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COBATAB PLANTEL 3

MATERIA: LITERATURA
1

PROFESOR: JORGE ESCALANTE OCHOA

OBRAS: EDIPO REY – EL FLAUTISTA DE


HAMELIN – EL REY MIDAS Y EL TOQUE DE
ORO

ALUMNA: HEIDY SERAPIO CRUZ

SEMESTRE: 3º

GRUPO: B

FECHA DE ENTREGA: 20/11/14


INDICE
EDIPO REY............................................................................................................................................ 3

EL FLAUTISTA DE HAMELIN ................................................................................................................. 8

EL REY MIDAS Y EL TOQUE DE ORO................................................................................................... 16


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EDIPO REY
Edipo era hijo de un rey de Tebas, a quien un oráculo
vaticino un destino espantoso. La pitonisa predijo que
el hijo que esperaba mataría a su padre y se casaría
con su madre, y para evitar tal abominación, los
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padres abandonaron a Edipo al nacer. Pero el destino
lo dispuso de otro modo. El ciervo encargado de la
horrible tarea tuvo piedad del niño y lo entrego a un
pastor que servía al rey de corinto, quien lo llevo a su
esposa; como el rey no tenía hijos, acogió a Edipo y lo
educo como si fuera propio.
Edipo creció hasta ser un muchacho fuerte y
animoso. Todos en corinto le creían del rey. En una
visita a Delfos escucho esas palabras: “no vuelvas a tu
patria porque mataras a tu padre y te casaras con tu
madre y tu posteridad será odiada por los hombres.”
Edipo quería a todo trance impedir la realización del
oráculo tan espantoso y decidió no volver a corinto.
Recorrió el mundo a la aventura y se dirigió a Tebas.
En el camino se encontró a un noble anciano que
viajaba en su carro acompañado de su guardia
personal. El camino era estrecho, el guardia quiso
empujar al caminante a un lado y se pelearon. Edipo
mato al anciano y a su escolta, y solo un ciervo pudo
escapar. El anciano era el rey de Tebas, el verdadero
padre de Edipo. Edipo continúo su ruta hacia Tebas,
cuya población tenía que soportar una esfinge.
Monstro con cuerpo de león, cabeza de mujer y alas
de ave que daba muerte a cuantos no acertaban la
solución de este enigma: “¿Cuál es el animal de todos 4

los seres vivientes que camina con 2, con 3 y con 4


patas y que es más débil cuantos más pies tiene?”
Edipo no tuvo ninguna dificultad en responder, el
hombre, pues cuando es niño anda a gatas después
camina con 2 pies, a la vejez lo obliga a usar un bastón
como si fuera un tercer pie.
Esta respuesta destruyo el poder la esfinge. El
monstruo cayo desde su roca y Tebas quedo libre. Los
Tebanos, agradecidos proclamaron rey a Edipo y le
casaron con la viuda del rey anterior Yocasta. Se
cumplía la predicción del oráculo. Edipo vivió feliz en
Tebas y Yocasta le dio dos hijos y dos hijas. Al
principio de la tragedia Edipo rey, Tebas es azotada
por la peste: los ciudadanos se mueren a millares y
una comisión popular acude a pedir auxilio al rey.
Edipo escucha benévolamente y responde que ya
tomo sus disposiciones enviado a su cuñado Creonte
a Delfos para consultar a los dioses. Creonte llega
después portador de un mensaje de Apolo: la
maldición caerá sobre el país hasta que no se
encuentre el asesino del rey anterior y sea huerto o
castigado. Edipo promete que se castigara al
malhechor consulta a Tiresias un adivino griego pero
este prefiere no responder. “Deja que calle –dijo- 5

