Duke Ellington, Jaco Pastorius y John Coltrane, los popes de
Rebeca, creaba un efecto inesperado pero muy envolvente. Más me agradaron las voces
de las grandes damas del jazz acariciando las gasas y las estelas de fino humo
Fitzgerald y Billie Holiday pusieron la nota exquisita cuando la primera euforia del
Sira entró algo tensa, se adivinaba que había discutido con su marido, pues antes
No era la primera vez que observaba en él esa actitud obediente y casi miedosa,
hacía cuanto le parecía bien a Sira y era evidente que esa casa y su estabilidad giraban
control que ejercen los inseguros. Era como si para estar los dos bien seguros
necesitasen tenerse agarrados por el cuello el uno al otro. No obstante, Sira era la que se
imponía con sus imprevisibles arrebatos, quien verdaderamente mandaba y hacía lo que
le daba la gana.
Curiosamente, él era un hombre muy inteligente, pero con ella era como un
dinero que la tiránica suegra les procuraba, que no era poco. Él era un hombre resignado
y, según supe más tarde, apocado por su esterilidad. No sé qué amaba Sira en él,
estatura que ella, más bien rollizo, y aunque tenía unos bonitos ojos azules, no era en
centelleando sobre su preciosa nariz, y con un traje pantalón blanco que le sentaba
extraordinariamente bien. Era algo más morena que su hermana, la procedencia árabe
parecía quizá más acentuada en ella. Enzo no la había acompañado en este viaje.
compacto de música turca. Las dos hermanas hablaban árabe perfectamente, pero como
su lengua materna era la española, era ésta la lengua que empleaban para comunicarse.
recuerdo de máxima belleza que de ella tengo en mi memoria. Se había puesto una blusa
tímidamente un breve filo de encaje del mismo color, que no supe si pertenecía a una
zapatos con tacones afiladísimos eran negros, como su bolso, y llevaba una falda de
seda del mismo color, de ligero vuelo, que le cubría hasta poco más abajo de la
Nunca la había visto tan bella, tan adecuadamente conjuntada, con tal habilidad
y jugando con los dos baluartes de su atractivo físico, lo sexy y lo elegante. Ella era
ambas cosas. Sira hizo sobresalir la elegancia, lo que le favorecía más. Las veraniegas
medias de rejilla, la blusa con el encaje y los labios rojos le otorgaban una impresión
muy sensual, casi sexual. Pero las medias se veían lo justo, sólo hasta la rodilla, lo
suficiente como para acentuar la sensualidad de sus piernas, pero no tanto como para
recordar a las típicas medias que visten las damas del amor apostadas en las cunetas con
Su impecable aspecto hizo que muchas caras se girasen para observarla durante
la fiesta, ella jugó al coqueteo social con algunos de mis amigos, buscando ese refuerzo
124
inocente que tan bien le sabía. Su marido se aburría y tenía que trabajar al día siguiente,
así que después de la cena y de tomarse alguna copa, se marchó. Sira tenía ganas de
mucho, enlazaba las frases con una rapidez insólita, concatenaba una conversación con
otra y un discurso con otro. Todo ello con total coherencia y con insólito ingenio. Me
alcanzaba a cualquiera. Nos dimos dos rápidos besos delante de su marido y de Chiara,
aunque quedamos en un amistoso “luego charlamos”, pues yo tenía que atender a todo
También vinieron a la fiesta Laura y Antonio, los que finalmente resultaron ser
mis mejores amigos de la facultad, aparte de Eduardo, quien apenas pudo acompañarnos
poco más de una hora, pues tenía a su padre gravemente enfermo en el hospital. Aun así,
vino a verme un rato, para felicitarme y charlar un poco conmigo y con el resto de la
a todo el mundo. No hubo tensión entre nosotros por lo ocurrido en El Escorial; muy
contrariamente, aquello reforzó nuestro vínculo y abrió una nueva senda entre nosotros,
Conversé mucho con ellos, pues hacía un año que no coincidíamos los cuatro a
compañeros de la carrera. Cada uno se había enterado de un nuevo chisme sobre dónde
trabajaba ahora fulanito o cómo le iba a menganito. También cotilleamos sobre nuestros
antiguos amigos más directos, también de la facultad, que por diversos motivos habían
125
salido escopeteados del grupo. A pesar de ello, siempre los recordábamos con cariño,
nuestras parejas (si las había), nuestras familias, nuestros amigos y por último,
aquellos años y Antonio, en cuanto a confidencias, era como una chica para Laura y
para mí. También ellos me dieron una sorpresa aquella noche, cuando, en mitad de la
dejado encerrado, y cuando abrí el cuarto, allí estaban los dos, haciendo el amor
Ésa era una deuda que Antonio y Laura tenían pendiente desde los dieciocho, y
después. Lo más insólito es que, por aquellas fechas, ambos ya estaban casados con sus
sentían con sus cónyuges durante largo rato, parecía como si compitieran para
hogar y acordaron que aquello no se repetiría. Sólo querían liberarse del recóndito
Ciertamente, ambos continúan felices con sus matrimonios y seguimos con nuestras
126
reuniones cada seis meses (siempre que puede ser). Aquella noche pensé que mi
cumpleaños, forzosamente, será siempre una fecha especial para la relación entre
ambos.
aquella noche, pero los ánimos parecían sobreexcitados aquella madrugada. Es bastante
habitual que la gente se pase de rosca en estos ambientes cargados de aditivos diversos:
siendo usadas de forma generalizada por personas de todo estrato social y toda edad era
impactante.
levantar la voz creyendo que así captan hábilmente la atención ajena, pero lo único que
sienten proféticos expresando sus ideas y en el fondo sólo quieren escucharse ellos
una de la madrugada, se limita a dejar un espacio en blanco para que el otro hable, hasta
pero los estados emocionales están alterados, la gente se avergüenza al día siguiente de
haber relatado ciertas cosas íntimas, se sienten humillados por haber intimado tanto,
conocía aquellas actitudes suyas. Se esforzaba por captar la atención conjunta, por llevar
127
dedicándome certeras pullas en público, a modo de broma, pero muy alejadas de los
límites tolerables. Yo jamás me hubiera podido permitir aquella conducta con ella.
Sira no parecía ser consciente de su cambio. Era una Sira conmigo y otra Sira
delante de todos. Cuando estaba conmigo era suave y tranquila, sabía escuchar, era
como si no fuéramos tan amigas, como si existiera menos confianza de la que realmente
había entre nosotras. Era algo extraño que me resultaba enojoso, pues aquella actitud la
reforzaba terminando cada frase que yo empezaba, empleando fórmulas como “claro,
todos sabéis como es Lucía...”, para hacer un chiste para todos, un chiste que hacía a
nunca intenté competir en aquellas pruebas en las que ella era la única jugadora, me
Acaso Sira tenía esa extraña forma de comportarse con todo el mundo, tan
neurótica, porque necesitaba tener a los demás continuamente frente a sí, para que le
porque yo también necesitaba a los otros para verme a mí misma, para sentir quién era
la persona que yo realmente quería ser. No sé por qué la escogí a ella como espejo en
aquella confusa época de mi vida, quizás porque sentía que había algo
Ella era como una Lucía educada en un ambiente más duro e intolerante, con
menos amor y sin el necesario refuerzo. Yo me veía reflejada en ella y sentía que yo
misma podría haber desarrollado esos cambios de humor e inestabilidades de no ser por
la familia que había tenido. Su familia había sido muy disfuncional y no la trataron
siempre bien. Entre ella y su hermana, Sira se llevó la peor parte. De alguna forma
remota y perdida dentro de mí misma, me sentía culpable con relación a ella, me sentía
sentía sola, o si no le iban bien las cosas. Era como si mi felicidad familiar y social me
Era un extraño juego especular el que articulaba los cimientos de la relación. Esa
admiración-fascinación mutua tal vez podía generar algunos resortes de rivalidad entre
no sentía que pudiera ni que quisiera superarla en las cosas que de ella admiraba, así se
conflictos, cuando en ningún caso yo sentía aquello, tal vez es porque ella sí sentía esa
rivalidad y esa envidia soterrada. No sé, hay cosas que no terminan de saberse nunca.
Jamás hablé abiertamente con ella de eso, pues bien sabía que jamás admitiría lo que me
129
Lo que sí logré dilucidar más tarde es que la fascinación mutua era una forma de
afectos. Yo me amaba a mí misma viéndome divinizada en los ojos de ella, ella se amó a
sí misma viéndose sublimada en mis ojos. Quizá de ahí surgió también la mutua
Sira, si no podía ser como yo (en aquello que me admiraba), tal vez podía al menos
Recuerdo la absoluta plenitud psíquica que percibí en ella el día en que yo había
que regresa triunfante a su corral después de una buena faena. Yo me sentía más
aturdida. Tal vez Sira se había encaprichado de mí como otro de sus narcisistas retos
tal vez todo es una reconstrucción deforme de mi memoria. En el fondo ella era tanto mi
verdadera amistad que sentía por ella. La quería noblemente, siempre quise ser justa y
Aunque es imposible juzgar nada, todo está muy enredado después de tantos
años. Eso son los recuerdos que amasamos en soledad, una noria confusa que nos
recuerdos nuevos, mezclamos y distorsionamos los que nos hieren, magnificamos los
que nos refuerzan. Nos mentimos para poder mantener la cordura, para poder seguir
preservando nuestro sentido de la dignidad, de nuestra propia dignidad: “yo hice bien, tú
miden, que se prueban, el poder está al fondo de toda relación. Sin embargo, los afectos
Alguien meramente apasionado es alguien capaz de entretejer ideas sobre la nada, crea
emociones huecas, ciegas, que terminan disolviéndose como las nubes: quedando en
había observado en Italia que era de esas personas que, cuando les sobreviene el sueño
superficialmente, pues ésta le había hecho algunos comentarios algo fuera de lugar.
Incluso yo lo aprecié.
Cuando Sira era encantadora, no había nadie más irresistible y meloso, cuando
se ponía fastidiosa, no había nadie más insufrible. Chiara tenía las mismas habilidades
manipulación con el que tan astutamente Sira conseguía llevar a la gente a su terreno
mí, pasado un rato, Sira ya no me parecía molesta, sino una mujer entrañable, brillante,
Chiara era menos embaucadora que Sira, quizá tenía un mirar más directo y
limpio, pero se dejó llevar por un familiar arranque que me recordó a su hermana:
-¡¿Por qué no cierras la boca o te vas a mirar en el espejo una vez más?!- Le
espetó con rabia contenida, sin alzar la voz pero acompañando su frase con una mirada
que sólo entendieron ellas. De vez en cuando intercalaban alguna frase suelta en español
del tipo de: “Sí, claro, tú como siempre” o “ya estás otra vez con lo mismo” o “¡de niña
mimada, nada!”, y seguían en árabe con lo que se adivinaba como un agrio intercambio:
Chiara, poco después, se disculpó con extrema cortesía ante Rebeca y ante mí,
nos dio las gracias. Se iba de vacaciones al día siguiente a Vietnam, con unas amigas.
desapareció por alguna habitación. Yo preferí esperar, no fuera a ser que me salpicara a
mí una acritud que en realidad tenía otro objeto, u otro sujeto, más bien. Rebeca, tan
comprensiva y guasona como siempre, una vez hubo despedido a los escasos invitados,
-¡Tía! Ésta no está para coger el coche ni para ir a ninguna parte. ¡Vaya tela con
la Sirita! ¿No? Menudo pollo me han montado, joder, con las hermanitas árabes... No
me extraña que estén las cosas así en Oriente Medio... Mira, Luci, como tú te ibas a
quedar en el sofá cama del salón pequeño, dile que se quede también, cabéis las dos de
sobra.
