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Lectura Complementaria 1

La fidelidad del predicador


Apuntes Pastorales
Desarrollo Cristiano Internacional
Autor: Salvador Dellutri
Año 2010
Miami, Florida.

La iglesia necesita en estos tiempos, como nunca antes, una clara orientación en
cuanto al ministerio de la proclamación de la Palabra de Dios. Apuntes Pastorales
dialogó con el pastor Salvador Dellutri, un reconocido orador internacional y
profesor universitario, para conocer algunos de los principios que guían su eficaz
ministerio como predicador.

¿Cómo se dio cuenta de que tenía el don de la predicación?

Mi experiencia fue bastante inusual, primero, porque yo nací en un hogar cristiano


y, por lo tanto, tenía la fascinación de la Biblia. Mi abuelo leía la Biblia y después
me contaba las historias. Así como los jovencitos de hoy tienen por héroes a
Superman o Spiderman, para mí los héroes eran Sansón, David y Moisés. En ese
tiempo, siempre quise saber cómo se obtenía de ese libro el misterio de la historia
y entonces, obligué a mis padres a que me enseñaran a leer la Biblia. A los cinco
años ya leía la Biblia de corrido y me fascinaba escuchar a los predicadores que,
en aquel tiempo, eran aún jóvenes, como don Raúl Caballero Yoccou. A los ocho
años, en mi Nuevo Testamento, diseñé mi primer bosquejo de sermón. Lo
predicaba solo. Muchos años después, sin que nadie lo supiera, retomé ese
bosquejo, lo prediqué, y ¡funcionaba!

¿Por qué considera usted que es importante el ministerio de la predicación


en la iglesia?

En mi opinión, no se debe olvidar que la fe cristiana es una fe revelada. No se


trata ni de lo que yo siento ni de lo que a mí me parece, ni de lo que yo creo sino
de lo que está escrito. La Palabra de Dios constituye una de las formas de la
misericordia divina, pues nos comunica su mensaje en nuestro lenguaje y en

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nuestro vocablo. El Dios que enmarcó su grandeza en el universo y la creación
tiene también la humildad de hablar en palabras humanas, las cuales las tenemos
escritas en la Biblia.

Un predicador no crea su mensaje sino que tiene que exponer lo que Dios ha
dicho, porque delante de él tiene un libro sagrado, totalmente diferente a los otros.
Una vez cierto periodista me preguntó cuáles creía yo que eran las diez obras más
importantes en la historia de la literatura universal. Yo mencioné a varias, pero no
incluí la Biblia, y él se asombró.

¿Cómo es que un pastor no menciona la Biblia?» me preguntó.

«No» —le contesté. «Usted me habló de libros. Este es EL LIBRO. Yo no lo puedo


poner al lado de El Quijote, La Ilíada o la Divina Comedia. Este es el libro de
Dios.»

Sobre este libro, totalmente diferente a cualquier otro libro, se desarrolla la


enseñanza del pueblo de Dios.

El problema que yo veo es que, en este tiempo, estamos confundidos. Si usted va


a una librería, por ejemplo, va a encontrar una cantidad de libros sobre liderazgo
sin embargo, cuando usted abre la Biblia va a encontrar que no trata de líderes,
sino de siervos. El líder es la persona que capitanea gente. El siervo es quien
obedece. Cuando yo abro la Biblia, yo soy un siervo de Dios que se rinde a la
transmisión de esa Palabra. No estoy arengando a la gente para que me siga ni
para obtener resultados. Lo más importante no es la relación que tenga con la
gente sino la que tenga con Dios porque, en ese momento, estoy transmitiendo el
mensaje del Señor. Tengo que hacerlo independiente de los resultados, porque yo
me debo a mi jefe, y él me ha dicho que debo proclamar determinada palabra;
entonces, eso debo hacer.

A veces, el mensaje, desde el punto de vista humano, es exitoso porque hay


buena respuesta. Otras veces no lo es. A mí eso no me preocupa. Me interesa

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que el mensaje sea fiel pues la fidelidad es la característica más importante del
comunicador de la Palabra de Dios. En este sentido es importante que, como
pastor, pueda examinar cómo entrego al pueblo todo el consejo de Dios, todo lo
que es necesario para su edificación. Debo preguntarme: «¿Qué opina Dios de mi
predicación?» Esa es la relación que se requiere intensificar para que el ministerio
del púlpito sea fuerte.

