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El Duende

Clarisa Cruz Sobarzo

Clarisa Cruz Sobarzo


clarisa2286@hotmail.com
3319857912

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Propuesta para cinco actores, o tal vez más. Para ellos, los actores, que a su vez darán
vida a los personajes.

Personajes:

MICA
OTTO
BLANDINO
DON GENO
CASTO
GIL
CHUCHO
VICTORIA
EL GEPPETTO
NORMA
FILEMÓN
EL OSO

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Prólogo

Es 1979. Un cuarto pequeño, descuidado. Una mesa, una silla y los restos de lo que
podría ser un taller de impresión. Hay también un colchón en el suelo. Basura, colillas de
cigarro y planchas metálicas de diferentes tamaños por todas partes. Un teléfono sobre
la mesa. En un tocadiscos, suena Venus de Shocking Blue; se interrumpe
constantemente y vuelve a comenzar. Otto, sentado en el colchón, talla una plancha con
un cincel pequeñito y tararea la canción. Las manos le tiemblan y están lastimadas. Talla.

OTTO: Es cuestión de detalles. Simples detalles. Detalles, duendecito… detalles…


(Compara las planchas, las cambia. Sigue tallando. Canta.) Paciencia. El secreto de todo
falsificador. Eso dicen, todo en esta vida es cuestión de pa-ci-en-cia. Paciencia. (Suena
el teléfono.) Bueno... diga... ¡Bueno! (Cuelga el teléfono; antes de que se siente, el
teléfono vuelve a sonar. Contesta.) ¡Bueno!... Sí, sí vive aquí. Soy yo. ¿Quién habla?...
¿Quién eres?... Eres... eres... Yo... yo no... (Cuelga el teléfono. Se sienta y vuelve a tallar,
desesperadamente. El teléfono vuelve a sonar. Contesta.) Tú... ¿Eh?... ¡Eres tú!, estás
vivo, ¿eh? ¿Nadie te mató? ¡Eres un héroe! Pero no importa, ¿sabes?, porque... ¿Yo?...
Sí... sí... Qué es... ¿Bueno?... ¿bueno?... Duende.

Cuelga el teléfono. Se sienta en el colchón y empieza a reír. Ríe. La música sigue


sonando.

Capítulo 1. Blandino

––Ese día llegó el mero mero petatero a Tolcayuca.


––Un calorón de aquellos, pero llegó bien trajeado.
––Estaba en campaña por las próximas elecciones presidenciales.
––Era 1973.

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––Se paró en lo alto para que lo vieran.
––Y aventó su discurso casi presidencial.
––Ese día Blandino y su abuelo lo vieron desde la plaza.
––Blandino, mejor conocido por todos como El Duende.
––Por ser casi enano y tener las orejas desproporcionadamente grandes.
––Se abrió paso entre la multitud emocionada.
DON GENO: ¡Shhtt, no! No se quite el sombrero, muchacho. Déjeselo. Ora, levante bien
la cabeza. Más. Le digo que levante bien la cabeza. ¡Más, le digo!
EL DUENDE: ¿Así?
DON GENO: ¡Eso! Así mero, sin miedo. Ora párese derecho. Ándele, así, bien derechito.
¡Que no se agache!, derecho, le digo. Vea pal frente. Véalo bien, ¿lo está viendo?
EL DUENDE: Sí.
DON GENO: ¿Sí, qué?
EL DUENDE: Sí, señor.
DON GENO: Eso, véalo bien
EL DUENDE: Lo estoy viendo.
DON GENO: ¿Lo estoy viendo, qué?
EL DUENDE: Lo estoy viendo, señor.
DON GENO: Pare bien las orejotas, esas tan grandotas que tiene, y óigame bien. Como
ése que ve ahí tan trajeado y muy peinado, hablando con palabras elegantes, como ése
he visto desfilar muchos por aquí. Y a la misma bola de lamehuevos aplaudiéndole la
gracia y agachando las cabezas. Pero yo nunca me he quitado el sombrero por nadie que
no se lo merezca ni ando agachándole la cabeza a cualquier pelado hocicón de ésos,
quesque muy poderoso. Aunque digan que estoy loco, yo no estoy loco, muchacho.
EL DUENDE: No, señor.
DON GENO: Sólo ando con la jeta levantada, como me enseñó mi padre y como le enseño
yo a usté. Porque usté no es menos que nadie, ni más tampoco. Nomás acuérdese de
eso. No ande por la vida viéndose los huaraches. Vea pa adelante. Siempre adelante,
que así no pierde uno el camino. ¿Me oyó?
EL DUENDE: Sí, señor.
DON GENO: Ta bueno, pues.

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––Y volvió a clavar la mirada en el hombre que manoteaba en la plaza.
––Don Genobebo, don Geno, para los cuates, es el abuelo de El Duende.
––Ese don Geno luchó en la Revolución del lado del mismísimo Zapata.
––Bueno, no a su lado, pero era de los de su bando.
––Se fue siguiendo a su único amigo una noche de lluvia.
––La noche que murió Dorotea.
––Su madre.
CASTO: Pégate con nosotros, Geno.
DON GENO: Nombre, Casto, yo de aquí no me muevo.
CASTO: Si nos traen como burros y nomás nos alcanza pa frijolear, y a veces ni eso.
DON GENO: Pues sí, nos traen peor que a burros, pero no puedo, Casto.
CASTO: Mira Genobebo, doña Dorotea, que en paz descanse, ya está más que enterrada.
Ni que porque te quedes vaiga a resucitar de entre los muertos.
DON GENO: No, pos no. Eso no.
CASTO: ¿Entonces, Genobebo? Porque la tierra es de quien la trabaja, Geno, es nuestra.
DON GENO: ¡Ah chinga! Y ora nuestra.
CASTO: Ven para que los oigas tú con tus mismas orejas: tierra, agua, justicia y libertad.
Nomás óyelos y luego me dices.
DON GENO: No, pos si sí les creo, y además no me faltan ganas de partir uno que otro
hocico por ahí.
CASTO: ¡No te digo, pues!, Ándale, ya no le pienses tanto y vámonos.
––Rápido se corrió el rumor de los jefes que estaban reclutando hombres.
––Y estalló la lucha.
––La lucha de los campesinos.
––Liderados por otro campesino de Morelos, Emiliano Zapata.
––Esa noche, don Geno se despidió de su madre y agarró camino.
––Así empezó.
DON GENO: ¡Viva mi general Zapata, jijos de su tal por cuál! Tenía yo diecisiete años y
muchas ganas de partir hocicos. Y cuando ya no se tiene nada que perder, ni amores que
lo amarren... Pos que agarro machete y sombrero, ¡y vámonos! Andábamos levantando
polvo, movidos por eso que uno trae dentro, como unas ganas de gritar bien fuerte pero

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no sale nada de la boca; decían por ahí que íbamos matando animales y robando
mujeres.
EL DUENDE: ¿En serio?
DON GENO: ¡Pues no, baboso! Pura mala fama que nos querían hacer. Si en los pueblos
nos recibían bien, por eso pueblos enteros se pegaron con nosotros. Bueno, nos
metíamos a uno que otro congal, porque con algo hay que llenar el buche, estirar las
piernas; uno tiene sus necesidades, pues, ¿o no?
EL DUENDE: Pos eso sí.
DON GENO: La cosa se puso bien dividida, unos por aquí y otros ya andaban por allá.
Todos aferrados, todos para ganar. Nosotros seguíamos fuertes, ¡agarrados a nuestra
lucha! Hasta que...
EL DUENDE: ¡Se desgraciaron al general!
DON GENO: ¡Ah chinga! Ora resulta que el revolucionario eres tú. ¿O qué?
EL DUENDE: Pos esa parte ya me la había contado
DON GENO: Pues sí, lo dejaron bien agujereado, se le dejaron ir feo, a lo vil puerco. Pero
ya dice el dicho: al que obra mal, se le pudre el tamal... ¿me oíste?
EL DUENDE: Sí.
DON GENO: ¿Sí, qué?
EL DUENDE: Sí, señor.
––Fue una lucha dolorosa y sangrienta.
––Años de alianzas y traiciones, de triunfos y derrotas.
––Tiempos de furia y esperanza.
––Hubo miedo, hambre y muerte.
––Y los nombres de los caídos y los olvidados que flotaban entre el polvo de los montes.
––Muerto Zapata, la lucha de los campesinos se fue disipando.
––Más de tres millones y medio de campesinos siguieron trabajando las tierras de otros,
en las peores condiciones y con la misma paga miserable.
––Entre ellos, don Geno.
––Poco a poco los campesinos tuvieron que dejar las armas y regresar a su realidad.
––Tratar de sobrevivir como mejor pudieran.
––Don Geno optó por pasarse la resignación con tragos de pulque.

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––En El Triunfo, la pulquería del pueblo.
DON GENO: Ponme otro, Casto.
CASTO: Ya estás bueno, Genobebo.
DON GENO: Tú ponme otro, Casto. Por mi general Zapata.
CASTO: Ta bueno, pero uno nomás.
DON GENO: Todos le decían que no fuera, Casto, que ese tal Guajardo no era de fiar.
CASTO: Pos sí, pero a lo que ya pasó ni qué hacerle, Genobebo.
DON GENO: Paraditos ahí los pelados esos, quesque para hacerle honores y bien
escondida traían la metralla...
CASTO: Ya es hora de que te olvides de todo eso, Geno. A como están las cosas y tú
nomás echándole mal salto a la reata, Geno... ¿Geno?... ¿Geno?... ¡Genobebo, pues! Ve
nomás, si ya andas bien fumigado.
DON GENO: Sí, ora sí. Ora sí ya estoy bueno, pues.
––Todas las noches salía del Triunfo y caminaba por el pueblo cantando corridos y
gritando consignas revolucionarias.
––¡Que ya andas de revolucionario, pinche Genobebo!
––¡A chingar a su puta madre!, les contestaba don Geno.
––Y arrastraba los huaraches hasta llegar a su puerta.
––Ese día que el mero mero fue a visitar el pueblo, lo vieron desde la plaza, entre la
multitud.
––Don Geno lo miraba bien fijo, casi ni parpadeaba.
––Los ojos le brillaban, respiraba agitadamente.
––Así, como si quisiera gritar bien fuerte pero no le saliera nada de la boca.
––El futuro presidente se despedía del pueblo rodeado de guaruras, entre música y
aplausos.
––Los hombres le hacían reverencia y las mujeres y los niños le besaban la mano.
––Se fue, y la plaza quedó vacía.
––Pero don Geno seguía ahí.
––Mirando fijo.
––Esperó la noche y se fue a El Triunfo, como siempre.
––¡Que ya andas de revolucionario, pinche Genobebo!

