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Clément Rosset

Clément Rosset

Información personal

Nacimiento 12 de octubre de 1939


Barneville-Carteret, Francia

Fallecimiento 27 de marzo de 2018 (78 años)


París, Francia

Nacionalidad Francesa

Educación

Alma máter Escuela Normal Superior de París

Información profesional

Ocupación Filósofo

Distinciones Roger Nimier Prize (1966)


 Prix Gegner (2008)

Web

Sitio web www.clementrosset.com

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Clément Rosset (Barneville-Carteret, Baja Normandía; 12 de octubre de 1939-París, 27
de marzo de 20181) fue un filósofofrancés.
Estudió en la École Normale Supérieure, con veinte años fue profesor de filosofía.

Filosofía estética[editar]
Basándose en Schopenhauer, analizó la importancia de la repetición en las artes.2

Conceptos de su filosofía[editar]
 Idiotez: Dio su propia definición de la palabra idiotez. Sobre la base de
su etimología (idios, "propio" en griego) mesuró que era una característica inherente
de todas las personas y particular de ellas, es decir, singular y no universal.3

 Lógica de lo peor: Lo que pensamos inaceptable e injustificable.4

Obra[editar]
 1960, La Philosophie tragique;
 1962, Le monde et ses remèdes;
 1965, Lettre sur les chimpanzés : plaidoyer pour une humanité totale; Essai sur
Teilhard de Chardin;
 1967, Schopenhauer : philosophe de l'absurde;
 1969, L'Esthétique de Schopenhauer;
 1971, La logique du pire: éléments pour une philosophie tragique;
 1971, L'anti-nature : éléments pour une philosophie tragique;
 1976(84), Le réél et son double : essai sur l'illusion;
 1978, Le réél : traite de l'idiotie;
 1979(85), L'objet singulier;
 1983, La force majeure;
 1985, Le philosophe et les sortilèges;
 1988, Le Principe de cruauté;
 1991, En ce temps-là : notes sur Louis Althusser;
 1991, Principes de la sagesse et de la folie;
 1992, Matière d'art : hommages;
 1995, Le choix des mots;
 1997, Le démon de la tautologie;
 1999, Route de nuit : Episodes cliniques;
 1999, Loin de moi : étude sur l'identité;
 2000, Le réél, l'imaginaire et l'illusoire;
 2001, Le régime des passions et autres textes;
 2001, Propos sur le cinéma;
 2001, Écrits sur Schopenhauer;
 2004, Impressions fugitives : l'ombre, le reflet, l'écho;
 2006, Fantasmagories.

Referencias[editar]
1. Volver arriba↑ Mort de Clément Rosset, philosophe du tragique et de la joie.
2. Volver arriba↑ Sans, Édouard (1995). Schopenhauer. Publicaciones Cruz O., S.A. pp. 60-
61. ISBN 978-96-82001772.
3. Volver arriba↑ Comte-Sponville, André (2003). Diccionario filosófico. Paidós.
p. 268. ISBN 978-84-49314087.
4. Volver arriba↑ Comte-Sponville, André (2003). Diccionario filosófico. Paidós.
p. 527. ISBN 978-84-49314087.

Clément Rosset: El amor por lo singular


Santiago Espinosa
Rosset, Cl�ment. El objeto singular. Traducci�n de Santiago Espinosa.
Mardir: Sextopiso, 2007

Después de Lo real y su doble y de Lo real. Tratado de la idiotez, El objeto


singular continúa la serie de diez libros que Clément Rosset ha llamado
recientemente: La escuela de lo real . Una vez más, se trata de poner de
manifiesto el estatuto de lo real, «único, presente, irrepresentable», frente a
una filosofía contemporánea que pretende conminarlo, sea cual sea su origen o
su apuesta, a «lo otro, lo ausente, lo interpretable»; y ello con una doble
intención: por una parte, como se ha visto en sus obras anteriores (Lógica de
lo peor, La anti-naturaleza), para mostrar los límites de toda filosofía, de todo
pensamiento —la imposibilidad de explicar por un medio u otro el mundo—,
y por otra, para mostrar precisamente, y como consecuencia de lo anterior, la
sempiterna fuente de su amargura.

Rosset es un filósofo solitario, intempestivo. No sólo en la medida en que su


temática —cuyo fin último es, como en el resto de la filo-sofía, acaso la
contemporánea excluida, la puesta en cuestión, para afirmarla, de la
existencia— carece del interés actual del pensamiento filosófico, sino además
por cuanto que él mismo ha continuado el camino de aquellos pensadores que
siempre han hecho ruido en el ámbito filosófico —y que, en última instancia,
han sido excluidos de un modo u otro de éste—, haciendo oídos sordos a su
entorno más inmediato. Así, Lucrecio, Schopenhauer, Nietzsche, —éste
último, si bien en boca de todos, ampliamente ataviado, por no decir
desfigurado. De hecho podríamos aproximar su pensamiento a otro pensador
—igualmente solitario y perfectamente ignorado, hasta ninguneado— que, si
bien ausente en las referencias de Rosset, no es menos fundador del
pensamiento de la singularidad: Max Stirner. En El único y su propiedad,
Stirner ya había identificado la imposibilidad de evaluar lo real (en este caso,
el individuo) a partir de una instancia exterior (Dios, el Estado, el Hombre),
afirmando que sólo «el único» tiene realidad. Allí escribía —pero bien habría
podido ser el mismo Rosset quien afirmara:

No se da el título de filósofo al que, con los ojos bien abiertos a las cosas del
mundo y la mirada clara y segura, expone sobre el mundo un juicio recto, si
no ve en el mundo más que exactamente el mundo, en los objetos más que los
objetos; en suma, si ve prosaicamente todo como es. Sólo es un filósofo aquel
que ve, muestra y demuestra en el mundo el cielo, en lo terrestre lo
supraterrestre y en lo humano lo divino .

Se trata sin duda de deshacerse del concepto de «igualdad»: así como los
individuos no pueden recapitularse en otra(id)entidad que los englobe,
explique y nos procure eventualmente acceso a ellos, así los objetos que
constituyen lo real no pueden agruparse bajo una (id)entidad que nos
«acercaría» a su propia «esencia» —llámese ésta naturaleza, espíritu o
simplemente, como lo llama Heidegger, ser. El objeto singular no es
cognoscible «a través, por medio de» algo externo a él: es incognoscible a
secas. Y ello no por una deficiencia de nuestro principio de razón, sino porque
se sustrae precisamente a todo principio —y porque, en última instancia, no
hay nada que conocer. Rosset afirmará en otro sitio que es más sencillo re-
conocer que conocer. De aquí la «función» del doble : el mundo es invisible
—como dirá Schopenhauer, del mundo sólo se conocen «estos ojos que lo
ven»—, y sin embargo «lo vemos» merced a esa duplicación que nos procura
el cerebro. Lo real no es su doble, pero éste hace posible aquél para nosotros.
Y, puesto que es nuestra única vía de acceso, de lo que se trata es
de desarmarlo, de desvestirlo. Lo que queda allí es lo extraño, lo «no
identificable», lo «innombrable», como decía Stirner.

Lo que también queda es el silencio —o la música. Wittgenstein escribía en


sus Diarios secretos: «La melodía es una especie de tautología, está encerrada
en sí misma; se satisface a sí misma.» Nada en la música puede explicarse
fuera de ella; —no expresa nada, no quiere decir nada; no depende de lo que
suscita en nosotros (los «sentimientos» no están contenidos en ella). Lo
mismo se diría de lo real. La música, por cuanto que posee los mismos
atributos de lo real, es autosuficiente, se basta a sí misma para hablar y
«decir» todo lo que quiere decir —con la precisión de que eso que habla en
realidad no «dice» nada, razón por la cual ha sido más de una vez tratada de
«loca balbuceante». Es un «significante sin significado », dice Rosset, así
como podríamos pensar que lo real es una especie de significado sin
significante. Nietzsche, y antes que él Schopenhauer, ya había afirmado la
autonomía musical que los distanciaba para siempre de Wagner y de toda
tentativa romántica y/o expresionista de la música. —Esto es lo que hace de
estos pensadores filósofos de la escucha. La escucha como una tentativa
de abrirse a lo real, de hacerle frente, de gozar de él.

Este es también el cierre del ciclo: la afirmación de lo real suscita en efecto el


júbilo y la alegría, como ya ha mostrado Nietzsche, pero hace falta hacer dos
aclaraciones a esta premisa: 1) lo real no es la vida; ésta sólo es una parte de
aquél —la afirmación de lo real implica tanto la vida como la muerte, es
decir, la no permanencia y desaparición de todas las cosas; 2) lo real no es
regocijante puesto que es absurdo —como lo afirmaba cierto artículo crítico
sobre Rosset titulado «Gaudeo quia absurdum »—, sino a pesar de ello. Esa
es la «paradoja» —que no la fuente— de la alegría: no tener fundamento
alguno. Rosset se explica así haciendo nuevamente referencia a la música de
Mozart: «Traicionado de la manera más descarada por Zerline, Masetto no
hace más que amarla todavía más: en razón de esta alianza irrefutable, aunque
perfectamente ilógica, que acuerda al amor su propia desilusión, la
representación del ser amado como completamente adorable con la de la
misma persona como completamente indigna de afección. Sin embargo, es en
esta alianza ilegítima del amor que consiste el triunfo del amor, su última y
absoluta fuerza: mantener su pleno poder en el mismo momento en que el
amante sabe, con la ciencia más cierta, que su amor carece de esperanza y
sobre todo de verdadero motivo .»La fuerza mayor , es sabido, consiste en este
mismo «poder»: la afirmación de la vida (como en el caso anterior, del amor)
en la misma medida en que concientemente se concibe como indeseable. De
donde se sigue la ecuación: mientras se busque por medio de/en la razón la
afirmación y el júbilo, toda expectativa está de entrada perdida. El gesto de
Rosset es lo contrario del nihilismo de Cioran —o de su amigo y compatriota
Ionesco que escribía: «que todo muera, que todo permanezca, que todo
muera»—: es porque se ama la vida, a pesar de ella, que se desea que todo
continúe —tal como se presenta.

