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Índice
H. Ayuntamiento de Puebla
2014-2018

Antonio Gali Fayad


Alcalde H. Puebla de Zaragoza Prólogo

Instituto Municipal de Arte y Cultura de Puebla (IMACP) Una ventana que nuevamente se abre / Alejandro Badillo / 9
Anel Nochebuena Escobar
Directora La fuente de la inopia / Eduardo Sabugal / 15
Rafael Navarro Guerrero
Subdirector de Desarrollo Artístico y Cultural La contradictoria naturaleza del flechazo / Federico Vite / 28
Jaime Mesa
Coordinación para la Edición y Fomento a la Lectura Malvoria / Arturo Ordorika / 34

Diez / Agustín Fest / 37


Primera edición 2014
ISBN: Volver / Gregorio Cervantes Mejía / 45
Ficciones en fuga. Narrativa breve desde Puebla
De esta edición Cerrando puertas / Judith Castañeda Suarí / 50
D.R. © Instituto Municipal de Arte y Cultura de Puebla
3 Norte No. 3, Centro Histórico. El Nicaragua / Alejandro Lambarry / 58
C.P. 72000 Puebla, Pue. Cabalgando el dragón del infierno / 60

Presunto implicado / Fernando Sánchez Clelo / 63


Impreso en México Primera llamada / 64
Queda prohibida, salvo excepción prevista por la ley, cualquier forma de El hombre indicado / 66
reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de El castigo / 68
esta obra sin contar con la autorización de los titulares de la propiedad La belleza / 69
intelectual. La infracción de los derechos mencionados, puede ser cons-
titutiva de delito contra la propiedad intelectual. A la sombra del sombrero / Noé Blancas Blancas / 70
9

El malestar es cómplice / Víctor Roberto Carrancá / 86

Sal de uvas / José Sánchez Carbó / 90

Sin epígrafe / Gerardo Oviedo / 98

Y si un día el profe… / Günter Petrak / 110 Prólogo


Scherezada: noche 700 a 1001 / José Luis Zárate / 113

El cielo de Neuquén / Luis Felipe G. Lomelí / 117


Una ventana que nuevamente se abre
Fichas biográficas / 128
La palabra antología se define como una selección de lo mejor o una co-
Anexo. La uniformidad de la abundancia. Antologías y compilaciones de la lección cuyos elementos tienen puntos en común. Usando esta palabra
narrativa en Puebla (2000-2013) / José Sánchez Carbó / 135 como punto de partida me parece que cada vez es más complicado justi-
ficar plenamente una antología literaria, es decir, que la selección ofre-
cida al lector goce de un amplio consenso entre los escritores y, sobre
todo, que los argumentos para justificar su inclusión no tengan fisuras.
El arte en cualquiera de sus disciplinas siempre tiene un porcentaje de
subjetividad y, por esta razón, la elección de textos para una antología
conduce, como último punto de análisis, a los gustos y preferencias del
compilador. En la historia de la literatura las antologías se han usado
para conformar grupos que plantean, aunque sea de manera sutil, una
poética que legitima sus búsquedas. A este escenarios se suma una difi-
cultad evidente en las últimas décadas: la creación literaria es cada vez
más heterogénea en estilos y apuestas. Si antes era fácil identificar gru-
pos que formaban una tendencia clara –algunos de ellos incluso ampa-
rados con algún manifiesto–, ahora el camino es solitario y es frecuente
encontrar apuestas radicalmente distintas de autores coetáneos. Por
esto, quizás, cuando no se solicita un texto con una temática muy espe-
cífica, se opta por criterios de edad o lugar de residencia para tratar de
uniformar una selección.
Por las razones anteriormente expuestas me gusta pensar que
el libro que el lector tiene en sus manos no es una antología, sino una
reunión de narradores que han frecuentado el cuento y que han desa-
rrollado su trabajo o parte de él en Puebla. La reunión ha partido de
10 FICCIONES EN FUGA. narrativa breve desde puebla una ventana que nuevamente se abre / Alejandro Badillo 11

mi lectura de sus textos en libros, revistas y suplementos. Su inclusión panorama de la narrativa local: algunos escritores han desaparecido o
parte no de un escalafón, sino de coincidencias personales que he fun- no publican con frecuencia lo que hace difícil rastrearlos. Sin embargo
damentado (no en todos los casos) con reseñas en medios virtuales e otros se han mantenido y nuevas plumas se añaden para enriquecer la
impresos. Elegí reunir cuentos porque me parece que es el género que literatura poblana. Este fenómeno cambiante será cada vez más común,
mejor se adapta a una selección, ya que la aproximación del lector siem- sobre todo en las grandes ciudades cuyos pobladores cambian de lugar
pre será completa y no fragmentaria. Hechas estas precisiones me gus- de residencia con más facilidad que en tiempos pasados. Estas caracte-
taría retomar la condición de “autor poblano” y sus dificultades: ¿quién rísticas, a pesar de las problemáticas que generan, pueden ser buenas
puede definirse como autor poblano? Si se aplica el criterio del lugar de oportunidades para que el lector conozca autores nuevos que, además
nacimiento quedaría fuera una gran cantidad de autores que llegaron de su trabajo en la ficción, participan en blogs, periódicos impresos, di-
al estado desde otros lugares de la república. Puebla, desde hace varios gitales o en la vida académica.
años, se ha distinguido por ser lugar de residencia de una población di- Los quince escritores reunidos son una interesante muestra de
versa que ha nutrido diferentes estratos de la ciudad. Incluso yo mis- estilos y búsquedas literarias que abarcan una gran cantidad de temá-
mo nací en el Distrito Federal aunque ya tengo muchos años viviendo ticas: humor, fantasía, realismo, minificción, alegorías, absurdos. Este
en Puebla. Haciendo un análisis de los autores que en los últimos años mosaico es un reto para el lector, ya que cada cuento plantea una bús-
han coincidido en Puebla me di cuenta de que muchos venían de otros queda individual antes que añadirse a una tendencia. “La fuente de la
lugares del país. Otros habían nacido en el estado o permanecido algu- inopia” de Eduardo Sabugal erige a la ciudad de Puebla como un prota-
nos años aquí, pero ya no era posible coincidir con ellos porque viven gonista más y completa este recorrido con un lenguaje que se expande
en otras ciudades. Este terreno volátil hizo que decidiera –con toda la gracias a la imagen y a la poesía. Judith Castañeda Suarí muestra con
subjetividad que esto conlleva– a que los cuentos seleccionados fueran “Cerrando puertas” un universo íntimo, que apela a lo sensorial y frag-
de autores que tuvieran alguna identificación con Puebla, ya sea porque mentario gracias a un acertado juego de voces que reflexionan sobre el
hayan desarrollado su obra en ella o porque se hayan integrado a la es- tiempo y la muerte. En “Volver”, Gregorio Cervantes recrea un mundo
cena literaria local con sus publicaciones. atemporal en el que cobran fuerza elementos míticos como el fuego y
Debo mencionar que los referentes inmediatos anteriores a este las genealogías. “Malvoria” de Arturo Ordorika es un cuento que olvida
libro son dos volúmenes que recopilaron las obras de narradores pobla- estructuras tradicionales, prescinde de una anécdota central para in-
nos: Insólitos y ufanos. Antología del cuento en Puebla 1990-2001 (Bene- ternarse en el terreno de la variación y lo lúdico. Federico Vite en “La
mérita Universidad Autónoma de Puebla, 2003. Antologador Jorge Ar- contradictoria naturaleza del flechazo” echa mano de diálogos preci-
turo Abascal Andrade) y Piezas cambiantes. Escritores en Puebla frente sos y punzantes para contar una historia en la que la seducción tiene
al siglo XXI (Secretaría de Cultura de Puebla 2010. Antologador Jaime distintas caras. Fernando Sánchez Clelo, promotor y cultivador eficaz
Mesa). El primer libro estuvo enfocado en el cuento y el segundo, a pesar de la minificción, ofrece en “Presunto implicado”, “Primera llamada”,
de incluir una gran mayoría de textos de este género, también convocó “El hombre indicado”, “El castigo” y “La belleza” una serie de mínimos
a la novela y el ensayo. Otro trabajo relevante es Ni muertos ni extran- artefactos narrativos que buscan, con base en un mismo espíritu y te-
jeros: el lector soy yo. Antología de narrativa y crítica literaria contem- mática, articular una historia que abreva de lo policial jugando con los
poránea en Puebla (UPAEP, 2010. María Todorova y Abigail Villagrán, estereotipos de los detectives, mujeres fatales y homicidios sin resolver.
compiladoras) que generó un diálogo interesante entre críticos y auto- “El malestar es cómplice” de Víctor Roberto Carrancá es una interesan-
res a partir de los cuentos seleccionados. Los años transcurridos desde te exploración del absurdo y de cómo un buen cuento puede fundar sus
la publicación de estos trabajos hacen necesaria una nueva mirada a propias reglas y llevarlas al límite. Agustín Fest colabora con “Diez”, un
los cuentistas poblanos que permita apreciar qué tanto ha cambiado el cuento que utiliza un discurso fragmentario para mezclar lo grotesco,
12 FICCIONES EN FUGA. narrativa breve desde puebla una ventana que nuevamente se abre / Alejandro Badillo 13

lo sexual y la comedia. Alejandro Lámbarry participa con dos cuentos gracias a las herramientas de promoción que posee el Ayuntamiento de
breves: “El Nicaragua” y “Cabalgando el dragón del infierno”; en am- Puebla. El agradecimiento final es para José Sánchez Carbó que ama-
bas historias Lámbarry utiliza la viñeta y el retrato para crear perso- blemente cedió su ensayo La uniformidad de la abundancia. Antologías
najes que constituyen por sí mismos la aventura que busca el lector. “A y compilaciones de la narrativa en Puebla (2000-2013). Este texto añade
la sombra del sombrero” de Noé Blancas es una nueva visita al mundo un colofón valioso ya que ofrece un recorrido por las antologías hechas
rural poniendo particular atención en la oralidad y en la creación de un en Puebla y ofrece una perspectiva histórica de la narrativa local duran-
lenguaje en el que son importantes el ritmo y la digresión. En “Sal de te la última década. Como escribo al inicio de este prólogo la intención
uvas” el humor de José Sánchez Carbó logra una historia redonda en es abrir una nueva ventana a la narrativa breve: sacar una nueva foto-
el que la tragedia de un enamorado se vuelve cómica sin llegar a la cari- grafía a una literatura viva y cambiante. Seguramente habrá omisiones
catura. Gerardo Oviedo colabora con “Sin epígrafe”, una veloz historia y olvidos, sin embargo, la vocación del libro no es hacer un censo, sino
que con un lenguaje eficaz y con acidez refleja los sinsabores del amor partir del gusto y conocimiento de un compilador que reúne diver-
y de los vasos comunicantes entre la literatura y la vida. Günter Petrak sas obras que considera valiosas para reunirlas en un libro. Otra labor
ofrece en “Y si un día el profe” una mirada al mundo escolar, un reflejo importante es dar nueva vida a algunos cuentos que, por pertenecer a
fiel de los desencuentros y sospechas entre alumnos y maestros para, ediciones de escasa circulación, no tuvieron los lectores que merecen.
finalmente, conducir la lectura a una sorpresa final. José Luis Zárate, Espero que los cuentos, además de contar buenas historias, acerquen a
narrador identificado con los géneros breves, emprende con “Schere- los lectores a la reflexión, a la búsqueda y, sobre todo, a interesarse por
zada: noche 700 a 1001” una nueva mirada a Las mil y una noches desde la literatura que se produce en su ámbito más cercano.
el humor y privilegiando la imaginación para descubrir nuevas facetas a
esta obra clásica. Luis Felipe Lomelí narra en “El cielo de Neuquén” un Alejandro Badillo
pacto entre dos mujeres cuyas vidas y las de sus conocidos están mar- San Andrés Cholula, abril del 2014
cadas por la migración y la continua transformación de su identidad.
Lomelí otorga realidad a su historia con pequeños detalles, pláticas que,
vistas a la distancia, componen un cuadro vivo y lleno de matices.
Hechas estas anotaciones, quiero agradecer a César López por
la propuesta de coordinar este libro en su edición digital y, sobre todo, a
los autores que confiaron en el proyecto. También mi reconocimiento a
Jaime Mesa y al Instituto Municipal de Arte y Cultura de Puebla (IMA-
CP) por colaborar en la versión impresa de Ficciones en fuga. Narrativa
breve desde Puebla. Estas dos ediciones, además de ser un ejercicio in-
édito en la narrativa publicada en Puebla, constituyen un esfuerzo por
acercar a los poblanos a los autores que recorren las mismas calles que
ellos. La edición digital a cargo de la editorial Incunábula busca superar
las dificultades de distribución que a menudo enfrentan los editores in-
dependientes y gubernamentales apostando por la tecnología del libro
electrónico que puede ser descargado en diversas plataformas. Por otro
lado, el área editorial del IMACP inicia una nueva etapa con este libro,
cuya edición en papel buscará llegar a una gran cantidad de lectores
15

La fuente de la inopia
Eduardo Sabugal

I
No sabe que más allá del barrio de Santiago hay una figura con alas que
lo espera pacientemente como una enredadera, ni sabe que su futuro
está tatuándose poco a poco en este instante en el que piensa en ella; no
intuye siquiera que los acontecimientos se están inscribiendo como
manchas dactilares en un pergamino de miel. Mateo no sabe que ya le
están poniendo a correr la liebre mecánica más allá de los recovecos de
la sala imperial de la voluntad y más allá también de la imaginación que
le devora y le dicta los métodos para disfrazar sus deseos. Galgo absur-
damente lento, sentado aquí bajo el ladrillado y delante de su botella de
cerveza. Sus dedos reciben el frío vidrioso de la cerveza y sus ojos se
pierden allá, en la puerta centenaria y en la iglesia de Santiago, mientras
aquí en el porche los hombres no hablan sino con gestos etílicos, como
aprendidos en una mímica ancestral y remota, teatro viril del cansancio
indigente. Franqueado por esos dos abandonos, el del borracho anega-
do en su silla y el del tiempo que corrompe, que lacera con sus signos de
piedra. Mira aquella puerta, confín de un imperio reducido, desvalida
entre tanta cosa nueva y fútil, árboles miserables e intrusos, un corral
satírico en forma de parque para tanta sangre y tanta voz guardada bajo
la tierra. El bar le comunica lo contrario de lo que perciben sus dedos en
la botella de vidrio, es como si esa mesa de metal y ese espejo sucio sobre
la barra le marcasen un inicio, un lugar de origen para tanta serpiente
de humo que su conciencia ha comenzado a disparar mucho más allá de
esas calles y este tiempo. Ignora que el ojo de Santiago regaba con agua
sulfurosa una galera roja en donde escurría desde una viga la sangre de
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los toros asesinados en la noche. No sabe que la silla que ocupa era la donde Eros los ha dejado después del crujir de labios, embrutecidos y
perspectiva secreta de un cholulteca que intercambió cuatro solares amodorrados en la aporía de la noche y en la caricia tenue y lenta del
por una muerte. Y tampoco sabe nada si estira el ovillo hacia el otro ex- tiempo. El tabaco en la boca de Raimundo y las letras torcidas en los
tremo, no imagina siquiera el corte que hará para intentar sacar a Susa- ojos de Lucía sólo son dos conchas marinas ancladas en el silencio are-
na de un estanque agitado de sueños. Está ahí, comiendo habas y gar- noso tras la lascivia marítima. En ese remanso Mateo irrumpe con ex-
banzos, planeando oscuramente un regalo mientras en su garganta pasa plicaciones enroscadas como caracoles a causa de la urgencia. Los dos
el fermento acuoso de cuatrocientos granos de cebada; digiriendo un amigos escuchan y saben que el caracol se metamorfoseará en carta, en
aroma a lúpulo, está muy a su pesar cayendo en las tretas de la proyec- número, en mano abierta y legible como una constelación. Mateo ha di-
ción. Y la noche zumba un galope de carretas o de cascos lodosos, escu- cho ángel, Susana, catedral; y con esas tres palabras, Raimundo y Lucía
rre el hálito sonoro entre alamedas borradas, eco imposible que emana han logrado triturar una concha como de sarro y han entendido los sur-
de la noche y de los muros viejos. Y el eco se reduce a un susurro imper- cos en la palma como si fuesen gitanos, han comprendido la figura de la
ceptible en este ángulo, como si esta esquina a donde Mateo ha llegado, constelación con sólo tres astros y han dejado el cigarro y la cómoda ce-
fuera una invisible rasgadura en el cuadro, un intersticio que el pintor bra adormilada para salir con Mateo a torear la fortuna que brilla como
ha olvidado y en donde la pintura impregna los dos lados de la tela. Ha una cefeida en lo oscuro de la noche. Olvidándosele quizá a Mateo que
caminado hasta aquí después de pagar las cervezas y atravesar la calle, la fortuna no tiene forma de osamenta arbórea, sino de rueda, y olvidán-
ahora con la convicción de su empresa voltea como para despedirse de dosele también que la policía municipal a esas horas también tiene ma-
la luz del porche, de las mesas metálicas, pequeño óleo luminoso en la nera de moverse. Esas formas que tiene la existencia para trocar la co-
manta negra que sostiene la luna. Ha emprendido una fuga horizontal rona azarosa de un alce en aplastamiento giratorio, son precisamente
en una calle de arbolitos que desemboca en un punto de fuga empobre- las cosas que ignora Mateo, y por eso ahora camina junto a dos guardia-
cido, atenuado por el alumbrado escaso que se empina como cuellos de nes que ya miran de lejos la cúpula de ladrillo y azulejos, y más arriba,
gansos verdes sobre la calle olorosa a grasa. El caminar se hace rápido a recortándose en la noche de manchas nubosas, la linternilla, el globo y
pesar de la densidad de la penumbra y de los olores fortísimos de los la cruz. Los tres ya alcanzan a divisar las moles erguidas de basalto, to-
molotes y las quesadillas, de los esquites que arden en despostilladas rres de un templo barroco y neoclásico que albergan, como en una hor-
ollas de peltre azul. Se entretiene mirando los dragones de humo que nacina sonora, las campanas que hacen ondular el espacio sobre los te-
revolotean sobre los anafres, las diminutas luciérnagas rojas que se es- jados y tinacos, sobre los tendederos y los postes. Ya les ha explicado el
conden en el carbón, las sombras, las ventanas. Espera poder encontrar motivo de la caminata, ya les ha dicho cómo usará el arco y la segueta, y
a Raimundo en su guarida y pedirle que sea el guardián y el testigo de su les ha prevenido de los posibles riesgos que merodean la catedral. Rai-
complicado cometido. Detrás de las cortinas, la luz hace que Mateo al- mundo se imagina, sin embargo, que las miradas delatoras podrían ve-
cance a ver la ventana de la casa en una suerte de descubrimiento dicho- nir de las ventanas que tiene el templo, y que en el interior muchos ojos
so. Enmarcado por una herrumbrosa cornisa, el cristal en el muro es un muertos podrían cobrar claridad, imagina el Moisés con la serpiente de
alveolo luminoso. Ella ha cambiado de posición en el sofá de rayas ne- metal de Villalpando y le da un temor absurdo. Ahí está ya el imafronte,
gras y blancas, Lucía tiene apoyado el libro sobre sus muslos, sigue la primero darán un rodeo, caminan mirando los ángeles que miran el cie-
lectura con una dificultad focal, la vista cansada transfiere el cansancio lo y escupen una pobre luz sobre el mundo, los watts que esos focos con-
a todo el cuerpo que se ovilla en el sofá cebra, Raimundo fuma y la ve y ceden bastarían para confundir a cualquier parroquiano con Francisco
no puede dejar de pensar el cómico parecido de Lucía con la posición Becerra, o a cualquier petrificada escultura con un policía. Caminan por
del Chac Mool. Hace unas horas, en el encierro de sus cuerpos, en el in- el enverjado de la esquina noroeste del atrio, recorren los noventa y
grávido periplo del deseo, ninguno de los dos pensaba en estas horas en ocho metros para volver a quebrar a la derecha, ahora están mirando la
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parte trasera de la Iglesia, Mateo señala la próxima esquina y recuerda a náculo pero ahora no hay opción, la víctima comienza a cojear, sólo es
Raimundo que esa esquina será su lugar de vigía. Los muros tienen el necesario tomarlo de la nuca y doblar el tobillo, la sustitución del serrar
grosor de conciencias litúrgicas, y las composiciones atroces que cree por el doblar ha logrado lesionar un poco abajo de la rodilla, ahora esa
ver Mateo en la esquina le hacen pensar en otros vigías, en indios des- parte de la extremidad ha dejado ver un enorme boquete, agujero bor-
calzos que reptaban por las lenguas de Satán para poder venir a espiar deado de esquirlas por donde se pueden ver las entrañas de aire del án-
este templo con techo de paja, tiempos en donde las capillas se habían gel. El cortador vuelve a la segueta, que está a punto de perder los dien-
infestado de indios casados y con otras indecencias. Jinetes manieristas tes en la batalla contra el divino aleteo de la escultura verde y negra.
descargando ornamentación para el templo amorfo, transformal y ves- Mateo, que no soporta ya estar colgado de la pilastra y con los pies en la
tido de formas. Como si todo ese vestir las formas no fuera otra cosa que reja y sin silbidos ni señas de sus guardianes, da una torsión final al em-
el mismo gesto de ensayar una mutilación, espacio infinito para el acto pedernido soldado celeste, el resultado es que toda la corporeidad de la
de terminación y consagración, para el suceso repetitivo de la amputa- figura penda ahora de un delgado hilo de hierro. Es hermoso ver la frágil
ción. Lucía hubiera preferido que Mateo robara un vaso de oro de colo- consistencia del ser ahora, como si de verdad se hubiera humanizado un
res que hay en el interior, o las jarras de plata, pero se alegra de su fácil poco, el tobillo verde sigue intacto adosado a la pilastra y no queda más
tarea de atalayar desde la esquina poniente hasta donde sus ojos alcan- remedio que llevarle mutilado, vencido, horizontal por vez primera y
cen. Segundo vigía para que el cortador del ángel siga su impulso, Lucía envuelto en unos trapos. Lucía corta más trozos de sábana para que su
se ha detenido en la banqueta y ha prendido un cigarro, la comunicación amigo se lleve el trofeo bien envuelto, escondido bajo los trapos, ama-
será uno o dos silbidos, recuerda que no sabe silbar pero lo mismo le da rrado de alas y brazos para que no huya. Mateo ha comenzado a sospe-
gritar que aventar una piedra o ponerse a cantar. El ángel de cuerpo en- char hasta de la molotera desvelada que lo mira como si fuese un agente
tero es idéntico a sus compañeros verduscos que rodean la iglesia, ahí secreto del INAH o la reencarnación de Palafox y Mendoza.
empotrados sobre el enverjado de hierro y bronce. Son sesenta pilastras
toscanas que detienen a los querubines y Mateo ha escogido, no sabe II
por qué supersticiones, el segundo del tramo largo del oeste. Mira a la Era el pez de agua que salía de un fruto, era el alambre de óxido que mi-
víctima, se imagina la cara de Susana cuando le lleve, no la oreja ni el raba enroscarse en la verja del parque. Era la noche, que trayéndole la
rabo, sino todo el cuerpo angelical de esa corrida nocturna. Trepa el en- sensación olvidada del agua tibia, se le ofrecía ahí para dejarse trenzar
rejado y empuña la segueta como quien alza un cuchillo sobre su propio en un solo gesto. Andar, sentir el aire en su fragmentación infinita, era
hijo para el sacrificio, dejará sólo treinta y nueve seres alados custo- de nuevo distraer el demonio apagado con el inmóvil nocturno que se
diando el templo, sabe que esos ángeles tienen algo de profanos, algo de desgajaba en esa calle y que extendía sus tenazas líquidas más allá, con-
secular, pues los ha puesto ahí el poder burgués de finales del XIX. Co- virtiendo la plaza, aún fuera de su mirada inyectada de vacío, en una
merciantes ociosos, piensa Mateo mientras corrige el ritmo de los dien- arena mutilada, en un rumor de árboles que fermentan lo verde. Y así,
tes diminutos que muerden el metal verde de la pata del ángel. El que- sin la promesa de huellas y virando en la esquina para luego cruzar en
rubín se resiste más de lo que pensaba y sospecha que estas criaturas diagonal el rectángulo de siempre, respira lo inmóvil del rumor, la fres-
terrenales son un poco más fuertes que los que están en el interior, to- cura de las piedras que le comunican un silencio secular, como si esa ca-
cando la flauta en el órgano menor, como si el estar a la intemperie y lle empedrada quisiera contrastar el ronroneo de falsa marea del follaje
expuestos al fluir urbano los hubiera hecho más robustos en sus raíces, con el vacío mineral que duerme bajo las fogatas astrales. El parque es
como si su temple metafísico hubiera recibido más bendiciones por es- un territorio que exorciza la pesada geometría de las camas, un aire con
tar sufriendo la cagada de las palomas. Desde luego hubiera sido mejor sombra verde. Es la palma que le anuncia la germinación de contornos
llevarle la inmaculada en bronce que está en la parte superior del taber- implacables. El Pachis camina en las grietas de esa palma, bajo el cono
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de luz de los faros y metiendo el zapato en la laja rectangular erosio- perspectiva multiplicándose asombrosamente. Esta repetición la ob-
nada, evitando que la suela invada la frontera entre cuadro y cuadro. serva cuando quita la vista de la cabeza que emerge del muro y la clava
Sonríe la nicotina en dientes oscuros, observa la fuente y mira de reojo, entonces en la arcada. Cuarenta y cinco arcos ha contado el Pachis una
con rapidez de siervo a punto de recibir la garra, al cura de metal que no noche, pero ahora no cuenta arcos sino ceremonias, acontecimientos
hace nada, héroe fijo en su inercia dorada, como si el empuñar la ban- que sólo en su memoria encuentran raíz y final, y que en su plática la voz
dera le permitiera seguirse sosteniendo ahí en las alturas, y al mismo convierte en discursos y transforma las heridas en una lengua audible,
tiempo le transmitiera irónicamente esa coloración de atuendos tolte- como los ladridos de Zardoc que avisan que una ambulancia zumba en
cas. No hizo caso a los gritos confusos que manaban de un vehículo re- la distancia o que la lluvia va a comenzar. Los regresos siempre son los
pleto de estudiantes; se coloca un caparazón de tortuga para las lanzas más difíciles y hay que dejar la vía del tren o las aceras aledañas al mer-
inútiles del exterior, voces, griterías, insultos e invitaciones, se doblan cado para emprender el viaje que lo regrese a su cama, desde donde mira
en el caparazón y caen como agua sucia bajo sus pies. un tronco negro cansado de hacer nudos en la inclinación del terreno.
Esta noche también conversará hasta que la lengua se le esconda Todavía podrá ir por ahí, tomarse una cerveza en ese lugar en donde hay
como una cola de roedor bajo el paladar. Hablará primero en silencio, vacíos y mesas, luego tendrá que retornar. Como un escarabajo que em-
como cuando salió del hospital y descendió la rampa empedrada, sin puja su bola de excremento, caparazón que en la indiferencia quitino-
voz al principio, tal y como lo hizo cuando su pisada rompió las ramas sa repite en espejo convexo los breves segmentos de la luz lunar. Sísifo
secas que bordean la pirámide, luego, sin que él mismo lo note, su voz empujando su amasijo nocturno, como un odio ancestral rodando en el
adquirirá volumen y entonces el silencio de Cholula se irá surcando derrumbe histórico, como el esfuerzo de mula serrana. Sedimentación
poco a poco con las palabras que salen de su boca. El interlocutor de lenta al ascender por la rampa, y se pregunta entonces el escarabajo si
piedra será el mismo, escucha indiferente, apenas una cabeza que sale esa madrugada de sueño también disolverá la bola de mierda, la esféri-
de un muro, enorme como la de un toro. Interlocutor nocturno al que ca recolección de errores y estrellas. Intuye ya el cerrojo, la droga que
el Pachis viene con fiel constancia para platicarle, para regañarle, para lo dejará sin las ramas elaboradas esa noche, el momento de la paz y el
descargarle el pesado fango de una conciencia enmarañada en palabras. vaso con agua, el botón blanco en la lengua y el trago que firma la alianza
Vicente T. Mendoza, dice la placa bajo la cabeza. El conversador igno- de Morfeo con Guadalupe para quitarle el lodo del tiempo. Pacto secre-
ra por completo que las cabezas inmóviles tengan nombres y pretende to en ese círculo diminuto sobre su lengua, en donde está bailando, en
descubrir los rasgos, las letras doradas en el muro, las aristas del mo- calidad de blanca y farmacéutica ofrenda para la patrona, una flor de
numento, los rasgos de la cabeza de bronce, siguiendo el método de los adormidera. Y se tenderá en su cama, afuera habrá otros caminando en
murciélagos, que lanzan sus ondas sonoras para descubrir los cuerpos el patio, él escuchará sus ruidos. Y se irá quedando dormido mientras
sólidos delante de ellos, animales torpes y ciegos, radares inteligentes, recuerda lo que ha dicho su voz y su mente. Mañana saldrá de nuevo
así el Pachis husmea la ciudad desde los ecos de su pensamiento. La mú- con el canto de los grillos y el azul de la tarde, cruzará las rejas y bajará
sica nuestra fija la personalidad del mexicano, dice al pie de la cabeza que la rampa, se hallará de nuevo en el parque como si el mundo todo fuera
escucha al hombre, mientras el aire se llena de un olor a orín de gato y otra vez el párpado de Adán.
a basura fermentada, porque a esas horas los basureros siguen repletos
y las calles vacías, y porque el mercado está cerca y la putrefacción jue- III
ga con los vientos a favor y los olfatos caninos que vagabundean por la Cree ver en la esquina del bar Reforma una imagen ya vista, y entonces
plaza. En un muro, a la izquierda del hablador, anuncian la lucha libre, su memoria comienza a fraguar sus ingredientes esféricos. Imágenes
es un cartelito azul y blanco pegado en un pilar amarillo que crece y se torcidas en su propia claridad que adquirirán la fuerza de una luz matu-
curvea hasta convertirse en un arco, después ese arco se agranda en la tina en el muro de cal. Mira en la banqueta a un anciano que hace estan-
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dartes, y en el piso, como si se tratase de un perro, contempla un reloj de ha ido a buscar las manos para quien cortó una esbelta figura celestial,
arena. El Pachis sabe que no hay que hacerle caso al relojero deshabita- pero ella no ha estado en donde debería estar. Con la flor en la mano, y
do y tras regañar a la imagen, envuelve sus pasos en voluntariosa mar- casi recién cortada, el hombre siente una espina abriéndole la palma de
cha en dirección a la fuente. Observa la arcada enorme que aparece de- la mano, no sabe ya que hacer con su vano regalo. Siente que esa ampu-
lante de sí, y sonríe agregando el arco de su dentada amarillenta. En la tación clandestina sólo fue una máscara de su cotidiana estupidez, de su
esquina contraria un hombre abraza un bulto de trapos y se asombra de esterilidad cotidiana. La angustia le hace saber con certeza que el horri-
que alguien hable con el vacío, cree ver una especie de díptico de marfil, ble tobillo de metal sobre la pilastra, allá lejos, en aquella catedral, será
mostrando los horrores del discurso. Ha visto atravesar al loco en direc- ahora un oscuro signo de la absurdidad que envuelve todo cuanto existe
ción de la fuente y no piensa en otra cosa que no sea su fracaso rotundo, para él. No alcanza ya a comprender los verbos, y si dice cortar se remite
en su ofrenda frustrada, en la partida de Susana. Antes bastaban las fa- a la desnudez de lo cortado. Mateo camina como abrazando a un niño
rolas de aguarrás para identificar el final de una calle y el comienzo de cobijado contra el frío, en sus brazos transporta el verde querubín, in-
una sombra, de un encuentro, de un peligro; bastaban los huacales pro- útil bajo los trapos. Ya no sabría decir en dónde parece más aterrador e
tectores para que los árboles, aislados del comercio terrestre, se mantu- inhumano, si en la serie de figuras que hacía ronda sobre la reja o en la
vieran independientes y exentos de las manos que mezclan. No podían ceguera impuesta por el manto ocultador. Cree ver a un hombre que se
existir laberintos en donde todo era trazo de avenida, camino certero, maravilla ante la noche inmensa que comienza ya a destilar sus gotas de
entidades claras y distintas. Ahora todo es vaso comunicante, homoge- inercia, de maña y de rito. Y en verdad se maravillaba de la cristalización
neidad pegajosa que impide diferencias, una calle ya no termina ni em- del tubérculo y del intercambio feliz que él cree que se realiza con tres
pieza, sino que fluye oscuramente en las ramificaciones de piedra, en almendras que saca del bolsillo convencido de que son monedas. Había
los olores densos, en las figuras humanas que unen con una bicicleta un visto a ese hombre otras veces, unas noches como limosnero absorto
arbusto y una banca de piedra. Vasos comunicantes, red continua en la detrás de las mesas de los cafés que se extienden a lo largo de los arcos,
aparente discontinuidad que se adhiere como una mosca al sucio y opa- otras como una silueta de oso empinándose sobre los matorrales de la
co cristal de la ciudad. Mateo mira una chimenea diminuta color platea- plaza; lo había escuchado hablar con un reloj pulsera inexistente en una
da, pegada a un cilindro que avanza lentamente sobre cuatro ruedas de noche de tabaco, lo había visto bailar mirando los mosaicos veteados en
hule, luego atraviesa la calle y se interna en el parque. El camotero co- aquel lugar de música electrónica, y lo había visto darle de comer a Zar-
noce al Pachis y le vende el dulce por tres almendras. No le obsequia el doc, el perro que duerme en la acera del Reforma, fiel a su dueño. Deja de
dulce porque sabe cuánto estima el Pachis los intercambios, y sabe tam- ver esa cara, repara ahora en los mecates que amarran la tela de su en-
bién que en esa cavidad, detrás de los ojos ausentes, hay una ceremonia voltorio. A esa hora del fracaso era indistinto cualquier rostro, le daba la
casi ritual y que la compra venta adquiere ahí, en ese paraje lejano, una impresión de haber podido entrar en ese momento en un salón de espe-
dignidad de infantil regocijo. El dulcero también intuye que la numis- jos y no reconocer ningún rasgo, ninguna facción. Tenía la opaca certi-
mática y la nigromancia se emparentan ocultamente más allá de estos dumbre, la evidente puñalada consciente, de saber que el único rostro
suelos. Luego el silbato en nota sostenida, se extiende como un lamen- existente en ese pulsar sanguíneo y nocturno era de metal verdusco,
to, y asciende en el aire lentamente, como calcando en la espesura de la angelical y envuelto en retazos de sábana. El envoltorio parecía adquirir
hora otros silbatos y otras noches. Alejándose cada vez más de la espal- la categoría de tesoro devaluado, de decapitación auspiciada y olvidada.
da del eremita, el carrito metálico avanza con su pequeña combustión Creía ver una guillotina de aire elevada sobre esa plaza, sobre ese sucio
interna, dejando en el hueco callejero esquirlas diminutas de carbón y parquecito, sobre ese hombre que come un camote inclinado sobre sus
un borrador ya de silbido que empujan al eremita a su desértica degus- propios movimientos convulsos, una cuchilla cortando la tensión en-
tación del camote y a la pasividad de lo inaudible. El cortador del ángel gendrada sobre la arcada y sobre las copas de los laureles de la india que
24 FICCIONES EN FUGA. narrativa breve desde puebla La fuente de la inopia / Eduardo Sabugal 25

parapetaban la iglesia, amarilla e inerte en su indiferencia ante el rodar estación de una noche hecha para la destrucción y la muerte. Asesino
de mil cabezas irreconocibles, confusión de amputaciones temporales y fortuito, Mateo no sabe qué es lo que realmente se ha muerto con ese
matéricas, como las bolsas de plástico que llegaban impulsadas por el regalo inconcluso, con esa ofrenda camuflada en el sinsentido del des-
aire a cubrir las mojoneras de la calle Hidalgo y a pegarse en los pies de perdicio; piensa amargamente que aun habiendo entregado la ofrenda a
la fuente de la inopia después de haber sorteado en el aire los arbustos. Susana, las cosas no serían muy distintas. La zona peatonal por donde
Esa fuente como ruina de un centro, como desvalido gesto de conserva- Mateo emprende la retirada le recuerda el sillón cebrado de sus amigos,
ción axial, círculo intermedio entre Juárez y el cura inmóvil. Mateo comprende entonces lo rotundo de las empresas tontas, se avergüenza
aguantaba mal el crecimiento tortuoso de su envoltorio, como si de ver- por la solidaridad y encuentra cruelmente estúpida la alternancia de la
dad una hinchazón angelical fuera a desenvolver los trapos y mediante chillante línea amarilla con el negro del asfalto, como si en esa simulta-
una reveladora presencia inexpugnable fuera de un golpe a descubrir la neidad de colores estuviera mirando alternativamente el robo del que-
miseria de todo San Pedro. El Pachis camina con restos de dulce en la rubín y el ahogo del sentido. Ahora camina por una acera que le hará
boca, y se dirige al habitual monumento, a su rutinario coloquio con alejarse para siempre de sus propias verdades sacrificiales. Al saltar los
aquel perfil humano que nunca se mueve de su disminuido muro. Ahora arbustos, el Pachis ha caído de bruces en el pasto con olor a excremento
no le habla de frente, le está gritando cosas en la nuca, pero la nuca es de perro, se ha levantado rápidamente como quien es perseguido, de he-
una plancha gris y plana. Se sostiene con manos negras de mugre en cho está volteando hacia atrás para comprobar si alguien lo persigue,
aquella nuca obscena que le reprime un grito de coraje, ya no hay rostro como para verificar si una mano enemiga lo ha empujado para hacerlo
que reciba la oración pagana de hoy. Inofensivo, amputado de razón, no caer en la alfombra infecta del césped. Nerviosamente mete las manos
sabe que puede dar tres pasos y rodear el monumento y así hacer nacer en busca del tesoro, encuentra el bulto de trapos húmedos, sonríe al
de nuevo la figura a la que diario le habla. No puede distinguir esa horri- contacto frío del agua, después el universo entero se ha convertido para
ble pared lisa de lo que él cree que es un valle de escuchas, y se esfuerza él en una dádiva siniestra en la que se escurre la memoria de su infancia
y se enfurece por el engaño. Más allá en el centro del corredor, bajo las y la conciencia de todos sus demonios, exorcizados mentirosamente
vigas de madera podrida, un hombre está sentado con un montón de con su propia risa. Y así, riéndose, columpiándose como orangután re-
trapos a su costado, el Pachis lo observa intrigado, mirando con aten- compensado, cargando y repartiendo mal el peso del ángel, este hombre
ción lo que reposa junto a las piernas del desconocido, luego ve cómo siente que ha entrado en un lugar del que lo habían expulsado, en una
éste se levanta sosteniendo su carga y se dirige al corazón de la plaza; sala amplia llena de melocotones y peras, en un abismo de arena vidrio-
entonces lo sigue cautelosamente y lo ve saltar la ligera muralla de ar- sa. La noche raquítica después del desangre es una reliquia que no co-
bustos que circundan la fuente. El Pachis se ha detenido con temor en el munica ya nada, y sin embargo entra en la frescura vegetal al pie de la
primer arco y contempla al desconocido que en estos instantes está me- pirámide y se empaña en los vidrios de los camiones de redilas inertes
tiendo el bulto que trae en las manos en el agua turbia de la fuente. Ma- junto al mercado, sube por las tejas y techumbres para entrar en los sue-
teo observa dos, tres burbujas de aire ascender a la superficie y luego el ños de gárgolas adosadas a muros color marrón. Sugiere las plegarias y
temblar de las ondas en la piel de agua, dibujando círculos concéntricos los suicidios, tensa las líneas de fuerza que flotan sobre las calles y los
que van desapareciendo poco a poco. Mira la figura momificada en tela edificios. Es una noche ignota como la de ayer y como la de mañana, que
y fácilmente hundida ahí en lo profundo de la fuente, luego huye de ahí se introduce en la memoria como un remordimiento en un confesiona-
antes de que alguien se percate del ahogo llevado a cabo por esas manos rio. Con un rumor lento y pausado, con nubes rotas, desarmonizadas
destructoras. Las aporías de todos los discursos vienen a concentrarse aquí y allá, formando un cielo de tonos azules para hacer apenas visible
en este ahogo oculto, como un segundo acto del ultraje primero, como si la silueta del ángel, que reposa en la ventana, aún escurriendo gotas gri-
ahora, después del cortar y ocultar, el ahogo profundo fuera la última ses; perfil oscuro que nace en una celda por la gracia de la luz lunar que
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está alumbrando los traspatios y los mosaicos del hospital. Noche como creado con sustancias desconocidas, como si de pronto las ventanas con
desvencijada galera en el naufragio de la lengua y de la razón, en donde sus protecciones, las macetas grises y las columnas bajo la escalera, es-
una fuente es el oráculo secreto que anuncia ahogos y flotaciones. Un tuvieran borrándose imperceptiblemente en un desierto arenoso y lle-
círculo de agua en el centro de un parque, como ruina de una voluntad y no de bultos informes que juegan, en sus escondites, a ser anacoretas
como signo de un sórdido emperramiento vital después del diluvio. El mutilados. Insuficiente piedra para tanto templo que ya está edificán-
cortador del ángel imita lo que corta y entra sin saberlo en un impulso dose secretamente en los terrenos de la inconsciencia. Recargado bajo
de muerte, sin resistencia, sin intentar salvar algo en el naufragio. Arro- el dintel de la puerta de su celda ha visto ojos vidriosos que lo miran de
pado con la presencia de lo que encuentra en su propia prisión, el em- una forma distinta. Sus palmas barnizadas de mugre, cuarteadas de
brutecido ya no sabe si la noche es la otredad haciéndose juez o si es la arrugas reciben los cilindros delgados de papel blanco. Las tiene exten-
prolongación de su conciencia que reclama el crecimiento de sus trepa- didas ante sí y mira sus manos absorto, como intentando encontrar ahí
doras incansables; la elaboración de un discurso, justo ahí, al pie de su algún signo, pero su mente no puede detenerse en esa escena orgánica,
ventana en donde el nuevo escucha tiene alas y gotea el agua de la ino- baladí y extraña; vuelve rápidamente a su aturdimiento inicial, a su de-
pia. Incendiada la mapoteca ya no hay psicografía posible, y él ya no voción que comienza a enroscarse en una figura verdosa. Empuña en
sabe si está imaginando o mirando en una fuente una serie de ondas esas manos cenizas los cigarrillos que le dan esos paseantes errantes,
acuáticas en donde está a punto de nacer algo o de sumergirse en la infi- recibe el tabaco indiferentemente y sus dientes, al sonreír, salen del
nita concavidad de la conciencia. Feliz y exhausto, este profeta experi- pergamino de su rostro como piedras mal puestas. Abolidas las señas de
menta la metamorfosis de lo sacro, como si el barroco aleteo hasta su identidad para el juicio y la cárcel, en este ojo líquido que repite el gesto
ventana lo estuviera revistiendo de un atuendo dichoso. El Pachis cus- más antiguo del mundo dentro de los límites circulares; nociones que
todia la novedad que, como emergida de un lago divino, ha imantado a antes hacían de brújula en el valle autárquico finalmente son abolidas,
los demás. Da órdenes a los que esperan en el pasillo, para que entren no para ser suprimidas sino para ser cargadas como cadáveres, por
uno por uno a ese santuario de mosaicos rosas y paredes de cal, algunos siempre y en todos los caminos, como una culpabilidad que no cesa de
han subido de inmediato, en cuanto el eremita entró y subió la escalera repetirse aun en la noche de la liberación. Los árboles no cesan de jun-
abrazando eso. Otros se han congregado poco a poco, olvidando sus re- tar sus altas ramas y el oleaje del follaje baja poco a poco su rumor para
corridos sistemáticos, alzando la vista hacia el cuarto del horrendo sin que la noche resucite entonces en muros manchados de moho y en ado-
tiempo, asumiendo lentamente la génesis de algo que se les escurre en quines perdidos bajo los pasos de un hombre.
ese mismo instante como si se tratase de una excrecencia involuntaria,
una lluvia sucia que bajara invisiblemente por las tejas de barro y se me-
tiera en sus cuerpos, en sus resonancias mentales. Sacerdote con gestos
de chimpancé administra la contemplación solicitada como una cura-
ción, imita con una infinita sonrisa el gesto médico de la dotación de
calmantes. En sus muecas podridas hay algo de liturgia y de clínica,
como si en su proceder ceremonioso estuviera consagrando un ídolo o
llamando torpemente huestes remotas para que cubran los muros po-
tentes y las rejas herrumbrosas, que ahora parecen más oxidadas al
compararse con la carne misma de la hierofanía recién llegada. El recin-
to tan rectangular en el encierro no conoce estas formas que adquiere la
procesión. La arquitectura parece desencajar en este nuevo espacio
28 La contradictoria naturaleza del flechazo / Federico Vite 29

—¿Por qué los hombres nunca entienden nada?