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––Pero nadie contestó.
––Unos dice que lo vieron caminar y caminar hasta que se perdió en el monte.
––El Duende lo buscaba, corría con todas sus fuerzas.
––Casto lo detuvo casi llegando a la cima.
CASTO: ¡Espérate, muchacho! Tranquilo. Cálmate, ya va a aparecer. Ya sabes cómo es
ese Genobebo, seguro anda contando sus historias por ahí. Si no aparece hoy, mañana
lo hallamos.
EL DUENDE: No lo encuentro, Casto. No está.
CASTO: ¡Ya, muchacho! Te digo que sí aparece, no lo conociera yo.
EL DUENDE: Siento eso, Casto. Eso mismo.
CASTO: ¿Qué, muchacho?
EL DUENDE: Como si quisiera gritar bien fuerte pero no me sale nada de la boca.
––Se quedó en silencio mirando a Casto.
––Y se desplomó.
––¡Ya sal de donde andes, Genobebo!
––Pero don Geno nunca apareció.
––O nunca regresó.
––Esa noche quien entró a El Triunfo fue El Duende.
––Buenas, mi orejón.
––Lo recibió el Gil, un lamehuevos profesional.
––El prestamista del pueblo.
EL DUENDE: Buenas.
GIL: Ya me enteré, mi Duende. Es una pena no ver más a Genobebo por aquí, hasta lo
vamos a extrañar, vaya. ¿Un pulquito?
EL DUENDE: No, gracias.
GIL: Anímate, mi Blandino. Igual y al rato aparece.
EL DUENDE: Igual.
GIL: Ya ves que está bien loco con sus cosas esas de la Revolución, o igual nomás se
quiso ir, como Micaela.
EL DUENDE: Igual.
GIL: ¿A poco no has sabido nada de Micaela?

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EL DUENDE: No. Nada.
GIL: Y ora el viejo, nombre mi orejón, no cabe duda que el que nace pa tamal del cielo le
caen las hojas, vaya. Entonces qué, ¿te invito uno? Pa que te animes.
EL DUENDE: No, gracias, así estoy bien.
GIL: Ah qué mi Duende tan rejego, lástima que no saliste igual de borracho que el loco
ese de Genobebo. Pero a la próxima piénsale más antes de rechazarme un trago, no
vaya a ser que tú también desaparezcas. Ese viejo pendejo de tu abuelo quería tierra, y
a mí se me hace que ya le dieron su tierra pero a montones pa que lo entierren.
––El estómago se le hizo un nudo.
––Sentía las gotas de sudor que le escurrían por la frente.
––Apretó los puños.
––¡Órale sáquese a la chingada, pinche indio pata rajada!
––Ya iba de salida, cuando lo vio.
––Un machete recargado junto a la puerta.
––Y ahí estaba el Gil
––Carcajeándose.
––Atragantándose el pulque que traía en la mano.
––Y El Duende ni lo pensó.
––Un machetazo seco en la puritita espalda.
––Silencio.
––Como si de repente el tiempo se detuviera.
––Un grito de dolor.
––Y corrió, corrió para donde pudo.
––El Gil no tardó mucho en jurar que tomaría venganza.
––Y en ofrecer una recompensa a quien le llevara al Duende vivito y coleando.
––Y El Duende no tardó mucho en hacer lo único que podía hacer.
EL DUENDE: Me chingué al Gil, Casto.
CASTO: Nombre, a poco crees que lo mataste, muchacho.
EL DUENDE: ¿No?
CASTO: Si apenas le hiciste una cortadita, ya hasta anda ofreciendo una recompensa por
ti.

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EL DUENDE: ¿Una recompensa?
CASTO: Así como lo oyes. Mejor vete, muchacho, vete lejos.
EL DUENDE: ¿Adónde?
CASTO: A donde sea, aquí no hay ni pa´lante ni pa´trás.
EL DUENDE: ¿Y tú?
CASTO: ¿Yo qué?
EL DUENDE: No sé.
CASTO: Yo aquí me quedo, pero tú todavía tienes tiempo. Búscate otra vida, muchacho,
una mejor que ésta. Órale, pélate muchacho.
––Y se peló.
––Un puño de dinero que Casto sacó de debajo de un ladrillo.
––El recuerdo de su abuelo.
––Y un listón de Micaela.
––La única mujer que El Duende había amado en su corta vida.
––Eran su equipaje.
––Enfrente, el camino de piedras que se iluminaba con la luz de la luna.
––Y atrás, la silueta de Casto que se perdía entre la oscuridad.
––No sabía exactamente a dónde iba.
––Pero de lo que sí estaba seguro es de que nunca regresaría.

Capítulo 2. Mica

EL DUENDE: ¡Shhh!, cállate... cállate poquito, ¿los oyes?


MICA: ¿Qué?
EL DUENDE: Los grillos. Silban. A ver, ora cierra los ojos... ¿los oyes?
MICA: ¡Ya!, ya los oigo.
EL DUENDE: Quédate así, con los ojos cerrados... Ora ábrelos grandotes, y dime cuántas
estrellas miras.
MICA: ¡Uy, un montonal!, miro un montón de estrellas.
EL DUENDE: ¿Hasta veinte?

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MICA: Más de veinte. Miro todas las estrellas hasta donde puedo mirar.
EL DUENDE: Mi abuelo dice que todas esas estrellas que miras, son todas las almas que
se fueron del mundo y se quedaron con muchas ganas de vivir. En la noche las sueltan
para que se asomen y puedan ver para acá, aunque sea a oscuras.
MICA: Y a poco nos alcanzan a ver.
EL DUENDE: Pos sí. Bien pequeñitos, pero nos ven. Hasta a mí que estoy bien sotaco me
alcanzan a ver.
MICA: ¿Y esas de allá, por qué brillan más?
EL DUENDE: Pues porque quieren que las veas más.
MICA: Ha de ser mi mamá, entonces. Yo creo que quiere que la vea.
––Se recargó en su hombro.
––Y se quedaron en silencio mirando la estrella que más brillaba.
––Micaela había dedicado toda su vida a su padre hasta el día que conoció al Duende.
––Todos los días esperaba a que anocheciera para verse en secreto cerca del río.
––Adivinaban las estrellas.
––Y él le contaba historias mientras le acariciaba el cabello.
––Así pasaban los días.
––Pero uno de esos días, Micaela llegó a su casa para encontrarse ahí a Gil, el
prestamista, sentado junto a su padre.
––Su padre le debía dinero desde hacía bastante tiempo y el Gil le propuso la solución
perfecta para finiquitar su deuda.
––Estaba seguro de que Micaela valía lo suficiente para que quedara libre de culpas, y
el negocio se hizo.
––Esa noche El Duende no tuvo a quién contarle sus historias en secreto.
––Micaela estaba segura de que el muchacho no la dejaría ahí.
––Pero el Gil se aseguró de que al Duende no le quedaran ganas de preguntar más por
su amada.
––¿Adónde con tanta prisa, Duendecito?
––Así le frenó el paso uno de los chuchos del Gil que le salió a medio camino.
––Los chuchos, así eran conocidos los achichincles del Gil.
CHUCHO: ¿Andas estrenando huaraches, mi Duende? O por qué tanto brinco, entonces.

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EL DUENDE: Tengo prisa, nomás.
CHUCHO: ¿Ah, sí? A mí se me hace que andas buscando algo.
EL DUENDE: Ya te dije que traigo prisa.
CHUCHO: O alguien. Porque por ahí dicen que andas preguntando por Micaela.
EL DUENDE: Pos sí. Si dicen bien por ahí, ando buscando a Micaela y la voy a encontrar.
CHUCHO: ¡Ah, mira nomás! No, pos si saliste muy jetudo, chingado orejón. Pero para que
veas te vamos a dar una ayudadita en tu búsqueda. Un recado que te manda mi patrón,
aunque para decir mejor son tres, el primero es por preguntón, el segundo por pendejo...
––Y el último por hocicón.
––Tres trancazos le metieron.
––Bien madreado lo dejaron, tirado a medio camino.
––Aunque esa noche no fue el único al que madrearon.
––El Gil había preparado una velada romántica para dar la bienvenida a su nueva
adquisición.
––Se enteró del gusto de Micaela por mirar las estrellas.
––Esa noche había un cielo particularmente claro y estrellado.
––Y el prestamista no pudo dejar pasar la ocasión.
GIL: Ve nomás, Micaela, esta chulada de cielo. Bien lleno de estrellas, vaya. ¿Te gusta?...
¿eh?
MICA: Sí, señor.
GIL: No me digas señor, Micaela. Mira, te traje pa que veas este cielo tan bonito. ¿Qué,
a poco no te gusta ver las estrellas? Velas entonces... ¡que las veas te digo!
MICA: Sí, señor.
GIL: ¡Que no me digas señor, Micaela! Ah qué Micaela, vaya. Qué esta vida tan jija de la
chingada ¿eh?... Dime tú si no es una verdadera jija de la chingada... Pero qué vas a
saber tú de esto. Mira nomás pa donde te aventó la vida, Micaela. Micaela tan chula. Qué
suerte tienes... qué suerte tienes, Micaela. Suerte de haber caído aquí, ¿eh? ¿A poco no
eres bien suertuda?
MICA: Sí, señ…Sí, sí soy.
GIL: Eso, pos sí. Bien suertuda. Te voy a decir algo, Micaela, para que sigas siendo tan
suertuda, tienes que meterte bien en la cabeza que ahora me perteneces a mí, nomás a

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mí. Así que mejor olvídate del indio ese de tu padre y más olvídate del huarachudo, orejón
y pendejo ese del Duende. Ora eres mía, así como mis vacas, y mis puercos y mis
gallinas, y nomás vas a hacer lo que yo te diga, nomás eso. ¿Entendiste, Micaela? Qué
bueno que entendiste. Acérquese, pues.
––El Gil le apretó el cuello tan fuerte, que los ojos parecían salirse.
––Luego la besó, sudando a chorros, le mordió lo senos y con los dedos le abrió el sexo.
––Para después penetrarla hasta que ya no pudo más.
––Hasta que se agotó.
––Se subió los pantalones y se fue.
––Si hubiera sabido que a unos metros de ella, El Duende intentaba avanzar casi
arrastrándose, molido por los trancazos.
––Bajo las mismas estrellas.
––Si hubiera sabido.
––Pero como dicen, el hubiera no existe, así que lloraron solos cada uno su desgracia.
––Micaela no podía sacarse a Blandino del pensamiento, ni aguantar la nueva vida que
Gil le ofrecía.
––Varios días planeó escaparse.
––Estudió los horarios de llegada y salida del Gil y sus chuchos.
––Preparó un pequeño equipaje.
––Y una noche saltó la barda y corrió, corrió lo más rápido que pudo.
––Se fue en busca de la capital, de la gran ciudad.
––Micaela sabía que la capital era más grande que el pueblo, pero nunca se imaginó
aquello que vio.
––Tiempo atrás, Teresita del Niñito Jesús, conocida como Niña Chuy, había dejado el
pueblo para irse a la capital a trabajar como sirvienta.
––En una de sus visitas a Tolcayuca, Niña Chuy le regaló a Micaela una fotografía
instantánea donde se la podía ver rodeada de la familia para la que trabajaba.
––El padre, la madre y un niño gordo, que parecía estar más a fuerzas que por gusto
dentro de la imagen, abrazaba una pelota.
––Atrás de la fotografía estaba escrito.
––Una nueva vida, nuestra casa en Edimburgo. Colonia del Valle, Ciudad de México.