París, 18 de enero, 2007.

NOTAS

Les Éditions de Minuit, 1979. — Edición castellana en Sexto Piso, Madrid,


2007.

Les Éditions de Minuit, 2008.

(Tr. J. Jordá) México: Sexto piso, 2004, p. 127. — La obra ya clásica de


Rosset, Lo real y su doble, estuvo a punto de llamarse Lo único y su doble.

«Doble» en el sentido que lo entiende principalmente El objeto singular, no


en el de fantasma protector, el sentido más común bajo la pluma de Rosset.

L’Objet singulier, p. 78 sq.

En Archipiélago, no. 21, Madrid, 1988.

«Le triomphe de l’amour», en Matière d’art, París, Le Passeur, 1992, p. 86.

Madrid: Acuarela libros, 2000.


Clément Rosset, el profeta de lo real
El filósofo francés que teorizó la yuxtaposición de lo real y su
doble fallece en París a los 78 años
FERNANDO SAVATER

30 MAR 2018 - 14:18 CEST

El filósofo francés Clément Rosset, en Barcelona en 2009.

MÁS INFORMACIÓN
 El descanso eterno del filósofo insomne

Hay filósofos recomendables y otros que no lo son. Los primeros enseñan a


pensar bien, a pensar el bien, defienden las buenas causas, denuncian la
explotación, alarman a los gobiernos conservadores con su crítica. Los otros
desconciertan a quienes les escuchan, razonan contra el respeto a las razones
comunes, se zafan de los compromisos más condecorados, desoyen la urgencia
política. Los primeros son útiles y edificantes, los segundos prescindibles y
demoledores. Entre estos últimos, ninguno menos recomendable que Clément
Rosset, que acaba de morir a los 78 años en París.

Fue profesor durante más de 30 años en la Universidad de Niza y, desde que


cumplió los 19, escribió una serie de libros —unos 40— en una excelente prosa,
breves y claros (estilo “triple seco”, decía él), en los que cita a Nietzsche y a
Tintin, a Schopenhauer y a Courteline, etc... sin recurrir nunca a la jerga propia
del gremio. La academia universitaria siempre tuvo motivos para avergonzarse
de él.
El tema de Rosset, que en su juventud albergó bajo el título algo truculento de La
filosofía trágica, es la defensa de lo real —único, sin sentido ni por qué— frente
a ese doble exculpatorio y conciliador que le inventan las ideologías. Es un
pensamiento cruel, sin cuidados paliativos, pero que a la vez proclama como
fuerza mayor la alegría, invencible porque no presenta batalla contra nada de lo
que realmente existe. La alegría llega o no llega, como la gracia divina de los que
no tienen Dios: en la realidad trágica de la que no hay escapatoria (aunque tantos
se empeñen en urdirlas e imaginarlas) podría parecer que la alegría es locura. Y
lo es, por eso afirmamos de los más dichosos que están “locos de alegría”.

Las obras de Rosset están llenas de sabrosos apuntes de literatura, cine, moda y
sobre todo música, lo más parecido a una pasión que se consintió como sus
referentes Schopenhauer y Nietzsche (los otros fueron Lucrecio, Spinoza y
Montaigne). También se burló impíamente de grandes testas coronadas como
Lacan, Bourdieu, Badiou, etc... De Laclau no, porque desconoció el universo
peronista. Fue amigo de Cioran, al que sabía hacer reír. Acostumbraba a pasar
temporadas en Mallorca, que le gustaba mucho. Era una persona tímida, cortés,
que solía hablar de un modo algo embarullado, con esa confusión que siempre
ahorró a sus lectores. Algunos le debemos más de lo que puede decirse en las
pocas líneas de una necrológica.

El descanso eterno del filósofo


insomne
El filósofo francés murió el miércoles en París a los 78 años.
Melómano e insomne, negó la existencia del yo y el individuo
RUBÉN AMÓN

29 MAR 2018 - 19:45 CEST


El filósofo Clément Rosset, en 2002. MIGUEL GENER

Clément Rosset padeció la enfermedad del sueño. Seis años y 2.000 noches de
insomnio que percutieron en su salud hasta torturarlo. Y en su moral, como él
mismo decía en alusión a los comportamientos anómalos que se derivaron de un
duermevela insoportable. O soportable, puesto que Rosset consiguió
sobreponerse a esta maldición gracias a un novelista ruso.

Y no sabe por qué. Ignoraba las razones de la enfermedad como ignoraba los
motivos de la curación. Pero se conmovía cuando me explicaba, en su modesto
domicilio de París, los detalles de la angustia nocturna. Un estado de asfixia. Un
cuerpo agarrotado. Una anorexia existencial. Una relación atroz, temblorosa con
la oscuridad a la que se exponía desarmado y demacrado.

Trataba de verbalizar el problema, como dicen los terapeutas cursis. Pero Rosset
no era ni cursi ni terapeuta. Era un hombre culto, ilustrado. Un lector de Emil
Cioran y de José Bergamín. Un devoto de Johann Sebastian Bach. Un apóstol de
la Olivetti y del vinilo, aunque todos estos recursos no lo preservaron de las
pesadillas.

Acertó a transcribirlas, entre temblores, en las páginas de Travesía nocturna.


Nada que ver con el vuelo de Saint-Exupéry, sino con un viaje al misterio de la
mente, una tierra de nadie y de nada que desdibujaba la conciencia hasta hacerla
irreconocible.
"Espero pacientemente a que me sirvan en un restaurante inquero en Palma [de
Mallorca] en el que todos los clientes están muertos y permanecen inmóviles en
sus puestos. Algunos de ellos, también inmóviles, en realidad están a punto de
morir (...) Tras este sueño aterrador y tan claro, dos horas de agitación
hasofinesca. Ritmo más bien sosegado, pero con una intensa tonalidad de grisalla
y desolación", escribía Rosset.

Era un descanso agotador. Un semi-insomnio depresivo que conducía a una


especie de astenia diurna. Creo que Clément Rosset recurría al lenguaje técnico
y científico porque necesitaba distanciarse de su propio conflicto. Que era suyo
como antaño lo fue de Francis Scott-Fitzgerald y de William Styron. Ambos
habían experimentado la maléfica agitación. Y habían intentado exorcizarla —el
verbo me parece adecuado— con sus propios escritos.

Supusieron para Clément un cierto conforto. Pensaba que El crack-up, de


Fitzgerald, y Esa visible oscuridad ,de Styron, tanto retrataban su propia
experiencia como aportaban a la enfermedad una reputación intelectual. Un
espacio semionírico. Una experiencia alucinatoria y descarnada, como si Rosset
vagara en un tríptico de El Bosco, atormentado por las monstruosas criaturas que
describió Rafael Alberti en aquel poema lisérgico: barrigas, narices, lagartos,
lombrices, delfines volantes, orejas rodantes, ojos boquiabiertos, escobas
perdidas, barcas aturdidas, vómitos, heridas, muertos.

Y entonces decidió Clement confiarse a su propia experiencia. Conocerla mejor


que a sí mismo. Analizarla. Trasladarla a un memorial, describir como un notario
el círculo vicioso del insomnio. Sueños aterradores. Agitación. Desolación. Un
hundimiento energético. Una contradicción: Clément sufría de nada. Y sufría
mucho, desahuciado como estaba por los doctores.

El paciente no encontraba reposo en la música. Fiódor Dostoievski, en cambio, le


propuso sumergirse en un espacio imaginario que fue suplantando la realidad de
las pesadillas. El tiempo no cura las cosas, decía Clément. Las cosas se mitigan
con nuevos estímulos. Algunos son tan eficaces como enamorarse (Michel de
Montaigne). Otros pueden encontrarse viajando entre las páginas de El jugador y
asistiendo a la revelación de Crimen y castigo.

Un novelista ruso curó a Clément. Pero nunca le había perdido el miedo a esa
experiencia tan cotidiana y prosaica de meterse en la cama. Prefería un sudario a
las trampas esponjosas de unas sábanas traicioneras. Rosset nunca volverá a
despertarse. Se merecía el sueño eterno.

Clément Rosset fue uno de los filósofos más preclaros y coherentes de nuestro
tiempo. Quizá porque había perseverado durante medio siglo en teorizar la
yuxtaposición de lo real y su doble, entendiendo el primer concepto como
aquello que se nos presenta desprovisto de fines o de contenidos.

No conduce a ninguna parte duplicar esa realidad, mucho menos cuando lo


hacemos para escapar de la finitud, para conjurar el dolor, para regatear la
desgracia y para escapar del cementerio. "Nada más frágil que la facultad
humana de admitir la realidad, de aceptar sin reservas la imperiosa prerrogativa
de lo real", me explicaba Rosset en el escritorio espartano de su despacho. Podría
deducirse de semejante principio un pesimismo enfermizo, pero Rosset se
diferencia del maestro Cioran en que la aceptación de lo real conduce a celebrar
la existencia como escenario único de la alegría.

Alegría, claro, en la oscuridad. De hecho, el filósofo francés, amigo de Althusser


y allegado de Lacan, reconocía que una de las claves del camino vital puede
encontrarse en el Don Giovanni de Mozart como paradoja de un "drama jocoso".
Influye que Rosset sea un melómano enciclopédico. Conocía en profundidad la
música de Falla, amaba la jota y le entusiasmaba el folclore balear.

Su padre tuvo un vínculo con la España republicana, sus hermanas nacieron al


sur de los Pirineos y él mismo conservaba una casa en Mallorca, donde había
encontrado su propio refugio. Allí terminó uno de sus últimos libros, Loin de
moi (Lejos de mí), convencido de destronar a Hume en su visión distorsionada de
la condición humana.
"No existe ni el yo ni el individuo. Solo existe el yo social", proclamaba Rosset
con la media sonrisa de quien entendió la ironía como una manera de sobrevivir
en la tierra.

El filósofo, en el infierno de la
depresión
JOSÉ ANDRÉS ROJO

2 FEB 2008

Todo empezó en Mallorca. Tenía que hacer una pequeña compra y recoger a un
amigo del aeropuerto, y me di cuenta de que me resultaba imposible cumplir con
esas simples tareas". Clément Rosset resumía así, en una conversación en
Barcelona a finales de 2006, el inicio de la depresión nerviosa que padeció entre
1987 y 1996. "Me atacó como un relámpago, y comprendí que me había ocurrido
algo muy grave". En Travesía nocturna (Elipsis), el filósofo reunió las
anotaciones que hizo entre 1990 y 1993 para acercarse a su enfermedad. "De
pronto todo esfuerzo parece fuera de lugar, aunque sea el gesto más anodino, o el
más agradable", ha escrito Rosset en esas notas. "Las depresiones me parecían
males imaginarios de gente con flaqueza de ánimo", decía en Barcelona. "Nunca
me las tomé demasiado en serio, no creí que fueran algo que no pudiera
solucionar una copa de jerez". Pero el mal lo agarró por el cuello, "como una
gripe o una pulmonía", y lo sometió a sus rigores. Para describir sus efectos se
sirvió de un "nombre bárbaro": hasofin (hiper-actividad semi-onírica de final del
descanso).

La despersonalización, la fatiga y el abatimiento, la imposibilidad de descansar,


las cuestiones banales que se convierten en obsesiones machaconas, la falta de
apetito, el cuerpo algodonoso o crispado, el "desinterés y disgusto por cualquier
cosa": he ahí algunos padecimientos a los que la depresión arrastró al filósofo de
la alegría. "Todo intento de precisar cuál es la naturaleza de este estado está
condenado al fracaso. En cuanto dices algo descubres que estás ya dando una
pista falsa. La única salida es encontrar la droga, la medicación que te vaya bien
y que termine por sacarte del agujero".

Rosset y la alegría
JOSÉ ANDRÉS ROJO

2 FEB 2008

En cuanto se toman los caminos que recorre Clément Rosset (Carteret, Francia,
1939) nunca se tarda mucho en dar con la alegría. En Lejos de mí irrumpe al final
a través de los versos del hermoso epitafio de Martinus von Biberach: "Vengo de
no sé dónde, / Soy no sé quién / Muero no sé cuándo, / Voy a no sé dónde, / Me
asombro de estar tan alegre". El objeto singular es un elemento esencial de la
parte tercera, donde aparece como una experiencia que muestra un pensamiento
sin segunda intención: la alegría aprueba la existencia y lo hace al estimar que lo
real es suficiente. Que no hace falta más. Desde hace ya años, Clément Rosset ha
renunciado a librar una gran batalla. Prefiere las incursiones guerrilleras. Su gran
tema es el de siempre, lo real y su doble. Y su vocación, la de desarmar el
programa de la metafísica. En El objeto singular dice que la filosofía a veces
procede con demasiada lentitud, y que a veces es necesaria la precipitación,
"pues hay urgencia en saber si la existencia es o no deseable, cuestión cuya
resolución marca, en suma, el fin de la investigación filosófica". Por tanto,
Rosset dispara. Textos breves, fulgurantes, asaltos intempestivos. Y su blanco es
poner en duda esa manera de proceder que parte de la convicción de que existe
un mundo y de que luego hay otro, el de la duplicación de lo real, que lo explica,
que le da sentido, el que lima sus asperezas y catástrofes, su íntimo desorden e
ininteligibilidad.

Lejos de mí

Clément Rosset

Traducción de Lucas Vermal

Marbot Ediciones. Barcelona, 2007

93 páginas. 12,50 euros


El objeto singular

Clément Rosset

Traducción de Santiago E. Espinosa

Sexto Piso. Madrid, 2007

132 páginas. 16 euros

Rosset ha renunciado a librar una gran batalla. Prefiere


las incursiones guerrilleras. Su gran tema es lo real y su
doble. Y su vocación, desarmar el programa de la
metafísica
MÁS INFORMACIÓN
 El filósofo, en el infierno de la depresión

Publicado originalmente en 1999, el breve ensayo Lejos de mí se ocupa de


machacar la idea de que, más allá de la identidad social, existe en cada hombre
(aunque sea un tanto escondida) una identidad personal. Esa vieja leyenda de que
detrás de esa identidad que surge del trato con los demás, y que se considera
falsa, una máscara llena de apaños y concesiones y sujeta a diferentes
compromisos, hay un reducto donde se aloja la verdad de cada uno, aquello que
da sentido a las propias peripecias y que llena de intenciones cada acto, cada
decisión, cada paso que damos.

No hay tal cosa, dice Rosset. "Lo que hace las veces de la identidad es pues un
puzle social, que es tan abigarrado como inexistente la imaginaria unidad que
debía sostenerlo". Así que la identidad social es la única identidad real. "No
estamos hechos más que de piezas añadidas", cuenta Rosset citando a Montaigne.
Y pone el ejemplo del camembert, diciendo que podría conocer el sabor de los
otros quesos, de poder probarlos, pero que del suyo no tendría nunca ni idea, por
muchos mordiscos que se diera.

El objeto singular es otro breve ensayo, aún más antiguo, de 1979. Hay una idea
que recorre el texto: "Todo lo que es absolutamente real -es decir, extranjero a
toda representación- es también absolutamente singular; y todo lo que es singular
se muestra rebelde a la interpretación". O lo que es lo mismo: "El objeto real es
en efecto invisible, o más exactamente incognoscible e inapreciable,
precisamente en la medida en que es singular, esto es, en la medida en que
ninguna representación puede sugerir su conocimiento o apreciación mediante la
réplica".

Estamos en el corazón de su gran tema, el de lo real y su doble, y de nuevo


Rosset pone en marcha distintas estrategias (acercarse al objeto terrorífico, al
objeto del deseo, al cinematográfico y al musical; tratar del aburrimiento, la risa,
lo cómico o el amor) para mostrar la esterilidad del empeño de construir ese otro
que ha de dar cuenta de lo real. El prodigio de lo real es el de su existencia nacida
de nada y que no se inspira en ningún modelo. Y de ahí el carácter ilusorio de
construir un doble para otorgarle sentido a lo real, acaso para mejor tragar el
diagnóstico de que "el ser humano habita un mundo en el que no hay historia, en
donde no pasa nada". Y es precisamente ahí donde surge la alegría, ese saber que
conoce lo más trágico, y que es "un regocijo con respecto a lo simple que no
experimenta la necesidad de llamar a lo otro para autorizarse su gozo".

La sombra de Schopenhauer
Clément Rosset resume el pensamiento del filósofo alemán en unos
textos concebidos para la divulgación de un filósofo que tuvo una gran
influencia sobre muchos escritores importantes de finales del XIX y del
XX, desde Nietzsche a Borges pasando por Freud.
Otros

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ENRIQUE LYNCH

15 ABR 2006
Dos circunstancias han sido decisivas para explicar la tardía influencia de la
filosofía de Schopenhauer tanto como su posterior caída en un relativo
descrédito. Schopenhauer escribió después de Hegel, y por otro lado, antes que
Nietzsche. O sea que su desventura fue doble: quedó eclipsado en vida por un
contendiente intelectual demasiado poderoso; y tras una breve gloria alcanzada al
final de su vida, fue desplazado y superado después de muerto por un discípulo
genial. Lo que explica que, al cabo de siglo y medio, la figura intelectual de
Schopenhauer parezca un tanto desdibujada y para una buena parte de la filosofía
académica resulte irrelevante. Su pensamiento se sitúa en una posición paradójica
en el panorama del siglo XIX, ya que al mismo tiempo que parece un típico
producto del espíritu decimonónico es una excepción a ese espíritu.

ESCRITOS SOBRE SCHOPENHAUER

Clément Rosset

Traducción de Rafael del Hierro

Pre-Textos. Valencia, 2005

200 páginas. 17 euros

De forma significativa, los

estudiantes de grado suelen escoger a Schopenhauer para realizar sus trabajos de


habilitación, quizá porque es un filósofo que siempre resulta agradable de leer y
es fácilmente accesible ya que todo su pensamiento está contenido en un solo
libro, donde se lee a un Kant humanizado y libre de la prosa plúmbea y farragosa
del celebérrimo filósofo de Königsberg. No importa que Schopenhauer sea del
todo inconsistente con respecto al criticismo o que infrinja todas las cortapisas
que Kant aconsejaba mantener en materia de metafísica, ética o estética: sus
argumentos son claros y contundentes, un punto atrabiliarios, y se acompañan de
ese romanticismo canónico que glorifica la música y difunde todos los topicazos
sobre el arte y el genio que a los jóvenes les encanta leer. Y por añadidura, hasta
se permite coquetear con el budismo.
Por lo demás, como Nietzsche, Schopenhauer ha sido un autor importantísimo
para muchos escritores decisivos en el siglo XX. Está en el Nietzsche juvenil,
claro, pero también está en Freud, en Wittgenstein y en Jorge Luis Borges. Entre
los schopenhauerianos contemporáneos inteligentes se cuenta Clément Rosset,
filósofo francés no muy conocido en España pese a los esfuerzos por difundir su
trabajo de Savater, Pere Saborit y en especial Rafael del Hierro, quien traduce y
anota este volumen que reúne las tres monografías que Rosset dedicó en su
juventud a Schopenhauer, todas ellas publicadas originalmente en Presses
Universitaires de Francia, alguna en la célebre colección Que sais-je.

En conjunto o por separado, son textos divulgativos donde se resume y


parafrasea a Schopenhauer sin ahondar demasiado en sus temas. Hay alguna
repetición -por ejemplo, el mismo comentario de Gueroult aparece citado en las
páginas 32 y 56 (con toda seguridad, porque originalmente aparecía en libros
diferentes)- pero en conjunto Rosset se muestra ya en estas monografías juveniles
como un finísimo lector, en especial de la estética de El mundo como voluntad y
representación. La huella de la metafísica schopenhaueriana en Rosset habría
que buscarla sin embargo en sus obras maduras (por ejemplo, en Lo real: tratado
de la idiotez, que también tradujo Del Hierro para Pre-Textos, Valencia, 2004).
En cualquier caso, este volumen resulta interesante porque muestra cuánto debe
Rosset a Schopenhauer, desde el principio de crueldad hasta la idea de lo real
como una constatación que, de tan contundente, resulta insoportable, absurda.
Rosset representa aquí a Schopenhauer como un filósofo del absurdo en
detrimento de la caracterización tradicional que lo retrata como un pensador
pesimista; y muy lejos de toda condescendencia exegética, al mismo tiempo que
reconoce a Schopenhauer como el primer genealogista de las ideas, advierte que
en este terreno como en tantos otros no estuvo a la altura de sus propios
descubrimientos ("torpe continuador" de Kant, "torpe innovador", cuando se lo
compara, por ejemplo, a Nietzsche), "demasiado moderno para ser clásico,
demasiado clásico para ser moderno" (página 91).

Como el propio Rosset, dicho sea de paso.


Un filósofo indiscreto
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JOSÉ LUIS PARDO

22 MAY 2004

En este 'Tratado de la idiotez', el filósofo francés aplica su humor a demostrar


que el problema de lo real no está en la dificultad para conocerlo sino en su
horror.

Clément Rosset ha hecho de la sobriedad su estilo. Autor de no demasiados


libros y de no demasiadas páginas cada uno, actúa no obstante con una suerte de
indiscreción periódica que nada tiene, desde luego, de personal ni de accidental.
Fuera cual fuera la finalidad a cuyo servicio nació la filosofía, todo parece indicar
que quienes discurren por ella, si no guardan un secreto, comparten al menos una
reserva esencial sobre su asunto. Como este asunto es, ni más ni menos, lo real,
está permitido -y hasta fomentado- discutir acerca de si la realidad es o no
cognoscible y disertar sobre las herramientas que han de conducir mejor a su
exploración; en cambio, comete una impertinencia quien confiesa públicamente -
como viene haciendo Rosset-, traicionando el secreto profesional, que lo real no
es problemático por ser difícil de conocer, intrincado o inabarcable, sino
sencillamente porque es horroroso, despiadado, insensato e idiota. Este
conocimiento, que no conviene divulgar en exceso, choca frontalmente con la sed
de sentido que afecta endémicamente a nuestra especie y, por tanto, conduce a
quien lo acepta a un pensamiento incómodo que, históricamente puntuado por
Lucrecio, Pascal, Spinoza, Schopenhauer o Nietzsche, sólo puede denominarse
con el título que Rosset eligió para el suyo desde la publicación, en 1971, de
su Lógica de lo peor, a saber, filosofía trágica.

LO REAL

Clément Rosset. Traducción de Rafael del Hierro

Pre-Textos. Valencia, 2004

197 páginas. 15 euros

En filosofía, la sobriedad comporta una suerte de continencia metafísica que


requiere hasta un temperamento especial -que para Rosset representa la alegría,
tan insensata e inmotivada como lo real mismo-, apto para resistir la constante
tentación de añadirle a lo real un suplemento que lo haga más soportable y
compatible con nuestros deseos. En otros de sus libros Rosset había dedicado
más esfuerzo a poner de manifiesto la genealogía de las numerosas ilusiones con
las que sazonamos la insufrible y cruda realidad, como si así pudiéramos digerir
su crueldad; en éste, que es uno de sus trabajos más logrados, se ocupa más bien
de intentar devolver sus derechos mancillados a la estricta, desnuda e insípida
realidad, liberada del porcentaje de IVA intelectual que
llamamos valor o sentido. Una empresa, en cierto modo, necesariamente
condenada al fracaso. Como lo real nunca deja de parecernos poco, insuficiente,
nunca dejamos nosotros de recubrirlo con espejismos y reflejos religiosos,
metafísicos, ideológicos o dramáticos, cuando no con la ebriedad -que nos hace
"ver doble" y, por tanto, el doble de lo que hay- o con la paranoia -que nos invita
a delirar tras cada cosa una razón o un motivo-.

Mostrar lo real no es, pues, algo que pueda hacerse "pura y simplemente", de un
modo inmediato, sino que siempre implica una denuncia de las máscaras que
deforman y "enriquecen" la realidad, que tiene una tendencia natural a ocultarse
de nosotros. Por eso mismo, la labor de la filosofía trágica es interminable, y de
vez en cuando necesitamos un libro de Rosset, aunque no sea muy voluminoso,
para aprender a reírnos de nuestra propia capacidad de autoengaño. No hay temor
de que la indiscreción cometida por Rosset haga demasiados estragos. Somos tan
incapaces de aceptar lo real en su solemne idiotez que, después de leer cada uno
de sus textos, volvemos a caer como niños en la misma patología que Rosset se
empeña una y otra vez en aliviar, con perfecta consciencia, eso sí, de su carácter
radicalmente incurable.

“Tranquilícese, todo está mal”


La celebración del gozo de vivir es una consecuencia de lo
irremediable y constatable de nuestra muerte, sostiene el
filósofo francés, un “trágico total”. Aquí, sus reflexiones a
propósito de la edición en español de dos de sus libros.

DURA REALIDAD: "El ocultamiento de la muerte es una característica de las civilizaciones


