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Tomado de Plan de Nivelación académica Talentos

Introducción

En este segundo módulo vamos a continuar abordando elementos


fundamentales en los procesos de comprensión analítica y de producción
intencional de textos, principalmente académicos. Para ello, vamos a
centrarnos en tres niveles de análisis, a saber: la organización semántica de
los textos, las estructuras textuales y el desarrollo argumentativo.
En cuanto a la organización semántica de los textos, vamos a trabajar lo
que podríamos definir como las dos funciones básicas de la macroestructura
de los textos: la función de reducción de la información, esto es, en el proceso
de comprensión textual, y la función de expansión de la información, es decir,
en el proceso de planeación para producir un texto.
En cuanto a las estructuras textuales, vamos a insistir en la importancia de
reconocer los elementos del formato en el que se inscriben los distintos tipos
de texto; dicho de otra manera, vamos a analizar qué es lo que hace que, por
ejemplo, un ensayo sea un ensayo y no una noticia, qué es lo que diferencia
una noticia de un artículo de opinión y a éste de un informe o de una reseña.
En particular, trabajaremos los distintos tipos de secuencia de los textos
expositivos, argumentativos y narrativos.
En cuanto al desarrollo argumentativo, vamos a trabajar algunos recursos
típicos de la argumentación tanto en textos académicos como en textos de
opinión. Incluso vamos a reconocer que el nivel argumentativo es de un valor
incalculable tanto en el proceso de defensa de la razón como en la resolución
misma de los conflictos. Convencer, persuadir, ganar la adhesión de los que
piensan distinto, y demostrar retóricamente, son elementos que reclama el
diario transcurrir en la sociedad.
Debemos aclarar que este módulo es un texto-guía que no pretende agotar
todas las explicaciones teóricas. Por el contrario, por estar dirigido a los
estudiantes preuniversitarios y no a nuestros pares académicos, intenta
mostrar de manera sencilla algunos elementos básicos para el mejoramiento
de la comprensión y la producción textual. Tampoco pretende reducir a sus
actividades la autonomía y la creatividad de los profesores, a quienes
invitamos a enriquecerlo y a complementarlo con talleres y actividades de su
propia inspiración.
Lección 1

La organización semántica de los


textos
Más allá del reconocimiento y del dominio de los aspectos formales del sistema de la lengua,
resulta necesario conocer las formas de organización semántica de los textos, es decir, el nivel de
análisis proposicional. Esto conduce no solamente a una mejor comprensión y apropiación del
conocimiento que se construye en los textos que leemos sino también a una mejor organización
jerárquica de las ideas en la planeación de los textos que vamos a producir.
Es necesario acudir aquí a la noción de macroestructura que desarrolla el profesor Teun van
Dijk (1980: 43; 1995: 195). Como no se trata de teorizar para nuestros colegas universitarios sino
de hacer más inteligible el conocimiento teórico para los estudiantes que acaban de terminar su
educación media y que aspiran a ingresar a la universidad, vamos a tratar de conceptualizar el
asunto de manera más sencilla.

El profesor van Dijk, en el capítulo VI de su obra La ciencia del Texto, se pregunta: “¿Qué es
realmente aquello que recordamos de un texto después de haberlo leído u oído?” Para darle
respuesta a dicho interrogante, hace una distinción muy importante entre “memoria a corto plazo”
y “memoria a largo plazo”. Al respecto, dice que sólo la información fonológica, morfológica y
sintáctica es la que se almacena en la memoria de corto plazo, es decir, se retienen palabras, frases
y partes de la oración para poder elaborar la información de la segunda parte de la misma oración
o de la oración siguiente, pero dicha información se va olvidando en la medida en que se va
avanzando sobre el texto; prueba de ello es que en esta línea usted ya no recordará textualmente
la primera línea de este párrafo y menos la del párrafo anterior o la del primero. Sin embargo, el
contenido de una oración, es decir, su estructura semántica, por lo general deberá quedar
disponible durante un tiempo mucho más largo para, por ejemplo, establecer relaciones de
conexión y coherencia con significados anteriores y posteriores. Es por eso que a la memoria de
largo plazo también se le llama memoria semántica, porque “almacena” o elabora significados que
son producto de procesos de generalización, no necesariamente de pormenores o de información
trivial.

