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EL PERIODO CONSERVADOR DE LOS 30 AÑOS

Conocida por los “30 Años”, esta era abarca desde las dos administraciones del
caudillo militar Tomás Martínez (1858-1862 y 1863-1867) hasta 1893, año de la
revolución liberal. Durante este lapso se fundó la república, frustrada en la primera
mitad del siglo XIX debido a las guerras intestinas, tras la intrusión filibustera y
devastadora de William Walker (1855-57). Nicaragua, entonces, tenía un poco
menos de 300 mil habitantes y era regida por la constitución de 1858, la de mayor
vigencia hasta ahora: 35 años. También, a través del concordato con la Santa
Sede en 1862, se aseguraba una relación armónica con la Iglesia católica.

Todo ello lo sustentaba un consenso nacional entre las élites de León y Granada,
con el predominio de esta; de ahí se haya definido como patriarcal. Así se dio un
fenómeno político no repetido aún: la sucesión, cada cuatro años, de seis
presidentes de la república: Fernando Guzmán en 1867, Vicente Quadra en 1871,
Pedro Joaquín Chamorro Alfaro en 1875, Joaquín Zavala en 1879, Adán Cárdenas
en 1883 y Evaristo Carazo en 1887. Es decir, una evidente gobernabilidad que, en
la práctica, prescindió de la relección y consideró “crimen de usurpación” —como lo
prescribía la Carta Magna del 58— todo intento de acceder al poder por otras vías
que no fuera la constitucional.

En cuanto al desarrollo, resultó integral. Con el fortalecimiento de una decadante


base colonial —el control de la mano de obra para la agricultura— fue impulsado el
cultivo del café, llegando el país a insertarse con plenitud en el mercado capitalista
mundial y la sociedad a funcionar económicamente. Se reorganizó la Hacienda
Pública, se cancelaron varias deudas externas, se fundaron los primeros bancos y
se emitieron las primeras monedas y los primeros billetes nacionales.

Las leyes, códigos, reglamentos y tarifas establecieron la superestructura jurídica


necesaria. He aquí, entre otros muchos, tres ejemplos: la ley que declaró gratuita
y obligatoria la enseñanza primaria (1877), el registro conservatorio de bienes
raíces (también de 1877) y la Moral militar o libro de los deberes del soldado
(1878).

La transformación operada se advirtió especialmente en las obras de


infraestructura, modernas para la época: el agua por cañería en las ciudades, la
navegación a vapor en los dos lagos, el cable submarino, el telégrafo, el teléfono
y, sobre todo, el ferrocarril, financiado por los fondos propios del Estado e iniciado
en el Puerto de Corinto.
En el aspecto cultural, se fundó la Biblioteca Nacional en 1882, se promovió la
enseñanza a todos los niveles —entre ellas la nocturna para obreros— y el
pluralismo ideológico (en 1881 fueron expulsados los jesuitas,
entonces ultramontanos). Fue consagrado como principio y práctica permanente
la irrestricta libertad de prensa. Surgieron los diarios a partir de 1884. Al mismo
tiempo, con la productividad y el mercado interno, crecieron las ciudades y
comenzó a modificarse la rígida estratificación social.

En fin, se logró una estabilidad digna de cualquier sociedad civilizada coetánea,


cuando la participación política se restringía a los estratos altos y en las elecciones
no se votaba en forma directa, sino indirectamente, como hoy en los EE.UU. Las
acciones de los gobernantes tendían a ser abiertas, diáfanas, públicas y legales, es
decir, apegadas a la constitución. La honradez, o probidad, les caracterizaba, como
también la moderación, sin dejar de ser pragmáticos.

Desde luego, la era puede calificarse de oligárquica, ya que sus gobernantes eran
cabezas de clanes principales y, excepto Quadra y Cárdenas, con grados militares
adquiridos en la guerra nacional antifilibustera. Por lo mismo mantenía relaciones
de clase y de amistad, aparte de familiares. El presidente Martínez escogió como
sucesor a Fernando Guzmán, tío de su esposa Gertrudis Solórzano; y Chamorro
Alfaro a su socio Joaquín Zavala (sus intereses económicos y financieros estaban
mancomunados en la compañía Chamorro y Zavala). Guzmán optó por su gran
amigo Vicente Quadra, y Adán Cárdenas por su coterráneo de Rivas Evaristo
Carazo, casado respectivamente con dos primas hermanas de apellido Hurtado:
María Asunción y Engracia.

No sin pugnas internas entre sus círculos y fracciones locales e interlocales, el


patriciado progresista de los “30 Años” conformaban sus gobiernos con elementos
de las diferentes regiones del país (e incluso de ambos partidos). O sea:
conciliaban los intereses regionales, práctica descontinuada por el sucesor del
presidente Carazo y que condujo al fin de la era conservadora de Nicaragua en el
siglo XIX, reconocida por José Martí y otros contemporáneos notables.

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