—No me has probado —guiño un ojo y me pongo de pie—. Tengo
referencias. Me dicen Pico —aplaudo para acentuar mi apodo.
Camina en círculos. Presume sus muslos deportivos.
—¡Calma! La pasaremos bien, bonita.
—No me incluyas, ¿quieres?
La contradictoria naturaleza del flechazo El sol de nuevo calienta. ¿A qué olerá su sexo? ¿Cómo agarra el
Federico Vite jabón para lavarse el pecho? Quiero saber todo.
—No me sigas, piojoso —extiende los brazos para marcar la dis-
tancia.
—No quiero hostigarte.
—¡Lárgate!
La portezuela de la camioneta se abre: veo descender a una trigueña que Su índice indica la dirección que tomó la camioneta.
viste falda tableada, a colores, con blusa estrecha; zapatos de piso, rojos. —Bien, si me contestas una pregunta me esfumo. ¿Sale?
Por esa chica daría mi brazo derecho. —¿Qué? —cierra los ojos y exhala una bocanada sulfúrea. No
—¡Eres un pendejo!— grita. tengo dudas, esta chica es un volcán.
La camioneta se pierde en las curvas de La Quebrada. El ángel rabia: —¿Cómo te llamas?
—¡Maldito! Abre la boca; en seguida mueve la cabeza negativamente. Borra
Algo prosaico hizo el tipo para que una chica tan bien dotada se mi pregunta con su gesto. Es un gorrión lastimado. Y llega su canto:
ponga lépera y dolosa. La muchacha escupe, aprieta los puños y brinco- —Te acabo de conocer. No, no. Me topé contigo y es todo. ¡Cínico!
tea. ¡Es tan femenina! Reanuda la marcha. Resignación, Pico. Pudo ser la mujer, pero así
—¿Tú qué, baboso? no. A fuerza nunca. Doy media vuelta; los tenis cuelgan de mi hombro.
—Nena, algo que borró la ansiedad de mi cara debe ser poético y La realidad de nuevo me atropella. Escucho ladridos. Giro la ca-
salvaje, como tú. beza con lentitud a la derecha: me observa. ¡Ah, esa mirada! Su cabello
Me ve con asco. rizado cayendo justo en el pecho, en la blusa de un blanco inmaculado.
—No estoy para piojosos. —¿Por dónde llego a Caleta? —grita mientras su mano hace una
—Ven —golpeteo la roca donde reposo—. Acomódate. visera para cubrirse del sol.
Hoy tengo suerte. Se aproxima. —Te llevo —respondo acercándome.
—Así que problemas conyugales. Avanzamos varias cuadras, a paso de tortuga, con un silencio in-
—¡Oh! Eres adivino —da media vuelta y agiganta nuestra lejanía fernal encima de nuestras cabezas. ¿Qué cara pondrá cuando tiene un
con sus pasos displicentes. orgasmo? Vamos a unos metros de distancia, así es con las mujeres que
Suspiro. No es bueno contestar una frase irónica con violencia. me han amado: lejanos a medias. Veo el piso y descubro un billete cerca
No. Me conozco, terminaría enamorándome si resulta lista. Es neuróti- de las hojas secas. Corro por mi capital divino. Veo a la trigueña con la
ca y fastidiosa, me falta la inteligencia. sonrisa más brillante que he puesto en los últimos tres días.
—¡Ven! —Tengo dinero para que tomemos un helado. Hace años que no
Chasquea los labios carnosos, un paisaje que podría haber salido hago eso.
del pincel de Henry Cotton. —Es que no tengo ganas de hablar, no sabes nada de mí. Ni si-
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quiera tienes los tenis puesto, ¡carajo! Llevo días peleando con ese tipo, vencia económica e íntima comodidad. A veces, yo también quiero una
no sé qué hacer y tú me invitas a tomar un helado. casa y comida, dinero. Tengo el hambre inscrita en mi cuerpo.
En ese momento detecto un olor conocido: alcohol. Viene de la —Entonces vas a regresar al hotel; de ahí te bañas y vas directo al
boquita parada de la muchacha. ¡Además le gusta la bebida! Y sólo tengo bar. A lo mejor aún tienes chamba, ¿no?
en la mente una hipótesis acerca de la fragancia que saldrá cuando la —No quiero volver —hace una pausa parando su boquita—. Van
chica esté excitada entre mis brazos. a decir que soy una puta.
—No eres feo —endulza el día con esa frase—. Pero sí mugroso. Me toca el pecho. Y esta vez no siento nada, ni un atisbo de ansie-
—Bebiste ron —froto mis manos—. Estás cruda; por lo tanto, vo- dad por olerla. Las mujeres con inquietudes monetarias me bloquean.
luble. No sé por qué no me había dado cuenta. ¿Te duele la cabeza? Decido esfumarme al llegar a Caleta, porque a final de cuentas así es
Asiente moviendo varias veces el dedo meñique, ademán que esto. ¿O no? ¿Qué tal si se me hace? Si de pronto, por alguna razón, me
otorga orfandad a su expresión infantil. ofrece su cuerpo sólo por no sentirse sola, por agradecer mi amabilidad.
—Bueno, entonces, agua, Alka Seltzer y mucha voluntad para hi- —¿Y qué piensas entonces, mujer?
dratarte. Quizá una cerveza. Suspira largamente. Noto que su belleza pierde esplendor. Esa
Sonríe. consistencia grisácea de los adultos anida en sus gestos, como todas las
Siento la brisa en mi cara. Las gaviotas planean en círculos por mujeres que me han dejado porque sigo siendo un niño. La fortaleza su-
encima de las palmeras y las nubes gritan: ¡Dile algo bello! Agarro los gerida de su pecho también decae; los hombros se arquean. Asume la
hombros de la mujer. Me convierto en un conquistador de lanza en ris- postura derrotista, esa nulidad de mis relaciones pasadas. Ahora, por lo
tre y arma-dura. menos, yo no reproduzco los ademanes lastimeros. Se ha quebrado por
—No hay coincidencias en esta vida —veo su frente amplia, elevo completo. Es igual que cualquiera. Tengo la sensación de que he pasado
la vista aún más para confrontar la belleza del cielo azuloso—. Tú serías mucho tiempo junto a ella. Sus ojos enfocan mis labios.
la mujer con la que me gustaría compartir mi cepillo de dientes. —¿Debería regresar con los míos, Pico?
—¡No! Aprieto mi billete. Algo superior a mí exige que comparta el di-
Y las gaviotas, en su lenguaje de pájaros, me gritan: ¡Nunca más! nero. Pero ya no estoy seguro; no quiero animar su vida con mi suerte.
Pero no quito las manos de aquellos hombros pecosos. Su pesadumbre me abruma, me hace pensar en pasiones gastadas. Can-
—Cálmate —me acaricia con su voz dulcificada; sonríe—. ¿Sabes sancio, diagnostico al ver cómo destroza el sudor las facciones suaves de
por qué me bajé de la camioneta? su rostro. Ha envejecido rápidamente.
—Porque no te quiere ese pendejo. —No estoy contenta con mi vida. Mis aspiraciones no se parecen
—Me sacó del Hooters. Y me gusta el cabroncito, pero no tiene ni a esto —jala su falda— y para nada me gusta —dice conteniendo el llanto.
la mitad de humor que tú. Eso es bueno. Supongo que se imagina flotando sobre agua sucia, con el hedor
—Eso lo mejor que me has dicho —bajo la guardia. devorando su belleza. Esta mujer no sentiría la dicha de un paseo noc-
—Es diputado. Y pues, mira, yo vivía en un hotelito del centro. turno con el mar de fondo; lo sé, pero no puedo alejarme de ella.
Me apantalló. Yo quiero estar mejor, salir del pinche bar, ¿pero cómo le —Entonces, ¿tú estás aquí por casualidad o porque esperabas
hago? ¿Cómo diablos salgo de ahí? Ni siquiera me alcanza para comer. muchachas para seguirlas? —aligera la pesadumbre su voz en mi oído.
Me gusta la buena vida, la ropa, los perfumes. Me gusta comer lo más Siento el contagio del fuego otra vez.
caro, porque lo más caro siempre es muy rico. —¿La verdad? Caminé recordando el olor de una jovenzuela y
Mientras oigo el parloteo, mi desilusión crece. ¿Qué se puede me topé contigo, con dinero y ya. Tengo hambre, vivo de sueños. Me
hacer en estos casos? Una mujer tan guapa, pero elemental, quiere sol- gustan las arrugas finas del mundo.
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—Eres un tierno. Se jalonea el cabello; primero despacio, luego incrementa el po-


¡Ahh! Les gustan hombres proclives al caos. Más que saberlo, lo der, la neurosis, la desesperación. La detengo y nos miramos profunda-
siento. Basta con verla contemplarme; su mirada acaricia. Ahí voy. Ahí mente.
voy cayendo. —¿Sabes cómo va terminar esto, mujer?
—Sí, me atiborro de vida, de mi vida, de todo eso que significa Llora, pero con todo y lágrimas encima me reta preguntando:
tener el alma gastada. —¿Cómo, Pico?
—Entiendo. Sí, de veras. —Pues como todos los cuentos de hadas maravillosas.
¿Qué se le dice a una mujer que te comprende? Y se me renova- —¿Cómo?
ron las ansias de meterla bajo mis sábanas sucias. Me acerco; la tomo de la cintura.
—¿Por qué me entiendes? —Con un beso —susurro antes de aferrarme el cuerpo de una
—Así era mi novio. muñeca rota.
Lo sabía. Su pacto con la vida sentimental está en otro sitio. Su
amor, su sacralidad pide volver con él, con el suyo, con el hombre que
dice las palabras adecuadas. Las mujeres son como pastelitos: sabias y
deliciosas.
—¿Cómo se llama?
—Llamaba, Pico. Ya murió.
Es de una hermosura majestuosa oírla nombrarme. Nazco en la
caverna sensible de su boca. Pero sólo es una detonación espontánea,
un truco de magia para incrementar los fuegos fatuos del encantamien-
to amoroso. Ya la quiero.
Un hombre y una mujer caminan en medio de la tarde calurosa
de un puerto en pleno verano. Guardan silencio, en el varón los pen-
samientos se tornan grávidos, filosos: abren surcos para dejarlo cada
vez más solo y desanudar la casualidad que lo unió momentáneamente
a ella. Comprendo la fábula del nosotros. Ella siente la compañía, con
eso le basta. Aún falta un par de cuadras para llegar hasta Caleta. Sólo
vemos muros de piedra; también, las ventanas de cristales ahumados
que reflejan el sol.
—Me gustaría evitar comentarios de mi hombre, Pico. Ya tengo
mucho por hoy.
—Lo creo. Mejor nos compramos una caguama en la próxima
tienda. Bebemos y platicamos de nuestros fantasmas. A final de cuen-
tas, preciosa, somos mansiones decoradas por espectros.
—Me dejaron sola, con la sensación de que volví a fallar. Eso no
me gusta. Una chela está bien. No vuelvo al bar. Ojalá me reciba mi fami-
lia. Les voy a llamar. Eso haré. Sí. Soy una pendeja.
34 MALVORIA / Arturo Ordorika 35

Sus ciudadanos poseen un sentido inusitado del deber. Soportan


largas y productivas jornadas de trabajo. Y pueden desarrollar fantás-
ticas invenciones por su persistente hábito cigarrero que los mantiene
despiertos pensando en resolver el tamaño de una tuerca.
El organismo alterado produce mejor, es su regla de oro empresa-
rial y funciona con redondos números negros. Obvio que no todo es ciga-
Malvoria rro, también hay alcohol, café, y otras dulces tristes drogas. Pero el cigarro
Arturo Ordorika está en todas las mesas y con todos los excesos reunidos, esto lo prueban
campañas como la de Sexy Tabbacus, la marca de los erotómanos.

“Después de amar hay que fumar”

Todos fuman, todo es cigarro, desde que nacen ya se les permite oler ese Y ni hablar de sus escritores; qué poetas, cosmos mío, si lo sabrás
fierro quemado salpicado de pimienta, ese aliento de humo que acelera tú, que ni sabes que existes... Frase pronunciada al exhalar una dulce
las neuronas para luego matarlas. Pero no duden tampoco. Aquí las co- bocanada de los deliciosos alientos del Parnaso sin filtro, para los pen-
sas no son de mitades opuestas, no, no, no, se sorprenderían de cuanto sadores de raza en cuya cajetilla, debajo de una pradera soleada y un co-
se puede aprender aquí, donde las nubes son tóxicas y los enemigos del llage de los grandes artistas dice: 10% de nuestras utilidades se destina
tabaco personas non gratas. a publicar los nuevos clásicos de la literatura planetaria.
Un negocio tan completo que a su alrededor se genera una sólida A veces quisiera poder nacionalizarme malvoriano. Pero la cuota
economía nacional. Sí es costoso el sistema, en efecto, porque al morir tan es cara y eso me hace dudar. Fumar cuesta y todos están dispuestos a pa-
pronto, si lo comparamos con otras economías glotonas y perezosas que gar el precio. Calidad de vida para ellos es tener los cigarros suficientes
logran extender su tiempo demasiado para desperdiciarlo, es necesario y un buen encendedor también. Ésta en particular, la industria de los
invertir carretadas de riqueza en capacitación. Para ellos vale la pena y prometeos enjaulados, los encendedores, es una de las más boyantes en
es cierto: han logrado una relativa paz basada en el cigarro. Se dirimen el lugar. ¿Qué sería de nosotros, me dijo un sacerdote fumeiro, si con un
largas jornadas de discusión con resoluciones que hasta cierto punto, por dulce cigarro a mano, no podemos encenderlo? Vaya que tiene razón.
la contradictoria naturaleza del lenguaje, velan por el bien común. Lo sabe él, Francilius Monge, que participó como mediador en la comi-
Esto se lo atribuyen siempre a la asesoría de Don Muerte, como sión de concordia en ese lejano tiempo donde hubo el gran desabasto
le llaman ellos a su deidad, el tabaco. En nombre de él se enciende otro de tabaco. Como parte del nuevo acuerdo, se estableció la refundación
cigarro y todos fuman y dialogan en amplios jardines donde se ve la luna de Malvoria, ciudad de fumadores, donde el suministro de cigarros es
y sopla el viento. Los dragones de cianuro recorren sus venas, montados asunto de seguridad nacional.
en su sangre de plomo, que es capaz de lograr acuerdos. Respirando con un toque de hartazgo en la mitad de mi inspira-
No saben qué diferente es aquí un discurso. No hay más redun- ción, me detengo a toser. Pero persisto, bocanada a bocanada, como en
dancia sin efecto, ni palabras que se tiren como balas para dar la impre- una maratón de ingenio acigarrado, viendo cómo algunos aceptan sin
sión de ser un sabio. Políticos, empresarios, maestros, directores técni- drama su muerte lenta y dolorosa. Su muerte segura, su asfixia estoica,
cos y vagos, pueden arengar fumando y dejando fumar; en esos largos su oficio de animal consciente de mutilarse la salud.
concilios, todo adquiere una sensación de estar pasando, de no repetir- En ciertas regiones libres de humo, se les conoce a los cigarros
se nunca, de es FUMARSE. también como “los soldados imperiales del cáncer pulmonar” No en
36 FICCIONES EN FUGA. narrativa breve desde puebla 37

Malvoria. Dueños de una exquisita expresión oral, las palabras sí im-


portan y han desterrado de su idioma este tipo de palabras que empie-
zan con cáncer.
Por supuesto existe un elevado número de suicidios, que desde
el punto de vista malvoriano, es una acción digna de filantropía. A sa-
biendas de que ya no durarán en condiciones humanas, prefieren ofre-
cer románticamente sus cuerpos en el cenote de la ciudad, ese gigan- Diez
tesco cenicero de agua, para no ocupar el aire de otros. Y créanme que Agustín Fest
aquí el aire es un factor muy importante. Estos valientes suicidas, caray,
cómo no nacieron en mi país.
La carrera de cantante es más corta que la de futbolista en otras
tierras, esos lugares donde les da miedo existir, donde prohíben todo
acto de subversión imaginativa; ahí son comunes los poetas fallidos y (Cuento escrito a partir de libros inexistentes
las sirenas sin mitad de mujer. Por eso a Malvoria se invitan vocalistas sugeridos por usuarios de Twitter).
foráneos que por supuesto cobran jugosos botines, eso sí, a condición
de que fumen todo el tiempo y promuevan las marcas del momento. A El dieciséis de diciembre de 2007, Vlad Pax escribiría una novela pos-
todos en la ciudad de los fumadores les encanta que alguien promueva modernista con detalles humorísticos: Uno sólo no conserva lo que no
una buena fumada. amarra. Los críticos literarios del país, cuando se vieron confrontados
Fumar mata, pero hace vivir. Pero eso es cierto sólo en el lengua- con un título de dicha índole, alzaron la ceja escépticos, pero decidieron
je. Porque la expectativa de vida es reducida, aunque la esperanza de tomar el libro y leerlo de cualquier manera. No había mucho que leer
éxtasis es mayor. No para todos, por supuesto, es tan dulce la historia. para las reseñas de los domingos, o miércoles, o mensuales… y el libro,
Hay quien detesta el humo, el olor de las casas, los vestidos y los labios. al tener una portada amarilla, parecía que contribuiría a la calidez de
Y aunque son apreciadores del color, todo aquí es amarillento. Pero no encerrarse en el estudio y olvidar los fríos de diciembre.
pueden manifestarlo, hay que aguantarlo todo porque en Malvoria hay Yaffid Martínez dijo que el título era lo más adecuado, ya que sus
un constante crecimiento económico y pagan su cuota: los pasivos fu- personajes vivían una ambivalencia entre los amarres y las dobles nega-
madores, sufren en sus pulmones la enfermedad del fango, que los aho- ciones, y que probablemente se convertiría en un himno de esta gene-
ga en la espesa lentitud del alquitrán. ración, y como todos los himnos generacionales, se disiparía a los pocos
¿Pero qué hacer, a dónde partir? meses. Citando a Yaffid: “La importancia de los amarres y la conserva-
La gente en Malvoria tampoco tiene certeza de qué hay al final ción en esta generación materialista se ve reflejada en la obra como la
de la vida. Pero aceptan con sana virtud que la vida acaba en cualquier sociedad se ve reflejada en el espejo día a día”.
rato y es preciso haberse quedado sin tinta cuando llegue el momento, Gerardo Tron, como el crítico mordaz que era, desechó la obra
haber agotado el papel, dejar con dignidad el escenario. como un momento apenas literario y definitivamente pueril. Su texto
Al caer la tarde de humo, con los pulmones densos, sólo puedo termina con la siguiente joyita: “Que alguien le amarre los huevos al au-
comprender que toda bella ciudad produce desperdicios. tor de la obra, o los dejará ir”. Cosa impensable, hasta entonces, para los
críticos literarios de la nación que habían hecho un pacto de jamás uti-
lizar las palabras vulgares para que las masas no se sintieran atraídas a
su profesión. Algo que no confesaría Gerardo Tron, sin embargo, es que
38 FICCIONES EN FUGA. narrativa breve desde puebla diez / Agustín Fest 39

a la mitad de la lectura, cuando el personaje de Ulises Albarrán amarra compañeros habían puesto de mote el Mandarino, tomó entonces papel
a Federico Urrea en la cama para que éste no vuelva irse lejos de él, se y lápiz, y decidió escribir sus propias angustias.
le salieron las lágrimas y pensó en la relación que había tenido con un Mandarino escribió un cuento que, como la entrevista del Perix,
joven escritor hacía unos meses. Dejó el libro, se abrazó en un ovillo y no saldría más allá de su periódico escolar. El cuento se llamaría “O sea
lloró toda la noche, por lo cual no fue raro que su humor estuviera tan mamón”, un título que surgió de manera accidental como todos los bue-
ácido al día siguiente y que hubiera agarrado el sabor, como lo agarra la nos títulos. Aunque lo bueno, en este caso, dependía de la amabilidad
carne marinada, durante la tarde que coincidió al momento de escri- del lector. La primera vez que mandó su cuento al editor del periódico,
bir su texto. Cuando Gerardo Tron escribió: “Que alguien le amarre los un chavo de veintitantos años que prefería ver pornografía y jugar Te-
huevos”, le pasó rápidamente por la cabeza el rostro del joven escritor… tris en sus ratos libres antes que buscar cualquier cosa que promoviera
y también sus huevos. el crecimiento cultural de ese periódico, le dijo que le gustaba el cuento
Un año más tarde, un escritor con el seudónimo de Perix, inspi- y se lo repitió dos días más tarde mientras tenía su verga dura y erecta y
rado en la obra de Vlad Pax, escribió: El gasero y la viuda. Es un libro que miraba unas fotografías de vedettes mexicanas de los setenta (y descu-
tuvo una edición de quinientos ejemplares y que, la verdad sea dicha, brió así, pues, su fetiche). Tres días más tarde tenía la entrega encima,
todavía está llenándose de polvo en todas las bodegas, donde está divi- la presión del consejo escolar, del consejo directivo, de los socios, de los
dido. No sería hasta diez años más tarde que Perix escribiría la novela escritores, reporteros y fotógrafos. Lo normal. Cuando llegó al cuento
que le abriría las puertas como un escritor de la nación, pero no vaya- de Mandarino, hizo el copy paste en el Indesign y le llamó por teléfono
mos allá aún. Está muy lejos. para decirle:
Lo entrevistaron en un periódico estudiantil de una universidad —Es una chingonería tu cuento, pero ¿cómo se llama?
de cierto renombre. La entrevista corrió a cargo de unos estudiantes de —No sea mamón —respondió Mandarino, el editor le colgó el te-
Comunicación que miraban la literatura con ingenuidad y optimismo. léfono asumiendo que era el título, porque el texto, lo poco que había
Perix se contagió, sintió confianza y dijo lo siguiente: leído, exudaba mamonería. Ambos, uno mientras se masturbaba viendo
—Escribí mi novela todos los días a las siete de la mañana, ob- las piernas abundantes de las mexicanas en los setentas, y el otro con la
servando las calles de mi barrio por la ventana. A esa hora pasaba un ca- seguridad de que su texto sería publicado, pudieron dormir tranquila-
mión de gas tocando en sus altavoces una canción de Ennio Morricone mente esa noche.
y luego uno de los encargados gritaba por el micrófono: ¡Gas! Entonces El gasero y la viuda también llegó como una casualidad a las ma-
lo vi. Vi en ese momento mi infancia, y a mi madre viuda. En realidad nos de Roberta Excanda. En las antologías de cuentos, cuando uno iba a
no era mi infancia, sino era la de mi primo. Yo tenía a mis dos padres, las últimas páginas para leer el nombre y los breves logros de los escri-
pero luego me imaginaba que yo era mi primo e imaginaba que mi padre tores, de dicha autora podía leerse lo siguiente: “Excanda ha sido autora
había muerto, y que me quedaba solo en el mundo. Que me levantaba mi de libros como La insoportable levedad del ser o no ser y Todos somos
madre temprano para ir a la escuela, mientras ella preparaba el desayu- Madame Bovary. El regreso. Sus libros han sido traducidos al polaco, al
no y nostálgica, se asomaba para buscar al gasero que tanto se parecía a ruso, al francés y al italiano. Vive y escribe en Acapulco, donde convive
mi padre, o al padre de mi primo, o a ti. Tú eres el gasero. con dos gatos”. La única lectura que hizo de El gasero y la viuda ape-
El estudiante que recibió esa revelación no durmió durante va- nas tuvo notas marginales, fue breve, pero definitivamente sustanciosa.
rios días. Se miraba al espejo, tal como había profetizado Yaffid Martí- Gracias a ella escribiría su siguiente libro, el cual, como siempre, recibió
nez al criticar la novela de Perix, y lo único que podía encontrar era el críticas mediocres porque a los críticos, honestamente, no les interesa-
gasero. La novela de Perix estaba sobre su buró, pero no había leído ni ba leer “literatura de mujeres” y porque ella, honestamente, no quería
una sola página. Moría de nervios por verse ahí. El estudiante, al que sus usar un seudónimo masculino para atravesar esa barrera.
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De hecho, la historia de Roberta Excanda como escritora tuvo do con un dedo metido en el culo. Abandonó su desdén a la “literatura
sus pequeños deslices. Se sometía a concursos, a becas y a talleres, pero para mujeres”, y decidió resarcirse con la escritora.
por destino, o por casualidad, o porque tal vez así eran todos los escri- Roberta Excanda se volvió una figura importante para los círcu-
tores del país, no sentía ninguna pasión por leer literatura de mujeres. los feministas e intelectuales del país. Una joven de diecisiete años que
Un término que nadie quería explicar porque sentían que era como una firmaba sus obras con el seudónimo de Malkaviana, se devoró todas sus
caja que contenía todos los males del mundo, todos los males femeninos obras y lo que decían los críticos de las mismas. Leyó sus cuentos, sus
del mundo. El director de Cultura Literaria para Nuestro País, Justo ensayos, sus novelas y sus primeros intentos de poesía y nada le decep-
Henríquez, había escupido el término diversas veces, y nomás porque cionaba. Su padre, un lector prolífico, le dijo que tuviera cuidado, que
era el director, no buscaban cómo responderle. El último que lo intentó todos teníamos a su edad un escritor que nos jodía la vida un par de años
estaba escribiendo reseñas de cine, en un periódico independiente de y no podíamos ver las cosas de otra manera. Malkaviana se encogió de
Guatemala y, contrario a lo que se pensaba, era realmente feliz. Excan- hombros, hizo su tercera lectura de La raza cósmica, y otras pacheque-
da, gracias a las olas que había creado este señor con sus piedritas, pen- ces. Leía amorosamente el capítulo donde un ficticio Flaubert sonreía
saba dejar de escribir de una vez por todas, cuando decidió como último ligeramente y le enseñaba al público cómo podía meterle un dedo en el
recurso mandar sus novelas a una pequeña editorial de España. La pu- culo a Madame Bovary quien gemía abundantemente. A partir de ese
blicaron, tuvo excelentes críticas, le mandaban sus cheques en euros y momento, la prosa se volvía un caudal de gemidos, de latidos, de jadeos
su nombre que tuvo que ir allá, para golpear como un resorte y regresar exasperantes, tal cual si hubiera una conexión con la Madame Bovary
acá, ahora tenía algo de peso. Justo Henríquez cuando tenía un texto de verdadera, y con la novela ensayística que había escrito previamente
Excanda en las manos giraba ligeramente los ojos, suspiraba, musitaba: del personaje que ahora recibía un dedo en el culo, y que era metáfora,
literatura para mujeres, pero que lo publiquen, que pase y ya nadie sabía seguramente, aunque nadie podía asegurarlo, de la vida, del amor, de las
cómo tratar esos textos. Roberta Excanda entonces, sabiéndose respal- dificultades de una mujer, del hombre imbécil que las detiene a todas y
dada por unos europeos invisibles, tuvo el valor de dar una declaración de cómo cogerse de verdad un buen culo.
que, cito, decía así: “A gracia del señor Justo Henríquez, y su chauvinis- Malkaviana, como todo lector que desea imitar lo que le asom-
mo, su machismo, su estrechez de mente y de persona”. bra y le sorprende, se animó a escribir. Escribió dos novelas, digamos
Dos meses más tarde se conocerían en un congreso literario y cortas, llamadas: La verdadera calumnia de Pávido Návido (el nombre
firmarían un contrato verbal y de fluidos como amantes de ocasión. Al era una especie de anagrama del nombre de su padre y del cual se sin-
final de cada sesión, Justo Henríquez sonreía con su rostro moreno y le tió muy orgullosa cuando logró llegar a él) y El escritorio de Madamme
decía al oído. Binöir. La última, hay que confesar, es como el reflejo que vaticinaría
—Ya te puedes regresar a escribir tu literatura de mujeres. Yaffid Martínez en una de sus críticas, y sería una especie de resumen de
La primera vez que hizo eso, Excanda lo golpeó, lo tiró en la cama y Todos somos Madame Bovary. Lo cual era curioso, e irónico, porque Ma-
al ver su culo expuesto, le metió un dedo con toda rectitud y fortaleza por dame Bovary regresó –otra vez– pero esta vez en la figura de Madamme
el ano. Desde ese instante así terminaban sus sesiones amorosas. Even- Binöir y no sólo le era infiel a su novio, sino que también se dejaba ver
tualmente Excanda saldría de las habitaciones de hotel susurrando: frente al público (el lector, he roto una cuarta pared) y se levantaba su
—No quiero ser un clissé, no quiero ser un clissé. falda, y entonces Malkaviana creía entenderlo de verdad, creía descu-
Inspirada en sus encuentros y en las confidencias del señor Jus- brir por qué en La raza cósmica, Bovary enseñaba el culo y permitía que
to Henríquez, escribió: La raza cósmica, y otras pachequeces. Ese libro le metieran el dedo por el ano. Diecisiete años más tarde, Malkaviana
se publicó exclusivamente en México porque no lo entendieron en el llegaría a la conclusión de que había escrito sus propias fantasías, mien-
otro lado y porque, curiosamente, Justo Henríquez parecía más relaja- tras con una libertad serena se alzaba una falda larga y en soledad, repe-
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tía ese proceso que ataba a todas esas mujeres ficticias con una cadena ra, buscando material para su siguiente trabajo y descubriría, con toda
invisible. Sus novelas no se publicaron pero, por accidente, llegó una de honestidad, que no le gustaba lo que había escrito y que no quería repe-
éstas a un joven escritor que también había leído –otro accidente– El tirlo, jamás. Se largó a Guatemala donde un amigo, Cuauhtémoc Jaka, lo
gasero y la viuda. invitó a vivir y trabajar en un periódico independiente.
Te lo diré antes de partir escrita con el seudónimo de Luis-nada- Cuauhtémoc Jaka tenía pasiones poco claras y poco canónicas
más, recibió excelentes críticas literarias, sobre todo de Gerardo Tron. en el mundo de la literatura. Digamos y siendo demasiado burdos, de-
La primera en incluir palabras como: “La yuxtaposición de los valores masiado simplones, que existen escalas dentro de la literatura, y que si
masculino y femenino, aunado con las vicisitudes de una raza que no éstas existieran, en un punto permean las grandes obras literarias, esas
encuentra un balance entre su mestizaje y su pureza, es un bellísimo que logran unir momentos trágicos, contextos históricos y un humor
conjunto que lejos de ser caótico presenta una aguerrida y esperanza- sutil, a veces negro, a veces inocentón, sin importar la forma en la que
dora visión en este país. Hay esperanza”. Nadie se lo esperaba, pero así esté escrita dicha obra. El autor hace su tarea y libera en la obra su expe-
como el crítico había llorado en Uno sólo no conserva lo que no amarra, riencia de vida, su caudal de lecturas, sus textos, metatextos e hipertex-
no pudo evitarlo con esta nueva, la cual también asoció con el rostro tos. Después de las grandes obras literarias, todo lo demás está revuelto
del joven escritor que le abandonó. En una novela encontró la pregun- como un batidillo: la aventura, la novela policiaca, la novela negra, la
ta “¿por qué se fue?” y en la otra, encontró el consuelo de la partida. novela erótica. Al final del batidillo, uno puede encontrar la ciencia fic-
Recuerda con cariño el siguiente fragmento: “La pregunta es inútil y ción y la fantasía, que es como el borde de un omelette, y lejos, cami-
quisiera ignorarla, como se ignoran todas las cosas que no te sirven de nando lentamente, con los miembros rotos y las ropas hechas jirones,
nada… pero es inevitable que luego le prestas atención a lo que piensas están los zombies.
que no servía de nada. Mejor dicho, eso que no te sirve en el momento. Cuando Justo Henríquez le vetó la entrada al mundo de la litera-
Lo descubres con otra luz. Como si, no lo sabes aún, hubieras necesita- tura en este gran y hermoso país, Jaka sintió una especie de libertad que
do que se fuera la electricidad, y luego te entregaras a la búsqueda de la de otra forma no hubiera conocido y empezó a leer, y mirar películas, ad-
lámpara, y andaras a oscuras por el cuarto e iluminaras, repentinamen- mirar fotografías, escucharlo todo. Su gusto que, hasta entonces estaba
te, esa chuchería: Puede ser un papel en blanco, puede ser una servilleta atado a las opiniones de los escritores, amigos y amantes a su alrededor…
usada, pueden ser unos audífonos rotos. Descubres en ese objeto, lejos se abrió a un mundo de posibilidades. Jaka nadó en el batidillo de la lite-
de pensar en los fusibles que lo arreglarán todo para continuar con la ratura y escribió, sin miras a hacer otra cosa, sus reseñas cinematográ-
rutina, las respuestas de todo lo que te aqueja en esta vida. La luz y el ficas. Entonces Jaka leyó a Julio Verne, luego miró la serie de televisión
objeto en conjunto son la respuesta.” americana y retro que se basaba, muy libremente, en la obra del narrador
Nadie sabía, a ciencia cierta, de qué trataba la obra y cómo es que francés. Todavía pensaba en ellas cuando Jaka miró sus primeras pelícu-
un monólogo interior de trescientas cincuenta y dos páginas pudiera las de zombies. No tardó en hacer la sinapsis. Todas las noches, a partir
tener sentido. Sin embargo, como si la casualidad fuera un hechizo, o de las ocho, dedicaba cuatro horas diarias a escribir su novela, algo que se
un capricho, varios factores se unieron para hacer de esta novela un bri- había vuelto un pasatiempo se convirtió en un deber: un monstruo que
llantísimo momento literario. La defensa intensa de Gerardo Tron, se los gringos llamarían, quizás, zombie steampunk romance.
sumó a la clásica crítica entusiasta y bonachona de Yaffid Martínez, y a Su amigo, Luis, leyó el primer borrador de la obra y por curio-
los comentarios positivos de Roberta Excanda que, gracias a su lectura, sidad se lo mandó a un amigo editor. De un día para otro, ya era todo
desenredó en un proceso paralelo de pensamiento ese dedo por el culo un equipo de personas, de marketing, de investigadores, de editores, de
a Justo Henríquez. Sería la única obra que escribiera Luis-nada-más, su finanzas que proyectaban inversiones y ganancias, quienes esperaban
decisión vendría a cuento de que dos años después hiciera una relectu- con fervor la obra. Jaka se iba a dormir y se imaginaba a cada una de
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estas personas como un zombie, que en vez de comer cerebros, devo-


raba libros… especialmente su libro. Mandar el capítulo final sólo fue
una formalidad, cuando salió el libro se convirtió un éxito en ventas y,
curiosamente, Jaka dio una sola entrevista a un sobrino que estudiaba
Comunicación (y esa entrevista recorrió medio internet). En ella dijo lo
siguiente: “Quisiera darle un mensaje a Justo Henríquez. Gracias a él,
estoy donde estoy: Que te metan un dedo por el culo”. Volver
Y sí, estaba leyendo la entrevista cuando se lo metieron. Gregorio Cervantes Mejía