El proceso de generalización o de producción de síntesis no sólo ocurre al leer un texto; también


se hace, por ejemplo, al terminar de ver una película, aunque de manera menos sistemática. Es
frecuente que después de asistir a una sala de cine nos encontremos con alguien o hablemos a
través de la línea telefónica con otra persona quien se interesa por la película que hemos visto y
nos pide que le contemos de qué se trata. Por razones de tiempo y de economía, por supuesto, no
entramos en todos los detalles y mucho menos reproducimos textualmente todos los intercambios
comunicativos que se dieron durante las dos horas en las que transcurrió la película, entre otras
cosas porque sería imposible. Entonces, lo que fueron dos horas de cine lo convertimos en cinco
o diez minutos a través de una paráfrasis en la que hacemos buen uso del discurso referido
indirecto y eventualmente citamos alguna expresión de manera textual.

Entendida la elaboración de macroestructuras de texto como parte del proceso de producción


de síntesis, es conveniente señalar que el término “macro” no es aquí sinónimo de “grande”, sino
de “general”. No obstante, también se habla de microestructuras para referirse a otros niveles de
análisis semántico-discursivo de la información. Por ahora, pensemos en la relación que existe
entre el proceso de producción de síntesis y el proceso de generalización.

La validez de la elaboración de macroestructuras de texto consiste en que éstas deberán


conducir a conservar el sentido fundamental de la información en la memoria de largo plazo, con
la cual funcionamos tanto en la vida cotidiana como profesional. En tal sentido, la elaboración de
macroestructuras de texto tiene grandes implicaciones pedagógicas, tal como lo sugiere el
principio de elaboración básico de la información que formula el profesor van Dijk: “La manera
en que se almacenan informaciones en la memoria y, por ende, la manera en que más tarde estas
informaciones son asequibles o pueden reproducirse, dependen de la manera en que las
informaciones hayan sido elaboradas al principio”. Esto quiere decir que la información –
particularmente académica– que proviene de un proceso caótico y para nada analítico difícilmente
podría perdurar en la memoria; por el contrario, todo tratamiento analítico de la información –o
del contenido semántico de un texto– seguramente pasará a formar parte de la memoria de largo
plazo, sobre todo cuando dicho tratamiento de la información pasa por alguna forma de escritura.

Una macroestructura cumple, en principio, dos funciones importantes, a saber: una, conocida
como proceso de reducción de la información, ocurre cuando se utiliza para la producción de
síntesis como parte de la comprensión textual, es decir, en la lectura; la otra es aquella en que se
utiliza como parte del proceso de planeación y generación de un texto, o proceso de expansión de
la información, es decir, en la escritura. En ambos casos ayuda a organizar la información sobre
la base de un criterio jerárquico. En este sentido, la microestructura se recupera como la puesta en
funcionamiento de dos operaciones del pensamiento que caracterizan al ser humano y que, hasta
donde sabemos, lo diferencian cualitativamente del resto de los animales: las operaciones de
análisis y de síntesis.
1. el proceSo de reducción de la información

En el caso de la lectura o –mejor– del análisis de textos para lograr una mayor comprensión del
contenido semántico o para producir una síntesis, la elaboración de la macro-estructura se da a
través de un proceso generalmente inductivo, es decir, de la totalidad de enunciados e
informaciones particulares, a enunciados y formulaciones generales.

Dice el profesor van Dijk (1995: 213) que para obtener macro-estructuras de cualquier
secuencia debemos aplicar un número de operaciones. Dado que cierta cantidad de información
más detallada se “pierde” durante dichas operaciones, podemos hablar de operaciones de
REDUCCIÓN DE INFORMACIÓN SEMÁNTICA. Cabe anotar que la información no es
simplemente “suprimida” en tales operaciones, sino que es también INTEGRADA. Esto quiere
decir que un cierto número de proposiciones puede ser substituido por una macro-proposición que
subsuma la información más detallada en un NIVEL MÁS GLOBAL DE REPRESENTACIÓN.

Una primera regla de reducción de la información es, simplemente, la DELECIÓN o


SUPRESIÓN: la información se abandona o se omite. Dada una secuencia de proposiciones, se
suprimen todas las que no sean presuposiciones de las proposiciones subsiguientes de la secuencia.
Ahora bien, sólo pueden elidirse aquellas proposiciones que tengan predicado atributivo (que se
refiere a propiedades accidentales) y no aquellas que tengan lo que puede denominarse un
predicado “identificativo” o “conceptual” (que se refiere a propiedades esenciales). La
información elidida en este caso es irrecuperable.