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1966.
––Y aunque tardó, pudo descifrar lo que tenía escrito detrás.
––Micaela no se imaginaba que Edimburgo era el nombre de una calle.
––Y tampoco se imaginaba que esa fotografía algún día le salvaría la vida.
––Pero por alguna razón sentía una gran atracción por el retrato.
––El día que se escapó, llevaba la instantánea y la apretaba con fuerza en la mano
derecha.
––Así llegó a la Ciudad de México.
––Después de muchos intentos.
––Varias mentadas de madre y tres simulacros de atropellamiento.
––Con ayuda de aquella fotografía, logró llegar a la dirección.
––Edimburgo cuatro veinticuatro, colonia Del Valle.
––Se paró frente a la casa, la misma casa de la fotografía.
––Tocó el timbre y apretó los dientes.
––Hasta que del otro lado de la puerta, apareció Niña Chuy enfundada en un uniforme
blanco y negro.
––Micaela Respiró. Respiró profundo.
––Unos días después, gracias a la fidelidad intachable de su compañera Tolcayuquense,
fue recomendada como sirvienta para la familia Vargas Roldán-Villavicencio.
––Las piernas le temblaban al estar frente a la finísima María Victoria Roldán-Villavicencio
de Vargas, que necesitaba una sirvienta después de que a la última la había corrido
porque aseguraba que hacía ritos satánicos en su casa.
––En realidad la muchacha sólo cantaba en otomí mientras cocinaba.
VICTORIA: ¿Hablas español?
MICA: Sí, señora.
VICTORIA: ¿Estas en alguna secta?
MICA: No, señora.
VICTORIA: ¿No eres satánica, ni bruja ni nada de eso?
MICA: No, nada de eso, señora.
VICTORIA: ¿Embarazada?
MICA: No, señora.

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VICTORIA: ¿Tienes piojos?
MICA: No, señora.
VICTORIA: ¿Sabes cocinar?
MICA: Sí, señora.
VICTORIA: Pues pareces una india confiable. Y a todo esto, ¿cómo te llamas?
MICA: Micaela.
VICTORIA: Mica, Mica tiene más estilo.
––Y así, gracias a la confiabilidad de su cara, la ahora llamada Mica consiguió el trabajo.
––Esa misma noche conoció a Otto.
––Otto Alexander Vargas Roldán-Villavicencio.
––Un muchacho miope con lentes de fondo de botella que la miraba fijamente.
––Me haces un chocomilk.
––¿Me podrías preparar un chocomilk?
––Mica se quedó paralizada.
––Otto abrió el refrigerador, y se preparó un chocomilk.
––Mira, es el de Pancho Pantera.
––El muchacho dibujó esa sonrisa discreta que lo caracterizaba.
––Y por alguna extraña razón, Mica se acordó del Duende justo en ese momento.
––Sintió una punzada en el estómago y le regresó otra sonrisita discreta.
––Y así, mientras aprendía lo que era un chocomilk, Mica supo aquel invierno de 1971
que su vida no volvería a ser la misma.
––Pero entre el ruido de los carros y los edificios monumentales, no se olvidaba de
Blandino, de su Duende.
––Cada domingo, que era su día libre, Mica vagaba por la ciudad pelando los ojos y
esperando reconocerlo en alguno de los transeúntes.
––Un domingo, con los pies hinchados de tanto caminar, se sentó en una banca de la
alameda central.
––Y sintió eso, eso mero.
––Como si quisiera gritar bien fuerte pero no le saliera nada de la boca.
––Y en ese momento decidió olvidarse de todo.
––Quiso llorar.

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––Y lloró en silencio, como lloran las indias con el llanto atorado en el cogote.
––Pero con tantas emociones fuertes a Mica se le pasó la hora de llegada.
––Después de las diez nadie sale ni entra en esta casa.
––Porque esta casa es decente.
––Así que se quedó parada debajo del marco de la puerta sin saber qué hacer, como una
estampita, inmóvil.
OTTO: ¡Mica, Micaela, que bueno que te encuentro! No seas gacha, no le digas nada a mi
madre y déjame entrar
MICA: Sí, señor.
OTTO: Bueno, pero no seas mala onda y ábreme antes de que se dé cuenta.
MICA: …
OTTO: ¿Y la llave, Mica? No me digas que no tienes llave.
MICA: Pos no. No, señor, yo iba a llegar antes pero...
OTTO: ¡¿También te dejaron afuera?!
MICA: Pos sí.
OTTO: ¡Una víctima más del toque de queda! Esa mujer es una verdadera dictadora, Mica.
A ver... piensa, Otto, piensa... ¿no tienes un pasador?
MICA: ¿Un qué?
OTTO: Un pasad... no, nada. Pues, viendo las circunstancias, creo que... estamos jodidos,
Mica.
MICA: ...
OTTO: Mi madre es el diablo, Mica. El mismísimo diablo.
MICA: ¡¿El diablo?!
OTTO: Pero no te preocupes, cerca de aquí hay un reventón en la casa de unos cuates,
¿vamos?
––El reventón había empezado dos días antes.
––En un cuartito sin muebles con una sola ventana por la que salía una enorme columna
de humo.
––Un hippie drogado que llevaba puesto un jorongo les dio la bienvenida.
––¡Bienvenida seas, compañera!
––Námaste, compañera. Ven, acércate... ¡dame un abrazo! Ven y fúmale a la pipa de la

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paz y deja que los dioses de fuego del mezcal se paseen por tu garganta.
––Después de darle un par de fumadas a la pipa de la paz y sentir la furia de los dioses
del mezcal, Mica empezó a sentir una extraña libertad que nunca antes había
experimentado.
––Sonaba Venus de Shocking Blue a todo volumen y Mica sobresalía entre todos
rodeada de humo y pantalones acampanados.
––Sumida en una especie de trance dancístico se dejaba llevar ejecutando una danza
torpe, pensó Otto.
––Pero hermosa.
––Sus miradas se cruzaron.
––Y bailaron durante horas, mirándose.
––Mientras el rock psicodélico fluía por las bocinas del viejo tocadiscos.
––Hasta que El Quehoci, abreviación de Qué Hocicote, los sacó a todos gritando con su
gran boca a las cinco de la mañana, víctima de un mal viaje.
––Después de que los sacaran tan bruscamente del trance en el que habían entrado, a
Mica y Otto no les quedó de otra más que sentarse en la banca de un parque cercano y
esperar el amanecer.
OTTO: Pfff...
MICA: ...
OTTO: Buena onda, ¿no?
MICA: Mmmmm.
OTTO: Oye, no imaginé que le hacías a eso de la bailada.
MICA: ...
OTTO: Mica... Mica... oye, ¿estás bien?
MICA: Es como si estuvieras soñando, pero no. Es aquí, seguimos aquí merito. Hasta me
quisiera quedar así... así para siempre...
OTTO: Se llama mezcal y con gusano.
MICA: ¿Gusano?
OTTO: Meten un gusano dentro de la botella.
MICA: ¿Vivo?
OTTO: Pues no sé, nuca había pensado en eso. De todos modos se ahogaría, ¿no?

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MICA: Sí, se ahogaría.
OTTO: O tal vez ya estaba muerto desde antes.
MICA: Y nomás se queda ahí, flotando solito en la botella. Esperando.
OTTO: Así, esperando...
MICA: Me puedo ver en sus ojos, señor.
OTTO: Y yo en los tuyos.
––Otto vio en los ojos de la muchacha una sinceridad casi imposible y se acercó aún
más.
––La muchacha apretó los ojos con fuerza.
––Fue sólo un momento que pareció durar mucho más.
––Cuando Mica abrió los ojos, la luz comenzaba a caer sutilmente sobre los árboles que
los rodeaban.
––Estaba amaneciendo.
––Después de un largo silencio, decidieron no hablar de lo sucedido y regresar a la casa.
––Cada uno por su lado y con su respectiva coartada.
––Desde ese día, sintieron que podían confiar plenamente el uno en el otro.
––Plenamente.
––Otto le contó sobre aquel día en que cambió su vida un par de años atrás.
––Cuando formó parte de un gran movimiento que organizaron los estudiantes, buscando
hacer justicia ante el gobierno represor que se venía arrastrando desde años.
––Y ella le habló de la vida que había decidido enterrar hace tiempo.
––A Mica no le resultaba del todo ajeno lo que Otto contaba.
MICA: Yo sé quién es.
OTTO: Zapata
MICA: Sí, Emiliano Zapata. Hay uno así pintado en una piedrota en el monte, allá cerca
del pueblo.
OTTO: Este lo dibujé yo.
MICA: Pues está muy bonito. ¿Qué dicen las letras rojas?
OTTO: Ah... eso... eso es un regalo de mi madre.
MICA: Aaan... Anntes... Antes.
OTTO: Antes un hijo muerto que un hijo comunista. Escribió su recordatorio en el retrato