pues soportaras más fácilmente tu destino y yo el mío


si haces lo que he dicho”
Tiresias se obstina en su silencio y Edipo se enfada. Se
cruzan reproches y, por fin el adivino exclama: “¡tú
eres el asesino! ¡Tú eres el hombre que buscas!”
Edipo cree que el adivino profiere estas palabras
encolerizando: de ninguna manera sospecha la
terrible verdad. Poco después llega un mensajero de
Corinto; el supuesto padre de Edipo ha muerto y el
pueblo quiere que le suceda su hijo.
Edipo respira y ya no será el asesino de su padre, pero
el temor de que se cumpla el oráculo de la segunda
parte le impide volver a Corinto mientras viva la
mujer a quien considera su madre.
Entonces el mensajero le comunica otra noticia
tranquilizadora: Edipo no era hijo del rey de Corinto,
sino adoptivo el mismo lo recogió de un pastor siervo
del rey de Tebas y le llevo a Corinto. Edipo manda a
buscar el pastor que le informara de su origen y
después de oírlo cree al final ser feliz pero poco a
poco, conoce la horrible verdad de boca del antiguo
siervo. Anonadado por la fatalidad entra en el palacio
tambaleándose. 6

Sale del palacio el mensajero y anuncia que Yocasta se


ha suicidado y que Edipo, en su desesperación se
arrancó los ojos para no ver más la profunda miseria
en que ha caído. Edipo, ciego es un simbolismo
durante su vida se comportó como un ciego,
obediente a un destino fatal. Se abren las puertas y
una escena espantosa se ofrece a los espectadores:
dos siervos expulsan al ciego, Edipo que implora
como gracia el destierro, el peor castigo para un
griego. En términos vibrantes de dolor y amor
paternal, confía a sus hijas pequeñas a su cuñado
Creonte y se dispone a llevar la vida vagabunda de un
proscrito. Los propios griegos decían que “Edipo rey”
y “Edipo en Colona” eran las cumbres de la tragedia.
Con recursos sencillos, Sófocles provoca el interés a
medida que el drama avanza para preparar así la
catástrofe del héroe, que se derrumba desde la
felicidad hasta el desastre. Edipo en Colona. Después
de los citados sucesos de Tebas, Edipo, ciego y
mendigo vaga por Grecia. Solo Antígona, su hija, no
quiso abandonarle. Llega a Colona y reconoce allí el
bosque sagrado dedicado a las Erinias, donde según el
oráculo de Apolo, será liberado de su miseria y morirá
apacible. Decide quedarse aunque los habitantes de 7