más que nosotros, además, no ha sido para tanto, un poco de tensión se les veía, pero
cuñado, un tipo encantador, que se acostaran, que yo recogería un poco aquello e iría a
hablar con Sira. A la media hora, una vez hube despejado lo más grueso del salón
puerta, mirando por la ventana, parecía observar absorta los vestigios últimos de aquella
tristeza. Recordé que Sira me había explicado en Turín cuánto parecido hallaba entre las
dos ciudades, no ya por estar cerca de las montañas, ni por ser importantes y enormes
urbes industriales, con poder comunicativo, político, cultural e histórico, sino por el
glamour de sus calles, por la melancolía de sus tejados y sus sombras, por algunos
Pensé que tal vez Sira se deleitaba buscando ese espíritu burlón, y fiero a ratos, que ella
creía encontrar tanto en Madrid como en Turín. Pero su figura de espaldas, esbelta y
Se giró, con su atractivo conjunto rojo y negro, todavía impecable, al igual que
su maquillaje. Rompió a llorar y me echó los brazos como si fuera una niña:
-Te quiero mucho, Lucía, menos mal que estás aquí, siempre estás aquí cuando
te necesito, maktub, estás aquí...- No conocía aquel vocablo árabe, desde luego- ¿Has
visto cómo me ha hablado mi hermana? Siempre igual. Siempre ha sido la niña mimada
-Venga...-Le dije con la voz más suave- Quédate a dormir. Llama a casa y te
quedas aquí. Charlamos un ratito y verás cómo duermes más tranquila. No puedes
conducir así-. La sentía abrazarse a mí, sentía lo vulnerable que era en realidad, la
Salió a llamar, fue al baño y regresó con unas toallitas húmedas. Desplegamos el
una madre protectora. Más bien como un padre protector, o como un hombre que
ampara a una mujer, no sé, ya no sé. La abracé con tibieza y sentí la dicha del afecto,
que no tiene sexo, el fluir del intenso sentimiento que nos unía, un sentimiento incierto
pero poderoso. Me sentí feliz por tenerla a mi lado, por sentir su cuerpo apretado contra
Éramos como dos adolescentes que se protegen del mundo, inocencia contra
inocencia. Le acaricié la cara y el pelo, le limpié el maquillaje con las toallitas, ella
misma había hecho tantas veces sobre el níveo y poderoso torso de Richard, y me sentí
extraña en aquella tesitura. Comprendí que aquel episodio sexual, acontecido casi un
135
tampoco era relevante el hecho de que esa atracción hubiera perdurado soterrada.
No debí haber echado aquella carta en la boca del león de correos; si bien, no
podía haberse evitado la confusión mutua, eso había sido ineludible, pues el deseo
siempre nos pone en contacto con la parte más oculta de nuestra alma, con el doblez
más escondido e íntimo. Tanto más turbador era aquello en una atracción mutua que
El deseo sexual nos enajena y nos ofusca, se enlaza con un aliado cercano, el
miedo. El vértigo gobierna al deseo, pero éste se arrastra bajo los pies de nuestro
cualquier teoría me resulta especulativa, una pobre conjetura. La atracción mutua había
sido turbadora para ambas. Es inútil, no pueden desbrozarse todos los porqués de las
espirales agotadoras. Freud vino a decir que el deseo sexual en la mujer es como un
gran continente oscuro, una vez que te adentras en él no sabes cómo vas a terminar.
Yo me alzaba por encima de los defectos de Sira, quien sin ellos ya no habría
sido la misma; con esos mismos defectos la quería. Y no la quería para mí, mi afecto
brindaba a mí, sin sus desajustadas máscaras. Me juré a mí misma en ese instante que la
Me prometí que, aunque la vida nos separase, sólo por el respeto que me
suscitaba el insólito y profundo vínculo que nos había enlazado, yo nunca haría nada
que ensuciase la memoria de nuestra relación. Sabía que sería incapaz de hacerle daño
defectos si las cosas se ponían mal, pues ella misma me había explicado las nefastas
consecuencias que, para su seguridad y su carácter, habían tenido todos los crueles
reproches sobre sus defectos que le habían hecho quienes se habían ido de su vida,
graves y aunque ello fuera contra mí. Me lo juré justo antes de dormirme, en ese umbral
previo al descanso, ese duermevela en donde todo son pájaros que se entrecruzan con
palabras, brisas y sombras inefables, allí donde se cultivan los poemas y se riegan los
sueños imposibles. Allí, en aquel terreno fértil, eché aquellas semillas. Me lo juré, al
tiempo que una palabra relumbraba en su cielo ensoñador: maktub, maktub, maktub...,
mientras me dormía.
137
XI
EL VUELCO
Cuando comencé a despertarme, tendí mi mano hacia su lado, ya eran las tres de la tarde
y no había descansado del todo bien. Después de tantear recorriendo el pésimo colchón,
terminé de despertarme al comprobar que no estaba. Se había ido sin decirme nada, sin
despertarme, sigilosamente, sin una nota. Así era Sira, pasaba del afecto más abierto y
tendencia doblegaba mi personalidad, a esa edad, como para que encima alguien me los
reforzara. Sira, seguramente sin saberlo, reforzaba mi inseguridad con sus imprevistos
desplantes. Desapareció sin más. Pensé que al menos podía haberme dejado una nota, o
haberme llamado el día después, pero no lo hizo. Tampoco me llamó el día subsiguiente,
ni al otro, ni al otro. Pero una semana después yo sí que la llamé. Ya estaba angustiada.
llamas?
-Hola, fea -me dijo por el auricular, con esa voz acariciadora que empleaba con
hecho caso de mi nota, como parece que ya no quieres verme por portarme un poco mal
a mí.
-Es que no te la he enviado, me refiero a la que te dejé sobre el sofá cama, en casa
de tu hermana.
pasaría...
-No, tú...
Y así hasta que nos carcajeábamos las dos, cumpliendo con aquel ritual infantil
ñoño de de fingir una rabieta competitiva. Lo cierto es que éramos las dos iguales en
-¡Sí!-Contestó con aquel entusiasmo que también le era propio- ¡Además, tienes
que ver el montón de fotografías que he hecho! Seguí tus consejos sobre la composición
y los efectos lumínicos de los que me hablaste después de que vieras las fotos que hice
para aquellos dos trabajos que me conseguiste, y creo que ahora he hecho algo más
interesante. Por favor, venga, dime que me las revisarás y me darás tu opinión sincera.
Prometo cocinarte un suculento manjar árabe cuya receta sólo se hereda de abuelas a
-De acuerdo. Pero a las cinco como muy tarde tendré que irme- Y nos
despedimos.
-No, es que Sira me dejó una nota el sábado de la fiesta y no la encontré, ¿tú la
has encontrado?.
-Anda que...
-Pero no era una nota, era un sobre blanco lo que me encontré bajo el sofá, sin
nada escrito encima, aunque estaba cerrado. Pensé que sería tuyo, de alguna carta que
-Bueno, luego paso a recogerlo. ¿Vas a estar a partir de las nueve?- Pregunté.
casualidades, sino señales. Ella fue atenta conmigo dejándome una carta. No eran sólo
unas “palabritas”, como me había adelantado, era una carta de varias páginas; pero yo
había dejado algo, pero la carta se había caído y se había quedado debajo del sofá.
Sira rara vez era verdaderamente franca conmigo, siempre me privaba de mucha
información acerca de sus sentimientos, pero muy de tanto en tanto me ofrecía una
porción importante acerca de todo cuanto venía escamoteándome desde hacía meses.
Querida Lucía,
dulces. Antes que nada tengo que disculparme por mi estilo, menos cuidado que el tuyo.
asimilación de ninguna destreza para su elaboración. Lo mío son las Ciencias Puras,
permite expresar esas cosas oscuras o luminosas que llevo dentro. Bien, no me pondré
No me disculpo por haber sido dura con mi hermana porque se lo merecía. Ahora
estará enfadada un mes conmigo y luego se le pasará. Pasado mañana vuelve a Turín,
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con su Enzo (ya sabes que no me cae muy bien). Estoy cansada de sus actitudes, en fin,
dejaré esto. Sólo quería decirte que, en la medida en que fuera violento para ti y para
tu bellísima hermana, lo lamento; pero volvería a decirle las cosas que le dije si ella
tenido que soportar ciertas cosas que yo sí tragué, y se cree la reina del mambo, de vez
Lucía... Me ha encantado dormir contigo. Yo estaba muy triste, ya sabes que a veces, y
sin que sepa muy bien por qué, y aun yéndome las cosas bien, me sobreviene una
tristeza torrencial que me inunda por dentro y lo enmaraña todo. No me extraña que
mucha gente se haya hartado de mí, pues mi tristeza está oculta, pero tarde o temprano
entusiasta. A la gente le gusta las personas siempre alegres, como tú. Ya sé que no estás
pasando una época fácil, pero incluso en este período de transformación que te aturde,
Eso es lo que más me gusta de ti, que eres fuerte en el fondo, aunque también
mi corazón. Aunque sea dentro de mi corazón, ahora te quiero mucho, pues te veo y me
recuerdas a mí misma hace unos pocos años, en plena crisis de los treinta y llena de
dudas. Lo tuyo tiene más que ver con la crisis de los treinta que con lo de Richard,
142
aunque ya sé que eso te ha dolido mucho. Tienes que olvidarte de él, yo creo que nunca
hubierais cuajado como pareja duradera. Yo ahora veo que empiezas a sobrellevarlo
sido nunca una buena hermana para Chiara, parece que nada de lo que pruebo con
ella sale bien; no soy una buena mujer para mi marido, con el que soy egoísta y
todo, tú lo sabes. Parece que destruyo todo lo que toco, parece que impregno de un
hedor pantanoso toda las relaciones que más me importan, parece que llevo la bruma
más pegajosa a todos los corazones. A veces me siento como si fuera basura. No soy
una gran amiga para ti y sé que te terminarás alejando como todos, cuando te canses
de mí. Entonces, al igual que todos, me restregarás por la cara lo decepcionada que te
Pero soy débil y, aunque debería irme de tu lado para no terminar tratándote tan
mal como al final trato a todo el mundo, no tengo fuerzas. Tú me has apoyado en un
momento de mi vida en que no sabía como expresar ciertas cosas. Ha sido fantástico
que me consiguieras esos trabajos como fotógrafa, que me regalaras la cámara y que
me des tantos buenos consejos. Ahora estoy fotografiando mucho. Sin ti me hubiera
con el amor de almas mitológicas como la tuya. Riegas mi vida con tu esperanza y tu fe
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ilusiones. Eres la mejor para elevar mi moral y hacer que roce las nubes, más aún, el
sol. Me das alas, y yo me elevo, me elevo desde mi paupérrimo suelo... Eso me hace
necesitarte cada día más, por eso me asusto a veces, pues si la vida me corta las alas
que tú me has cosido y atusado con tanto mimo, me perderé en un abismo del que ni tú
nos abrazáramos como crías. Me gustó dormirme así contigo, eres muy dulce, Lucía. Te
he besado en la frente antes de irme, sólo un besito muy suave para que no te
despertaras. Te he pasado la mano por esa melena rubia que tienes, tan lisa y tan, tan
suave. Yo estoy harta de mis ásperos rizos de niña que no quiere crecer. Me encanta
y te lo admiro.
Quiero que nos llevemos bien y que hagamos muchas cosas juntas. Es
normal que discutamos, yo creo que en el fondo a las dos nos gusta llevar la voz
cantante en la fiesta y por eso discutimos, a lo mejor nos tenemos un poco de envidia en
el fondo y hay rivalidad. No sé. Sólo deseo que la semilla que fue el comienzo de esta
amistad haya arraigado en la tierra con el mismo poder que nuestro cariño le brinda,
espero que vaya creciendo más y más y se convierta en un viejo olmo a cuya sombra
podamos abandonarnos las dos. Gracias por ser la voz que sacude mi conciencia
cuando ésta se adormece, merced a ello me devuelves el sentido del presente exacto y la
144
Lucía, no temeré arriesgarme y seguiré rumbo al norte con la sed de eternidad impresa
en los ojos. Nunca sabrás cuánto bien haces a mi vida, eres el albor que subyuga las
sombras de mi alma.
Nos vemos.
Sira.
Siempre me hacía gracia ese cierto estilo suyo juvenil, tan libresco a
veces, algo barroco cuando se arrancaba a expresar algún sentimiento personal. Como si
le fallaran las palabras por no contar con fórmulas de expresión afectiva, como si no
supiera decir con sus propios términos lo que sentía. Debía recurrir a estilos algo añejos.
Pero aquellas escasas cartas, verdaderamente sinceras, que me envió en aquellos años,
resumen lo mejor de Sira. Sira me advirtió contra sí misma. Ella siempre me dijo que yo
la idealizaba, que ella no era tan especial. Pero, a decir verdad, a pesar de mi
idealización, ella no dejaba de ser alguien muy especial, todos lo veían, y también ella
valorase tanto aquellas escasas muestras de afecto sólo enviadas de tanto en tanto. La
vida enseña que los afectos duraderos no se nutren de eclosiones irregulares de pasión,
145
limpiamente manifestado. Sira me enviaba aquellas cartas cada muchos meses, cuando
quería atraerme hacia sí con fuerza, cuando intuía que yo podría distanciarme.