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y lo dejó junto a mis cosas en la calle, el día que se enteró de que andaba en lo del
movimiento. Pero después de lo de Tlatelolco, me pidió que regresara.
MICA: Y aquí estás.
OTTO: Lo que hicieron ese día no tuvo madre, Mica, de verdad que no tuvo madre...
¡Nosotros pensamos que se iba a venir la revolución, Mica! Que la gente de este país no
podía permitir lo que pasó esa tarde.
MICA: Pero de la mentada revolución ni sus luces.
OTTO: No. Nadie hizo nada. Algunos salieron a las calles a protestar, pero se los llevaron.
Y otros mejor buscaban a sus muertos calladitos, sin hacer mucho alboroto, y la represión
se puso más canija.
MICA: ¿Se llevaron a muchos?
OTTO: Entambaron a muchos cuates. Y a los líderes, a algunos se los llevaron, otros
siguen escondidos. Dicen que algunos rajaron, que vendieron al movimiento y que por
eso pasó lo que pasó. Pero eso ya no importa, la lucha no puede terminar así. Nos
aplastaron, Mica.
MICA: Pero no nos derrotaron.
OTTO: ¡Y vamos a regresar, Mica! Una marcha. Nos vamos a hacer presentes otra vez.
El Quehoci y yo ya hicimos nuestra pancarta, vamos a ir un montón de cuates... Es cosa
de aguantar, de volver a tomar fuerza. Ahora no nos van a parar, Mica. Ahora sí no nos
paran.
––Otto y el Quehoci eran parte del contingente que encabezaba la marcha.
––A la marcha llegaron más de ocho mil personas.
––La multitud caminaba pacíficamente entre pancartas y consignas revolucionarias.
––Hasta que los marchantes comenzaron a correr como locos en sentido contrario.
––Hay infiltrados, decían unos.
––Un grito desesperado anuncia lo peor: ¡están disparando!
––¡Pícale!, le dijo al Quehoci.
––¡Pícale, te digo! ¡Más rápido!
––Pero El Quehoci corría cada vez más lento.
––Porque en algún momento, entre tanta confusión, una bala se le había clavado en la
espalda.

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––Se detuvo.
––¿Qué te pasa?
––Abrió la boca y se desplomó.
––Una mancha enorme de sangre le cubría la espalda.
––Otto sintió un escalofrío por todo el cuerpo, pero tuvo que seguir corriendo.
––Caminó toda la noche por la ciudad sin querer llegar a ningún lugar.
––Y buscó a Mica.
––Se encontraron en la misma banca de aquel parque, la de aquella primera vez.
OTTO: Me tengo que ir
MICA: ¿Adónde?
OTTO: Me voy con El Oso, Mica. Tomamos las armas, no hay de otra.
MICA: Yo me voy contigo, Otto. Tomo las armas también.
OTTO: Mica, esto es muy peligroso, ni siquiera sabemos qué tan peligroso es.
MICA: ¿Y yo a qué me quedo aquí? Yo no tengo nada, Otto. Nomás a ti. Y a tu lucha esa
que tanto quieres, que ya hasta la quiero yo... ¿Tú me quieres, Otto?
OTTO: Mucho.
MICA: ¿De verdad?
OTTO: De verdad.
MICA: Entonces llévame contigo.
––Un beso largo, y se fueron.
––El Oso y otros cuantos, cansados de ver que la lucha pacífica no los llevaba a ningún
lado, habían optado por la organización de un grupo de resistencia armada para dar
batalla a las injusticias y a la represión gubernamental.
––La cosa no era fácil, pero comenzaban a organizarse.
––Otto se unió a ellos.
––Y Mica se unió a él
––Quedaron de verse un domingo, en la misma banca de aquel parque, de aquella
primera vez.
––Mica caminaba con pasos largos, entre la gente, pelando los ojos para ver las caras.
––Como acostumbraba.
––Entonces, pasó lo imposible.

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––Reconoció una de esas caras, esa, la que antes había buscado tanto.
––Era la cara del Duende que la miraba fijamente.
––Ya no parecía tan niño.
––Pero definitivamente era él el que la miraba sorprendido.

Capítulo 3. Otto

––¡¡Quiero ser pintor!!


––Fue tal la cachetada, que el anillo de bodas de su padre le quedó marcado en la cara
durante tres días.
––Seis meses después entró a la Facultad de Arquitectura.
––Arquitecto como su papá.
––Se llenaba la boca María Victoria Roldán-Villavicencio, presumiendo a sus amigas de
la alta sociedad en sus desayunos dominicales.
––Aunque Otto nunca fue muy hábil.
––Un muchacho solitario con lentes de fondo de botella.
––Que rápidamente se convertía en blanco fácil para las burlas.
––Durante su primera semana en la facultad, en la clase de El Geppetto, sus compañeros
decidieron hacerle una especie de novatada.
––El Geppetto, así le decían a un anciano decrépito, medio ciego y casi sordo que daba
la clase de Sistemas Estructurales I.
––Aunque nadie se explicaba cómo.
––Antes de que comenzara la clase sus compañeros dibujaron delicadamente una
pequeña jota junto al nombre de Otto en la lista de asistencia.
EL GEPPETTO: Jotto Alexander Vargas Roldán-Villavicencio.
OTTO: Me llamo Otto.
EL GEPPETTO: ¿Perdón?
OTTO: Mi nombre es Otto, no Jotto.
EL GEPPETTO: ¡¿Está o no está?!
OTTO:¡Aquí estoy!
EL GEPPETTO: Muy bien... Jotto, presente.

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––Las risas de sus compañeros le rebotaron en la cabeza.
––Sintió una furia incontrolable.
––Y no pudo más.
––¡¡¡Otto, anciano miserable, me llamo Otto!!!
––Gritó furioso, mientras azotaba el pupitre contra el piso.
––Lo suspendieron por tres días.
––Comportamiento inapropiado en el aula y faltas a la moral.
––Jotto, debería replantearse lo que está haciendo con su vida.
––Le dijo El Geppetto al salir de la oficina del director.
––Sí, debería replantearme lo que estoy haciendo con mi vida.
––Otto sabía que lo único que lo podía hacer sentir mejor en un momento como ése.
––Era un chocomilk.
––Así que emprendió el camino a los chocomiles de Amparito, en el centro de la ciudad.
––Casi llegando se dio cuenta de que algo pasaba.
––Levantó la mirada.
––Y ahí estaban.
––Una inmensa multitud que se movía hacía él en absoluto silencio.
––Pronto lo alcanzaron.
––Y sin quererlo, ya era parte de ellos.
––Una muchacha lo tomó de la mano.
––Caminaban con los brazos entrelazados por la larga avenida.
––Al pasar por los chocomiles, pudo ver a Amparito saludando con las manos y haciendo
gestos de aprobación.
––La gente salió de las casas y los negocios, llenaron las banquetas y los balcones.
––Todos en absoluto silencio.
––Entonces, Otto sintió eso.
––Como si quisiera gritar bien fuerte pero no saliera nada de la boca.
––No supo por qué, pero se sintió orgulloso.
––Se sintió parte de algo.
––Por primera vez en la vida estaba en el lugar y en el momento preciso.
––Otto nunca olvidaría aquel 13 de septiembre de 1968.

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––La marcha del silencio.
––Cuando la marcha terminó la muchacha que le tomó la mano, con una sonrisita
coqueta, le agradeció.
NORMA: ¿Cómo te llamas?
OTTO: ¿Yo?... Otto, ¿y tú?
NORMA: Norma, mucho gusto, Otto. Oye, Otto, tú no venías a la marcha, ¿verdad?
OTTO: No. La verdad no. Yo venía por un chocomilk... de los de Amparito.
NORMA: ¿Te gustó, no?
OTTO: Pues sí, creo que sí.
––Obviamente a Otto no sólo le había gustado haber estado en la marcha.
––También la sonrisa perfecta de Norma.
––Así que se sentó por más de una hora, mientras la sonrisa perfecta le explicaba lo que
estaban haciendo los estudiantes y cuáles eran los motivos de su movimiento.
––Yo y mis amigos nos vamos a reunir mañana para hacer talacha, ¿vienes?
––Norma era estudiante de teatro.
––Ella y sus amigos teatreros hacían happenings en los mercados y afuera de las
paradas del metro, como apoyo al movimiento.
OTTO: Hap... ¿qué?
NORMA: Happenings, o teatro invisible.
OTTO: ¿Y qué es eso?
NORMA: Teatro que no es teatro.
OTTO: ¿Cómo?
NORMA: Mira, nosotros hacemos teatro, los que nos ven no tienen idea de que todo es un
montaje, pero terminan haciéndole al teatro con nosotros. Y así, hacemos que la gente
conozca los puntos de nuestro pliego petitorio, que se den cuenta de que los estudiantes
no somos maleantes ni drogadictos, que sepan que nuestra lucha es seria y que es algo
que nos afecta a todos, a ti, a mí y a todos los que vivimos en este país.
OTTO: Ah... Pues sí, suena... interesante.
––La dinámica era casi siempre la misma.
––Un estudiante, que hacía el personaje de un estudiante, predicaba a grito pelón las
bondades y demandas del movimiento estudiantil.

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––Entonces, aparecía la señora burguesa.
––Que era el personaje que interpretaba Norma.
––Con una gracia admirable, le decía Otto.
––¡¡Greñudos apestosos, buenos para nada, dedíquense a estudiar en vez de andar de
revoltosos, drogadictos asquerosos!!
––Con esas acusaciones, la señora burguesa atacaba al indefenso falso estudiante.
––Y si la ficción lo permitía, hasta lo agarraba a bolsazos o paraguazos, según la
intensidad del momento.
––Para ese entonces, uno que otro mirón ya estaba atento a lo que sucedía.
––Sólo faltaba que entrara en acción el actor “comodín”, que se encargaba de defender
a capa y espada al falso estudiante.
––¡Para que se armara la trifulca!
––Unos estaban a favor del falso estudiante.
––Otros apoyaban a la señora burguesa.
––Y los demás nomás hacían bola para ver el desmadre.
––Poco a poco el falso estudiante iba ganando terreno.
––Y la señora burguesa salía por pies, abucheada por la multitud enardecida.
––¡Vieja guacamaya!
––Y era entonces que aparecían los volantes y los botes de colecta.
––¡Apoye a los estudiantes!
––¡Únete pueblo!
––¡Mé-xi-co-li-ber-tad!
––Cada vez se ganaban más simpatizantes en las calles.
––El movimiento pasaba por altibajos pero continuaba firme y en pie de lucha.
––Otto acompañaba a los teatreros a cada jornada, todos los días.
––Mercados.
––Plazas.
––Parques.
––Y los miraba emocionado entre la gente.
––Hasta que un día Norma le hizo la propuesta.
––¿Le entras, o qué?