Colona quieren expulsarle, y para ello acude a Teseo,


príncipe de Atenas. Entre tanto, se predice que el país
que acoja su tumba será feliz y próspero, por esta
razón Creonte y Polinice, hijo de Edipo, trata de llevar
por fuerza al anciano a Tebas, Edipo se niega y
maldice a Tebas y a su hijo. Promete a Teseo, de
acuerdo con el oráculo, proteger a Atenas después de
su muerte a condición de que Teseo no diga cómo
murió y solo releve a su sucesor en lugar de la tumba
de Edipo. Entre truenos y rayos proclama por última
vez su inocencia del mal causado a los suyos en Tebas
y en pos de una voz misteriosa se interna en el
bosque sagrado, donde es raptado por una fuerza
invisible.
EL FLAUTISTA DE HAMELIN
El bajito y gordo alcalde de Hamelin no se asomó desde su
despacho cuando los perros ladraban afuera en la calle. De hecho el
alcalde ni siquiera oyó a los perros. Tenía algo en mente mucho
más importante. Estaba pensando en las ratas.
Si, en las ratas. Pues las ratas estaban tomando posesión de la
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pequeña ciudad de Hamelin. Hasta en la casa del alcalde, la más
grande del pueblo, se había convertido en un hotel para ratas en el
sótano, ratas en la cocina ratas en el desván; había ratas en las
paredes; y ratas en las bolsas de los trajes más elegantes del
alcalde. Su sombrero negro de domingo cobijaba a toda una familia
de ratas.
- Debe haber más ratas aquí en Hamelin- se decía el alcalde que
todas las ratas que hay en el resto de Alemania. ¡Ratas!
¡Ratas! ¡Ratas! ¡Ratas! ¡Ratas! ¡Ratas! ¡Ratas!
Si la cabeza del alcalde no hubiera estado tan llena de ratas, bien
hubiera podido asomarse a la calle donde ladraban los perros. Y
de haberlo hecho habría puesto los ojos en el más ridículo de los
hombres. El extraño que entro el pueblo media por lo menos un
metro noventa tal vez dos. Su rostro era pequeño, redondo y
rojo. Tenía una gran nariz que parecía estar soñando siempre
algo. Los aparatos largos puntiagudos hacían que sus pies
parecían enormes. Unos dedos como zanahorias colgaban de las
mangas de su chaqueta.
La manga derecha era roja, la manga izquierda amarilla la parte
de atrás de la chaqueta era como una de esas colchas hechas
parches de brillantes colores; y sobre todo eso, los pantalones.
No se podía saber cuáles eran los remiendos y cuales
pantalones. Todavía más extraño que el propio hombre o su
figura ridícula era lo que cargaba en la espalda: sujeta en lo alto
de los hombros llevaba una gran jaula. Era de fino alambre y lo
suficientemente grande como para contener toda una familia de
águilas. Pero la jaula no contenía aves de ninguna clase. Estaba
separada en dos compartimientos como un pastel de dos capas
o como una casa de dos pisos. En el primer piso de la jaula 9
habían diez ratas gordas: y en el segundo, como unos cien
ratones chillando.
Caminando con pasos largos y ligeros el extraño paso por la casa
del ayuntamiento local donde estaba el alcalde sentado,
preocupándose por las ratas. Después llego a la plaza del
mercado. Le iban siguiendo todos los perros del pueblo, la mayor
parte de niños y también algunos adultos. El agente deja
Chamelan nunca había visto a nadie como él abarrajado
extranjero. La gente pensó que solo se trataba de un vendedor
ambulante que usaba ropa ridícula para atraer a la multitud.
Pero si lo era ¿que trataba de vender? ¿Creía que cada cual en
Chamelan iba a comprarle un ratón? O ¿más especialmente una
rata?
El hombre se detuvo cuando llego en medio de la plaza del
mercado. Se quitó la jaula de la espalda; desdoblo cuatro patas
situadas en la parte inferior, como las que tienen las mesas de
juego. Por un momento se quedó quieto, mirando a la multitud
que le rodeaba. Sus pequeños ojos de color azul gris relucían
como cabezas de clavos nuevos.
De pronto carraspeo y empezó a hablar en voz alta.
-Damas y caballeros- dijo- a pesar del hecho de que no habían
entre la multitud que ni una dama y un caballero – damas y
caballeros, déjenme decirles quien soy. Soy el flautista multicolor