Abro los ojos al sentir en el rostro esa racha de viento frío, la más in-
tensa de la madrugada, la que corta la piel sin abrirla. Miro al frente y
alcanzo a distinguir, entre la bruma, el lejano valle del que tantas veces
me habló mi padre. Me siento en el suelo helado, sin dejar de cubrirme
con las pieles que nos han protegido durante este largo viaje. A mi lado,
aún duermen Lidia y nuestros dos hijos.
Aquí estamos, la estirpe de mi padre Darío y de mi abuelo, de
vuelta al origen. Detrás nuestro, la larga cadena de montañas donde no
pocas ocasiones hemos estado a punto de extraviarnos. El cansancio y
dolor de mi familia, que me pidió abandonar la empresa y volver a las
poblaciones de los valles, ésas donde habíamos conseguido prestigio y
una modesta fortuna gracias a nuestro sagrado oficio.
De mi padre aprendí a controlar el fuego y el hierro, a forjar con
ellos armas y herramientas para provecho o desgracia de los hombres.
El viento trae a mi memoria la voz de mi padre con el mismo vi-
gor de cuando me enseñaba las técnicas de la forja, que guardamos en
secreto como el tesoro más preciado de la familia.
Al golpe del martillo sobre el metal al rojo, mi padre recordaba
nuestro origen: “allá, en medio de las altas montañas del sur, está el om-
bligo de fuego, y alrededor de éste la ciudad mía y de tus abuelos, a don-
de volverás en cuanto yo muera para reclamar tus derechos como parte
de los guardianes del fuego.”
Levanto la vista: el sol aún no consigue asomarse por encima de
las montañas, aunque su luz empieza ya a despejar la bruma. Mi mujer
y mis hijos duermen aún.
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Lidia se opuso tanto a este viaje. Nuestra vida vagabunda en los seríamos valiosos nuevamente para ellos, los guardianes del fuego. Du-
valles era cómoda: si bien no disponíamos de una tierra propia, en cada rante años, esa deuda fue un misterio para mí. Hablaba de ella sin ma-
sitio éramos recibidos como si fuésemos dioses, con ceremonias y ban- yores precisiones. Y cuando lo hacía, su voz y su rostro se cubrían de un
quetes. Nuestro primer día en cualquier aldea era de fiesta: sabían que cansancio mucho más viejo que todas las generaciones de los hombres.
durante nuestra estancia podrían contar con herramientas nuevas o La mañana del día en que murió, me llevó bajo la sombra del
reparar las deterioradas durante la temporada anterior. El sustento de fresno más grande que había en los alrededores de la aldea. Ahí, me ha-
esas familias y su protección dependían de nosotros, de este oficio mis- bló por vez primera de esa deuda, de la única batalla en que participó mi
terioso para sus ojos, pues desconocían las propiedades de los metales abuelo, contra un supuesto invasor que resultó ser un grupo de hom-
y sus habilidades para el manejo del fuego se limitaban a las necesarias bres extraviados y hambrientos. De la negativa de mi abuelo a luchar y
para encender el hogar y cocinar un puchero. la culpa que lo atormentó durante años. Supe también que, para expiar
Mi padre refería siempre tiempos lejanos, cuando los hombres sus actos, los guardianes del fuego alojaron a los sobrevivientes y que
disponían con facilidad del fuego, cuando la comodidad de recurrir a éstos empezaron a ocupar las casas y palacios, manteniéndose a expen-
pequeños artificios para encenderlo y manejarlo les hizo olvidar su ca- sas de sus protectores. Mi padre fue expulsado de la ciudad por matar a
rácter sagrado, su relación con la tierra y el viento. uno de esos hombres cuando intentó profanar el templo paterno.
Aprovecho los rescoldos de la noche anterior para revivir el fue- Desde entonces habíamos empezado a vagar. Un poco como ex-
go al lado nuestro. Su calor pronto da color a los rostros de mis hijos. piación y otro como forma de sobrevivencia, mi padre empezó a forjar he-
Tienen hambre, dicen. Y frío. Lidia los acomoda junto al fuego mientras rramientas para los hombres de cada pueblo que visitaba. Desconocían en
me pregunta cuánto faltará para llegar. Señalo hacia el fondo del valle. absoluto el arte de la forja, por lo que eran incapaces de arrancar piedras
Escéptica, mira los bosques lejanos y las formas geométricas que alcan- de las montañas, producir madera o labrar la tierra. De esa manera empe-
zan a adivinarse entre ellos. ¿Estás seguro? Hemos vagado semanas por zaron a verlo como un benefactor de los hombres y delegó en mí esa tarea.
estas montañas sin encontrar más que hielo y arena. Ningún camino ni Al terminar su historia, cerró sus ojos un momento y después
puesto de guardia, sin escuchar sonidos humanos. Sólo las voces de los puso ante mí un paquete que yo nunca había visto. Mi padre retiró des-
animales que alertan sobre nuestra presencia. ¿Por qué debo creerte pacio la delicada tela que cubría una caja de madera ricamente labrada.
ahora? De cualquier manera, es demasiado tarde para volver. Mira —me Me mostró cada uno de los grabados mientras me explicaba que había
señala el color rojizo del horizonte—, se acerca ya el invierno. pertenecido al abuelo, que en cada una de sus caras estaba contenida la
Bajo la vista un instante. Es el lugar, me limito a decirle, sin más historia de la familia y, en su interior, las marcas que nos identificaban
explicaciones. ¿Para qué contar que anoche, mientras dormía, mi padre como parte de los guardianes del fuego.
me visitó para confirmarme que nuestro viaje llega a su fin? Ella des- Pasé mis dedos por la madera. Al tocar esos signos, vi el fuego
confía de los sueños. Siempre los ha considerado imágenes engañosas ardiendo por siempre dentro de un cráter, rodeado por las columnas de
de los dioses malignos, empeñados en causar daño a los hombres. un templo. Y alrededor de éste, los palacios y casas de la ciudad, no en
No pocas han sido las ocasiones, durante este trayecto, en que conjunto, sino una a una, con todos sus detalles. Escuché entonces las
Lidia se lamenta de haberse unido conmigo. Alejandro, trajiste la des- voces en la lengua que mi padre me había enseñado de pequeño para
gracia a nuestras vidas, me reprocha en los momentos de mayor ago- hablar con él. Y comprendí la historia de nuestra ciudad oculta a los ojos
tamiento, cuando alrededor nuestro no hay más que roca y hielo, sin de los hombres desde su origen. Mi cuerpo se llenó de la fuerza del fue-
señales de camino alguno. go que recorría a cada uno de los habitantes de la ciudad, la misma que
Mi padre me insistió demasiado en que sólo volveríamos a la tantas veces vi asomarse a los ojos de mi padre mientras preparaba un
ciudad cuando saldara la deuda que pesaba sobre su nombre. Entonces trozo de metal en la fragua.
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Fue en ese momento que mi padre abrió la caja de madera. Den- de la tierra y la vegetación. Intenté imaginar el ritmo de la ciudad, sus
tro había un medallón y una espada. Cuando desenvainó la hoja, produ- sonidos cotidianos, pero fue en vano: ni siquiera superponiendo mis re-
jo el mismo sonido que le he escuchado al viento entre estas montañas. cuerdos de las aldeas recorridas conseguí llenar esa desolación que se
Se había manchado una sola vez, me explicó mi padre, justo aquella en extendía ante nosotros.
que él protegió el templo familiar. Ni siquiera cuando mi abuelo entró Caía la noche cuando encontramos los restos de la casa de mi
en combate, su filo hirió cuerpo alguno. Mi deber, me dijo, era mante- padre. El sello en el portal era el mismo del medallón y de la cruz de la
nerla inmaculada, aun cuando me viera obligado a hacer uso de ella para espada que me entregó antes de morir. Entramos en silencio: sólo una
defender a mi familia o a mí. pequeña habitación conservaba techo y puerta. Mis hijos se soltaron a
Pasamos el resto del día bajo aquel árbol. Mi padre, empeñado llorar y Lidia, por fin, soltó la serie de reclamos que había guardado des-
en hacerme practicar el uso del arma familiar, no dijo una sola palabra de que los restos de la ciudad aparecieron ante nuestros ojos. Yo guardé
más sobre nuestra historia. Se limitó a vigilar mis movimientos y corre- silencio: ¿qué argumentos oponer a su voz airada, a la desesperación de
girlos, hasta que cayó la tarde y nos quedamos sentados, uno al lado del nuestros hijos al saber que pasaríamos la noche en ese sitio inhóspito?
otro, observando la caída del sol. Había sido un necio al traerlos a este lugar, al hacer caso de mis sueños.
Murió esa noche, poco después de haber vuelto a casa. Pasé la Lidia tenía razón: eran influjos de los dioses malignos, engaños para
madrugada vigilando la hoguera donde depositamos su cuerpo y al destruir a los hombres. En cuanto amaneciera emprenderíamos el ca-
amanecer guardé las cenizas en la urna que ahora llevo dentro de la caja mino de regreso.
de madera, junto con el medallón. Cuando cesó el frío desperté. Recordé que mi padre aseguraba
Al caer la tarde llegamos al valle, después de un largo y penoso que la ciudad se mantenía a salvo del hielo gracias al fuego sagrado. Abrí
descenso. Lidia y yo llevamos a nuestros hijos a cuestas, junto con nues- la puerta de la habitación y vi ese ligero resplandor colándose entre los
tro escaso equipaje. Ella se ha mantenido en silencio durante todo el muros. Caminé hacia calle: era el juego de luces y sombras de cualquier
día. Sé que, a pesar de la certeza sobre el final de nuestro viaje, sigue mo- hoguera, con la misma sensación cálida y el rumor de las llamas con-
lesta conmigo. Aún no sé cómo nos recibirán. Mi padre me había pedido sumiendo su alimento. Entonces corrí en dirección a donde creí que
buscar la casa que perteneció a la familia y reclamarla ante el Consejo se originaba la luz. Así fue como encontré las ruinas del templo y, en el
después de presentar las señales de nuestro linaje. centro, el fuego que empezó a crecer, a llenar ese espacio que, segura-
Enseñé el oficio a dos hombres justos, como mi padre lo pidió, mente, ocupó desde los inicios del mundo.
a fin de que los hombres no pierdan el beneficio de la forja del hierro.
Pensó siempre que eso, y nuestro largo exilio, servirían para levantar la
sanción que pesa sobre nosotros.
Al acercarnos a la ciudad nos recibió el silencio. La muralla, de-
rruida por tramos, circundaba un conjunto de muros vacíos y fragmen-
tados. Ninguna puerta ni guardia alguno que nos impidiera el paso. Más
que el desconcierto, en los ojos de mis hijos y de Lidia vi el miedo. ¿Era
ésta la ciudad de la que tanto me habló mi padre, la de las calles y plazas
populosas? ¿La de los floridos jardines, llenos de aves y ardillas? Exis-
tían restos de jardines, plagados de maleza. Pero por los restos de calles
no encontramos ni siquiera un perro. La mayoría de las construcciones
estaban destechadas y en el aire no se percibía ningún otro olor que el
50 cerrando puertas / Judith Castañeda Suarí 51

Abro la puerta de madera labrada. Rosetones circulares y raci-


mos de tres hojas me miran, muestran el pequeño recibidor. Entro. Vol-
teo, no has dejado de llorar. Te arrodillarías si en las piernas aún exis-
Cerrando puertas tiera la fuerza de cuando tus cabellos eran castaños sin necesidad de
Judith Castañeda Suarí teñirlos. Sonrío. Te dejé en la acera y yo puedo hacer cuanto me plazca.
Cierro con llave, estoy en tu casa.
El aspecto interior corresponde al de la fachada; las paredes llo-
ran yeso y los ladrillos alrededor de la ventana están despegándose; el
mobiliario es polvo e insectos transcurriendo su vida colgados de un
Estás detrás de la verja. Tus uñas arrancan la pintura de los barrotes. hilo nuevo.
Me miras, los ojos convertidos en una súplica: Ábreme, por favor. Quie- No has cambiado la decoración desde que heredaste la casa. Al
res entrar. Guardo la llave del candado que te detiene en un anillo de trasponer la entrada salí del tiempo de la calle; casi estoy seguro de ha-
plata, junto con otras. Piezas dentadas, pequeñas, algunas largas, en vez ber descendido de un carruaje de caballos negros que se aleja sobre el
de diamantes y una promesa de morir juntos. Las llaves entran en la ce- camino de piedras.
rradura de otras casas, pertenecen a gente cuyo rostro no recuerdo. Limpio mis zapatos en el tapete. Lodo y fragmentos de hojas
Ahora sólo tengo presente el tuyo, que también se evaporará. Es amarillas modifican su estampado de flores rosas y verdes, le añaden
una ensarta de arrugas y perlas grises alrededor del cuello. Los tonos del humo, lo cambian de color. Después de empujarlo con el pie, entro
cielo se hilvanan a tus pómulos, tienes una hoguera sobre los hombros. al recibidor flanqueado por un tapiz de pequeñas grecas blancas. Me
Introduces una uña en el candado. Das vuelta al dedo, hecho raíz quito el sombrero y el sobretodo, los cuelgo en el perchero. El forro
luego de la artritis. No puedes abrir, en cambio, gotas rojas colorean el del sobretodo le limpia las telarañas; las tarántulas deberán tejer una
césped, helechos amarillos, y lo convierten en la flor que sólo se da una nueva residencia.
vez al año, entre árboles con escarcha y cristales congelados de vien- Un espejo. Miro mi mano, el anillo repleto de llaves duplicado en
to, ¿recuerdas cuál es su nombre? Ese mes las encuentras en cualquier esa luna rectangular. Lo coloco sobre la mesa de patas curvas. Su cubier-
mesa, puerta, sala, jardín, forradas de luces y hechas de tela. Es como si ta parece de mármol rosa. Me dejo caer sobre el sillón cubierto de flores
un huracán esparciera cada semilla existente. iguales a las del tapete.
Cuando este lugar era un jardín, corrías junto con otros niños de- Vuelvo a ver el fondo del espejo, listones de metal encierran par-
trás de una falda negra, de unos tobillos ocultos. Pedían dulces y jugar a las te de un recibidor idéntico. Fuera de allí, junto a la puerta, el perchero
escondidas. ¿Quiénes eran ellos?, ¿la mujer de la falda? A lo mejor desapa- con el sobretodo y el sombrero parece un mayordomo que permanece
recieron en este momento, cuando la tarde está a punto de morir. Quizás inmóvil mientras un visitante llama.
observen entre los helechos. Aguantan la risa esperando no ser encon- En la pared aparece alguien de cuya presencia no me había per-
trados. Dime sus nombres, tal vez así salgan y digan el tuyo. Te esfuerzas. catado. Me sobresalto al sentirme visto. Volteo, los ojos de una mujer de
Intentas pensar, recordar. No disimules, ni tu reflejo te parece conocido. óleo fijos en los míos. Un retrato, ¿podrías creer que la confundí con una
Aun de espaldas estoy mirándote. Las raíces al final de tu bra- persona viva? El artista es diestro con los pinceles, supo robarle algo a
zo piden clemencia, suplican la caída de la herrumbre que entorpece el su modelo. Tú debes saber quién es, o era ella. Está en este mismo si-
mecanismo del cerrojo. Y las pupilas casi ciegas, grises, se vuelven líqui- llón. Su mano, un guante de tan blanca, reposa en la mesita. Detrás, el
das y resbalan, apagando el fuego de tu rostro. Las últimas pinceladas espejo reproduce las plumas de cuervo que son sus cabellos. Sus ojos se
rojas dieron a luz a la noche. parecen mucho a los tuyos: grises, derritiéndose. Tal vez lloraba al posar
52 FICCIONES EN FUGA. narrativa breve desde puebla cerrando puertas / Judith Castañeda Suarí 53

obligada. No creo necesitar un guía de turistas en cada sitio, pero me sus zapatos. Con ese barniz mate y apariencia de cartón, de principios
gustaría saber si es algún familiar tuyo, si la conociste. de siglo, puedo adivinar unas botas cubriendo los tobillos, cintas blan-
Escuchas mis dudas aun estando fuera. Yo también lo hago, tus cas rematadas con un moño. La edad no permite llevar tacones.
pensamientos son frases duplicadas en la voz de la ninfa: ¿quién es ése ¿Fue un descuido colocar su rostro vuelto hacia la puerta? No ha
que con su pregunta ha borrado un fragmento de mi pasado? Podría dejado de observarme, como a ti. Su mentón altivo te reta a comprobar
contestarte: “Ese pasado es una serie de imágenes de la vida de otra una presencia dentro de ella: la anciana que te cuidaba.
persona”. Prefiero insistir. ¿No das con la identidad de esa mujer?, ¿el Cuando la viste en el ataúd pensaste que se levantaría y en vez
cuadro no te ayuda? de tener las manos rígidas, una contra la otra, sostendría tus caireles
Los lugares tienen memoria, dicen, cuanto pasó entre sus muros sobre su pecho. Esperaste. Nada; los cirios, los candelabros de plata y
queda ahí, flota, respira con fuerza cuando se le busca. Es un momento cera que coronaban una sala enorme de tan vacía, siguieron cercando la
propicio para comprobarlo. Aquí hay algo, sí, en el tapiz, embarrado en inmovilidad de su cuerpo.
el espejo. Como con espátula desprendo la escena: el rostro de la mujer No querías enfrentarla, ¿recuerdas? Preferías imaginar sus lar-
del cuadro junto al de una niña de caireles y encajes alrededor del cue- guísimos dedos sobre el piano, viajando a través del Réquiem de Mo-
llo. Se parecen, los ojos son idénticos. La mujer despega los labios de la zart. Esa anciana ocupó el lugar de la mujer que se fue. Pero, ¿qué pa-
mejilla de la pequeña, sale. Cuando la puerta se cierra detrás de ella, de rentesco tenía contigo? ¿Abuela, tía? Toma algo en cuenta: estoy dando
su enorme equipaje, la niña le grita y quiere que la lleve. Unos dedos por hecho que esa niña y tú son la misma persona, aunque no creo que
iguales a los tuyos se prenden a sus hombros, la obligan a permanecer lo recuerdes dentro de cinco segundos. A cada paso mío una escena se
sobre el tapete. Sólo un segundo; la niña los aparta y corre a la habita- vuelve irrecuperable.
ción más próxima. No sé si al escenificarse por segunda vez el recuerdo Antes de ir al pasillo cierro las cortinas. Todavía esperas, tus ma-
te diga algo, ¿se habrá hecho humo? Probemos. Tengo la certeza de que nos ahora forman parte de la reja.
esa niña tiene algo que ver contigo. ¿Así eras a esa edad? ¿Dónde iba A la alfombra la vigilan puertas abiertas, rectángulos de luz arti-
la mujer? ¿Al final regresó? No encuentras las palabras para contestar. ficial. El azar me invita a asomarme a una. Detrás encuentro algo que tal
Sigo mi camino. La sala, sillones cubiertos con sábanas, telara- vez te gustará olvidar: un hombre de traje gris y rayas blancas te obliga a
ñas flotando en la luz. La luna entra por la ventana; cortinaje abierto, de sentarte con las piernas juntas, y la servilleta hecha un triángulo de tela
terciopelo. Mi mano sobre el respaldo desprende polvo. blanca sobre el regazo, a mantener los hombros rectos y el dedo meñi-
Te recomiendo limpiar este lugar. Tal vez haga falta renovar los que señalando la ventana siempre cerrada. ¿Para qué necesitabas esas
tapices, cambiar cortinas, sería un museo perfecto. Espero no moles- enseñanzas a los nueve o diez años? Ni siquiera ahora lo sabes.
tarte. Sólo piénsalo, imagina un momento la repisa llena de porcelanas, Nunca has usado el comedor. Diez plazas, sillones de piel en los
los comentarios, las fotografías. Pero es necesario un estilo de figuras extremos de una mesa con apariencia de espejo de cedro. Vajilla en la
homogéneo, el actual no funciona. Altas y finas, lustrosas, de formas re- vitrina; porcelana, flores de durazno en los bordes. Demasiado. Prefie-
dondas y opacas, pequeñas, niños con pelotas rojiblancas junto al zapa- res comer en la cocina, junto a tus hijos y la eterna ama de llaves que los
to y ancianos pasando la eternidad en una banca, hombro con hombro, cuidó desde su nacimiento.
mirándote. Tal vez no haga falta renovarlas sino colocarlas en diferen- Aquí no queda nada. Cierro la puerta y anexo la llave a las demás
tes estantes, clasificándolas por su material, colores y diseño. en el anillo. Mi sombra continúa dibujándose a lo largo del corredor. Un
Mira, esta figura alargada podría ser la principal en una vitrina cuadro más pálido sobre el tapiz es el sitio vacío de un retrato, supon-
dedicada a la proximidad de la muerte. Parece hermana del Quijote; en go. El espejo hace más amplio el pasillo, esculpe otro jarrón sobre una
lugar de una armadura vieja porta un vestido que no permite observar segunda mesa. En la cerámica, la geisha despide a su samurái metida
54 FICCIONES EN FUGA. narrativa breve desde puebla cerrando puertas / Judith Castañeda Suarí 55

en un kimono rojo, rodeada de árboles rosas. Volteo, los racimos claros Sus risas, desde la pared, susurran en mis oídos. No son los acompañan-
pegados al techo se apagan al acercarme. ¿Por qué la oscuridad invaria- tes de la niña de caireles rubios en su carrera hacia la falda negra, estos
blemente acompaña al olvido? No pierdo la esperanza de encontrar en tratan de alcanzar unos breves tacones de aguja que tocan el Réquiem
alguna casa una desmemoria luminosa. sobre los escalones, a la mujer del baño. La reconozco por el anillo, algu-
Subo, recojo con las yemas el polvo del barandal. Me asomo a nas hebras blancas empiezan a asomarse entre sus rizos.
una puerta. Observo un recuerdo bañándose en la tina, envuelto en nu- Al ver la postal piensas que esos sí son hijos, no los que se dicen tu-
bes de vapor. Las flores verdes de la orilla se convierten en espuma y yos. La palabra hijo convoca a niños pequeños corriendo en el patio, luego
acarician los hombros de una mujer. Sí, eres tú. Te extrañará que vuel- de clases, o sentados contigo para escuchar sobre un camino de migajas
va a referirme a ti en tercera persona. Me gusta y no soy el único. A ti bosque adentro y una bruja. Los hijos no son hombres que ayudan a una
también. He formulado una teoría: si uso esa voz, las escenas borradas anciana a bajar del auto, ni mujeres que la acompañan a probarse pantuflas
aparentan pertenecer a otra persona y le duele menos a la memoria. con ribete de peluche y la siguen como si fueran parte de su sombra, que no
Pero me estoy alejando de la imagen, te hablaba de esa mujer. la dejan si no es para dormir. A ellos no los reconoces. No son tus hijos y en
Ahora es dueña de la casa por la que todavía vaga su niñez. No veo al cambio tal vez lo sean esos niños que cada sábado juegan en el jardín.
anciano que la mantuvo enclaustrada cada fin de año escolar, tal vez sea Cierro la cortina, no resisto volver a mirarte. Tal vez sean figura-
una de las dos tumbas al fondo del jardín. Ángeles en actitud de orar, ciones o lo pequeño de la ventana, pero te veo como una estatua frente
tulipanes marchitos. Después de todo lo quería. al jardín. Eres el monumento al olvido. Ahora tienes las manos a cada
Si él la viera, la sacaría a golpes del baño y la regresaría al colegio lado. Y no suplicas, sólo esperas. Me alejo. El ruido en el pasillo se apagó.
de religiosas. Aunque su espalda reposa en la tina, sus senos soportan Bajo. La oscuridad cobija al corredor, su aliento no me deja pa-
el peso de otro cuerpo. Los ojos grises naufragan en la espuma junto a sar. Ni siquiera distingo los bordes de la mesa, el brillo del jarrón orien-
otros. Verdes, cortinas de piel morena. Un hombre le acaricia los brazos. tal. No queda nada por hacer, cada habitación ha sido clausurada.
Se apoya entre sus piernas. Los dedos anulares de ambos lucen argollas Estoy a punto de salir cuando mi mano tropieza con una perilla
con una inscripción. Una letra “A” de líneas cursivas ahora sin signifi- que no había notado. Una última puerta abierta, una ojeada a los sillo-
cado alguno. En vista de tu falta de hipótesis, yo puedo darte algunas: el nes. Un triángulo luminoso baja del techo hasta tocar otro féretro, ¿esta
nombre del bar, tienda o calle donde se conocieron, parte del escudo de vez quieres verlo? Lo mismo te preguntas, no hay respuesta, no hay
armas de la familia de él, seis generaciones más antiguo que el de ella, la alguien mayor en cuyos hombros puedas llorar, otra persona en quien
inicial de sus nombres. descanse la responsabilidad; los hombres que ahora dicen ser tus hijos
¿Con qué letra comienza tu nombre? ¿Tienes uno? aún no crecen, su edad no les permite acompañarte. Para ellos, papá
Encierro las nubes detrás de la puerta. El vapor quiere derribar- hizo un viaje largo a bordo del primer avión invisible. Debes presidir
la, rebota en los mosaicos, presiona con sus miles de manos en la ven- los rosarios y la misa de cuerpo presente, debes vigilar los cirios y la caja
tana que da al patio trasero. Otra llave a mi anillo, otro recuerdo hecho mientras desciende a la oscuridad del olvido.
cenizas en su proyector. ¿Dónde quieres que lo tire? Te asomas. El cuerpo moreno se despide con las manos sobre
Alargo la vista. No encuentro más habitaciones, sólo clausuras, el pecho. La “A” en su dedo anular parece formada con diamantes. Bri-
sólo la fragilidad de unas tablas cayéndose de polilla. Queda por correr la lla sobre tu frente. Tus labios rozan el metal, intentas despertarlo con
cortina del fondo del corredor. Me acerco, acaricio el encaje, sonrío; la ven- baños de lágrimas y aliento en su paladar. El gris no se evapora de sus
tana es apenas mayor a una rendija, las estrellas disfrazaban su pequeñez. mejillas; los párpados tampoco descubren los ojos verdes, invitaciones
Mis pisadas no son las únicas sobre la alfombra, están conmigo a tomarlo del brazo, a decir “sí” frente al altar de apóstoles y nubes. Co-
los niños que hace muchísimos fines de semana dejaron de correr aquí. locas un clavel sobre su corbata roja, contestas su despedida.
56 FICCIONES EN FUGA. narrativa breve desde puebla cerrando puertas / Judith Castañeda Suarí 57

Recuerdas cuidar su sueño de pastillas y suero. La almohada No queda nada en tu cerebro, cada una de sus puertas está cerra-
abrazándole la cabeza. ¿Qué pasó con él? ¿Por qué dejó de ser la má- da y la memoria no puede escapar. Yo tengo las llaves en el aro pendien-
quina de funcionamiento perfecto que cobijaba tu pecho? He vuelto a te de mi bolsillo. Me quedo en el sótano, escondido junto a la antigua va-
dirigirme a ti en primera persona, tus reclamos, súplicas desde la acera, jilla azul. Acompañándote por siempre. Aunque siempre sea un tiempo
lo exigen. Estoy cansado de hacerte creer que clausuro otra casa, de te- indeterminado, no tengo intenciones de abandonar tu cabeza.
nerte compasión. Te he convertido en el perpetuo presente, el recuerdo de un se-
–No te lo lleves, sólo él me queda. Eres dueño de su recuerdo, gundo antes. Soy el dueño de tu historia.
de sus ojos, de su dedo dentro del anillo, te pertenece su cuerpo fuera
del ataúd, reposando sobre mi pecho. También nuestros hijos. En un
momento no reconoceré el rostro de quien durmió junto a mí. Quiero
conservar en mi mente la tumba junto a los rosales, el camino de curvas
ascendentes, las rejas del viejo cementerio. No quieras dejarme vacía.
Tienes cada momento de mi vida en tu llavero, por lo menos déjame su
muerte; no me gusta estar sola.
Despiertas de tu letargo de piedra. Quisieras destrozar el canda-
do, triturar con los zapatos los helechos rojos y sacarme de tu casa a em-
pellones. No puedes. En cuanto tiras de la cerradura, tus dedos estallan,
parecen cristal. Sigues gritando. Sientes cómo, sin estar cerca, aprisiono
tus muñecas.
Tu fragilidad me permite defenderme, decirte junto al cuello
que la avaricia, en mí, cambia de nombre. No es un pecado, algo evita-
ble. Cuando llego a una casa, mis manos sólo se dedican a cerrar puertas
de goznes que se quejan con cada movimiento, a hacer más espesas las
telarañas de los rincones. Es mi naturaleza y no tengo por qué justifi-
carme ante ti.
Tengo una última pregunta, ¿conoces al hombre dentro del fére-
tro? Te quedas callada, no sabes por qué lloras. Tus gritos se van hacien-
do mudos. Se extinguen.
Cierro la puerta y me atrinchero en el sótano. Una alfombra de
polvo cubre los escalones, se rasga bajo mis pies. Por lo común, estos
sitios guardan restos de memorias. Así, busco entre sillas rotas, cojines
sin plumas y cajas llenas de revistas. Literatura soviética, arreglos para
automóviles, reparaciones caseras con una promesa de ahorro para los
lectores, la letra de una canción del grupo de las últimas páginas. No en-
cuentro nada relacionado contigo. Tus huellas no están grabadas aquí,
y tampoco creo que hayas aprendido el método para limpiar y colocar
una bujía.
58 El Nicaragua / Alejandro Lambarry 59

La verdad es que lo extraño, sobre todo cuando voy a los portales de


San Pedro a tomarme un café. Él solía ir al Café Tal con un libro de Deleuze o
de Tagore envuelto en una bolsa de plástico. Me veía llegar y alzaba la mira-
da del libro peinándose un rizo grasiento y esbozando una sonrisa. Sonreía
mucho, pero casi nunca se carcajeaba, yo prefiero que la gente muy blanca
como él no se carcajee, hay algo desagradable cuando se ponen muy rojos.
El Nicaragua A los dos nos fascinaba el ajedrez y teníamos partidas muy reñi-
Alejandro Lambarry das en el Café Tal. Nos divertíamos tanto que al poco tiempo tuvimos
dos retas. La primera fue de un chamaco que vendía chicles y se llama-
ba Rubén Darío. Un día al acercarse a vender chicles vio sobre nuestra
mesa un libro de Rubén Darío y nos dijo:
“Así me llamo yo.” 
Al Nicaragua yo le puse el apodo, pero no pegó. Nicaragua no es un Le regalé el libro y el Nicaragua le enseñó a jugar ajedrez. Un fias-
apodo muy ingenioso, pero a mí me dio orgullo haberlo pensado y él lo co, pero le aguantamos la compañía porque es muy mezquino mostrar
aceptó porque era un buen amigo. Yo acepté de él que fuera vegetariano indiferencia a un niño de la calle, sobre todo si se llama Rubén Darío.
y que le gustara hablar con los locos. De los locos decía que no lo eran La otra reta fue del Pocholo. Pocholo estaba loco pero no de
tanto, eran sólo diferentes. Si eras amigo del Nicaragua y vivías con él peligro, me imagino que por eso lo dejaban salir del manicomio. Se es-
como lo hice yo durante un año, era fácil llegar a la misma conclusión. taba todo el día paseando por los portales de San Pedro y en el Oxxo.
Somos diferentes y él era el más diferente de todos. Era rubio, así que debía venir de Chipilo o de una familia rica poblana.
Ya no recuerdo dónde y cómo lo conocí, éramos estudiantes de Probablemente de la segunda. Su debilidad, además de estar loco, era el
la misma universidad, yo estudiaba literatura y él psicología, pero su cigarro. Yo creo que pudo haber hecho algo muy maldito por un cigarro.
verdadero amor era el esquizoanálisis. Por él fue a París con sus aho- Yo en cambio hice algo muy inteligente. Le descubrí la debilidad des-
rros de tres años y desde allá me escribió unos mails muy tristes donde pués de una semana de estar perdiendo contra él en el ajedrez. Porque
me decía que las enseñanzas del maestro Deleuze habían muerto y que Pocholo resultó ser un maestro, movía las piezas como canicas, tejiendo
regresaba por eso a Cholula. A mí me pareció muy pendejo haber ido su telaraña en el tablero sin que pudiéramos meter las manos. El Nica-
hasta París para enterarse de algo que pudo haber consultado en inter- ragua no salía de su fascinación y yo empecé a usar lo de los cigarros.
net, y también me pareció muy pendejo que una vez allá no trabajara “¿Quieres uno, Pocholo?,” le decía cuando me comía a la reina o
de algo para quedarse aunque fuera unas semanas, conocer la ciudad, la a las torres. Pocholo alzaba la mirada del tablero y temblaba como si le
gente, y tirarse a una parisina. Así se lo escribí y ya no obtuve respuesta. estuvieran quemando las patas.
Cuando regresó a Cholula después de un mes, me dijo que había vivido “A ver, espérame tantito,” y así le iba, cigarro a cigarro, des-
la peor depresión de su vida y como único apoyo de su amigo había re- garrando la telaraña. Me daba un poco de lástima cuando exhalaba el
cibido dos “pendejos”. humo de su tabaco sobre un tablero sin rey y un ejército desbaratado,
“Pero es que lo eres, pinche Nicaragua. ¡A quién se le ocurre!” pero eso también forma parte del juego.  
Y ahí se murió todo, se levantó de la mesa y se fue. No volví a El Nicaragua nunca lo hizo, a pesar de que los cigarros eran de él,
enterarme de sus trabajos con el esquizoanálisis, de sus viajes, de nada. nunca le ofreció uno al Pocholo durante una partida. Lo hacía después,
Creo que dejó Cholula hace varios años, pero no estoy seguro, quizá to- cuando le daban mate, entonces le daba un cigarro a su verdugo. Ese era
davía esté acá. Si lo veo algún día no creo que me devuelva el saludo.   el Nicaragua, diferente entre los diferentes.
60 Cabalgando el dragón del infierno / Alejandro Lambarry 61

“¿Cuántas se tomó cada uno?,” preguntaba Reinhard a la hora de


cerrar, es decir a la hora en la que él salía de su propio bar. Cada uno ha-
cía sus cuentas concentrándose en recordar lo que había bebido porque
es muy torcido transar a quien te ha abierto así las puertas. Pero el pro-
blema es que a veces no alcanzaba el dinero, y entonces se las pedíamos
fiadas, o en lo que hacíamos las cuentas Reinhard ya se había ido, o le
Cabalgando el dragón del infierno pagábamos la cuenta, pero ya solos nos tomábamos el pilón.
Alejandro Lambarry Lo queríamos bien al Reinhard. Nos entretenía muchísimo con
sus historias de amor y desamor en Bolivia, de periodismo y heroína en
Viena, y de bares en todas partes. Nos gustaba que hubiera convencido
a sus vecinos cholultecas invitándolos a tomar una cerveza en el bar, en
lugar de pagarles una mordida como lo hacía el resto o, de plano, igno-
A Reinhard lo conocí en el bar Reforma. Cada vez que iba lo veía toman- rándolos. Ahí se sentaban en las mismas mesas que nosotros los Dones
do cerveza en la barra, mirando para todos lados como si estuviera muy de Cholula, y nos contaban lo mucho que había cambiado el pueblo des-
contento de estar ahí. Me dio curiosidad y cuando me acerqué a pedir de que llegaron los estudiantes, y también nos decían que cada barrio
una ronda de cervezas le pregunté qué hacía en Cholula. Su español no tenía sus costumbres y sus familias, que era muy importante saber en
era muy bueno, pero en los bares uno se entiende. Trabajaba en la Vo- qué barrio vivía uno. Yo, por ejemplo, vivía en Xicotenco.
lkswagen, era austriaco y su sueño de toda la vida era abrir un bar, o eso Sin lugar a dudas fue el mejor bar de Cholula, hasta por las inau-
al menos entendí cuando siguió mirando muy contento a su alrededor. guraciones, que tuvo tres. La primera se canceló por un ventarrón que
Regresé a mi mesa, les repetí la historia a mis amigos y desde ese día convirtió a las sombrillas en lanzas. La segunda por falta de una licencia
cada vez que íbamos al Reforma lo saludábamos a la distancia. de algo. Y la tercera ya fue la grande. Desde ahí nos duró más de un año.
Una vez que fui con una amiga colombiana, Reinhard se acercó La clausura fue paulatina y muy triste. A Reinhard lo dejó la no-
a la mesa, ya borracho, y preguntó si podía sentarse con nosotros. Mi via mexicana de origen alemán, luego ya no se iba del bar y había que
amiga me miró mentando madres, pero no pude dejar de reconocerle el recostarlo en una banca, cubrirlo con los manteles y cerrar la puerta
esfuerzo al austriaco y le dije que cómo no, adelante. desde afuera con un palo, después tuvimos que prestarle dinero. Ya sin
Reinhard resultó interesantísimo, había trabajado en un perió- el bar, a Reinhard se le veía caminando a todas horas por los barrios de
dico en Viena, en la sección de arte y cultura (mi amiga colombiana es- Cholula, cabalgando el dragón del infierno. Sus ropas y sus muebles
tudiaba cine), había vivido en Bolivia y en países de Europa del Este. De quedaron repartidos entre los amigos que le hicieron el favor de guar-
joven había montado el dragón. darlos hasta que ya no lo volvieron a ver. La última vez que supimos de
“¿Qué se siente?,” preguntó mi amiga. él vivía con un travesti que trabajaba de mesero en los antros. El travesti
“Es el paraíso.” no nos quiso decir a dónde fue, como si eso lo llenara a él o a ella de mis-
Para sorpresa de todos los que lo conocíamos, Reinhard abrió su bar terio: el travesti que se tragó a Reinhard.
dos años después. Estaba en el zócalo de San Andrés Cholula, tenía un nom- Lo cierto es que desapareció y de eso habrá sido ya unos seis o
bre impronunciable y la mejor clientela jamás antes vista. Allí todos éramos siete años. Me acordé de él porque el otro día, sentado en la barra del bar
amigos, amigos del Reinhard. Su novia, una mexicana de origen alemán, ser- Reforma, un joven me hizo charla. Estaba tomando mi cerveza concen-
vía de alguacil y cobradora. Pero rendía la plaza pasadas las dos de la maña- trado en tomármela y en recordar mis tiempos de estudiante cuando
na. Entonces se cerraban las puertas, música jazz y ríos de cerveza. este chavo me incomodó con sus preguntas, pero le respondí porque los
62 FICCIONES EN FUGA. narrativa breve desde puebla PRIMERA LLAMADA / Fernando Sánchez Clelo 63

jóvenes suelen ser muy arrogantes o muy tímidos, y si no se les respon-


de se les puede desarrollar un trauma. El chavo a su vez me dijo algo
como que estudiaba arte o danza y que venía de no sé dónde. Se despidió
de mano y al poco rato, cuando salieron sus amigos, me saludaron todos
desde su mesa.