mediocres" dice Rosset

Luis Diego Fernandez

Tengo derecho considerarme como el primer filósofo trágico, es decir, el


enemigo mortal y el antípoda de un filósofo pesimista”, lo dice
Nietzsche en Ecce Homo , y Clément Rosset lo cita al comienzo de La
filosofía trágica , su primer libro, de 1960, recientemente editado en
español. Esa relación expulsante entre tragedia y pesimismo es,
efectivamente, la clave del pensamiento rossetiano. La conciencia de la
tragedia de morir no lleva al pesimismo, sino, por el contrario, a la
celebración del gozo de vivir: al hedonismo. Para el filósofo Clément
Rosset es evidente: el conocimiento de lo trágico nos conduce a la
alegría. Si hubiese que concentrar su filosofía en una línea, esa sería la
forma más certera y adecuada de plantearla. La celebración del gozo de
vivir es una consecuencia de lo irremediable y constatable de nuestra
muerte. Su biografía también es sintomática: dice ser “francés de
casualidad”, sus cuatro hermanos nacieron en Madrid, y a poco de
comenzada la Guerra Civil toda la familia emigró a Francia. De allí su
perfecto manejo del español, su interés en la cultura hispana y todo lo
referente al buen vivir mediterráneo, y su amistad con Fernando Savater.
Egresado de la Ecole Normale Supérieure, Rosset desarrolla una
filosofía de la afirmación de lo real, del juego, el gozo, el placer. Pero
como todo hedonismo implica una aceptación inexcusable –la
radicalidad de la muerte, su carácter irrevocable y certero– es entonces
que Rosset plantea lo que el denomina la “paradoja del goce”. En La
filosofía trágica es donde Rosset deja bien en claro que lo real requiere
de la crueldad de la muerte, de la desaparición. El fuerte influjo de
Schopenhauer en su pensamiento lo hace en cierto sentido un compañero
de ruta de intelectuales del absurdo como Camus o Cioran, pero también
de filósofos como Jean Paul Sartre. Su pesimismo materialista es, sin
embargo, “afirmativo”.
La tesis esencial de su pensamiento reposa en esta idea: la dificultad de
aceptar lo real como lo que es –finitud– tiende a generar otra instancia –
intangible, sea la Idea, Dios– como fundamento de la moral. Esto se basa
en la incapacidad de aceptación de la condición trágica del vivir. Será
esta incapacidad –presente en Platón, como señalaba Nietzsche– lo que
marca una historia de la filosofía “idealista”, en donde el cuerpo tiene un
lugar secundario, precisamente, por su cambio, corruptibilidad, devenir y
finitud.
Es interesante ver el impacto de Schopenhauer en un filósofo
perteneciente a la generación de Derrida, Deleuze o Foucault. Si bien la
preeminancia de Nietzsche en todos los filósofos franceses de la
posguerra es muy marcada, no es así el influjo directo de Schopenhauer.
En esto también la lectura de Nietzsche por parte de Rosset es original.
Pareciera ser un schopenhaueriano no tan nietzscheano. Lo cual es
llamativo. El resto del corpus que el filósofo toma para la constitución
de su pensamiento resulta instalarse dentro del lineamiento lógico del
materialismo clásico: Epicuro, Lucrecio, Montaigne, Spinoza y Hume.
Es evidente el choque contra el canon metafísico que va de Platón a
Heidegger, algo que leen atentamente Gilles Deleuze y Félix Guattari en
El Antiedipo : “Clément Rosset dice acertadamente que cada vez que
insistimos sobre una carencia de la que carecería el deseo para definir su
objeto, el mundo se ve doblado por otro mundo”. Entonces, la idea de
mundo doble de Deleuze es la forma más evidente de la crítica por parte
de la filosofía afirmativa de lo real de Rosset. Como sabemos, para
Deleuze el deseo produce lo real, por lo tanto es la antítesis de la idea
platónica y cristiana que concibe el deseo como carencia, como falta.
Según Platón –el mito del andrógino–, somos seres incompletos que
buscamos la parte que nos falta; aquí estaría el comienzo de la neurosis y
de un mundo binario –perfecto– frente a un mundo imperfecto, el que
habitamos. Para Rosset, como para Deleuze –y los pensadores de su
tradición– el deseo no es carencia sino afirmación y producción. Uno
tiene lo que desea, es el deseo el que lo genera. En este aspecto, la
filosofía de Rosset es claramente antipsicoanalítica –que también
concibe el deseo como falta– tal como señalan Deleuze y Guattari al
enfocar al inconsciente como mero teatro de representaciones, productor
de fantasmas a través del sueño, el mito, etcétera. En Rosset aparecería
una inversión de esa lógica puramente representativa para pasar a la
acción, y es aquí que se entiende por qué puede ser trágica y, por qué no
decirlo, optimista. Este rasgo de diversión y humor está muy presente en
Rosset, algo de ello vemos en sus Reflexiones sobre el cine , donde en
una entrevista con Roland Jaccard, el filósofo puede pasar de citar a sus
cineastas favoritos –Buñuel, Flaherty, Hitchcock, Godard–, a desarrollar
el muy lúcido concepto de “realismo integral”, a la vez que destacar el
nuevo tono de una serie como Sex and the City que confiesa ver, pero
sobre todo a señalar la necesidad de un tono creativo en la escritura
filosófica, ajena a ciertas pautas académicas: “Sin duda es cierto que he
tenido cierta aversión por la filosofía aburrida (quiero decir: de una
escritura aburrida), y un gusto de la filosofía que consigue ser profunda
sin dejar de ser grata de leer y, por lo tanto, una fuente de placer al
mismo tiempo intelectual y estético”.
En algún sentido, la obra de Rosset unifica una extraña originalidad a la
vez que la pertenencia a un corpus evidente. Es, claramente, un
pensamiento trágico total –no hay posibilidad de cambio ni
perfeccionamiento alguno de lo real– que no apela a ninguna ilusión
vana, pero que tampoco llora ni se angustia. Por esa imperturbabilidad
nos recuerda, inexorablemente, a Epicuro y los estoicos. En diálogo con
Ñ , marcó las características de su pensamiento, sus diferencias con
Foucault y Deleuze, y su nulo interés por Michel Onfray, de quién dice
“no tiene un pensamiento propio”.
¿Qué son la paradoja del goce y la paradoja de la moral como atributos a
tener en cuenta para una filosofía trágica? La paradoja del goce se define
en dos palabras: consiste en ser feliz mientras que todas las razones que
uno tiene de regocijarse son inexistentes, y más que abundantes las
razones que uno tiene de hundirse en la desesperanza. En cuanto a la
paradoja de la moral, ella consiste en mi opinión en disfrazar en una
supuesta búsqueda del bien una incapacidad de aceptar la realidad. Ya he
dado larga cuenta de ello, en particular en las primeras páginas de La
fuerza mayor .
¿Cómo se puede pensar la felicidad y la alegría en el marco de una
filosofía trágica? Considerando lo peor como lo mejor. Leibniz diría: lo
mejor posible. Yo diría, por mi parte –aunque es un poco lo mismo–: lo
mejor a pesar de todo, y aún. Mi lema de sabiduría en la vida podría ser:
“Tranquilícese, todo está mal”.
¿Considera que en el presente asistimos a una actualización de lo trágico
o más bien lo contrario? Yo diría que las catástrofes y amenazas
naturales ya están aquí, pero que el sentimiento trágico aún no llega. Es
más bien la moral, “los buenos sentimientos”, los que predominan, y hoy
más que nunca.
Pensadores como Schopenhauer y Nietzsche son fundantes de una
filosofía trágica. ¿Cree que el pensamiento nietzscheano hoy tiene más
vitalidad que el de Schopenhauer? No hay pensamiento trágico en
Schopenhauer, y es precisamente lo que le reprocha Nietzsche. Ahora
bien, yo veo que la influencia de Schopenhauer es mayor, y me alegro
que se haya vuelto nuevamente importante en nuestros días.
¿Cuáles son los atributos del héroe trágico? ¿Podemos pensar algo
similar en el presente? El sentimiento trágico de la vida nunca fue
reservado exclusivamente a los “héroes”. Es, o debería ser, el
sentimiento de todo el mundo.
¿Considera que la moral aristocrática de Nietzsche y la idea del
Superhombre reúne las características del individuo trágico? No creo que
la moral de Nietzsche pueda ser considerada como “aristocrática” y
considero que su recurso, en el Zarathustra, a la noción de superhombre
no es muy afortunada.
Pensadores como Epicuro que toman al placer como tema central de su
filosofía tienen muy presente la condición finita y material de la
existencia para pensar las posibilidades y jerarquías del placer. ¿Cuál es
la relación entre placer y tragedia? Hedonismo filosófico y condición
trágica van de la mano, vea Lucrecio.
¿Es posible pensar que los grandes filósofos trágicos, como Epicuro,
Montaigne, Schopenhauer o Nietzsche son también aquellos que
conciben la filosofía como un arte de vivir y no como un mero saber
técnico escolástico? En ese caso ¿cree que la concepción de la filosofía
como modo de vida es inevitablemente trágica? Sí. Para los pensadores
que cita, la búsqueda de la sabiduría, de la lucidez son más importantes
que la búsqueda de la verdad. Y, si la lucidez puede ser serena, conduce
también, según pienso, a una visión filosófica necesariamente trágica.
Vea, por ejemplo, a Spinoza.
¿Le parece que podemos entender a filósofos como Foucault y Deleuze
como filósofos trágicos o no? De ningún modo.
¿Le interesa el pensamiento de Michel Onfray? ¿Se siente cercano a su
desarrollo del hedonismo? De ningún modo. Por lo demás, ¿se puede
hablar de un “pensamiento” de Michel Onfray? No lo creo.
A diferencia de otras épocas de la humanidad en las que la muerte
implicaba cierta ritualidad y sociabilidad, hoy no se muestra. ¿Le parece
que la muerte es hoy un tabú? En ese caso, ¿cuáles serían las razones de
ello? El ocultamiento de la muerte es una característica de las
civilizaciones mediocres. Predomina en los Estados Unidos, lo que tal
vez explica su actualidad en los países en los que su influencia es
importante.

Muere el filósofo Clément Rosset, autor


de la frase "Tranquilícese, todo está mal"
Cultura

31 Mar 2018 - 4:35 PM

REDACCIÓN CULTURA

El pensador francés, autor de 15 obras a las que sus críticos llamaban


escépticas, falleció ayer en París a los 78 años.
Imagen de la portada de uno de los libros de Clément Rosset "El demonio de la
tautología". Cortesía

El pensador representaba la clara contraposición al optimismo y anhelada


armonía que proponían las demás ideologías. Fue uno de los intelectuales más
polémicos, basando sus obras en el terrorismo en la filosofía y haciendo cada
vez más posible y cercana la ineludible realidad trágica.

Las mortales y desilusionantes ideas de Rosset conducían a pensar que la


tristeza traía consigo beneficios, que dependían solo de nuestra capacidad para
encontrar el sentido a lo que no lo tiene. No era una guía recomendable por los
optimistas. Proponía desconcierto y la esperanza de la lucha por las buenas
causas caía rendida ante sus argumentos. Publicó alrededor de 15 libros y fue
profesor en la Universidad de Niza por más de 30 años.

La tarea de los filósofos como él, fue totalmente inversa y un desafío a la


común y cómoda conciliación que rechazaba toda posible crueldad, que, a
pesar de vivirse a diario, es mayoritariamente negada por la humanidad. Una
alternativa que conduce al derrumbe o al fortalecimiento de la realidad.

Escogió la palabra terrorista para identificarse del resto. Frases como: “El
hombre puede creer en todo lo que quiera, pero nunca podrá evitar el saber
secretamente que eso en lo que cree es la nada”, convirtieron su obra en una
herramienta sumamente valiosa para repensar la realidad y nuestra insistente
pretensión en negarla o suavizarla.

Clement Rosset nació en el nordeste de Francia en 1939 y fue alumno de la


popular Ecole Normale Supérieure de París. Llegó a los 78 años siendo uno de
los intelectuales más escépticos de Occidente y dando fe de su innegable
admiración a Heráclito y su máxima: “Hay que decir y pensar lo que es, pues
lo que existe, existe. Y lo que no, no existe".

"La demagogia siempre gana",


dice Clément Rosset
El filósofo francés opina que se niega la realidad para adorar lo que no
existe
Luisa Corradini

7 de junio de 2006

PARIS.– El filósofo francés Clément Rosset es uno de los


escépticos más brillantes de su generación. En 30 años de
reflexión y 15 libros publicados, este pensador fuera de serie,
insólito e insolente, no ha dejado de repetir que “ rechazar la
realidad constituye el peor de los peligros” .

En esos casos, el hombre construye mundos imaginarios y crea


fantasmas y quimeras con el fin de esquivar la tragedia universal
de la existencia y de la historia.

“ Rechazar la realidad da origen a espejismos de todo tipo:


futuros luminosos y apocalipsis redentores” , afirmó a LA
NACION en su casa de París, ubicada a pocos metros de La
Closerie des Lilas, uno de los bares preferidos de Ernest
Hemingway.

Como lo hicieron antes otros célebres escépticos – Montaigne,


Spinoza y Schopenhauer– , Rosset recuerda que la realidad no
tiene “ afueras” ; que nadie puede ser salvado por el más allá;
que la realidad es lo que es – ni doble, ni bella, ni fea– y no es
otra cosa.

Nacido en el nordeste de Francia en 1939, ex alumno de la


prestigiosa Ecole Normale Supérieure de París, doctor en filosofía,
profesor en la Universidad de Niza, Rosset se jubiló con
enticipación para dedicarse a la escritura. Con un lenguaje claro y
conciso, con humor e imaginación, cada uno de sus libros es una
defensa, una ilustración de la tautología, ese enunciado que afirma
únicamente que "A es A" y que muchos consideran un
pensamiento sin sentido. Clément Rosset considera, por el
contrario, que esa constatación repetitiva es el núcleo de la
filosofía. Discípulo admirativo del griego Heráclito (572-448 a.C.),
Rosset trata de seguir al pie de la letra la máxima del gran
presocrático: "Hay que decir y pensar lo que es, pues lo que existe,
existe. Y lo que no, no existe".