“multicolor” por mi ropa y “flautista” por la flauta que aquí ven
un saco entre sus ropas una flauta brillante de latón que media
unos noventa centímetros. Los agujeros destinados a los de
dedos estaban demasiado separados para cualquier mano que
fuesen más pequeñas que las del flautista.
Acérquense –decía- esta es la única oportunidad que tendrán de 10
ver marchar a un ratón.
La gente se echó a reír. Los adultos menean la cabeza y se
retiraron; pero se detuvieron a la primera nota alta de flauta. Y
se volvieron cuando los niños “¡Miren! ¡Miren la jaula!”
En la parte superior de la jaula los ratones estaban alineados
como soldados de pronto los ratones se detuvieron sin mover
una pata. Mientras seguía tocando, el flautista multicolor
empezó a marchar alrededor de la jaula. Ofrecía un gracioso
espectáculo moviendo la cabeza hacia arriba y hacia abajo al
compás de la música, y arcando sus picudas rodillas en el aire.
Pero pocas personas miraban al flautista; todos los ojos estaban
puestos en la jaula. Pues los ratones estaban también
marchando al compás alegre del flautista.
Desfilaran por todo el ámbito de la jaula, una, dos, tres veces en
perfecto orden. De repente el flautista dejo de tocar y en el
mismo instante la jaula volvió a estar como antes los cien
ratones corrieron de nuevo en direcciones distintas - ¡Ahora
vean a las ratas!- dijo el flautista multicolor verán que llevan un
ritmo diferente.
Por segunda vez marcho en torno de la jaula, esta vez toco lenta
y suavemente, y las gordas ratas marcharon igual que viejos
soldados en un desfile. -¡Bravo! ¡Bravo! – una ovación surgió
cuando el flautista dejo de tocar. Nadie había visto nunca
animales tan bien entrenados.
El ruido que hubo en la plaza fue lo suficientemente fuerte para
hacer el alcalde se asomara desde su despacho. Cuando vio el
flautista multicolor dio un brinco, corrió escaleras abajo y se
dirigió hacia la multitud.
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-¡Abran paso al alcalde! –Ordeno- ¡Abran paso al alcalde! Se
quedó mirando fijamente a los pequeños ojos del flautista.
-¿Es usted el alcalde de Chamelan? –Pregunto este- así es-
contesto el alcalde, mientras se limpiaba la frente con un gran
pañuelo blanco –soy el alcalde de la prospera cuidad de
Chamelan, que está situada en el rio Weber y la colina
Kuppelverg, y tiene…
- no hay tiempo que perder- interrumpió el flautista- voy al
palacio del rey de Francia y estoy cazando por Chamelan
únicamente porque he oído hablar de las ratas.
-¡Ratas! – repitió el alcalde y sus ojos giraban en la cara redonda
- ¡Como tenemos ratas! ¡Ratas! ¡Ratas! ¡Ratas!
-Por una cantidad que acordemos- continuo el flautista- hare
que cada una de las ratas marche hacia el rio Weber. Mire
déjeme mostrarle.
De nuevo con la flauta en tono suave y lento las ratas marcharon
a otra vez dentro de la jaula.
-¡Pero esas son diez ratas entrenadas! – Grito el alcalde- ¡Tú les
has enseñado a marchar!
-Ah no – dijo el flautista. Puedo hacer que todas las criaturas
marchen con mi flauta- sonrió por primera vez- para cada
criatura tengo un tono diferente.
- Bien pregunto el alcalde- ¿Cuál es el precio flautista? – mil de
monedas de plata- fue la respuesta.
Hasta entonces el alcalde había gasto mucho más de mil
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monedas de plata tratando de expulsar a las ratas de Chamelan.
Pero ¿pagar a un flautista loco, con diez ratas entrenadas? Era
suficiente para hacer reír a cualquier hombre.
Y eso fue lo que hizo el alcalde: reírse.
-Flautista- le dijo con una sonrisa- ¡Si puede sacar a las ratas de
Chamelan te pagare cincuenta mil piezas de plata!
-¡Cincuenta mil! ¿Lo oyes? Pero solo cuando se alzó la flauta
hasta sus labios, echando de tal modo la cabeza hacia atrás que
la flauta apunto directamente hasta el cielo. Entonces empezó a
tocar a tono para ratas mucho más fuerte y rápidamente que
antes. Se oyó un pequeño hayan ido las ratas mientras reír el
alcalde, el flautista multicolor murmullo en Chamelan; el