¿Dónde flaquean, hoy en día, los ministerios de predicación?

En mi opinión, falta el mensaje expositivo. Muchas veces se escucha una doctrina


o una enseñanza que ha partido del psicoanálisis, la Nueva Era, la necesidad de
la gente u otra doctrina de moda. A esta se le agregan dos o tres versículos
bíblicos para apoyar un poco el preconcepto que el predicador lleva. Este
predicador no está explicando la Biblia, más bien está presentando una teoría, la
cual busca apoyar con textos bíblicos. Por eso hay mensajes que tienen más
relación con la Nueva Era que con la Palabra de Dios. Probablemente el
predicador lo haga inconscientemente, sin darse cuenta, pero el hecho es que no
ha partido de la Palabra de Dios. Creo, entonces, que necesitamos estudiar
sistemática y exegéticamente la Palabra. El único sermón válido, en mi opinión, es
el expositivo pues con él uno abre la Biblia y explica la Palabra, sin ponerle ideas
propias. En todo caso, todos los pensamientos que uno aporte serán para dar
claridad sobre el texto bíblico.

Yo recurro mucho a anécdotas, ilustraciones históricas y experiencias personales,


pero me cuido de que el eje central no sean estas historias, sino que estas solo
sirvan para traer luz sobre el texto bíblico. El mandato que yo he recibido es
precisamente ese: explicar el texto bíblico.

También falta preparación previa. Un sermón necesita de mucha preparación. A


veces la gente me pregunta: «Este sermón de hoy ¿cuánto tiempo le llevó
prepararlo?» Yo les contesto: «¡Treinta años!»

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No es solamente cuestión del tiempo que uno utiliza. Es la formación integral que
uno debe tener dentro de la Palabra de Dios para conocer con intimidad ese
mensaje. A esto me refiero cuando indico que hace falta preparación bíblica. Hay
sermones que —uno se da cuenta— han sido organizados en dos o tres horas,
pero una predicación no puede ser preparada de esta forma.

¿Qué características tiene un buen sermón?

Una buena predicación es bibliocéntrica, cristocéntrica y sencilla, de modo que


expresa la verdad de Dios al nivel de los individuos. Se dice que Juan Wesley
pensaba en una persona de doce años para preparar sus prédicas, y ese es el
término medio al cual siempre he intentado llegar. En la predicación uno puede
tratar los temas más profundos, pero siempre simplificando y buscando llegar al
hermano más sencillo.

Empero, no solamente debe estar basada en la Palabra de Dios, sino que debe
comunicar, porque en definitivas la predicación es comunicación. Para esto, uno
debe dirigirse a público determinado en un tiempo específico. El predicador llega a
un púlpito insertado en el tiempo y en el espacio, no en la eternidad. Su discurso
parte de la eternidad, pero su púlpito está ubicado en una geografía que tiene
ciertas características culturales que debe conocer. Ese púlpito también está
colocado en una época y el predicador debe conocer cuál es el tiempo en que está
viviendo. Esa es la misión del predicador: tomar la Palabra de la eternidad y
llevarla a la temporalidad que está viviendo dentro de la cultura específica en la
cual está inserto.

¿Cómo se prepara usted para una predicación?

En primer lugar, yo analizo y realizo el estudio exegético del texto. Supongamos


que hoy es domingo y debo predicar dentro de siete días. Si esto es así, entonces
el lunes ya tengo determinado cuál va a ser el texto sobre el cual voy a trabajar.
Comienzo entonces a hacer el estudio exegético del texto. No leo ningún

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comentario antes, sino que siempre parto de la Biblia. Esto lo hago hasta tener
claro qué dice el pasaje y qué quiero transmitir a la comunidad sobre este.

Después, hago una acumulación; es decir, junto elementos que puedan aportar al
texto. Leo buenos comentarios bíblicos y busco pensamientos y anécdotas que
pueden iluminar la Palabra. Normalmente, para el jueves tengo reunido todo este
material. Entonces, llega el momento de procesar el material reunido; dedico el
viernes a esta tarea. Dondequiera que me encuentre durante ese día, estoy
pensando en el sermón que estoy elaborando.

El sábado por la mañana me siento en mi escritorio y comienzo a descartar todo el


material que no voy a usar, armo los lineamientos de un discurso coherente sobre
el texto que he estudiado. Ese es el trabajo más arduo y por eso yo dedico el
sábado exclusivamente a esa tarea. Comienzo a las ocho de la mañana y -
seguramente- no voy a terminar antes de las cuatro o las cinco de la tarde.

El domingo me levanto a las siete de la mañana y tomo el bosquejo para hacer las
últimas correcciones. Llego a la iglesia con una hora de antelación y tengo un
tiempo de oración con el equipo ministerial. Luego, repaso por última vez mis
apuntes, pero estoy abierto a todo lo que el Espíritu quiere hacer desde ese
momento en adelante. A pesar de tener mi bosquejo y haber realizado un estudio
cuidadoso de la Palabra, sé que Dios puede tener otros planes que no me ha
mostrado durante la semana y por lo tanto, debo tener siempre apertura de
corazón.

¿Cómo ha cambiado su estilo a lo largo de los años?

¡Ha cambiado muchísimo! Los primeros sermones que prediqué los preparaba
muy rápido. ¡En tres o cuatro horas tenía un sermón que, seguramente, quedaba
en la mente de la gente no más de cinco minutos! Ahora la preparación es mucho
más intensa y seria —no quiero hablar de la preparación espiritual porque eso
pertenece a la intimidad del predicador. Creo que debemos tener ciertos pudores
espirituales, pero esta preparación es una lucha con Dios como la que tuvo Jacob

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con el ángel. El propósito de este proceso es llegar a la síntesis del texto,
quebrando las ideas propias para que prevalezcan los conceptos de Dios.

Mi predicación ha variado porque mi propia experiencia ha cambiado. Me he


enriquecido, a lo largo de treinta años de ministerio, con muchas vivencias, y esto
me ha ayudado a mejorar mi comunicación con el hombre de hoy. Para mí es
fundamental estar inserto en la realidad social del día pues no se puede ser un
hombre de la Biblia solamente, sino también un ser de la cultura en la cual se vive.
He dedicado mucho tiempo a tratar de entender la problemática del ser humano
en nuestros tiempos y, por lo tanto, trato de apuntar a ese hombre real.

¿Cuál es el «Talón de Aquiles» de un predicador?

Considero que es querer ganar fama como predicador, creer que todo lo sabe y
por eso debe ser famoso. Creo que allí comienza la vanidad y el orgullo y esos
sentimientos destruyen al predicador. Por supuesto —todos lo sabemos— hay
otros pecados que pueden surgir, pero el principal problema por combatir es el de
la vanidad.

El pueblo de Dios que es alimentado por el predicador siempre hace comentarios


sobre eso. Muchas veces son comentarios positivos. Alguien alguna vez me dijo,
en mi paso por el Instituto Bíblico, que estos son «balidos de ovejas» y nunca hay
que escucharlos. A veces, la gente está disconforme porque uno ha golpeado duro
sobre su vida y otras, aplauden. El buen predicador no hace caso a ninguna de
esas dos situaciones. El peligro constante, sin embargo, está en aquello que
alimenta la vanidad de la persona. En este momento, cuando la mentalidad
capitalista también ha llegado a los púlpitos y los predicadores se cotizan por la
cantidad de manifestaciones que tienen o la cantidad de miembros de sus iglesias,
es importante saber que todo esto forma parte de la vanidad.

¿Qué cualidades tiene una buena ilustración?

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Yo tengo una gran lucha con el tema de las ilustraciones. Todos los predicadores
sabemos que cuando volvemos a algún lugar donde hemos predicado, la gente
nos dice: «Yo me acuerdo de una predicación suya», e, inmediatamente, ¡nos
menciona alguna ilustración dada!

Una buena ilustración no debe «comerse» el mensaje. Es como la ventana de una


casa: debe abrirse e iluminar pero no se tiene que ver. La ilustración ha de traer
luz sobre el texto para que sea este el que se vea. También debe ser capaz de
imprimir y, para esto, Jesús nos dejó un claro ejemplo con las parábolas
mostrando la importancia de una buena imagen para fijar un principio espiritual. La
ilustración tiene que estar muy bien elegida y no porque sea atractiva o porque la
hayamos escuchado esta semana debemos forzar el mensaje para utilizarla. Una
buena ilustración debe caer en el momento exacto y dejar grabada la esencia de
lo que se quiso decir. Si a la persona le queda grabada la ilustración, tiene que
estar acompañada del mensaje compartido en ese momento.

En mi opinión, usar bien una ilustración es, tal vez, la parte más difícil de una
buena prédica. Personalmente yo no recurro a archivos ni a libros sino que intento
retener las ilustraciones que me parecen pueden servir en algún momento. Si
persisten en la memoria a lo largo del tiempo, entonces son suficientemente
valiosas como para usarlas. Nunca voy a un libro buscando una ilustración para un
determinado texto pues debe venir sola. En todo caso, yo uso las grandes figuras
de la literatura porque muchas de ellas revelan con gran precisión los dilemas de
la existencia humana. ¿Quién mejor que Hamlet para explicar al ser dubitativo?
¿Quién mejor que Karamazov, el personaje creado por Dostoyevsky, para mostrar
lo que es un agnóstico?

¿Qué consejo le daría a predicadores jóvenes que se están iniciando en el


ministerio?

Les diría que no busquen el impacto. En general, cuando uno comienza su


ministerio y es muy joven, desea impresionar con su predicación, mas lo
importante es lograr que descienda la Palabra de Dios al corazón del oyente. No

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busquen el éxito fácil. Piensen a largo plazo. Uno debe predicar durante toda la
vida y la predicación es un ministerio costoso y difícil. Las conclusiones acerca de
la eficacia de la predicación no dependen de la respuesta puntual de un domingo,
sino de la suma total de ese ministerio.

Los existencialistas decían: «se sabe lo que un hombre es hasta cuando este
muere». Allí se traza la raya final y se totaliza lo que hizo para obtener la
conclusión acerca de su vida. El ministerio también es una totalidad. Vayan arando
y sembrando lentamente.

Otro consejo es que no hagan un ministerio amplio, sino profundo. Cuando uno
hace el pozo bien hondo, Dios se encarga de agrandarlo. Por ende, promoverse
no es la responsabilidad del ministro pues eso está enteramente en manos del
Señor. Sean fieles en el lugar donde Dios les ha puesto y él les dará
responsabilidad en cosas mayores.

Nota sobre el autor:

El autor ha pastoreado durante treinta años una congregación en Buenos Aires,


Argentina. Es presidente de Sociedad Bíblica Argentina, autor de siete libros y un
reconocido expositor de la Palabra de Dios, la cual frecuentemente ministra en
diferentes países de Latinoamérica y en los EE.UU. Está casado y tiene dos hijos
varones.

Ideas básicas de este artículo

 El predicador no es el creador del mensaje. Un predicador debe exponer lo


que Dios ha dicho.
 El sermón más apropiado para una predicación es el expositivo.
 La predicación debe ser bibliocéntrica, cristocéntrica y sencilla.
 Los pasos para la preparación de un sermón son:
1. Estudio exegético del texto, sin la lectura previa de ningún
comentario.

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2. Búsqueda de recursos que enriquezcan el entendimiento del texto.
3. Selección del material necesario para armar un discurso coherente
con el texto bíblico.
4. Realización de las últimas correcciones.
5. Oración con el equipo ministerial.
6. Apertura de corazón por si el Señor indica algún cambio.
 Una buena ilustración se distingue porque es oportuna y no se «come» el
mensaje.
 Se recomienda a los predicadores jóvenes que no busquen impactar sino a
ser fieles a la Palabra en la predicación.

Preguntas para pensar y dialogar

 ¿Cuáles son sus motivaciones como predicador?; ¿cuáles necesita corregir


a la luz de esta entrevista? Explique.
 ¿Cuáles son las razones que Dellutri da para afirmar que el sermón
expositivo es el único válido? ¿Está usted de acuerdo con ello? Explique.
 A la luz de esta entrevista ¿cuáles debilidades puede tener su ministerio de
predicación? Explique.
 Escoja dos personas de confianza y pídales que durante dos meses
evalúen las siguientes áreas en sus predicaciones: 1) ¿poseen las tres
características básicas? 2) ¿sus ilustraciones tienen las dos características
primordiales?

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Lectura Complementaria 2
Fundamentos teológicos de la predicación
Juan Stam, Costa Rica

El mensaje de la cruz es una locura para los que se pierden; en cambio, para los
que se salvan, es decir, para nosotros, este mensaje es el poder de Dios... Ya que
Dios, en su sabio designio, dispuso que el mundo no lo conociera mediante la
sabiduría humana, tuvo a bien salvar, mediante la locura de la predicación, a los
que creen... Este mensaje es motivo de tropiezo para los judíos, y es locura para
los gentiles, pero para los que Dios ha llamado, es el poder de Dios y la sabiduría
de Dios. Pues la locura de Dios es más sabia que la sabiduría humana, y la
debilidad de Dios es más fuerte que la fuerza humana...

