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Algunos de los factores que determinan el ejercicio del derecho a la salud y la alimentación de
niños, niñas y adolescentes indígenas son los efectos de los cambios del modelo económico en la
alimentación, la situación en los territorios indígenas por el conflicto armado, la invasión de
industrias extractivas y el narcotráfico, la desigualdad económica y algunas leyes excluyentes. A
dichos factores se suman las limitaciones y anomalías en los servicios de salud, tema que se
analizará en el acápite sobre las respuestas del Estado.
Contexto normativo
El derecho a la alimentación es un derecho humano universal que permite que las personas
tengan acceso a una alimentación adecuada y a los recursos necesarios para tener en forma
sostenible seguridad alimentaria.
Respetar el acceso existente a una alimentación adecuada requiere que los Estados no
adopten medidas de ningún tipo que tengan por resultado impedir este acceso.
Proteger requiere que el Estado adopte medidas para velar que ningún actor social prive a
las personas del acceso a una alimentación adecuada.
Facilitar implica que el Estado debe procurar iniciar actividades con el fin de fortalecer el
acceso y la utilización por parte de la población de los recursos y medios que aseguren sus
medios de vida, incluida la seguridad alimentaria.
Cumplir el derecho a la alimentación de forma directa cuando existan individuos o grupos
incapaces, por razones que escapen a su control, de disfrutar el derecho a la alimentación
adecuada por los medios a su alcance. Esta obligación se aplica también a las personas que
son víctimas de catástrofes naturales o de otra índole.
Tomando como referencia los datos oficiales de la FAO, el hambre en Colombia muestra un
claro comportamiento ascendente, con un ritmo de crecimiento que ya supera la velocidad
con que se incrementa esta calamidad en el promedio del mundo en desarrollo e, incluso,
África Subsahariana . Este crecimiento sigue en el 2006.
Las cifras más recientes de carácter oficial (correspondientes al año 2005) indican que 12 de
cada 100 niños y niñas menores de 5 años sufren de desnutrición crónica; el 44.7 % de las
mujeres gestantes son anémicas o el 11 % darán a luz bebés con bajo peso; el 53 % de los
menores de 6 meses de edad no reciben lactancia materna exclusiva; el 36 % de la población
tiene una deficiente ingesta de proteínas; y, el 41 % del total de hogares colombianos
manifiesta algún grado de inseguridad alimentaria.
El 59.7 % de las mujeres desplazadas gestantes sufren de anemia y en una cifra que supera
en 15 puntos porcentuales el promedio nacional.
La salud tiene una importancia vital para todos los seres humanos. Una persona con mala
salud no podrá estudiar o trabajar adecuadamente y no podrá disfrutar completamente de su
vida.
Por lo tanto, el derecho a la salud constituye un derecho fundamental de todos los seres
humanos.
El derecho a la salud, por lo tanto, está estrechamente ligado a otros derechos humanos
fundamentales y su materialización depende de la realización de estos otros.
Entidades no gubernamentales
En momentos en que los medios de comunicación y entes de control ahondan sus pesquisas
en relación con la manera como se viene manejando la contratación y distribución de los
alimentos para los escolares, resulta alentador que existan casos excepcionales que
permiten tener algo de esperanza. En particular, nos referimos a lo hecho por
Bogotá. Contra intereses de toda índole, la Secretaría de Educación diseñó un modelo
mediante el cual es posible adquirir, ensamblar y repartir diariamente unos 740.000
refrigerios para niños y niñas de colegios públicos en 19 localidades.
Es una tarea ardua que implica no solo la consecución de los productos, sino todo un
ejército de proveedores, supervisores e interventores que con milimetría deben garantizar el
buen arribo de los refuerzos alimentarios a las sedes escolares, como bien lo reflejó una
reciente crónica de este diario. El costo de lo que se denomina el Programa de
Alimentación Escolar (PAE) asciende a 400.000 millones de pesos cada año.
Las denuncias de la Contraloría General develan que aún hacen falta controles más severos
Por desgracia, ello no ocurre en otras regiones el país. Por estos días vuelve a repetirse la
vergonzosa noticia de las trampas que se le hacen al PAE, al cual han logrado acceder
contratistas inescrupulosos. Lo revelado por la Contraloría General produce
indignación y confirma que siguen faltando controles en un asunto tan delicado. Según
la entidad, se perdieron cerca de 33.000 millones de pesos destinados para ayudar a nutrir a
niños en varios departamentos del país. En Cartagena, por ejemplo, uno de los contratistas
cobraba las pechugas de pollo a 40.000 pesos; uno más, en Santander, los tamales a 30.000,
y hubo otro que jamás entregó millares de panes. La lista es larga, por desgracia.
Para rematar, este mismo diario denunció que los hospitales públicos regionales, que no
alcanzan a atender a los pacientes, terminaron participando en los contratos para
suministrar las raciones de los escolares. Ante estos hechos, no cabe más que pedir que se
siga actuando con urgencia y severidad. En Bogotá está el ejemplo de que sí se puede
hacer bien la tarea; lo confirman tanto el reconocimiento que el Ministerio de Educación
le hizo a la estrategia implementada por la Secretaría como el recibido ayer por la titular de
ese despacho, María Victoria Angulo, por parte de la Alianza Internacional para las
Contrataciones Abiertas, durante el Open Contracting 2017, celebrado en Ámsterdam. El
encuentro congrega a gobiernos y organizaciones que dan ejemplo en contratación y exalta
el impacto que estas generan.
Hay que quitarles la lonchera a los contratistas deshonestos y aplicar justicia, pues está en
juego la integridad de ocho millones de niños.