murmullo creció y se convirtió en rugido estruendoso. Las ratas
se acaban arrastrándose bajo las puertas y brincando por las
ventanas. Ratas grandes, ratas pequeñas, ratas viejas, ratas
jóvenes, ratas gordas, ratas flacas, ratas café ,ratas negras y ratas
blancas, padres y madres primos y primos y primo segundos;
familias enteras de ratas.
Grandes olas de ratas llegaban corriendo hacia el flautista de
pronto la plaza del mercado estaba llena de ratas. Entonces el
flautista empezó a guiarlas a través de las calles de Chamelan,
hacia arriba y hacia abajo, hacia adelante y hacia atrás, pasando
ante cada casa. Las ratas sordas que dormían profundamente en
la sotana despertaban y se apresuraban a unirse al desfile.
Cuando todas las ratas de Chamelan estaban marchando tras el
flautista multicolor, es de dicho su nariz hacia el rio Weber en las
afueras del pueblo.
El flautista no se detuvo cuando llego al rio. Se fue directo al
lago. Continuo gasta que el agua le llego a los hombros, entonces 13
volvió la cara hacia más raras mientras seguía tocando su flauta.
Las ratas siguieron marchando en fila de cien lanzándose al rio
de un salto.
Paso casi una hora antes de que el cuerpo de la última rata
flotara en el rio Weser. Entonces el flautista multicolor regreso a
la plaza del mercado. Caminando hacia ala alcalde y le pidió sus
mil monedas de plata. El alcalde no había dejado de reírse.
-¿Mis mil monedas de plata? – Repitió- creí haber dicho
cincuenta.
El flautista acabo de colocar la jaula sobre sus hombros.
- Mi precio- dijo el alcalde- era y es todavía mil monedas de
plata.
El rostro del alcalde adquirió una expresión tímida pensé que
estabas bromeando –dijo el flautista- de todos modos yo estaba
ciertamente bromeando. Pero el trabajo estuvo bien hecho
flautista. Todavía sostengo que cincuenta – las mejillas pesadas y
rojas del alcalde temblaron con la risa- y es lo que obtendrás
amigo cincuenta monedas de plata.
Fue entonces cuando el flautista multicolor sonrió por segunda
vez.
-Usted pagara mi precio señor alcalde- le advirtió- o tocare un
tono diferente.
-¡Adelante! – rio el alcalde- las ratas se han ido ahora puedes
tocar hasta que revientes, me importa poco.
Y efectivamente el flautista toco un tono diferente.
Por otra vez se escuchó un murmullo en las calles de Chamelan, 14
luego un rugido y después es un estruendo ¿Serian ratas? No, se
habían ido ¿Serian ratones? ¡No! Esta vez eran los niños de
Chamelan quienes llegaban corriendo hacia el flautista. Se
formaron con los ojos brillantes riéndose; se plantaron allí
aplaudiendo al ritmo alegre de la música. Parecían tan felices
que nadie pensó que algo pudiera estar mal, ni siquiera cuando
los niños empezaron a marchar hacia el rio solo cuando el
flautista multicolor se acercó a la orilla del lago la gente se dio
cuenta de lo que estaba sucediendo.
-¡Miren! – Gritaron- ¡Va ahogar a los niños e igual que las ratas!
De pronto el flautista giro. Ahora marchaba por la orilla del rio.
La gente respiro, pues los niños iban ahora hacia la colina
Kuppelverg. ¡Se habían salvado!
Pero no. Mientras la gente observaba vio cómo se abría un
hueco en un costado de la colina. Era como la abertura de una
boca muy grande. El flautista desapareció en esa cueva. Todavía
cargaba la jaula en la espalda; todavía movía su flauta hacia
arriba y hacia abajo; todavía lanzaban sus zapatos picudos frente
el según marchaba. Filas y filas de niños risueños le siguieron por
la cueva.
Los hombres de Chamelan se apresuraron a la colina Kuppelverg.
Pero cuando llegaron se había cerrado la abertura. No
encontraron ninguna grieta en la tierra. No hubo ratas en
Chamelan después de aquel día. Pero si mucha gente triste, el,
más triste de todos era un niño cojo, que tiro sus muletas
cuando oyó la melodía del flautista. Por primera vez en muchos
años había caminado sin ayuda, pero su pierna mala perdió
fuerza antes de llegar a la abertura de la colina Kuppelverg, se
había recostado en la tierra y miraba por el inmenso agujero, 15
frente al extendía un lugar donde todo era extraño y nuevo. El