Hay otra regla de deleción, pero que opera bajo diferentes condiciones. Aquí la información
que es elidida no es “accidental” sino que es CONSTITUTIVA de un cierto concepto o marco.
Esto es, especifica las causas normales o esperadas y las consecuencias de sucesos, razones y
consecuencias de acciones, acciones preliminares y auxiliares, sucesos componentes normales,
acciones u objetos, y la localización (tiempo, lugar, mundo) del objeto, acción o suceso. Aquí la
información elidida es al menos INDUCTIVAMENTE RECUPERABLE.

Una tercera operación es la de GENERALIZACIÓN SIMPLE. Mientras en las operaciones


previas la información elidida era accidental y constitutiva, respectivamente, la información
elidida en las generalizaciones es esencial. Así, por ejemplo, si generalizamos a un gato como un
animal, hacemos abstracción de las propiedades inherentes de la especie gato. El papel macro-
semántico interesante de esta regla es el de que varios objetos o propiedades de la misma clase
superordinada pueden ser mencionados, globalmente, con el nombre de la clase superordinada:
había juguetes desparramados expresaría una macro-proposición para una secuencia como: había
una pelota, una muñeca, un cochecito... desparramados.

La última operación es la COMBINACIÓN O INTEGRACIÓN. Ésta es también una forma de


generalización e implica también información esencial. La información aquí elidida denota
propiedades, causas, componentes, consecuentes, etc. esenciales en un hecho de nivel superior.
Esta información no se elide como tal sino que se combina o se integra. Así, por ejemplo, la
secuencia compré madera, piedras y cemento; coloqué los cimientos; erigí muros, hice un tejado...
puede subsumirse bajo una proposición como “construí (una casa)”. La información esencial de
la secuencia es en este caso recuperable porque es parte del concepto o campo más general.

Las macro-operaciones satisfacen la relación de VINCULACIÓN, reducen la información por


varios tipos de ABSTRACCIÓN y definen qué es relativamente importante en un pasaje. Las dos
primeras reglas son SELECTIVAS, mientras que la tercera y la cuarta son CONSTRUCTIVAS.
Las operaciones selectivas son del tipo de deleción, mientras que las operaciones constructivas
son del tipo de sustitución. Un texto puede tener varios niveles de macro-estructura.
Finalmente, debe advertirse que la formación de macro-estructuras, aunque teóricamente
basada en una relación de vinculación y teniendo así una naturaleza “deductiva”, puede tener a
veces una naturaleza Inductiva.

1.1 estrategia n° 1: “podar un árbol frondoso”


Vamos a realizar, a manera de ejemplo, algunas actividades en las que, de forma sencilla,
podremos ver algunas estrategias de reducción de la información. Para ilustrar de manera más
clara el proceso de reducción de la información de un texto, podemos también recurrir a la
metáfora de podar un árbol frondoso. Lo que se le “elide” o se le suprime a un árbol frondoso
será, en principio, todas aquellas ramas secas, aquellas que obstaculizan una vía o que ocultan, por
ejemplo, un semáforo o una importante señal de tránsito, incluso alguna rama que puede estar
tapando la luz artificial en las noches y que obscurece un sector de la calle haciéndolo, quizás,
peligroso. Por supuesto, alguien que pode un árbol nunca dejaría sólo el tallo, sin hojas; la noción
misma de “podar” no alcanza dicho extremo. El proceso de “reducción” del árbol no puede
convertirlo en otro objeto, es decir, no puede perder su esencia. Podemos (de podar), pues, el
siguiente texto:

VicisitUdEs dE lA docEnciA

Por Ricardo Salas Moreno

En la vida como docentes conocemos mucha gente. En el caso de los profesores universitarios,
en promedio asumimos tres o cuatro grupos de estudiantes de pregrado por semestre; esto sin
contar algunos grupos adicionales de postgrado, seminarios y talleres dictados a otras
instituciones educativas, participación en congresos, etc. Algunos profesores, incluso,
dictan cursos en dos y hasta tres universidades. Si sumamos el número de estudiantes que
conocemos cada semestre, y multiplicamos dicha cifra por el número de años que llevamos en la
docencia, nos daremos cuenta de que en diez, quince o veinte años de experiencia docente es
demasiada la gente que conocemos o –mejor– que nos conoce. La verdad es que para muchos
resulta imposible recordar con precisión cada rostro o cada nombre. Esto hace que los docentes,
en poco tiempo, nos convirtamos en personajes públicos.
Suele suceder que en algún centro comercial, o en el lugar menos esperado, alguien lo salude a
uno y uno no sepa de quién se trata. Cuando lo saludan a uno diciéndole “profesor”, uno por lo
menos tiene ya un indicio de que puede tratarse de un exalumno; pero muchas veces ni siquiera
ese indicio aporta el susodicho. De manera que le quedan a uno tres opciones: la primera, mantener
la conversación con la esperanza de que la persona aporte los indicios que le permitan a uno
recordar de quién se trata, es decir, lo que popularmente se llama “atar cabos”; la segunda, ser
franco y decirle a esa persona que uno no sabe de quién se trata y pedirle que se lo recuerde; y la
tercera, quedarse para siempre con la inquietud.
Una de tantas situaciones me ocurrió hace mucho tiempo en una oficina de un banco, en aquel
entonces llamado Conavi, ubicado justo en la glorieta que por la avenida Cañasgordas conduce a
la Universidad Javeriana, en Cali. Acababa yo de entrar al banco y justo cuando llegué a la fila
miré hacia atrás; venía una señora quien se ubicó detrás de mí y me saludó muy cordialmente, pero
nunca me llamó “profesor”. Yo respondí el saludo y las primeras preguntas, procurando que no
quedara en evidencia que no sabía quién era ella, pues no fui capaz de ser sincero. La señora me
preguntó: ¿Cómo le fue a la gente? Yo le respondí: “Bien”. Ella replicó: ¿Todos terminaron? Yo
le dije: “Sí, todos terminaron”. En ese momento yo no sabía realmente de quién se trataba ni por
quién me preguntaba. Pasé a la ventanilla, hice mi transacción bancaria, me di la vuelta, la miré y
me despedí. Mientras conducía de camino a casa iba haciendo grandes esfuerzos por recuperarla
de la memoria episódica; pensé que –por ser una señora– se trataba de una estudiante de postgrado,
de aquellos primeros cursos de Inglés para propósitos específicos que dicté para los postgrados de
la Facultad de salud de la Universidad del Valle, cuando yo tenía veinticinco años. Pasaron varios
días hasta que, por fin, pude recordar que se trataba de una estudiante de pregrado de la
Universidad Javeriana. La señora, de quien nunca pude recordar su nombre, había llegado de
Medellín para estudiar una de las ingenierías; era “primípara”, pero duró sólo dos o tres semanas
en clase y nunca volvió. Me temo que se sintió mal entre tantos chicos recién egresados del colegio.
Otro caso me ocurrió en el centro comercial Unicentro: caminaba yo por uno de los pasillos cuando
me percaté que de frente venía una muchacha cuya belleza llamó mi atención. Yo subía, ella
bajaba; la miré y me miró. Tamaña sorpresa me llevé cuando ella me saludó cálidamente –sin
llamarme “profesor”– y sosteniendo una maravillosa sonrisa; lo mejor de todo

fue que quiso detenerse a conversar conmigo; lo peor de todo fue que yo no me detuve. Como
de entrada no la reconocí, nunca me imaginé que ella quisiera conversar conmigo; por eso
seguí mi marcha al mismo ritmo con el que yo iba y cuando pensé que debía detenerme ya era
un poco tarde. De esto me sigo lamentando todavía. Nunca he podido saber quién era. Me
temo que era alguna estudiante de la Universidad Javeriana.
Un caso muy simpático le ocurrió a un colega mío de la Universidad Javeriana. Vale la pena
contarlo porque cuando él mismo nos lo contó, por la manera como lo contó, nos hizo reír
mucho. Dice el colega –afrodescendiente él, dicharachero, de muy buen humor– que un día
estaba haciendo fila en una calle del centro de la ciudad para entrar a cine, en una de aquellas
gigantescas salas de cine que en nuestra juventud existían en el centro de la ciudad, incluso
en algunos barrios populares. Uno hacía la fila en la calle; no como ahora que las salas de cine
son muy pequeñas y quedan en el interior de los centros comerciales. Pues bien, el colega vio
que hacia él venía una Diosa de medidas perfectas y muy económica de ropas, mostrando un
poco más de lo que ordenan los cánones. Cuenta el colega que cuando la tuvo enfrente le dijo:
“Adiós, mamacita”. Sobre la marcha, la muchacha volteó su mirada hacia él y le respondió:
“Adiós, profe”. No sabemos a ciencia cierta qué fue realmente lo que mi colega le dijo a la
muchacha, pero cuenta él que después de la respuesta se puso rojo y que no sabía dónde
meterse. Recordó él que la muchacha había sido estudiante suya cuando era apenas una niña.
Claro, las personas, y sobre todo las mujeres, cambian casi radicalmente cuando se hacen
jóvenes y adultas.
Debido a situaciones como las anteriores, y otras quizás más comprometedoras, debemos
concluir que un docente, en tanto personaje público, debe saber comportarse en los espacios
públicos. Uno nunca sabe quién lo puede estar mirando. De hecho, hay estudiantes que le
dicen a uno: “Profe, el domingo lo vi en un centro comercial” o “Profe, yo iba en el bus y lo
vi caminando por la calle 5ª”. Esto no quiere decir que los profesores no son humanos o que
no tienen derecho a tener vida sentimental o social. Un docente puede salir con su novia o con
su esposa a un cine o a una discoteca o a cualquier otro sitio de recreación, pero debe siempre
guardar compostura y tener buenos modales para evitar ser no sólo un mal modelo para sus
estudiantes sino también objeto de críticas o de burlas.

