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No obstante, muchos autores han criticado el paradigma que existe entre el primer
y el tercer mundo como algo ficticio e ideologico, primero porque este paradigma
sugiere una cercanía estructural entre Asia, África y Latinoamérica, cuando la
realidad demuestra que América Latina aparece, junto a Europa Oriental: “en la
segunda clase de los Estados altamente desarrollados (…) lo que significa que la
distancia entre Francia y Colombia es mucho menor de la que existe entre
Colombia y Mali”1
Por otro lado, el pasado socio – económico comprueba que las direcciones de flujo
de migración existentes entre el primer y tercer mundo en la década de 1950 fue
en mayor medida desde Europa hacia Hispano – América y no en dirección
contraria, lo anterior se puede verificar en la reconstrucción comparativa de
ANGUS MADDISON de 2006 sobre el producto interno bruto y el poder adquisitivo
entre 1940 y 1950 lo cual mostro que países como Venezuela, Argentina,
Uruguay, Colombia y México, tenían una mejor calidad de vida comparado con
países como Francia, Italia, la ex Unión Soviética y España.
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gobierno seria. Segundo, como las repúblicas hispano – americanas han tenido un
relativo éxito en evitar líderes excesivos, en virtud de la rotación estricta de los
gobiernos en un ciclo de cuatro años, y la reconocida prohibición constitucional de
la reelección presidencial.
Algo importante de observar es que tanto las democracias Europeas como las
Latinoamericanas presentan una tendencia a un autoritarismo moderado y a la
formación: “de elites funcionales que pueden describirse como oligarquías”2, pero
aun así frente a esta gran similitud entre las estructuras de gobierno, las
democracias Europeas siempre tratar de desacreditar a las democracias
Latinoamericanas repitiendo sin cesar el paradigma que existe entre el primer y
tercer mundo.
UN problema que presenta la crítica y estudio por parte de los Europeos a las
democracias Latinoamericanas es la vía que utilizan de menospreciarlas y
eliminarlas, omitiendo que deben existir unos mismo parámetros de investigación
frente a Norteamérica, Latinoamérica y Europa, esto requiere una descolonización
del pensamiento académico europeo.
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negligentemente gobiernos de tendencia neo-autocarista y violadores de derecho
humanos. La ciencia no puede ignorar la responsabilidad que le asiste de los
efectos sociales que esta provoca.
Ahora bien, es pertinente hacer una distinción entre los países con dinámicas de
poder y culturas políticas muy diferentes, en Colombia y Chile se desarrolló un
cultura política relativamente estable del cambio de gobierno bajo un marco
constitucional, prohibiendo la reelección hasta el 2004 en Colombia y 1871 y 1973
en Chile. En Venezuela se presentaron más accesos violentos al poder,
calificando el perfil presidencial de ese entonces como “cesarismo democrático”,
en México el liberal José de la Cruz Porfirio Díaz fue elegido ocho veces en un
sistema constitucional que toleraba la reelección indefinidas. En el caso de Bolivia
y Uruguay hubieron largas fases de sucesión violenta de la presidencia, aunque el
más caracterizo es Bolivia con más de 189 ataques violentos.
Una de las diferencias más latentes entre los Estados latinoamericanos está
relacionada con el número de constituciones, por el ejemplo en el largo siglo XIX
Colombiana tuvo nueve cartas nacionales, Venezuela quince y Ecuador trece, es
similar el caso con Francia que tuvo doce. Sin embargo el alto número de
constituciones no quiere decir que existió un gran problema de estabilidad política
y social.
Así pues las constituciones latinoamericanas del siglo XIX pueden calificarse como
un poco más liberal o un poco más conservador, así como su influencia por
acontecimientos bélicos y revolucionarios, pero este fue el caso de casi la mayoría
de las constituciones europeas. Por otro lado se deben observar seis fases del
constitucionalismo moderno en Hispano – América: