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POSTFACIO

A LA SOMBRA DE BARTOLOMÉ DE LAS CASAS:


SER TESTIGO EN LA GLOBALIZACIÓN

...Desde entonces, en una hora incierta,


Esa agonía regresa,
Y hasta que se cuente mi relato atroz,
Arde este corazón dentro mío...
[La balada del Viejo Marinero, líneas 582-585, Coleridge (1912)]

El motivo figurativo de Criminología, civilización y nuevo orden mundial es La


balada del Viejo Marinero, de Coleridge, donde el narrador aborda a uno de los invita-
dos de una boda de regreso a Inglaterra (ver, por ejemplo, pp. 305 y ss.). Al soportar la
carga de la complicidad, él está condenado a viajar «de territorio en territorio» para
narrar su «atroz relato» a los poco acogedores oyentes. Ésta es una división vívida,
existencial: la comodidad del espacio civilizado y la agonía de atestiguar la tragedia de
la crueldad humana. La división de Criminología, civilización y nuevo orden mundial
constituye una exclusión de doble cara: el genocidio (y otros «crímenes» del colonialis-
mo) se excluyen de la corriente principal de la criminología, en tanto que la criminolo-
gía (como el logos del delito y el derecho del sistema estatal para castigar) es la excluida
en la respuesta al 11 de septiembre de 2001, en el cual el discurso de «guerra» y no de
«delito» domina y se reclama como legal para librar una guerra contra los terroristas
que no comparten los «valores civilizados» de Estados Unidos.
El contexto de la escritura y gran parte del material de Criminología, civilización y
nuevo orden mundial es global: una conciencia existencial de que nuestros problemas
son globales, pero una buena porción de nuestros recursos intelectuales y nuestra ener-
gía son locales. El texto puede parecer, de cierta manera, localizado en GB/EE.UU.; eso
sería una lectura errónea. Sus preocupaciones están prefiguradas en los escritos y pro-
yectos del dominico español Bartolomé de las Casas (ca. 1484-1566). Inicialmente como
participante, y luego como testigo y paladín, De las Casas destacó la terrible disparidad
entre el propósito establecido por la «conquista» española de las Américas —misionera
y civilizadora— y la realidad de despiadada y brutal explotación. Su exclamación de
que «todas las naciones del mundo son humanas y todas comparten la misma defini-
ción», y que lo que estaba sucediendo era «crimen» y «atrocidad», su escritura incansa-
ble con el objetivo de preservar la «verdad» (incluyendo su Historia de las Indias) ade-
más del destino de cierta parte de su trabajo, que iba a ser tergiversado y utilizado en
una «guerra mediática» describiendo a los españoles como inherentemente crueles e
ineptos para gobernar —la Leyenda Negra—, siguen viviendo en las preocupaciones
del texto con la condición de la criminología en la globalización: aún estamos habitan-
do, aunque con algunos detalles modificados, el modelo que De las Casas nos legó.

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El año 1492 fue trascendental en el proceso de globalización: Isabel y Fernando
entraron en Granada para liberar a España del gobierno de los moros, y el 12 de octu-
bre Colón avistó las Indias. Al año siguiente, Alejandro VI emitió bulas papales que
definían los límites del dominio español, a la vez que imponía a la corona la obligación
de asegurar que los aborígenes hallados en el Nuevo Mundo se convirtieran al cristia-
nismo. Sin embargo, Latinoamérica se convirtió en un «territorio de guerra»; su cris-
tianización «nació de la sangre y del fuego» (Chasteen 2001).
En 1493, Colón realizó una procesión triunfal en la ciudad natal de De las Casas,
Sevilla, con alrededor de diez indígenas taínos capturados, vestidos con plumas nati-
vas, espinas de pescados y ornamentos de oro. Un De las Casas de 8 años miraba con
asombro, mas no con desprecio: «Los vi... cuando estaban cerca del Arco de San Nico-
lás, llamado el Arco de las Imágenes» (De las Casas, 1971, vol. I: 37); comprender el
acto y la ontología de «ver» —y combatiendo el acto de ver solamente en términos de
imágenes estereotípicas— iba a convertirse en su tarea epistemológica de adulto. En
1502, él navegó hacia las Indias con su padre, y se estableció en la isla de La Española
(hoy en día Haití / República Dominicana) como mercader y encomendero (propieta-
rio de tierra y esclavos indígenas). En 1507, él regresó momentáneamente a Europa
para ser ordenado en Roma y, en 1510, los frailes de la orden de los predicadores
(dominicos) llegaron a la isla. Ellos condenaron la explotación encontrada y uno de
ellos rehusó conceder la confesión a De las Casas, argumentando que éste poseía escla-
vos. Cuando De las Casas ofreció una justificación, la respuesta fue sucinta: «Por cier-
to, Padre, la verdad tiene muchos disfraces, pero también los tienen las mentiras» (De
las Casas, 1971, vol. III: 208). Después de experimentar una profunda conversión de
conciencia, en 1514, De las Casas comenzó, en cambio, a predicar y escribir denun-
ciando que tanto la guerra como la esclavitud eran injustas e ilegales, y que los indíge-
nas eran seres humanos de igual condición.
De las Casas es hoy en día reconocido como el padre del movimiento moderno de
los derechos humanos; pero De las Casas no era de nuestra época. Si le hacemos justi-
cia al considerarlo un humano que venció sus propios estereotipos, que llegó hasta el
extremo de la condición humana y se esforzó por dar testimonio, debemos también
apuntar que tanto el universo que él utilizó para trascender las disyunciones como la
incoherencia intelectual que él halló, eran tomistas y escatológicas. Quedan lecciones
al comprender sus creencias y para quienes él reclamaba justicia, contrastándolas con
nuestra posición; él también estaba condenado al fracaso práctico. Epistemológica-
mente, él constituyó un punto de quiebre con el clasicismo: su arma contra los ar-
gumentos aristotélicos de Sepúlveda consistió en declarar la vieja idea de la naturaleza
como una jerarquía de valores —con el fuerte con derecho a gobernar al débil, los
hombres sobre las mujeres, los bellos sobre los feos— reemplazándola erróneamente
por un nexo Creador-Creado. Él ansiaba que fuera posible crear un nuevo mundo cris-
tiano, civilizado, y con la fuerza unificadora de la idea de nuestra similitud, de nuestra
obvia heterogeneidad a través de la universalidad de la creación de Dios. Sin embargo,
las fuerzas laicas del comercio, los beneficios económicos y el deseo de espectáculos de
riqueza estaban haciendo decrecer el poder del papa y de la Iglesia y su arma práctica
—sus instrucciones como obispo para que los sacerdotes rechazaran la absolución
para aquellos que maltrataban a los indígenas no fueron seguidas, y mientras que él
puede haber ayudado a desarrollar la ley y las instituciones que tenían como objetivo
ayudar a los aborígenes, tales leyes se ignoraron y las instituciones demostraron ser
ineficientes. Es más, su trabajo más «criminológico» —Brevísima relación de la des-

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trucción de las Indias— es una obra periodística, metodológicamente no rigurosa, y
que no ofrece pruebas documentadas de sus reclamaciones. Esa obra aseguró su fama
o su infamia durante los siguientes 500 años; originalmente una súplica a la corona, y
luego a disposición del pueblo español, fue traducida a varios idiomas y, con horrendas
ilustraciones (diseñadas por los hermanos De Bry), se convirtió en la piedra angular de
la «leyenda negra» mediante la cual los publicistas ingleses y holandeses, los propagan-
distas y los protestantes achacaban a los cristianos y católicos ser portadores de una
extrema crueldad y barbarie. El destino de la Brevísima relación constituye una vaga
presencia dentro de Criminología, civilización y nuevo orden mundial, pues el enlace de
De las Casas a través de Leopoldo II hasta el Congo actual es directo e irresistible (el
católico Leopoldo reclamaba el Estado Libre del Congo en nombre de una misión
civilizadora y para combatir la esclavitud; al verse enfrentado con los relatos y las
imágenes de los misioneros protestantes que mostraban que él había instituido un
sistema explotador neoesclavista, su respuesta fue que ellos se estaban compromendi-
dos en una interesada continuación de la leyenda negra). Ahora nos encontramos a
siglos de distancia: a pesar de todos los avances tecnológicos y humanistas, la reclama-
ción de De las Casas continúa.

Un testimonio contemporáneo: septiembre de 2011

Algunas personas se han desmoralizado debido al poder del statu quo; ellas han perdido
la fe en la posibilidad de un cambio, de modo que sienten que están llamados a simple-
mente plantarse y decir la verdad. Sin embargo, en términos de campaña, no tiene senti-
do tener la razón si nadie responde de una manera activa para mejorar las cosas; la forma
del mensaje también tiene que ser efectiva [«Unwatchable»: should charities use shock
tactics to get attention?, Jonathan Glennie, 3 de octubre de 2011, http://www.guardian.co.uk/
global-development/poverty-matters/2011/oct/03/unwatchable-charities-shock-tactics].

De las Casas fue denunciado dos veces a la Inquisición sobre la base de su negativa
a obedecer las demandas de la autoridad laica, tal como no solicitar permiso para
publicar. La Brevísima relación se puede ver como un relato con la deliberada intención
de conmover; al igual que el actual Unwatchable, un vídeo viral realizado en represen-
tación de la ONG Save the Congo, lanzado en septiembre de 2011 (Unwatchable: Is your
phone rape free?, en http://www.unwatchable.cc/).
Se trata de un cortometraje, que apenas supera los 6 minutos. Comienza como si
se estuviera en un mundo de ensueño del espacio civilizado; una niña rubia y hermosa
está recogiendo flores en los prados de una impresionante casa campestre inglesa,
dentro de la cual su hermosa madre (también rubia) está lavando la vajilla, su hermana
mayor (una rubia adolescente) entra hablando por su teléfono móvil, afuera su padre
está lavando su automóvil. Se llega a ver un gran helicóptero en el cielo azul, la mucha-
cha eleva su vista y saluda, en forma de bienvenida, pero mientras el helicóptero des-
ciende para aterrizar, arroja bengalas, los cristales de la casa empiezan a sacudirse, la
madre mira a través de la ventana preguntándose qué está sucediendo. El padre retro-
cede mientras los soldados que han descendido del helicóptero se abalanzan hacia
adelante, y uno de ellos le pega violentamente con la culata de su rifle. Luego hay 4
minutos horrorosos. La hija adolescente es violada sobre la mesa mientras su madre es
forzada a observar, el padre, que también es arrastrado dentro para observar y ser

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golpeado, ahora es arrastrado fuera, asesinado de un disparo. Le han cortado su pene,
que ha sido introducido en la boca de la madre; ella es dejada viva postrada sobre el
cadáver de su esposo, mientras que la niña se escapa (esperanzadoramente hacia la
seguridad), pero a medida que la película se oscurece, vemos a otros soldados que se
plantan en su senda a través de los árboles...
Unwatchable apunta a romper con el cortés discurso racional, sacudiendo a los con-
sumidores occidentales para detener el comercio de «minerales de sangre» y de esa for-
ma, como argumentan los realizadores, detener las violaciones masivas y la extrema
brutalidad que ello alimenta. Se nos pide que salgamos de nuestro rol de espectadores,
para que seamos testigos, que veamos a través de esta representación del horror y la
bestialidad arrojada sobre la belleza (nuestra belleza) y que sintamos, que experimente-
mos angustia, daño y frustración mientras comprendemos que éste es un ataque sobre
una familia por parte de milicianos, y un hecho habitual en el este del Congo: que com-
prendamos que esto «no es tan conmovedor como la verdad. Entonces, imaginen que
éste no es tan sólo un caso aislado de algunos soldados fuera de control, drogados y fuera
de quicio. Esto es parte de una violación sistemática». Tal como afirman los realizadores:

¿Por qué tenemos que mostrar a una familia blanca de clase media siendo destruida? ¿Por
qué no podemos mostrar a una familia africana?... Nosotros estamos fuera de África. Esta-
mos inundados de imágenes de [sufrimiento en] África. ¿Es que ya no nos afectan?... [No]
De modo que ambientar la película en Inglaterra asienta una cuestión: si encontramos que
esto es inaceptable que suceda aquí, también deberíamos encontrar inaceptable que esto
suceda «allá». Es simple... [«¿Por qué hicimos esto?», en www.unwatchable.cc/the-true-
story/why-we-made-this/, con acceso del 11 de octubre de 2011].

De modo que lo real —la auténtica historia de las víctimas humanas en el Congo
del Este— ya no nos influye; en cambio, es lo irreal, la simulación, lo que nos llama a la
acción. Estamos «fuera de África»; si De las Casas negó «naturaleza»/realidad como
una jerarquía de valores para reclamar que todos eran dignos de respeto, se nos dice
que nuestra realidad empírica global es una jerarquía de victimización. Tal como suce-
de con las muertes de civiles en las campañas de Irak y Afganistán, o los miles que aún
continúan viviendo en un estado humano reducido en los campos de refugiados pales-
tinos, la vulnerabilidad humana ocupa una geografía social.
¿Quién puede actuar? De las Casas hizo en primer lugar un llamamiento a la coro-
na española, luego (casi como un acto de desobediencia cívica) publicando la Brevísi-
ma relación a la élite que podía leer, y finalmente, aproximándose a la muerte, directa-
mente al nuevo papa. Si él logró un gran resultado —en 1550, Carlos V ordenó la
suspensión de toda conquista y llamó a un grupo de juristas y teólogos a que se unieran
y escucharan los argumentos contrastados de Sepúlveda y De las Casas para determi-
nar «cómo se deben llevar a cabo las conquistas con justicia y buena conciencia»—,
ahora nosotros le damos crédito a De las Casas por ganar la discusión, pero sólo lo-
grando un escaso resultado práctico. Décadas después, diversas tácticas de apelar a las
pasiones y los intereses de las partes de la división, la corona, el pueblo, el papa (y el
acceso directo a Dios reclamado por el protestantismo) —junto con la guerra de propa-
ganda (para la cual el modelo era el tipo de imágenes desarrolladas por De Bry para
ilustrar las traducciones de la Brevísima relación de De las Casas)— alimentaron la
terrible catástrofe europea de la Guerra de los Treinta Años. Su solución fue el nexo
hobbesiano-westfaliano: Los Estados(-nación) y la soberanía. Criminología, civiliza-

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ción y nuevo orden mundial ve a Thomas Hobbes exponiendo una representación para
el nuevo orden social. En el frontispicio para De Cive, la representación estaba dividida
como hecha por De las Casas: los asuntos humanos por debajo, por arriba el juicio
final/eterno. Pero en el frontispicio del Leviathan, tenemos la representación del terri-
torio y la soberanía (el Dios mortal que es el poder más grande sobre la Tierra).
Hobbes sigue a De las Casas al presentar la naturaleza no como una serie de jerar-
quías o rangos pre-existentes; pero tampoco como una unidad creada por Dios. La
naturaleza es ahora un lugar desencantado del aislamiento y la disociación de los indi-
viduos. La condición natural es brutal y la vida humana está fragmentada de tal modo
que la unidad social y política sólo se puede alcanzar a través de cierta operación
externa practicada sobre ella. La domesticación y la autoafirmación del individuo es-
tán, a su vez, ligadas con la formación de un Estado; Hobbes soluciona el conflicto de
intereses y apela a los diferentes poderes (el papa, Dios, el pueblo y la corona) —en
tanto reclama que se nos libere de las mistificaciones de los sacerdotes, etc., sustitu-
yendo un régimen unificado cuyos motivos deberían, en principio, ser transparentes
para todos. Hobbes está seguro: el soberano debe controlar el lenguaje del Estado y las
pasiones; de lo contrario resultarían acciones impredecibles; el lenguaje responsable
(pero transparente) debe vencer los imaginarios de la tragedia; de este modo, vamos a
sustituir la «verdad» científica por la elocuencia y el poder de la imagen, pues dando
forma y controlando el vocabulario de los hombres, uno controla las pasiones (públi-
cas), y de este modo la acción.
El frontispicio del Leviathan es la figura representativa del Capítulo 1 de Crimino-
logía, civilización y nuevo orden mundial (p. 17). Obsérvese que el cuerpo del soberano
está compuesto por miles de individuos cuyas miradas se dirigen hacia dentro; su
preocupación es principalmente local. El soberano mira hacia afuera mientras sostie-
ne las fuerzas en equilibrio, su rostro claro para enfatizar su capacidad para decidir (su
control epistemológico) y proteger. De las Casas pudo invocar, a través de su creencia
en la creación de Dios la universalidad de la condición humana y, en contra de Sepúlve-
da, que el poder para conquistar y esclavizar no era prueba de la inferioridad del otro
sino, en cambio, evidencia de un «crimen» de gran «magnitud». Pero Hobbes otorga a
la paz local la prioridad total. Sólo a través de las élites, del ingreso a un congreso de
soberanos, existen esos acuerdos internacionales, y sólo a través de la creación de un
poder común para juzgar una «justicia» no-local sería posible. Pero si la búsqueda de
la felicidad local es más prioritaria que cualquier reclamación de una «justicia global»
aquélla se ve comprometida y débil. Judith Butler pone esto de manifiesto al destacar
como característica clave del individuo soberano contemporáneo, un concepto de sí
mismo como aquel que no está precisamente involucrado frente a los demás, como
aquel a quien la permanente e irreversible «dañosidad» no conforma una condición
horizonte de sus acciones. Según términos hobbesianos, el individuo soberano es el
sujeto de protección, una consecuencia de los poderes formativos que se definen en
contraposición con el otro. En el espacio civilizado, tal posición soberana no solamen-
te niega nuestra propia «dañosidad» constitutiva, sino que pretende relocalizar la «da-
ñosidad» en el otro, como efecto de causar daño a ese otro y exponerlo como, por
definición, susceptible al daño (el fantasma de Sepúlveda continúa vivo). Si el acto
violento es, entre otras cosas, una manera de reubicar la capacidad de ser violado
(siempre) en otro lugar; esto produce la apariencia de que el sujeto que representa la
violencia es impermeable a la misma (reelaborando a Butler 2009: 178). De este modo,
los principales medios masivos de difusión muestran como necesaria la violencia de

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este Estado protector sobre grupos enteros que se presentan como amenazas existen-
ciales en lugar de poblaciones vivientes con necesidad de protección. Su gente ya está
perdida, los habitantes de los Estados fallidos —como en el Congo, en una guerra de
«todos contra todos»— o simplemente fuerzas, tal como la hambruna, que son simple-
mente (neo)naturales.
Quienes hicieron Unwatchable quieren esquivar el poder del Estado organizado
(sistema), para comprometerse con una esfera social —un nosotros— que esté libre de
las limitaciones estatales del espacio civilizado; una audiencia que posee una identidad
cuyos intereses no están inicialmente ligados a, y limitados completamente por, el inte-
rés nacional (del Estado) sino por el interés «humano» transnacional. ¿Pero quiénes
son este «nosotros» al que me refiero?1 ¿Y resulta este cortometraje una evidencia de
un cuerpo social humanitario al que pueden acudir aquellos que quieren un cambio, o
es él la confirmación de lo que Guy Debord, en un texto originalmente publicado en
1967, llamó «la sociedad del espectáculo»? Eso es un modo de organización social
donde las propias técnicas de representación —ya sea que se encuentren en el lenguaje
o en la visión— han revertido la posibilidad de una verdad para nuestro logos, y nues-
tra confianza en la propia comunicación.
Aquí, permítanme finalizar invocando tres características del trabajo y el destino
de De las Casas: el lenguaje, las imágenes y la escatología.
El lenguaje: a primera vista, De las Casas vio no a «bárbaros llamados “indios”»,
sino a «nativos llamados “indios”»;2 él afirmaba el derecho a no esconder la realidad
del crimen y la tortura en las descripciones de lugares comunes, a no utilizar la ter-
minología oficial, sino en cambio a intentar visibilizar los gritos de dolor, la realidad de
experimentar el sufrimiento. Pero si en Criminología, civilización y nuevo orden mun-
dial la imagen más aterradora es el intento del Holocausto de producir jabón de los
cadáveres (p. 270), resulta aleccionador leer el paquete de realidad (enterrada) resul-
tante de los memoranda que fueron la constitución burocrática para el Holocausto,
tales como las solicitudes de «cambios para camiones especiales que se encuentran en
servicio en Kulmhof, y para aquellos que se están construyendo ahora». Este memo-
rándum se refería al hecho de que «desde diciembre de 1941, 97.000 personas han sido
procesados por tres camiones en servicio, sin incidentes mayores. Sin embargo, a la
luz de las observaciones hechas hasta aquí, los siguientes cambios técnicos son necesa-
rios». Lo que estaba en discusión era la tecnología de matar gaseando personas en
camiones cargados, cargas que «naturalmente se abalanzan hacia la luz cuando se
instala la oscuridad, lo que hace que sea difícil cerrar las puertas» ([Asunto Secreto del
Reich] Berlín, 5 de junio de 1942, tomado de Lanzmann 1985: 103-105).
Cambios, continúa diciendo el memorándum, «que han demostrado, a través del
uso y la experiencia, ser necesarios». De modo que el lenguaje de la formalidad: porque
el asesinato cara a cara, los fusilamientos masivos frente a fosas abiertas se había
vuelto demasiado subjetivo y emocional, se prefirió la experiencia del gaseado en una
camioneta para la matanza de la mercadería (los judíos). Lo humano se transforma en
no-humano, pero aún se lanza hacia las puertas y se necesita evacuar los fluidos corpo-
rales después de que se haya extinguido toda vida de estos humanos no-humanos. Pero
el lenguaje del facilitador, es el sirviente inmoral del Estado:

25 de septiembre de 2001: «El presidente puede desplegar una fuerza militar preventiva-
mente contra las organizaciones terroristas o los Estados que los cobijan o los apoyan, ya
sea que ellas puedan estar o no conectadas con los incidentes terroristas específicos del
11 de septiembre».

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9 de enero de 2002: «Concluimos que ni la Ley Federal de Crímenes de Guerra ni las
Convenciones de Ginebra se aplicarían a las condiciones de detención en la Bahía de
Guantánamo, Cuba, o a los juicios de las comisiones militares para los prisioneros taliba-
nes o de al-Qaeda».
1 de agosto de 2002 [declarando que la tortura implica un dolor importante]: «El dolor
importante es generalmente aquel tipo de dolor que es difícil de sobrellevar para la vícti-
ma. Donde el dolor es físico, éste debe ser de una intensidad similar a la que acompaña a
las heridas físicas graves, como la muerte o un fallo orgánico».
1 de agosto de 2002: «Finalmente, incluso si un método de interrogación pudiese violar
la Sección 2340A [del Título 18 del Código de Estados Unidos], la necesidad o la auto-
defensa podrían ofrecer justificaciones que pudieran eliminar cualquier responsabili-
dad penal» [extractos de memoranda legales al presidente de EE.UU., fuente: Green-
berg y Dratel, eds., 2005].

De modo que el cuerpo humano —como sitio del dolor— desaparece: sin embargo
reaparece en las imágenes de Irak.
Imágenes: De las Casas pudo usar la tecnología de la imprenta para llegar a las
élites literarias. Generar imágenes requirió una inversión y un poder mayor; pero
las imágenes permitían poder comunicarse con una audiencia más amplia. En las
traducciones de la Brevísima relación, organizadas y diseñadas por Jean Theodore y
Jean Israel de Bry a finales del siglo XVII, las ilustraciones parecieron llevar un mensaje
gráfico de la crueldad (española) a través de toda Europa (y más tarde invocadas como
justificación para la guerra hispano-estadounidense de la década de 1890). Sin embar-
go, pocos leyeron la cuidadosa discusión de los hermanos acerca de la ética de la publi-
cación en el Praefatio ad Lectorem para la edición latina de 1598, donde ellos declara-
ban que su intención de publicarlo no consistía en difamar a la nación española sino en
destacar potencialidades y perjuicios para todas las naciones: «si disfrutamos la liber-
tad y la licencia que los españoles disfrutaron en América, sin ningún magistrado supe-
rior que inspirara temor y los mantuviera bajo control, nosotros sin duda seríamos
iguales a los españoles en cuanto a salvajismo, crueldad e inhumanidad» (citado por
Friede y Keen 1971: 11). Hoy nadamos en imágenes: ellas borran las distancias al
mismo tiempo que nosotros —quienes ahora sabemos que la famosa imagen de Ro-
bert Capa del soldado que cae en la Guerra Civil española fue tomada en una pose,
conocemos la habilidad con que ellas se manipulan. La invasión de Irak se justificó en
parte por la imposición de la distancia: para Bush, presidente de Estados Unidos, Irak
«era el frente central de la guerra sobre el terror» y era mejor combatir allí que en casa;
si EE.UU. se retiraba, «los terroristas nos seguirían hasta aquí». Y también sabemos
que tal distancia incita a una derogación del estatus moral y la responsabilidad de la
subjetividad humana: «la responsabilidad se ve silenciada una vez que el sujeto huma-
no es transformado en “otro”: eventualmente puede ser reemplazado con resentimien-
to una vez que el prójimo es transformado en “otro”» (Bauman 1989: 184). La invoca-
ción soberana del poder que hace Bush (siguiendo el ritmo de Hobbes y de Schmitt)
para definir (ésta es una «guerra contra el terror», no una campaña para tratar con una
forma de delito) e invocar la distancia, o los límites, como defensa está condenada a
trágicas consecuencias.
En nuestro mundo cognoscitivo globalizado, los límites entre la estética y la moral
se tornan borrosos, el extraño es el vecino, y ahora todos somos vecinos. La profusión
de imágenes de abuso del poder en Irak —en parte como consecuencia inevitable de
una organización militar de alta tecnología que combate a una insurgencia de som-

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bras, bombas suicidas y ambigüedad— parece dar testimonio de la reclamación que, al
menos, la cámara fue moral, o dicho de otra forma, la cámara no se preocupó lo sufi-
ciente como para esconder los sucesos. Las imágenes también sirven para ofrecer evi-
dencias contrarias a la declaración de que «hemos liberado a más de 50 millones de
afganos e iraquíes del despotismo, el terrorismo y la opresión» (National Strategy for
Combating Terrorism 2006). La censura que se autoimpusieron los medios masivos de
difusión occidentales sobre las imágenes de las muertes en Afganistán y en Irak dislo-
can la realidad y encuentran su opuesto en el reclutamiento de «insurgentes/terroris-
tas», por medio del cual, por ejemplo, Salifi-Jihadis (combatientes árabes que promue-
ven el Estado islámico), que se han desplazado de Medio Oriente a pelear en Cheche-
nia, estuvieron inmiscuidos en grabaciones en vídeo que les piden dejar sus cómodos
espacios civilizados. Si Estados Unidos utiliza los videojuegos America’s Army y Full
Spectrum Warrior para reclutar psicológicamente a personas aptas para el nuevo esta-
do bélico (mientras millones juegan a Call of Duty Modern Warfare y Call of Duty Black
OPS), vídeos como Russian Hell y Aeed Victories imploraban a sus espectadores reali-
zar un sacrificio obligatorio por la causa (Al-Shishani 2006).
A causa de toda esta ambivalencia, la «democratización» de la imagen en la difu-
sión de la tecnología para capturarla y representarla es un inmenso avance sobre el
totalitarismo de la ausencia de imágenes. Inclusive las tecnologías, y la tecnologización
de la interacción humana, han ayudado a crear una distancia negociada que permite
que se le niegue la responsabilidad al otro. La delegación de la responsabilidad moral
permite que se ocasionen algunos de los más profundos actos de inhumanidad del
hombre sobre el hombre. En la presentación de las imágenes, podemos juzgar: los
medios masivos y las tecnologías de comunicación tienen la capacidad de conectar;
dicha conexión es esencial para la capacidad de relacionarnos unos con otros como
seres humanos y morales. La distancia se reestructura: Osama Bin Laden es finalmen-
te rastreado, no hasta la mítica caverna, sino hasta una gran mansión en Pakistán. Es
asesinado en la madrugada por parte de brigadas SEAL (Sea, Air, and Land) de EE.UU.
con videocámaras sobre sus cabezas transmitiendo en vivo para el comandante en jefe
en Washington; las fotos del equipo de seguridad nacional observando la difusión del
vídeo se publican en todo el mundo, el poder de este soberano no conoce distancias. Lo
mismo ocurre con las matanzas causadas por aviones no tripulados —la ilusión perfec-
ta del sujeto libre de daño, el protector final del espacio civilizado, incluso mientras
algunos temen las consecuencias de un «personal militar joven que creció con una
dieta de videojuegos», y que ahora pueden «matar a gente real a distancia usando
controles remotos», se nos tranquiliza: siempre hay un abogado (un abogado militar,
que afirma que esto es legal) presente en el silo de Nevada, desde donde se emite la
decisión de disparar.
Escatología: en su alegato final al papa Pío (1566), De las Casas explica una de sus
fuerzas motrices: «de modo que la verdad no se debe ocultar, por la condenación y
destrucción de la Iglesia, ya que puede llegar el momento (que ya podría estar a mano)
en el cual Dios devele nuestras imperfecciones y se muestre nuestra desnudez a todo el
mundo pagano». En el Juicio final/eterno, los que ostentan el poder terrenal estarán
sujetos a rendir cuentas: no habrá ilusiones, no habrá escape bajo maniobras del len-
guaje. Por consiguiente, el Juicio Eterno se reemplazó por la mirada de la historia. Al
igual que Hitler —quien conocía el precio del espacio civilizado (¿quién recuerda hoy
en día a los armenios?; de forma similar él se preguntaba quién habla hoy de los aborí-
genes que murieron en la colonización de las Américas) podía negar la legitimidad de