Le encantaba ejercer cierto poder emocional sobre mí. A todos nos atrae
la capacidad de dominio, de poder, todos somos cazadores en las sendas del amor. A
marchar. Cuando, víctima del vértigo, le sugería que tal vez sería mejor dejar de vernos,
interior sólo para ella. Al día siguiente me levanté entusiasmada porque iba a verla,
porque pasaría tres horas con ella. Al pensar en aquellos arranques de euforia, no sé si
interpretar que mi forma de aferrarme a la ilusión que me procuraba nuestra relación era
sólo una manera de aliviar mi ánimo por el período que estaba atravesando. Tal vez sólo
quería marear mi tristeza, la perdiz amarga de la náusea existencial, el pájaro gris del
miedo, y por eso nutría mi afecto hacia ella, nutría la ilusión dentro de mí, me aferraba a
esa quimera porque todo lo demás me angustiaba. Tal vez, no sé, ya no sé. En ese caso,
era inútil: sumergirse en el otro no es escapatoria. Recordar todo aquello, releer esta
misma, sólo parece estar consiguiendo que se enciendan de nuevo los porqués. El
Sin embargo durante muchos meses, después de aquella carta, me sentí muy feliz
estando cerca de Sira. Yo me fui alejando del dolor que me proporcionaba el recuerdo
él, se fueron viendo sustituidas por recuerdos dulces. Yo estaba empezando a amar
seriamente a Richard justo cuando se fue, o acaso ya le amaba seriamente desde meses
cualquier motivo de inspiración fotográfica; tras haber descargado diez carretes con
pasábamos desde la fotografía al arte en general, del arte a la vida, de la vida a los
profundidad e intensidad. Sira era una conversadora brillante, siempre podía darle una
vuelta de tuerca más a cualquier tema, siempre ofrecía un punto de vista peculiar e
Aquel día quedamos especialmente cautivadas por la Plaza Santa Cruz, por la
zona donde vivían antiguamente los sastres, las modistillas, donde se ubicaban las
tiendas de paños, de telas... Allí tenía la tienda el padre de Juanito Santa Cruz, uno de
de aquella plaza por una asociación de ideas o por cualquier otra razón. Sira prefería
pequeño Maximiliano ideado por Galdós había algo grande, algo más poderoso que en
nos permitían diseccionar a Fortunata, a Jacinta, a Ana Ozores, a Doña Paula y al resto
de los personajes de dos de las más grandes novelas españolas de todos los tiempos, sin
Teresa, San Juan de la Cruz, y en mitad de un mórbido arrebato místico decidimos irnos
madrileña siempre me ha cautivado. Las iglesias parecen perderse en las grandes urbes,
Dios, arquitecto real muy vinculado a los jesuitas; fotografiamos la Catedral de San
Isidro, por supuesto, obra de otros dos jesuitas; también la capilla de San Isidro, adosada
de Turín. Es ésta una de las plazas más modélicas de España, varias veces reconstruida
tras los incendios y que debe a Gómez de la Mora la regularidad de sus galerías bajas y
su estructura cerrada. Si no has paseado por esta plaza un sábado por la mañana, no has
estado en Madrid.
Aquel día le pregunté mientras revelábamos acerca de uno de los temas que
el que llevaba meses inmersa. Ambas estábamos enfrascadas con los líquidos de
revelado, con las cubetas esparcidas por todas partes, fotografías rotas, otras secándose
dos personas durante años sin que deseen dejar de vivir juntos ni de compartir su vida?
Ella alargó su silencio tres segundos, no necesitaba más tiempo para argüir un
-¿Cómo...? No entiendo.
-Pues eso, que el amor no existe. Fíjate en que si preguntas a la gente qué es la
envidia, todos coincidirán aun sin conocerla, con la definición de Aristóteles, quien
pesar relativo a nuestros iguales por su manifiesto éxito”. La gente lo dirá con sus
términos, pero todos coinciden en esto, la envidia es sentirse mal ante el bien ajeno -Sira
era una mujer culta y curiosa, igual te citaba de memoria a Aristóteles que disertaba
importantes, pero no en la de amor. Todo el mundo tiene la suya propia, para cada uno
el amor es algo distinto, es más, ni se aclaran al intentar definirlo. Fíjate que hasta la del
gran Aristóteles me parece que hace aguas, es imprecisa, bastante mala, vaya -dijo con
149
piensa que es bueno”. Vale, muchos coincidirán en esto, pero además de muy vago no
me parece del todo cierto. Yo creo que si ni Aristóteles dio en el clavo intentando
cada persona del mundo el amor es algo distinto, nunca nadie tendrá un concepto de
amor idéntico al de nadie. Así que, si para cada persona el amor es algo distinto, eso es
-Tal vez ésa sea la única esencia del amor, su subjetividad, que es algo distinto
-No- Me interrumpió- Yo no hablo del enamoramiento, de eso que dicen que dura
unos dos o tres años, yo digo lo que se supone que hay debajo y que perdura (en las
parejas en que perdura, claro). Me refiero al amor sólido, estable y a largo plazo, el que
-Ya.
Ésa era la clase de opiniones de Sira que me dejaban desconcertada. Así que el
amor no existía objetivamente y era indefinible, pues para cada uno es una cosa. Me
contradictoria. Y para ti, si parece que lo tienes tan claro, para ti: ¿Qué es el amor?
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-Pfff... No sé, ahora ando dándole vueltas a eso. Más bien me debato entre dos
emocional, un cobijo sagrado que nos guarezca, alguien con quien compartir la vida,
planos de la relación, ése hombre tiene que conseguir que yo sea más feliz por estar con
él. No sé, más cosas, el amor no es una cosa muy grande, sino muchas pequeñitas, es
muchas cosas.
ahora, es la que pienso que debería barajar más, pues me haría más fuerte, creo que tal
vez éste debería ser a partir de ahora mi concepto del amor. Esta visión presupone que
nadie puede ni debe cobijarse en nadie, pues eso te debilita. Todos somos libres y
estamos solos y creerte que el otro va a salvarte de tus fantasmas es una ingenuidad. Lo
que sí puede ocurrir es que, al estar colgado del otro, dejes de pensar en tus problemas
íntimos, pero no los solucionas. Esta postura se pregunta: ¿por qué el otro va a tener la
obligación de hacerte feliz? Bastante tendrá con hacerse feliz a sí mismo en esta
complicada vida. Desde luego que esta postura también integra la ternura y los
proyectos comunes y la sexualidad, pero no creo que todo tenga que entrar
eventualmente o por temporadas, también puede compartirse con otra persona. Las
aficiones no tienen por qué ser compartidas, siempre me aburren y me parecen ridículas
esas parejas que sólo juegan al tenis entre ellos y se apuntan al club y están allí metidos,
y se van siempre de viaje solos y no viajan con otras personas por separado, y escuchan
la misma música y cada uno asimila lo que el otro hace. Parece que todo lo tienen que
hacer de la manita. Qué angustia, no podría. Necesito sentirme muy independiente del
otro, necesito amar a otras personas, compartir ricos universos emocionales con otros
seres, no sólo con mi hombre. Dos personas pueden vivir juntas, hablarse de sus vidas y
de sus proyectos y de sus miedos, compartir mediante el diálogo. También pueden hacer
cosas juntas, claro, pero no casi todas. El hecho de vivir con alguien no necesariamente
entraña que las vidas sean yuxtapuestas, más bien deben ser paralelas. ¿O sólo podemos
amar a alguien que mire el mundo con los mismos ojos que nosotros? Este concepto del
amor es más proclive a la soledad, pero sería como una soledad compartida... más
calentita.
-Vaya, con esta postura te extiendes más, ¿es por qué te convence más?.
-No, Sira, es que es más difícil de explicar, es un amor difícil de explicar y definir
respecto del otro? ¿Acaso no me arderían las tripas si supiese que mi hombre copula con
otras? Todo suena muy bonito, pero hay que ser muy fuerte para vivir esta forma de
amor, me parece mutuamente egoísta y me parece que siempre habrá alguien más libre
que el otro, más desapegado e independiente, mientras que la aparte débil sufrirá más
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desgaste emocional. Si hay equidad, este amor es perfecto, pero nunca la hay. Lo cierto
es que en todas las parejas que conozco bien, puedo identificar quien es el amante y
quien es el amado. Estos papeles existen en todas las relaciones. Pero eso ha cambiado y
estos papeles se han invertido en muchas relaciones. De todas formas, el amante suele
ser el más fuerte, creo yo. Es el que da más porque es el más fuerte. El amado requiere
ego se nutren de la entrega de su pareja. Perdona, estoy yéndome por las ramas.
Volviendo a este amor, el b). Esta concepción del amor parece ir más con mi
personalidad con el paso del tiempo, pero también me da miedo, pues comporta más
angustia, o así lo veo por el momento. Yo no soy así de fuerte ni lo seré nunca. Yo no
puedo hacerle daño a alguien que amo, ni aunque piense que lo merece. Para mí amar es
dar y ser feliz porque el otro lo es, sólo por eso. Pero en este amor, no hay un concepto
de unidad tan cerrado, se es un 1+1, no un nosotros, y eso entraña más soledad espiritual
dentro de la relación, creo yo. Lo bueno es que precisamente eso te permite crecer más
-Qué va, sólo son ideas que te lanzo según me vienen a la cabeza, pues ni las
tengo ordenadas ni las siento con coherencia dentro de mí, aún no sé hacia dónde voy-
Le contesté.
-No, Sira, tú sí que le das nuevo pasto intelectual a mi cerebro, me encanta rumiar
esas ideas tuyas tan ocurrentes. Eso de que el amor no existe (puesto que no hay una
definición objetiva, universal, del mismo) me da nueva ocasión para revisar este esbozo
de teoría acerca del amor, que puede ser válido para mi vida, y de donde sigo sin extraer
conclusiones claras.
buscamos al interlocutor ideal, ya lo escribió Martín Gaite, el que sólo por tenerlo
delante hace que te apetezca contar, explicarte, relatar, compartir... Como le cuentas las
cosas a esa persona, no se las puedes contar a nadie ni aunque lo intentes. Hay personas
que te remueven tu Yo más auténtico, y Sira era así para mí. Ella era sorprendente por
muchas cosas, tenía una habilidad innata para ofrecerte siempre una cara nueva sin dejar
de ser ella misma. Rara vez podía prever sus reacciones o sus ideas: me había
sorprendido aquel día en el pantano, con su confesión tan sincera; me había sorprendido
habilidad e inspiración con la cámara; qué sorpresa igualmente saber que había sido
premiada en la actualidad con una fotografía con el paisaje del pantano como fondo; y
desde luego, qué sorpresa haber vuelto a recibir recientemente noticias suyas...
Aquellos meses de aquel año, hoy lejanos y borrosos, transcurrieron veloces. Sira
se había ido introduciendo más y más en la fotografía, aunque aún se sentía insegura por
le ayudé a seleccionar cuanto necesitaba para montarse el suyo propio, los químicos
tradicionales, las cubetas, la ampliadora, etc. Incluso le enseñé a revelar con materiales
caseros, hasta con una botella que hacía de objetivo pudimos revelar.
alterar el contraste tonal, y llegó a realizar excelentes retratos con el filtro amarillo, el
formato medio iluminado con luz de tungsteno, que daba lugar a una fotografía de tonos
suaves y sin grano, realmente buena. Ella estaba magnífica. En aquella foto vi cuánto
Para conseguir una gradación tonal más perfecta le transmití la opinión de Ansel
Adams, de quien aprendí que lo mejor es darle a la película una sensibilidad algo menor
cien Iso, yo claramente las hubiera expuesto a sesenta y cuatro Iso. Revisé cada carrete
introduje en aquel mundo. Nos divertíamos infinitamente. A pesar del esfuerzo que
tiempos.
reminiscencias árabes exquisitas que Sira llevaba tiempo queriendo visitar. Está justo
frente a la costa, en lo alto de un cerro frente al mar, con miradores magníficos hacia el
vinieron mis amigas Mari y Ana, aunque ya allí sospeché que Sira hubiera preferido que
no vinieran. Cada vez que le hablaba de alguna amiga mía, ella solía cambiar de tema,
era ciertamente posesiva, aunque tenía una habilidad emocional inigualable para
disimular sus leves celos. Hubiera preferido tenerme allí para ella sola, para que mi
atención sólo le perteneciera a ella. En general, disfrutamos mucho todas. Mis amigas
eran las dos fotógrafas profesionales también, y pensé que tirar unos carretes todas
juntas podría ayudarle a Sira, pues Ana y Mari habían derrochado gran paciencia
esa forma de metamorfosis que Sira experimentaba en grupo. Con ellas delante era a
veces otra, era como si yo no fuera su amiga, sino una colega del trabajo. De nuevo me
estuviera de acuerdo con casi nada de lo que yo expresara, y defendía sus posturas
contrarias con ardor. Era extraño, pues era encantadora y suave cuando estábamos a
solas, y coincidíamos en casi todos los temas que con placer analizábamos. A ratos sí
era mi cómplice, naturalmente, pero había aquellos otros breves ratos en que me dejaba
desconcertada. No obstante, el fin de semana fue todo un éxito. Nos divertimos mucho y
prometimos volver las cuatro. Era uno de esos planes que se hacen de madrugada,
-Venga, Lucía, ¿no está lista Sira para una exposición? ¿Por qué no llamas a
David Furness? Es muy amigo tuyo y sabes que confía en ti, llévale unas fotos de Sira,
la última serie sobre las ruinas es buenísima, por ejemplo- Dijo Mari
habían organizado las mías. Me sentía exhausta, pero todo era poco para mí. Me sentía
muy responsable y quería que la primera exposición de Sira fuera perfecta, que tuviera
la debida difusión y que se hablara de ella después. En verdad había muestras excelentes
entre sus trabajos. Sólo por coherencia y por respeto artístico, no sólo por amistad, ella
merecía mi esfuerzo.
Estuvimos viéndonos casi a diario durante aquellos dos meses, la relación era
absorbente e intensa, pero me dejé arrastrar por sus continuos tirones. Yo seguía muy
llevar por quien tira de ti, pues tú ni tienes fuerzas ni resolución ni clarividencia para
buscar el sendero que más te conviene. Anduve por su sendero porque ella me empujaba
Por fin llegó el día de la exposición. A pesar de que no era una fotógrafa popular
para la prensa más divulgativa, sí que tenía cierto renombre en algunos círculos.
Conseguí que mucha gente fuese a ver la obra de Sira Zarour. Después de la difusión
que había obtenido mi fotografía “La Mujer y el Mar”, alguna revista de fotografía se
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había interesado por mi trabajo y habían publicado algunas críticas positivas en sus
páginas. Alguien debió comentar que organizaba una exposición y quisieron aprovechar
buscaba a través de este medio, qué quería expresar, y otras muchas cosas. Me sentía
encontrábamos. Muchos de los asistentes que habían llegado se acercaron para ver a
curiosos, luces, alguna grabadora y muchos nervios por mi parte-, Sira me miró desde lo
Estaba allí, de pie, magníficamente esbelta, coronaba los últimos escalones con
su figura y una extraña furia contenida. Me recordó a Bette Davis en “La loba”, uf,
nadie bajaba las escaleras como ella. Entonces me clavó desde la distancia una mirada
tejida con alambres y espinas, nunca olvidaré aquellos ojos. Me miró como se mira a
quien nunca podrás perdonar, como se mira a aquello que más daño te ha hecho. Me
Antes de que yo reaccionara, cruzó la galería azotando el parqué con sus tacones
porque sabía que algo virulento iba a suceder. Un instante después, ya estaba allí. Se
acercó sonriente, ella rara vez perdía la compostura si podía evitarlo, dijo “perdonen”, y
me llevó del brazo hacia el despacho del galerista (que lo había dejado a nuestra
disposición). Fue discreta, la gente pensaría que había recibido una llamada urgente o
-¿Que sabías el qué, Sira? ¿Qué narices te pasa?- Le dije sorprendida, jamás la
-¡Pues que te tengo calada, que has estado ayudándome sólo para tener un
pretexto más para lucirte, que has llamado a la revista de mis sueños para concederles
TÚ una entrevista y no has sido capaz de integrarme, que al final tenías que sabotear mi
noche, mi exposición...!
-¿Quééééé´? -Me sentía perpleja- ¿Pero qué dices? Si yo no los he llamado, han
venido ellos...
-Te digo que no los he llamado, Sira, tú sabes que soy algo conocida y lo cierto
que no me aconsejes debidamente! ¡Pero lo que no esperaba era esto, que te las hayas
lamento que consideres que mis consejos te han hecho rezagarte, pero yo te juro que te
sido David, somos amigos y habrá querido aprovechar la ocasión para echarme un
cable...
-¡Mentira! ¡No me vas a liar, lo has hecho todo a propósito para denigrarme, me
dramático a sus enfados, pero aquello ya estaba fuera de la órbita de una discusión
cuerda, sus argumentos eran pueriles, los agravios que supuestamente me reprochaba
muy triste. Lo más lamentable era que Sira estaba convencida de que lo que ella sentía,
-Yo sólo he intentado ayudarte siempre, Sira. ¿Qué sentido tendría que te haya
dedicado tanto tiempo en estos últimos meses y sólo para que practicases conmigo,
revelases en mi casa, te perfeccionases...? ¿Por qué iba a ayudarte sino porque deseaba
más tu triunfo que el mío? ¿Sabes por qué? Pues porque tú lo necesitas más, tú has
asociado tu autoestima al valor de tus fotografías, yo no. Por eso me empeñaba en que
mejorases, por eso me he esforzado tanto, para que seas más feliz y llegues lejos, no
160
para ahora “arruinarte tu exposición”. ¡No seas cría! Además, ¿es que acaso he
arruinado tu exposición por atender a tres periodistas? ¡Venga, Sira, por favor,
Su cara cambió de expresión, sus ojos manifestaban una furia tal que parecía que
ti, Lucía, Richard no te empezó a gustar hasta que no viste que a mí también me atraía.
En Cannes percibí que no estabas enamorada, pero yo sí quería tener algo con él, y ya
-¡¡¿Pero qué dices, estás loca...? Tú estabas casada ya con tu marido, tú eres una
puedo callarla más, porque me está matando. ¡¡¡A Richard le gustaba más yo, para que
te enteres!!! ¡¡¡Le gustaba yo!!! ¡¡¡Yo lo sé!!! ¡¡¡El día en que murió me acosté con él!!!
¡¡¡¡Sí, yo fui la última en acostarme con él!!! ¡¡¡¡Me encantó, te jodes, ahora tendrás que
tragar tú la misma hiel que me has inoculado a mí esta tarde!!! ¡¡¡Te jodes, hija de
puta!!!
Se abrió la tierra, se abrió la tierra bajo mis pies o eso era lo que yo sentía, y de
debajo de los pies de Sira salían cuervos, cuervos negros y azulados, que se me
despacho para atender su exposición, la cual, gracias a los contactos a los que yo había
Permanecí allí sentada casi una hora, las maquiavélicas piezas de un puzzle
bruma y la niebla con el cieno, entonces recordé el desmesurado esfuerzo que Sira había
como si le fuera la vida en ello o... ¿Cómo si la culpa no la dejara vivir? Comprendí en
ese instante que Sira debió de sentirse muy mal. Los remordimientos pueden ser como
un óxido encendido que nos abrasa por dentro, como alfileres ocultos bajo la piel del
corazón, como abrasadores carbones en nuestra almohada. Hay pocos sentimientos que
autocompasión.
después del fallecimiento, qué tal estaba Sira y si me seguía viendo con ella. Recordé
que Sira me había insistido muchas veces en que tal vez mi relación con él no hubiera
prosperado, que pensara en ello. Recordé lo afectuosa que Sira siempre se había
mostrado con Richard, cuánto me preguntaba acerca de si nos iba realmente bien, si de
casa y sólo entonces cerré el local y me fui a casa. Caminé casi cuatro kilómetros en un
estado emocional de total turbación, me tomé una ginebra con tónica y uno de aquellos
livianos ansiolíticos que tenía por casa. Me dormí pensando en que al día siguiente
llamaría a mi suegra. ¿Por qué Lou-Lou me había preguntado tanto por Sira si sólo la
de tirón, luego di vueltas durante dos horas, angustiada, esperando una hora que fuese
-“Lusía”, honey? Oh, my God!. I didn’t expect you! I’m very nice to hear you.
-Well, I’m not that good, and… I want you to answer some questions. Please,
Lou, it’s very important for me and it has to do with your son, Richard, and with Sira,
my friend…- Yo había llegado a intimar con aquella mujer, pensé que los rodeos la
Ella se quedó callada unos instantes, unos eternos instantes, y me recordó que
había llamado a su hijo la mañana del día en que murió, lo que yo ya sabía. Me relató
algo sorprendente. Me refirió lo que le había contado Richard, con quien tenía una
excelente relación. Éste le había dicho que Sira iba a ir a verlo esa tarde, que como sabía
que yo estaba en Cádiz, se había ofrecido a hacerle una visita, por hacerle compañía un
rato y conversar.
163
Lou le advirtió que tal vez aquello no era muy ortodoxo y Richard le dijo a su
madre que a él no le apetecía mucho, pero que Sira se había puesto un poco insistente y
que, como era mi amiga, no quería desairarla. Lou-Lou no me lo había contado antes
porque no le había querido dar importancia, porque pensó que tal vez Richard me lo
habría contado ese día o que yo misma había alentado a Sira a ir a visitarlo. No obstante
me confesó que había algo extraño en el tono de voz de su hijo, cuando le habló de Sira.
Las madres no es que sean intuitivas, es que son como brujas blancas al acecho de
posibles peligros de los que librarnos a los hijos. Lo sé ahora, que tengo los míos.
Tal vez ni era de su incumbencia ni era adecuado decirlo, pero le conté lo que
me había dicho Sira de aquella última tarde de Richard, antes de que saliera con su
bicicleta.
me hacía gracia. Lou me dijo que había una gran cantidad de mujeres que le exasperan
por cierto proceder. Se trata de esas mujeres que cuando están solas contigo se
manifiestan con una inteligencia perspicaz, que son agradables contigo, grandes
hombre delante, es como si no existieras y, de ser person pasan rápidamente a ser sexual
object. Entonces se ponen tontitas, su inteligencia parece esfumarse, se les llena la boca
de risitas lelas y les carcajean las gracias más absurdas al hombre o a los hombres que
tienen delante. A estas mujeres se les ríen patéticamente todos los huesos del cuerpo
164
como el que un hombre te mire y manifieste su atracción sexual por ti. Me dijo:
dijo que si Richard la había invitado o había aceptado la visita por la posibilidad de un
intercambio sexual con Sira, él nunca le hubiera referido el encuentro con tal
a él le extrañaba mucho esa autoinvitación por parte de ella. Me explicó que a Richard
le habían sido infiel en una relación anterior (yo ya lo sabía) y que él no le haría algo tan
doloroso a alguien. Él le había dicho que quería irse a vivir conmigo cuanto antes. Me
dijo que Sira sólo habría dicho aquello para herirme en el lado más vulnerable de mi
corazón, que seguramente sólo le atraía Richard porque era Lusía’s boyfriend. Nunca
Muy probablemente Sira sólo había ido a visitarlo para que, al yo enterarme, me
pusiera celosa o me sintiera un poco amenazada. Ella tenía ese reverso retorcido,
recóndito, pero allí estaba; si bien la encontraba incapaz de intentar nada con mi pareja.
Había querido medirse conmigo de muchas maneras, socialmente sobretodo, pero tal
vez también habría querido espolearme de aquella forma. Mis recuerdos de Richard y
nuestra relación, hasta los últimos tiempos, me desmienten que él hubiera podido
hacerme aquello. No sé, ya no sé, nunca he sabido qué pensar al respecto, prefiero
-My son loved you so much, Lusía, that’s the real thing…- Escuché aquello y
XII
FRAGMENTO CUARTO
…Lo peor eran los malos tratos psicológicos, Lucía, una brecha que se fue incrustando
en mi carácter como un veneno corrosivo que todo lo vence, todo lo carcome, todo lo
enferma y lo pudre. Siempre reparaste en las mil molestias que me tomo al elegir mi
atuendo, me gusta vestir bien, que se me vea bien, gustarle a los demás. Tú decías que
rubia, esa templanza natural que avientas. Qué fácil, sí, qué fácil criticar mis escotes o
y ello provocaba las miradas masculinas. Una parte de mí se sentía bien, reforzada,
Pero qué poco conectabas a veces conmigo, hija, qué poco, tú sabías que yo me
sentía mal conmigo misma, hiciera lo que hiciese. Que yo no confesara mis
una gran ayuda para unas cosas, pero hubo muchos otros agujeros míos en los que no
reparaste.