-¿Se podría decir que usted es el filósofo de una sola


idea?

-¡Sería incluso un elogio! Pero, atención: esa "idea única" no es


sinónimo de "pensamiento único". Se trata más bien de una idea
que las contiene a todas, una idea hospitalaria, que describe un
vicio inherente a la condición humana: para escapar al
sentimiento de la muerte, los hombres miran hacia otro lado y
prefieren escapar de lo que es para adorar lo que no es.

-¿Es eso lo que usted llama "doble"?


-El "doble", como la moral, es una forma de negar la realidad o de
negar lo trágico. Son dos aspectos de un mismo problema. El
"doble" es la ilusión. Cada vez que la realidad es incómoda o
insoportable, el hombre pone en marcha su imaginación,
extraordinariamente fértil, que le permite crear un "doble". Esa
suerte de espejismo esconde lo que la realidad tiene de
intolerable, de crudo. La moral fue siempre una forma de decir lo
que debe ser y, sobre todo, de burlarse de lo que es. Ese "doble"
adquiere todas las formas imaginables: desde la del amante
engañado que se persuade de que su pareja es casta, pasando por
el metafísico que demuestra que la verdad está siempre "más allá",
hasta el altermundialista para quien "otro mundo es posible".

-En otras palabras, Platón y los altermundialistas vienen


a ser lo mismo.

-La misma locura. Platón pasaba el tiempo preguntándose cómo


salir de su tiempo para entrar en la eternidad. Pasó su vida
dudando de que había una vida antes de la muerte. Es evidente
que la metafísica platónica, dictada por la aversión al único
mundo del que disponemos, ese mundo en constante movimiento,
que nos expone tanto a la muerte, a la incertidumbre, a la pérdida
como al deseo, coincide con el altermundialismo que, mezclando
la exigencia y la radicalización, intenta cambiar "de" mundo, más
que cambiar "el" mundo. Sin embargo, no es arrancando plantas
de maíz transgénico que se construye otro mundo. No es
invocando mañanas luminosos que se hace menos difícil lo
cotidiano. El genio del pensamiento de Occidente comparte con
ellos la misma negación de la realidad en beneficio de un ideal
fatalmente imaginario.

-¿Por qué fatalmente?


-Cioran decía "denme otro mundo porque me ahogo". El
altermundialista también se asfixiaría en ese otro mundo que no
cesa de invocar. Si ese ideal (el otro mundo) llegara a existir, los
idealistas le reprocharían de inmediato haberse desnaturalizado,
haberse transformado en su propia caricatura. El fracaso del
comunismo no se debe tanto a una mala interpretación de los
textos de Marx como a la inevitable corrupción de toda utopía a
partir del momento en que pretende materializarse. Se puede
tratar, pero nunca funcionará. El ideal debe, por definición,
permanecer fuera de alcance, a riesgo de no ser más que realidad.
Es lo que explica por qué toda doctrina que persigue la salvación
incluye, como condición paradójica de su eficacia, la idea de que
esa salvación debe no llegar nunca. Así lo muestra, en particular,
la llegada del Mesías en la religión judía.

-En otras palabras, el ideal no existe ni aquí ni en el más


allá.

-Si el ideal no existe en esta vida, no tiene por qué existir en el más
allá. Si las apariencias nos engañan, no quiere decir que disimulan
la verdad. El problema es que no todos somos capaces de admitir
que el mundo es sólo lo que es.

-¿Usted quiere decir que el deseo de ese "otro mundo" no


proviene del deseo de otra cosa, sino del rechazo de la
realidad?

-Exacto. ¿Querer otro mundo? Pero ¿cuál? Ese tipo de idea fija es
siempre algo vago. En los militantes, el objetivo perseguido
desaparece detrás de la voluntad de tener un objetivo.

-Moraleja.
-La realidad es tolerable sólo en la medida en que consigue
hacerse olvidar. Es inútil llorar la pérdida del tiempo pasado o
esperar el retorno de una sociedad sin clases. La realidad nunca
volverá, porque siempre estuvo aquí.

-Pero, entonces, ¿para qué oponerse y tratar de cambiar


las cosas?

-Todo depende. Tomemos dos ejemplos recientes: el "no" a la


Constitución europea y el "no" al contrato de primer empleo
(CPE) francés. En ambos casos, se trató de un combate desigual
entre la razón y la demagogia, sin ninguna propuesta seria de
cambio. En esos casos, la demagogia siempre gana: es fácil
obtener la adhesión de la mayoría cuando uno se limita a
oponerse. Sin embargo, vale más -y requiere más coraje- mejorar
el mundo que tirarlo, completo, a la basura. Si el "no", en esos dos
casos, hubiese sido algo más que la expresión del rechazo radical e
inconsecuente de la realidad, los que votaron o se manifestaron
por el "no" se sorprenderían al comprobar que su victoria no
mejoró en nada la situación de la gente que sufre ni aumentó la
soberanía de Francia en Europa ni resolvió el problema de la
precariedad de los jóvenes marginados. El objetivo no era cambiar
algo en la sociedad, sino cambiar todo de golpe o no cambiar
absolutamente nada, que es exactamente lo mismo. La realidad es
una trampa que siempre se anuncia, nunca toma a nadie por
sorpresa, pero desconcierta a la humanidad por su intolerable
simplicidad. Toda realidad es necesariamente banal.

-Esa visión trágica de la existencia ¿es capaz de atizar el


amor por la existencia?

-Así es. Porque esa visión trágica es lucidez. De ese modo, es capaz
de constatar -y es en esto que consiste la alegría- que la vida de los
hombres resiste, a pesar de todo, a las infinitas razones de hallarla
ridícula, miserable o absurda.Yo diría que vivir es ya en sí una
alegría; que la alegría de vivir es la suma de las alegrías de la vida;
que querer escapar a la realidad es arriesgarse a toparse con lo
peor; que el deseo nunca cumple sus promesas; que la ignorancia
de lo que pueden los hombres es la causa de sus miserias; que el
deseo es penoso y su realización aún más penosa; que la
desilusión engendra serenidad; que, esencialmente, la realidad no
se modifica en profundidad. Cuando se sabe todo esto, es posible
alcanzar una sabiduría que puede ser formulada de esa manera:
alegrémonos, porque lo peor es inevitable.
-Decir que las religiones son producto de ese "doble", es
decir, que Dios no existe.

-Como diría David Hume, sería presuntuoso decir que no existe y


también lo sería decir que existe, ¿cómo saberlo?

-¿Usted qué cree?


Mira con curiosidad, se acaricia la barba, se levanta y se dirige
pausadamente hacia el ventanal. Durante dos, tres, cinco largos
minutos reflexiona. Después gira, se vuelve a sentar y, clavando
los ojos en su interlocutor, deja caer con desdén:

- Je m´en fous ! (Me importa un bledo)

Clément Rosset

Posted by Fernando Reberendo

Esa "fuerza mayor" que es la alegría

El régimen de la alegría es del todo o nada: sólo hay alegría total o no


hay ninguna alegría.
Clément Rosset (Carteret -Normandía-, 1939) realiza sus estudios en
liceos de París y Lyon. Más tarde, en París, será alumno de la Ècole
Normale Superieure, donde conocerá a Althusser y a Lacan. Tras una
estancia de dos años en Canadá, en 1967 se instala en Niza, en cuya
Facultad de Letras y Ciencias Humanas ejercerá la docencia hasta 1998,
fecha en la que deja la enseñanza y retorna a París. Sus principales
influencias filosóficas apuntan a los sofistas y a los epicúreos, así como a
Montaigne, a Pascal, a Spinoza, a Hume y, sobre todo, a Nietzsche.
Filósofo precoz y muy prolífico, ha escrito más de veinte libros, entre los
que cabría destacar "La filosofía trágica", sus ensayos sobre
Schopenhauer , "Lógica de lo peor", "Lo real y su doble", "La fuerza
mayor", "La elección de las palabras", "El demonio de la tautología"

-En otras palabras, el ideal no existe ni aquí ni en


el más allá.

-Si el ideal no existe en esta vida, no tiene por qué


existir en el más allá. Si las apariencias nos
engañan, no quiere decir que disimulan la verdad. El
problema es que no todos somos capaces de admitir que
el mundo es sólo lo que es.

-¿Usted quiere decir que el deseo de ese "otro mundo"


no proviene del deseo de otra cosa, sino del rechazo
de la realidad?

-Exacto. ¿Querer otro mundo? Pero ¿cuál? Ese tipo de


idea fija es siempre algo vago. En los militantes, el
objetivo perseguido desaparece detrás de la voluntad
de tener un objetivo. -Moraleja. -La realidad es
tolerable sólo en la medida en que consigue hacerse
olvidar. Es inútil llorar la pérdida del tiempo pasado
o esperar el retorno de una sociedad sin clases. La
realidad nunca volverá, porque siempre estuvo aquí.
-Esa visión trágica de la existencia ¿es capaz de
atizar el amor por la existencia?

-Así es. Porque esa visión trágica es lucidez. De ese


modo, es capaz de constatar -y es en esto que consiste
la alegría- que la vida de los hombres resiste, a
pesar de todo, a las infinitas razones de hallarla
ridícula, miserable o absurda.Yo diría que vivir es ya
en sí una alegría; que la alegría de vivir es la suma
de las alegrías de la vida; que querer escapar a la
realidad es arriesgarse a toparse con lo peor; que el
deseo nunca cumple sus promesas; que la ignorancia de
lo que pueden los hombres es la causa de sus miserias;
que el deseo es penoso y su realización aún más
penosa; que la desilusión engendra serenidad; que,
esencialmente, la realidad no se modifica en
profundidad. Cuando se sabe todo esto, es posible
alcanzar una sabiduría que puede ser formulada de esa
manera: alegrémonos, porque lo peor es inevitable.