aire más limpio y la hierba más verde tenían la mitad de su
tamaño normal. Era un país maravilloso para niños.
La leyenda del flautista de Chamelan dice que esto sucedió en el
año de 1284. La ciudad de Chamelan permanece todavía a las
orillas del somnoliento rio Weser. Podemos ir allá para ver las
pinturas de flautista multicolor pintado en las casas. La gente
nunca ha olvidado al flautista de Chamelan. Ni ha de olvidar la
lección que enseño al mundo: uno debe pagar siempre al
flautista. Y desde 1284, no se ha sabido que el flautista
multicolor se halla llevado a un solo niño más.
EL REY MIDAS Y EL TOQUE DE ORO
Hace mucho tiempo, cuando este mundo nuestro era un lugar tan
joven como extraño, diría un rey muy rico llamado Midas.
Este rey amaba el oro más que a nada en el mundo. Amaba su reino
solo por el oro que había en sus colinas y amaba su corona solo
porque era de oro. Veía oro en los rayos matinales, oro en las flores
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diurnas y yo lo veía en el hermoso cabello y su adorada hija, a quien
besaba en la cabeza todas las noches. La pequeña princesa, llamada
Iris, era la única familia que el rico rey tenia, pero sería difícil decir
cuál era su mayor amor, si el oro o su hija. Lo que si era seguro es
que cuanto más amaba Midas a su hija, mas deseaba convertirse en
el hombre más rico de la tierra.
-querida- le decía a menudo a su hija, quiero que cuando yo muera
tengas más oro que cualquier hombre, mujer o niño en la superficie
de la tierra.
Sin embargo Iris estaba ya cansada de ver siempre oro y más oro.
Habría sido bautizada por la diosa Arcoíris, y le gustaba el cielo azul,
el verde de los árboles y el resplandor rojo de la puesta de sol.
Aunque amaba mucho a su padre tiernamente le aburrían las largas
hileras de botones de oro y las rosas doradas que crecían en el
jardín del palacio. Iris recordaba todavía los tiempos en que las
flores habían mostrado todos los colores del arcoíris. Pero eso fue
antes de que su padre se volviera tan interesado por el oro, cuando
el palacio resonada con canciones y música.
¡Pobre Midas! La única música que ahora le gustaba eran el sonido
de las monedas al chocar unas con otras: las únicas flores que le
gustaban eran las amarillas, y solo pensaba en lo valioso que sería
su jardín si cada una de las flores fuesen de oro, que apenas podía
tocar algo que no estuviera hecho por el amarillo metal.
Cada mañana después de desayunar, Midas bajaba hasta un oscuro
cuarto situado en el sótano del palacio, donde guardaba su oro.
Primero cerraba la puerta con cuidado, luego sacaba una caja de
monedas de oro o un balde con polvo de oro y la llevaba desde un
rincón oscuro hacia un pequeño rayo de luz que entraba por la 17
única ventana que había. Entonces, contaba las monedas de la caja
o dejaba que el polvo de oro se deslizara por sus dedos hacia el
balde.
-Oh Midas- el rico rey se decía asimismo -¡Que hombre tan feliz
eres!
Midas se llamaba hombre feliz, pero en el fondo de su corazón
sabía que no era tan feliz como podía serlo si tuviese aún más oro.
Aquel cuarto era chico y Midas no sería realmente feliz hasta el
mundo entero fuese un enorme almacén de oro que el pudiera
llamar suyo.
Un día cuando Midas estaba contando sus monedas, una sombra
atravesó de repente el único rayo de luz que entraba al sótano.
Miro hacia el rostro del extraño que era joven, hermoso y
sonriente. El rey no pudo dejar de observar que la sonrisa del
desconocido tenía un cierto resplandor dorado que iluminaba todo
el cuarto. Midas se recordaba que había cerrado cuidadosamente la
puerta con llave. Además nadie, con excepción de él, había entrado
nunca en el sótano del palacio. ¿Quién podría ser el extraño? ¿Y
cómo podía haber pasado por la puerta? Miro otra vez al ser de
brillante sonrisa.
¡Seguramente es un dios! –Pensó- pero ¿Qué Dios seria? ¿Qué
divinidad podría resultar tan agradable como el sonriente intruso?
¿Y qué divinidad tendría una razón para visitar al rico rey Midas? -