Presunto implicado
Fernando Sánchez Clelo

El capitán Filiberto entró a la cantina añosa. Los borrachos apestaban


a eructo y sudor. Halló con la mirada al detective privado en una mesa
tomando un whisky Jack Daniel’s. Pidió una cerveza en la barra y se
acercó a él.
—Vengo de recoger con pala al padre Onofre— dijo el capitán.
Buck respondió con un suspiro de fastidio y dio un trago al whisky.
—No se sorprenda, capitán; sabíamos que sucedería. Arrastró
con él a gente poderosa.
—Te contrataron para resolver el secuestro del niño Hernández,
sé hasta dónde te llevaron las pistas.
—Yo sólo soy un detective privado. Qué puedo hacer contra tanta
mierda.
—Sin estupideces, Buck. ¿Tú nos enviaste al Departamento de
Policía el anónimo con las fotografías de los niños? ¿Tuviste algo que
ver con el explosivo?
La mirada de Buck se tornó severa.
—No habla con un primerizo, capitán. Cargar esta placa me hace
respetar la ley—, dijo palpando la zona del bolsillo interno del saco. El
capitán se puso de pie. Se caló el sombrero.
—Mejor para ti que sepas eso, Buck. Te lo repito, no te metas en
pleitos de hombres —dio un gran sorbo a la cerveza antes de azotar la
botella sobre la mesa.
El detective siguió con la mirada al capitán Filiberto hasta la sa-
lida. Buck sintió la falta del frío metálico dentro del saco. Hay días en
que esa pequeña placa de latón es una carga insoportable.
64 PRIMERA LLAMADA / Fernando Sánchez Clelo 65

escritorio de caoba, rumiando un soliloquio que comienza: “Mi vida es


una jodida obra de teatro”.
—Necesito de usted, detective —me dijo la rubia sensual al abrir
la puerta.
Es hora de joderme la vida.

Primera llamada
Fernando Sánchez Clelo

Mi vida es una obra de teatro y yo sólo represento el papel de investi-


gador privado. No sé por qué, pero tengo la sensación de que antes de
nacer elegí actuar el personaje de detective duro y solitario. Siento que
es caracterizarse antes de la primera llamada: maquillaje, vestuario, ca-
listenia. Disfrazo a mi personaje con un sombrero y una gabardina que
cuelgan del perchero, siempre me recuerdan a un ahorcado de una viga.
Aquí estoy, recostado en mi sillón, con mis pies reposando sobre el es-
critorio de caoba y el humo de mi tabaco flotando en la oficina.
No tuve niñez, no la recuerdo. No la quiero. Mi vida comenzó
cuando escribieron en el cristal de mi puerta “Buck Spencer: Detec-
tive privado”. Tengo la pistolera bajo mi brazo derecho. Tengo las
sombras de las persianas tatuadas sobre mi espalda por las luces in-
termitentes del hotel de la calle Satélite. Tengo un cigarro colgando
perpetuamente de mis labios. Desgraciadamente estoy satisfecho con
lo que soy, a pesar del hambre, a pesar de las cicatrices en mi cuerpo y
de la soledad que me acecha entre la media luz de esta oficina que es
mi escenario preferido.
En esta obra de teatro cada uno elige su papel protagonista, y en
la representación las personas se quejan porque no recuerdan que ellos
tomaron la decisión y hasta olvidaron su guion. Se volvieron lo que más
odiaban: los poetas ahora son empresarios; los filósofos, periodistas co-
rruptos, y los santos son telepastores.
En mi obra de teatro soy el protagonista. En las tardes me parece
escuchar de algún lugar el grito “tercera llamada”, se abre el telón y en
medio del escenario me encuentro con mis pies descansando sobre el
66 El HOMBRE INDICADO / Fernando Sánchez Clelo 67

como el suyo, una bala, una sola bala acaba con todo el odio, pero debe
disparar al hombre indicado.
—¡Y usted qué sabe! —gritó al sentir que se removía la idea del
suicidio.
—El hombre indicado está muerto y enterrado desde hace 17
años. Y si no recuerdo mal, usted tiene un hijo, Joseph, que intentó ser
El hombre indicado boxeador. ¿Aceptaría usted que alguien vengara en su hijo y sus nietos
Fernando Sánchez Clelo los pecados y errores que cometió? ¿Vale la pena heredar muerte y odio
a Joseph?
El viejo se desplomó en una de las sillas, ocultó la cara entre las
manos. El detective comprendió el sufrimiento del viejo. Buck también
había acabado con sus rencores al contenerse de jalar el gatillo para
—Detective, maté a un hombre —la declaración le sonó a Buck como un vengar la muerte de su padre en Joseph.
llamada de auxilio.
El viejo había entrado a la oficina alumbrada por una luz inter-
mitente de neón que llegaba por las persianas de la ventana. Aunque el
visitante era delgado, su cuerpo de músculos fibrosos se dejaba adivinar
por el cuello trabajado con ejercicios intensos. Detrás de su escritorio,
Buck lo reconoció.
—Le advierto que no hemos hecho ningún trato. No estoy obli-
gado al secreto profesional. Cualquier declaración que me diga puede
usarse en su contra.
—Fue hace quince años. Maté a ese hombre porque se lo merecía.
Necesito ayuda para que no quede nada de él. Quiero matar al hijo de
ese hombre y no sé cómo hallarlo —el detective se recargó en el sillón.
—Qué hizo el hijo de su víctima para que usted se sintiera con
derecho a matarlo.
—No sabe detective, ese tal Ibergua merecía morir.
Buck había visto la mirada del viejo en otros hombres consumi-
dos por la búsqueda de venganza. Era un rencor que despedía un olor
fétido, una energía amarga.
—El odio es bueno para soportar 17 años en la cárcel, pero no tie-
ne por qué joderle toda la vida —dijo Buck, los ojos del viejo destellaron.
—¿Cómo lo supo?
—Kid Dragón. Usted peleó por el título nacional de peso welter
contra Jan Hook, pero la cárcel le arrebató la oportunidad de pelar nue-
vamente por el título. Soy aficionado al box. Le doy un consejo: en casos
68 69

El castigo La belleza
Fernando Sánchez Clelo Fernando Sánchez Clelo

Elidé entró a la recámara y encendió la lámpara sobre el buró. La luz Sara abrió la puerta. Buck levantó lentamente el ala del sombrero y
resbaló sobre el negligé rojo, la colcha azul y la alfombra. Se sentó so- mostró su rostro. Sólo los ojos color miel de ella mostraron sorpresa y
bre la cama y cruzó las piernas luminosas. Se quitó los aretes y tomó del apresuró un trago de coñac de la copa enorme que llevaba en la mano.
mueble el ejemplar de El halcón maltés que leía cautivada por la imagen —Sabía que vendría, detective —dijo ella arreglándose el cabello
de la mujer fatal Brigid O’Shaugnessy. El ruido a su espalda la hizo vol- ondulado.
tear. El contorno de un hombre se marcó sobre la cortina del balcón. El Dio media vuelta y se fue a sentar a un sofá rojo. Cruzó las pier-
miedo la cimbró. Se puso de pie. Abrió el cajón del buró, pero su arma nas. Su cuerpo esbelto sólo estaba cubierto con una bata abierta. Buck
no estaba. Al voltear, el hombre le mostró la 9 milímetros y dejó caer el entró y cerró la puerta. Notó por la ventana que el sol apenas tocaba el
cargador. Elidé corrió a la puerta, pero él alcanzó a cerrarla. La tomó de horizonte para iniciar la noche.
las muñecas. Forcejearon antes de que ella cayera sobre la cama mos- —¿Usted me envió el anónimo de advertencia?
trando la tanga de encaje rosa. —No debió venir por creer que le salvé la vida, detective.
—¿Qué me va a hacer? —preguntó con voz quebrada. —¿Me salvó la vida?— preguntó Buck.
El hombre arrojó su sombrero. Se quitó el saco, la corbata y co- Ella dio un trago más al coñac.
menzó a desabotonarse la camisa. Elidé se empujó hacia atrás, hasta to- —Tengo que agradecerle algo a mi marido. Si yo no hubiera sos-
par con la cabecera. Jaló la colcha para cubrirse. Su cabello negro deste- pechado que me engañaba con otra, no lo hubiera conocido a usted.
llaba. Él se acercó al pie de la cama, la luz suave reveló el rostro de Buck. Pero míreme, estoy flaca, apenas puedo comer lo mínimo y pagar esta
—No la creí capaz de tanta maldad. Ahora la ley no me impedirá pocilga desde que lo abandoné. No soy mujer para usted, no soy mujer
castigarla. para nadie. ¡Lárguese! —dijo y hundió su rostro en la copa.
La respiración de Elidé se agitó. Buck dejó sobre una mesa el anónimo de la “amiga secreta” y sa-
—Buck… ¿hoy sí me sujetarás con las esposas? lió del departamento sin decir nada. Cerró la puerta tras de sí y encen-
dió un cigarrillo.
Caminó sin prisa por el atardecer. Pensó en Sara. Buck tenía debi-
lidad por las mujeres esbeltas de ojos color miel. Ella era una mujer con la
belleza por la que cambiaría su vida, pero prefirió vivir el peligro y morir
sorpresivamente, que tener una muerte lenta en una relación sin futuro.
70 A la sombra del sombrero / Noé Blancas Blancas 71

Por primera vez, en muchos años, se nos vino el frío. Pero no


en la piel, que es donde debe de sentirse el frío; sino que era un sacudi-
miento que no cabía en nosotros nada más de ver la tierra toda descara-
pelada, sin tener siquiera dónde defendernos del sol, ni la sombra de un
cirián. Nos habíamos quedado sin el pueblo, pero, sobre todo, sin nada
ya de sombra. Desde ese día muchos comenzaron a largarse. Que a Mé-
A la sombra del sombrero xico, Veracruz, a mundos vivos. Que todo de ahora en adelante iba a ser
Noé Blancas Blancas más inclemente, decían, cuando se alejaban con sus hijos apelotonados
en el lomo de algún burro. El Piquín subió en su burro a su mujer y a sus
hijos, y luego se subió él, y ahí va, casi sin poder ver el camino, y cuando
Tío Lolo le gritó “hazme un campito en tu burro, Piquín, llevas harto
espacio”, todavía le contestó “por ahí búscate un campito”.
Otro círculo de escombros pero más, mucho más gris y desmedido, que- Andábamos todos tristes, mirando siempre abajo, buscando que el
dó arriba, como sombra; un viejísimo sombrero deshaciéndose, como anillo, que la esclava, la cadena, algún centavo. Resentidos con el cielo, con
un pájaro furioso arrancándose las plumas, dejándolas caer una por una, el padre, que no quiso hacer la misa para el buen temporal, en la capilla.
lentamente, para que se confundieran con las alas destrozadas del triste A mí, como es de suponerse, me dio rabia solamente haberme
pajarraco que ya éramos nosotros aquí, abajo, después de la tormenta. quedado sin Camelina, haberme quedado para ninguna otra maldita
Los pocos sobrevivientes, aferrados a lo poco que se había salva- cosa nada más que buscarla y buscarla por las ferias, por los pueblos, por
do —casas, reses, perros— cupimos en un pedacito de tepetate, en lo que todas las veredas, y sobre todo, y al final, para morirme sin Camelina.
ahora es el zócalo. No nos reunimos porque alguien nos hubiera llama- Se me fue de entre los brazos, como si se me hubieran despren-
do, sino porque sí, porque era viernes. Y todos los viernes, como ustedes dido los dos brazos, y ya nunca supe a dónde habrán ido a parar los de-
saben, nos damos una vuelta por el zócalo para ver qué nos compramos, dos húmedos, las piernas tibias que se trenzaban con mis dedos y mis
qué vendemos, o nomás a ver qué chingados encontramos. Como yo piernas y que me mantenían ocupado cada noche, y a veces, todo el día,
ahí, una vez, hallé a Camelina. Por muchos días estuvo llegando gente, mientras no estuviera ella sobre los tizones y cazuelas, cabalgando en el
toda ensangrentada, proveniente de allá, del Cerro Pelón, a donde la fue metate. Por cierto que también se perdieron los tizones y las cazuelas
a tirar el remolino, y nuestro círculo en el zócalo fue creciendo. Sobre y el montoncito de maíz y todo lo que se llamaba vida. Había venido a
todo, crecían los escombros, con los escombros que caían y con los que un baile a ver al Gavilancillo de la Sierra. El nieto de aquél que decían
íbamos sacando de debajo de la pedacera de pueblo. que tocaba sin tocar, que dizque bailaba y componía y rompía los instru-
Lo más inclemente era el cielo. Creímos que seguiría la lluvia, mentos de los que alternaban con él. Y yo, que sí, que es cierto, que yo
como sucede después de todas las ventoleras. Pero no. Era un cielo me tocó verlo. Vamos, yo te llevo. Y sí, lo vio, bailó con él.
duro, que pesaba, que ensuciaba nuestros ojos y nos dejaba caer de vez —Te voy a ir a traer —le dije—, ¿de dónde eres?
en cuando alguna rama, algún costal, alguna sábana. En fin, que no era Fui por ella. Me la traje, rodeando veredas. Que iban a venir por
un cielo, sino más bien un pedazo de piedra que rugía. El cielo que han ella, me habían dicho. Que te la van a ir a quitar. Pero nunca nadie vino a
de mirar los difuntos que no alcanzan la gracia de la sepultura. Luego reclamármela. Sólo el viento.
se fue haciendo claro, con los días, y luego azul, pero tanto, que de todas Otros también perdieron sus mujeres y sus hijos, pero los recu-
maneras no podía mirarse. Parecía una bandeja bocabajo, de ardiente, y peraron, de debajo de los techos, después de muchos días. Y los que no,
nos aplastaba y asfixiaba en un enorme pozo. según yo veo las cosas, más bien salieron ganando.
72 FICCIONES EN FUGA. narrativa breve desde puebla A la sombra del sombrero / Noé Blancas Blancas 73

En fin, que el pueblo que se llevó el remolino volvió muchos años do. Cómo está eso, don Arredondo. Pues que este amigo está haciendo
después, pero no era el mismo. No volvimos nunca a ver una coquena, una una cochinada, doña Tonatiuh, en vez de estar limpiando, nomás está
güilota, un tapachiche, las turicatas que rojeaban el suelo en tiempos de haciendo perjuicios, yo digo, si yo fuera el dueño, no había de pagarle
aguas. Y ya no volvimos a levantar casas de paja, que los becerros se co- nada, antes bien, lo había de llevar al ayuntamiento para que me pague
mían en cualquier descuido, “ándale, guache, se están comiendo la casa”. los perjuicios, bah, está dejando eso de al tiro como chiquero; y luego
Parece que lo único que volvió fue la sarta de sombreros de don cómo va a usted a creer que uno ande trabajando borracho. Cómo que
Arredondo, conocido por mal nombre como El Giro, que estuvieron borracho. Y dicen que desde ese día doña Tonatiuh no le habla a don
haciendo círculos y círculos, haciendo sombra todavía unos instantes, Flavio, contimás para estarle pagando. Pero seguro que si hizo eso, no
después de la ventolera, y hasta antes de que se metiera el sol, es decir, fue ese mismo día, porque la ventolera nos pegó temprano. Y después
antes de que pardeara, pues el sol no volvió a brillar en todo el día, des- de eso, la gente rumoraba:
pués del remolino. —El Giro quedó mudo.
Pero don Arredondo El Giro tuvo que esperar mucho tiempo Así se pasó tres días. Su silla de palma estaba muy arqueada por
para recuperar sus sombreros. Y no fue sino hasta que comenzó a re- el peso de don Arredondo, pues la había colocado inclinando el respaldo
cuperarlos cuando le volvió el habla. Porque después del remolino, se contra la pared y la madera lo sostenía casi en vilo. No perdíamos de
la pasó tres días sentado a la puerta de su casa, dormitando como un vista sus ojos, sus dedos, la mueca de su boca. La inmovilidad de sus ca-
caballo enfermo, aunque en su cara, se le veía el aspecto de un hombre bellos, que no tenían el color negro que correspondería a su cara more-
satisfecho; y sólo hacía falta que se pusiera a contar chistes o a reírse de na, sino un café muy claro que, a contraluz parecían tan amarillo como
las desgracias de los demás para ser el mismo de antes, el que apenas en una palma seca, como se ven los potreros en cuaresma, y por el cual le
la mañana tuvo la ocurrencia de ponerle el apodo de La nave al finado llamaban todos El Giro. Pero nunca descubrimos qué cosa había dentro
Alberto, que se pasaba en el agua, y de mandar a unos compradores de de él que lo mantenía vivo. Parecía que nada se le había roto por dentro
marranos a despertar al Cuche, cuando le preguntaron si sabía de al- sentado ahí, en su silla, recargado en la pared.
guien que tuviera marranos de engorda. De vez en cuando aparecía en lo alto del cielo ceniciento un pun-
—Cómo no —les dijo—, allá, por El Calvario, una señora tiene un cu- tito negro que se iba haciendo grande y más grande hasta que ya era un
chote pero gordo. Díganle que van de mi parte y que se los deje más barato. circulito que venía dando vueltas y maromas, y los guachitos corrían
Sin advertirles que el cuchote del que hablaba era su amigo, El por todos lados intentando recibir en las manos el sombrero para ir a
Cuche, quien, efectivamente, estaba gordo, más gordo que un marrano. aventarlo al catre y recibir a cambio un pan o una medida de manteca.
Y dicen que fue ese mismo día cuando fue a su parcela y, de re- A los tres días, nos dimos cuenta de que comenzó a mover sus
greso, vio a don Flavio que estaba limpiando un par de tumbas en el pies de arriba a abajo y de un lado a otro, marcando un ritmo como de
camposanto, mandado por doña Tonatiuh, y le pidió una cerveza, que música fúnebre, y de pronto se quedaban así nomás, colgando, azotán-
don Flavio le negó porque estaba fuerte el sol, pero amigo, le dijo don dose al gusto del viento. Salustio Madariaga platica que ahí, sentado
Arredondo, tienes hartas, pero falta mucho trecho, le contestó don Fla- en su silla, agarró el remolino a El Giro, pero eso no es cierto, porque si
vio; y entonces don Arredondo se vino derecho a la casa de doña Tona- hombre y silla permanecieron ahí durante todo el día y toda la noche y
tiuh, y llegando le pidió una cerveza. Bah, creo vienes enojado, le dijo el día siguiente, fue porque al Giro no se lo llevó la ventolera, y no se lo
ella. Señora, cómo no, si vengo de hacer corajes. Cómo está eso. Pues llevó porque estaba dentro de su casa. Lo que sí fue cierto es que estuvo
nada, doña Tonatiuh, que me encontré a don Flavio limpiando unas mudo tres días completos.
tumbas en el camposanto, pero yo digo, señora, según a mi parecer, que Después de muchos años de andar desenredando los caminos de
uno debe hacer las cosas con traza, y más cuando a uno le están pagan- Tierra Caliente y sus alrededores, don Arredondo El Giro había reunido
74 FICCIONES EN FUGA. narrativa breve desde puebla A la sombra del sombrero / Noé Blancas Blancas 75

ya unos cien sombreros de los de falda de setenta vueltas, bien contadi- de los cabellos, esos cabellos gruesos y olorosos que se peinaba, metida
tas. Ordenados en hileras circulares, cubrían todo el frente de su casa en la pileta de ladrillos; la estuve agarrando mientras yo me sostenía del
y parte de la calle. Ahí andaba El Giro, caminando entre los surcos de último horcón de la casa, trenzando mis piernas, con toda el alma, con
sombreros, listos para engomar y embadanar y llevárselos a vender a sólo un pedacito de su alma entre las manos.
Tejupilco, a Bejucos, a Zirándaro, según las fechas de las ferias. Todavía estábamos abrazados en el catre cuando el viento se me-
Madrugó, como todos los días, y vio amanecer con su escoba, con tió por la puerta y antes de que pudiéramos darnos cuenta qué pasaba,
esa forma que tenía de barrer, que parecía que bailaba un baile antiguo. ya estábamos Camelina y yo por el suelo, mirando la araña desecha del
Y nomás amaneció, se puso a extender sus sombreros en el patio y en la catre, los otates azotándose, desatándose, levantándose por las alturas,
calle. Puso uno en el centro, y luego, lo encerró con otros tres. Y luego dejando sólo los cuatro pitoncitos rotos que habíamos clavado en la tie-
hizo otro círculo más grande, y otro y otro. rra para armar el catrecito de otate que nos servía de lecho y mesa, y
Fueron muchos a ayudarle y les dio chocolate con esos panes sintiendo cómo ya teníamos los ojos llenos de tierra, y el cuerpo de es-
azucarados que se llaman regañadas y a algunos les ofreció mezcal. Y pinas, y la cabeza de piedritas. Entonces, como pudimos, sin soltarnos,
luego, cuando ya iba saliendo el sol, corrió a todos para sus casas para buscamos un tronco, una piedra, algo de donde mantenernos untados
que no fueran a robarle algún sombrero o para que no lo entretuvieran a la tierra, pero el aire nos levantó juntamente con nuestras sábanas,
con pláticas mientras algún grosero se aprovechaba con su mercancía. enredados entre los cabellos de Camelina, y no tuve más que agarrarme
Ya empezaban a pasar los guachitos comideros con sus burros hacia el del horcón de corongoro que servía de pilar del jacal, y entonces ella se
campo cuando comenzó a correr el airecito. Era un aire que no olía a prendió a mi cuerpo, luchando por no separarse de mí; pero se me fue
tierra mojada ni a tierra seca, más bien, como a piedra, como a lumbre, zafando, zafando, hasta que la sábana voló por completo, entre las vacas,
no obstante que era un aire demasiado frío. y sentí cómo ya sólo me quedaba entre las manos una pierna de ella, que
Don Arredondo comenzó a juntar sus sombreros uno por uno, luego fue un tobillo y luego, un dedo y luego, nada. Entonces me solté
contándolos de vez en vez, cuando de repente un pajuelazo de aire lo del corongoro para ver si la alcanzaba, pero el aire, en lugar de levan-
aventó contra el cascalotito que tenía a medio patio y ya no siguió jun- tarme, me sorrajó contra la tierra y me dejó ahí, embarrado, como una
tando nada, sino que corrió para su casa, a donde se encerró con su mu- plasta de caca, mientras todo seguía dando vueltas y vueltas, y el pueblo
jer y sus hijos y donde muchos de los que andaban en lo alto lo vieron en medio, y en medio de todo, Camelina desnuda, adormilada, calientita
agitándose, golpeando y mordiendo las rejas de la ventana. todavía. Viva.
Más que de aire, era un remolino de pan y de sombreros. Un Si gritó, si me gritaba, si me siguió gritando mientras el aire se le
enorme cono puntiagudo que rascaba el cielo de un lado para otro, llevaba, yo ya no pude escucharla.
como haciéndole cosquillas, como un sombrero grandísimo que se ha- Por eso me fui con El Giro. Yo mero me ofrecí para buscarle sus
cía grandote y chiquito y largo y ancho, y de repente ya no era sombrero sombreros. Ya no me quedaba, ni me queda para toda la vida, más que la
sino un rebozo negro, y luego no era más que un remolino de a de ve- esperanza de encontrar a Camelina viva, con el rebozo de sus brazos y
ras, que se llevaba vacas, burros, árboles, piedras y, como si se tratara de el chocolate de su boca, todavía calientitos. Tal vez en otro pueblo o en
sombreros viejos, también nuestras casitas. algún cerro, refugiada en cualquier parte. Ya llevaba varios días cami-
Mujeres sin hijos, maridos sin mujeres y abuelos sin nietos nos nando como alma en pena, durmiendo debajo de cualquier palito seco,
quedamos tiritando debajo de los arbolitos que quedaron de puro mila- siempre, con la esperanza de escuchar algún grito, un llanto, algún ge-
gro pegados a la tierra. Otros pobres quedaron atorados entre espinos mido, el más débil sollozo de Camelina, cuando caí en la cuenta de que
y mezquites; y los más de los desaparecidos ya no volvieron a aparecer. mientras más buscaba a Camelina más sombreros encontraba. Enton-
A Camelina la estuve agarrando de las manos, de los pies y hasta ces hice un trato con él.
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Ahora, no falta quien me diga qué pendejo, que teniendo tan- —Ando buscando... ¿qué, ustedes no conocen por aquí a una Ca-
tos sombreros que me encontré, y sin una sola razón importante para melina que haya caído del cielo?
volver, no me fui de malas para venderlos por ahí y hacer mi dinerito y —Pues sí. Pero no caen del cielo. Nacen de la tierra. Y están aquí,
buscarme cuantas Camelinas quisiera .Pero ya está claro que ni el dine- atrasito.
rito ni los sombreros ni otras Camelinas me importaban, si no fuera una Y me mostraban el arbolito. Ése que se llama camelina y que no
señal de vida o al menos el rastro más pequeño, la prueba más insignifi- huele a nada. Como digo, lo que encontraba más bien eran sombreros. A
cante de que había vivido un ángel llamado Camelina. algunos ni siquiera los levantaba, porque eran de difuntitos. Uno estaba
Hicimos trato cuando me vio llegar con siete sombreros en un recientito. Yo creo que lo ha de haber matado un amigo, o a lo mejor has-
costal, todos mojados y algunos hasta rotos. Al momento se puso a com- ta su propio hermano, porque estaba bien cerca de la vereda y la sangre
ponerlos, y ya de ahí para acá se le volvió a soltar el habla. todavía no se secaba. Tenía el machete clavado en la boca del estómago y
—Hay otro montón —le dije cuando se puso a añadir el primero cuando le quité el sombrero de la cara vi que tenía los ojos cerrados. Por
con mucha calma, pero moviendo los dedos con mucha rapidez—, pero eso pienso que lo mató un pariente, porque tuvo la decencia de cerrar-
ya están bien pozudos. Por eso los dejé. le los ojos. Pero el sombrero no estaba manchado de sangre, porque su
—¡Cómo serás de al tiro tonto, Calique, amigo! Yo aquí arreglo cara estaba limpia, nomás la boca estaba derramándose de cuajarones.
hasta el más agujereado. Si no te me vas pero orita mismo a traerlos, por Entonces pensé que el que le puso el sombrero se lo puso para que la
todos los benditos cueros de mis talegas, que voy y te meto unos fajos... cara no se le reventara con el sol. Por eso se lo volví a poner, no fuera que
Y soltó una carcajada, de puro gusto, con una alegría que le hacía se le notara al sombrero que se lo había quitado a un difunto, aunque
reparar la barriga. tenía las setenta vueltas completitas.
—Si yo los inventé, pendejo. Yo los hice. Son como mis hijos, has- Encontré otro cubriendo un montón de huesos ya deshechos,
ta se te figura que no los voy a remendar. debajo de una saiba. Debajo estaba una calavera ceniza, llena de hongos
Y se puso a contar que agarró a un hombre para hacer el primero, blancos, cabezoncitos, suaves. Hasta creí que era carne cuando los sentí.
que lo quería hacer en forma de embudo, pero que pesaba mucho, y que No sé por qué sentí miedo, pero creo que fue porque el sombrero estaba
entonces agarró un pedazo de tronco de cascalote y le acható la punta, nuevecito y porque la mera verdad nunca supe si dejé el que ya estaba
y que otros decían que también lo habían inventado, pero que él tenía ahí o lo confundí con el mío y me traje el que cubría el montón de huesos.
testigos de que él era. Puros cuentos. Tampoco levanté el que estaba debajo de un mezquite que ya
El pobre de José Facundo, que fue realmente el que hizo el pri- tenía el tronco bien descascarado y las ramas blancas, de marchito. Lo
mer sombrero, y que para ese entonces ya estaba cieguito, de tan viejito, vi cuando me bajé del burro a orinar y estaba nuevecito. Claro que no
nomás lo oía y se reía. Yo también comencé a reírme. Me di la vuelta y me gustó nada que estuviera debajo de un árbol marchito, medio pes-
todavía riéndome le dije: tilente. Un olor como a muerto. Como el olor que queda en los árboles
—Y qué, ¿siquiera nos vamos a las medias? después de muchos días de haber matado un chivo. Hasta pensé que
—Pos luego. La mitad. Pero tráeme todos. por cualquier lugar iba a encontrar un animal colgado de las patas con
—¿Hasta los que no sean tuyos? el pescuezo estilando la sangre. Porque eso olía eso, a sangre. A sangre
Y me contestó con otra carcajada. puesta a secar. Recogí el sombrero y el olor me hizo estornudar. Y luego
Entonces comencé a andar por muchos pueblos, por unos que sentí ganas de volver las tripas. Debajo del sombrero había una chalupi-
no tenían ni nombre. ta de hoja de lata, de esas de sardinas, que usamos para medir las com-
—Bah, pues, aquí yo creo se ha de llamar Los Chiscuaros, porque de bas. De ésta no pude ver el fondo, porque estaba hasta la mitad de una
esos hay hartos. Hasta nos hacen sombra cuando alborotamos los cascalotes. cosa como cera, como sebo. Y era sebo. Y ya iba a meterle el dedo cuando
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vi que a un ladito estaba otra. Y luego vi cómo una gota espesa, como que el cabrón fuera a sacarme, riéndose de mí. Pero aun desde la cár-
miel, llegó hasta el sebo ese y se aplastó y se perdió. Miré hacia arriba, cel me asomaba y me asomaba para ver si de casualidad pasaba alguien
sin darme cuenta de que estaba ya tratando de agarrarme con las manos que se llamara Camelina. Y me ponía a gritar ¡Camelina!, ¡Camelina!,
a la tierra para no irme de lado, de tan borracho que me había dejado ya ¡Camelina!, hasta que un culatazo o un balde de agua fría me hacían
el olor. Estaba, como había adivinado antes, un animal muerto, con los guardar silencio, pero su nombre seguía repiqueteándome por dentro,
ojos saltados y el hocico hacia abajo, de donde destilaba el sebo hasta la como una campanada o más bien como una punzada, como cuando se
jícara. Como pude, me levanté, agarrándome de otras ramas, igual, mar- nos rompe un hueso.
chitas como las del mezquite. Era una como iguana, pero más grande, y A veces me proponía partirle el hocico a El Giro cuando llegara
en vez de escamas tenía como espinas, como cuernos chiquitos, blan- con el dinero de la multa a sacarme de la cárcel, pero él siempre tenía al-
quecinos. Luego vi a Camelina, despidiéndome de la casa, haciéndome gún chisme preparado para que se me olvidara el coraje y no me desqui-
como señitas con la mano, dándome una recomendación: tara. Aquí o allá, por aquel lado o por este otro, me decía, me dijeron que
—Mira Calique, ten mucho cuidado con los escorpiones... Pare- hay una muchacha que le dicen Minina y que vende elotes. Y yo digo, ga-
cen iguanas grandes, pero no son iguanas. Son escorpiones, y son más llo, qué ¿no le han de decir Minina porque se llame Camelina? ¡Vamos!
venenosos que una coralillo... —¡Vamos!, le decía yo.
Después ella se volvió una sombra, con su falda larga y las trenzas Y entonces me iba yo y buscaba y buscaba.
cayéndole en el pecho. Gritaba, pero yo no podía oírla. Cuando desper- —Sí. Viene todas las noches a vender, pero no vende elotes. Ven-
té, sentía comezón en todo el cuerpo, yo estaba bien tendido, bocaba- de arrayanes.
jo, todo lleno de hormigas. El burro andaba bien tranquilo, arrancando Y la esperé. El Giro, eso sí, me llevó de comer. “Ándale, amigo,
yerbas secas de la tierra. Cuando le platiqué al Giro, entre carcajada y mejor vámonos, bah, qué pues estás creyendo que sea ella. Ha de ser
carcajada me explicó: otra cabrona y tú aquí...”
—¡Cómo eres pendejo, Calique! Otro ratito más y te retecarga la Vi la sombra aparecer en la esquina, cargando un chiquigüite
chingada. Bah, qué, ¿no conoces los escorpiones? ¿No sabías, tarugo, en la cabeza y con un banquito en la mano. Y luego dije que no era ella,
que unas viejas juntan esas chingaderas para poder hacer sus trabajos? porque ella no estaba tan alta ni caminaba así de raro, sí, pero con una
Ese sebo, lo ocupan para echarlo en las comidas. ¡Cuándo te quedas vivo rareza que emborrachaba nomás de verla, como si fuera en el aire, como
si llegas a comer eso! si la misma tierra que pisaba se reacomodara con sus pasos y retozara; y
Así era, de por sí. Siempre se reía de las desgracias ajenas. ella misma caminaba como si fuera acariciando el polvo, que ni siquiera
Cuando ya habían pasado varios meses y yo sabía que ya no po- se alborotaba, y su cuerpo adquiría entonces una fragilidad de pajarito,
día encontrar más sombreros, le dije a El Giro que lo que yo quería era pero al mismo tiempo, una altura inconmensurable, imposible de tocar.
seguir buscando a Camelina, y que me alquilaba con él para andar de Se le movían las caderas, sí, pero porque de por sí se le movían de ma-
feria en feria, como él andaba. duras, no porque ella se meneara tanto. Por eso luego supe que no era
—No las vas a encontrar —me dijo, muy serio—, pero como sea, ella. Pues tampoco era morena, y las primeras sombras de la noche me
vente, ya encontrarás otra cosa. decían que quien venía acercándose era más prieta que un fogón.
Ya luego me hice de mi propia carga de sombreros, y andába- Y no. No era Camelina. Era un cabrón fresco a quien le decían La
mos los dos, cada quien con su bulto, vendiendo y comprando, yendo y Minina porque a los hombres les decía que él no manoseaba, que acari-
viniendo, y yo, buscando y buscando. Me acostumbré bien rápido a las ciaba como una gatita, y porque tenía la costumbre de aprovecharse de
bromas y a las maldades de El Giro. A quedarme sin comer o sin dormir los borrachitos que rodaban por el zócalo de ese pueblo y ellos ni siquie-
o sin beber nada o a permanecer en la cárcel toda la temporada, hasta ra lo sentían. Por eso le decían La Minina.
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Y entonces, en vez de sentir ningún coraje contra El Giro ni con- Eso contaban y el único que se quedaba callado era El Giro. Ese
tra La Minina, me daba mucho miedo que el no encontrar nunca a Ca- era el único remedio para que dejara de molestarme. Aunque luego sa-
melina me envejeciera de pronto y me produjera una muerte a pedazos. bía cómo desquitarse del mal sabor que le provocaban esos malos re-
Y entonces le daba las gracias al fresco porque al menos había alimenta- cuerdos. Porque el recuerdo del remolino le amargaba la boca y otras
do mi esperanza y con ello mi vida misma. cosas de más adentro. Él mero me lo dijo, en un camino.
Y de eso se aprovechaba El Giro. —Calique, amigo, yo sé que me paso de cabrón contigo, pero un
La única arma que yo tenía para que dejara de molestarme era favor te voy a pedir. Ya no me hagas acordar...
hablarle del remolino. Acordarse del remolino lo ponía triste. Llevábamos dos días de camino hacia nuestro pueblo, desde la
—¿Te acuerdas —le decía yo—, cuando te agarró el remolino y te última feria. Nos había ido muy mal con la venta y traíamos casi com-
encerraste en tu casa como una señorita y te la pasaste nomás aplastado pleta la carga. Él iba adelante, en su burrito; yo atrás, haciendo corajes
en tu silla tres días enteros? con las mulas, cuando oí que estaba hablando. Pensé que iba maldicien-
—Sí, me acuerdo —contestaba, y aprovechaba para hacerme do a los bandidos que nos habían salido un día antes, pero no movía las
acordar a mí también—; y también me acuerdo que a un amigo lo halla- manos para hablar, como acostumbraba. Emparejé mi burro con el suyo
ron bien encueradote abrazado de un poste de corongoro y bramando y miré su cara sucia, reseca, reventada por el sol.
como cuche y que por mal nombre le decían El Calique. Qué, ¿no lo co- —¿De qué? —le dije.
nociste? ¡Ah, pero si fuiste tú, cabrón! —De aquel suceso. Por Dios que siento como un trancazo en la
Pero a pesar de eso, mi arma era eficaz, mientras que él no con- nuca cuando hablas de eso. Y más cuando empiezan todos los hijos de la
seguía nada, pues yo traía ese recuerdo como si lo viviera todos los días, chingada que yo me acuerdo, que yo también...
tanto que no era precisamente un recuerdo, sino una parte de mi vida, Seguí junto a él un buen rato, para ver qué más decía, pero no
una forma de ser y de estar. La vida seguía siendo para mí exactamente dijo nada más. Entonces me fui quedando atrás otra vez para seguir al
como un remolino. En cambio, él se echaba una carcajada por el chiste pendiente de las mulas. Mucho rato después ya se puso a maltratar a los
que todos le celebraban, y luego luego se quedaba callado mucho rato, bandidos.
mientras los demás se ponían a hablar como pericos de la tormenta. Nos habían salido en un recodo. Al dar la vuelta, nos los encon-
—Yo me acuerdo bien. Ya venía yo subiendo por La Compuerta tramos. Eran unos veinticinco. Todos, a caballo. Nos quedamos parados
cuando vi la ventolera. Unos amigos venían corriendo hacia donde hasta que unos tres o cuatro se acercaron al Giro y lo bajaron de su bu-
estaba yo, y les pregunté qué pasa y nada más decían “el remolino, el rro. Lo esculcaron de pies a cabeza, y como no le encontraron nada vi-
remolino”. Yo nomás porque luego corrí para una zanja, pero estaba nieron conmigo. Igual, me esculcaron. Cuando se dieron cuenta de que
llena de hormigas y luego fueron llegando las parvadas de murciéla- no traíamos nada de dinero nomás se nos quedaron mirando.
gos y se me pegaron en el cuerpo, juntamente con las hormigas, pero —Hay que matarlos, ya de menos pa’ divertirnos un rato —dijo
yo no me salí, más sí me acomodé bien, en la rendija. Bien que cupo un viejo, que no llevaba camisa y tenía la espalda hecha un pellejo te-
todo mi cuerpo, todo forrado de murciélagos y de hormigas. Pero bah, catoso, tecatoso, que yo pensé que con un cuero como ese, podíamos
pues, gracias a eso no me levantó el aire, pero a todos los que venían reírnos del sol.
corriendo sí se los llevó, y hasta mi burrita también. Y me acuerdo, El que parecía el jefe no contestó. Vestía de manta, como sus
pues, que por donde quiera iban a caer los sombreros, pero yo pensa- compañeros, y en el sombrero traía cosida una estampita de la Virgen
ba que eran pedazos de trapo, porque no creas tú que parecían som- de San Lucas. Más que hombre parecía lagartija hambrienta o hasta
breros. Iban todos volteados, doblados. Yo dije: “son los calzones del muerta. Y me dio lástima. No por la cáscara de su pellejo ni porque
cabrón Giro”. tuviera la boca reventada, hecha una llaga por el calor, sino porque se
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me ocurrió que yo al menos tenía la esperanza de encontrar a Came- co que me quedaba de Camelina y que aventaron al esculcarme, y me
lina y éste, de seguro, ya no tenía la más mínima puta esperanza de paré en la orilla del camino, por donde habían bajado.
encontrar a nadie. —¡Ando buscando a Camelina! —les grité cuando ya todos ha-
Supe que no nos iban a matar, que nomás lo decían para ver si bían bajado por el paredón.
nos espantábamos, pero no teníamos ganas de espantarnos. Nos que- —Seguro también se la llevó el viento —contestó el jefe, que ya se
dó mirando mucho rato, a lo mejor queriendo reconocernos, a lo mejor había perdido entre la mezquitera.
sintiendo la misma lástima que sentíamos por ellos. O a lo mejor con Cuando ya se iba metiendo el sol, El Giro comenzó a llorar. Lo
verdaderas ganas de matarnos, porque él también nos miró como a unas vi pero hice como que no lo veía. Pensé que a lo mejor le dio sentimien-
lagartijas. Luego miró para otro lado. Movió la cabeza como si lo jalaran to que no pudimos vender más que unos cuantos sombreros y estos
con un hilo y el hilo lo hubiera seguido jalando y no pudiera volver a malandrines nos quitaron lo que con mucho trabajo vendíamos en toda
mirarnos. Otro se bajó de su caballo, que era un viejo caballo de palo, una temporada de feria. O que a lo mejor iba llorando de coraje porque
así como estaba de huesudo, y se acercó a los burros donde venían los no pudo ni mentarles la madre. Pero después me di cuenta de que llora-
sombreros. Comenzó a sacar y a sacar hasta que completó uno para cada ba porque se rieron de él. Así que me puse a sacarle pláticas y pláticas, y
quien y luego volvió a montar. como no me contestaba, entonces yo también me quedé callado y segui-
De repente, el jefe soltó una carcajada. Y entonces sí pensé que mos así toda la tarde. Y así dormimos.
iba a matarnos, porque entonces ya pareció hombre y no un animalito Fue hasta el otro día cuando me dijo eso de que ya no lo hiciera
muerto de hambre. Luego dijo: acordar del remolino.
—De seguro éste es el amigo que perdió el negocio en la tormen- Yo pienso que al Giro no tenía por qué amargársele la boca si hablá-
ta —dijo al fin, codeando al que parecía su segundero, que estaba entre- bamos del remolino, siendo que yo le había dado ya muchas razones para
tenido en descoser la imagen de la virgen de San Lucas del sombrero de reírse a carcajada abierta y había sido el remolino el que me había obliga-
su jefe para remendarla en el que le habían alcanzado. Luego, el de cara do a seguirlo a rodear caminos y caminos, y que no había sido sino un giro
de lagartija volvió a hablar: muy cabrón para nuestros ya de por sí torcidos destinos, pero de ninguna
—Dicen que cuando vio que ya no tenía nada se volvió mudo y tres manera algo para amargarnos la boca, si ya estábamos acostumbrados a
días estuvo sentado a la puerta de su casa nomás viendo pasar la gente. dar vueltas y vueltas, comenzando por las vueltas que le vamos dando a
Todos sus hombres se rieron también como si les hubieran con- las trenzas cuando cosemos los sombreros, y luego, las vueltas y vueltas
tado un chiste, y de ver cómo les brillaban los dientes, me dieron tam- que nos damos en la plaza para venderlos a los sombrereros, y luego, más
bién ganas de reírme a mí también, y hasta llegué a creer que el mismo vueltas para venderlos en las ferias que vuelven y vuelven cada año, ¿por
Giro les iba a contar un cuento, como acostumbraba hacerlo en estas qué tanto sentimiento por un remolino que lo único que hizo fue darnos
situaciones para ganar tiempo y para salvar también la vida. otras cuantas vueltecitas en el viento y nos vino a dejar finalmente en el
—Y esperen que éste les cuente algo, —les dije, pero no me hicie- mismo lugar para seguir torciéndonos y dándole de vueltas a las trenzas
ron caso; o no me oyeron, o no quisieron oírme. de nuestras vidas, sentados, con el sombrero en las rodillas, anhelando,
Además, El Giro estaba lejos no sólo de contarnos algo bueno, buscando, desesperándonos por dar la última puntada, sea que esa última
sino también muy lejos de donde lo tenían todavía tres hombres arrepe- puntada se llamara Camelina o se llamara como se llamara?
chado contra su propio burrito, apuntándole con sus viejas escopetas. —Todo comienza por la primera puntada y termina con la última
Cuando acabaron de reírse, volvieron todos a sus caballos y el —le dije, después de que echó todas las maldiciones que pudo contra los
jefe se dio vuelta y comenzó a bajar el paredón, seguido de sus hombres. bandidos que nos habían asaltado, todavía mareado yo por haberle dado
Recogí mi paliacate, es decir, el pedazo de rebozo que era lo úni- tantas vueltas al mismo pensamiento.
84 FICCIONES EN FUGA. narrativa breve desde puebla A la sombra del sombrero / Noé Blancas Blancas 85