Para “podar” el anterior texto –de por sí frondoso– es necesario percatarse de que tiene no sólo
una estructura semántica sino también una estructura textual. En términos generales, podemos
decir que está constituido de una introducción en la que se presenta la idea central o macro-
proposición; seguidamente, hay una exposición de tres casos o situaciones que ilustran y sustentan
esa idea central; y finalmente hay una conclusión. Esta superestructura no debe perderse en la
“poda” del texto, es decir, no debe dejarse el cuerpo sin cabeza o sin pies, ni debe dejarse la cabeza
y los pies, sin cuerpo, a menos que el espacio que nos den para el proceso de reducción de la
información sea extremadamente limitado. Dicha superestructura debe ser una referencia
permanente en la aplicación de las macroreglas.
Una estrategia interesante, que sugerimos a los profesores, es invitar a los estudiantes a que
escriban versiones del mismo texto reducidas progresivamente a la mitad, y se puede hacer en
términos de número de renglones para lograr cierta unidad en el desarrollo del proceso. Así, por
ejemplo, si el texto anterior tiene 78 renglones, el paso siguiente será reescribirlo reduciéndolo a
39 renglones, quizás uno más o uno menos.
Veamos a continuación el mismo texto completo, en el cual vamos a señalar toda la información
que en principio deberíamos elidir o suprimir porque no resulta relevante o porque son
reiteraciones innecesarias a la hora de conservar la esencia del texto en 39 renglones:
VicisitUdEs dE lA docEnciA