Años ha, le pregunté a mi terapeuta por qué me ponía ropa para llamar la
Entonces rompí a llorar como pocas veces en mi vida he hecho, de forma automática
una puta”, “no vales para nada”, “estás gorda”, “no debiste nacer así”, “debiste ser
golpes…
ganarme su amor, pero jamás me sentí amada, de él sólo sentí desprecio, de mi madre
El miedo es como una película pegajosa que puede envolver una casa entera:
paredes, ventanas que han de estar cerradas, para que nadie vea lo que no se debe
mirar, pasillos de la casa como pasillos del alma que se vuelven oscuros y tortuosos,
cánulas del alma como sarmientos húmedos, putrefactos, el miedo circula por ellos. Y
para supervisar que todo está en orden y el tablero con la resolución de ajedrez
Las posibilidades son varias, si está bien, cierra sin más, sólo alguna vez el
posibilidades se oscurecen, una vez lanzó los trebejos por el aire y rompió un tablero de
madera contra la pared, una madera me golpeó la sien, sufrí intensas jaquecas durante
meses; otra vez me retorció la muñeca derecha y me la ató al somier toda la noche,
quién sabe por qué oscura razón, otra vez me sacó al patio en invierno y me desnudó y
bañó con agua helada. Y no voy a seguir relatando. Cualquier pretexto era bueno para
maltratarme, cualquier mínimo detalle erróneo, como que se me cayese el tajini con
me lo gritaba por dentro a mí misma con dolor, todos los días. Mi madre era un ser
débil y aún aguantando el terror y su ración de golpes, incluso así la muy desgraciada
168
amaba a mi padre y lo veneraba como a un Dios. Siempre lo amó más que a nosotras,
ambos. El resto del tiempo mi madre suspiraba por la casa con la mirada perdida,
comer o cenar, y los peores días, siendo muy niñas, nos acostaba sin lavarnos y
vestidas. Era una madre autómata que a veces parecía quedar desprogramada. Yo
EL TELÓN
XIII
Las primeras semanas, durante un buen rato cada día, no podía evitar llorar.
Lloraba por el tiempo que había perdido, lloraba por mi inocencia, por esa forma limpia
y honda de quererla que yo había tenido: por aquel empeño que tuve por hacerla sentirse
bien. Con la marcha de Sira, la perdí a ella, pero también me perdí a mí misma, perdí
esa desaforada y ciega forma de amar a las personas que, por pura supervivencia, ya no
volví a recuperar nunca. Se quedó en mis primeros treinta, enterrada bajo el tapiz de mi
rompecabezas amargo y difuso que hemos de articular. Cuesta mucho determinar cuáles
son las piezas más importantes de ese puzzle negro, no sabes qué partes son las que
definen más el conjunto y debes pasar un tiempo girando los fragmentos, intentando
encajarlos, tratando de dilucidar qué fue lo que realmente pasó, qué lo desencadenó
todo, el principio y el final. Tienes que averiguar cuál fue verdaderamente tu historia
171
con esa persona. Sólo cuando comprendes el sentido de la historia, sólo cuándo das con
hecho nada que justificase sus acusaciones, nada que me hiciera merecer aquello,
aquella despedida con aquel “hija de puta” y aquel “te jodes” que anduvieron
ya ausente, pero lo cierto es que a mí me dolió aquella ruptura como si hubiéramos sido
amigas veinte años en vez de unos pocos. La vieja angustia, que creía superada, volvió
indujo a confundirlo todo de nuevo. Durante varios meses volví a chapotear en un caldo
agrio en donde se me enredaban las peores dudas con los miedos más espinosos, las
cada día.
Yo podría haber llamado a Sira, haberle hecho entrar en razón, pues es bien
cierto que ella era una persona razonable cuando se tranquilizaba, y, aunque no supiera
respirar, porque me obligué a ser consecuente con lo que había visto, que Sira era una
la había querido con toda mi alma, que jamás hubiera hecho nada que pudiera
perjudicarla, que siempre la había tratado con respeto y afecto, que la había protegido,
que la había alentado, que la había reforzado en todos sus proyectos y sueños. Muchas
veces sus sueños estuvieron por delante de los míos. ¿Acaso no lo recordaba ella? Si no
era así, de nada hubiera valido que yo se lo recordase. Además, estaba la promesa, yo
me había prometido que nunca le reprocharía sus dobleces más amargos si me iba.
Cómo iba a poder reprenderla, demasiado dolorosamente consciente era ella de las
tristes perdidas que había sufrido a causa de su carácter. Así que me fui en silencio. Me
Consideré que el silencio era el mensaje más rotundo, expresivo y eficaz que
No lo hizo, de lo cual deduje que debía estar convencida de que aquellas barbaridades
eran ciertas. Aún dudaba acerca de ese supuesto encuentro sexual con Richard, pero
tendía a pensar que no era cierto, que había sido otra desesperada estrategia para
Me sentía tan mal que lo mezclaba todo. Ya no sabía si sufría por Sira o si me
la angustia existencial. Me sentía tan mal que sólo estaba así, mal, levantándome y
haciéndolo todo con un gran esfuerzo. Me costaba vivir mi vida, mi vida que yo misma
había elegido. A veces la vida se vive y otras veces la vida se soporta. Yo me limitaba a
173
soportar cada día, a empujar mi cordura un día más, un día más haciendo camino hacia
el renovado equilibrio.
hacía a diario. Yo no podía creer que no me hubiera llamado al día siguiente o al otro o
al otro, para ofrecerme alguna torpe explicación. Pensé que si no me llamaba en unas
semanas, la olvidaría para siempre. No me llamó, no lo hizo. Sira era muy inteligente y
sabía que me había perdido, que había ido demasiado lejos esta vez. Ella lo sabía, y era
cobarde, en estos lances era cobarde. Le regalé mi silencio, años de silencio. Ella
naturaleza, son abandonados. Parece que por haberse visto a merced de la decisión del
otro, invariablemente, eso los convierte en la víctima. Parece que los que ponen el
tajante punto final a las relaciones son siempre los malos, los crueles, los ingratos.
Como si todo el que rompe una relación, lo hiciese sin ninguna dificultad, sin ninguna
duda, a la ligera y sin importarle los sentimientos del otro. En el cine, la literatura, en la
vida toda, los que se ven obligados a atajar la decisión de distanciamiento del otro
hubiera sido igualmente la causa de que el otro se aparte o se rinda. A veces, los que
extenuó con su tanto exigir y tan escasamente dar, con sus conclusiones precipitadas y
absurdas en cada discusión, con su tendencia al conflicto, con su crueldad y sus secretos
Era un saco sin fondo, nunca tenía suficiente. Cuanto más le daba, cuanto más
sin embargo aquella fue una de las decisiones más duras que he tomado en mi vida. A
veces, tener que asimilar el papel de fuerte, ser la parte templada, la más lúcida y la
única capaz de ser consecuente con la certeza de que existe un reverso muy destructivo
-Pero, ¿qué te ha pasado con Sira? Mujer, si tú ya sabes cómo es, ella en el fondo
estará deseando que la llames- Tuve que escuchar afirmaciones y preguntas similares
por boca de una docena de personas y más de una docena de meses después.
-Porque es evidente. Sira está muy mal, muy deprimida, nunca la había visto así,
parece hasta mayor, está estropeada. Todos lo comentamos. Yo ya sé que ella tenía un
algo contigo un poco retorcido, Lucía, pero Sira te quería con locura...
-Sí, tú ya sabías cómo era ella. Te adoraba por tus virtudes, pero, no sé, de alguna
manera se enfadaba un poquitín contigo por esas virtudes. Ya sé que suena raro, Lucía,
pero estoy seguro de que si te acercas a ella con cuidado, podréis arreglarlo...
no puedo hacer nada, me he limitado a seguir la dirección a la que me han llevado sus
patadas, que es bien lejos de ella- Aparenté firmeza, pero el dolor de Sira me dolía, me
Lloré por ella y por su dolor y lloré por el mío. Pero estaba enojada, muy
enojada y llena de orgullo. Parecía que todo hubiera sido un capricho fortuito mío, como
que Sira, por adorable que pudiera llegar a ser, se me había revelado demasiadas veces
como un ser cruel, perdido, irremediablemente ofuscado y cada vez más intratable. Su
bien urdida máscara de salud mental podía engañar a todos, pero no a mí. Sus cíclicos
que quieres quererlo, posar los ojos fundamentalmente en las cosas buenas y obviar las
malas, pasarlas por alto. Querer a alguien es quererlo contra las evidencias más crudas,
mirando entonces hacia otro lado. Pero Sira me había ofrecido la verdad más despiadada
los que habían estado en su vida en primera fila. Opté por lo mismo, por el silencio,
ridículas acusaciones ni para refutar lo que había dicho acerca de Richard. Pensé que ya
se daría cuenta ella sola y, si no, si su delirio autoprotector se perpetuaba, era peor para
sí misma.
necesidad de convencerse de que yo era mala, la mala. Otra mala en su vida. A mí debió
recordaba y rememoraba con rencor en algunas épocas. Qué malos habían sido todos.
Tenía una colección de ofensas ajenas en un estuche, eran como migas de pan oscuro
sazonadas con rencor y de vez en cuando las sacaba, las acariciaba como a erizos
problema lo tenía ella. Todos mis esfuerzos por ayudarla parecían haber sido en vano.
Eso era lo peor, la certeza de que no parecía haber hecho nada bueno para
Eso y las andanadas de acusaciones que me llegaron durante tanto tiempo. Ella no calló.
No paró de hablar obsesivamente sobre mí, de preguntar por mí. Cada acusación falsa
que iba esparciendo y me llegaba, durante los primeros tiempos, era como un aguijón
bueno que habíamos compartido, para no ser como ella, no queriendo olvidar. Pues para
177
cruzar desde el amor a la indiferencia, no todos tenemos que echarnos a andar por los
obcecarme odiando a quien estaba aún más perdida que yo. El odio es doloroso, quienes
odian piensan que proyectan alguna energía negativa contra la persona odiada, pero ese
terco sentimiento se queda en ellos y sólo les afecta a ellos. El odio sólo envenena a
quien odia. Ella decidió odiarme, tirarlo todo por tierra, en su memoria, convencerse
acerca de mi supuestamente infinita maldad. Así se defienden los débiles, o tal vez los
que tienen el corazón más estrecho, no lo sé. Yo pensé que odiarla hubiera sido como si
nunca hubiera habido nada bueno entre nosotras. No podía negar lo vivido, lo sentido,
lo compartido.
Ella sí lo negó, lo negó odiándome agudamente. Sí, lo echó todo por tierra, en su
memoria y en la mía. Me costó ser fiel a la forma de superación emprendida por mí, me
costaba cada vez que me llegaban sus mentiras, sus retorcidas interpretaciones que
esparcía a los cuatro vientos. Encima ella pensaría que yo callaba porque asumía esas
acusaciones, porque las pensaba ciertas. Pero el que calla no siempre otorga. Ella
repulsión.
178
Por su parte, Sira nunca pudo asimilar lo que sentía por mí y, lamentablemente,
toda la coherencia y firmeza, que no supo emplear para manifestar su afecto por mí, sí la
utilizó para expresarme su odio, su despecho. Y es claro que alguien que tan afanosa y
de sentir un fortísimo apego por ti; no pude constatar el inmenso afecto que debió de ser
ocasiones.
abiertamente, sin guardarme nada. Eso me salvó, eso me hizo recuperar el equilibrio y
recordaba queriéndola con absoluta entrega, con nobleza. Daba igual que ella no lo
Yo no podía ni quería quitarle cuanto le había dado, ella tampoco podía quitarme
mis buenos recuerdos. Muy a su pesar, dejó un rescoldo encendido en mi mano, así que
curiosas. Nunca permití que nadie ocupara esa parcela, el lugar de Sira había sido
sabría describir.