-Decir que las religiones son producto de ese "doble",


es decir, que Dios no existe.

-Como diría David Hume, sería presuntuoso decir que no


existe y también lo sería decir que existe, ¿cómo
saberlo? -¿Usted qué cree?

Mira con curiosidad, se acaricia la barba, se levanta


y se dirige pausadamente hacia el ventanal. Durante
dos, tres, cinco largos minutos reflexiona. Después
gira, se vuelve a sentar y, clavando los ojos en su
interlocutor, deja caer con desdén:

- Je m´en fous ! (Me importa un bledo)

Por Luisa Corradini LA NACION


"Considero la filosofía de Schopenhauer en su conjunto como un modelo
de lucidez y crueldad, unido a un genio especulativo propiamente
filosófico (ya se apruebe o no su salida pesimista, opuesta por ejemplo a
Spinoza, al que Schopenhauer se halla próximo a veces, o incluso a
Nietzsche, que ya se la reprochó bastante).

Es notable que la influencia de Schopenhauer haya sido tardía aunque


inmensa en la cultura europea, y que sólo los filósofos, salvo Nietzsche,
le hayan puesto mala cara. Sin duda un mínimo de optimismo es
necesario para ser reconocido como filósofo de pleno derecho, ese
mínimo de optimismo que le faltaba a Schopenhauer y que, por mi parte,
nunca podría elogiárselo bastante"

“rechazar la realidad constituye el peor de los peligros”. En esos casos, el


hombre construye mundos imaginarios y crea fantasmas y quimeras con
el fin de esquivar la tragedia universal de la existencia y de la historia.
“Rechazar la realidad da origen a espejismos de todo tipo: futuros
luminosos y apocalipsis redentores”
Discípulo admirativo del griego Heráclito (572-448
a.C.), Rosset trata de seguir al pie de la letra la máxima del gran
presocrático: "Hay que decir y pensar lo que es, pues lo que existe,
existe. Y lo que no, no existe". -¿Se podría decir que usted es el filósofo
de una sola idea? -¡Sería incluso un elogio! Pero, atención: esa "idea
única" no es sinónimo de "pensamiento único". Se trata más bien de una
idea que las contiene a todas, una idea hospitalaria, que describe un
vicio inherente a la condición humana: para escapar al sentimiento de la
muerte, los hombres miran hacia otro lado y prefieren escapar de lo que
es para adorar lo que no es.

Así como el alegre es incapaz de decir el motivo de su alegría y expresar


la naturaleza de lo que le colma, el melancólico no sabe precisar el
motivo de su tristeza ni la naturaleza de lo que le falta -salvo que se
repita con Baudelaire que su melancolía carece de contenidos y lo que le
falta no figura en el registro de las cosas existentes...

De ahí la diferencia fundamental entre el vacío romántico y el vacío


alegre: el primero fracasa al describir lo que no existe, el segundo al
hacer el recorrido completo de lo que existe. En otras palabras, la alegría
siempre anda relacionada con lo real, mientras que la tristeza se debate
sin cesar, y ahí reside su propia desdicha, en lo irreal
“Hay en la alegría un mecanismo aprobador que tiende a desbordar el

objeto particular que lo ha suscitado para afectar indiferentemente a todo


objeto y abocar a una afirmación del carácter jubilatorio de la existencia
en general". Según Rosset la alegría –sobre todo la erótica– produce un
“transporte” o desplazamiento de un objeto singular (el/la amado/a) a la
totalidad de los objetos; a la existencia en general. La alegría desborda
toda causa singular de la misma; es inconmensurable con ella. Como la
rosa de Ángelo Silesio es sin porqué.

A esta alegría sin miedo ni esperanza, sin objeto determinado, sin causa,
que consiste en la aprobación incondicional, indiscriminada y

despreocupada (cruel) de la existencia en su integridad (por muy trágica


que sea), la llama Clément Rosset justamente la fuerza mayor. Y la llama
así porque su fuerza es la de la inmanencia: sólo se sostiene a sí misma
y a sí misma se nutre; es su propia causa y su fin. Como la

sustancia spinoziana, es en sí. Spinoza no está tan alejado como pudiera


parecer a primera vista de esta concepción “esforzada” de la alegría.
Para él, el hombre que se esfuerza cuanto puede en alegrarse es el
hombre fuerte, y el afecto que lo caracteriza es la fortaleza. Su alegría,
su Conatus, es Amor Dei; es decir, la alegría de todo, cuando todo –el

todo, es decir, Dios o la Naturaleza se sabe causa de sí.

Dicho de otro modo: la alegría de ser.

CLÉMENT ROSSET, filósofo


"Ya sabemos que lo peor es inevitable, ¡alegrémonos!"

Tengo 70 años. Nací en Normandía, en una familia medio española, y vivo en París. No tengo
pareja ni hijos... y me sobra una pesadillesca caterva de primos. ¿Ideas políticas? ¡No he
tenido ni una en mi vida!, y me odian por ello. ¿Dios? Es demasiado temprano para hablar de
eso.

Podría ser una copita de fino? ¿Un Tío Pepe?

Hecho. ¡Por favor...!


De niño, durante la ocupación nazi en Francia, nos llegaban paquetes de España con estas
cosas tan ricas, pues mi familia era medio española. Y discos de coplas, libros... Mi educación
sensorial infantil es muy española.
Aquí llega su vinito.
Ah, ahora ya empiezo a ser persona...

¿Pero quién es usted? Según le he leído, ¡sostiene usted que el yo no existe!


Ese supuesto yo esencial -que restaría una vez despojado de máscaras sociales- no existe: es
mera creencia, pura metafísica.

Bajo mi identidad, ¿no hay nada?


Nada. Toda identidad es social y nada más: tu identidad es social o no es. Sostengo lo que ya
sugirió Lacan: "El yo extrae toda su sustancia del tú que se la otorga". Punto.

¿No soy más que mi relación con otros?


Lo ha entendido, bravo. Otra cosa es lo que usted y cada uno crea ser: eso son fantasmas de
yo, ilusiones, ¡dobles de la realidad!

Qué frustre: yo quería dedicarme a buscar mi esencia individual intransferible...


Vanidad. Un camembert, si pudiese probar quesos, conocería sus sabores..., pero del suyo
nada sabría por más que se mordiese.

Borges decía: "Soy muchos hombres".


Buen ejemplo de personalidad inexistente. Minuto a minuto podemos ser distintos.

¿Qué idea filosófica fue la primera que le conformó a usted?


Leí de muy jovencito los pesimistas fragmentos amorosos de Schopenhauer, ¡y entendí que
todo estaba perdido! No he cambiado de parecer.

¿Por qué, hombre?


Entendí que el ser humano no es lo bondadoso que Rousseau supone.

¿Alguna otra idea fundamental?


Sí, esta de Pascal: "Moriremos solos".

Pese a todo esto, le veo a usted alegre.


Con Nietzsche aprendí la aprobación incondicional de la vida. ¡Qué regocijo, conocer la
tragedia de que no hay más mundo que este mundo sin historia! Y me repito con gozo aquel
epitafio de Martinus von Biberach...

¿De quién? A este no le conozco.


¿Un místico renano del siglo XV? ¿Un personaje de una obra teatral húngara? Cioran me
aseguró que fue un autor de epitafios... Nada se sabe de él con certeza. ¿Y eso importa? Le
cito: "Vengo de no sé dónde. Soy no sé quién. Muero no sé cuándo. Voy a no sé dónde... Me
asombro de estar tan alegre".

¡Espléndido...! Así, la pregunta que toca ahora es: ¿de dónde mana la alegría?
¡Quiere un adelanto de mi próximo ensayo!

Por favor.
La alegría nace del ser, de lo que es, de lo real, y es activa. La tristeza nace del deseo, de lo
que no es, de lo irreal, y es pasiva.

Aclare.
La visión trágica de lo real es lucidez: es la visión que constata que nuestra vida resiste ¡pese a
las infinitas razones para hallarla ridícula, miserable o absurda! He ahí la alegría. Vivir es, en sí
mismo, alegría.

Dijo nuestro Llull: "Puesto que existimos, ¡alegrémonos!". ¿Es eso?


El deseo es penoso y su realización, aún más penosa. Es ilusión. La desilusión, en cambio,
engendra serenidad. Saber esto posibilita la sabiduría de la alegría: ¡alegrémonos, ya sabemos
que lo peor es inevitable!

Ya le llaman "filósofo de la alegría".


Denomino "fuerza mayor" a esta alegría sin miedo ni esperanza, sin objeto ni motivo, que
aprueba la existencia en su integridad ¡por trágica que sea! Esta alegría es su propia causa y
su fin, ¡es la fuerza mayor!

¿Indeformable, inoxidable, indemne?


Offenbach se maravilló: "A veces me pregunto cómo hizo Dios para darme tanta alegría".

Dígame qué entiende usted por Dios.


Demasiado temprano y poco vino para entrar ya en esto. Cito a Hume: "Tan pretencioso es
afirmar que existe Dios como afirmar que no existe Dios". ¡Me es indiferente!

Algo que sin duda existe es la depresión, ¿no?: he leído que usted la ha vivido.
Fue como pillar una pulmonía. Me atacó como un relámpago. De pronto todo parece fuera de
lugar: desde el gesto más anodino al más agradable, todo se empapa de desinterés o disgusto.
¡Levantarme para ir al baño a orinar era como escalar un Everest...!

¡El filósofo de la alegría, deprimido!


Todo intento de localizar la naturaleza de esto es extravío. Es preferible localizar el fármaco
que te saque del pozo. Mire: en este potecito llevo mi pastillita, ¡por si acaso! Y como venía
aquí dos días, he metido dos.

¿Qué aprendió de tan negra vivencia?


Antes yo tomaba las depresiones de los demás por males imaginarios de gente flaca de ánimo:
no creía que fuesen algo que no pudiera solucionar una copita de jerez... No: es una
enfermedad. Una patología mental..., como la que padecía mi hermano mayor, paranoico. ¡No
sé si aquello me hizo filósofo, pero sí que me hizo más loco...!

