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El "evangelio" de la soledad

Una mujer sale de su oficina cerca de las tres de la tarde. Una vez en el "lobby" del
edificio se detiene en un "cajero automático" para obtener 500 dólares en efectivo.
Después sale y toma un taxi. Este la lleva al aeropuerto donde, después de una comida
ligera en el "food court", aborda un avión a Miami. Tras dos horas de viaje, llega a la
ciudad floridiana, toma un taxi y se instala en un hotel. Esa noche, en lo que llega la
mañana cuando tendrá que ir a trabajar, la acompaña la televisión.

Las actividades que hemos descrito en el párrafo anterior se han vuelto cotidianas para
muchos de nosotros. Nos hemos acostumbrado a vivir en espacios anónimos, que
precisan intercambios mínimos con los demás. Con sólo decir "al aeropuerto, por
favor", "¿cuánto es?" y "muchas gracias", podemos llegar en taxi a nuestro destino.
Basta presentar un pasaje de avión y contestar dos o tres preguntas tontas--como
"¿ha recibido usted algún paquete de un extraño?"--podemos volar a otra ciudad.
Frases como "un número uno, por favor", nos aseguran que tendremos una comida
bastante completa. En todos estos casos, las relaciones interpersonales se minimizan.
Ni siquiera necesitamos preguntarle el nombre a quien nos atiende, ya que el taxista
tiene colgado en el auto un permiso con su foto y la empleada de la aerolínea tiene un
"name tag". En el caso del cajero automático, la otra persona sencillamente
desaparece. Es la máquina la que mágicamente nos saluda por nuestro nombre, nos
facilita las transacciones y nos da las gracias por nuestra "visita".

Estos espacios anónimos se siguen multiplicando en nuestra sociedad. De alguna


manera, sustituyen a otros espacios donde las relaciones personales eran centrales.
Antes comprábamos la carne en la carnicería de Don Cecilio; ahora la compramos en el
supermercado. Sabíamos que Cecilio era cubano, que había luchado en la revolución,
que había salido de su país a duras penas--desencantado con el gobierno de Castro. Lo
sabíamos porque hablábamos con él mientras cortaba el pedazo de carne que le
habíamos pedido, después de decirle que estabamos esperando visitas. Antes
conocíamos a quienes nos atendían en los comercios porque formábamos parte de la
misma comunidad. Ahora no necesitamos conocer a nadie; vamos al "mall",
estacionamos el auto, entramos en el supermercado, compramos un pedazo de carne
que ya está empaquetado, vamos a la caja, respondemos con un "bien, gracias" al
saludo forzado de la cajera, salimos de la tienda, nos subimos al auto y nos vamos.

Lo triste es que estamos solos. Estamos profundamente solos en medio de las


muchedumbres. Pueden haber 300 personas en el supermercado, pero no hay sentido
alguno de comunidad. Quizás alguien rompe la norma, hablando con nosotros por un
corto rato: "¡Tanto tiempo!...¿Cómo estás?...¿Y la familia?". Pero pronto la prisa se
impone y volvemos a encerrarnos en nuestra soledad. Estamos tan solos que algunas
de las personas que nos parecen más conocidas son perfectas extrañas. La tele nos
ofrece una gran variedad de "amigos agradecidos por recibirlos en nuestras casas";
personas que en la vida real no nos conocen y que no tienen la mínima intención de
visitarnos. Pero en la fantasía de los medios de comunicación masiva, estas personas
son nuestras compañeras. Nos acompañan en San Juan o en Buenos Aires; en Bogotá
o en Miami. Cristina, Sevsec, Ricky Martin, Chayanne, Thalía y los reporteros de CNN
nos hacen sentir como si estuviéramos en casa.
El antropólogo francés Paul Augé ha acuñado una frase muy descriptiva para referirse
a estos espacios del anonimato donde la gente está efectivamente sola a pesar de las
personas que le rodean. Augé llama a estos espacios los "no-lugares". A pesar de ser
espacios reales no son "lugares" porque no hay interacciones significativas con otras
personas; porque nos permiten cargar a cuestas nuestra propia soledad sin que nadie
nos moleste. Quizás el ejemplo más gráfico de un "no-lugar" es el espacio cibernético
de las computadoras. Las comunicaciones por correo electrónico (mejor conocidas
como "e-mail"), permiten intercambiar información sin tener contacto alguno real con
otras personas. Esto, unido a las gráficas que ofrecen las páginas matrices ("web
pages"), permiten tener el desarrollo de relaciones interpersonales "virtuales". Creo
que la máxima expresión de soledad cibernética es el "sexo virtual", ya que hay
cientos de miles de personas que hoy prefieren acariciar el plástico de un teclado
("keyboard") a acariciar la piel de otra persona.

