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Gabriela Mistral y la crítica literaria.

El libro de Gabriela Mistral que aquí se analizará, publicado recientemente por LOM,
recopila una serie de conferencias de la poetisa, realizadas en la década de 1930, donde
expone su admiración por el poeta y revolucionario cubano José Martí y su extraordinaria
obra. En estas conferencias, por supuesto, no solo reflejan su posición frente al poeta
caribeño, sino que demuestran también una mirada política e intelectual de Gabriela que no
ha sido publicitada. Haremos, por lo tanto, el intento de acercarnos a estos subtextos desde
la mirada de Franco y sus “apuntes sobre la crítica feminista y la literatura
hispanoamericana”.

Según Jean Franco, el suceder de la literatura Latinoamericana está marcado por 3 tiempos
históricos que representan al mismo tiempo la evolución de las perspectivas feministas en
el proceso creativo literario.

En primer lugar, la época colonial, donde se suscribía a la mujer a la iglesia, a su rol


virginal y eclesiástico inspirado en los dogmas marianos de cómo debía comportarse una
mujer, instrumentalizada como un recipiente reproductivo o como una santa dedicada al
culto a Dios. Con la independencia la exclusión de las mujeres toma otros ribetes,
convirtiéndose la mujer en aquel sujeto anónimo que se asocia al dicho de “detrás de un
gran hombre hay siempre una gran mujer”; lo heroico –incluso extrapolando el término a su
concepción griega- se asocia a lo masculino, dejando a la mujer ligada indefectiblemente a
las labores del hogar. Por último el tercer momento literario está asociado a la
posmodernidad y a las nuevas percepciones que la filosofía y las corrientes de pensamiento
en general han aportado a la idea de “país” o “nación” como constructo imaginario, ha
permitido por fin liberar a la mujer de la carga histórica que la mantuvo oculta, desvelando
por fin el rol que ésta ha tenido tanto en la literatura cómo en la historia (p. 268).

Ésta última postura, de la nuevas perspectivas y rescate del rol femenino en lo literario es
donde se centrará este ensayo, específicamente en la obra de Gabriela Mistral “La lengua
de Martí y otros motivos cubanos”, porque entendemos que la poetisa chilena traspasó las
fronteras de su época, escribiendo en un momento en que la posmodernidad aún estaba en
la mente de los grandes pensadores europeos, rompió el molde de la estética nacional, para
plantearse a sí misma, representada en el discurso de Martí, en una situación de sino
latinoamericanismo, por lo menos de caribismo, donde se piensa en las grandes unidades
geográficas unidas culturalmente, en vez del funcionamiento independiente de cada una de
ellas.

La noción de Critica literaria en Mistral

El primer tópico a tratar es el de cómo el feminismo rompe la estética tradicional de


géneros en la literatura, según Franco, citando a Ludmer, aduce que los “géneros menores,
(cartas, autobiografías, diarios), escrituras –límites entre lo literario y lo no literario
llamados también géneros de la realidad, [son] un campo preferido de la literatura
femenina”, en mismos términos, se refiere a esta transmutación de géneros en términos de
lo nacional, complementando que “los espacios regionales que la cultura dominante ha
extraído de lo cotidiano y personal y ha constituido como reinos separados (política,
ciencia, filosofía) se constituyen en la mujer a partir precisamente de lo considerado
personal y son indisociables de él”.

En este punto, que pareciera ser el más amplio en cuanto a la crítica feminista, es también
el más amplio en Gabriela Mistral, porque es necesario poner todas sus conferencias sobre
Martí en el plano del análisis del quiebre de géneros, y es que el texto completo aquí
analizado, da referencias a cómo Mistral traspasa los límites de una conferencia, a la
biografía de José Martí, y vuelve sin reparos a la conferencia, para dar paso a un análisis
crítico del discurso.