¡Baco!- dijo Midas repentinamente- ¡El dios de la felicidad!
El extraño asintió con la cabeza.
-Amigo Midas- dijo- que es un hombre inteligente y más rico. Jamás
he visto tanto oro en un mismo lugar como el que has amontonado
en este recinto.
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-Sí, lo he logrado más o menos –acepto Midas- pero cuando pienso
en todo el oro del mundo…
-¿Qué? –Exclamo Baco - ¿con todo este oro no eres el ser vivo más
feliz sobre la tierra?
Midas negó con la cabeza. Baco se sentó sobre una caja de
monedas de oro.
-me parece extraño, querido Midas – le dijo- dime- ¿Qué es lo que
te haría realmente feliz?
Midas pensó por un momento. Desde el principio y sintió que el
visitante no le haría ningún daño, sino que había llegado para
concederle un favor. Esperando un momento importante.
Baco deseas pedir algo. En su mente acumulado a una montaña de
oro sobre otra. Pero hasta las mañanas eran demasiado pequeñas.
Por fin tuvo una brillante idea. Perecía tan brillante como el
amarillo metal que tanto amaba.
-Deseo – dijo por fin Midas- que todo lo que yo toque pueda
convertirse en oro.
-¡El toque de oro! –Exclamo Baco- dije antes que eras un hombre
inteligente, rey Midas- la sonrisa del dios creció tanto que pareció
iluminar todo en torno, como cuando sale el sol – pero ¿estas
segura de que esto te hará más feliz de lo que eres ahora?
-¿Por qué no? – Dijo Midas- Baco volvió a sonreír- ¿Y nunca te
arrepentirás por haberlo deseado?- ¿Cómo podría arrepentirme? –
Contesto el rey- de no ser otra cosa para ser tal feliz como un
hombre pueda serlo.
-Entonces será como tú lo quieres – respondió Baco- al amanecer el
toque de oro será tuyo.
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Una vez más sonrió Baco, y esta vez su sonrisa fue tan
deslumbrante que Midas tuvo que cerrar los ojos. Cuando los abrió
el dios había desaparecido. De su lugar solo quedo el único rayo de
sol que iluminaba el sótano. Esa noche el rey Midas no podía
conciliar el sueño pensando en el toque de oro que sería suyo por
la mañana. Fue después de medianoche cuando dejo finalmente de
agitarse y de dar vueltas en la cama.
Cuando Midas abrió los ojos el sol estaba en el cenit. Lo primero
que vio fue un cobertor tejido con el oro más brillante. Sacudió el
sueño de su cabeza y miro otra vez. Ahora puso la mano sobre el
cobertor para verificar con las yemas de los dedos si la tela era de
oro.
¡El toque de oro era suyo!
Midas pego un brinco con un grito de felicidad. Camino por toda la
habitación tocando cuanto encontraba a su paso. Toco el pie de la
cama y el oro fulguro ante sus ojos. Toco el vestidor y este también
se convirtieron en oro. Toco la mesa… ¡Oro! Las paredes… ¡Oro
brillante!
¡Oh Midas!- Exclamo el rey- ¡Eres un hombre feliz! ¡Qué hombre
tan feliz eres!
Con toda la rapidez posible, Midas se vistió con una túnica tejida en
oro. Le complació comprobar que la túnica le parecía tan suave
como siempre había estado. De una bolsa saco el pañuelo también
se convirtió en oro, y el bordado de colores hecho por la niña,
cambio a brillante amarillo. De algún modo este último cambio no
satisfizo mucho al rey Midas. Por un instante deseo que hubiesen
seguido siendo el mismo pañuelo que la pequeña Iris le había dado.
Pero aquello no era importante. Canturreando para sí, Midas abrió
la puerta de oro de su recamara y bajo por una escalera con 20
peldaños de oro a desayunar. Quería darle una sorpresa a su hija
así que tuvo el cuidado de no tocar nada. Midas amaba realmente a
la chiquilla, y la quería aún más ahora en que la buena suerte había
llegado hasta él.
Por fortuna la campanilla que Midas hacía sonar para para ordenar
sus alimentos era de oro desde mucho tiempo antes. Iris no notaria
nada extraño excepto la túnica de oro, pues Midas tuvo cuidado de
no poner las manos en la mesa ni en la silla donde se sentó.
Por fin apareció un sirviente con una bandeja de oro en la que traía
el desayuno habitual del rey: una fresca naranja, dos rebanadas de