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––Definitivamente las dotes actorales de Otto no son las mejores.
––Pero se hace lo que se puede.
––Dijo envalentonado antes de debutar como falso estudiante en una plaza pública.
––Parado sobre una caja de madera, comenzó su discurso.
––Tímidamente al principio pero fue agarrando confianza.
––Queremos la solución de nuestro pliego petitorio, así como un dialogo público con las
autoridades. Exigimos el cese de la represión...
––De repente, sintió que alguien lo golpeaba por la espalda.
––No es la parte de los golpes, pensó.
––Y alcanzó a ver a Norma a lo lejos, esperando su entrada.
––Era su madre quien lo golpeaba.
––Debería de darte vergüenza, Otto.
––Esa noche Otto regresó a su casa y encontró sus cosas afuera en bolsas de plástico y
cajas de cartón
––Antes un hijo muerto que un hijo comunista.
––La frase le daba vueltas en la cabeza cuando llegó al cuartito que Norma rentaba y en
donde le daría asilo.
NORMA: Es aquí.
OTTO: Está... curioso.
NORMA: No hay mucho espacio, pero puedes dormir en el piso.
OTTO: Gracias.
NORMA: Es difícil, Otto, pero tenemos que aguantar.
OTTO: ...
NORMA: ¡Anímate, hombre! Oye, ¿sabes qué es lo mejor para estos casos de tristeza?
OTTO: ¿Tomar hasta vomitar?
NORMA: No, lo mejor es una batalla de te conozco-te conozco.
OTTO: ¿Una batalla de qué?
NORMA: Es un jueguito estúpido, pero te va hacer sentir mejor. Tienes que decir algo de
ti que casi nadie sepa, yo te contesto con algo sobre mí, que casi nadie sepa. Así, cada
vez más rápido y el primero que se quede callado, pierde... Empieza...
OTTO: Soy alérgico a los embutidos.

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NORMA: Fui niña gorda.
OTTO: Reprobé segundo de primaria.
NORMA: Me bajó hasta los trece años.
OTTO: Estoy a una dioptría de ser considerado médicamente ciego del ojo derecho.
NORMA: Mi primer beso fue con mi maestro de matemáticas.
OTTO: Nadie me firmó el anuario cuando salí de sexto de primaria.
NORMA: Me chupé el pulgar para poder dormir hasta los diez años.
OTTO: Me enteré que se dice comezón y no comerzón, hasta hace unos meses.
NORMA: Creo que me he enamorado una vez.
OTTO: Tengo un tercer pezón, pero muy chiquito y casi no se nota.
NORMA: Use botas ortopédicas.
OTTO: No sé nadar.
NORMA: Nunca he salido de esta ciudad.
OTTO: Soy virgen.
NORMA: ...
OTTO: Perdiste.
NORMA: No te preocupes, no tiene nada de malo. Sólo que en estos tiempos no es muy
común que un muchacho de tu edad siga siendo quintito.
OTTO: ¿Quintito?
NORMA: Pero podemos solucionarlo, ¿no crees?
––Se quedó petrificado.
––Empezaron a sudarle las manos asquerosamente.
––Tú relájate, y sólo déjate llevar.
––Le susurró al oído mientras le bajaba el cierre del pantalón.
––Esa noche, en aquel cuartito que rentaba Norma.
––Otto perdió la virginidad.
––A la mañana siguiente el sol brillaba más que nunca.
––Otto se sentía plenamente feliz.
––Y Norma preparaba café en una hornilla pequeña.
––La muchacha se sentó a su lado y le acarició el cabello.
––Lo que vivimos ayer, va a fortalecer nuestra amistad más que nunca.

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––Y le dio un beso en la frente.
––Te quiero, Otto.
––¡¿Amistad?!
––Yo también te quiero, le dijo Otto, confundido por la declaración de la que pensaba
sería el amor de su vida.
––Pero unos días después, se armó de valor y decidió decirle a Norma que lo que él
sentía por ella era mucho más que una simple amistad.
––Fue a buscarla a una bodega en Coyoacán, donde hacían los ensayos.
OTTO: Necesito hablar contigo.
NORMA: ¡Va a ser un mitin masivo!
OTTO: Yo...
NORMA: Padres de familia, Otto, y los maestros van a marchar con nosotros.
OTTO: Norma, yo quiero decirte...
NORMA: ¿Qué?
OTTO: Que... que... que el mitin va a estar a toda madre.
NORMA: ¡A toda madre, compañero!... ¿Te veo ahí, verdad?
OTTO: Sí... ahí nos vemos.
––No era el momento.
––Porque decírselo en el mitin es más romántico.
––Ahora sí, iba decidido a declararle su amor a Norma en aquel mitin masivo.
––Había acordado con la susodicha verse en un lugar estratégico para no perderse entre
la multitud.
––Antes de llegar, se detuvo para comprarle un ramo de flores.
––Margaritas.
––Margaritas blancas, porque eran sus favoritas.
––Pero casi llegando a la plaza se topó con un escenario casi surrealista.
––Tanques en las calles.
––Gente corriendo desesperadamente.
––Unos golpeaban puertas sin obtener respuestas
––¡Súbete, compañero, súbete!
––Le gritó un muchacho desde una camioneta anaranjada.

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––Otto se subió y el muchacho arrancó.
––Iban siete personas dentro de la camioneta naranja a la que se subió Otto.
––Una muchacha rubia que lloraba desconsoladamente.
––Otro que rezaba entre dientes mientras apretaba un crucifijo de madera.
––Y otro más que llevaba un balazo en el brazo izquierdo, miraba fijamente a Otto,
tratando de mantener los ojos abiertos.
––¡Aguanta, Memo, abre los ojos!
––Otto se aferraba al ramo de flores que llevaba abrazado.
––Dale a la izquierda.
––No, mejor dobla a la derecha.
––¡Agáchense, compañeros, agáchense!
––En la camioneta naranja, Otto se enteró de lo que pasó esa tarde en Tlatelolco.
––No pudo evitar pensar en Norma y en sus amigos teatreros.
––Sintió una punzada en el estómago y apretó el ramo de margaritas.
––Aquí se tienen que bajar, compañeros.
––Gracias... y suerte.
––Caminó por casi una hora para llegar al cuartito que rentaba Norma.
––Con el corazón a tope y tratando de perderse entre las sombras de la noche.
––Por fin llegó y tocó la puerta.
––Pero nadie abrió.
––Se sentó a esperar.
––Todavía llevaba el ramo de margaritas blancas en la mano.
––Después de tres horas, apareció Norma.
––¿Norma?... ¿Estás bien?
––La muchacha no respondía.
––La recostó en la cama y le preparó una taza de té.
––Pasada una hora, la muchacha comenzó a hablar.
––Y entre sollozos pudo decirle a Otto lo que había visto en la plaza esa tarde.
––Por fin se durmió, apretando su mano con mucha fuerza.
––Al otro día los periódicos y los noticieros no daban una información concisa.
––Y los rumores iban y venían.

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––La madre de Otto lo buscó desesperadamente.
––Olvídate de ese asunto de comunistas, Otto. Tú tienes un futuro prometedor por
delante.
––Otto sólo quería estar con Norma.
––Pero la muchacha estaba tan afectada por lo que había pasado, que dejó todo y se fue
a vivir con su abuela materna en un pueblito de Michoacán.
––Ni siquiera se despidió.
––Otto quedó devastado y terminó por regresar a la casa de sus padres.
––Y nunca volvió a saber nada de la muchacha de la sonrisa perfecta.
––Hecha la promesa de retomar los estudios.
––Todos los días salía temprano hacia la Facultad de Arquitectura.
––Pero nunca entró.
––Se quedaba vagando por la ciudad hasta que fuera la hora de regresar a su casa.
––Uno de esos días que vagaba por la ciudad, vio un letrero pegado en la puerta de una
pequeña imprenta.
––Se solicita ayudante con o sin experiencia.
––No estaría mal ganar un poco de dinero.
OTTO: Buenas tardes.
FILEMÓN: Buenas.
OTTO: Vengo por el anuncio pegado en la puerta.
FILEMÓN: ¿Has trabajado en una imprenta?
OTTO: No.
FILEMÓN: ¿Qué has hecho?
OTTO: Pues nunca he trabajado, pero el letrero dice con o sin experiencia.
FILEMÓN: Ya sé lo que dice el letrero, yo lo escribí
OTTO: Sí, por eso.
FILEMÓN: ¿Estudias?
OTTO: Sí... no. No, no estudio.
FILEMÓN: ¿Entonces qué haces?
OTTO: Soy pintor.
FILEMÓN: ¿De los de brocha?

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OTTO: No, de los de lápiz.
FILEMÓN: ¿Cómo te llamas?
OTTO: Otto.
FILEMÓN: ¿Otto qué?
OTTO: Otto Alexander Vargas Roldán-Villavicencio.
FILEMÓN: Ah, mira... qué bonito nombre. ¿Y a qué equipo le vas, Otto?
OTTO: ¿Equipo?
FILEMÓN: De futbol.
OTTO: Ah... a las chivas.
FILEMÓN: ¿En serio?
OTTO: ¿Sí?
FILEMÓN: ¡Cómo debe de ser! Tú sí sabes lo que es bueno, muchacho. Nomás por eso
me caíste bien. Vente mañana temprano, te espero a las ocho. ¿Estamos?
––Estamos.
––En realidad, Otto no sabía absolutamente nada de futbol.
––Pero había visto un cuadro en la pared de la escuadra rojiblanca posando con un balón
cuando entró al lugar.
––Si alguien es capaz de enmarcar eso y colgarlo en la pared, tiene que ser un gran
fanático del equipo en cuestión
––Y cuando escuchó la extraña pregunta, supo cuál era la respuesta correcta.
––Aunque ya había entrado al mercado laboral, no dejó de lado su interés por el
movimiento.
––Que aunque moribundo, seguía dando señales de vida.
––Pero la situación se puso fea.
––Después de Tlatelolco era perseguido cualquiera que mostrara simpatía con el
movimiento.
––O con cualquier ideología que cuestionara al gobierno en turno.
––De todos los teatreros amigos de Norma, el único que seguía en pie de lucha era el
Quehoci.
––Otto y el Quehoci intentaron retomar los happenings en los mercados y las plazas.
––Pero cada vez había más encarcelados y desaparecidos.