Yo no sentía amor por ella, pero es claro que la palabra amistad resulta ajada y
aquellos escasos años de relación debió de quedar incompleto. Nunca hablamos con
detalle acerca de lo que sentíamos, nunca analizamos con valentía y serenidad lo que
nos pasaba a cada una respecto de la otra. Particularmente Sira era muy hermética en
eso. Aunque no pueda definirlo, puedo recordar lo que sentí por ella, pero no sé lo que
ella verdaderamente sintió por mí. Aquella volcánica reacción del final me hizo pensar
sugirieron otras. Acaso no vale ninguna, ninguna es la buena, o acaso lo sean un poco
todas. No sé.
Pero ya da igual, todo da igual. En menos tiempo del que imaginaba, las culebras
fuente de Lete, todo se diluye, y de la rueda dentada del olvido, yo masticaba un diente
cada día. Pero no todo se desvanece, siempre queda un rastro. Las historias mal
resueltas son las que más pesan y siempre hay un nuevo túnel que te atrapa.
Hola Lucía,
Internet, no sabía si vives en el mismo piso de entonces. Estarás asombrada por esta
breve carta y supongo que, como buena lectora de prensa que debes de seguir siendo,
180
también sabrás lo del premio y la fotografía (aunque es improbable que hayas podido
Me gustaría verte y hablar contigo, por saber de ti, aunque respetaré tu decisión si
Por favor, llámame a casa (aún tengo el fabuloso piso que me consiguió tu
teléfono, ni aun tantos años después). Voy a pasar una temporada larga en Madrid,
Sira Zarour
PD: MAKTUB.
Hacía años que no recordaba aquella palabra que alguna vez le había oído decir
a Sira, pero acerca de cuyo significado nunca le llegué a preguntar. Siempre quedan
pequeñas preguntas que nunca se hicieron en todas las relaciones que se quiebran,
siempre quedan palabras. Las palabras de esta Sira cercana a los cincuenta me
marido? ¿De qué forma habría evolucionado o... involucionado? Los interrogantes se
181
me han removido dentro, como alfileres luminosos, desde que he leído en la prensa lo
Después de muchísimos años, he soñado varias veces con Sira, esta semana. Lo
intuición me advirtió que no era descabellado que Sira tratase de ponerse en contacto
conmigo. El pasado regresa, el pasado siempre vuelve. Tengo que sopesar qué me
conviene más a mí. De la Sira que conocí no había mucho que sacar en cuanto a
sinceridad plena. ¿A qué viene ahora este acercamiento? ¿Viene a reforzar su retorcido y
intención de ponerle un nuevo cierre, más limpio, a aquella relación que compartimos
tintero. Y aunque aquel tintero estaba ya reseco en mi memoria, sabía que, tarde o
Seguramente, antes de un par de semanas ya habré acordado una cita con ella.
Sira, otra vez, Sira, tantos años después. No puedo creerlo. Yo ya no esperaba
XIV
LA FOTOGRAFÍA
Lucía Robles regresaba algo acalorada a casa. Las primeras semanas de septiembre
todavía encendían el asfalto madrileño, y aunque había decidido recoger su melena lisa
y rojiza con un pasador para evitar que el pelo le cayese sobre el rostro, sólo consiguió
voluntario esfuerzo diario de subir tres pisos por las escaleras, pues además del calor
que sentía, la perra Paula parecía agotada. Paula era una perrita chihuahua color canela
muy claro, casi rubia. Era una perra muy pequeña, pero no era del tipo enano, poseía un
poco más de envergadura que los chihuahuas más diminutos. A Lucía le relajaba
pasearla a diario, cada mañana. También le gustaba que la perrita yaciese junto a su
mesa cada noche, mientras ella trabajaba frente al ordenador, ya la casa adormecida. De
Paula odiaba a todos los perros, ni siquiera habían logrado cruzarla una sola vez.
Los odiaba a todos, se desgañitaba ladrando por el balcón cada vez que un lebrel
183
recosieron a mordiscos hasta casi matarla. Le quedó una levísima cojera, tras más de un
mes con una escápula echa añicos, mucha sutura, drenajes, pinchazos, pastillas y
muchos cuidados. Era temeraria. Pero Paulita adoraba a las personas, a todas las
personas.
En cuanto entraba un invitado, aunque fuese la primera vez que subía a casa de
Lucía, la perrilla Paula se retorcía de mimos ante los pies del extraño. Le hacía
cabriolas, se le tumbaba delante con la panza para arriba, contorsionándose hasta que se
enternecido y decía: “Vaya, tu perra tiene algo especial conmigo, ¿verdad? Siempre que
vengo no se me despega”, o “Lucía, esta perra está loca por mí, mira como se me
apalanca en cuanto me ve”, o “Esta perra te la voy a robar un día de éstos, ésta es para
mí, ¡mírala cómo me quiere!”. A Lucía le apenaba desengañar a sus amigos y a todos y
Lucía detestaba herir la sensibilidad de nadie. Muchas veces, prefería herirse ella
misma reprimiendo algún comentario duro, antes que turbar a un amigo con una verdad
titubeos que le sobrevenían cuando ya había decidido hacer algo que sabía importante
para ella. Aquel día tenía tiempo libre, habría podido darle el paseo largo a la perra
después del atardecer, con una temperatura más agradable, pero se sentía inquieta. Esa
184
semana había vuelto a soñar con Sira Zarour dos veces. Varios meses atrás había
había existido. ¿Para qué iba a hablar con Sira tantos años después? ¿Qué le importaba a
ella que hubiera utilizado una fotografía de aquel especial pantano para un concurso?
Así dejó pasar semanas y semanas. De esa forma funcionaban los mecanismos
asumirlos tal cual ella los había organizado. Pero en el terreno emocional, no hay
sistematización que valga y los cabos sueltos siempre terminan por azotarnos en la cara
foto del concurso, sí se preguntaba acerca de lo que Sira Zarour buscaba ahora. Se
preguntaba todas estas cosas y sobre muchas más, aunque apenas lo hacía
conscientemente.
cerca de dos décadas, y, en la última semana, había llegado a acaparar sus sueños, pues
Lucía no estaba enfrentando sus verdaderos deseos. Nada más despertarse, comprendió
que ella también quería verla, quería verla para pensar con clarividencia en lo que pasó
y tal vez así poder comprender lo que le había ocurrido con aquella mujer. Quería
descubrir si había sido inútil todo, si nada había merecido la pena, si es que era cierto
185
que había perdido su tiempo. Aquella idea la había atormentado, a ratos, durante los
primeros meses después de la ruptura. No soportaba pensar que todo había sido un
idealización de ambas.
Aunque nada más despertarse había recordado que la carta de Sira le advertía
que en otoño se marchaba a Italia, y aunque quiso llamarla en aquel instante, de nuevo
adoptó una actitud esquiva y se había marchado a pasear la perra. En cuanto llegó a casa
se dio una ducha para pensar con serenidad y resolución. Ésas eran las propiedades
terapéuticas que la ducha tenía para la Lucía Robles más agobiada. Salió de la ducha.
Todavía con la espesa melena -ahora por los hombros-, empapada, llamó al viejo
número de Sira Zarour, que recordaba perfectamente. Una vez superada la leve zozobra
que los viejos fantasmas siempre nos remueven, marcó su número sintiendo una
resolución y una serenidad especiales. Pensó que ya no era joven, que ella ya no era la
-¡Vaya, si es Lucía! Mira lo que nos ha traído el gato... Sí, soy yo, es que por la
terminación del número que veía en la pantalla, parecía el de mi suegra, que está
que no te animarías...
-Pues ya ves, aquí me tienes, sigo tan solícita y atenta a tus ruegos...- Dijo Lucía
en tono de chanza.
186
Sira Zarour sonrió y comprendió que el tono ligero era el más adecuado para
desorientada y tenía que pensar- Lucía especuló que podría haberle dicho que había
decidió que si hablaba con ella era para hacerlo desde los parámetros de la sinceridad,
para ofrecerse a sí misma y a Sira un oportunidad última de juego limpio, si ello era
-Claro, Lucía..., lo comprendo, Lucía. Han pasado muchos años, pero llevo un
tiempo viviendo a caballo entre Turín y Madrid, pues aunque regresé a Italia a
relacionados con la fotografía me atraen más y hace unos años decidí que pasaría meses
aquí siempre que pudiese. El caso es que tanto venir a Madrid y pisar sus calles me hizo
pensar que quizá podría toparme de bruces contigo algún día, en alguna exposición o
-Bueno, en una exposición no creo que nos viésemos, pues hace unos diez años
que abandoné los trabajos fotográficos y, más allá de un cumpleaños familiar, rara vez
-Vaya, nunca lo hubiera dicho. Tu pasión era tan intensa..., nunca he visto a
hubiera agotado todo cuanto me apetecía hacer con mi cámara. Además, ese espacio se
aclaración, acaso porque era tan “secretosa” como su hermana Rebeca solía indicarle.
Sira, un rasgo con el que tantas veces la había visto encubrir egoístas intenciones en el
pasado.
-Bueno, esto nos llevaría mucho tiempo ahora y yo te llamaba para ver si aún te
apetecía que nos viéramos y nos tomáramos un café- ¿Por qué la gente en España dice
siempre lo de tomar un café cuando a veces ni siquiera beben café nunca? Se preguntó
instantáneamente Lucía Robles, quien se respondió que era la forma más cómoda y
liviana de proponerle a alguien un encuentro del todo informal. Eso quería ella, ir al
problema. Tal vez tenga otra carta para ti, y ésta es más extensa…
cita para su plena comodidad. Sira siempre retranqueaba con las citas hasta ajustarlas al
día que ella prefería. Decidió que su despacho de la universidad era el lugar idóneo, lo
188
suficientemente cómodo como para conversar sin problemas, pero no tan íntimo como
tarde, si te viene bien. Ahora está aquello casi vacío por las tardes, sólo yo y otro
compañero estamos apurando las tardes para adelantar trabajo. Ahora mi despacho se
encuentra en...
tu departamento, también imprimí la ubicación del despacho. Debo de tener la hoja por
-De acuerdo- Repuso Lucía.-¿Y esa otra carta? ¿Ya andamos con los antiguos
juegos…?
-Dime.
Una mezcla de alegría e inquietud invadió a Sira Zarour durante toda la tarde. Al
menos alejó la insoportable angustia de los últimos tiempos. Sólo al atardecer consiguió
apaciguar esa zozobra que ahora le había transmitido Lucía a ella. Encontró a Lucía
conversación ella había tratado de transmitirle su sincera alegría, pero la otra no había
una cita que llevaba diecisiete años retrasada, una cita que ya no podía demorarse más.
189
Sira le había dicho que prefería provocar el encuentro ella misma antes que
encontrársela en una exposición. Se obstinó en pensar que Sira sólo la había llamado
tozudamente esa negativa idea. Supuso que Sira quería algo más, dedujo que si no
hubieran querido saludarse, no lo hubieran hecho y ya está, esa explicación sólo había
Cada una se introdujo en su cama esa noche con la conciencia agitada, sin saber
muy bien qué podían esperar de la otra al día siguiente. Y como tantas y tantas noches
ocupada durante toda la jornada. Aún se sorprendía por ir a pasar unas horas esa misma
tarde con Lucía Robles, le producía gran extrañeza y a la vez lo sentía natural: “Maktub
-se decía-, esto es maktub”-se repitió en su lengua paterna. Ella había pensado en hacer
esa llamada, ese reclamo, muchos años atrás; justo al día siguiente de la turbia discusión
Lucía. Siempre lo deseó, aun odiándola, la añoraba. Cuanto más la odiaba, más la
estimaba; cuanto más consciente era de su estima por Lucía, más la odiaba.