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cualquier juicio que no fuera el de la Diosa de la historia. Y él y sus secuaces construi-
rían la historia y determinarían el destino de la humanidad (de allí su historia «glorio-
sa»). Si un círculo interno (aunque integrado por millares) llevó a cabo el genocidio
planeado y ejecutado, entonces las masas que volvieron sus espaldas, o cuyo interés en
lo que estaba sucediendo se atrofió, lo permitieron. La violencia ostentaba el poder
sólo por autorización tácita; la aceptación, o la atracción, o una extrema violencia, se
disfrazaban de juicio histórico. ¿Y el infierno? Criminología, civilización y nuevo orden
mundial usa el testimonio de Primo Levi, quien, como De las Casas, percibió el profun-
do y angustiante dolor de ser testigo; para ponerlo ahora en palabras del infierno que
Hitler había logrado, del infierno que se había hecho inminente. Como lo expresó Han-
nah Arendt, la realidad de los campos de concentración no se parecía a nada más que
a las pinturas medievales del infierno. Pero lo que ella remarcaba que no se podía
reproducir es lo que hizo que las concepciones tradicionales del infierno fueran tolera-
bles para los hombres: precisamente el Juicio Final, la idea de un estándar absoluto de
justicia combinado con la infinita posibilidad de la gracia. Ya sea en el corazón de
Europa, en Sudamérica o en Asia, los regímenes totalitarios (y a veces quienes se opo-
nían a ellos) nos ofrecieron en los campos y en los sótanos de tortura «una clase de
infierno terrenal cuya principal diferencia con las imágenes medievales del infierno
yace en los avances técnicos y en la administración burocrática, pero también en su
carencia de eternidad» (Arendt 1994: 383).
¿Cuál es nuestra escatología? Tal vez no necesitemos el sueño de un juicio final o
de la construcción de un lenguaje seguro, sino una actividad crítica y cooperativa en la
cual el patrón de la criminología no sea el Estado, sino el proceso presente y constante
de develar el significado del ser humano, de los límites y la realidad de la vida/paz. Pero
ahora —con la globalización— éste es un proceso en el cual el límite está dentro del
mundo, no en el más allá. Ahora el mundo es la totalidad de nuestra participación y la
coexistencia de nuestras formas diferentes. Nuestra escatología es solamente lucha,
con resultados inciertos y contingentes. Si al mirar hacia el pasado en busca de guía,
vemos luchas y sufrimiento, también podemos ver hechos edificantes e inspiradores, y
yo espero que esta edición española pueda estimular la reflexión, y aquí dedico mis
esfuerzos a la memoria de Bartolomé de las Casas y sus experiencias acerca de los
pueblos de los mundos de habla hispana.

Noviembre de 2011

Bibliografía

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