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––Tuvieron que buscar otra estrategia.
––Filemón, el dueño de la imprenta, les dio chance de imprimir algunos volantes.
––En las noches, para no levantar sospechas.
––Y se conformaron con repartirlos discretamente cada vez que podían.
––Repartían en puntos estratégicos hasta que anochecía.
––Oye Otto, hoy hay un reventón bien a toda madre, ¿vienes?
––No puedo, Quehoci, acuérdate de que tengo toque de queda.
––Ese día dos camiones pasaron de largo y Otto llegó a su casa después de la hora
impuesta por su madre.
––Encontró a Mica parada al lado de la puerta, al borde del llanto.
––Esa noche bailaron juntos en el reventón del Quehoci y después se sentaron en aquella
banca del parque.
––Mica era una muchacha simple y poco educada, pero Otto encontró en ella algo que
lo hacía feliz.
––Simplemente feliz.
––Se fue enamorando lentamente de ella.
––Ante los ojos de María Victoria Roldán-Villavicencio, la relación que tenían era casi
inexistente.
––Mica era la muchacha del servicio.
––Y Otto su hijo con un futuro prometedor.
––Pero Mica y Otto fueron creando un mundo donde sólo cabían ellos dos.
––Y estando en esa burbuja de felicidad, Otto recibió la noticia de que se haría la primera
gran marcha para tratar de retomar el movimiento.
––Más de dos años después de la matanza de Tlatelolco.
––Otto y el Quehoci caminaban orgullosos el día de la marcha.
––Desafortunadamente ése sería el último día de su amigo.
––Y el primero de una nueva vida para Otto.
––Después de que mataron al Quehoci ese día en San Cosme, supo que tenía que tomar
una decisión radical.
––Y buscó al Oso.
––Otto conoció al Oso en los días de gloria del movimiento.

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––Un muchacho rechoncho con una risa estridente que siempre iba acompañado de su
hermano, Vicente.
––Hasta que una noche, saliendo de un mitin, detuvieron a Vicente unas cuadras antes
de llegar a su casa.
––Esa noche caminaba solo porque El Oso se había ido a tomar unas cervezas con sus
amigos para festejar los triunfos del movimiento.
––Conque muy revolucionario, hijo de la chingada.
––Dos hombres lo subieron a una camioneta a puntapiés.
––El Oso se arrepentiría toda su vida de haber ido por esas cervezas.
––Vicente llevaba ya casi tres años en la cárcel de Lecumberri.
––Primero lo acusaron de quemar un camión.
––Luego, a la quema del camión se le sumaron disturbios en la vía pública y el robo a
dos casas habitación.
––Lo sentenciaron a casi cincuenta años de cárcel.
––Vicente tenía diecinueve años.
––El Oso abandonó la lucha pacífica para tomar definitivamente las armas.
––Y Otto abandonó definitivamente la casa de sus padres para unirse al Oso.
––Con lo que ganaba en la imprenta sobrevivía y le ayudaba al Oso para ahorrar un buen
dinero y echar a andar el plan.
––El pequeño grupo se iba organizando, pero cada vez era más peligroso operar en la
ciudad.
––Entonces El Oso consiguió una casita en un pueblo de la sierra de Morelos.
––Desde ahí comenzarían a actuar.
––Otto sabía que no podía dejar a Mica.
––Nos vamos Mica, lleva pocas cosas, sólo lo importante.
––Acordaron verse en la misma banca de aquel parque, la de aquella primera vez.
––Pero Mica llegó con compañía.
OTTO: ¿Y este quién es?
MICA: Se llama Blandino.
EL DUENDE: Pero me dicen El Duende.
OTTO: ¿Y qué hace aquí?

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MICA: Viene con nosotros.
OTTO: ¡¿Estás loca?! Ni que fuéramos de vacaciones.
MICA: No podemos dejarlo.
OTTO: No. Ya te dije, no va.
MICA: Pues si él no va, yo tampoco.
––Otto no era capaz de dejar a Mica
––Así que aceptó que El Duende se fuera con ellos.
––Y unas horas más tarde, ese mismo día.
––En una van modelo 1966 dejaron la ciudad atrás.

Capítulo 4. El Duende

––Aquí es.
––Un viaje cansado.
––En el que Otto no paró de disculparse con sus camaradas por haber llevado a un
intruso.
––Mica no dijo una sola palabra durante todo el viaje.
––Y El Duende menos.
––Porque se moría de miedo y no tenía la menor idea de en qué se estaba metiendo.
––Pero estaba con Micaela, y nada malo podía salir de eso.
––Nada bueno podía salir de esto, cómo explicarle a Otto quién era Blandino, y cómo
explicarle a Blandino quién era Otto.
––Tú encárgate del muchacho, Vargas. Al fin y al cabo donde comen cuatro, comen cinco,
¿no?
––Le dijo El Oso, dándole una palmadita en la espalda.
––En la casa los esperaba El Mosco.
––Un tipo muy flaco con las manos extrañamente grandes.
––El Mosco también estaba convencido de que la lucha armada era la solución.
––Y además estaba obsesionado con poder falsificar documentos oficiales de todo tipo.
––Ahí está la clave, decía.
––Llevaba tiempo trabajando en unas planchas de impresión, para poder falsificar

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pasaportes y documentos de identidad.
––Necesitamos ser inteligentes, es cuestión de detalles, simples detalles.
––Improvisó un tallercito en la casa de Huautla para seguir trabajando.
––La noche que llegaron a Huautla los recibió con comida y cerveza.
––Bienvenidos, compañeros.
––Después de la cena, Otto se llevó a Mica cerca de un pozo detrás de la casa.
––Necesitaban hablar.
OTTO: Necesitamos hablar... ¿Quién es ese tal Duende, Micaela?
MICA: Pos es una larga historia.
OTTO: Tengo mucho tiempo, no te preocupes. Tú cuéntamela
MICA: ¿Te acuerdas del muchacho del que te hablé? Uno que yo quería un montón.
OTTO: ¿El de las estrellitas?
MICA: Ese, ese mero, el de las estrellitas.
OTTO: Sí, sí me acuerdo... ¿Qué?
MICA: ...
OTTO: ¡¿Es él?!
MICA: Pos sí, Otto, es él.
OTTO: ¿Qué no lo habían matado?
MICA: Eso pensé yo, pero yo lo veo muy vivo, ¿no crees?
OTTO: ¡¿Y qué está haciendo aquí, Micaela?!
MICA: No sé, me lo encontré en la calle. Me dijo que venía huyendo del pueblo y no
conocía a nadie en la ciudad, ni modo que lo dejara así. No podía dejarlo, Otto.
OTTO: Unos días, Mica. Unos días y se va.
––Nomás unos días y te vas.
––Es peligroso que te quedes aquí.
––El Duende no contestó y se volvió a sentar en una esquina.
––Esa misma noche se comenzó a preparar el primer gran golpe.
––El debate era cada vez más intenso.
––Hasta que de repente, El Duende empezó a llorar.
––Ahí, sentado en una esquina.
––Cada vez más.

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––Lloraba como un bebé.
––En la esquina, acurrucado contra la pared.
––¿Estás bien?
––Pero El Duende no respondía, sólo seguía llorando.
––Tranquilízate, cuate.
––Se acercó El Oso y le ofreció una cerveza.
––Se la tomó y se fue tranquilizando poco a poco.
––Hasta quedarse dormido en la esquina, acurrucado contra la pared.
––Al otro día, muy temprano se entró de lleno a la acción.
––El primer gran golpe sería un secuestro.
––El Embajador de los Estados Unidos.
––Fue la propuesta del Oso.
––Esos pinches gringos se creen los dueños del puto mundo.
––Hay que llevarnos al gringuito, que les duela el chingadazo, para que nos hagan caso.
––Alegaba El Mosco y prendía otro cigarro.
––El embajador tenía un niño de unos trece años más o menos.
––Hay que ser marrano pero no trompudo, Mosco.
––El niño no.
––El niño, ni pensarlo.
––No le vamos a cortar ni un pelo, Otto, sólo lo vamos a retener.
––No chingues, Mosco. El niño, no.
––Pues que sea la mujer.
––Entre el griterío, se escuchó la voz temblorosa de Mica al fondo de la habitación.
––Ese hombre debe tener una mujer, ¿qué no?
––Sí, debe de tenerla.
––¿Por qué no se llevan a la mujer?
––El niño no tiene la culpa de haber nacido donde nació, pero la mujer sí supo con quién
se casó.
––Sí, pero no es tan sencillo, Mica. Tienes que entender que nosotros estamos en contra
de lo que ese hombre representa, no en contra de él.
––Oye, pero la idea no es tan mala, Vargas.

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––Además, nosotros no le vamos a hacer daño, sólo la vamos a retener.
––¿Entonces?
––Pues sí, creo que no es tan mala la idea.
––La decisión estaba tomada.
––Sería la mujer.
––El objetivo se llama Alison Harper, Aly, de cariño
––Una gringa de la mexican alta sociedad.
––Una güera desabrida, pues como todas las gringas, ¿no?
––Tenemos que saber perfectamente en qué círculos se mueve.
––Los lugares que frecuenta, con qué frecuencia y en qué horarios.
––Todo.
––Y planear la emboscada.
––Tenían dos informantes en la ciudad.
––Además, Otto y El Oso estarían yendo y viniendo de Huautla a la ciudad para recabar
información y no levantar sospechas.
––Pronto el lugar se llenó de mapas, fotografías, y estrategias.
––Otto había puesto al Duende a hacer guardia junto a la puerta de la casa.
––Tú quédate aquí, si ves algo sospechoso, grita, grita fuerte.
––No es que fuera muy necesario, sólo quería que sufriera un poquito.
––Ese va a ser tu trabajo, ¿me entiendes?
––Si hay algo sospechoso.
––Grita, grita fuerte.
––Y por la noche también tenía que quedarse junto a la puerta.
––Y estar alerta.
––Pero no pasaba mucho tiempo para que se quedara dormido, embarrado en la puerta.
––Mica lo miraba dormir.
––Otto y El Oso iban a estar unos días en la ciudad para estudiar al objetivo.
––Espero que cuando regrese, El Duende ya se haya ido, Micaela.
––Se fueron.
––Y El Duende finalmente habló.
EL DUENDE: Me voy mañana, Micaela.