Por Ricardo Salas Moreno

En la vida como docentes conocemos mucha gente. En el caso de los profesores universitarios,
en promedio asumimos tres o cuatro grupos de estudiantes de pregrado por semestre; esto sin
contar algunos grupos adicionales de postgrado, seminarios y talleres dictados a otras
instituciones educativas, participación en congresos, etc. Algunos profesores, incluso, dictan
cursos en dos y hasta tres universidades. Si sumamos el número de estudiantes que conocemos
cada semestre, y multiplicamos dicha cifra por el número de años que llevamos en la docencia,
nos daremos cuenta de que en diez, quince o veinte años de experiencia docente es demasiada
la gente que conocemos o –mejor– que nos conoce. La verdad es que para muchos resulta
imposible recordar con precisión cada rostro o cada nombre. Esto hace que los docentes, en
poco tiempo, nos convirtamos en personajes públicos.
Suele suceder que en algún centro comercial, o en el lugar menos esperado, alguien lo salude
a uno y uno no sepa de quién se trata. Cuando lo saludan a uno diciéndole “profesor”, uno por
lo menos tiene ya un indicio de que puede tratarse de un exalumno; pero muchas veces ni
siquiera ese indicio aporta el susodicho. De manera que le quedan a uno tres opciones: la
primera, mantener la conversación con la esperanza de que la persona aporte los indicios que
le permitan a uno recordar de quién se trata, es decir, lo que popularmente se llama “atar
cabos”; la segunda, ser franco y decirle a esa persona que uno no sabe de quién se trata y
pedirle que se lo recuerde; y la tercera, quedarse para siempre con la inquietud.
Una de tantas situaciones me ocurrió hace mucho tiempo en una oficina de un banco, en aquel
entonces llamado Conavi, ubicado justo en la glorieta que por la avenida Cañasgordas conduce
a la Universidad Javeriana, en
Cali. Acababa yo de entrar al banco y justo cuando llegué a la fila miré hacia atrás; venía una señora
quien se ubicó detrás de mí y me saludó muy cordialmente, pero nunca me llamó “profesor”. Yo
respondí el saludo y las primeras preguntas, procurando que no quedara en evidencia que no sabía quién
era ella, pues no fui capaz de ser sincero. La señora me preguntó: ¿Cómo le fue a la gente? Yo le
respondí: “Bien”. Ella replicó: ¿Todos terminaron? Yo le dije: “Sí, todos terminaron”. En ese momento
yo no sabía realmente de quién se trataba ni por quién me preguntaba. Pasé a la ventanilla, hice mi
transacción bancaria, me di la vuelta, la miré y me despedí. Mientras conducía de camino a casa iba
haciendo grandes esfuerzos por recuperarla de la memoria episódica; pensé que –por ser una señora– se
trataba de una estudiante de postgrado, de aquellos primeros cursos de Inglés para propósitos específicos
que dicté para los postgrados de la Facultad de salud de la Universidad del Valle, cuando yo tenía
veinticinco años. Pasaron varios días hasta que, por fin, pude recordar que se trataba de una estudiante
de pregrado de la Universidad Javeriana. La señora, de quien nunca pude recordar su nombre, había
llegado de Medellín para estudiar una de las ingenierías; era “primípara”, pero duró sólo dos o tres
semanas en clase y nunca volvió. Me temo que se sintió mal entre tantos chicos recién egresados del
colegio.
Otro caso me ocurrió en el centro comercial Unicentro: caminaba yo por uno de los pasillos cuando me
percaté que de frente venía una muchacha cuya bellaza llamó mi atención. Yo subía, ella bajaba; la miré
y me miró. Tamaña sorpresa me llevé cuando ella me saludó cálidamente –sin llamarme “profesor”– y
sosteniendo una maravillosa sonrisa; lo mejor de todo fue que quiso detenerse a conversar conmigo; lo
peor de todo fue que yo no me detuve. Como de entrada no la reconocí, nunca me imaginé que ella
quisiera conversar conmigo; por eso seguí mi marcha al mismo ritmo con el que yo iba y cuando pensé
que debía detenerme ya era un poco tarde. De esto me sigo lamentando todavía. Nunca he podido saber
quién era. Me temo que era alguna estudiante de la Universidad Javeriana.
Un caso muy simpático le ocurrió a un colega mío de la Universidad Javeriana. Vale la pena contarlo
porque cuando él mismo nos lo contó, por la manera como lo contó, nos hizo reir mucho. Dice el colega
–afrodescendiente él, dicharachero, de muy buen humor– que un día estaba haciendo fila en una calle
del centro de la ciudad para entrar a cine, en una de aquellas gigantescas salas de cine que en nuestra
juventud existían en el centro de la ciudad, incluso en algunos barrios populares. Uno hacía la fila en la
calle; no como ahora que las salas de cine son muy pequeñas y quedan en el interior de los centros
comerciales. Pues bien, el colega vio que hacia él venía una Diosa de medida perfecta y muy económica
de ropas, mostrando un poco más de lo que ordenan los cánones. Cuenta el colega que cuando la tuvo
enfrente le dijo: “Adiós, mamacita”. Sobre la marcha, la muchacha volteó su mirada hacia él y le
respondió: “Adiós, profe”. No sabemos a ciencia cierta qué fue realmente lo que mi colega le dijo a la
muchacha, pero cuenta él que después de la respuesta se puso rojo y que no sabía dón-
de meterse. Recordó él que la muchacha había sido estudiante suya cuando era apenas una
niña. Claro, las personas, y sobre todo las mujeres, cambian casi radicalmente cuando se hacen
jóvenes y adultas.
Debido a situaciones como las anteriores, y otras quizás más comprometedoras, debemos
concluir que un docente, en tanto personaje público, debe saber comportarse en los espacios
públicos. Uno nunca sabe quién lo puede estar mirando. De hecho, hay estudiantes que le
dicen a uno: “Profe, el domingo lo vi en un centro comercial” o “Profe, yo iba en el bus y lo
vi caminando por la calle 5ª”. Esto no quiere decir que los profesores no son humanos o que
no tienen derecho a tener vida sentimental o social. Un docente puede salir con su novia o con
su esposa a un cine o a una discoteca o a cualquier otro sitio de recreación, pero debe siempre
guardar compostura y tener buenos modales para evitar ser no sólo un mal modelo para sus
estudiantes sino también objeto de críticas o de burlas.