Y luego pensé que fue precisamente el remolino la primera pun- De tanto decirle El Giro y yo mismo a la gente que encontrábamos
tada que trenzó el destino del Giro con el mío. Pero nomás fue un pensa- en cada pueblo que Camelina había caído del cielo, comencé a creerlo yo
miento, porque en realidad las cosas comenzaron mucho antes y quién mismo.
sabe hasta cuándo habrían de acabar y quién sabe hasta qué punto el Luego decía El Giro:
hecho de desmadejar juntos todas las veredas tendría que enmadejar —Pues este cabrón se casó con una mujer que cayó del cielo, y que
también las madejas de las veredas de nuestros destinos. luego el cielo se la llevó...
—Abrón... digo, Calique... Vamos a terminar por no saber cuál es Nunca aprendí a encontrarla en otras caras ni en otras sábanas. Bien
tu historia y cuál chingados es la mía —dijo. que me daba cuenta de que no era ella la que amanecía conmigo cuando
“O sea que los dos hemos venido pensando la misma cosa”, pensé. me despertaba todo sudado, con las cobijas, hechas de pedaceras de otras
De entonces, cada vez que yo quería desquitarme de sus malda- cobijas, aferradas a mi cuerpo y los cabellos de una mujer trenzados en mis
des, lo hacía acordar de aquella vez que nos asaltaron. Y nos pasamos manos. Me levantaba manoteando y me salía así, bien encuerado, al corre-
así muchos años. Yo busque y busque a Camelina. Y El Giro en su mismo dor, a respirar el fresco, sintiendo todavía la brasa del sudor de la otra mujer,
giro. Los dos, dándonos tiempo de vez en cuando para darnos cuenta de que era siempre otra, y el aire me quemaba por dentro, y yo buscaba mi
que, realmente, hacíamos la misma cosa. Yo, vendiendo las vueltas de sombrero debajo de la cama para echarme aire; pero más sudaba y más me
mi vida al precio más caro que se pudiera, con tal de poder comprar al- echaba aire, y más sudaba. Mientras, la mujercita se levantaba, trataba de
guna vez el regreso de Camelina, en un negocio que me desfalcaba cada tocarme, y ya la despachaba yo para su casita con sus buenos pesos, después
día, en cada recodo, en cada regreso a Tlapehuala, hasta dejarme verda- de revisarle parte por parte su cuerpo para ver si encontraba un cabellito, un
deramente en la miseria. Él, buscando y buscando algún sentido a sus lunar, una cicatriz que tuviera algo que ver con Camelina, pero me cansaba
andadas, sin saber qué era lo que realmente buscaba. de lamer aquí y allá, de arañar y de husmear por un lado y por otro sin en-
—Ando aquí por ver qué chingados encuentro —decía cuando se contrar más que una pobre mujer desnuda, sin nada por dentro que no fuera
le pasaban los mezcales— y ya de paso vendo los sombreros. A ver si no una frutita desconocida, un arroyo seco que no va para ninguna parte.
un día de pura casualidad me encuentro con la muerte. Ahora vamos de regreso. Comienzo a darme cuenta de que nunca
Lo decía borracho, pero muchas veces, incluso en su manera de encontraré a Camelina. Pero también, de que ya no puedo hacer otra cosa
reír, me di cuenta de que lo decía de veras. Bueno, realmente me lo dijo que seguir buscándola, aunque me dedique a otros asuntos, aunque se me
desde que le dije que cuánto me pagaba por ir a buscarle sus sombreros, olvide que la busco, aunque, igual que El Giro, no sea yo más que un pobre
aunque entonces no lo comprendí: y triste viejo sombrerero. No puedo hacer otra cosa que seguir aquí, giran-
—Anda, pues —me contestó, todavía sentado en su silla, recar- do en círculo en este remolino de veredas trenzadas que me dejó el gran
gado en la pared—; ojalá que tú llegues a encontrar qué cosa quieres en- remolino. Sin rumbo, sin pueblo, sin Camelina. Sin más sombra que la de
contrar. mi sombrero.
A mí me interesaba encontrar a Camelina. Bien que sabía qué poqui-
to me importaba hallar un puto sombrero. Lo único que me importaba desde
entonces, lo que quise encontrar toda mi vida, es a ella.
Y luego murmuró, más para sí mismo que para que yo lo oyera:
—Y que no te vayas a ir por ahí como yo, creyendo que busco algo
que cuando llego a encontrarlo me doy cuenta de que no es ese algo lo que
busco.
Pero tampoco encontramos nunca nada.
86 El malestar es cómplice /Víctor Roberto Carrancá 87

ble antiguo y apolillado. Ocupaba sus manos, arrugadas y temblorosas,


en dos alfileres que fabricaban lo que algún día lejano llegaría a ser un
vestidito rosa. Le expliqué que era un detective privado, que estaba in-
vestigando un caso y necesitaba hacerle unas preguntas. La mujer se
levantó apoyando las manos en los descansabrazos de su mecedora y
avanzó hacia mí con la paciencia y concentración que se requieren para
El malestar es cómplice caminar sobre una cuerda floja. Le mostré la fotografía de mi mujer. La
Víctor Roberto Carrancá vieja se acomodó los anteojos e hizo un gesto que me recordaba la ex-
presión de un niño que come un caramelo ácido.
—No la he visto. No desde hace tiempo —aclaró la mujer después
de perder varios minutos en retorcer los labios y constreñir los párpados.
—¿Está segura? —insistí—. Mire bien la foto. ¿Usted sabe algo,
I. Mañana verdad? ¿En dónde está? ¡Dígame en dónde está!
Busqué, entre una vasta lista de nombres, el más acorde al pretendido —Y yo que voy a saber. ¿Por qué no va y le pregunta a su esposo?
oficio. Joaquín Malastrana, elegí, y lo tracé sobre una cartulina que co- Suficiente. Todo buen detective debe conservar la calma, pero…
loqué en mi nuevo escritorio. La cacha del revólver le golpeó en los dientes. La vieja cayó y al
Me convertí en detective privado. caer, escuché su espalda quebrarse. Le pateé las costillas unas diez veces.
Decidido esto, me senté frente al teléfono. Sonó cinco veces, Al salir, tomé la precaución de cerrar el local. Me dolían las pier-
“¿Señor García?”, preguntaban; “Joaquín Malastrana, detective priva- nas, la cabeza y las manos. Dolía también, extrañar tanto a mi esposa. Aun
do” corregí en cada una de ellas. Después de unos minutos sin más ruido así, un buen detective no se da por vencido. Decidí que, antes de regresar
en la habitación que el aleteo de las moscas, recordé que por ser nuevo a mi oficina (que también era mi departamento), debería continuar in-
mi nombre y estrenar profesión, yo sería mi único cliente esa mañana. vestigando. Mi siguiente visita fue a la vulcanizadora de la esquina.
Como todo trabajo debe ser justamente remunerado, acudí al
banco a depositar, en una de mis cuentas, todo el dinero que cargaba en II. Tarde
los bolsillos. Me contraté para buscar a mi esposa (después de contem- Cuando desperté, tenía los nudillos lacerados hasta los huesos; el tobi-
plar los retratos que hay de ella en el departamento, me percaté de que llo derecho, torcido, el izquierdo, aún en su sitio. Me despertaron unos
había pasado mucho tiempo sin verla. No recordaba cuánto) golpes en la puerta (retumbaban, vibraban, dolían en mi cabeza). Le-
Regresé a mi oficina (que también era mi departamento) para vanté la almohada, tomé el revólver (un buen detective nunca duerme
buscar el revólver. Tuve problemas para encontrarlo: confundí el baño lejos de su arma) y caminé hasta la puerta donde me detuve con el ca-
con el vestidor, desconocí el contenido de mis gavetas y olvidé la com- ñón, rígido, plateado, apuntando a la altura del picaporte.
binación de la caja fuerte. Encontré el arma, muy sola y aburrida, en la —¿Señor García? —dijo una voz ronca y grave, como de mujer
mesa del estudio. Me preparé para iniciar con la investigación. Tomé, de obesa.
entre una amplia pared llena de cuadros, el retrato en el que mi esposa Me quedé callado, con el revólver temblando.
y yo estamos recostados en la arena de algún lugar que ya he olvidado; y —¿Señor García? —pareció repetir la puerta.
salí de mi departamento (que también era mi oficina). —¿Qué es lo que quiere?
Acudí, primero, a la miscelánea que está frente al edificio. Ahí —Señor García, soy la casera.
encontré a una anciana arrumbada en un rincón como si fuera un mue- —Joaquín Malastrana —corregí.
88 FICCIONES EN FUGA. narrativa breve desde puebla El malestar es cómplice /Víctor Roberto Carrancá 89

—¿Señor García? ¿Es usted? III. Noche


—¡Joaquín Malastrana! Pasé el resto de la tarde mojado por la lluvia. Estuve cortejando las es-
—¿Se encuentra bien?, señor García, tenemos que hablar, es quinas, balanceándome en los callejones, extendiendo en la mano un re-
acerca del olor que… trato como lo hace el mendigo con su lata vacía. “Señor, ¿ha visto a esta
Disparé. mujer?, ¿la ha visto, señora?, usted, ¿la reconoce?, alguien, por favor”.
Al salir de mi departamento (que también era mi oficina), me Me senté en la acera, pálido el semblante y con la esperanza
percaté de que la bala había sido colocada, con asombrosa precisión, en por los suelos. Lloré. Aunque me avergüence, he de confesar que lloré.
el vientre de la señora. La mujer bufaba y, con sus manos gordas, se cu- Lloré por saberme solo y por saberme, peor aún, terrible detective. Me
bría el segundo ombligo que atiné a crearle. De su boca salía una lluvia sentí defraudado y por ello, decidí que en tan pronto amaneciera, pre-
de insultos, saliva y sangre mientras se arrastraba hacia atrás como can- sentaría una demanda por los daños y perjuicios ocasionados por mi
grejo asustado. Por aliviar su dolor (detective o no, soy un ser humano) mal desempeño. Como no conozco abogado, decidí que al día siguiente
descargué tres balas sobre su rostro. yo me convertiría en uno. Bastaba encontrar una nueva oficina y con
Por dictado de la prudencia y orden de una buena intuición, pen- ella, un mejor departamento.
sé que sería oportuno salir del edificio. Al llegar a las escaleras vi que Regresé al edificio arrastrando los pies. Esquivé las vallas, em-
un niño, pecoso, rubio y con chocolate embarrado en todo la cara, me pujé a los periodistas e ignoré a los médicos que apuntaban en sus libre-
observaba paralizado. Sostenía una pelota entre dos manos sucias y tas.
pequeñas. Me incliné junto a él y saqué del bolsillo de mi pantalón, la —No puede pasar —dijo uno de los policías que custodiaba la
fotografía que llevaba a todos lados. entrada.
—Mira muchacho, éste soy yo, y ésta es mi mujer, dime ¿la has —Yo vivo aquí —aclaré.
visto por aquí? —le pregunté. —No puede pasar.
El niño dejó caer la pelota aunque sus brazos, llenos de costras —Yo vivo aquí.
en los codos, continuaron extendidos. —No puede…
—Te estoy hablando. Mira la foto. ¡Mírala!, ¿has visto a esta Saqué el arma.
mujer?
El pequeño permaneció callado con los ojos, grandes, azules, III. Madrugada
buscándose las cejas. Me llevaron, sin prisa alguna, a unas oficinas y de ahí, a un cuarto pe-
—Te pregunté algo, ¿has visto a esta mujer? ¿Cómo quieres res- queño. He explicado, con parsimonia, lo ocurrido durante el día. Les
ponder si ni siquiera has visto la fotografía? La foto, niño, ¡mira la foto! mostré la fotografía que me ha acompañado a todas partes. Ahora dicen
Está bien, tranquilo, no tengas miedo. Soy un detective privado. No uso que soy culpable de diversos homicidios, que nunca he tenido esposa y
placa pero tengo pistola. Aquí está, puedo prestártela si… que el hombre de la fotografía, un joven divorciado, yace muerto en su
Un accidente, lo juro. Nunca quise disparar el arma. Cuando departamento (que también era mi oficina).
me recuperé del susto pude ver al pequeño rodar escaleras abajo. Al es-
cuchar el grito histérico de las patrullas, corrí hacia la salida de emer-
gencia con la intención de escapar por las escaleras para incendio. Me
detuve al ver que la pelota del muchacho todavía estaba en el suelo. Pen-
sé en llevármela pero creo que robarle un juguete a un niño es un acto
cruel y poco detectivesco.
90 Sal de uvas /José Sánchez Carbó 91

na se ha dejado seducir con un ramo de flores y una servilleta con cursile-


ría manuscrita, ocasionalmente manchada de grasa. Si el plantón humilla
peor resulta en la segunda cita, cuando uno lleva en el ramo de rosas la
ilusión de haber encontrado a la mujer ideal. ¿Qué quieren las mujeres?,
me he preguntado cientos de veces mientras espero a una de ellas. Cuerpo,
inteligencia, aventura, labia, humildad, rosas, diamantes y un poema, todo
Sal de uvas junto y más. Me sentía desolado pero me recuperé al descubrir a Mona.
José Sánchez Carbó Cuando estaba a punto de levantarme para regresar a escri-
bir otro relato de Tito Zaragoza, el devorador de mujeres, el seductor
implacable, la catarsis de mis frustraciones, me detuvo una caca de pa-
loma. El excremento blanco como merengue escurría lentamente por
mi frente y nariz. Escuché todo tipo de burlas, discretas y compasivas,
Mona sació mis hambres y afinó mis gustos pero terminé vomitándola. descaradas y agresivas, especialmente las de un grupo de estúpidos ado-
Conocí a Mona en un parque público mientras yo esperaba a otra mujer, lescentes. Hasta la ninfa de mármol al reírse se despostilló. Pero Mona,
sentado en una banca de hierro, frente a la ninfa de piedra. Tenía una la rolliza tragaldabas, fue muy indulgente.
cita con una mesera de una cafetería donde vendían unos exquisitos Junto al carrito de helados, lamía con gracia un cremoso doble
panecillos a la francesa. La había invitado a salir porque para mi tercer de vainilla. Sus palabras desenterraron mi dignidad.
visita ella tuvo el detalle de no preguntar qué quería, simplemente con- —Te ves cagado —comentó Mona con desparpajo cuando se
firmó: “¿Lo de siempre?” y enseguida me sirvió esos panecillos y una acercó para limpiarme la cara con una servilleta—. A mí también me ha
taza con café negro, como si llevara años de atenderme. pasado varias veces pero por estos helados —agitó suavemente el cono—
Cuando trajo la cuenta le pedí la cita. Después de acordar la hora aguanto lo que sea.
y el lugar, el parque donde me enamoré de Mona, me despedí dejándole Su desenfado opacó sus cien kilos de peso, su metro y medio de
una propina generosa y un poema que le escribí en una servilleta. Al de- cintura y sus bigotes de vainilla. Era una apetecible modelo para Rubens
cirle adiós, sonreí como lo habría hecho Tito Zaragoza. o Botero. Sin más remedio me reí con ella. Si no hubiera sido por Mona,
La espera y la sombra de los abedules me ataban a la banca. Pa- me vería como el sauce llorón del parque. La invité a tomar y comer algo
sadas dos horas mis raíces eran tan profundas como las de los árboles. en una cafetería cercana. Platicamos y comió durante horas. Hizo una
Lamenté el plantón de la mesera, pero más no volver a comer los pane- cantidad sorprendente de preguntas sobre mi vida. Parecía más inte-
cillos franceses. No tendría el valor de enfrentarme otra vez a ella. Hu- resada en mí que en las órdenes de churros rellenos con cajeta y la taza
biera bastado con una llamada por teléfono o un simple “no, gracias, no de chocolate caliente. Ganarle la batalla a la comida mejoró mi estado
puedo salir con clientes”. Pero prefirió el abandono. Pensé que el poema de ánimo. Mona no dejaba de hablar, preguntar y comer, su mandíbula
no le había gustado o que la generosa propina le había parecido el anti- era imparable. Su peso lo repitió varias veces sin importarle, 102 kilos,
cipo de un servicio sexual. Pero ahora deduzco que no fue el poema ni la vivía con su tía y trabajaba en un restaurante. Imaginé su físico como la
propina, sino mi aspecto físico. botarga ideal para la promoción del negocio. Tenía encanto.
No era la primera vez que las raíces del desdén me hundían en el Para la segunda cita cambié el ramo de rosas por una caja extra-
fango, es más, reconozco una involuntaria empatía con los árboles. Muy grande de chocolates rellenos. Mona parecía la mujer de mi vida.
pocas mujeres quieren salir con un escritor aburrido e inseguro, con la Decidimos vivir juntos. Mi vida y mi dieta cambiaron radical-
cara marcada por el acné adolescente y con ojos de grueso cristal. Ningu- mente, incluso mi físico. Comía mucho y casi a todas horas. Mona inclu-
92 FICCIONES EN FUGA. narrativa breve desde puebla Sal de uvas /José Sánchez Carbó 93

so aprendió a hacerme panecillos a la francesa. Subí 15 kilos y así inicié téate, de cuclillas, híncate, cómeme, chúpame, así chiquito. Tampoco faltó
lo que podría ser una nueva vida. Literalmente como escritor gané peso. el hielo, la crema batida o el plátano. Yo ante el enorme cuerpo de Mona,
cerraba los ojos para darles paso a las hermosas mujeres de mis historias.
Miel sobre hojuelas Dejé el cigarro. Con mi nueva vida sólo se me ocurría comer y co-
Nuestra relación era cariñosa. Teníamos pequeñas discusiones sobre ger. Las obras culinarias de Mona encendían mi libido. Olvidé la simple
la cantidad de ajo o sal en la comida, la cantidad de pan o tortilla que rebanada de jamón o queso de puerco entre el pan.
debíamos comer o por si debíamos comprar o no productos light. Estos
asuntos eran la sal y la pimienta de nuestra vida como pareja. Yo no que- Sopa de letras
ría nada light, no soy un escritor dietético aunque las historias de Tito Nuestros problemas empezaron por culpa de Tito Zaragoza. Como
Zaragoza acarician el erotismo rosa. Mona había sido tan generosa culinaria y sexualmente, consideré que
En algún momento afloró su vanidad femenina, se preocupó por yo debía serlo literariamente: le di a leer los idilios de Tito.
su figura y decidió reducir su cintura. Al mirarla sólo suspiré. No me im- Entonces nuestra vida cambió de rumbo. Desaparecieron las dis-
portaba su anchura ni la mía pero por solidaridad decidí inútilmente cusiones sobre qué marca de productos debíamos comprar; ahora discu-
seguir sus dietas. Únicamente obteníamos la foto comparativa del “an- tíamos sobre la realidad y la ficción. No exagero, aunque el cochambroso
tes”. Era imposible contradecir su naturaleza: había nacido para comer, cerebro de Mona era incapaz de distinguir entre una y otra, e ignoraba el
mascar, digerir, rebanar, freír, sazonar… y empezaba a ser lo mío. Mona desdoblamiento del autor, la capacidad del escritor para crear persona-
quería verse como modelo de televisión, sin embargo su estómago ter- jes, de pensar como ellos o la facultad que tiene para imaginar, específi-
minaba por aplastar su fuerza de voluntad, al segundo o tercer día. En camente, experiencias sexuales insólitas. Para ella todas las aventuras
fin, nuestro amorío sabía a miel sobre hojuelas. Nos llevábamos como de Tito Zaragoza eran una especie autobiografía disfrazada.
cualquier pareja con dos refrigeradores y una enorme despensa, en la Las escenas de celos de Mona al término de cada lectura me pa-
que no faltaba la sal de uvas contra la indigestión. recieron un disparate, para ser honestos pensé que jugaba. Lloraba, gri-
Después de interrumpir alguna dieta, Mona preparaba, qué digo, taba y reclamaba como si yo fuera Tito Zaragoza encima de otra mujer
creaba un platillo diferente. Era como si el fracaso y el hambre poten- abierta de piernas sobre una cama con sábanas de seda. Hubo muchos
ciaran su sensibilidad culinaria. Yo los bautizaba, más bien, titulaba reclamos, sobre todo, cuando relacionó ciertas escenas de los relatos
con nombres como: “Flamenco”, “Performance”, “Soneto”, “Contem- con nuestras pequeñas representaciones sexuales. La había engañado:
poránea”, “Recital”, “Boom”, “Romance”, “Entremés tropical”, etc. Si “¡No soy la primera!”, snif, snif, snif. Cuando su despecho la orilló a ti-
mis palabras tuvieran aroma y si mis frases lograran degustar la lengua, rarse teatralmente sobre la cama, nuestro lecho casi flaquea. Con cuida-
mencionaría los ingredientes y la forma de mezclarlos, pero como sólo do me acerqué a Mona y mientras acariciaba su espalda le dije: “Gorda,
consiguen hacer salivar y despertar un hambre vulgar, el lector se en- las extravagantes posiciones son pura fantasía”. Para no avivar el fuego
cargará de suponer el misterio contenido. omití decirle que todo salía de mi afición a las películas porno.
Por mi parte, seguí con mi trabajo creativo, sólo que le dedicaba Tardó en digerir mi proyección en Tito Zaragoza y la necesidad
menos horas. A cambio me concentré en hacer realidad mis ficciones. Con de querer emularlo eróticamente. Me justifiqué diciéndole que estaba
Mona tuve la oportunidad de practicar todos los juegos sexuales protagoni- cansado de vivir de fantasías. Por respeto no le mencioné que Tito cogía
zados por Tito Zaragoza. Obviamente, las mujeres de mi personaje en nada con monumentos a la seducción, mientras que yo lo hacía con ella, el
se parecían a Mona pero eso no importaba. Con ella consumé todo tipo de equivalente desproporcionado de tres mujeres.
posiciones, disfraces, representaciones y escenografías. Mona arriba, ¡Dios Después de la explicación Mona entendió la diferencia entre
mío!, de lado, al revés, apriétame, me lastimas, lastímame, muévete, vol- realidad y ficción, incluso valoró más mi talento literario. “Entonces
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todo es ficción”, concluyó. Después tradujo su admiración en gentiles para que Tito se enamore de mí y no vuelva a pensar en ninguna de esas
atenciones. Evitaba distraerme mientras escribía, me preparaba café y golfas. Tienes el poder de casarnos, darnos hijos y una vida normal pero
botanas, incluso tragos. Se disculpaba reiteradamente cuando por ex- con una intensa vida sexual. Si Tito sigue como hasta ahora al final se
trema necesidad invadía mi estudio. Su actitud me conmovía y mi auto- quedará solito, sin dinero, olvidado en un cuartucho de hotel. Él necesita
estima se aumentó tanto como su barriga. una mujer que lo cuide cuando sea impotente. Tú lo vas a hacer, chiqui-
Reconocí mi talento pedagógico pero lamenté su capacidad de to. ¡Ah! Y no quiero que se prolongue nuestro encuentro, quiero amor a
aprendizaje. Después de las “cátedras sobre la literatura” Mona se empa- primera vista, ni se te ocurra hacerlo difícil poniendo en medio zorras
pó tanto con mis textos que empezó a enamorarse de Tito Zaragoza. Mi celosas. Ahora ponte a trabajar. ¿Necesitas algo? ¿Quieres comer algo?
sorpresa fue grande. Los celos se engendraron primero en mí y después en La quijotesca transformación de Mona me dejó con la boca abier-
ella. Yo estaba celoso de mi personaje y Mona de todas las amantes de Tito. ta y, por si fuera poco, con el estómago vacío. Estaba confundido y atur-
Al principio, sin sospechar mis cuernos de ficción, había inter- dido. Como muchos siempre había anhelado escribir la Gran Obra capaz
pretado como un reconocimiento sus deseos de que escribiera sema- de tocar la vida de los lectores. Nunca creí que con tan poco cambiaría a
nalmente una nueva historia de Tito Zaragoza. Para ser sincero nunca la mujer que amaba. Honestamente me deslumbró su inteligencia cuan-
en mi vida creí despertar tanto interés. Iluso de mí, su entusiasmo me do supo olvidarse del autor, de mí, para concentrarse únicamente en el
animó más que cualquier página publicada y pagada. Mona leía dos o texto, mi personaje. A pocos lectores les cambia tanto la vida una obra.
tres veces lo mismo y se conmovía hasta el suspiro, el llanto o la risa. ¡Alonso Quijano devoró cientos de libros de caballerías antes de ser don
Pero todo cambió cuando la descubrí masturbándose mientras leía esa Quijote! Mona con unos cuantos relatos quería ser una diva.
escena “muy dulce” en la que Tito embarra los pezones de su amante Pensé en el futuro, me vi escuálido, solo y abandonado en un
con helado de vainilla mientras ella cubre con miel su miembro. Ob- cuartucho de hotel barato. Mona era lo único que tenía en mi vida. Si no
viamente el semen era como “la miel de la vida sabor maple”. Me pidió la incorporaba me dejaría y si la incorporaba virtualmente tendría que
recrearla pero ella terminó por escupir “la miel de la vida”. Nunca con- compartirla con Tito. Hacerlo o no hacerlo…
sideró que la realidad no es elíptica, que no puede pasarse, sin más, del Le mostré a Mona varios borradores pero siempre quedaba in-
acto sexual a la mañana del día siguiente. Antes de llegar el sol del nuevo satisfecha: “Esa no soy yo”. “Pero se llama Mona”. “Yo no soy así”. “Pero
día, Mona se lavó los dientes, se duchó para limpiar su cuerpo empala- es una belleza y Tito está enamorado de ella”. “Es una estúpida que no
gado y lavó las sábanas blancas que ni por mucho tenían la suavidad de sabe lo que de verdad quiere Tito”. “Ésta es inteligente y guapa ¡y sabe
la seda roja. No hace falta decir que yo también tardé un rato intentan- cocinar!”. “Ajá, lejos de ser yo, quién sabe en quién te inspiraste. Eso no
do deshacerme de la miel embarrada en mi entrepierna. es cocinar”. “Pero Mona, no te entiendo...”. Todos los relatos los arroja-
Mona estaba tan enamorada de mi ficción que bloqueó su ra- ba a la basura.
ciocinio. Empezó a entrometerse con mi trabajo, básicamente con los —Es imposible, no puedo hacerlo —concluí mientras rompía en
personajes femeninos. Para Mona todas las amantes de Tito eran zo- cuatro la décima posibilidad de romance entre Mona y Tito.
rras, golfas, perras, putas o ninfómanas y las que no, simplemente eran ­—No puedes o no quieres por celos.
rubias pendejas. Incapaz de entender, exigió que la metiera como per- —No puedo inventarte de otra forma. Tú naciste como eres para
sonaje o la hiciera personaje, no sé. enamorarte de mí, de un escritor de carne y hueso, no de un persona-
—Tú puedes eliminarme kilos de grasa, delinearme la cintura, je. Tito no cree en el amor. Así es él, no puedo cambiarlo. Tal vez no lo
levantarme el busto y esponjarme las nalgas, teñirme el pelo, cambiar- entiendas pero no soy un escritor autoritario. El personaje exige ser de
me el color de piel, vestirme con elegancia y otorgarme una personali- una manera y Tito no es hombre de una sola mujer, de familia y paseos
dad cautivante. Quiero ser delgada, inteligente, atractiva y millonaria dominicales. ¡Tito no envejece!
96 FICCIONES EN FUGA. narrativa breve desde puebla Sal de uvas /José Sánchez Carbó 97

—Pues me niego a aceptarlo, tratas de confundirme, todo eso me ocurrió que el mejor remedio para purgar mi relación con Mona era
que dices es mentira. escribir la verdadera historia: un relato sería el medio vaso con burbu-
No había salida. En parte tenía razón: todo era mentira. No de- jeante agua salada necesario para aliviar tal indigestión.
jaba de preguntarme cómo resolver el problema. Cavilaba la solución
cuando una telenovela, que en el futuro nadie recordará, me inspiró.
Una vez tramado el flechazo de amor entre Tito y Mona, se lo mostré y
se puso muy contenta. Dijo con palabras de reseñista de libros: “La his-
toria es sencillamente deliciosa”, suspiró y pegó las hojas a su pecho. No
me dio un beso, ni un abrazo. Con el visto bueno de la protagonista envié
al editor de la revista esa versión. Mona estaría por fin feliz con Tito.

Pastel podrido
Poco duró “nuestra” dicha. A la semana siguiente habló enfadado el edi-
tor. Dijo que no podía creer lo que leía, era una porquería, “estás loco,
quién va a creer semejante idiotez: amor, vida feliz, hijos… ¡hijos! No jo-
das. Además, de dónde coño sacaste a esa tipa con ese nombre simiesco.
Entiéndelo nunca publicaré algo así”. Terminó por despedirme.
Le conté a Mona lo sucedido para ver si recapacitaba. Pero no,
todo se echó a perder más.
—¿No me defendiste? ¿No le dijiste quién soy? ¿No le exigiste pu-
blicar la historia tal cual? ¿Ya no me quieres? —me dio la espalda y después
de una larga pausa dijo—: Si es así será mejor terminar nuestra relación…
Durante media hora cocinó su despecho con varios gramos de
miserable, cobarde y traidor; unas cucharadas de inútil y pervertido; y
una pizca de groserías comunes hasta que se fue al cuarto para dejarme
sazonar, ¿razonar?
A la mañana siguiente, cuando abrí los ojos ella cargó con los
utensilios de cocina, recetarios, la sal de uvas y, por supuesto, con todos
los relatos que encontró sobre Tito.
Me quedé solo. Mi estómago sufrió tanto como mi cabeza. Pri-
mero experimenté una especie de anorexia creativa: no podía ni quería
escribir nada. Después pasé a una fase bulímica: escribía diariamente
sin descanso pero en la noche imprimía todo, hacía una fogata con las
hojas impresas y, por último, para que no quedara ninguna evidencia,
seleccionaba lo escrito y lo eliminaba de mi computadora.
No recuerdo bien cuántas semanas actué así. Hasta que un día,
cuando miré en la parada de autobuses un anuncio de la sal de uvas, se
98 Sin epígrafe /Gerardo Oviedo 99

las comas, en los acentos, en los lugares comunes. ¿Te acuerdas cuando
te enseñé mi cuento de las “Mantarrayas asesinas”? ¿Qué fue lo prime-
ro que dijiste?: “Tienes el más extraordinario talento para poner el más
horrible título de la historia de la literatura, Pina”. Y te echaste a reír
como loco, sí, como un desquiciado mental. Y cuando viste que no tenía
ninguna cita literaria me dijiste que así no se debía empezar ningún
Sin epígrafe cuento, ni siquiera una novela o un libro de poemitas. Que todo escritor
Gerardo Oviedo que se respetara debía escribir al comienzo un epígrafe o una frase to-
mada de otros autores para que su texto tuviera validez. Que así había
sido siempre, por los siglos de los siglos, amén. Que escritor que no es-
cribiera al comienzo una cita de algún famoso estaba perdido en el lim-
bo, que no pertenecía ni a Dios ni al Diablo, ¡ja!, tú hablándome de esas
Sostengo que la literatura debe escribirse con el corazón para que pue- cosas. Y yo me burlé de ti y de todos aquellos escritores que toman fra-
da ser sincera. ¿O no lo crees así, doctor? ¿Me entiendes, no? Así la ate- ses de otros autores para darle validez a lo que escriben, como si ese fue-
rrizas, la bajas de su torre de marfil y la pones en los ojos de los mortales. ra su boleto a la gloria; a la inmortalidad literaria. Yo te dije que no le
Porque ya basta de esos escritores que se sienten dioses intocables de había puesto ninguna cita porque no me interesaba lo que otros escrito-
otra especie. Nel, hay que bajarlos del cerro a tamborazos para que no se res pudieran haber dicho antes que yo; que eso me tenía sin cuidado. Te
sientan los muy, muy. Todos tan intelectuales y mamones, como tú doc- dije que las citas al comienzo de un libro eran como plumas viejas tra-
tor. ¿Que soy paternalista? ¿Que esos conceptos de arte para el pueblo tando de vestir patos nuevos. “¿Ves?”, me replicaste, “tu sentido de las
ya expiraron desde hace tiempo con el neo­liberalismo? Tal vez tengas imágenes y de las metáforas es muy chafa. ¿Cómo que putos? Eso es
razón, pero sólo a ras de suelo la literatura cobra vida, con las patas bien intolerante y primitivo”. Y te levantaste de la mesa y fuiste a destapar
plantadas en la tierra. Tú me dirás que buscas estilo y forma y mamada otra cerveza. Yo te grité, pero creo que no me oíste, pero sí me escuchó
y media, porque tu doctorado en Letras te hizo un misógino de las escri- la maldita avestruz: patos, dije patos, no putos. Pero cuando regresaste,
toras como yo; porque me dijiste, cuando estábamos en la peda de la yo ya estaba conversando con tu amigo el escritor Tony, el que a solas tú
presentación del libro de Tony a medio semestre: “Todas las mujeres me decías que era escritor cubista, porque sólo escribe cuando bebe cu-
que escriben, escriben sobre un sólo tema: sus frustraciones amorosas y bas, y te burlaste de él en tu casa cuando supiste que acababa de ganar
el poco sexo que tienen. Si se las cogieran rico dejarían de escribir”. Eso un premio literario: “Mira, soy el escritor cubista, y escribo como si es-
dijiste. Porque se sienten, según tú, menospreciadas por todos los ma- tuviera en la comuna de París de 1870, pura escritura automática, y soy
chos del mundo, y recitaste un catálogo de escritoras que se la pasaban bien puto, me gustan Rimbaud y Verlaine y haríamos un ménage à trois
lavando trastes, cuidando hijos, trabajando y en sus ratos libres compo- literario”. Pero en la presentación de su libro, enfrente de él, discutías
nían frasecitas bucólicas para demostrarse a sí mismas que valían algo como si fuera tu gran cuate sobre la dialéctica que encontrabas en Coet-
como literatas, con sus cuenti­tos o novelitas rosas, y que ellas le echa- zee, o en Orhan Pamuk, o en Haruki Murakami o Roberto Bolaño. Yo le
ban la culpa a todo, menos a su incapacidad literaria, porque eso sí, doc- estaba preguntando qué se sentía ganar un premio tan grande como el
tor, tienes una memoria muy buena, pero sólo repites y repites como que había ganado, cuando regresaste con tu chela y lo primero que dijis-
perico todo lo que aprendiste hace siglos. ¿Y tú qué eres, eh? Un escritor te fue que los premios no servían para un carajo, que sólo eran pendeja-
fracasado, eso eres, ¿o no? Un escritor mediocre. Por eso te dedicas a das, porque la literatura no se podía calificar de esa manera, “salvo tu
hurgar dentro de los textos de los demás tratando de encontrar fallas en premio, Tony”. Y dijiste salud: “salud, Tony, Bris, Pina y ustedes que es-
100 FICCIONES EN FUGA. narrativa breve desde puebla Sin epígrafe /Gerardo Oviedo 101