Aquella contradicción interna casi la vuelve loca. Sira Zarour era una mujer de
quiso con intensidad pero no se lo manifestó nunca con coherencia. No la llamó por
cobardía, por miedo extremo y porque, en su fuero más íntimo, sabía que había perdido
una parte de Lucía que no recuperaría nunca, su fe. Ella necesitaba la fe de Lucía, ella se
se había terminado la historia. Tenía una cuenta que saldar con ella y conseguiría que
Lucía Robles la escuchase, la tenía que escuchar. No sabía cómo iba a exponérselo todo,
no sabía cómo lo diría todo, qué palabras emplearía, pero todo estaba dentro de ella, una
verdad enjaulada desde hacía años. Lo que no le saliera en ese encuentro la otra lo leería
saldrían las palabras, estaba segura. Mientras mascullaba esta determinación, se dirigió
cuya secretaría le tuvieron que informar sobre la ubicación del despacho de Lucía
Mientras Sira Zarour daba unas últimas vueltas localizando el despacho, uno de
Oye, que va para allá una mujer de unos cuarenta y siete o por ahí, sin pinta de
-Sí, oye, ¿viste la última versión del “Drácula de Bram Stoker”, o “La Pasión”,
pasión por el cine era casi tan exaltada como la del administrativo, y cuya rápida
-Sí, es idéntica, aunque con algún añito más, claro, y con el pelo rizado más
corto... Te juro que este parecido es el mejor que he sacado en este Departamento... Dice
que es amiga tuya, pero la he visto un poco despistada, por eso te llamo.
-Bien, Alberto, no hay problema, ¿le has indicado dónde está mi despacho?
los conserjes son los que albergan un poder más desmedido y soterrado. Ambos
colectivos controlan el correo, las salidas y las llegadas. Todos estos envíos pasan por
sus manos, los reparten, los recogen. La información que pasa por ellos y a la que tienen
acceso en cualquier momento es inmensa. También acceden y manejan las cuentas, las
contabilidades, lo que gasta cada profesor, cada área y el departamento. Cuando alguien,
alumno o profesor, tiene una duda singular, siempre acude a una secretaría. Allí
despachan visitas, reciben las quejas de los alumnos contra algunos profesores, recogen
trabajos de los estudiantes, etc. Realizan una labor de tanto alcance que ello los
protestas porque Alberto y María Luisa cerraban la secretaría a la hora del almuerzo. En
192
una reunión del departamento, alguien se atrevió a sugerir que almorzaran por separado,
para que siempre hubiera uno de ellos en la secretaría, pero todos los profesores del
sugerencia:
almorzar con alguien!!!- A todos les pareció infame la sugerencia. La secretaría siguió
tres cuartos de hora cerrada cada mañana. A veces cerraban a las diez, otras veces a las
once, según les apetecía a ellos. La gente aporreaba la puerta durante ese tiempo.
Algunas veces, Lucía se desplazaba hasta allí a coger folios, a preguntarles algo, pero
rumorear que incluso las vendía furtivamente en la secretaría, pero nadie se atrevió a
acusarlo. Alberto era sagrado, podía fastidiar a quien quisiera en cualquier momento.
habían hecho las delicias de algunas profesoras solteras y, según se rumoreó, también de
embargo, Alberto siempre sintió una predilección amistosa y solemne por Lucía, una de
las pocas mujeres a quien siempre respetaba. Aunque Lucía siempre sospechó que sólo
la respetaba por sus densos conocimientos acerca de la historia del cine. Ambos
conversaban siempre sobre lo que había en cartelera, sobre las sesiones más raras de los
Cuando Sira entró en el despacho, Lucía Robles comprendió que los años
incluso habían depurado su belleza. Ahora unas muy tenues arrugas circundaban sus
ojos, pero su atractivo permanecía casi intacto y, no, no se parecía mucho a Monica
Bellucci. Ciertamente, ambas eran morenas, voluptuosas y altas, con la nariz pequeña y
coqueta, los ojos grandes y expresivos, el óvalo del rostro casi perfecto; pero Sira era
en Sira Zarour era rasgada, vital y melancólica a un tiempo. Aquel día se puso un
vestido blanco pegado al cuerpo hasta las caderas, con algo de vuelo hasta los tobillos.
Parecía una ensoñación onírica, o eso pensó Lucía Robles. Ambas se miraron de arriba a
color azul muy claro, y llevaba unos tacones altos que le hubieran dado vértigo a la
misma Sira. Se había teñido el pelo de caoba intenso y llevaba los labios pintados del
mismo color. Su piel seguía siendo blanca y tersa, tenía tres años menos que Sira, y en
el tramo femenino entre los cuarenta y los cincuenta, tres años marcan cierta diferencia.
aquella mujer. Sira recordó haber sentido algo así, e incluso prolongadamente, casi
veinte años atrás, cuando la conoció, cuando no podía parar de observarla, de medir sus
sentir el especial encanto de Lucía Robles, tan ferozmente atractiva y tan poco
194
cualquier tema de su interés. Recordó aquel recóndito punto de arrogancia con el que
Lucía Robles había llegado a herirla, tantas veces, sin ser consciente de ello.
Aquel punto de vanidad y seguridad que a veces esparcía, como una niña bien a
quien se lo han dado todo hecho y, por eso mismo, le cuesta reparar en la clase de
retorcido dolor que sí pueden albergar algunas personas menos equilibradas. Sira sentía
que Lucía siempre había juzgado su dolor como excesivo, como mal llevado, como
atravesaban su mente en un instante, casi sin dejar rastro. Tras observar su piel tan clara,
su pelo caoba, rojizo, y sus labios del mismo color, recordó la acertada comparación del
-Este Alberto... Alberto y sus parecidos. A todos nos compara con un actor o una
-Sí, me recordó que Julianne Moore había salido en “Magnolia”, en una de las
secuelas de “Aníbal”, en “Cookie’s fortune”, qué buena ésta última, igual que “El Gran
-Sí, las he visto todas. Lo mejor de “Boggie Nights” es el revelador final- Ambas
rieron.
-Sí, desde que me tiño de este color, sí. Me harté del rubio, que además se puso
algo plomizo... Pero bueno, siéntate- Ambas se acomodaron en el amplio sofá del que
años, y lo poco que varía en realidad. El aire de los gestos, la expresión, la mirada...,
suelen ser los mismos, con pocos matices, pero el fruncir de los labios, algunas leves
marcas y nuevas sombras dan un nuevo contorno al rostro de una mujer. Cada una de
ellas ofrecía su mejor imagen, ambas eran mujeres hermosas, de bellezas ya afloradas, y
casi podría decirse que complementarias: una morena y de piel broncínea, otra de pelo
claro y piel blanca, una más alta, otra menos, una más voluptuosa y exuberante
físicamente, la otra más delicada y fina. Cada una de ellas se había vestido pensando en
la imagen que le quería ofrecer a la otra, algo muy habitual entre mujeres. Las mujeres
se arreglan casi más por las otras mujeres, por obtener su reconocimiento, antes que por
a vivir a Turín y había estado compitiendo duramente como ajedrecista, pero se hastió y
Los estoicos explicaron que para poder ser quienes realmente somos, antes hemos de
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haber sido muchas veces quienes no éramos realmente. En el largo camino por
Finalmente, por mediación de Enzo -quien tenía excelentes contactos dentro del
fotógrafos menores de la ciudad y poco a poco fue alcanzando un prestigio modesto que
cosechado en España había sido fundamental para abrirse camino, pero los años y su
esfuerzo le habían otorgado una formidable reputación entre sus colegas, además de una
-Así son las cosas, Sira, yo con mi sueldo impertérrito de funcionaria hasta que
me muera. Yo, quien de entre las dos tuvo claro siempre lo que quería hacer, mi pasión
por la investigación, por mi carrera, por la historia del arte... ¡Y ya ves qué fortuna he
hecho!. A los cuarenta años conseguí la plaza de contrato indefinido, y eso después de
dar mil vueltas antes por las universidades de La Rioja, Albacete... Puaf! No quiero ni
acordarme... Me fui a Italia, ya sabes que siempre lo sentí como una cuestión pendiente,
y viví varios años en Roma. Conocí allí a mi marido, Mihai, en un congreso. Finalmente
volví y obtuve la plaza. Toda la vida luchando y ahora no me acuerdo ni de para qué
luchaba...
-Mujer, no exageres.
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-¡Ya! Tienes razón. Tú sabes que esto es como una droga para mí. El ensayo de
la literatura. Por esto es por lo que luchaba, por poder escribir, vivir de ello, de enseñar
-¿Dejaste la fotografía por algo que tuviera que ver conmigo? ¿Por aquel final
tan desagradable? A veces he pensado que nuestra intensa relación con el arte de la
-No- contestó con naturalidad-, no creo que fuese la fotografía, aunque sí, acaso el
arte y el amor se destruyen mutuamente. Es porque tuvo que ser. Mihai dice que todos
somos pobres almas, buenas o malas, que eso sólo Dios lo sabe, pero pobres almas con
escasa capacidad resolutiva. Ocurre que cada relación tiene su propia andadura, no
podemos cambiar el camino inherente a cada relación y si cambia es porque ella sola lo
ha hecho. Nuestra relación no era yo, ni eras tú, nuestra relación era la vorágine
-Por cierto, ¿qué significa esa palabra árabe?- Preguntó la otra con avidez.
-Maktub significa que estaba escrito desde el origen de los tiempos, Lucía.
-Vaya, así que era eso...- A Lucía Robles se le perdió la mirada durante un instante a
atender a nadie, sin escuchar nada, como si fuera sorda y muda y ciega, pero feliz
-Mihai es mi marido desde hace seis años- Volvió a encarrilar la conversación dentro de
¿Te acuerdas?.
-No puedo creerme que me recuerdes eso ahora, precisamente hace poco tiempo me
de aquellas interminables sesiones. ¿Cómo puedes acordarte...? Pues sí, supongo que al
final me lancé a la postura “b”, más libre, independiente y salvaje, con un italiano, pero
la vida me fue llevando hacia la postura “a”. Las relaciones abiertas desgastan
emocionalmente, las muy cerradas hastían por la monotonía, pero se puede crear una
Mihai me ha enseñado
hace ya unos años, ha costado un mundo que obtuviese una plaza aquí, ya sabes cómo
-Así que él debe de ser el padre de esos dos niños que asoman por el portarretratos
de la estantería.
-Sí, hija, sí, ya sabes lo de los gemelos y la genética. En mi familia hay gemelos y
mellizos por los dos lados. Tienen cinco años, y éstos, éstos son los que han llenado el
-Sí, se parecen a Mihai, que es más moreno y de complexión más recia que yo.
-Vaya, así que este rumano, lo tuyo van a ser las nacionalidades foráneas, un
rumano, un italiano, Richard era inglés...- En cuanto dijo aquello, sin pensar, Sira se dio
que de ese mismo armario acaba de sacar el cadáver de su antigua amistad con Lucía. El
tema estaba ahí, entre las dos, sobre el sofá azul a juego con el traje de Lucía. En unos
-En fin, estaba claro que no nos íbamos a pasar la tarde hablando de tu trabajo y el
-Sí, Lucía, esto no es fácil para ninguna de las dos, pero por razones obvias, es más
ingrato para mí, pues soy yo quien te debe una explicación acerca de Richard desde
Lucía volvía a atenazarla en presencia de Sira. Pero también había percibido, a través de
la respetuosa carta, a través de la conversación telefónica y en esas casi dos horas que
llevaban conversando, que Sira parecía una mujer más serena y segura, más calmada.
obstinado fluir de palabras con el que ahogaba su inseguridad social. Sira había
madurado y lo había hecho adecuadamente, decantándose por los polos más positivos
de aquellas dualidades con las que antaño la había vuelto loca; ahora parecía más
generosa, más dulce y suave, más coherente, no tan frenéticamente vital, pero sí tan
positiva. También seductora, seguía empleando esos simpáticos requiebros con los que
engatusaba a todo el mundo, ahora era menos obvio, pero seguía siendo igual de
encantadora.
-...- Lucía volvió a ladear la mirada, en silencio, y a fruncir los labios en un gesto
-Lucía, no he venido a disculparme porque una disculpa con casi varias décadas de
retraso es absurda. Ya no tendría sentido; pero sobre todo no me disculpo porque bien
día siguiente me levanté sintiéndome como si no valiera nada, me sentí como una
entonces?
-Pues tampoco lo tengo tan claro, pero sé que hay cosas que debes saber por mí, que
debes escucharlas salir de mí, y leerlas... Para empezar dices que te lo imaginas, con tu
también cómo estarías pasándolo tú, estábamos muy enganchadas la una a la otra. No sé
por qué, y me harté de intentar comprenderlo. Para eso no hay respuestas, para eso no
las hay. No sé lo qué realmente hubo entre nosotras. Eso no puedo decírtelo. No era
201
amor ni era amistad, quizá un insólito híbrido entre ambas cosas. Era angustioso para las
dos porque nos asustaba, y a mí más que a ti. Yo era entonces más vulnerable y lo sabes.