“Martí escribió casi todos los versos sencillos en el octosílabo de la copla criolla, porque la
sencillez, le pedía un metro y un ritmo emparentados con lo popular y que se allegase a lo contable.
Yo me oigo en coplas la mayor parte de los versos sencillos aunque haya en todos ellos tanta vida
profunda y tanta cosa trascendente, ellos me resbalan por los oídos en el agua rural de los cantares y
las “soleares”
(…)
El maestro amaba el folklore español y el americano: él era, entre tantas cosas encontradas que
fue, un letrado campesino, algo así como el Mistral de la Provenza, o el Góngora desdoblado en
letrado y en voceador de letrillas. Su estilo mayor, el solemne, él lo trufaba aquí y allá de clavos de
olor domésticos y casi mujeriles. Castizos de almendras campestres; él escribía en una lengua de
colores y de sabores: parece que, hablando, exprimiese pomos de pintura y, a la vez, saborease las
delicias de la vainilla tropical.
En estos pequeños textos citados, separados apenas por dos párrafos, vemos el talento de la
poetisa, para pasar de una crítica técnica como es la composición métrica de la obra de
Martí, a una suerte de biografía, donde une ambos componentes y explica una cosa por
sobre la otra, del mismo modo, todo el escrito está constituido por un manejo vasto de
palabras, que le dan, sin duda una cuota de poética al escrito. Pareciera, que sin estar en
coplas o en versos, estuviéramos leyendo un poema, ya que con una retórica implacable -
sin caer en lo agotadoramente romántico y empalagosamente detallista de la obra de Rodó-
nos muestra la vida de campesino de Martí, llenándonos la mente de pinturas, sabores, y
olores tropicales, motivando en el lector una sinestesia, donde los sentidos tienden a
confundirse, y a hacerse la imagen de un caribe incluso sin conocerlo.

En el mismo tono, su crítica a la crítica literaria de la época, demuestra su intelectualidad y


poca conformidad con los análisis de su época, en cuestiones tan simples cómo que ella no
entiende la separación entre un hombre y su obra, comentando que “La averiguación de la
lengua se me ha resbalado hacia el hombre, al cual yo no iba a comentar porque la crítica
literaria moderna está empeñada en deslindar obra e individuo y reducirse a la escritura a
secas”. Dejando ver que los análisis pseudo científicos de una crítica positivista, reducen
los lindes de análisis que años más tarde tomarían peso en la deconstrucción y en la unión
impertérrita de autor con su obra.

Del mismo modo, Mistral, une constantemente los detalles de la obra literaria de Martí, con
su posición política de revolucionario que deseaba una Cuba libre sin intervención foránea.
Así, diría

“Es preciso alabar también al luchador sin odio. El mundo moderno anda alborotado con la
novedad de Mahatma Gandhi, combatiente ayuno de furor. Pero el fenómeno de combatir sin
aborrecer, apareció entre nosotros mucho antes en este “santo de pelea”. Pónganle encima si quieren,
la lupa acusadora; mírenle las arengas, proclamas y cartas, y no saltará al ojo una sola peca de odio.
Empujado a la cueva de las fieras, constreñido a buscar fusil y a echarse al campo, este hombre va a
pelear sin malas artes, sin interjecciones feas, sin que se le pongan sanguinosos los lagrimales” (p.49).

La poetisa vuelve a quebrar el ideario normal de la crítica de la época, une


indefectiblemente el rol de luchador político de Martí, con su obra literaria, para Gabriela
no existen las limitaciones que según Franco habría hecho el hombre entre política y
filosofía, sino que se entienden como un complemento que sólo una mirada femenina en la
época podía dar. Saltándose los tabúes literarios que dominaban al pensamiento masculino
sectorizado en áreas por uno complementario donde persona, obra literaria, política y
filosofía están unidas. En sus palabras “Las mujeres no sabemos explicar en bloque y solo
tenemos una habilidad de encajeras, es decir, detallista” (p. 40)

Un segundo tópico bien remarcado en la obra de Jean Franco es el de la poscolonialidad y


su forma de abordar los problemas latinoamericanos, desde una perspectiva de la
subalternidad frente a los centros hegemónicos que mostrarían una mujer doblemente
discriminada “por ser mujer y por ser latinoamericana”; según Franco, este es un problema
a superar dentro de la producción literaria como del discurso latinoamericano. Desde el
punto de vista de quien escribe, la subalternidad ya está completamente sobrepasada en la
producción de Mistral; es notorio en la autora, un discurso completamente empoderado
desde quien escribe de la intelectualidad latinoamericana, no existe para ella una visión
disminuida ni victimizada de la mujer latinoamericana sin discurso, sometida por la
epistemología europea. Sino que concibe con presteza su crítica a un modelo literario más
bien atrasado y poco evolucionado, centrado en una supuesta objetividad poco real en el
análisis y plantea en oposición a este, una realidad latinoamericana y caribeña de entender
el contexto y la evolución histórica latinoamericana.