¿Qué le pasaba a su hermano?


De niños, cada noche, en nuestro dormitorio, mi hermano me relataba su versión de hechos del
día, del todo delirante: un lápiz azul decía que era rojo... Yo le contrariaba, claro, y entonces
me pegaba. Aprendí a corroborarle, ¡y no es nada fácil para un niño subvertir sus propias
percepciones...!

¿Y cómo sé yo ahora mismo que mi visión no es delirante, que no estoy loco?


¿Por qué me mira así?

Alegre lucidez
"Un hombre camina con sendas sandías bajo los brazos y, al tomar un recodo, ve la espalda de
un hombre que camina ante él con sendas sandías bajo los brazos. ´¡Soy yo!´, piensa. Intenta
alcanzarse, vanamente. Hasta que desiste: ´Y ¿para qué alcanzarme?´, concluye". Rosset
aplaude este cuento, porque ilustra su convicción de la inexistencia de un yo personal -un "yo
preidentitario"- y de la inutilidad de buscarlo. Disfruto con Rosset -Savater lo considera uno de
los filósofos europeos más originales y sugestivos de hoy-, del que aprecio un irónico humor
que emparento con la lucidez. La que emana de sus diáfanas obras, como Principios de
sabiduría y de locura y Lejos de mí (Marbot).

VÍCTOR M. AMELA

Clément Rosset celebra la alegría


de vivir frente al pesimismo radical
de Cioran
El filósofo francés comenta que el autor rumano parte de la
'pequeñez del ser humano'
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JOSÉ ANDRÉS ROJO

Madrid 21 FEB 2002

Hay un acuerdo de fondo entre el pensamiento de Rosset y el de Cioran: que todo


es un desastre. 'No hay ningún bien en el mundo al que un examen lúcido no le
haga parecer, en última instancia, irrisorio y desdeñable', escribe el primero. El
segundo contaba que en cuanto se toman distancias frente a cualquier persona
surge la pregunta irremediable: '¿Cómo será que no se mata?'. Ayer, Rosset
volvió a hurgar en las complicaciones de la existencia en una conferencia sobre
Cioran. Para concluir que 'sin conocer lo más trágico, no es posible conquistar el
gozo de vivir'.

Como Cioran, Clément Rosset (1939) es de esos pensadores que no le tienen


miedo a transitar por las zonas más ásperas de la realidad. En una entrevista poco
antes de su conferencia, de lo que se trataba era de abordar las grandes líneas de
su pensamiento que, partiendo de un diagnóstico radicalmente trágico de la
condición humana, se empeña una y otra vez en celebrar la alegría, el gozo, de
vivir. Había, por tanto, una larga lista de cuestiones: el carácter decisivo de las
ilusiones en la vida de los hombres, la importancia de la risa, el peso del azar en
el rumbo ciego de los acontecimientos, el carácter artesanal de un oficio como el
de la filosofía que se propone elaborar un acercamiento total a la realidad, nuestra
realidad. Pero Clément Rosset se puso a hablar de su familia.

'Soy francés por casualidad. Mis tres hermanos y mi hermana nacieron en


Madrid. Cuando empezó la guerra civil, y por prudencia, mi padre trasladó a su
familia a Francia. Él se quedó aquí y, por su condición de extranjero, pudo
ayudar a gente de los dos bandos que padecían las inclemencias del conflicto'.

Rosset habló ayer de Cioran en el Círculo de Bellas Artes. Fue esta propia
institución la que lo trajo, junto a la editorial Pre-Textos, que celebra con una
serie de conferencias su 25º aniversario, y la Embajada de Francia. Se esforzó en
hablar en español, una lengua que se le fue contagiando por su ambiente familiar,
apasionado por las cosas de este país, y por sus lecturas. 'En lo que he escrito ha
sido muy importante la alegría de vivir. Y eso es algo que descubrí en España.
No hay nada que merezca la pena si no se hace con entusiasmo. Sin el gozo de la
sexualidad, no hay vida, no hay alegría, no hay nada. Ni siquiera filosofía'.

Un baile en Mallorca

Durante la entrevista, Rosset tomó la palabra con una decidida, aunque oculta,
voluntad de utilizar la estrategia Cerros de Úbeda. Pero, de vez en cuando, y
como quien no quiere la cosa, aludía a su trabajo. 'Todo lo que rodeó mi infancia
remitía a España. Tomábamos el vino en unos vasos en los que se leía 'Tío Pepe'.
Y víajábamos con frecuencia a Mallorca, donde mi padre había comprado un
chalet. Fue allí donde tuve una experiencia que considero esencial para el
desarrollo de mi obra. Fue en 1953, en un pequeño pueblo de unos 120
habitantes. Asistí a un baile que me reveló que lo verdaderamente importante es
la alegría, la brusca irrupción de la sexualidad, la fiesta, la risa'.

Todo esto venía a cuento de una pregunta sobre Cioran, el filósofo rumano sobre
el que Rosset disertó en Madrid y sobre el que ya había escrito en La fuerza
mayor, publicado en España por Acuarela. 'Conocí a Cioran gracias a Savater y
fuimos muy buenos amigos', cuenta. Pero subrayó enseguida: 'Nunca hablamos
de filosofía'.

'Cioran no es exactamente un pesimista a la manera tradicional', contó Rosset,


'aunque condenaba de una manera fulminante la vida'. Y, precisamente entonces,
cuando se esperaba una floritura conceptual sobre el brillante ensayista rumano,
Rosset prefería contar anécdotas. 'Era un gran jugador, le gustaba divertirse. Era
muy cortés, un seductor. Tenía problemas de úlcera, así que cuando bebíamos un
poco de vino miraba con envidia la cantidad que nos habíamos servido su mujer
y yo, pues él sólo podía contentarse con un cuarto de vaso'.

De Clément Rosset se han publicado cinco libros en España: La


antinaturaleza(Taurus, 1974), La lógica de lo peor (Barral, 1976), Lo real y su
doble (Tusquets, 1983), El principio de crueldad (Pre-Textos, 1994: hay
traducción catalana, Principis de saviesa y de follia, en Eliseu Climent, 1997),
y La fuerza mayor, que apareció en 2000. Su obra, de una rara originalidad,
reivindica lo que llama pensamiento trágico frente a aquellas escuelas filosóficas
que parten de la hipótesis de que el hombre puede mejorar, perfeccionarse.
Rosset no se hace ilusiones. Pero tampoco lloriquea.

Sus referentes son Nietzsche, Pascal, Montaigne, Spinoza o Lucrecio. Así que
sabe qué es lo peor. Pero declaró, rotundamente, que la afirmación de la vida
sólo tiene sentido cuando se conoce de cerca lo más sombrío. 'Sólo el
conocimiento de lo más trágico te lleva a la alegría de vivir'. Está, por tanto, de
acuerdo con Cioran cuando éste critica a aquellos que celebran la felicidad
después de olvidar, después de ponerse de espaldas a los conflictos de la vida. La
alegría de la que habla Rosset procede de una raíz bien diferente.

Un 'bon vivant'

¿Habrá alguna forma de que Rosset se pronuncie, más allá de los chascarrillos,
sobre Cioran? Pone mala cara. 'Eso ya lo he contado en mis libros. Es
tremendamente difícil escribir sobre cosas complicadas de expresar. Y más difícil
aún cuando hay que hacerlo de manera sencilla. Al ver aquel baile de Mallorca,
entendí que lo más importante era la alegría de vivir después de conocer todos
los sufrimientos. Lo tenía claro, pero a ver cómo lo explicas. En buena medida, el
conocimiento te llega como una gracia, como un don, como un milagro'.

Por no hablar de grandes conceptos, Rosset fue capaz de contar incluso algún
secreto. 'De esos que dan vergüenza', dijo. Y explicó que, hace años, supo de un
traductor que le había preguntado a Cioran sobre un tal Rosset. Y que éste había
contestado: 'Es un bon vivant al que la filosofía no ha estropeado'.

Así que el bon vivant vino a Madrid para hablar de Cioran. Su pesimismo,
escribió Rosset en La fuerza mayor, se desencadena al constatar que la 'paradoja
de la existencia es la de ser algo y, al mismo tiempo, la de no contar para
nada'. Por eso es un pesimismo atípico. No procede de descubrir el absurdo de la
existencia. Es el resultado de saber la condición efímera del hombre, 'la
pequeñez del ser humano'.

Pero Rosset vuelve enseguida a las historias. '¿Sabe que Cioran quería instalarse
en España? Decía que el franquismo era sólido y que le venía bien a su carácter.
Así que viajó a pie y en bicicleta buscando un lugar donde vivir. Al final me
confesaría que para nada, que el régimen no era tan serio, que España era un
garito'.
NADA IMPORTA NADA
En una breve introducción a El principio de crueldad, Rosset cuenta un episodio de Astérix
en Hispania. Unos gitanos invitan a Astérix y a Obélix a unirse a su baile nocturno. El
cantaor no tarda mucho en desgranar el estribillo. 'Ay, ¡qué desgracia haber nacido!'. La
fiesta, pues, y enseguida la presencia de la muerte. Rosset no tarda en destacar cuán cerca
están en España la alegría de vivir y el sentimiento trágico de la vida, y reivindica la jota
aragonesa, que expresa con una gran intensidad 'ese misterioso y esencial vínculo que
relaciona la verdadera alegría de vivir con un conocimiento íntimo y constante de la
muerte'. Y es que en España, explicaba ayer Rosset, el folclor revela constantemente 'el
carácter irrisorio de la vida'. La fiesta y la muerte. La risa y el conocimiento y la certeza del
dolor. 'Para transmitir, al fin, que nada tiene una importancia decisiva, que nada importa
nada'. Para Rosset, no hay mejor lección para aprender a vivir.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 21 de febrero de 2002

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