-Desde luego, pero tú, tan sensible, delicada y vulnerable en la superficie, luego eras
coherente, íntegra y tenaz, eras fuerte. Mientras que yo, tan arrogante y esplendorosa en
la superficie, luego era una pusilánime que no sabía ni quien era ni lo que quería. Sólo
sabía que sufría por todo, que me sentía absolutamente desvalida, incapaz de
enfrentarme al mundo, a las relaciones, sentía que no valía nada y te admiraba de una
forma enfermiza... Tú creías que lo mío era una postura existencial bohemia, como si
me creyera una pintora atormentada y me gustara ejercer de ello, y no era así. Tuve que
cumplir los cuarenta para lograr aposentar mi carácter en sus vertientes más lúcidas y
-Lo sé, lo he comprendido con los años. Incluso en aquella época de crisis
treintañera estuve siempre más lúcida que tú, y se suponía que tú tenías la vida que
habías elegido, el hombre que querías, eras una ajedrecista reputada, empezabas a
abrirte paso con la fotografía y, aún así, estabas amargada por dentro, perdida... Me
costaba entenderlo, lo sé. A veces, más que animarte, casi te exigía que estuvieras bien.
Pero yo no era responsable de tu sufrimiento, más bien me dejé la piel para intentar
con enojo que tampoco en esa conversación le agradecía nada de cuanto ella había
hecho por la carrera de Sira como fotógrafa. La esquiva árabe seguía evitando el tema.
202
-No sabes lo que removías en mí…-Dijo sugerente Sira intentando decir algo
-Pues supongo que más o menos lo mismo que tú en mí, Sira, estaba subyugada. Era
vertiginoso, placentero, como una droga, pero también era angustioso. Cuando te fuiste
sufrí muchísimo, lo pasé fatal, pero de la mano del dolor fue llegando una serenidad y
una lucidez que me permitieron comprender que aquello había sido un alivio.
-Para mí no. Yo estaba más sola, y encima tuve que enfrentarme con el error de mi
-No digas nada, por favor, no hablemos de Richard. Ya imaginé por qué lo dijiste…
Y, ciertamente…, fuiste una capulla- Lucía espetó aquello en tono ligero para quitarle
hierro a una conversación que arrastraba óxido de veinte años atrás. Ella había llegado a
la verdad mucho tiempo atrás. Sira no se había acostado con Richard, hubiera sido
incapaz, tal vez anduvo tonteando un poco con él para medirse con ella, únicamente- A
mí me dolieron más otras cosas- Añadió- Yo me había esforzado mucho por consolidar
por consolidarla? Me ajusté a todos tus meandros, estaba pendiente de cada una de tus
protectora. Es como si nada hubiera servido de nada, como si no hubiera habido nada
-Ya, Lucía. Pero es que yo misma no era nada sólido. Y, no sé... tal vez nuestra
amistad ya estaba agotada, hay afectos que se queman rápido, son de rápida combustión
afectos. Los amores más largos no son los mejores. Nuestro vínculo era así, muy, muy
intenso, y sentimos cosas que muchas personas no llegan a sentir a lo largo de su vida,
pero eso no significa que pudiéramos prolongarlo durante años, años y años. Bastante
nos duró.
-Sí, si hubiera durado más, nos hubiera matado a las dos- Dijo Lucía, y ambas
rieron de nuevo- Yo también debo decirte algo -prosiguió-. Durante muchos meses
estuve segura de que el mutismo por mi parte era la mejor forma de comunicarte mi
desaprobación y mi indignación. Pero tenía dudas, fue una situación espiritual turbia y
perniciosa que arrastré mucho tiempo. La incertidumbre me hacía sentir muy mal. Cada
cierto tiempo, podían pasar años, volvía a tropezarme con un pensamiento amargo en mi
corazón: “Debí hablar con ella, debí intentar que entrara en razón, hablarle con
naturalidad de mi respeto y mi afecto por ella, dos cosas de gran calado en mi alma y
Debí hacerlo porque nunca te había visto tan enajenada y perdida, necesitabas
que te sacudieran los hombros y te regañaran un poco también, pero nunca te había visto
así. Lo cierto es que me acojoné, Sira, me dejaste helada, te creí capaz de cualquier
cosa, parecías... tan... perturbada, no sé. Y venga a darle al pico, es que no parabas de
rajar de mí. Pero debí haberte dicho todo aquello que sentía, no debí permanecer en
Me pudo el orgullo, supongo que sabía que el silencio era la forma más dura de
castigarte. Yo te quería mucho, te adoraba como una niña adora a su hermana mayor, y
tú me trataste así. Irme de tu vida sin una explicación fue mi forma de hacerte pagar por
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ello, dejándote sin mí. Y aún así sufrí como una cabrona, no te creas... Pero debí luchar
por poner un cierre adecuado a nuestra amistad, por despedirnos con un abrazo en vez
de así.
-La culpa de eso no fue tuya, el cierre podrido lo puse yo y sólo yo podía
cambiarlo. Tú no tenías la culpa de mi amargura y encima te hice pagar por ello. Lucía.
Supongo que ninguna de las dos se lo montó demasiado bien. Aunque tú debiste
apasionándose con sus proyectos vitales, con sus sueños. Durante esos instantes
abrazaron, se dieron el abrazo que llevaban lustros negándose, se dieron el abrazo que
deberían haberse dado aquel día, en el despacho de David Furness. El abrazo aplacó los
últimos residuos de oscuridad, los últimos fantasmas, les recordó lo que habían vivido,
lo que habían compartido y que sí, que sí había merecido la pena, que todo había
merecido la pena.
205
Como Sira vendría unos meses cada año, quedaron en llamarse, quedaron en seguir en
contacto, en verse. A Lucía le apetecía mucho que eso sucediera, sopesaba la posibilidad
de que tal vez, solo tal vez, la relación se reanudase de alguna manera, siquiera distante.
Si bien tenía miedo de la reacción de Sira tras el encuentro, y tenía miedo de la vida.
La vida nos moldea con su bastón de mando, que corrige nuestros pasos
azuzando nuestros tobillos, nos sacude y nos ajusta a su verdad inmutable. La vida te
abre sus grutas ásperas y empaña tus retinas con verdades inmóviles: algunas personas
les hace falta más para llenarse mutuamente hasta los bordes. El joven Rimbaud le dijo
a Verlaine que pasarían un tiempo juntos, un tiempo muy intenso que les serviría para
llenarse el uno al otro, para aprender el uno del otro y así dejar sus vidas más
enriquecidas que antes de conocerse, también sus respectivas obras poéticas. Pero
Una semana después de que Sira Zarour hubiera visto a Lucía Robles por última
vez en su vida, en aquel despacho, le envió una extensa carta en la que le relataba
había ganado el célebre concurso. Tituló la fotografía “Miel quebrada”. En ella se veía
representado aquel pantano y, junto a una orilla, como elemento secundario, poco
visible pero sugerente, se veía un viejo automóvil Golf TDI aparcado. Lucía observó
que Sira había utilizado una película de infrarrojos, que proporciona un contraste muy
acusado, por lo que el efecto del filtro rojo que también intuyó que había empleado
206
otorgaba una gran oscuridad al cielo del atardecer, casi negro en algunas zonas, y una
captar con exquisito detalle montañas más lejanas que apenas serían visibles a simple
vista. Algunas nubes eran simples formas tonales, resultaban inquietantes y rotundas. El
Lucía, que no lograba imaginar desde dónde había realizado la fotografía. Disfrutó
comprobando que en verdad Sira había aprendido a leer la luz, a atisbar sus
conocía los entresijos del revelado y había desarrollado sus propias ideas de forma
astuta e inspirada, sabiendo dotar a las imágenes de un equilibrio tonal que su antigua
estómago a Lucía, quien por primera vez en años sintió en el alma un hormigueo
Sira Zarour tampoco tenía respuestas que le permitieran comprender qué extraño
y recóndito sentido había tenido la relación, quizás sólo el poder vivirla y sentirla. Sira
fotografiar profesionalmente, después Sira había aprendido ella sola cómo fotografiar
artísticamente y, casi dos décadas después, regresaba para hacerle casi el mismo regalo
Pasó mucho rato observando la fotografía, que tenía un poderoso embrujo, era
algo inquietante y atractivo, algo que te atrapaba. El pantano y sus bosques colindantes,
era como ellas, como la relación que tuvieron. Sira Zarour logró capturar lo inefable
mediante el arte fotográfico, y lo hizo de forma insuperable, pues como Goethe, pensaba
Era una fotografía hermosa, hermosa pero algo triste, como una “miel
quebrada”. Mas un rato después, a través de una de las ventanillas del Golf, Lucía pudo
ver una bien definida banda nívea, parecía un fino fular, un pañuelo blanco, como si
Sira hubiera querido dejar allí un último rastro de algo, una señal, una lucecita
encendida para que Lucía no olvidase nunca lo cerca que llegaron a estar un día.
XV
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EL ÚLTIMO FRAGMENTO
…Para finalizar esta carta, que ya empieza a alargarse demasiado, debo decirte
(ya te escucho con tu tono de profesora listilla: “No puedes dejar de ser tú”) que no
voy a decir que lamenté hacer las cosas como las hice, porque sería estúpido y nada
sincero. Hice lo que hice consciente y sé que no era la mejor forma, pero no voy a
disculparme por ello. Lamento no haber obrado de otra manera, eso sí, pues intuyo el
apoya. A veces te cuesta imaginar que tú, dentro de tu perfección, también albergas
vi, tras el gracioso mohín enojado de tus labios a veces, que te cuesta entenderme,
normal, pero a resultas de ello te cuesta aceptarme, aceptar cómo fue todo. Y “todo”
no fui yo sola, fuimos las dos, tú y yo. Todo ocurrió, sin más, fue como tenía que ser,
maktub.
conflicto. Es inútil pensar, ahondar…, cuanto más avances hacia el fondo, más
oscuridad encontrarás. Seguramente eso es lo que hay al fondo de mí, sólo eso
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arreglado –al menos para mí- y sepultado; sabes que no hace falta porque de alguna
forma hemos estado siempre juntas, cada una dentro de la otra. Tampoco espero tu
pasado.
durante años, he luchado con tesón y también con desconsuelo a veces, he crecido y he
podido hacerlo, llegar hasta este punto, madurar hasta comprender, hasta ser
propia amargura, y proyecté todo mi malestar sobre tu persona. Me daba pánico lo que
sentía por ti, verme tan enganchada a una mujer, a la personalidad de alguien, y ni
siquiera quería compartir mi vida contigo, sabía que aquello no era amor, pero lo que
sentía era demasiado intenso. Supongo que la trifulca que te monté y las mentiras que
urdí para herirte fueron otra forma de poder separarme de ti. Me sentía
que removías en mí, Lucía, el otro día no mentía, pero en persona no puedo decirte
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en ti intenso, poderoso y a mí eso me sofoca. Yo soy demasiado caótica para ti, tú eres
demasiado perfecta para mí; tú intransigente, yo egoísta, así somos, ¿quién es más
No soy tú, soy yo. No soy cómo tú me ves, siempre empeñada en imaginar que mi
personalidad tenía unas posibilidades que en realidad no tuvo nunca. Me esforzaba por
encajar con la imagen que tenías de mí, pero siempre terminaba decepcionándote. No
sabes cómo me dolía hacerlo, pero no podía evitarlo. Nunca pude evitarlo, nunca pude
solucionará nada ni nos retrotraerá al pasado. Ya solo podemos recordar, sentir el eco
tibio de aquello que fuimos, pero nada nos devolverá aquella intensidad, aquella fe.
Por eso no quiero volver a verte, sería demasiado doloroso, sé que respetarás mi
decisión.
Y no temas por mí, yo estaré bien, bueno, como siempre, como una flor que soporta
la tormenta nocturna, como esas flores enclenques, de tallo muy liviano y pétalos
endebles, que parecen estar a punto de quebrarse bajo la lluvia, pero nunca lo hacen; y
nunca están bien, pero nunca terminan de quebrarse. Dejémonos marchar de nuevo la
Sira
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