Señalar la información poco relevante significa que de manera paralela seleccionamos el resto
de la información. Son dos operaciones realmente intrínsecas o interdependientes. No es necesario
–quizás no sea posible ni deseable– aplicar por separado cada una de las operaciones de reducción
de la información. Además de elidir información, la información que queda reclama ciertos ajustes
que se resuelven a través de las operaciones de integración y generalización; el mismo hecho de
que no se conserva la concordancia gramatical o la corrección sintáctica al unir los cortes o los
fragmentos restantes nos lleva a modificar ciertas proposiciones para producir otras nuevas.
Veamos cómo quedaría la nueva versión del anterior texto:

VicisitUdEs dE lA docEnciA

Por Ricardo Salas Moreno

En la vida como docentes conocemos mucha gente. Si sumamos el número de estudiantes que
conocemos en la universidad cada semestre, nos daremos cuenta de que es demasiada la gente
que conocemos en el número de años que llevamos en la docencia. Esto hace que los docentes
nos convirtamos en personajes públicos.
En el lugar menos esperado, alguien lo saluda a uno y uno no sabe de quién se trata. Cuando lo
saludan a uno diciéndole “profesor”, uno tiene ya un indicio de que puede tratarse de un
exalumno; pero muchas veces ni siquiera ese indicio aporta el susodicho. De manera que le
quedan a uno tres opciones: la primera, mantener la conversación con la esperanza de que la
persona aporte los indicios que le permitan a uno recordar de quién se trata; la segunda, ser franco
y decirle a esa persona que uno no sabe de quién se trata; y la tercera, quedarse con la inquietud.
Una de tantas situaciones me ocurrió hace mucho tiempo en un banco: una señora me saludó
muy cordialmente, pero nunca me llamó “profesor”. Yo respondí el saludo y las primeras
preguntas, procurando que no quedara en evidencia que no sabía quién era ella. Pasé a la
ventanilla, hice mi transacción y me despedí. Pensé que se trataba de una estudiante de
postgrado. Pasaron varios días hasta que pude recordar que se trataba de una estudiante de
pregrado de la Universidad Javeriana. La señora, de quien nunca pude recordar su nombre,
estudiaba una de las ingenierías, pero duró sólo dos o tres semanas en clase y nunca volvió.
Otro caso me ocurrió en un centro comercial: caminaba yo por uno de los pasillos cuando me
percaté que de frente venía una muchacha cuya belleza llamó mi atención. Ella me saludó
cálidamente –sin llamarme “profesor”– y sosteniendo una maravillosa sonrisa; lo mejor de
todo fue que quiso detenerse a conversar conmigo, pero yo no me detuve. Como no la
reconocí, seguí mi marcha y cuando pensé que debía detenerme ya era un poco tarde. De esto
me sigo lamentando todavía. Me temo que era alguna estudiante de la Universidad Javeriana.
Un caso muy simpático le ocurrió a un colega mío. Dice el colega que un día estaba haciendo
fila en una calle para entrar a cine cuando vio que venía una Diosa de medidas perfectas,
mostrando un poco más de lo que ordenan los cánones. Cuando la tuvo enfrente le dijo:
“Adiós, mamacita”. La muchacha le respondió: “Adiós, profe”. Cuenta él que después de la
respuesta se puso rojo y que no sabía dónde meterse. Recordó que la muchacha había sido
estudiante suya cuando era una niña.
Debido a situaciones como las anteriores, debemos concluir que un docente, en tanto personaje
público, debe saber comportarse en los espacios públicos. Uno nunca sabe quién lo puede
estar mirando. Esto no quiere decir que los profesores no son humanos Un docente puede salir
con su novia o con su esposa a cualquier sitio de recreación, pero debe guardar compostura y
tener buenos modales.

Como podemos ver, en esta segunda versión, reducida a la mitad, no es fundamental mantener
la precisión sobre el caso de los profesores universitarios, pues no se trata de un asunto exclusivo
de éstos sino que es común a todos los docentes de todos los niveles de la educación. Así mismo,
no es necesario decir que tal hecho ocurrió “en una oficina de un banco”; basta con decir “en un
banco”. Tampoco resulta importante decir el nombre del banco ni dónde estaba ubicado, como no
es necesario decir dónde trabajaba el colega ni decir que era afrodescendiente, dicharachero y de
muy buen humor. Es apenas natural e ineludible que en la medida en que se nos restringe el espacio
para producir síntesis, nos vemos obligados a desarrollar procesos de generalización.
En la siguiente versión, también reducida a la mitad, veremos que las estructuras formales de la
lengua tienen que ceder ante la necesidad de hacer transformaciones mayores para lograr producir
síntesis. Se trata ahora de integrar o vincular información y de ampliar el grado de generalización.
Veamos cómo podría quedar esta nueva versión:

VicisitUdEs dE lA docEnciA

Por Ricardo Salas Moreno

En la vida como docentes conocemos tanta gente a lo largo de los años de experiencia que
nos convertimos en personajes públicos.
En el lugar menos esperado, alguien lo saluda a uno y uno no sabe de quién se trata. De manera
que le quedan a uno tres opciones: esperar a que la persona aporte los indicios para recordarla;
ser franco y decirle que uno no la recuerda; y quedarse con la inquietud.
Alguna vez, en un banco, una señora me saludó y yo le respondí sin saber quién era ella.
Pasaron varios días hasta que pude recordar que se trataba de una estudiante de pregrado de
la Universidad Javeriana.
En otra ocasión, en un centro comercial, fue una hermosa muchacha quien me saludó
cálidamente, sosteniendo una maravillosa sonrisa; quiso detenerse a conversar conmigo pero,
como no la reconocí, seguí mi marcha, de lo cual me arrepiento todavía.
Un caso muy simpático le ocurrió a un colega mío. Dice el colega que un día estaba haciendo
fila para entrar a cine cuando vio que venía una mujer de medidas perfectas. Éste le lanzó un
piropo y la muchacha le respondió: “Adiós, profe”. Cuenta él que no sabía dónde meterse de
la vergüenza que sintió.
Por todo lo anterior, podemos concluir que un docente, en tanto personaje público, debe saber
comportarse en los espacios públicos. Un docente debe guardar compostura y tener buenos
modales.
Vemos, pues, que se mantiene la superestructura1 y la macroestructura del texto, y que se hace
cada vez más necesario acudir a estrategias discursivas y lingüísticas para depurarlo y conservar
la esencia del mismo. Veamos ahora una nueva reducción a la mitad de esta última versión:
VicisitUdEs dE lA docEnciA

Por Ricardo Salas Moreno

Debido a que los docentes conocemos mucha gente durante los años de experiencia, nos volvemos
personajes públicos. En el lugar menos esperado, alguien lo saluda a uno y uno no sabe de quién
se trata. Me ocurrió en un banco cuando una señora me saludó y yo le respondí sin saber quién
era ella. En otra ocasión, en un centro comercial, fue una hermosa muchacha quien me saludó
cálidamente y quiso detenerse a conversar conmigo; como no la reconocí, yo no me detuve. Un
caso muy simpático le ocurrió a un colega mío: mientras hacía fila para entrar a cine, vio a una
mujer de medidas perfectas; éste le lanzó un piropo y la muchacha le respondió: “Adiós, profe”.
En conclusión, un docente debe saber comportarse en los espacios públicos; debe guardar
compostura y tener buenos modales.

Esta versión ya no resiste la organización por párrafos. El nivel de integración y de generalización


aumenta. Pasemos ahora a una nueva reducción a la mitad:

VicisitUdEs dE lA docEnciA

Por Ricardo Salas Moreno

Debido a que conocemos mucha gente, los docentes somos personajes públicos. En el lugar
menos esperado –un banco, un centro comercial, haciendo una fila– algún exalumno lo saluda a
uno y uno no sabe de quién se trata. Por eso, un docente debe saber comportarse en los espacios
públicos; debe guardar compostura y tener buenos modales.

En esta versión ya no hay lugar para referirse con detalle a cada una de las situaciones que
sustentan la idea central. Veamos ahora a qué quedamos obligados cuando nos piden que
reduzcamos esta versión a la mitad:

VicisitUdEs dE lA docEnciA

Por Ricardo Salas Moreno

Los docentes somos personajes públicos. Algún exalumno lo saluda a uno y uno no sabe de quién
se trata. Por eso, un docente debe saber comportarse en los espacios públicos.
Finalmente, si nos tocara reducir esta versión a la mitad, deberíamos salvar lo siguiente:

1
En la Unidad II de este módulo explicaremos con detalles la noción de superestructura.
VicisitUdEs dE lA docEnciA

Por Ricardo Salas Moreno

Por ser personajes públicos, los docentes deben saber comportarse en público.

Más que conservar el tema o tópico, se trata aquí de salvar la idea central y la conclusión. Para
que haya sentido, debe haber predicación; no es suficiente con una construcción nominal.

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