La lectura de los trabajos de Augé me ha llevado a preguntarme hasta qué punto la


iglesia contemporánea continúa siendo un "lugar" de encuentro para la comunidad. No
cabe duda que en el pasado la iglesia puertorriqueña ha sido un espacio de encuentro
donde la gente se conocía, compartía el mensaje del evangelio, y trabajaba unida para
implantar programas, tejiendo así relaciones interpersonales complejas y profundas.
De hecho, podemos decir que la iglesia es quizás el único espacio donde todavía la
gente se encuentra para cantar, estudiar, orar y aprender juntas.

Pero no podemos tapar el cielo con la mano. La verdad es que--a la par del modelo de
iglesia de comunidad--está surgiendo otro modelo de iglesia. Esta es la congregación a
la cual las "visitas" llegan no porque fueron invitadas por un familiar o un amigo, sino
porque vieron algún anuncio o alguna referencia a ella en medios de comunicación
masiva escrita o electrónica. La gente llega a estas congregaciones porque escucharon
un anuncio en la radio o porque vieron al pastor casando a una celebridad en una
revista de chismes. Las "visitas" llegan, dejan sus autos en el estacionamiento vigilado
por muchachos identificados con "name tags" que dicen "Ujier", entran al templo,
reciben un programa escrito que les ayuda a participar de la "adoración", cantan
siguiendo las letras proyectadas por una pantalla, saludan efusivamente a personas
extrañas cuando se lleva a cabo el saludo de la paz, estrechan la mano del ministro o
de alguno de sus ayudantes al finalizar el "culto", suben a sus autos y se van. Los
intercambios personales son mínimos. Aparte de los saludos de rigor, su única
conversación significativa fue con otro "Ujier" que le dio a llenar la tarjeta de visitas.
Esa tarjeta es el medio por el cual la información personal provista por cada "visitante"
irá a parar a una base de datos computarizada, asegurando así el establecimiento de
una "relación virtual". Los datos obtenidos servirán para que un miembro del Comité
de evangelismo y nuevos miembros le llame para darle las gracias por su "visita" y
pedirle que vuelva otra vez. La voz telefónica le indica que la iglesia ofrece un
programa de ejercicios aeróbicos al son de música "cristiana" y un grupo de apoyo que
busca adelgazar usando principios "bíblicos". También servirán para enviarle por correo
una invitación a la próxima campaña de aniversario, donde un grupo músical
"cristiano" de fama internacional cantará las canciones incluidas en su más reciente
vídeo clip, incluido en su "CD".

A pesar de todo este activismo, las personas que visitan estas congregaciones están
profundamente solas antes, durante y después del culto. En cierto sentido, presentan
las mismas categorías de los "no-lugares" que definimos anteriormente. ¿Cómo
podremos llamar a estas congregaciones? ¿Qué nombre sería adecuado para
caracterizarlas? Si seguimos la lógica de los trabajos de Augé--a falta de otro nombre
más adecuado--podríamos llamar a este tipo de congregación la "no-iglesia".
Quizás esto parezca un tanto extremo, ya que no podemos negar que hasta en las
congregaciones cristianas más gigantescas e impersonales hay pequeños grupos que
cultivan relaciones interpersonales profundas. Del mismo modo, reconocemos que
hasta en las iglesias de comunidad más efectivas hay feligreses que se sienten solos,
pues nunca logran integrarse a la dinámica congregacional. No obstante, hay un factor
que nos impide llamar "iglesias" a las congregaciones impersonales: que tratan a la
feligresía como un "mercado" no como una comunidad. Expliquemos brevemente lo
que queremos decir con la distinción entre "mercado" y "comunidad".