tán allá, Benny y Jimmy, salud a todos.” Ahí fue cuando pensé que tus este güey?” Nada, le dije, y no soy Holly, idiota, me apellido Pérez. Pero
amigos escritores se ponían sus diminutivos agringados; afrancesados, mi contestación no es lo importante, sino que intenté hacer la tarea tal
raros, para parecer más cosmopolitas, más internacionales, tanto como y como nos lo habías ordenado: yo era un punto y trataba de salir a ex-
los nombres de sus personajes, ah, todo por la internacionalización de plorar el universo. ¿Te acuerdas cómo empecé esa tarea del punto ne-
su literatura que ni su madre lee. ¿Te acuerdas lo que le dijo Juan José gro?: “Miro la fría oscuridad que hay detrás de mí y el horizonte ardien-
Arreola a Leñero? Que lo que debía hacer para ser escritor, si quería ser- te se ilumina.” Cuando lo leí en clase, recuerdo el ceño fruncido y tus
lo, era quitarse un apellido, porque Leñero se llamaba Vicente Leñero ojos atentos al suelo: “¿Saben qué son los adjetivos, muchachos? A ver
Otero y sonaba del nabo. Así me dijiste a mí la primera vez que entré a tu tú”, y señalaste a una chava que estaba a mi izquierda. La chava metió su
taller de narrativa y quisiste pasarte de lanza conmigo: “Para ser escri- cabeza entre su libreta como una estúpida avestruz. Mi compañero en-
tora, Josefina, te deberías quitar el apellido Pérez. Los escritores Pérez tonces dijo: “¿Los que califican al sustantivo?” Hubo un silencio. Regre-
no tienen derecho a existir en la literatura. ¿Qué te parece si mejor te saste al escritorio: “No, jóvenes, los adjetivos son las piedras con las que
ponemos Josefina Holly? Así te podemos llamar de cariño: Pina Holly, ustedes tropezarán a cada rato. Pina, ¿qué te parece si quitas en tu texto
como Pina Warhol”, y te echaste a reír junto con toda la clase. Yo no ‘fría’ y ‘ardiente’? No crees que quede mejor así, escucha: Miro la oscu-
supe qué decir en ese momento. Me habías tomado por sorpresa. Luego ridad que hay detrás de mí y el horizonte se ilumina, ¿qué te parece?
nos diste la instrucción de que por un día completo no debíamos hablar ¿No les parece mejor? Hay que eliminar todas esas piedras para poder
con nadie, sino escribir todo en una libreta, como los mudos y tratar de ver la transparencia azul del cielo”, y te echaste a reír. No supe si lo ha-
oír el habla de la gente. Yo salí de clase con la cabeza más revuelta que bías dicho de broma o te burlabas de nosotros con ese adjetivo de “azul”.
como había entrado, te lo confieso. Pero intenté hacer la tarea ese mis- Ese día nos dejaste escribir un diálogo entre dos personajes, diciéndo-
mo día, nada de palabras habladas. Y al siguiente lunes, cuando llevé mi nos que el diálogo sólo funcionaba para hacer avanzar la acción, que
trabajo, me dijiste que sólo había caído en lugares comunes, y nos pre- todo diálogo como: hola, hola, ¿cómo estás?, bien, ¿y tú? debía ser eje-
guntaste: “¿Ustedes creen que así hablan los campesinos de Rulfo? No, cutado por la goma. Borrado del mapa. Esta vez sí me esmeré. Quería
así no hablan, Rulfo transformó el lenguaje y nos hizo que creyéramos que mi texto no sufriera tu crítica tan dura, pero ni yendo a bailar a
que así hablaban los habitantes de Comala, pero no es cierto. Rulfo hizo Chalma. El diálogo que inventé era entre un asesino y su víctima y así lo
poesía. ¿Quién de ustedes ha leído el Pedro Pá­ramo?” Sólo un güey que escribí: “No quiero morir, dijo ella. ¿Morir?, preguntó él, no vas a morir,
estaba sentado hasta delante levantó el brazo. “Yo, teacher, pero fue vas a sufrir como yo sufrí cuando me dijiste que no. Ahora sólo me que-
hace muchísimo tiempo y la mera verdad no le entendí na­da”. Tú te le- da el rencor, ¿lo entiendes?, ¿entiendes que mis células estallaban por
vantaste del escritorio y te fuiste al pizarrón blanco. Con el plumón ne- ti, que mis poros me debilitaban cuando te veía? Cuando te asesine, te
gro pusiste un punto en medio: “A ver, jóvenes... ¿qué es esto?” Todos cortaré en cachitos y freiré en el sartén tus manos, tus piernas, tus in-
quedamos callados hasta que el compañero de atrás gritó: “Un punto testinos, tu cabeza y te comeré; chuparé tus huesos hasta el tuétano y
negro, profe”, “No, señor, esto es el universo y ustedes están dentro. ahora sí, por fin, serás para siempre mía. No me ma­tes, seré tuya para
¿Qué necesitan para salir de él?” El mismo compañero gritó: “¿Una siempre, lo prometo”. El día de clase moviste la cabeza: “¿Qué les dije,
coma?”, y, como una avalancha, varios más gritaron: “¿Tres puntos sus- muchachos? Nada de florituras en los diálogos que ya no estamos en el
pensivos? ¿Unas comillas? ¿Un paréntesis?” Tú nos escuchaste, movis- siglo XIX. Tu texto, Pina, está plagado de diálogos inverosímiles, ¿cómo
te la cabeza y dejaste otra tarea más: “Quiero que escriban un texto don- es posible que esté siendo atravesada por el cuchillo de cocina y ella to-
de ustedes están en este punto y desde ahí miran lo que hay afuera, davía le diga al asesino: ‘Si me comes, jamás tendrás mi corazón, maldi-
¿entendieron? Y además, lean “El Aleph” de Borges”. “Oye, Holly”, me to’. No, no y no. Eso déjaselo al engolado de Shakespeare, donde podía
dijo mi compañero cuando salimos de clase ese día, “¿tú le entiendes a decir salvajadas como: ‘Oh, muero de mí, padre, la sangre se me hiela y
102 FICCIONES EN FUGA. narrativa breve desde puebla Sin epígrafe /Gerardo Oviedo 103

veo todo oscuro y el mundo se acaba conmigo para florecer algún día’, portante, contestan: el Quijote, ¿por qué? Porque este libro tiene todo;
mientras tiene una espada atravesada en el cogote”. Al finalizar la clase todo lo que se puede contar”. “¿Y la Biblia?” “La Biblia no sirve para un
me acerqué a tu escritorio: “Disculpe, profe, pero creo que voy a dejar su carajo, más que para saber que fue escrita por monjes pachecos. El Qui-
taller, es que en verdad no le entiendo nada”. Tú me interrumpiste: “Te jote tiene una progresión dramática. Nos adueñamos de sus historias.
prohíbo que me hables de usted, si no soy tu abuelo. ¿Cuántos años tie- Cervantes empezó a escribir el Quijote y no sabía, mientras lo escribía,
nes, niña?”. “Diecisiete”. “¿Diecisiete... mmmh? Está bien, está abierta hacia dónde iba el Quijote y, paradójicamente, fue a todas partes, ¿en-
la puerta de par en par para que te hundas en el fango”. Yo quedé parada tiendes, Holly? La Biblia no tiene unidad, todos se pierden en su labe-
ahí, como un espantapájaros. Ya no dijiste nada más. Salí del salón con rinto. Y así pasa con Mozart, no hay otro Mozart después de Mozart.
la cola entre las patas. Esa noche no pude dormir, ¿te lo había contado? Ante la genialidad, los demás desaparecen. Mira, hace poco descubrie-
Intenté hacer la tarea que dejaste, pe­ro no me salió nada. Entonces llevé ron unas partituras de Mozart cuando tenía cuatro años. ¡Cuatro años,
un texto sobre la muerte que había escrito a los quince años; era muy lo puedes creer! Así pasó también con ese traficante de armas de Rim-
breve. Cuando todos leímos comenzaste tu pero­rata: “Todos los escri- baud, escribe sus dos libros y luego nos deja a todos abandonados. Ten-
tores que apenas comienzan quieren escribir sobre dos temas comunes, dría que haber seguido escribiendo toda la vida para que se destruyera
corrientes y sumamente difíciles: amor y muerte. ¿Para qué escribir so- solo y no cayera en el territorio de la leyenda”. “¿Tú querías ser un escri-
bre amor si el Arcipreste de Hita ya lo ha hecho? ¿Para qué sobre la tor famoso, profe?”, te pregunté. “No”, contestaste serio, “eso es arte
muerte si Jorge Manrique ya lo hizo? Lean Cartas a un joven poeta, de menor”, y luego soltaste una carcajada. Luego yo leería el Pierre Menard
Ril­ke, y luego límpiense la cola con él. Necesitan leer mucho y escribir de Borges y cuestionaría tu teoría al recordarla. Pero en aquella oca-
todo el tiempo si quieren convertirse en escritores. El amor no existe y sión, mientras aguardábamos la cuenta del café, te pregunté: “Oye,
sí el matrimonio”. Cuando íbamos de salida me llamaste, de esto si te ¿pero entonces no crees en Dios, verdad?” Tú te levantaste de inmedia-
debes de acordar, porque hasta lo escribiste: “Veo que no abandonaste to, creí que te había incomodado. “Nos vemos”, y así, sin más, te mar-
el barco, Holly”. “Todavía no lo sé, profe”. “Tienes un punto menos por chaste sin esperar la cuenta del café. Cuando te volví a ver en la escuela,
hablarme de usted”. “No lo volveré a hacer, profe”. Te me quedaste mi- me regalaste un libro que venía dedicado: “Gracias por el café”, y tu fir-
rando por encima de tus lentes: “¿Qué es lo que no entiendes?” “Todo”. ma. Era un libro pequeño, de esos que publica la Universidad, donde
“¿Todo? A ver, vamos por partes, invítame un café”. Tiempo después te venían tres ensayos tuyos: “Racionalismo y crítica”, “Vanguardia lati-
diría que aquella lanzada tuya me pareció grotesca. Tú me contestarías noamericana del cuento” y el último, que fue el más enredado de todos
que en esta época era de lo más natural que las mujeres invitaran a los cuando lo leí: “La literatura del siglo XIX en el siglo XXI”, donde lo úni-
hombres; que ya estábamos a años luz del Manual de Carreño, donde el co que se me quedó fue que decías que el escritor moderno ya no se in-
hombre era el caballo con bombín y la mujer la yegua con holanes. ¿Te teresaba tanto por la experimentación lingüística como en el siglo XX,
acuerdas que yo pagué ese día en la cafetería de la escuela? Eso siempre sino que el mercado había circunscrito la literatura a la narración de
fue muy propio de ti, doctor. Buscabas el pretexto de la posmodernidad historias que pudieran venderse en el mercado, como en el siglo XIX, en
para salirte con la tuya: “Hay que quemar toda la música de Mozart por- la plaza pública. Fáciles y sencillas. Que el autor del siglo XXI sólo era
que él anuló el derecho al prodigio de los demás”. “¿Cómo es eso?”, te un proveedor de contenidos y no de literatura. Pero cuando te pregunté
pregunté mientras le dabas un sorbo al café americano. “Es sencillo”, qué obra te gustaba más, si Rayuela o Cien años de soledad, dijiste que
contestaste, “imagínate que el Quijote jamás hubiera sido escrito, Cien años de soledad porque era divertida y sencilla, aunque luego pu-
mmmh, todavía tendríamos el derecho los escritores mortales a la in- siste tus eternos peros: “Rayuela tiene el mérito de ser una novela in-
mortalidad”. “¡No entiendo!” “Es más sencillo de lo que crees, mira, to- comprensible para los mortales, la tienes que leer, y olvidarla lo más
dos los escritores, cuando les preguntan qué libro es su libro más im- pronto posible para que no quedes loca, pero es extraordinaria”. Y luego
104 FICCIONES EN FUGA. narrativa breve desde puebla Sin epígrafe /Gerardo Oviedo 105

comenzaste a hablar de las teorías de Italo Calvino, que algunas te pare- tantos medios de comunicación y el lector era feliz leyendo sobre un
cían que estaban caducas: “Eso de escribir corto porque estamos avasa- solo tema. Ahora al lector del siglo XXI puede dár­sele toda la informa-
llados por los medios de comunicación es una patraña. Calvino murió ción en el menor espacio posible”. “¿Cómo, profe?”, preguntó la puta
en el 85 y todavía no se ponía de moda el internet, ni los chats, ni el Fa- avestruz que se estaba volviendo más participativa en clase. “En su lite-
cebook, ni los trillones de blogs y ahora se escriben novelas gigantescas ratura deben tratar de agotar todo el mundo, meterlo todo, todo, todo
como 2666 de Roberto Bolaño o Los poderes secretos de Milena Ravens- en el menor espacio posible”. Días después te pregunté que si eso no era
burg de Gerardo Oviedo, con sus más de dos mil páginas”. Y ahí te hice venderse como se vendían las películas gringas donde había tanta ac-
una pregunta que te tardarías mucho tiempo en responder: “¿Y enton- ción que a uno le estallaba la cabeza al verlas. Tú me dijiste que había
ces qué debe llevar la literatura de hoy?” Yo sabría después que siempre una diferencia fundamental: “Paradiso es una catedral, pero ahí se que-
andabas en busca de las novedades literarias; ibas a Sanborns a comprar da, con sus barrotes y columnas enclaustrados. Lo que se debería buscar
los premios Alfaguara, Planeta, Tusquets. A Profé­tica, los libros de es- es la claridad, la transparencia, la luz, para encontrar el universo”. “No
critores que admirabas y que, al mismo tiempo, con energía soterrada, entiendo, profe”. “¿No en­tiendes, Pina? Hummm, déjame ver... ¿Qué
envidiabas: Junot Díaz, Henning Mankell, Baricco, Marías y los mexica- vas a hacer este fin de semana?” Tu pregunta me sorprendió, pero con-
nos Ignacio, Jorge, Pedro y Vicente como cuatro apóstoles de una reli- testé: “Nada, profe”. “Tengo una casa de campo, podrías venir conmi-
gión prohibida que tenía mucho éxito. Pero para tu columna semanal go”. Yo estaba incómoda, mi relación contigo era puramente intelec-
del periódico, esa que escribías palmo a palmo, ibas a la librería de viejo tual: maestro-alumna. Muchas veces no entendía de qué cuernos me
y rescatabas a un autor desconocido y lo tratabas como si fuera un me- hablabas, ni las palabras que usabas, como endrino, zahorí, paráfrasis,
sías olvidado en su tierra. Lo revalorizabas. Lo reinventabas. Así la gen- así que me quedé callada. “Bueno, piénsalo, esta invitación no se da to-
te, tus lectores, te tenía como un crítico enciclopédico, erudito, pero, dos los días, ¡eh!” Yo intuía que tú tenías mundo; se te veía en todas tus
por encima de todo, como un hombre bueno. Y también descubrí que maneras. Hablabas con tanta seguridad de todas las cosas; no había
empezabas a leer los libros por el final. “¿Por qué siempre lees el final y tema en el que no pudieras argumentar. Pasé dos días tratando de deci-
no comienzas como la gente decente?” “Porque si lo comienzo desde el dirme, vivía en casa de mis padres y tenía un miedo milimétrico que me
principio me da güeva llegar hasta los últimos capítulos, entonces leo el empezaba en las tripas y me terminaba en el culo. Por fin, la mañana del
final y luego el principio, así, si abandono el libro a la mitad, ya no me viernes te llamé pa­ra decirte que sí iría, después de engañar a mis pa-
importa, sé cómo comienza y cómo termina, lo que hay entre estos dos dres con una excusa obligatoria de la escuela: “¿Y como a qué hora pasas
puntos usualmente no vale la pena, tanto como la primera frase de ar- por mí, profe?” “Mira, Pina, mi camioneta está en el taller, nos vemos en
ranque”. ¿Recuerdas la clase donde nos hablaste de la primera frase de la Central Camionera a las cinco”. Y me colgaste. ¿Quién te creías? ¿Eh?
los cuentos?: “Siempre les meten en la cabeza la idea de la primera fra- Llegué retrasada porque todavía iba indecisa, mi madre me echó como
se, que tenga punch, fuerza, garra, para atrapar al lector. Eso, mucha- treinta bendiciones mientras que mi papá marcó a mi celular varias ve-
chos, es una vil receta de cocina, nada más falso, no traten de venderse ces para estar seguro de que servía. “Ya me iba a ir sin ti, Pina”, fue tu
por una sopa de letras. Esos cuentos de frases arrolladoras son, en su saludo. Llevabas una maleta en la espalda y una cachucha de los 49s de
mayoría, cuentos de hace siglos y sólo cuentan una historia porque la San Francisco. “¿Traes para tu pasaje, niña?” Yo negué con la cabeza.
cierran desde el principio, con su famosa primera frase”. “¿Y qué debe- “Bueno, pero para la próxima tú invitas”. Compraste dos boletos hacia
mos hacer, teacher?”, preguntó mi compañero. Tú quedaste callado, la Trinidad, en la montaña. Y partimos casi a las seis de la tarde. Esto lo
meditaste un rato. Me imagino que querías fumar, pero como había en- escribiría en un cuento meses después, cuando ya andábamos, tú me
trado en vigor la nueva ley antita­baco sólo te mordiste las uñas: “No habías dicho que debía vivir las cosas en carne propia, para tener expe-
sólo la literatura ha cambiado, sino el lector. Me explico: antes no había riencia vital. Y me apostaste que no podría escribirlo tal y como lo re-
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cordaba, porque en ese tiempo, según tú, yo ya estaba enamorada de ti después cansándolas?” Tú te echaste una carcajada. Vi que tenías amal-
pero no era cierto y así lo escribí: gamas negras en tus muelas. “Yo no te he intentado seducir, Josefina, me
«No me dijiste que tu casa de campo era eso, una casa para ar- metería en problemas. ¿Cuántos años te llevo? ¿Quince o veinte años? Si
mar. Y hacía mucho frío. Ahí supe que me habías mentido: no tenías ca- lo hubiera querido, ni siquiera estaríamos aquí, estaríamos en un motel,
mioneta y ganabas un salario raquítico como maestro. Que tu sueño era tengo tanta experiencia que no me durarías ni para el arranque”. Y ese
escribir la gran novela y viajar por el mundo porque nunca habías salido día no me besaste, debo reconocerlo.»
del país. La casa de campaña era vieja y estaba llena de manchas como Así escribí lo que pasó aquel día. Tiempo después me dirías que
de miados. Cuando terminamos de armarla, encendimos una fogata y tú en verdad sí te querías acostar conmigo pero no sabías cómo; que desde
sacaste una botella de aguardiente. “Yo no bebo”, te dije, “apenas tengo que me viste entrar la primera vez a clase me ubicaste como un posible
17 años y no me gusta el alcohol”. Sin importarte tomaste dos vasos de acostón. Luego me platicarías que cada semestre te pasaba lo mismo
plástico y serviste. “Por tus ojos de gata”, me dijiste. “Aquí no se ve nada, con tus alumnas, una alumna distinta. Al fin, tenías verbo y sustantivo
profe, cómo puedes brindar por mis ojos si todo está reteoscuro. A ver, juntos. Cuando te enseñé mi cuento para cobrar la apuesta, me dijiste
¿de qué color son?” “Me voy a meter en problemas si me acerco a mirar- que así no habían pasado las cosas. Pero que yo tenía una imaginación
los, Pina”. Yo tenía hambre, lo juro, por eso cuando cayó el primer vaso muy viva aunque era muy seria en el texto y me diste una cátedra so-
de alcohol en mi estómago las mariposas se quedaron dormidas en mis bre las bondades de la risa argumentando que la literatura nacional era
ojos. Y te dije que tenía sueño; y los batracios que caían del cielo me pu- pura tragedia. Que para que se salvara se necesitaba del humor. “¿Sal-
sieron jetona. Tú dices que esa noche hiciste el amor conmigo sin quitar- varla para qué, profe?” “Para nada”, respondiste, “nada necesita ser sal-
me la ropa. Que me acariciaste el cabello porque yo era tu pequeña. Que vado”. Luego te llevaste mi manuscrito y me lo devolviste publicado una
el horizonte desde la montaña sólo era yo. Cuando desperté, tú seguías semana después en el suplemento literario de tu amigo Tony, y con pa-
bebiendo, ahora de la bo­tella. Estaba amaneciendo y el azul profundo es- labras aquaflotantes me advertiste: “Tuve que hacerle algunos peque-
taba floreado de nubes grises. “¿Todavía estás despierto, profe?” “No”, ños cambios, Pina, para que quedara mejor, ya sabes, quitarle toda la
me dijiste, “estoy pensando”. “Yo creo que usted, profe, está borracho”. paja, ¿me entiendes? Porque la literatura es el arte de la desaparición”.
Te levantaste como pudiste y me tomaste de los hombros: “Seré tu Pig- Le habías puesto un título extrañísimo y en inglés: “If the mountain to
malión y tú algún día te marcharás”. Yo creí que Pigmalión era sinónimo under 3”. Yo te pregunté que qué significaba eso: “Un título mejor que el
de padrote. Así que me solté de tu abrazo de borracho. Pensé regresarme que tú le pusiste, Pina, ¿qué es eso de ‘Piernas abiertas en la montaña’?”
de inmediato a la ciudad, no me fuera a pasar algo malo contigo, pero era “¿Y por qué en in­glés?” Pero no me respondiste. Luego lo leí y quedé tan
más grande mi curiosidad, así que el día continuó hasta convertirse en sorprendida que te pregun­té que si eso era hacer literatura, tú dijiste
gladiolas y pinos. Después de comer unas latas de atún y unas galletas sa- que sí, pero luego comprendería que te estabas dando baños de pureza,
ladas que llevabas en la maleta me dijiste: “¿Subimos al pi­co?”, mientras por si había alguna demanda contra de ti por abuso de menores. Así fue
te acicalabas. Subimos, yo detrás de ti y tú contándome historias aburri- como salió publicado mi cuento:
dísimas, de güeva: “Eso que se ve allá se llama San Miguel Canoa, y más «Tu casa de campaña estaba llena de flores. Cuando termina-
acá debe estar el lugar idílico donde sudan los ángeles hule espuma”. “Ya mos de ar­marla, encendimos una fogata y tú sacaste una botella de re-
no aguanto más, profe, me duelen las piernas”, te dije a medio camino y fresco, tomaste dos vasos de plástico y serviste. Yo tenía hambre, lo juro,
me senté en una roca que sobresalía. Tú regresaste sobre tus pasos y te por eso cuando cayó el primer vaso en mi estómago las mariposas co-
acuclillaste enfrente de mí. “Ya no falta mucho, Pina, serán como veinte menzaron a calmarse. Esa no­che no hicimos nada. No me acariciaste el
minutos a la punta”. Yo te miré con odio, con odio verdadero. “¿Así es cabello ni nada. No hicimos el amor ni intentaste nada conmigo. Puedo
como liga a las menores de edad, profe? ¿Primero emborrachándolas y jurarlo ante quien sea. El horizonte desde la montaña se parecía a ti has-
108 FICCIONES EN FUGA. narrativa breve desde puebla Sin epígrafe /Gerardo Oviedo 109

ta que amaneció y el azul estaba floreado de nubes. Te levantaste com- ra del diccionario, pero primero debes aprender a escuchar y marcar tu
pletamente sobrio. Así el día continuó hasta conver­tirse en gladiolas y ritmo. Deberías empezar primero con un soneto diario si quieres luego
pinos. Después de comer subimos, yo detrás de ti y tú con­tándome las escribir verso libre; escribe durante cuarenta días y cuarenta noches un
partículas del universo con una plática interesantísima: “Eso que se ve soneto, Pina. Luego júntalos y quémalos, como dices en tu poemita, a lo
allá se llama San Miguel Canoa, y más acá debe estar el lugar donde los bonzo entre tus rodillas, porque recuerda que se puede romper con la
ángeles posan sus plumas de bronce que sudan historia”. Me senté en métrica, con la rima, pero no con el ritmo, apréndetelo de memoria.” Y
una roca. Tú regresaste sobre tus pasos y te acuclillaste. “Ya no falta mu- así lo hice: escribí dos cuartetas y dos tercetas durante cuarenta días y
cho, ánimo, Josefina, porque para triunfar hay que vencer el dolor”. Yo te cuarenta noches sobre mis temas mientras me conquistabas: en tu es-
miré con respeto. Tú sonreíste como un maestro a su alumna. Y ese día tudio como conejos, en la calle, en el cine, en los par­ques, en las libre-
no me besaste, ni me hiciste nada, lo puedo jurar ante quien sea.» rías, comiendo en Sanborns, en las plazas comerciales, en el zócalo, bajo
“¿Esto es literatura?” Sólo asentiste y dejé de verte un par de se- los puentes, a media mañana, en la madrugada, en las azoteas, entre los
manas porque te fuiste a dar unas conferencias acerca de la literatura de árboles, en la tienda, en mi casa, en los baños de la escuela, por los rin-
vanguardia en la Universidad de Colima. Yo me quedé en Puebla recor- cones de la cafetería, por cada uno de los segundos, entre el sudor, en el
dando todo lo que había sucedido. Después del viaje a la montaña comen- autobús, tu lengua, los ojos, las risas, el suspenso, la llamada telefónica a
cé a frecuentar tu estudio. Un par de cuartos oscuros atestados de libros medianoche, los correos electrónicos, tus frases, y de nuevo tu estudio,
y revistas. Periódicos podridos por todas partes. Yo creí que habría algún los libros, tu ventana, el techo con el foco pelón, tus arrugas, tus canas,
gato muerto cuando entré la primera vez, porque había muchos pelos y su- el vicio de me­terte el dedo en la nariz, el café y los cigarros, el periódico
ponía que todos los escritores solteros tienen gatos, no por su sexualidad destripado cuando lo habías terminado de leer, los subrayados de los li-
del soltero maduro, puto seguro, sino para que se comieran los ratones que bros, mis poemas sobre mis poemas, sobre ti, sobre nosotros, tu crítica,
debía haber por montón entre tanto papel. Me diste un recorrido diciendo las malas costumbres y los te extraño, te extraño mucho, te quiero, te
que no me fijara en el desastre que tenías. Me mostraste la computadora quiero mucho, la lluvia y por fin el amor, te amo, doctor, mucho. Profe, te
donde escribías tus columnas para el periódico y una cama llena de libros. amo. ¿Y qué pasó después? ¿Cuándo yo estaba perdidamente enamora-
“¿Y dónde duermes, encima de todo eso?” “A veces”, y tiraste a un lado los da de ti? Nada. Tú dejaste de mirarme por mirar a la puta avestruz. ¿Era
libros para despejar tus sábanas llenas de chinches. También escribiría la siguiente en tu lista de suspirantes? ¿No que nada más era una puta
sobre eso, te acordarás, porque fue la primera vez que me metiste mano, vieja por semestre? Y ahí sí, para que veas, comencé a sentir ese miedo
pero esta vez no en prosa, sino que lo hice en forma de poema; versos que cabrón, pero ahora en sentido inverso: de mi culo hacia las tripas, porque
tú catalogaste como confesionales, líricos y faltos de originalidad: me había enamorado de ti. Hoy no puedo verte, Pina, tengo que preparar
una antología de cuentos cortos; hoy tampoco, me pidieron unas confe-
Las pulgas de tu cama muerden mis nalgas rencias en la Veracruzana; tengo un viaje al Distrito Federal; hoy estoy
mientras tu pene chupa mi sangre muy cansado, te hablo mañana; Josefina, me voy de viaje y no sé cuándo
Yo era virgen, tú lo sabías regresaré; oye, Piñata, te hablo desde Tijuana; ya no escribas tus frus-
y eso hizo prenderte traciones amorosas en estos correos electrónicos, mejor mastúrbate, Pi-
como bonzo entre mis rodillas. nilla; el teléfono que usted marcó se encuentra apagado o está fuera del
área de servicio. Y me dejaste como una torta aplastada. Te lloré todos
“No sirven tus poemas. Tienes palabras burdas que no suenan bien, son los charcos de la ciudad y toda la sal del mundo. Puebla era tan pequeña
poemas esdrújulos y suenan viejísimos. Eso se llama ca-co-fo-ní-a, y no para contener tanto dolor. Entonces abandoné tu maldito taller de na-
me refiero al pene. Puedes decir todas las malas palabras que están fue- rrativa antes de la clase sobre cómo terminar un puto cuento.
110 Y si un día el profe… /Günter Petrak 111

y por cables de alta tensión. Recordé el olor del césped recién cortado,
el bisbiseo de la gente en las tribunas del centro deportivo donde jugaba
con “los de mi clase” (así decía Marcos a veces para molestarme) y los
gritos de enojo, los berrinches de quienes, aun siendo mis compañeros
de equipo, sentían cada error como una afrenta, como una puñalada a
su dignidad personal. Aún ahora me resulta difícil entender cómo per-
Y si un día el profe… manecí tanto tiempo en ese grupo de “yuppies”, de rabiosos y egocén-
Günter Petrak tricos “juniors”. Quizá fue porque el fútbol lo puede todo, porque no
haya nada en la vida que supere a la euforia de detener un penalti, de
escuchar los aplausos del público cuando se hace una buena jugada, de
disfrutar una victoria que compensa todas las frustraciones de la coti-
dianidad clasemediera. Pero ellos no eran de “mi clase” y, por supuesto,
El desvencijado Volkswagen asomó por el camino que sube la cuesta. Al tampoco lo son el profe, el Diablo, el Chaleco y el Motorcito, entre todos
pasar bajo los cables de las torres de alta tensión que cruzan el campo los demás. En realidad no sé cuál es mi clase. Estoy entre una y otra, en
de fútbol nos pareció ver una luz iridiscente sobre el carro y el efecto cada una se me acepta con reservas, me miran como si viniera de otro
apaciguó nuestro enojo. Porque, como siempre, el profe llegaba tarde planeta. En algunas partes me llaman por mi nombre, en otras soy el
y el árbitro había usado su silbato en dos ocasiones avisándonos que no “güero”, en otras más no tengo nombre, cruzo de acera y, a veces, me
esperaría más. El profe no era el capitán, pero era el profe, y por eso le pierdo en la transparencia de la multitud, en la uniformidad de la masa.
encargaban las credenciales de los jugadores del equipo. El automóvil Sin embargo, me siento más a gusto aquí, raspándome los codos y las ro-
se detuvo casi sobre nuestras pertenencias, rugiendo y aventando ex- dillas sobre la cancha de barro, cortándome las piernas con los pedazos
plosiones por el escape: ándele profe ya pitó el árbitro, le gritó el Mo- de vidrio que brotan de la tierra como dientes salvajes, gritando a voz en
torcito y él respondió arrojando por la ventanilla un cartapacio del que cuello palabras que mi madre me prohibía pronunciar, riéndome de los
salieron volando las identificaciones. ¡Uy!, exclamó el Beto, viene crudo grotescos movimientos de la voluminosa panza del profe, sintiendo la
el maistro. Órale, agarren sus credenciales, ordenó Marcos, el capitán, pegajosa mano del Chale agarrándome el brazo, oliendo y escuchando
Chale, dile al ‘nazareno’ que al medio tiempo le damos la lista. El Chaleco sus eructos de aguardiente barato, lamentando que el disparo de “Gra-
obedeció de inmediato y comenzó a correr sobre sus piernas torcidas. biel” saliera “chorreado” hacia un lado de la meta contraria…
Los demás recogieron sus credenciales del suelo y ocuparon sus posi- Y así llega el descanso de medio tiempo y más de dos salen in-
ciones. El partido comenzó cuando el profe sacaba su enorme barriga sultándose, amenazando o manoteando. No nos ha ido bien; pero en
del vocho y se ajustaba las medias. Yo permanecí afuera por una lesión, los rostros de enfado o de miserable postración hay un leve esbozo de
ingrato recuerdo de la última batalla perdida. Pero cuatro derrotas con- ternura, porque la vida para mis amigos de juego transcurre con sobra-
secutivas dolían más que cualquier fractura de huesos y eran suficiente da modestia y el fracaso no los desalienta como puede desalentarme a
combustible para mantenerlo a uno caminando de un lado a otro de la mí, y cuando ya no queda saliva que escupir ni puños que blandir, todos
jaula invisible que rodeaba el campo… El profe se acercó a la media can- vuelven a tocarse como amigos, una palmada en la espalda, un abrazo,
cha y agitando su mano pidió permiso para entrar al juego. El Chaleco algún apretón obsceno en las nalgas, risas vulgares y vuelta a la batalla
se paró a mi lado: a ver si ora sí ganamos, dijo con voz de aguardiente. dominguera. Mi equipo logra armar un par de buenas jugadas, pero el
Una inquietud extraña me molestaba desde temprano. Miré el campo, profe las falla, si algún día el profe mete un gol, me dice el Chaleco, psss,
un pedazo de terreno en declive sobre una colina, cruzado por una zanja me cai que ya no vuelvo a chupar… pssss. Y yo lo veo y me cae en gracia
112 FICCIONES EN FUGA. narrativa breve desde puebla 113

su pssss y su mirada torva y me dan ganas de abrazarlo, pero no lo hago.


Y cuando vuelco mi atención en el campo y veo los esfuerzos del profe
por vencer el lastre de su gordura, vuelvo a sentirme incómodo, porque
la vida es a veces como una barriga enorme que tienes que llevar a todas
partes y que alimentas de cinismo, de mezquindades, de engaños ¡el pro-
fe, el profe! grita y brinca el Chale sobre sus piernas torcidas y me abraza
y casi me quiere besar, ¡el profe, el profe, lo metió, lo metioooooó! Y se Scherezada: noche 700 a 1001
mueve como un chango amaestrado dando vueltas y vueltas y yo le digo, José Luis Zárate
ya te chingaste Chale, no más alcohol güey, mientras todos cargan y feli-
citan al profe, pero éste y su jeta de enojo no parecen habitar este mun-
do. Más tarde se habrá de convertir en una mueca patética. Lo sé, como
ha sido los últimos domingos, los de las cuatro derrotas consecutivas.
El gusto por la anotación dura poco, uno tras otro caen los goles contra- Scherezada ve huir la luz. Cierra los ojos. Se prepara. Una brisa recorre
rios y como siempre, salimos del campo de juego arrastrando, cansados, el palacio. Se aspira ese fresco aroma a cuento.
todo el peso de nosotros mismos… Después es la “miscelánea” donde
Marcos compra el “cartón” de cervezas y muy pronto el llanto del profe, •••
que no mira más allá de sus narices, que sólo sabe lamentar la infideli-
dad de su esposa, que no es capaz de disfrutar el primer gol en nuestro Sultán mira las sombras crecer, impaciente por la historia y por olvidar
equipo… el profe, si un día el profe dejara de llorar su estúpida cornudez, el tedio del poder y la rutina.
tal vez podría abrazarlo con más ternura, darle un apretón fuerte, hasta
donde alcancen mis brazos, pero hoy no, hoy tengo que irme temprano, •••
ya saben, compromisos, pero no les digo que pasaré antes por la casa del
profe, porque el profe se va a pasar la tarde “chupando” y llorando y yo, Simbad inmóvil en el aire ve moverse de pronto las nubes y se siente
mientras tanto, no puedo soportar la soledad de su esposa, que también caer. El cuento continua donde se quedó.
necesita ternura y algo más que un abrazo fuerte y algunas caricias de-
bajo de las sábanas… •••

No hay lámparas en el castillo brillantemente iluminado. Scherezada


describe un mediodía.

•••

Los sirvientes escuchan desde atrás de cortinas y puertas, trasmiten de


boca en boca el hilo de la historia, La alfombra mágica flota sobre pala-
bras.

•••
114 FICCIONES EN FUGA. narrativa breve desde puebla Scherezada: noche 700 a 1001 /José Luis Zárate 115

El verdugo no duerme, preocupado, si el Sultán le pide decapitarla teme Los 40 ladrones se sienten inquietos, vigilados, perseguidos. Sobre ellos
que de la herida salgan tantos cuentos que inunden al mundo. pesa la mirada de la que narra.

••• •••

Circulan cuentos apócrifos de Scherezadas falsas que se desgastan a las Las noches pasan, infinitas. 1001 no en vidas relatadas, en reinos y por-
2 am… tentos. Todos los relojes de arena del reino portan un espejismo.

••• •••

Scherezada, mujer del desierto y la arena, narra con voz de agua espejismos. Pocos saben que esa mujer narraba olvidos para que los cuentos no ter-
minaran nunca.
•••
•••
El cuento se trasmite de boca en boca pero se pierden detalles, frases,
tonos de voz. Todos envidian al Sultán y la alta definición que disfruta. Aladino frotó delicada, deliciosamente, la lámpara. Scherezada, son-
riente, surgió entre humo y caricias. Todos los deseos se cumplieron.
•••
•••
Los escribas tienen prohibido trascribir las historias. El Sultán no quie-
re que el mundo deje de dormir por las noches, como ellos. Por si acaso, ella empieza a dictar su epitafio. 1001 días y no termina.
Para poder escribirlo tendrían que volver piedra al desierto.
•••
•••
Cuando el sol sale y la historia está a la mitad ella empieza a narrar silencios.
Scherezada es la única sirena del desierto.
•••
•••
Las esposas decapitadas del Sultán cuentan historias de horror a la dur-
miente Scherezada. La mujer busca vengar a todas las esposas del Sultán, le susurra, a veces,
una sílaba envenenada.
•••
•••
El agua puede desgastar la roca, el oleaje de las dunas derribar castillos,
los cuentos han empezado a romper la realidad. El Sultán escucha la voz que obsesiona a su reino. No sabe que es su vida
la que pende de un hilo. Todos prefieren perder un Sultán que el final de
••• la historia.
116 FICCIONES EN FUGA. narrativa breve desde puebla 117

•••

El Sultán siempre se duerme a mitad de la historia pero Scherezada le


cuenta en la mañana un resumen.

•••
El cielo de Neuquén
Scherezada narra la historia de Scherezada y su lucha contra el poder Luis Felipe G. Lomelí
asesino. El Sultán aplaude la muerte del villano mientras su cabeza cae
al piso.