36
MICA: ¿Y qué vas a hacer?
EL DUENDE: No sé. Regresar a la capital, tal vez.
MICA: ¿Por qué nunca fuiste, Blandino?
EL DUENDE: ...
MICA: Por mí, te esperé y te esperé, hasta que ya no pude más.
EL DUENDE: Traté, Micaela. Traté todo lo que pude, pero no me dejaron. Los chuchos del
Gil me metieron una tranquiza, y yo no sabía nada de ti. Nadie me decía nada. Tenían a
todos amenazados.
MICA: Pues hubieras tratado más.
EL DUENDE: Tenía miedo, Micaela. Mucho miedo.
MICA: Y además, ¿qué hacías en la capital?
EL DUENDE: Mi abuelo desapareció, así, como si se lo hubiera tragado la tierra.
MICA: ¿Se lo llevaron?
EL DUENDE: Se lo llevaron o lo hicieron irse, quién sabe. Después de eso me metí en
pleitos con el Gil y le metí un machetazo.
MICA: ¿Al Gil?
EL DUENDE: Sí, no le pasó nada, pero andaba bien encorajinado. Ya hasta estaba
ofreciendo recompensa por mí, y por eso me fui y luego te encontré... Vente conmigo,
Micaela, tú sabes que yo te quiero.
MICA: No puedo. Han pasado muchas cosas desde que me fui del pueblo.
EL DUENDE: Pasó el tal Otto ese, ¿verdad?
MICA: Y la lucha, Blandino. Yo estoy con ellos en esto, es justicia lo que buscan. La justicia
que ni tú, ni yo, ni muchos otros hemos tenido nunca.
EL DUENDE: Pero ten cuidado, Micaela. A mi abuelo lo desapareció la misma lucha, que
no te vaya a pasar a ti también.
––Esa noche caía un aguacero en la sierra de Huautla.
––Mica preparó café para todos.
––Y El Mosco tallaba sus planchas mientras El Duende lo miraba muy atento.
––Son planchas.
––Para imprimir, le dijo El Mosco y le puso una en la mano.
––¿Ves este escudo, Duende? Tengo que tallarlo hasta que quede igualito, así lo puedo

37
reproducir muchas veces.
––¿Quieres intentarlo tú?
––Mjmm.
––Pero con mucho cuidado.
––El Mosco le dio un pequeño cincel.
––El Duende hacía pequeños movimientos con el cincel en la mano.
––Después de un rato le regresó la plancha.
––Con un escudo perfectamente tallado.
––¿Tú lo hiciste, Duende? El Mosco estaba incrédulo.
––Sí, el escudo que necesitabas.
––¡Dios bendito, Duende, eres un genio!
––El Mosco no podía creer lo que veía.
––Agradecía a gritos a Dios, a la virgen y a todos los santos a pesar de declararse
totalmente ateo.
––De inmediato lo puso a hacer pruebas.
––Con diferentes cinceles y materiales.
––De todos los tamaños y formas.
––Así, durante horas.
––Al otro día, Otto y El Oso regresaron de la ciudad.
––Y El Mosco estaba más que impaciente por darles la noticia.
––¡¡El pinche Duende es un genio con las planchas!!
––Cómo era posible que un muchacho sin preparación alguna tuviera un talento como
ése.
––Pero lo tenía.
––Después de tal descubrimiento, El Mosco no podía permitir que el muchacho se fuera.
––Tengo mucho que ensañarle, dijo.
––Y muy a pesar de Otto.
––El Duende se quedó.
––Mientras tanto la emboscada al objetivo, Alison Harper, estaba cada vez más cerca.
––La mujer no sería puesta en libertad hasta que se cumpliera con una única condición.
––La liberación inmediata de diez presos políticos.

38
––Entre ellos, Vicente.
––Otto y El Oso afinaban los detalles.
––Y el Mosco dedicaba todas sus energías a instruir al Duende en el arte de la
falsificación.
––El muchacho tiene un don, insistía.
––Y era verdad, El Duende en poco tiempo había aprendido la técnica para el tallado de
planchas.
––Aunque Otto seguía pensando que lo mejor era que siguiera pasando las noches junto
a la puerta.
––Sólo por cuestiones de seguridad.
––Si hay algo sospechoso.
––Grita, grita fuerte.
––Por fin todo estaba listo para la emboscada.
––Esa noche Otto, El Oso y El Mosco preparaban todo para irse a la ciudad.
––El Duende y Mica se quedarían en la casa de Huautla.
––Y Otto se encargó de marcar muy bien su territorio.
OTTO: Oye, enano, tienes que estar más alerta que nunca. Alguien tiene que vigilar.
EL DUENDE: Voy a estar alerta, bien alerta.
OTTO: Aquí junto a la puerta, porque nunca se sabe lo que puede pasar.
EL DUENDE: Sí, junto a la puerta, aquí me voy a quedar.
OTTO: Y cuidas a Mica. La cuidas pero de lejitos, ¿eh?
EL DUENDE: Yo sé que tú estás con Micaela. Ya no es mi tiempo con ella, ahora es el tuyo.
OTTO: Ah... sí. Sí, pues qué bueno que lo tengas muy claro.
EL DUENDE: No te preocupes.
OTTO: ¿Entonces, puedo confiar en ti, enano?
EL DUENDE: No le va a pasar nada.
OTTO: Alerta, enano, bien alerta.
EL DUENDE: Alerta y junto a la puerta.
––Se despidieron con un apretón de manos muy diplomático.
––Y se fueron a la ciudad.
––Sorprenderían al objetivo saliendo del salón de belleza.

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––El Oso iba manejando la camioneta y Otto y El Mosco irían por la mujer.
––Alison Harper salió del salón de belleza Beauty Queens.
––Y esperaba al chofer en la banqueta.
––Luciendo el nuevo permanente en el cabello.
––Otto y El Mosco caminaban por la calle, se acercaron lentamente y comenzaron a
correr.
––Con una mano le tapó la boca y con la otra la agarró del cuello.
––La mujer intentó gritar.
––El Oso llegó con la camioneta y frenó bruscamente.
––El Mosco tenía bien agarrada a la mujer mientas Otto abría la puerta trasera de la
camioneta.
––Pero justo en ese momento llegó el chofer de la mujer.
––Nunca pensaron que iría armado, pero estaba armado.
––Disparó varias veces.
––Una de esas balas le dio al Mosco en el pecho.
––Cayó al suelo.
––Y Alison Harper pudo zafarse y correr de regreso al Beauty Queens.
––Como pudieron se subieron a la camioneta y El Oso arrancó.
––Sin el objetivo y con El Mosco herido de bala.
––Estaba perdiendo mucha sangre.
––Ya no podía mantenerse despierto.
––Pero no podían parar hasta llegar a la casa de la sierra.
––¡¡El Mosco viene herido!!
––El Duende corrió al pueblo y tajo al médico.
––La bala le había perforado un pulmón.
––Estaba muy débil y hacía un gran esfuerzo para poder hablar.
––Ven, Duende.
––Le apretó la mano muy fuerte.
––Sigue con las planchas, Duende. Tienes un don, hermanito. Úsalo. En el cajón del
escritorio hay una caja de madera, es para ti.
––Se lo dijo con la poca vida que le quedaba.

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––Aguanta, Mosco.
––Todo lo que hagas, hazlo por nuestra lucha, Duende. Siempre por nuestra lucha.
––La hemorragia interna es muy severa, dijo el médico al salir de la casa.
––Espero que resista.
––Pero no resistió.
––Dos horas después, El Mosco murió en la casa de Huautla.
––Con la muerte del Mosco y el secuestro frustrado.
––Los ánimos estaban por los suelos y la tensión era cada vez mayor.
––Tal vez alguien pudo identificarlos el día de la emboscada fallida.
––Pero El Oso ya tenía un plan preparado.
EL OSO: ¿Te das cuenta, Otto?
OTTO: ¿Qué?
EL OSO: ¡El Duende! Ese cuate puede ser una minita de oro. Es todo un talento para
eso de la falsificada.
OTTO: Pues eso parece.
EL OSO: Nos puede ser de mucha ayuda, Varguitas.
OTTO: ¿Tú crees?
EL OSO: Sí, nomás es cuestión de saberle sacar provecho al diamante en bruto. Y la
cosa es que lo quieren, Otto... y pues aquí lo tenemos.
OTTO: ¿Quién lo quiere?
EL OSO: Me ofrecen soltar a Vicente y a otros cinco a cambio del Duende.
OTTO: Lo vendiste, Oso.
EL OSO: No, Vargas. No es cosa mía, los rumores vuelan y se presentó la oportunidad,
el cuate este llegó por casualidad...
OTTO: ¡El cuate llegó por Micaela, Oso!... Y además no ha hecho nada más que
chingarle por nosotros... y no tiene idea de en qué lo metimos.
EL OSO: Otto, se chingaron al Mosco y ya nos traen entre ceja y ceja. Con esto sueltan
al Chente, Vargas, y a otros cinco de los nuestros.
OTTO: Eso es traición, Oso.
EL OSO: Eso es hacer lo que tenemos que hacer, Vargas. Solos no podemos seguir y si
no lo sueltan con esto, ya no lo sueltan. Hazlo por mí, Otto. Por el Chente.

41
––Esa noche hubo absoluto silencio en la casa.
––Ni una palabra.
––Varios días sin dormir.
––Atentos a cualquier ruido.
––Al mínimo movimiento que pareciera sospechoso.
––El Duende trabajaba en el taller, seguía al pie de la letra lo que El Mosco le había
enseñado.
––Con esto se pueden salvar muchas vidas, Duende.
––Se acordaba de su abuelo, apretaba los dientes y seguía trabajando.
––Por la lucha, que sea por la lucha.
––El Oso pasaba las noches con una pistola en la mano.
––Y Otto con la mano de Micaela entre la suya, que temblaba constantemente.
––En cualquier momento nos chingan, Vargas.
––Seguro que a estas alturas ya saben dónde estamos metidos.
––Y el silencio volvió a llenar la habitación durante horas.
––Hasta que amaneció.
––Y cuando amaneció Otto ya tenía la respuesta a la propuesta del Oso.
––Esta noche nos vamos, Mica, y El Duende viene con nosotros.
––No entendía por qué, pero estaba seguro de que no podía entregar al muchacho.
––Aunque eso significara dejar al Oso.
––El Duende guardó en un costal lo que pudo llevarse del taller improvisado que El
Mosco le había heredado.
––Nos vamos.
––El Oso, pálido, apretaba la pistola que tenía en la mano derecha.
––La quiso levantar pero no pudo.
––No me chingues, Otto. No me chingues, carnal.
––Inmóvil, los vio desfilar por la puerta y no dijo nada más, se quedó parado con la
pistola en la mano.
––Y se fueron.
––Pero no tenía idea de adónde ir y esa noche la pasaron en la sierra.
––En medio de la nada.