pan tostado con mantequilla y una gran taza de café humeante.
El sirviente dijo a Midas que Iris había desayunado desde hacía dos
horas, y que estaba jugando en el jardín. El rey ordeno que fuesen a
llamarla. Entonces se dispuso a comer. Había transcurrido ya más
de medio día, y al ver los alimentos sintió hambre. Pero cuando
tomo la naranja… -¡Que! – Exclamo Midas mientras miraba la
dorada naranja en su mano – esto sí que es un problema.
Con mucho cuidado Midas se estiro y toco una de las rebanadas de
pan tostado. Al instante se convirtió en oro; únicamente la
mantequilla parecía de verdad las tazas de café, incluyendo el café,
se volvió también de oro al tacto del rey.
-No sé muy bien- pensó Midas – como voy a poder desayunar.
¡Desayuno! ¡Como! ¡Nunca iba a poder comer! Ya tenía bastante
apetito, pero para la hora de la cena estaría muriéndose de
hambre. Sentado ante una pobre mesa, tendría más que él. Con un
rápido ademán Midas tomo la segunda tostada de pan, se la arrojo
a la boca y trato de tragarla de golpe pero el toque de oro era
demasiado rápido. El metal caliente quemo sus labios y su lengua, 21
Midas grito dolor y salto fuera de la mesa.
En ese momento y entro Iris en el comedor y encontró a su padre
vestido con una extraña túnica de tela de oro, bailando alrededor
de la habitación como un salvaje. De pronto el rey se detuvo y la
miro. Iris vio que grandes lagrimas resbalar por el rostro de su
padre. Por un momento trato de entender lo que sucedía. Luego,
con el corazón lleno de amor, corrió hacia su padre y el estrecho en
sus brazos.
-¡Mi querida, mi querida hija! – Exclamo Midas
Pero la niña no respondió.
¡Hay que había hecho ahora el toque de oro! Midas trato de
librarse de los brazos de metal que le rodeaban el cuerpo, no pudo
decidirse a mirar la estatua de oro que había sido su propia hija.
Con un alarido salió de la habitación y corrió hacia el único lugar
donde podía estar solo: su cuarto del sótano. Se sentó sobre una
caja de oro y se cubrió la cara con las manos. ¿Cuánto tiempo
estuvo sentado ahí? Ni siquiera él podría saberlo. Con los ojos
cerrados recordó todas las veces que había dicho a Iris que
equivalía a su peso en oro. Pero ahora, ahora sentía de otro modo.
Deseaba ser el hombre más pobre de todo el ancho mundo, si solo
con la perdida de sus riquezas pudiese ver de nuevo a las mejillas
de su hija su color rosado.
Un repentino cambio de luz hizo que Midas abriese los ojos. Ahí
frente a él estaba Baco. El Dios que tenía a una brillante sonrisa en
la cara.
-Bien, amigo Midas- dijo Baco- ¿Te gusta el toque de oro? Midas
negó con la cabeza. – Soy el más infeliz de los hombres- Baco se rio.
Veamos entonces. ¿Cuál de las dos cosas crees que valga más: el
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regalo del toque de oro o tu propia hija Iris, tan cálida y
encantadora como era ayer? -¡Mi hija!- grito Mida- ¡Mi hija! ¡No
hubieras dado el menor hoyuelo de su cara a cambio de convertir
toda esta tierra en un sólido terrón de oro! Por primera vez más
sonrisa abandono la cara del Dios.
Ayer dijo Baco – dije que eras listo pero hoy dijo que el sabio. Ahora
te diré como puedes perder el toque de oro. Lávate en el rio que
corre junto al jardín del palacio ¡Espera!- el dios vertió el polvo
dorado del balde sobre el suelo- toma este balde; trae algo de esa
agua y rocía sobre cualquier cosa que tu avaricia haya convertido
en oro. Midas no perdió tiempo. Corrió al rio y se zambullo en el de
un brinco. Luego volvió el palacio con tal prisa que no se dio cuenta
que ya no traía la túnica de oro. Derramo todo el balde agua sobre
la estatua dorada de su hija.
-¡Padre!- Exclamo Iris- ¡Mira, ve como esta mi vestido todo mojado!
La niña no podía recordar nada de lo que había pasado desde que
lanzo los brazos a la cintura de su padre.
Y Midas fue lo suficientemente sabio para no contarle nada. Porque
ahora sabía que algo mejor que todo el oro del mundo: el latido de
su pequeño y tierno corazón que le amaba verdaderamente.

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