•••
A Marcia Molina
752 mujeres fueron muertas por el Sultán. Scherezada narra sus vidas, a Daniela Bojórquez
una a una, para que no las olviden.
Para huir sólo está la Patagonia, el fin del mundo. Eso piensa Denisse y
por eso sabe que aún no se ha dejado del todo, porque aquí en Bariloche
todavía tiene la cordillera de asidero, de memoria, antes de darse por
vencida. Limpia el escaparate del Cielo de Neuquén con un trapo húme-
do mientras mira a los niños que ya están en las esquinas aunque toda-
vía no haya nadie a quién repartirle los volantes. Hace frío. Georgina no
se dará cuenta que hace frío, ella está a un lado de la caja registradora,
con su pluma y su libreta haciendo el inventario que hace siempre, que
nunca cuadra, que termina en un regaño o en un alegato para Denisse
porque, mirá, las cazadoras no desaparecen como si nada y aquí nos ha-
cen falta dos; qué querés, ¿que te eche a la calle? No, no se dará cuenta. O
quién sabe. Pero Denisse lo tiene de cierto aunque sea 20 de diciembre y
primavera, casi verano, 20 de diciembre y aniversario, 20 de diciembre
y hace un año que ella estaba ahí afuera con los pibes, con el bodoque de
hojas promocionales para repartir a los transeúntes mientras los dedos
se le llenaban de escarcha y tenía que buscar el lado, el lugar donde el
viento pegara con menos furia. Y hace un año casi no había gente, ni
siquiera los chicos en su viaje de fin de cursos. Por eso Georgina la había
despedido, porque no había plata, porque Argentina entera gritaba en
las calles que se vayan todos, que se vayan.
Y se fueron.
Ahora es distinto. El rumor de que la nación está más barata que
118 FICCIONES EN FUGA. narrativa breve desde puebla el cielo de neuquén /Luis Felipe G. Lomelí 119

nunca se ha extendido y regresan los turistas, todos extranjeros. Traen Denisse deja el escaparate y atraviesa la tienda haciendo girar el
dólares que ya no están a la par y rinden el triple. Por eso Georgina vol- trapo alrededor de uno de sus dedos, con flojera. Intuye que la obsesión
vió a contratarla y Denisse tuvo que aguantarse el coraje, la dignidad: por el orden que tiene la patrona es sólo una parte visible de su insegu-
de haberla visto pasar todos los días desde la esquina donde repartía ridad, pero no por eso la tolera.
volantes y verse, verse sin verse: alguna de las dos bajaba la cabeza o —¿Cuántos pulóvers teníamos ayer? —pregunta Georgina y a
miraba hacia otra parte para no tener que alzar la mano o sonreír, nada Denisse se le figura que le preguntan cuántas ovejas hay en la pampa,
que recordara un pasado. Duraba poco la escena, medio minuto si se ésas que ve cuando compra una botella y renta un auto para internarse
quiere, y a Denisse se le olvidaba el frío, el viento que baja de Los Andes en el Oriente, para estar sola a mitad de la nada, entre el viento.
como si fuera un demonio soltando dentelladas de hielo: ¿conocés el Está a punto de responder con algún sarcasmo cuando mira en
hambre?, ¿la conocés? Por su parte a Georgina un jirón de culpa le daba los ojos de Georgina un atisbo de tristeza, de mujer que no es patrona,
un lengüetazo en la nuca y tenía que paliarla buscando argumentos: no de soledad.
la dejaste en la calle, mirá que tiene un laburo; o qué más podés hacer —¿Cuántos, querida? —el tono es otro, no el de ayer ni el de me-
Gina, no tenés un negocito para operarlo en números rojos, así es esto. ses, es otro. Por alguna suerte ahora sí quisiera complacerla, decirle
Fue un acto de fraternidad contratarla de nuevo, por eso, justo cuando “había tantos”, pero no lo sabe y se queda muda. Sonriendo sin tener
pudo hacerlo y no a otra: a Denisse. conciencia de que lo hace.
Georgina espera que ella algún día se dé cuenta. En eso suena la campanita de la puerta, indica que alguien ha en-
Eso aún no sucede. trado y se vuelve a mirar a una pareja de turistas. Ella en ropa deportiva,
Quince años son toda la diferencia pero equivalen a la extranje- él también.
ría, a haber nacido en países diferentes. Denisse no tiene ningún recuer- —Andá, ya me lo decís luego —dice y extiende su mano para re-
do de la Junta ni de los milicos, son recuerdos de la vieja, de la que dejó cibir el trapo.
en Buenos Aires hace poco más de dos años. No es que no haya leído al Denisse se lo da y se encamina a la pareja, los mide: son de esa
respecto ni que ignore lo que significaba un Falcon color verde. No, sim- gente rara que siempre se levanta temprano, incluso en vacaciones; se-
plemente son lejanos: como mirar la foto de la vieja cuando tenía tu edad rán ecologistas, ella podría ser vegetariana.
y darte cuenta de que sí, de que algún día tuvo tu edad y aún no existías. Costarricenses, eso dicen. Denisse atina: compran un par de bu-
La intuición de que el mundo comenzó con una misma. zos que tienen dibujada la silueta de cinco árboles endémicos y la leyen-
En cambio para Georgina eso es claro, cercano, el tío rojo, el úni- da “para conservarlas mañana, hay que conocerlas hoy”. Pagan. Georgi-
co entre tantos hermanos favorables a la Junta, que desapareció un día na no puede evitar preguntarles si los precios en la Argentina son más
y meses después llegó una carta diciendo que estaba en México. Y luego baratos que en su país.
nada, no más nada. Sólo la rabia que fue creciendo con la adolescencia, —Casi es lo mismo —responde la mujer y Georgina sonríe. No
a todo, a sí misma por su familia o porque fue una de tantas chicas que sabe, como Denisse, que la respuesta es fabricada, que después de unos
apoyó a la patria contra los ingleses, sin darse cuenta de que apoyaba a días cualquiera se da cuenta de qué quieren oír los australes, los que se
los mismos cerdos que desaparecieron a su tío. Hasta que se convirtió creían del club primermundista.
en desencanto, en hartazgo, como si hubiera que contar cada hora de los La pareja se va y Georgina mira a su empleada como a punto de
últimos años, una a una y en todas estuviera el viaje a Paraguay: ella no decir: ¿vi’te?, la patria tiene futuro, la Argentina no es la casa abando-
salió a gritar que se vayan todos. nada. Sonríe. Imagina que pronto podrá volver a vacacionar en Miami,
—¿Deni, querés venir un momento? —Ahí viene el reclamo, la o en Cancún. Ella no vio hoy por la mañana, ni ayer camino a la tienda,
discusión de todas las mañanas. a El Cielo de Neuquén, que habían vuelto a colocar carteles y pintas por
120 FICCIONES EN FUGA. narrativa breve desde puebla el cielo de neuquén /Luis Felipe G. Lomelí 121

todo Bariloche: porque es casi lo mismo que hace un año y es necesario —También, crecí en La Recoleta —responde Gerogina sin tener
recordarles que se vayan todos, que no vuelvan. idea de que su evasiva, más que eso, más que querer evitar la historia del
Georgina no los vio o no los quiso ver, su segunda obsesión es la Paraguay, tilda una diferencia de clase: yo soy tu patrona, siempre lo he
esperanza. sido, todos mis ancestros.
Y está a punto de decirle aquello de la patria a Denisse pero se —Ya —dice Denisse mientras termina de doblar las prendas y ob-
contiene, intuye que le molesta porque lo dice a diario y de aquel lado serva a otro pibe que camina arqueado por la calle, se para, le extiende
no hay complicidad: así son las chicas, se cuelgan el pesimismo como un volante a una mujer que lo rechaza sin mirarlo a los ojos. Su madre
aretes. era igual, también como Gerogina, con esa ansiedad por resaltar el pa-
Sin embargo su empleada sigue frente a ella y sabe que se le nota sado para no tener que pensar en este presente de mierda.
en el rostro que está a punto de decir algo, que tiene que hacerlo si no —¿Y no extrañás pasar Navidades con tu vieja?
quiere pasar por una tonta. —No.
—Vos sos porteña también, ¿cierto? —atina a decir por decir Tampoco Año Nuevo, qué va. Navidad era ir a casa de la abuela
cualquier cosa. Detrás de la ventana del escaparate se mira a un niño por la cena y escuchar las mismas bromas de siempre, los mismos co-
caminar en contra del viento, arqueado, con el bodoque de volantes en- mentarios. El tío Germán, la luz de la abuela, charlando de negocios y
tre los brazos. política. Su madre, la más joven, luciendo el cuerpo para envidia de sus
—Sí —responde Denisse con la tranquilidad y la extrañeza de tías; y ella, Denisse, en espera de la hora para poderse largar a la dis-
que su patrona haga un comentario diferente a sus obsesiones, de que co. O al menos eso en un par de ocasiones porque después resultó que
no vuelva con aquello del número de pulóvers o la esperanza, o los críos. su madre estaba ahí: en casa de la abuela y también en la disco. Porque
Entonces se inclina a doblar las prendas que desarreglaron los ticos y de quince años equivalen a la extranjería pero no del todo, no cuando la
reojo mira al niño imaginando que es ella, que pudo ser ella. madre cree que sigue siendo una chica: tenés treinta y cuatro años, vos
—¿Por qué te mudaste para acá? —pregunta Georgina sin mali- no podés hacer lo mismo que yo.
cia, tal vez por querer oír una respuesta que se parezca a la alegría. —Por qué no, soy joven.
—Quería conocer el sur —dice Denisse en automático, como —¡No, sos una vieja!
siempre que se tiene una mentira armada, una mentira como coraza Si bien cuando niña le gustaba que le dijeran que su mamá no
para no tener que decir que dejó Buenos Aires porque ya no aguantaba parecía mamá, que parecía su hermana, sólo un tanto más grande, luego
a su vieja, porque le exasperaba aquello de que se creyera su amiga y Denisse habría querido que su madre pareciera madre: no que llegara
anduviera por los mismos boliches y en las mismas fiestas. borracha junto con ella los domingos a las siete. Su madre era igual que
Dice eso porque tampoco va a relatar el fracaso. sus amigas tontas, que las chicas del bachillerato que se entretenían en
Dejó la capital, la carrera en el primer año, porque quería plata y dietas y en tratamientos para el cabello. Su madre. Igual que sus ami-
recordó que en Bariloche había plata, que cuando vino en su viaje de fin gas tontas. Ésas en las que se fijaban los chicos, de las que hablaban los
de cursos, con sus compañeros que sólo se dedicaron a emborracharse chicos. Y luego abrieron una nueva disco que fue el furor y ahí estaba
y a tirarse entre ellos, miró que había plata en este pueblo de montaña, su madre. Y a pesar de que Denisse quiso esconderse, ella la vio. Fue la
en esta ciudad de turistas. Y había que hacerla, ¿para qué la licenciatura cagada: se convirtió en el alma del grupo. Al día siguiente nadie hablaba
si los recién egresados no ganaban mucho más que una cajera de banco? de otra cosa en los recesos:
Una pérdida de tiempo: mejor aprovechar esos años para ahorrar y lue- —Tu vieja es súper cool, mirá que la mía… —y Denisse queriendo
go dar rienda, poner un negocio, quién sabe qué cosa. volverse un ovillo que se fuera por el wáter porque, claro, todos decían
—¿Y vos? —pregunta la empleada. eso menos Óscar.
122 FICCIONES EN FUGA. narrativa breve desde puebla el cielo de neuquén /Luis Felipe G. Lomelí 123

Óscar ni siquiera la miró a los ojos. No sucedió ahí. Fue ya que estaba en casa y entonces se cayeron
—¡Dejá de comportarte como una chica! las lámparas a gritos. También los espejos. Su casa entera.
—Somos amigas, Denisse. —¡Cómo pudiste?
—¡No somos amigas! ¡Eres mi madre! Georgina encerrada en el cuarto de baño.
Denisse está a la puerta del Cielo de Neuquén, espera al siguien- —¡Es atroz lo que hizo!
te turista para jalarlo a la tienda. Hace frío. El viento trae el hielo de Los Su padre tras la puerta. Llanto.
Andes pero no se lleva ni un recuerdo. En la esquina ríen los niños de Georgina cobra cinco poleras, tres cuellos que creía no iba a
los volantes y en la acera de enfrente cada local tiene un empleado a vender hasta el invierno, una cazadora, diez gorros de acrilán, un tra-
la puerta: el muchacho de traje que renta autos, la chica mapuche de je de baño porque un pibe insiste en que quiere meterse al lago, cua-
las artesanías, el anciano que vende chocolates, el mesero del boliche tro pulóvers, seis buzos con estampa y dos con bordado. Ni tiempo le
que está justo al cruzar la calle y que la mira. Y sonríe aunque Denis- da para preguntar si Argentina es más barato. Así es esto, pareciera que
se no responda porque está pensando que es una boludez tener hijos. los turistas se ponen de acuerdo para llegar todos juntos y volverlas lo-
Ella nunca lo hará. Y si sucede, por accidente, procurará ser madre y no cas: mostrar, desdoblar, cobrar, doblar de nuevo para poner las prendas
amiga. dentro de las bolsas de papel estraza que tienen unas montañas y unos
—Ése chico es lindo —la voz viene de atrás, de cerca, de Georgina. pinos (alguien le dijo que quitara los pinos y pusiera coihues para ir ad
—¿Y vos? ¿Qué hacés para Navidad? hoc con el tono ecológico y Georgina cree que tiene razón pero primero
—Una no puede largar el negocio, querida. hay que acabarse todas las bolsas porque no está una para andar tiran-
Cuando volvió del Paraguay, la noticia corrió como un millón de do) y sonreír, siempre, con la sonrisa del Cielo de Neuquén.
ratas. No hizo falta que se supiera de cierto: se supo. Antes al Paraguay Siempre.
se iba por una acta de matrimonio que permitiera el divorcio, ahora se Casi es momento de la comida y tiene hambre. Pero así es esto,
sigue yendo para conseguir todo aquello que es ilegal en la Argentina. los turistas tienen horarios diferentes. No puede dejar sola a Denisse y,
Para eso fue ella, porque el chico le dijo que estaba idiota si creía que iba además, ya falta poco y podrían ir a comer juntas al restaurán de enfren-
a endosar su vida así de rápido. te, al del mesero lindo que le sonríe a su empleada.
—Pero... —Deni, ¿querés ir a almorzar conmigo?
—Pero nada, a ver qué hacés. La pregunta le desconcierta. Nunca han almorzado juntas, para
Georgina tampoco quería al crío, lo que quería era no tener que qué: no pueden ser amigas. La Navidad torna cursi a cualquiera, piensa
ir sola. Pero el chico resultó ser más canalla de lo previsto. Y fue sola, a la chica.
Ciudad del Este. Y se metió a la casa ésa que le habían dicho, con el mie- —Yo pago —Insiste Georgina con tono maternal.
do, con el aplomo que creía suficiente para ocultarlo. —Dale.
No le pidieron más datos que la plata sobre el escritorio de la Y le dieron. El mesero lindo se desvivió por atender a Denisse,
enfermera. Ella le dijo: hacés lo correcto, tranquila, pasá para allá que por ser simpático. Y ella, nada. Lo mismo que la charla de ambas. Pu-
ahora va el doctor. dieron haber hablado de quiénes eran. De por qué estaban en Bariloche
Y luego volver el mismo día en el bus. Temblando: las manos, las realmente. O acerca de los sueños de riqueza que tienen ambas: una, de
piernas, los muslos. Sin saber si se sentía libre o culpable mientras mi- volver a serlo; la otra, de tener plata para poder decidir sobre su vida,
raba al horizonte a través de la ventanilla, queriendo convencerse de lo que por algo dejó la carrera. Pero no. Todo fue sobre el laburo al que
primero cuando no pensaba que le podía venir una hemorragia ahí mis- volvieron como cualquier otro día en el que no almorzaran juntas.
mo, sobre el asiento. Y qué haría. Y la tarde idéntica.
124 FICCIONES EN FUGA. narrativa breve desde puebla el cielo de neuquén /Luis Felipe G. Lomelí 125

A la noche, Georgina no se despidió mientras su empleada baja- te coraje y gira el rostro para seguir caminando cerro arriba, hacia el de-
ba la cortina y ponía los candados en medio del vendaval. Esperó, con partamento diminuto que renta. Recorre las cuadras a zancadas, le cae
las manos se detenía el cabello. También se atrevió a mirar a los niños un poco de café en los dedos. Sigue. Le duele jalar el aire. Sigue y pasa la
de los volantes. ¿Cómo es que no se enferman?, pensó. Luego se puso a calle donde habita. Llega más arriba, varias calles más arriba. Por fin se
calcular sus edades. detiene y mira a Bariloche titilar bajo las estrellas, bajo la luna que ilu-
Cuando Denisse terminó de cerrar, no supo por qué su patrona mina el lago. Y luego la pampa. Piensa, para huir sólo está la Patagonia.
seguía ahí. El mesero lindo se asomó por la puerta del restaurán y se Atrás y a sus costados queda la cordillera, su asidero de nieve.
volvió a meter. Las mujeres estaban en silencio, de frente. Qué me que- Da un trago a su café, a lo que resta. Para huir sólo está la Pata-
rés decir, Georgina. Denisse incómoda. Georgina rió un poco. Denisse a gonia. Respira. Y sabe sin saberlo que por eso están ahí, a las puertas
punto de decir hasta mañana. Uno de los niños soltó una carcajada y se del fin del mundo, justo a las puertas porque todavía no, aún no van a
echó sobre la banqueta, con los bracitos en la panza. dejarse del todo.
—¿Deni, vos querés tener hijos? —la tercer obsesión de su patro- Baja hacia su departamento, despacio. Y no sabe por qué pero se
na, ahí, presente, como si el día no pudiera acabar sin mencionarla. siente más tranquila, segura.
—No no ¿y vos?
—Sí —respondió Georgina; para no estar nunca sola, habría acla-
rado.
—Ya.
El viento les iba entumeciendo las yemas de los dedos. Georgina
se detenía el cabello con las manos. El mesero lindo salió del restaurán
con dos vasos de unicel.
—Cortesía de la casa —dijo sonriendo justo para marcharse con
la misma premura con la que había aparecido.
Ahora Denisse anda cerro arriba con el expresso doble entre sus
manos. Piensa que tal vez sí está lindo el chico, que podría dejar de estar
sola. Mira los carteles del aniversario, de un año después de que dejara
a su vieja: que se vayan todos, que se vayan. Sigue caminando. Le sopla
al café porque le gusta ver cómo se esparce el vaho, luego da un sorbo.
Piensa en Georgina, puede que mañana vuelva a estar como antes o,
quién sabe, incluso la invite a cenar el veinticuatro. Le revienta que la
gente se ponga sentimental en estas fechas, le parece odioso, y sin em-
bargo no puede evitarlo: a ella también le pasa. Tal vez por eso continúe
pensando en su patrona mientras camina y mira a uno de los niños de
los volantes bajar por la otra acera. Denisse se detiene. Lo observa: es
un niño bello. Le mira las mejillas rojas por el frío, los ojos bien abiertos.
Denisse sonríe sin darse cuenta y luego sacude la cabeza. Niega. ¿Qué
le pasá a Georgina?, dice muy quedo y niega de vuelta. ¿Qué le pasá que
quiere tener un pibe para que la odie?, exhala fuerte, como yegua. Sien-
126 fichas biográficas 127

en la Universidad de las Américas Puebla y ha impartido cursos y pre-


sentado ponencias en diversas universidades de México y el extranjero.
Como autor ha publicado artículos y ensayos en revistas nacionales e
internacionales (un par de sus ensayos han sido traducidos al inglés y
al hindú, y recientemente uno de sus poemas ha sido publicado en ita-
liano) además de tres libros de cuentos, una novela y un libro de texto
Fichas biográficas sobre redacción que ha vendido más de ocho mil ejemplares. Fue be-
cario del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes en 1998 y ha obte-
nido reconocimientos en varios concursos de cuento a nivel nacional.
También aparece en diversas antologías del género. Profesionalmente
se dedica al diseño y producción de material didáctico multimedia y a
Arturo Ordorika  (Ciudad de México, 1977). Poeta, escritor e imagi- la consultoría en psicología, economía social y redacción de textos de
nador profesional. Es licenciado en Comunicación por la Universidad diversos géneros y propósitos.
Iberoamericana. Tiene una maestría en Globalización y Comunicación
por la Universidad de Leicester, Reino Unido. Ha sido Becario del Fon- Noé Blancas Blancas (Tlapehuala, 1972). Es doctor en Ciencias del
do para la Cultura y las Artes (Puebla) con el poemario Antología de los Lenguaje por la BUAP y maestro en Letras Mexicanas por la UNAM. Ha
Poetas Olvidados. Es autor del libro de poesía El rudo olor de tu fantas- publicado el volumen de cuentos Tiempos de secas (BUAP / El Erran-
ma y Epidemia de Zopilotes (Secretaría de Cultura del estado de Puebla, te Editor, 2011) y el poemario Te deslíe esta lluvia (BUAP, 2013). Está
2010). Su relato El Caso del Doctor Harrington obtuvo el Premio Na- en prensa A la sombra del sombrero (Praxis / IGC, 2014). Ha sido an-
cional de Cuento Fantástico y Ciencia Ficción. Actualmente es director tologado en: Ni muertos ni extranjeros: el lector soy yo (UPAEP, 2011);
de Piumena Imaginación Aplicada, donde propone y aplica modelos in- Reunión de narrativa guerrerense (México, Eón / UAG, 2012); Reunión
novadores de educación imaginativa y desarrollo humano. de nuevas voces guerrerenses (México, Eón / UAG, 2011); y Ríos interio-
res (Gobierno del Estado de Guerrero, 2000). Ha recibido los premios
Luis Felipe Lomelí (Etzatlán, 1975). Ingeniero, ecólogo y escritor.  Ha estatales de cuento Cuca Massieu (1992), José Agustín (1997) y María
publicado los libros de cuentos Todos santos de California y Ella sigue Luisa Ocampo (1998); y de Poesía María Luisa Ocampo (2000). Obtuvo
de viaje, la novela Cuaderno de flores, el ensayo “El ambientalismo”, el la beca FONCA Guerrero en 1999 y 2006.
libro de texto Naturaleza y sociedad y la noveleta en ebook El alivio de
los ahogados. Es Premio Nacional de Bellas Artes y miembro del Siste- Agustín Fest (Ciudad de México, 1981). Estudió Letras Inglesas en la
ma Nacional de Creadores de Arte. Se le considera el autor del cuento UNAM. Trabajó diez años en publicidad. Ha publicado en varias revis-
más corto en lengua hispana: “El emigrante”: ¿Olvida usted algo? Ojalá. tas: Penthouse México, Venga!, ¿Dónde ir? y en el suplemento cultural
de  Guardagujas  (Jornada AGS). Ganador del  Concurso Nacional de
Günter Petrak (Puebla, 1958). Es licenciado en Psicología por la Uni- Cuento José Agustín 2012 por su cuento “Lotófago” y merecedor de una
versidad Autónoma de Puebla y maestro en Letras Iberoamericanas mención honorífica en el concurso de Novela Breve Amado Nervo 2013
por la Universidad Iberoamericana. Además posee un diplomado en por su novela Dile a tu mamá que se calle, publicada en una coedición
Economía Social de la Escuela Andaluza de Economía Social. Desde entre la Universidad Autónoma de Nayarit y Ficticia Editorial. Libros
1990 ha sido catedrático de la UIA Puebla, donde fue coordinador de la publicados digitalmente: Fotocuentos, El diario de Simón Dor, Padre
Licenciatura en Comunicación. También coordinó el área de Redacción Taxi, La sonrisa del Quetzalcoatli, entre otros. Participó en dos anto-
128 FICCIONES EN FUGA. narrativa breve desde puebla fichas biográficas 129

logías post apocalípticas: Así se acaba el mundo (Editorial SM, 2012) y 2006 y 2009. Es autora de los libros: La distancia hasta el espejo, Dios de
Diarios del fin del mundo (Kala Editorial, 2009). Es parte de Jóvenes arena y Aire negro, participó en la exposición “Volcanes, explosiones de
Creadores (FONCA) 2013, en la especialidad de Cuento por su proyec- poblanidad” y en antologías como La muerte es un sueño; Puebla directo,
to: “Las múltiples vidas de Mateo”. Actualmente radica en Cholula, 15 relatos de la ciudad y El muchacho que trotó hasta fundirse con el hori-
Puebla. Tiene una ventana desde donde mira el Popo mientras trabaja zonte de la Patagonia y otros cuentos (ebook, México–Chile).
en otras cosas, y escribe de noche.
Gregorio Cervantes Mejía (Puebla, 1970). Actualmente es redactor
Eduardo Sabugal Torres (Puebla, 1977). Escritor de cuento y poesía. de la revista Crítica, de la Benemérita Universidad Autónoma de Pue-
Maestro en Lengua y Literatura Hispanoamericana, por la UDLAP. Tie- bla. Ha colaborado en suplementos culturales y revistas locales. Autor
ne dos libros de cuentos publicados: Involuciones (Secretaría de Cultu- del libro de cuentos Cambios de Estación (Secretaría de Cultura del es-
ra del estado de Puebla, 2010) y Liquidaciones (Fondo Editorial Tierra tado de Puebla, 2001). Su trabajo ha sido incluido en diversas antologías
Adentro, 2012). Ha sido ganador de las becas FOESCAP, FONCA y PEC- estatales y nacionales, entre ellas: Los mejores cuentos mexicanos, edi-
DA. Actualmente es catedrático universitario y productor de radio. ción 2002 (Joaquín-Mortiz / Planeta, México, 2002); Insólitos y ufanos.
Antología del cuento en Puebla 1990-2001 (BUAP / Secretaría de Cultu-
Fernando Sánchez Clelo (Puebla, 1974). Es egresado de la maestría en ra del estado de Puebla, México, 2003); Creación Joven 1979-1999, Na-
Estética y Arte, y del Colegio de Lingüística y Literatura Hispánica de rrativa (Conaculta / Secretaría de Cultura del estado de Jalisco, México,
la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Es autor de los libros 1999). Imparte talleres de narrativa en la Casa del Escritor del Consejo
No es nada vivir (Siena / BUAP, 2005); Jauría (Universidad Veracruza- Estatal para la Cultura y las Artes de Puebla.
na, 2007); Cuentomancia (BUAP, 2008); No se acaban las calles (BUAP,
2011); y Ficciones a contrapunto (BUAP, 2012). Fue becario del Fondo Alejandro Lámbarry (Stanford, 1978). Es doctor en literatura Hispa-
Estatal para la Cultura y las Artes de Puebla, en su versión 2006. Ha noamericana por la Universidad de París IV Sorbona con una investi-
participado en las antologías Piezas cambiantes: Escritores en Puebla gación sobre la voz animal en la literatura hispanoamericana de la se-
frente al siglo XXI (Secretaría de Cultura del estado de Puebla, 2010); gunda mitad del siglo XX. Realizó su maestría en la misma universidad
Historias de las Historias (Ediciones del Ermitaño, 2011) y El libro de y la licenciatura en la Universidad de Leeds en Inglaterra. Desde 2013
los seres no imaginario (Minibichario) (Ficticia Editorial, 2012). Junto es profesor-investigador en el Departamento de Filosofía y Letras de la
con José Manuel Ortiz Soto, es co-antólogo del libro Alebrije de pala- Universidad Autónoma de Puebla. Ha publicado artículos académicos
bras (BUAP, 2013). en diversas publicaciones, como Revista de Crítica Literaria Latinoa-
mericana, Bulletin of Hispanic Studies y la Princeton University Library
Judith Castañeda Suarí (Distrito Federal, 1975). Profesional técnico Chronicle. Ha publicado el libro de cuentos, Testamento de la carne y
en química industrial. Alumna en talleres de cuento a cargo de Alejan- el espíritu (Tierra Adentro, 2005), y editado un libro de ensayos sobre
dro Meneses, Beatriz Meyer y José Prats Sariol. Ha publicado en suple- Augusto Monterroso (Tierra Adentro, 2014). Obtuvo las becas del Fon-
mentos culturales de los periódicos Intolerancia, Síntesis y Cámara, de do Nacional para la Cultura y las Artes para Estudios en el Extranje-
circulación local en Puebla, y en la revista Crítica, de la Universidad Au- ro (2003) y Residencias Artísticas (2012), la beca AlBan que otorga la
tónoma de Puebla. Ganadora del Premio Nacional de Literatura Joven Comunidad Europea para estudios de doctorado y una beca para una
Salvador Gallardo Dávalos, del Premio Nacional de Cuento Alejandro estancia de investigación en la Universidad de Princeton.
Meneses y del Premio Nacional de Narradores Jóvenes María Luisa
Puga. Becaria del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes en los años Víctor Roberto Carrancá (Ciudad de México, 1984). Licenciado en
130 FICCIONES EN FUGA. narrativa breve desde puebla fichas biográficas 131

Derecho, egresado de la Escuela de Escritores de la SOGEM, con es- ra Hispanoamericana por la Universidad de Salamanca. Ha publicado
tudios de maestría en Letras Iberoamericanas y diversos cursos y di- los libros de cuentos El maldito amor de mi abuelita (2000 y 2003); En
plomados en ciencia ficción, terror, así como en criminología aplicada realidad no es una historia de amor (2005); La reunión de los patéticos
al cine y la literatura. Ha obtenido diversos premios literarios, como el (2010) y Con las costillas intactas (2012); así como el libro La unidad
primer lugar en el Cuarto Concurso de Cuentos sobre Alebrijes (INBA y la diversidad. Teoría e historia de las colecciones de relatos integrados
y MAP), mención de honor en el Primer Certamen Panhispánico de (2012). Ha sido colaborador en diversas revistas y suplementos litera-
Relato Breve Letra Turbia (España), ganador del Segundo Concurso rios; y publicado en varias antologías de cuento y crítica literaria. Ha
de Cuento sobre el Centro Histórico de la Ciudad de México “Estación sido becario del FONCA (2002) y del Conacyt para estudios de docto-
Central Bis” (Ficticia), entre otros. Ha publicado en diversas revistas rado en el extranjero (2004-2008). Es miembro del Sistema Nacional
como Crítica, Vice, Picnic, y en diversas antologías de cuento. Es colum- de Investigadores. Actualmente coordina la licenciatura en Literatura
nista de Sexenio, Puebla; así como de la revista Crítica, en su versión y Filosofía y la maestría en Letras Iberoamericanas en la Universidad
digital. El espejo del Solitario (Ficticia, CECAP), publicado en enero de Iberoamericana Puebla.
2014, es su primer libro de cuentos.
José Luis Zárate (Puebla, 1966). Ha obtenido premios nacionales e
Gerardo Oviedo (Puebla, 1979). Autor de novelas, ensayos literarios, internacionales, entre los que destacan el Premio Más Allá (1984), el
crónicas periodísticas, crítica, política, además como conductor de ra- Premio Kalpa (1992), el Premio MECyF (1998 y 2002) y el Premio UPC
dio, activista ciudadano, periodista y compositor. Fue coordinador del de ciencia ficción (2000). Algunos de sus libros son: Entre la luz (Ar-
suplemento literario “6 grados de separación” del periódico Cambio. lequín, 2013); Les Petits Chaperons (micronouvelles), trad. de Jacques
Autor, entre otras novelas, de Espejero (1999); Bajo el peso de nuestro Fuentalba (Francia, Outwold, 2010); La máscara del héroe (reunión de
propio fuego (2006); La transa de los peces (2007); Haroldo 123 (2007); las novelas La ruta del hielo y la sal, Del cielo oscuro y del abismo y Xanto,
Lux est Machina (2008); Los poderes secretos de Milena Ravensburg Novelucha libre, España, Grupo Ajec, 2009); Ventana 654 (México. SE-
(2008); Toda la rabia del mundo (2010); y el poemario Apoyéuticos. MARNAT, 2004); y Xanto, Novelucha libre (Planeta, 1994).
Primer lugar en Poesía y Cuento 1991, en concurso convocado por la
BUAP. Mención honorífica en el concurso de Primera Novela Juan Rul-
fo, convocado por el gobierno de Tlaxcala y el INBA 1998. Becario del
FOESCAP en la categoría de Jóvenes Creadores en 1998. Es maestro del
taller de novela de la Casa del Escritor de 2005 a la fecha y lo fue del
Diplomado de Creación Literaria del Instituto Municipal de Arte y Cul-
tura de Puebla y la Sociedad General de Escritores de México (Sogem).
Promotor de la primera estación de radio comunitaria en la ciudad de
Puebla, la 99.9 fm, así como de proyectos ciudadanos de promoción lite-
raria. Escribió el primer proyecto histórico para el pago de autores po-
blanos para el Festival Internacional de Puebla 2009. Beneficiario de la
beca PECDAP 2011 por su libro Filosofía de la invención, en la categoría
de obra inédita. Actualmente escribe su novela gigante: American Latin.

José Sánchez Carbó (Ciudad de México, 1970). Doctor en Literatu-


Anexo
135

La uniformidad de la abundancia. Antologías y compilaciones de la narrati-


va en Puebla (2000-2013)
José Sánchez Carbó
Universidad Iberoamericana Puebla

Resumen
Durante mucho tiempo el ejercicio de antologar la narrativa “poblana”
fue prácticamente inexistente. Puebla, una literatura del dolor. Anto-
logía histórica de la literatura en Puebla (1995), de Pedro Ángel Palou,
representó la primera muestra formal de este tipo de trabajos. No obs-
tante, resulta interesante observar que a partir de ésta, las antologías
de narrativa breve empezaron a proliferar. Así del 2000 al 2013 se han
publicado cerca de dos decenas de antologías y compilaciones. Esta
cantidad refleja una pujante actividad literaria y editorial. Por una par-
te, presentan una variedad de propuestas que cubren desde el ejercicio
crítico hasta el lúdico, en este sentido encontramos antologías canó-
nicas, temáticas, generacionales hasta la que antologa cuentos con su
respectiva crítica. Pero por otra parte descubren una idea de la litera-
tura anclada en lo urbano y metropolitano. De ahí la uniformidad de la
abundancia.
En los últimos trece años en Puebla se han publicado tantas an-
tologías y compilaciones de cuentos como nunca antes se había visto. Si
bien la calidad o los criterios de selección de muchas de éstas pueden
ser discutibles, tales propuestas de lectura son evidencia de una intere-
sante actividad literaria enriquecida con la participación de escritores,
académicos e instituciones y editoriales públicas y privadas. Antes de
dicho periodo, entre otras, se habían publicado los dos tomos de Puebla,
una literatura del dolor. Antología histórica de la literatura en Puebla
136 FICCIONES EN FUGA. narrativa breve desde puebla La uniformidad de la abundancia. Antologías y compilaciones de la narrativa en Puebla (2000-2013) /José Sánchez Carbó 137

(1995), de Pedro Ángel Palou, aunque bastante cuestionable en algunos y la diversidad, se ha optado por ordenarlo en cuatro grupos: 1) Antologías
aspectos, en este ámbito resulta una referencia ineludible por consti- de carácter canónico, panorámico o didáctico; 2) Antologías temáticas; 3)
tuir la primera muestra formal de este tipo de prácticas. Lejos de las Antologías de premios; y 4) Compilaciones de talleres. En particular se
polémicas inherentes a cualquier antología, Puebla, una literatura del revisarán las antologías del primer grupo, atendiendo básicamente a la
dolor supuso un trabajo de investigación documental y una ambiciosa consistencia y la congruencia de los prólogos e introducciones que pun-
selección de textos que abarcan desde 1694 hasta 1994, en un amplio tualizan los criterios de selección y organización de los cuentos; es de-
espectro de géneros tales como poesía, cuento, novela, teatro, ensayo, cir, son volúmenes más próximos a la idea de antología, mientras el resto
crónica y memorias. Menos conocida en la región ha sido Principios de podría ubicarse en el de compilación. Esto no significa que estas últimas
incertidumbre. Premio Puebla de Ciencia Ficción 1984-1991 (1992), an- carezcan de criterios de selección u organización, así como de propósitos
tología que reúne, no sólo los cuentos ganadores y algunas menciones de representatividad y divulgación. En todos los casos se ha visto que re-
especiales, sino también las actas de los jurados de las ediciones del curren a ellos, sólo que la decisión de inclusión o exclusión de escritores
entonces llamado Premio Puebla de Cuento de Ciencia Ficción, trans- o relatos está condicionada o determinada por otros actores y circun-
formado actualmente en el Premio Nacional de Cuento Fantástico y de stancias, tales como el tema a partir del cual se escribe, la invitación y la
Ciencia Ficción, que a pesar de los vaivenes sexenales y burocráticos aceptación de dicha invitación por parte de los escritores, la selección y
cumple 30 años de existencia en 2014. decisión de un jurado, el compendio por parte del titular de algún taller
Los dos casos contrastan con el periodo que va del 2000 al 2013 o la preferencia del mismo colaborador. En esencia, en los cuatro grupos
en el que se han editado diecisiete antologías y/o compilaciones de na- reconocidos de antologías y compilaciones subyace en distintas grados la
rrativa breve. Éstas representan una variedad de propuestas que cubren intención básica de calidad y representatividad.
desde el ejercicio crítico, pasando por el de la complicidad y el recono- Debido a que me centraré en el primer grupo, a continuación men-
cimiento, hasta la práctica con fines lúdicos. Hay antologías canónicas, ciono las antologías temáticas, de premiación y de taller publicadas en
temáticas, generacionales, de premios y concursos, de talleres, hasta la Puebla en estos trece años. Entre las temáticas se han publicado De claro
que antologa una serie de cuentos acompañados con su respectiva crí- en claro… Cuentos sobre el Quijote (2005),1 De párvulas bocas. Cuentos de
tica. No obstante esta aparente abundancia, en todas ellas persiste una Lolitas (2005),2 Volver a los diecisiete. Cuentos de Lolitos (2010),3 y Pueb-
idea metropolitana de literatura. la Directo. 15 Relatos de la ciudad (2010).4 Éstas se caracterizan porque
Siguiendo la definición de Ana María Agudelo Ochoa, la an- los antologadores convocantes, en estos casos Jorge Arturo Abascal y
tología “es un conjunto de textos y/o fragmentos de textos que se Miguel Ángel Andrade, invitan a un número determinado de escritores
agrupan a partir de ciertas características determinadas por un selec- para escribir ex profeso relatos en torno a El Quijote, las Lolitas, los Lo-
cionador, aunque no siempre argumentadas por el mismo, y una de litos o la ciudad de Puebla. En estas antologías temáticas están reunidos
cuyas finalidades principales es divulgar las obras más representativas en su mayoría escritores afincados en Puebla así como invitados “forá-
de un autor, género, tema, tendencia, movimiento o región” (142). En neos” con proyección nacional e internacional: Marco Tulio Aguilera
la misma línea trazada por Agudelo, importan este tipo de estudios en- Garramuño, Felipe Garrido, José Prats Sariol, Guillermo Samperio, Juan
marcados en el concepto de lo regional porque resultan “indispensables Hernández Luna, Beatriz Espejo o María Luisa “La China” Mendoza.
para un proyecto de historia de la literatura […] que pretenda salirse del Entre las antologías o compilaciones conformadas a partir de
esquema centralista, pues estas obras hacen visible la producción de las relatos ganadores y menciones especiales de concursos convocados
regiones y son constancia de su evolución literaria” (150). por instituciones públicas y privadas en Puebla podemos citar Auroras
En principio este corpus de libros exige ampliar la clasificación y horizontes Antología de cuentos ganadores Premio Nacional de Cuen-
general de antología regional a la que recurre Agudelo. Dada la profusión to Fantástico y de Ciencia Ficción 1984-2012 (2013)5, Río de historias.
138 FICCIONES EN FUGA. narrativa breve desde puebla La uniformidad de la abundancia. Antologías y compilaciones de la narrativa en Puebla (2000-2013) /José Sánchez Carbó 139