42
MICA: No nos podemos quedar aquí.
OTTO: Hay que esperar a que amanezca o a que haya un poco de luz.
MICA: ¿Y por qué nos fuimos?
OTTO: Pues porque... porque...
MICA: ¿Y adónde vamos a ir?
OTTO: No sé...
MICA: No tenemos dinero, Otto. ¿Y qué no nos andaban buscando?
OTTO: Pues sí, bueno, no sé...
MICA: ¿Y todo eso de la lucha, Otto?
OTTO: ¡Nos fuimos porque El Oso quería entregarlo para que sacaran a Vicente de la
cárcel!
MICA: ¿A quién?
OTTO: A éste, a quién más.
EL DUENDE: ¿A mí?
OTTO: ¡Sí, a ti! A ti con todas tus pendejadas esas de la falsificada.
EL DUENDE: Yo nomás lo hago por la lucha, por su...
OTTO: ¡¿La lucha?! ¡¿Cuál lucha?! Tú no entiendes nada de la lucha. Ni tú tampoco... ya
ni yo entiendo nada... porque... porque a nadie le importa nada. Y nos fuimos... nos
fuimos para que no se lo chingaran y ahora no sé qué hacer y si quieren váyanse. Vete,
Mica. Vete que esto ya no tiene mucho sentido.
MICA: Yo... yo me quedo contigo, Otto. Sigo contigo.
OTTO: Gracias.
EL DUENDE: Pos yo también... Además nadie se puede ir, está muy oscuro, ¿no? Pero
yo me quedo, aquí me quedo. Oye... gracias... gracias, camarada.
––Amaneció y pudieron llegar al pueblo.
––Otto logró comunicarse con Filemón.
––Estoy jodido, File. Me tienes que ayudar.
––Y llegaron a la imprenta de Filemón.
––Ahí se quedarían.
––En un cuartito que usaban como bodega.
––Prometieron ayudar en todo.

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FILEMÓN: Aquí se van a quedar. Tienen que ser discretos y no pueden quedarse por
mucho tiempo.
OTTO: Gracias, File.
FILEMÓN: ¿Y esto?
OTTO: Ahh... eso. Son las planchas del Mosco.
FILEMÓN: ¿Planchas?
OTTO: El Mosco estaba trabajando en eso para hacer documentos de identificación...
bueno, para falsificarlos.
FILEMÓN: Mira nomás... Oye, pues esto no está nada mal.
EL DUENDE: Ésas las hice yo.
FILEMÓN: ¿Tú eres El Mosco?
OTTO: No, File. Éste es el disque noviecito de Micaela.
FILEMÓN: Oye, pero qué Mica no es tu nov...
OTTO: ¡Sí, File! Sí es, pero... bueno esa es otra historia.
MICA: Él es Blandino, File.
EL DUENDE: Pero me dicen El Duende.
FILEMÓN: El Duende, ¿eh? ¿Y tú hiciste esto?
EL DUENDE: Sí, señor.
FILEMÓN: Mira nomás, pues mucho gusto chaparrito.
EL DUENDE: Mucho gusto, señor.
––Se instalaron en la imprenta.
––Filemón, emocionado con el talento del Duende, se encargó de enseñarle al
muchacho lo que tantos años de experiencia le habían enseñado.
––Mica les ayudaba en todo lo que podía.
––Y Otto no soportaba que el chaparrito fuera el centro de atención.
––Filemón, quiero que me enseñes a mí también.
––Y por qué no se lo pides al que sabe.
––Otto se tragó su orgullo y buscó al Duende.
––Y comenzaron a trabajar juntos.
––Estando en la ciudad, Otto logró ponerse en contacto con varios compañeros que
habían estado en el movimiento.

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––Y fueron ellos los primeros en usar los pasaportes que hizo El Duende en el taller de
la imprenta.
––Con los pasaportes lograron salir del país.
––Pronto trabajaban noche y día.
––Pasaportes o documentos de identidad.
––Los pedidos eran muchos.
––El tallercito que tenían en la imprenta iba a marchas forzadas.
EL DUENDE: Juan... Juan, ¿qué?
OTTO: No sé, ¿Juan Ernesto?
EL DUENDE: No, Ernestos ya van varios.
OTTO: ¿Te lo han pedido?
EL DUENDE: Sí, se está poniendo de moda.
OTTO: Estos cuates, ya se están poniendo de a pechito.
EL DUENDE: Juan Román.
MICA: Tiene que llevar Juan, ¿o qué?
EL DUENDE: Toque nacionalista, nomás. Aunque este cuate tiene más cara de chino que
de otra cosa, será Juan Lee.
OTTO: O Juan Chong.
––La voz se corrió rápidamente.
––Un tal Duende que hacía falsificaciones impecables.
––Pero la voz también llegó a donde no tenía que llegar.
––Y una noche casi al cerrar el negocio.
––Una pick up pasó disparando contra la imprenta.
––Aceleró y desapareció entre los carros y las luces.
––Una advertencia, quizá.
––Pero la advertencia no fue sólo eso.
––Mica era la encargada de cerrar la imprenta todas las noches.
––Y justo en ese momento estaba cumpliendo su deber.
––Corrieron a la puerta y Mica estaba sentada en la banqueta.
––Tenía dos balas en el cuerpo.
––Otto se acercó despacio y la miró.

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––Me puedo ver en tus ojos, Otto.
––Y yo en los tuyos.
––Mica no sobrevivió.
––Esa misma noche, usando los pasaportes falsos, fueron a un hotel del centro de la
ciudad.
––Quedaron solos.
––El Duende y Otto.
––Llovía a cantaros.
EL DUENDE: ¿Y ahora qué vamos a hacer?
OTTO: ¡Pues seguir, Duende! Ahora más que nunca tenemos que seguir, las cosas no
pueden quedarse así.
EL DUENDE: Nos van a matar como a Mica y al Mosco... como a mi abuelo.
OTTO: Ahora no, enano, ahora no nos podemos rendir. Cuentan con nosotros, mucha
gente nos necesita.
EL DUENDE: Voy a seguir, Otto. Voy a seguir.
OTTO: Seguimos, enano. Seguimos.
––Y se quedó profundamente dormido.
––Al día siguiente abrió los ojos y El Duende no estaba.
––Lo buscó por todas partes.
––¡¡Duende!!
––Lo abandonó.
––El Duende se había ido.
––Otto intentó seguir como pudo.
––Consiguió dónde seguir trabajando.
––Tallaba planchas noche y día.
––Intento tras intento.
––Pero nunca pudo hacer falsificaciones tan perfectas como las del Duende.
––Nunca.
––Se obsesionó de tal manera que comenzó a decir que él era el famoso Duende.
––El misterioso falsificador.
––No comía.

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––No dormía.
––Pasaba los días trabajando en sus planchas.
––Pero nunca resultaban tan perfectas como aquellas que hacían juntos.
––Lo voy a lograr, algún día, pinche enano, algún día lo voy a conseguir.
––Repetía constantemente.
––Y en cuanto al Duende.
––El real.
––Siguió su camino, fiel a su lucha.
––Falsificaba tanto como podía y se movía de un lugar a otro.
––Cambiaba de apariencia como de identidad.
––Compañeros de la lucha armada o víctimas de alguna dictadura.
––En distintos rincones del planeta.
––Muchos recibieron su ayuda.
––El Duende se convirtió en toda una leyenda.
––Otto no supo más de él hasta que un día a las tres de la mañana recibió una llamada.
––Busca la banca de aquel parque, le dijo antes de colgar.
––Al día siguiente, en el noticiero de la mañana, hubo una noticia que llamó su atención.
––Hoy nuestro país se anota un triunfo más en contra del terrorismo que acecha a
nuestros niños y jóvenes. Fue aprendido un peligroso terrorista conocido como El
Duende, que se cree tiene nexos con grupos comunistas que planean un complot para
alterar la paz y el progreso que México ha conseguido.
––Más tarde fue a la banca de aquel parque, como se lo pidió.
––Debajo de la banca, entre el pasto crecido, había una maleta.
––La maleta estaba repleta de dinero y adentro estaban todas las planchas que El
Duende había hecho.
––También encontró en la maleta un pasaporte con su fotografía.
––El nombre, Juan Chong.
––Y una notita que decía.
––Grita, Otto, grita fuerte.
––En aquella cajita de madera que le dejó El Mosco había una libreta de cheques foliados
del banco principal.

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––Y una plancha que El Mosco había comenzado a tallar, con la idea de algún día poder
falsificar los cheques.
––El Duende consiguió hacer esa plancha perfecta.
––Y con ayuda de uno de sus pasaportes falsos pudo cobrar los cheques del banco
principal
––El Duende lo logró.
––Esa mañana, Otto caminó por la ciudad.
––Ruidosa.
––Enorme.
––Esa ciudad que se reinventa cada día.
––Con sus guerras subterráneas y sus luchas clandestinas.
––Llevaba la maleta llena de dinero y estaba parado ahí.
––En medio de la enorme explanada.
––Entre los edificios eternos.
––Mudos.
––La bandera ondeaba tranquila.
––Como siempre.
––Sobre el cielo gris de las mañanas nubladas.
––Y entonces, sintió eso.
––Eso mero
––Como si quisiera gritar bien fuerte pero no saliera nada de la boca.
––Pero esta vez, apretó los puños.
––Y gritó, tan fuerte como pudo, gritó.
––Y lo demás.
––Lo demás es historia.

Nuestra sentencia ya está decidida de antemano. No depende de nuestros supuestos


delitos. Nada tiene que ver con los principios constitucionales, con el respeto a la
democracia, ni con la Ley ni con el Derecho. Nada tiene que ver con la realidad, aunque
sus efectos serán muy reales, en los años de cárcel que a cada uno de nosotros le

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correspondan. Está decidida porque “en el cielo de nuestro destino (político) con el
dedo de Dios se escribió”.
José Revueltas
Septiembre 21 de 1970. Cárcel Preventiva.

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