Las corporaciones contemporáneas usan técnicas de mercadeo para poder vender sus
productos al público. Uno de los primeros pasos que deben tomar es determinar cual
es su "mercado", es decir, quienes son las personas o las instituciones interesadas en
comprar o usar sus productos o servicios. El "mercado" no es un todo integrado sino
una realidad compleja y diversa. Se divide por edades (niños, adolescentes, jóvenes
adultos, adultos, envejecientes, etc.); por género (hombre, mujer); por grupos étnico-
raciales (puertorriqueño, hispano, latinoamericano, estadounidense, etc.); por nivel
educativo (estudios de secundaria, técnicos, universitarios, graduados, postgraduados,
etc.); y por literalmente decenas de variantes que sería muy largo enumerar. Sin
embargo, uno de los criterios determinantes a la hora de delimitar un "mercado" para
un producto es la posición socio-económica de los clientes potenciales: ¿Cuál es su
ingreso mensual? ¿Cuanto dinero tienen para gastos discrecionales? ¿Cuánto cuesta el
auto que conducen? ¿Cuál es el precio de su casa? ¿En que zona de la ciudad está su
casa?, etc. Cualquier empresa, antes de comenzar a producir sus productos o a ofrecer
sus servicios--tiene que determinar cual es el mercado que desean alcanzar (lo que se
llama en Castilla la Vieja el "target market").

Volviendo al tema, lo que verdaderamente me perturba de las congregaciones grandes


e impersonales es que, al parecer, tienen un "target market" muy bien definido.
Aspiran a ser congregaciones urbanas que sirvan primordialmente a las capas media-
alta y alta de la sociedad. Su "mercado" principal son las personas profesionales, los
negociantes, los industriales y las celebridades. Por eso ofrecen un ambiente muy
parecido al de un "mall" o al de una empresa de servicios; ambiente caracterizado por
la alta eficiencia en transacciones que--a pesar de la cortesía de quienes ofrecen los
servicios--son profundamente impersonales. Por eso también el culto tiene una cierta
calidad "espectacular"; por eso parece un "show". Para apoyar mis argumentos,
ofrezco a la siguiente historia--que me relató una amiga hace unos años--a manera de
ejemplo:

El jueves pasado me sentía medio "down". Por eso decidí ir a la iglesia del Rev. Fulano
de tal. A la hora del sermón, el pastor salió a predicar disfrazado de boxeador.
Entonces dijo que ese día venía a "pelear con el diablo". La verdad es que su sermón
no me edificó nada, pero me reí tanto que se me quitó el "down".

Este tipo de cosas no ocurren únicamente en Puerto Rico. En los Estados Unidos hay
varios "ministerios" que combinan el entretenimiento con la predicación. Hemos visto
cosas tan extremas como un grupo de fisiculturistas "cristianos" que recitan textos
bíblicos y testifican mientras rompen guías telefónicas o barras de hielo. También a un
ministro que--imitando el "show" de David Lettermann--reemplazó el púlpito de su
iglesia por un escritorio desde el cual lee cada domingo un "top ten list" de chistes. Es
sobre la base de este tipo de experiencias que afirmamos que en las "no-iglesias" un
"no-ministro" celebra un "no-culto" cuyo propósito principal no es tanto adorar a Dios
como entretener a la gente, haciéndola sentir bien. En una palabra, este tipo de
congregación imita las características de los "no-lugares" que aumentan cada día más
en nuestra sociedad porque aspiran a servir al mismo "mercado" que patrocina dichos
"no-lugares".

Hay varios criterios para determinar el "éxito" y la efectividad de una congregación. Si


usamos únicamente el monto del presupuesto y la asistencia promedio semanal como
criterios, tendríamos que llegar forzosamente a la conclusión de que las "no-iglesias"--
particularmente las mal llamadas "mega-iglesias"--son las congregaciones más
efectivas. Sin embargo, si usamos como criterio el desarrollo de una comunidad
cristiana que crece en la fe trabajando unida en la misión de colaborar con Dios en la
proclamación y edificación del reino de Dios, serían las iglesias de comunidad las que--
no importando su tamaño--serían las más efectivas.

Bueno, escoja usted. Usted tiene la opción de pertenecer a una congregación que
aspire a ser una verdadera comunidad cristiana donde la presencia de Cristo se
encarne en las relaciones fraternales de su feligresía. O bien puede visitar una
congregación impersonal donde la gente esté efectivamente sola a pesar de estar
rodeadas de una multitud. Usted escoge: el evangelio del reino o el evangelio de la
soledad.

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