Antología de cuentos ganadores Premio Latinoamericano de Cuento Ed- ningún momento la participación de Mario Calderón, cuando la orga-
mundo Valdés 2002-2012 (2013)6; y Six Pack de cuentos. Primer concurso nización de la portada parecería indicar exactamente lo contrario. Así,
de cuento de la Universidad Iberoamericana Puebla 2012 (2013)7. Auro- Ruiz describe que para armar “esta pequeña muestra” consideró que los
ras y horizontes resulta un complemento de la mencionada Principios autores “fueran poblanos de nacimiento, que tuvieran calidad en sus
de incertidumbre, ya que incluye hasta el ganador del premio 2012 y, por textos a pesar de sus diferentes estilos y, finalmente, que fueran voces
su parte, Río de historias presenta una década de los cuentos ganadores nuevas, ajenas a las ‘glorias locales’ que tanto mal hacen a la literatura”
del prestigiado y longevo premio convocado durante 41 años por la in- (3). Cabe mencionar que no especifica qué tipo de males. Luego precisa
stancia cultural del gobierno de estado en turno (Casa de Cultura, Sec- que más bien esta antología “exclusivamente, […] da cuenta del trabajo
retaría de Cultura o Consejo Estatal para la Cultura y las Artes) y que ha narrativo” de los estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras de la
recibido en cuatro décadas cerca de 20 mil cuentos, principalmente de Universidad Autónoma de Puebla (3-4). Todos los relatos son inéditos,
países hispanoamericanos. al menos no consigna fuentes bibliográficas, y algunos fueron merece-
En cuanto a las compilaciones publicadas con textos trabajados dores del Premio Filosofía y Letras (4), fundado por Mario Calderón,
en talleres literarios se incluyen Fronteras del deseo (2004),8 Taller. Re- profesor de dicha facultad. Están organizados en cuatro secciones que
cientes letras de Puebla (2007),9 El útlimo apaga la luz (2011),10 La tram- en palabras de Iván Ruiz “marcan claramente los estilos de los narra-
pa de la medusa (2011),11 Decíamos ayer (2011)12 así como Al otro lado dores incluidos” (4). Estas secciones son “Experimentalismo” (Roberto
del espejo... y otros cuentos (2011). Estas antologías han sido producto de Jiménez Luna, Ricardo Cartas, Rodrigo Durana y Eduardo Montagner),
iniciativas particulares, ya sea de los talleristas o del propio titular del “Fantasía” (Itzel Saucedo Villareal y Arcenia Soriano), “Ruralismo”
taller o promovidas por la institución que organiza talleres como lo se- (Eugenio Pacheco Cejeda y Gloria Cosío Tamariz) y “Prosa poética”
ría la Escuela de Escritores Sogem Puebla. Vale mencionar de Decíamos (Roberto Martínez Garcilazo, Jaime Mesa e Iván Ruiz). Cabe mencio-
ayer que es una antología de la Escuela de Escritores Sogem-Puebla, nar que la selección de Iván Ruiz se ha justificado con el paso del tiem-
con propósitos de divulgación y didácticos, integrada con relatos, así po, puesto que varios de ellos continuan publicando cuento o novela en
como con las poéticas personales de los profesores de dicha institución. editoriales públicas, universitarias o comerciales.
A continuación revisaré las antologías Voces de la narrativa Antología de narradores en Puebla,14 coordinada por Roberto
poblana (2001); Antología de narradores en Puebla (2002); Insólitos y Martínez Garcilazo, también posee sus particularidades. Al igual que la
ufanos. Antología del cuento en Puebla 1990-2001 (2003); Piezas cam- antología anterior también está alojada en una revista, poblana en este
biantes. Escritores en Puebla frente al siglo XXI (2010); y Ni muertos, ni caso, llamada Ítaca. Siguiendo o no la idea de Voces de la narrativa po-
extranjeros: el lector soy yo. Antología de narrativa y crítica literaria con- blana, esta Antología de narradores en Puebla comenzó con la invitación
temporánea en Puebla (2011). a unos cuantos escritores radicados en Puebla para armar un número
Voces de la narrativa poblana,13 aunque publicada en la revista especial de dicha revista, pero la respuesta creció hasta alcanzar un total
Cultura de VeracruZ, podría considerarse un libro, puesto que incluye de cincuenta y tres colaboradores. Más libro que revista y más “tertulia”
sólo la presentación y los cuentos escritos por “poblanos de nacimien- y “convivio” que antología, como lo define el propio Martínez Garcilazo,
to”. En la portada aparece el nombre de Mario Calderón, justo arriba están reunidos escritores nacidos o radicados en Puebla, “glorias loca-
del título temático de la revista, Voces de la narrativa poblana, y abajo les” y jóvenes promesas, que en su mayoría enviaron un texto inédito
en letras pequeñas el de Iván Ruiz como autor de la presentación. Esta y representativo de su propia narrativa, para integrar lo que Martínez
distinción marcada por las proporciones de la tipografía llama la aten- Garcilazo pretendidamente considera será un “capítulo importante de
ción porque curiosamente en dicha “Presentación” Iván Ruiz señala de la aún no escrita historia de la literatura del siglo XX poblano” (14).
forma clara que a él le pidieron preparar la antología, sin mencionar en Insólitos y ufanos. Antología del cuento en Puebla 1990-2001,15
140 FICCIONES EN FUGA. narrativa breve desde puebla La uniformidad de la abundancia. Antologías y compilaciones de la narrativa en Puebla (2000-2013) /José Sánchez Carbó 141

para Lauro Zavala, representa “el primer ensayo sistemático sobre los rativos y ensayísticos, la mayoría inéditos, de 28 escritores, organiza-
cuentos que han sido escritos en el estado de Puebla” (14). En una am- dos, como se había anticipado, en tres “generaciones” según la década
plia “Introducción”, Jorge Arturo Abascal Andrade define los criterios de nacimiento: 60’s, 70’s y 80’s. Jaime Mesa en principio planeó selec-
bajo los cuales se rigió para constituir su antología. Entre estos consi- cionar diez escritores por década basándose en su presencia en medios
deró que los autores debían tener un libro publicado, “su producción impresos, los apoyos recibidos a través de becas de creación o los premi-
debió realizarse en Puebla” y “los textos fueron tomados de libros que os literarios recibidos. Sin embargo, al final fueron incluidos seis narra-
aparecieron entre 1990 y 2001” (19). No importó de los autores su lu- dores de los sesenta; quince de los setenta; y siete de los ochenta. Con
gar de nacimiento, edad, lugar de residencia “posterior a la aparición de la lista definida, les solicitó a cada uno tres textos para seleccionar solo
su libro”, los premios recibidos o la trayectoria. Respecto a los cuentos uno, el que más le interesara. Como bien dice el propio Mesa, una de las
obvió la extensión, la temática, el tratamiento, si fueron antologados apuestas más arriesgadas de esta antología fue la inclusión de jóvenes
en otra ocasión o si recibieron premios (20). El conjunto de cuentos escritores nacidos en los ochenta. También vale mencionar que Mesa
fue ordenado con criterios estilísticos en cinco secciones denomina- cita y comenta brevemente antologías anteriores, revisa sus criterios de
das “Veredas urbanas”, “Caminos legendarios”, “Sendas terroríficas”, selección –intuyo que también el texto de Lauro Zavala, “Acerca del arte
“Rutas de futuro” y “Horizontes taciturnos”. Además, en las páginas y la técnica de elaborar antologías”, publicado en Insólitos y ufanos–, y a
finales, incluye una serie de entrevistas con los narradores con la inten- partir de estos definió los propios. De la antología de Iván Ruiz rescata
ción de “presentar los conceptos que de este género tienen los cuentis- su apuesta por escritores noveles; de la de Jorge Abascal, su “intento
tas locales” (284); una bibliografía de antologías del cuento mexicano de mantener a raya a la subjetividad” (25); y de la de Roberto Martínez
y una “Conclusión”, en la que Abascal Andrade marca algunas ausen- Garcilazo, la tolerancia, pues representa “un espacio que consiente la
cias temáticas en los cuentos como son “el compromiso social”, la te- diferencia o el margen de calidad o cantidad de autores” (26). Por últi-
mática gay, la “marginalidad” o la “temática claramente juvenil” (296). mo, expresa que intentó constituir “un breve museo de narrativa”, pre-
Más bien, dice, “priva la solemnidad o la fuga a realidades lejanísimas” sentar “un panorama de las expresiones literarias ofrecidas en la Pueb-
(296), la ciencia ficción, “lo urbano, lo cotidiano” (297) sin denuncia la actual y de quienes la producen, para mostar que la notable variedad
contra un orden social, y los cuentos “donde la forma está embellecida es la característica de la literatura escrita por tres generaciones” (26).
por la exactitud” (297). Finalmente dentro de este conjunto de propuestas antológicas
Piezas cambiantes. Escritores en Puebla frente al siglo XXI,16 está Ni muertos, ni extranjeros: el lector soy yo. Antología de narrativa y
una de las más recientes propuestas, fue publicada por la desapareci- crítica literaria contemporánea en Puebla,17 que difiere sustancialmente
da Secretaría de Cultura del Estado de Puebla y coordinada por Jaime de las anteriores. En principio, como lo anuncia el título, incluye el tra-
Mesa, “subdirector de ediciones” de la misma institución. Este proyec- bajo creativo y crítico de tres cuentistas y de tres críticos. De esta forma,
to, como veremos, linda entre la antología y la compilación. Para Espe- cada cuento está acompañado de una lectura crítica y de sendas entre-
ranza Toral, como señala en el “Prólogo”, es una antología aunque se vistas con los colaboradores sobre temas relacionados con el fenómeno
valga “de criterios desacostumbrados” (12), como romper “el esquema literario en sus expresiones creativa y crítica. Este proyecto coordinado
de catálogo literario agotador y de tipo histórico”, expulsar “a los es- por Abigail Villagrán y María Todorova, profesoras de la Universidad
critores nacidos en los años cincuenta y de cronologías anteriores”, y Popular Autónoma del Estado de Puebla (UPAEP), tiene como base
porque, en última instancia, “resulta difícil hablar de generaciones de metodológica a la hermenéutica filosófica; de ahí que sus objetivos van
escritores si sólo nos referimos a la fecha de nacimiento del autor” (12). más allá de proponer un canon, panorama o catálogo, como en los ca-
En cambio para Jaime Mesa, en el texto introductorio, “Coordenadas sos anteriores. Con esta conjunción de voluntades y apoyadas en la una
de una literatura local”, resulta una compilación que reúne textos, nar- metodología hermenéutica, buscan establecer un modelo dialógico de
142 FICCIONES EN FUGA. narrativa breve desde puebla La uniformidad de la abundancia. Antologías y compilaciones de la narrativa en Puebla (2000-2013) /José Sánchez Carbó 143

interpretación. Villagrán y Todorova partieron “del supuesto de que regional o la búsqueda identitaria. Ninguno de los prólogos o introduc-
este modelo permitirá al lector construir sentido, es decir, comprender ciones habla de pretender identificar las constantes de la “literatura po-
[pues] al transparentar las posibilidades del diálogo entre el crítico y el blana” sino únicamente de la literatura escrita o publicada en Puebla.
narrador, tendrá los elementos para interpretar desde diferentes enfo- No resaltan los aspectos lingüísticos o temáticos vinculados al arraigo
ques e integrar al conjunto su propio horizonte de interpretación” (12). territorial o el color local. Estas antologías y compilaciones buscan ex-
Con lo anterior querían evitar la imposición autoritaria de antologías poner y divulgar lo escrito en Puebla. Para los antologadores, la idea de
“que responden a la tendencia pretendidamente objetiva” (11), a la ar- definir la “literatura poblana” carece de interés.
bitrariedad de la mera “impresión personal” (12) o a las pretensiones de También es relevante que no se hayan intentado nuevas pro-
“legitimación que intenta persuadir o sencillamente manipular al lec- puestas antológicas de carácter histórico. Por el contrario, predomina
tor” (12), como sucede en los tres modelos “prescriptivos” de antologías la atención hacia la cuentística contemporánea, ya que “la mayoría de
que reconocen como las más comunes: las basadas en criterios supues- las antologías locales inician su interés en los autores nacidos en la dé-
tamente objetivos, en las que prevalece el gusto del antologador y las cada de 1950” (Mesa 15), o porque “las glorias locales” son perjudiciales
que intentan “promover desde un interés personal ciertas tendencias” (Ruiz 3). Estas antologías que buscan la visibilidad, es decir, la promo-
(11). De acuerdo con los criterios y propósitos mencionados, la antolo- ción de las nuevas generaciones, están enfocadas en “presentar lo más
gía quedó organizada en tres secciones de binomios narrador-crítico en reciente de la producción cuentística creada en Puebla” (Abascal, In-
las que se integran el cuento, el texto crítico, los comentarios del narra- sólitos 19), ya que los otros, los consagrados, “tienen una trayectoria y
dor respecto a la crítica, las entrevistas con el narrador y el crítico y sus una visibilidad más importantes que el resto” (Mesa 16), pese a que su
respectivas notas biográficas. Las antologadoras no aclaran qué crite- producción “se ha visto reducida a comparación de los libros que escri-
rios tomaron en cuenta al momento de seleccionar a los tres cuentistas bían y publicaban antes” (Mesa 16).
pero sí explican que los críticos fueron escogidos por los escritores; por No obstante lo anterior, resulta cuestionable inscribir estas an-
su parte, los cuentos fueron seleccionados, según el caso, por el propio tologías en el ámbito de los estudios literarios regionales, puesto que
autor o el crítico. de ninguna forma son muestra de lo regional (concepto que tiene otros
alcances), ni siquiera de lo estatal, sino estrictamente de lo urbano o co-
Consideraciones finales nurbano, si asumimos que la ciudad de Puebla es una metrópoli consti-
La abundante producción de antologías y compilaciones publicadas tuida por al menos cinco municipios: Puebla, San Andrés Cholula, San
en Puebla devela la existencia de un sistema literario (Cornejo Polar) Pedro Cholula, Amozoc y Cuautlancingo.
o campo literario (Bourdieu) constituido por un conjunto significativo En este sentido, esta loable empresa reproduce la idea genera-
tanto de escritores y críticos como de instituciones gubernamentales lizada de literatura desde la perspectiva culta y metropolitana que, en
(estatales y municipales), académicas (Benemérita Universidad Au- un sentido extraliterario, viene a ser un reflejo del añejo modelo de po-
tónoma de Puebla, Universidad Iberoamericana Puebla, Universidad líticas económicas y sociales de gobiernos estatales centralistas. Este
Popular Autónoma del Estado de Puebla, Universidad del Arte, Uni- corpus centrado en la promoción de la literatura culta producida en la
versidad de las Américas Puebla), editoriales locales (Lunarena, Siena capital del estado que ha sido escrita en español, en la mayoría de los
Editores, Ediciones de Educación y Cultura), instituciones privadas de- casos, sólo incluye a aquellos escritores y críticos que gravitan y confor-
dicadas a la promoción de la lectura y la literatura (Profética o Duerme- man las redes del sistema o campo literario urbano. Es posible recono-
vela) y medios impresos (periódico Síntesis y revista Ítaca). cer la importancia que tienen las relaciones y niveles de participación
Asimismo estas antologías y compilaciones favorecen la descen- dentro del sistema literario. Recordemos que los antologadores ponde-
tralización de la literatura, sin caer en la tentación del sentimentalismo raron a los escritores de una facultad, los cuentos de libros publicados
144 FICCIONES EN FUGA. narrativa breve desde puebla La uniformidad de la abundancia. Antologías y compilaciones de la narrativa en Puebla (2000-2013) /José Sánchez Carbó 145

en Puebla, que quiere decir la capital, o su significativa presencia en el manca: ACG-Global, 2004.
sistema literario a través de publicaciones, reconocimientos o subven- Caravantes, Javier, et. al. Decíamos ayer. Puebla: Instituto Municipal
ciones, todas ellas centralizadas. Habría que agregar que el gobierno del de Arte y Cultura, 2011.
estado desde hace más de una década ha convocado a varios concursos Gatti, Sebastián. El último apaga la luz. Antología de Escritores Sogem-
de cuentos en lenguas indígenas (tepehua, otomí, popoloca, mazateco, Puebla. Puebla: BUAP/Instituto Municipal de Arte y Cultura de
mixteco, náhuatl y totonaco) pero hasta ahora no se ha publicado algu- Puebla, 2011.
na recopilación o compilación de estos certámenes. —. La trampa de la medusa. Antología de alumnos de la Escuela de Es-
Así, estos ejercicios de visibilidad y representatividad literaria critores Sogem-Puebla. Puebla: Instituto Municipal de Arte y
son sin duda legítimas apuestas a favor de la descentralización respecto Cultura de Puebla, 2011.
al ámbito nacional, pero, por otro lado, se convierten en expresiones de Lino González Manuel, et. al. Río de historias. Antología de cuentos ga-
la hegemonía que ejerce la capital sobre los demás municipios y culturas nadores Premio Latinoamericano de Cuento Edmundo Valadés
del estado, tal como se evidencia en los criterios de selección revisados. 2002-2012. Puebla: CECAP/BUAP/Colegio de Puebla/Univer-
sidad Iberoamericana, 2013.
Trabajos citados Martínez Garcilazo, Roberto. Antología de narradores en Puebla. Pue-
Abascal Andrade, Jorge Arturo. Volver a los diecisiete. Cuentos de Lo- bla: Síntesis, Ítaca, BUAP, 2002.
litos. Puebla: Instituto Municipal de Arte y Cultura de Puebla, Mesa, Jaime. Piezas cambiantes. Escritores en Puebla frente al siglo
Ediciones de Educación y Cultura, Universidad del Arte, Duer- XXI. Puebla: Secretaría de Cultura, 2010.
mevela, Profética, 2010. Morales, Mariano. Taller. Recientes letras de Puebla. Puebla: BUAP,
---. De claro en claro… Cuentos sobre el Quijote. Puebla: Ediciones de 2007.
Educación y Cultura, 2005. Palou García, Pedro Ángel. Puebla, una literatura del dolor. Antología
—. De párvulas bocas. Cuentos de Lolitas. Puebla: BUAP, Siena Editores, histórica de la literatura en Puebla. 2 tomos. Puebla: Secretaría
2005. de Cultura, 1995.
—. Insólitos y ufanos. Antología del cuento en Puebla 1990-2001. Puebla: Ruiz, Iván. «Presentación.» Voces de la narrativa poblana. Xalapa: Edi-
BUAP, Secretaría de Cultura, 2003. ciones de Cultura, 2001. 3-9.
Agudelo Ochoa, Ana María. “Aporte de las antologías y de las selec- Salas Sigüenza, Irma, et. al. Six Pack de cuentos. Primer concurso de
ciones a una historia de la literatura.» Lingüística y Literatura cuento de la Universidad Iberomaericana Puebla 2012. Puebla:
(2006): 135-152. Universidad Iberoamericana, 2013.
Andrade, Miguel Ángel. Puebla directo. 15 relatos de la ciudad. Puebla: Sharwarz, Mauricio José, et. al. Auroras y horizontes. Antología de cuen-
Instituto Municipal de Arte y Cultura, BUAP, 2010. tos ganadores Premio Nacional de Cuento Fantástico y de Cien-
Armenta, Celine, et. al. (ants). Principios de incertidumbre. Premio Pue- cia Ficción 1984-2012. Puebla: CECAP/BUAP/Colegio de Pue-
bla de Ciencia Ficción 1984-1991. Puebla: Gobierno del Estado bla/Universidad Iberomaericana, 2013.
de Puebla, 1992. Toral, Esperanza. «Prólogo.» Piezas cambiantes. Escritores en Puebla
Bermúdez, Ana María, et. al. Al otro lado del espejo... y otros cuentos. frente al siglo XXI. Puebla: Secretaría de Cultura, 2010. 3-12.
Puebla: BUAP/Colegio Woodcock, 2011. Villagrán Mora, Abigail y María Todorova Gueorguieva. Ni muertos, ni
Calderón, Mario. Voces de la narrativa poblana. Xalapa: Ediciones de extranjeros: el lector soy yo. Antología de narrativa y crítica lite-
Cultura, 2001. raria contemporánea en Puebla. Puebla: UPAEP, 2011.
Calderón, Mario y Carlos Alatriste Montiel. Fronteras del deseo. Sala- Zavala, Lauro. «Acerca del arte y la técnica de elaborar antologías.»
146 FICCIONES EN FUGA. narrativa breve desde puebla La uniformidad de la abundancia. Antologías y compilaciones de la narrativa en Puebla (2000-2013) /José Sánchez Carbó 147

(ant), Jorge Abascal Andrade. Insólitos y ufanos. Antología del demia”; Sergio de Regules “El último día de Cedric Hamilton”; Isabel Velázquez, “Manco a orillas
cuento en Puebla 1990-2001. Puebla: BUAP, 2003. 9-15. del Floss”; Luis Gutiérrez Negrín, “La disuasión”; Olga Fresnillo, “Feliz advenimiento”; Gerardo
Horacio Porcayo, “Imágenes rotas, sueños de herrumbre”; Juan Hernández Luna, “Soralia”; Ro-
Notas drigo Pardo Fernández, “El despertar”; Ramón González Sodano, “La ocasión del verdugo”; José
  Autores y títulos incluidos: Marco Tulio Aguilera Garramuño, “De cómo pende la verdad más ínti-
1
Luis Ramírez, “Hielo”; Sergio Juan Monreal Vázquez, “Ella”; Carlos Alberto Limón Cortés, “Cor
ma del ingenioso Hidalgo de un pelo de camello”; Ricardo Cartas, “De triste figura”; Gregorio Cer- Digitali Christi”; Juan Barranco Monarca, “Realidad”; Ricardo García Mainou, “Comin’o’Age”; Car-
vantes Mejía, “Polvo entre los dedos”; Jorge Omar Cortés, “Visita al antro de Montesinos”; Felipe los Magaña Hernández, “Edén subvertido”; Gerardo Arturo Zepeda Ordorica, “El caso del doctor
Garrido, “La última aventura”; Alejandro Meneses, “Cosas veredes”; Beatriz Meyer, “Los pies de mi Harrington”; Javier González Cárdenas, “La columna”; Gustavo Ogarrio Badillo, “Noticias desde
Dorotea”; José Prats Sariol, “María Tornez”; Guillermo Samperio, “La triste historia de don Queza- París”; Ricardo Chávez Castañeda, “La caída del cielo”; María Luisa Erreguerena Albaitero, “Ju-
dilla y el desalmado Pilatos Elbar”; José Sánchez Carbó, “¿Quién es el autor del plagio?”; y Gerardo lieta de los espíritus”; Danner González Rodríguez, “La cofradía del Gran Gato”; Federico Vite Ló-
Arturo Zepeda Ordorica, “Este cuento no existe”. pez, “Salón Rojo”; Rodolfo Jiménez Morales, “Presente imperfecto”; Guillermo Marquet Rubial,
2
  Autores y títulos incluidos: Jorge A. Abascal Andrade, “Pórtico”; Günther Petrak Romero, “Cuer- “Rumbos perdidos”.
pos”; Alejandro Meneses, “La bella vida”; Gerardo H. Porcayo, “El alado aroma de tu piel”; Gabriel 6
  Autores y títulos incluidos: Jorge Arturo Abascal Andrade, “Prólogo”; Manuel Lino González, “En
Wolfson, “Lechuga”; Jorge A. Abascal Andrade, “Tatuajes”; José Luis Zárate, “En la red”; Juan Her- rigor”; Héctor Antonio Sánchez Martínez, “Coincidencia”; Luis Felipe Gómez Lomelí, “El cielo de
nández Luna, “Ella dijo una pregunta interesante y yo no pude responderla…”; Alejandro Badillo Neuquén”; Gustavo Ogarrio Badillo, “Nunca seremos poetas”; Claudia Guillén, “La cita”; Fernando
Cervantes, “Mariposa nocturna”; Mariano Morales Corona, “Breadhie”; Octavio Reyes, “Las niñas Vizcarra, “Amalia no vendrá”; Omar Alberto Santos Balán, “La confesión de los blasfemos”; Agusti-
del amor”; José Sánchez Carbó, “Buscó entre mis dientes nuestra fantasía”; Guillermo Samperio, na María Bazterrica, “Lavavajillas”; Miguel Martínez Jiménez, “El buen ladrón”; Eduardo Sánchez
“Joven Dragón Verde”; Víctor Arellano, “A los cincuenta”; y Ricardo Cartas Figueroa, “Escuchando García, “El último elefante”; Antonio Delgado, “Lucha con un ángel”.
a Ninón”. 7
  Autores y títulos incluidos: Eduardo Sabugal “Prólogo”; Irma Salas Sigüenza “Chocolate”; Brandon
3
  Autores y títulos incluidos: Jorge A. Abascal Andrade, “Pórtico”; Laura Martín, “De clasificado a Estrada Cerón, “Factor foráneo”; Israel Lombardero Juárez, “Tiempo, luces e infinito”; Uriel Pérez
epitafio”; Beatriz Espejo, “Don’t try this at home”; Erika Rivero Almazán, “Con olor a pan”; Maribel Meléndez “En el esqueleto de la memoria quedaron los huesos perfumados”; Jorge Luis Cortés
Vázquez Lorenzo, “Violentamente conceptual”; Judith Castañeda Suarí, “Maldita luna”; Isa Gon- Alcántara, “Luciferi Excelsis”; Marco Salas López, “Literalmente”.
zález, “Té de tila”; Alejandra Domínguez, “Epifanía y coffee beans”; Paloma Villalobos Preciado, 8
  Autores y títulos incluidos: Carlos Alatriste, “El diálogo que nunca tuvimos”; Guillermo Carrera,
“Tarde de café”; Beatriz Meyer, “Boca de viuda”; Iris García Cuevas, “Un trato”; María Luisa “La “Hacer cuentos no es ponerle verbos a lo baril”; Javier Eduardo Dorantes, “Todos tienen tortita
China” Mendoza, “Un hombre como una palabra”; Amelia Domínguez, “La ceiba”; y Luz Idolina yomi, yomi menos yo”; Gilles André, “La caída de Gabriel”; Alí Calderón Farfán, “Autogol”; Gui-
Velázquez Soto, “Orfandad en llamas”. llermo Garay, “Viendo True romance”; Rosa María Couto, “Adiós Verónica”; Julio César Pérez
4
  Autores y títulos incluidos: Miguel Ángel Andrade, “Presentación”; Javier Caravantes, “Atención Morales, “Caníbal”; Yussel Dardón, “Polly habita el grunge”; Araceli Abarca Rosano, “Placeres
telefónica”; Judith Castañeda Suarí, “De los ángeles, de Zaragoza”; Roberto Corea Torres, “Los de piedra”; Flor Daniela García Dávila, “Ella”; Josefina Jiménez Santos, “Soledad interrumpida”;
Guajolotes de donde la Güera”; Yussel Dardón, “Sólo son tres amigos”; Guillermo Garay, “La vida Rubén Máximo Márquez, “Mujer en el espejo”; Carlos Conde Romero, “Legend”; María del Rayo
en el limbo”; Iris García, “Designio”; Isabel González, “Nosotros los pecadores”; Verónica List, “Se Ortiz García, “Los viejos”.
fue con el río”; Rodolfo Luna Rodríguez, “La noche de las maravillas”; Guillermo Martínez Rodrí- 9
  Autores y títulos incluidos: Paloma Villalobos, “Espirales”, “Origami”, “Albedrío I” y “Abrapalabra”;
guez, “El monstruo sagrado”; Beatriz Meyer, “Boca de viuda”; Efigenio Morales Castro, “La más- Jorge Viladoms, “El caballero”, “El juego” y “La venganza”; Maribel Vázquez, “Agua de mariposas
cara matutina”; Gerardo Horacio Porcayo, “Precaución: tránsito intenso”; José Luis Prado, “Plain negras”; María Sanz, “Soroche” y “Niebla subterránea”; Geraldine Ovando, “Doblez de cara”, “Dos
Notebook. México, Puebla”; y Gabriel Wolfson, “Navidad”. mentiras y un sueño” y “De allá… de donde somos”; Myriam Aleida Núñez, “Ámbar, Día de reyes”;
5
  Autores y títulos incluidos: José Luis Zárate, “Prólogo. Otros tiempos”; Mauricio José Schwarz “La Elia Mercedes G. Meneses, “Última batalla”; Mirenzuri Menéndez, “Cientos de palabras”, “La viu-
pequeña guerra”; Héctor Chavarría, “Crónica del gran reformador”; Arturo César Rojas, “El que da de Santiago” y “Las horas”; Sofía Martínez de Castro, “Bas-hora”; Gabriela Hernández Olvera,
llegó hasta el metro Pino Suárez”; José Luis Zárate, “El viajero”; Gabriela Rábago Palafox, “Pan- “La visita” y “Hora cero”; Rosalía Genis, “Mujer que llora”; María del Carmen Fernández Menchu,
148 FICCIONES EN FUGA. narrativa breve desde puebla La uniformidad de la abundancia. Antologías y compilaciones de la narrativa en Puebla (2000-2013) /José Sánchez Carbó 149

“Cuadricirgelfoterno”, “…y Eloísa recordó”; Rubí Delgado, “Lhaura”; Luis Ceballos, “Postura” y gatos”; José Carlos Blázquez Espinoza, “Instantáneas”; Nadia Borislova, “El dragón amarillo”; Ma-
“Vientos de otoño”; Marcos Castillo, “Viernes Santo”, “El vengador” y “El hot dog”; Rebeca Cañe- rio Calderón, “Aquella niña”; Miguel Campos Ramos, “Machos”; Ricardo Cartas Figueroa, “Cos-
do, “Jugando a ser perfectos”; Anuar Elías, “Para aprehender inglés en ocho lecciones”. mo”; Gregorio Cervantes Mejía, “ El beso de la luna”; Yussel Dardón, “La vaca (sagrada)”; Amelia
10
  Autores y títulos incluidos: Sebastián Gatti, “Presentación”; Beatriz Meyer, “Prólogo”; Pedro Domínguez Mendoza, “La sangre también recuerda”; Raúl Dorra, “El sermón de las siete pala-
Ocejo Tarno, “Libros escritos, libros leídos”; Blanca Alcalá Ruiz, “La escritura y su función crea- bras”; Rodrigo Durana, “El mico”; Verónica Estay Stange, “Tango para una mujer sola”; Andrés Fe-
dora”; Diana Araiza Velazco, “Nieve primaveral”; Óscar Raziel Cosme López, “Por si algo hubiera ria Guadarrama, “Cancerbero”; Rodolfo García Cruz, “Anatomía de la incertidumbre”; Guillermo
cambiado”; Elizabeth Cruz Aguilar, “Dos brujas”; Cristian de la Torre, “Sopor”; Martha A. Echeve- Garay Torillo, “Concierto detrás de la cortina”; Juan Sebastián Gatti, “Genealogías”; Beatriz Gutié-
rría Zapata, “Unos cuantos tequilas”; Miguel González, “Te gusta a ti ese son”; Margarita Aurora rrez Mueller, “Muero de ti”; José Luis Ibarra Mazari, “San Rodolfo del Cotón”; Roberto Jiménez
González Ramírez, “Aniversario”; César Hernández Hernández, “Otro muerto”; Brenda Navarro Luna, “Retrospectiva”; Camila Karrson Jólakötturinn, “Las branquias rotas de un pez”; Carlos A.
M., “El asalto a Raúl Castro”; Luis Alonso Ordoñez, “Play”; Abigail Rodríguez Contreras, “Tijeras Limón, “Cor Digitali Christi”; Oscar López Hernández, “Cajas apiladas”; Roberto Martínez Garci-
negras”; Tzuyuki Romero Flores, “El tiempo bordado en oro”; Hazael Ruiz, “Fuego”; Esperanza lazo, “El manto de San Cristóbal”; Teresa Martínez Terán, “Yolcán”; Ángeles Mastretta, “Magdale-
Sosa Meza, “Días de mayo”; Israel Torres Hernández, “Cuenta pendiente”; María del Sol Valdivia na”; Alejandro Meneses, “Volver a casa”; Flor de Liz Mendoza, “Quimeras de arcilla”; Jaime Mesa,
Rosas, “El amante de Cristel”. “Clara o el recuerdo del mar”; Beatriz Meyer, “Lorencillo de mi buen alivio”; Eduardo Montagner
  Autores y título incluidos: Gerardo Alonso, “¿Qué más podría hacer?” y “California dreaming”; Ja-
11
Anguiano, “Un vacío en el pesebre”; Mariano Morales Corona, “El reportaje”; Efigenio Morales
vier Chavelaz, “Pasarela de Milán” y “Digestión”; Mari Ruffi Herrera, “La vida en el limbo”; Anahí Castro, “Muros aparentes”; Eugenio Pacheco Cejeda, “La tierra prometida”; Pedro Ángel Palou
López Fernández, “¿Quieres que te cuente el cuento del gallo pelón?”; Olivia Teroba, “La única vía”, García, “Acaso ella no existe”; Rodrigo Pardo Fernández, “Victoria y el espejo”; Günther Petrak Ro-
“Carta desde un país tomado” y “Música en la noche”; Isui Tovar, “Soy tu vida”, “Ojos Bermellones” mero, “Cuerpos”; Enrique de Jesús Pimentel Garibay, “El cuadro de Villalobos”; Gerardo Horacio
y “Aquellas otras”; Patricia Vélez, “Sabor a girasoles” y “Metamorfosis”. Porcayo, “El resto de las tardes”; Moisés Ramos Rodríguez, “El mapa”; Iván Ruiz, “Los desiertos del
12
  Autores y títulos incluidos: Javier Caravantes, “San Cristóbal”, “Sí o No” y “Yo vs Yo”; Gregorio Cer- amor”; Juan Gerardo Sampedro, “Una nota (A) política del 68”; José Sánchez Carbó, “¿Su amor?,
vantes Mejía, “El beso de la luna”, “La mirada del dios”, “Polvo entre los dedos” y “Apuntes sobre enferma”; Itzel Saucedo Villareal, “Pequeña ruptura silenciosa”; Arcenia Soriano Marín, “La brisa
la génesis de tres cuentos”; Martha A. Echeverría Zapata, “Con un soplo”, “El mejor lugar” y “Mo- de Julia”; Victor Toledo, “Coplas marinas”; Claudia Uranga Fernández, “Mucocele”; José Alberto
rir en el intento”; Guillermo Garay, “Y suspiraban entre las sombras”, “Algunos morirán sin saber Vázquez B., “La chica del Punto Rojo”; Marcos Winocur, “Cristito, Nieto de Dios y de María”; Ga-
por qué y otros perderán sólo un poquito de sangre… (G.F)” y “Escucharás la música al amanecer”; briel Wolfson, “Alberto Mestre, excéntrico”; José Luis Zarate Herrera, “75, 345”; Gerardo Arturo
Juan Sebastián Gatti, “Historia de Ulises”, “Si no fuera por eso no hubiera pasado nada” y “La otra Zepeda Ordoríca, “La ropa que nos pusimos”.
cosa”; Beatriz Meyer, “Desierto”, “La bella Nora”, “Una nube demasiado roja” y “Poética del cuen- 15
  Autores y títulos incluidos: Lauro Zavala, “El arte y la técnica de elaborar antologías”; Dolores
to”; Ricardo Pérez Quitt, “Carmen Serdán una ofrenda” y “El teatro”; Enrique de Jesús Pimentel, Zamorano, “Alejandro a las cinco y media”; Concepción Zayas, “Beatriz”; Víctor Arellano, “Una
“Medusa de Luz” y “Morbus Gálico”; Glafira Rocha, “Llaves”, “No mujeres, no niños”, “Mute (sin novela”; Miguel Campos Ramos, “Cabrerita”; Gabriel Wolfson, “Antiguos compañeros”; Maribel
sonido)”, “Hoja en blanco” y “Poética”. Vázquez Lorenzo, “En talavera”; José Sánchez Carbó, “Edipo el Predicador”; Günther Petrak, “Lu-
13
  Autores y títulos incluidos: Iván Ruiz, “Presentación”; Roberto Jiménez Luna, “Nostalgia” y “Ter- cina”; Amelia Domínguez, “Guachachi”; Mireia Viladevall Guasch, “Entre ángeles”; Juan Sebas-
cera caída”; Ricardo Cartas, “Señorita Moctezuma” y “Señorita que contó una historia”; Rodrigo tián Gatti, “Recuerdos de Lucinda”; Gregorio Cervantes Mejía, “Diario de abordo”; Mariano Mora-
Durana, “Brave”, “El cosmos”, “El vampiro Zacatense” y “E-mail”; Eduardo Montagner Anguiano, les, “Lagartos”; Efigenio Morales Castro, “Imágenes”; Gerardo Horacio Porcayo, “ Canta infierno
“Emilio sabor a herrumbre”; Itzel Saucedo Villareal, “Mimetismo” y “Puerta al horizonte”; Ar- canta”; José Luis Zárate, “Vallas”; José Luis Tapia Sánchez, “Los elegidos”; Gerardo Sifuentes,
cenia Soriano, “Ah xixtel ul” y “Almácigo de orquídeas”; Eugenio Pacheco Cejeda, “Estoy vivo” y “Radio Karate”; Beatriz Meyer, “La ruta más larga hasta tu piel”; Alejandro Meneses, “Ángela y los
“Una mosca”; Gloria Cosío Tamariz, “Pepe cenizas”; Roberto Martínez Garcilazo, “Marina”; Jaime ciegos”; Jorge A. Abascal Andrade, “Fátima”; Pedro Ángel Palou García, “Apocalipsis con gatos”;
Mesa, “Una mirada desde el campanario”; e Iván Ruiz, “Tierra salvaje”. Raúl Dorra, “La casa”.
14
  Autores y títulos incluidos: Aída Gambetta Chuk, “Prólogo”; Enrique Aguirre Carrasco, “Dos con- 16
  Autores y títulos incluidos: Esperanza Toral, “Una generación vacía”; Jaime Mesa, “Coordenadas
ferencias”; Jorge Arturo Abascal Andrade, “Koppa Jantipa”; Victor Manuel Arellano Durán, “Dos de una literatura local”; Jesús Bonilla Fernández, “El bosque interdicto”; Fritz Glockner, “El cla-
150 FICCIONES EN FUGA. narrativa breve desde puebla

vo”; Juan Sebastián Gatti, “Historia del Maestro Forjador”; Pedro Ángel Palou, “Huaquechula”;
Gerardo H. Porcayo, “Precaución: tránsito intenso”; Isaí Moreno, “La gran pregunta del durazno”;
Gregorio Cervantes, “La fragilidad de la tierra”; Alejandro Palma Castro, “Mi secreto de Leonard
Cohen”; Fernando Sánchez Clelo, “Así es mi niño”; Judith Castañeda Suarí, “Las manos en la espal-
da”; Sheng-Li Chilián, “Los efectos del desenfado Aproximaciones al Vampiro de la colonia Roma”;
Eduardo Montagner, “Mo”; Álvaro Hernández, “Dos visiones del gaucho”; Gabriel Wolfson, “Bos-
que”; Alejandro Badillo, “A solas”; Eduardo Sabugal, “Involuciones”; Arturo Ordorica, “Brevedad
de las horas”; Guillermo Espinosa, “Prolegómenos para una historia de la alburología literaria”;
Aarón B. López Feldman, “Poder, ciencia y tortura: la reinvención de la tortura en el siglo XX”;
Diana Isabel Jaramillo, “Las que mueren de amor van al cielo”; Ignacio Sánchez Prado, “Para una
literatura comprometida”; Marco Menéndez, “Pupilas dilatadas”; Juan Carlos Reyes, “Bienveni-
do”; Yussel Dardón, “Ninjas de canela”; Armando M. Zanker, “Oda del poeta adolescente”; Jorge
Mendoza Romero, “El otoño recorre las islas de José Carlos Becerra”; Sergio Rosas, “El baño de
Mariana”; Alejandra Vergara, “Gobernadoras”.
  Autores y títulos incluidos: Eduardo Sabugal, “De tijeretazos y perros negros”; Noé Blancas, “El
17

tarecua”; Gregorio Cervantes Mejía, “El linaje del Lobo”; Jesús Bonilla Fernández, “Gregorio Cer-
vantes, mitógrafo”; Alejandro Badillo, “Ícaro”; José Sánchez Carbó, “Tiempo y espacio en ‘Ícaro’
de Alejandro Badillo”.
La edición, corrección, diseño editorial y su-
pervisión de impresión de este libro estuvo a
cargo de La Aldea, consultoría editorial y grá-
fica. La impresión tuvo lugar en los talleres de
El Errante Editor, SA de CV, Privada Emiliano
Zapata 5947, San Baltasar Campeche, Puebla,
Pue. Se terminó de imprimir en el mes de mayo
de 2014. El tiro consta de 1000 ejemplares.

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