Mistral dedica un apartado completo al tópico de lo caribeño en Martí y lo tiñe de un matiz


americanista notorio para su época, donde más de una vez utiliza el “nuestro Martí”, el
“nosotros” a los caribeños o el “mi Antilla”.

“Al revés de cuanto se ha dicho, la soberana belleza tropical de América se quedó al margen de
nuestra literatura, sin influencia verdadera sobre el escritor y como rebanada de él. Ojos, oreja y piel
se lo hemos regalado a Europa: paisaje, europeo, desabrido y neutro, es lo que se encuentra en
nosotros los criollos. Antes y después de José Martí, ninguno se había revolcado en lo fogoso y en lo
capitoso de estos suelos” (p. 45).

El comentario de Mistral sobre lo tropical en el autor cubano, está cargado de ironía sobre
lo que dejaron los españoles en América, sin embargo rescata al mismo tiempo, lo valioso
que es el discurso de Martí para su época, haciendo frente no tan solo políticamente a
España, sino que también en el área de la literatura. La autora analiza a Martí, pensando en
una lógica de hacer parangón de ambas culturas…
“En Martí no fatiga el período a fuerza de estar vivo de cabeza a pies. A los prosistas mediocres,
incapaces de fundir los materiales de la oración como el volcán los suyos, dan ganas de pedirles que
truequen el acápite español por la sintaxis sumaria del francés, que queda al alcance de sus fuerzas en una
frase corta y portátil. Esta cláusula tiene a lo menos lástima de nuestro aliento y cortesía de la oreja
tendida, mientras que el continente verbal pide titán y las manos comunes no tienen nada de prometeicas”
(p. 42)

De la misma forma en que Mistral no se siente acongojada frente a la literatura europea,


sino que le reconoce el origen de la ricura lingüística de Martí, ella misma demuestra, cual
cuento de Borges o el Ariel de Rodó, un amplísimo bagaje cultural donde ninguna palabra
ni referencia es azarosa, sino complementaria y necesaria para describir lo que
específicamente quiere decir.

Esta respuesta de la poetisa a la posición europea, y el uso de un lenguaje poético y florido


como sustento de su imagen de mujer de gran peso intelectual, nos da una última
perspectiva en Mistral que nos servirá también para concluir este trabajo, y es que el
complemento que se da en el texto aquí analizado, tiende a romper con las perspectivas
clásicas de lo femenino y se nos presenta una Gabriela Mistral política, filosófica y crítica,
pero dejando siempre en evidencia que quien escribe es una mujer; el uso del narrador en
primera persona en este libro-discurso es clave, ya que no busca, como lo plantea Franco,
argüir que “la escritura es neutral” (p. 273) sino que explicita más de una vez su condición
de escritora, de mujer, sino que se muestra madura y con un estilo marcadamente propio
que la hacen aseverar sin miedo su yo poético, donde revela su antipatía contra los
“seudocervantistas” y se declara mujer más de una vez arguyéndose cualidades de
“detallista” y de tener un “instinto, que es la única sabiduría de la mujer” (p. 53).

Mistral une sin tapujos su concepción femenina con su argumento literario (más atribuible
por los insulsos a una capacidad masculina) sintiéndose libre de atribuirle a Martí la
condición de maestro, de sobrenatural (p.60).

En esta misma línea, Mistral con su análisis de la obra de Martí, demuestra que fuera de la
clasificación banal que se ha hecho de su obra de los “piececitos de niño” y se le ha
designado como una poetisa de lo doméstico, de los niños -en contraste con el Neruda
ampliamente político- tiene un alto compromiso político e intelectual con la producción
literaria latinoamericana, afirmando la idea de Franco, (de que a las mujeres durante mucho
tiempo se les intentó ocultar -específicamente en la época nacional que vivió Mistral- bajo
la visión de productoras literarias ligadas a las cuestiones domésticas y menores, se les
consideraba como “más aptas para explorar la vida interior”) pero haciendo fracasar
rotundamente el discurso sexista que los críticos literarios mantuvieron por mucho tiempo.

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