Yo mismo, hermanos, cuando fui a anunciarles el testimonio de Dios, no lo hice


con gran elocuencia y sabiduría. Me propuse, más bien, estando entre ustedes, no
saber de alguna cosa, excepto de Jesucristo y de éste crucificado (1 Cor 1:18-2:2).

La predicación, en su sentido bíblico y teológico, es mucho más que sólo la


entrega semanal de una homilía religiosa, con todo respeto por la importancia del
sermón. Es más que una conferencia teológica o una charla sicológica o social. Es
aun más que un estudio bíblico, elemento esencial de toda la vida cristiana.
Entonces, ¿En qué consiste la esencia y el sentido de la predicación?

El griego del NT emplea básicamente tres términos para la predicación. El más


común es kêrussô (proclamar), y su forma substantivada, kêrugma, ambos
derivados de kêrux (heraldo; cf. 1 Tm 2:7; 2 Tm 1:11; 2 P 2:5). En el vocabulario
teológico moderno se ha creado también el adjetivo "kerigmático", lo que tiene que
ver con la proclamación del kêrugma. Otros conjuntos semánticos son euaggelizô
(anunciar buenas nuevas), junto con euaggelion (evangelio) y euaggelistês
(evangelista) y kataggellô (anunciar) también de la raíz aggelô (llevar una noticia;
Jn 20:18) y aggelos (ángel, mensajero). En todos esos vocablos se destaca el
sentido de proclamar una noticia o entregar un mensaje. La predicación no
consiste esencialmente en comunicar nuevas ideas sino en narrar de nuevo una

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historia, la de la gracia de Dios en nuestra salvación, y esperar que por esa
historia Dios vuelva a hablar y a actuar.

La predicación y el reino de Dios: Al estudiar los aspectos y dimensiones de


esta tarea kerigmática, nada mejor que comenzar donde comienza el NT. Juan el
Bautista vino predicando en el desierto, "Arrepiéntanse, porque el reino de los
cielos está cerca" (Mt 3:1), y Jesús llegó con el idéntico mensaje, según Mt 4:17
(cf. Mr 1.14-15). Jesús comisionó a los doce a proclamar el mismo mensaje (Mt
10:7; Lc 9:2). Más adelante el primer evangelista, escribiendo para los judíos,
describe el ministerio de Jesús con las palabras, "Jesús recorría todos los pueblos
y aldeas, enseñando (didaskôn) en las sinagogas, anunciando (kêrussôn) el
evangelio del reino, y sanando toda enfermedad" (Mt 9:35; Lc 8:1; cf. 4:43). Según
Lucas, el Cristo Resucitado también enseñó a los discípulos durante cuarenta días
"acerca del reino de Dios" (Hch 1:3) y de la misión de proclamar ese reino hasta lo
último de la tierra, hasta su venida (1:1-11). El tema central de los tres primeros
evangelios es la llegada del reino de Dios, que con seguridad refleja el mensaje
original de Jesús. Muy relacionado con el tema del reino, Jesús proclamó también
la libertad y la igualdad del Jubileo (Lc 4:18-19; cf. 7:22).

Aunque el tema del reino es menos presente en Pablo y en el cuarto evangelio,


por las nuevas circunstancias culturales y políticas de su misión, sigue siendo muy
importante (cf. Jn 3:3,5; 18:36). La labor misionera de Pablo se describe como
"andar predicando el reino de Dios" (Hch 20:25), y en la fase final de su misión, ya
como preso en Roma, Pablo "predicaba el reino de Dios y enseñaba acerca del
Señor Jesucristo" (Hch 28:31). Es más, Jesús mismo, en su sermón profético,
anuncia que "este evangelio del reino se predicará en todo el mundo" hasta el fin
de la historia (Mt 24:14).

La expectativa del reino mesiánico pertenecía hacía siglos a la tradición judía; lo


novedoso del evangelio del reino consistía en anunciar su inmediata cercanía (Mt
3:1; 4:17). Para Jesús, el reino no sólo está cerca sino que, en su persona, el reino
se ha hecho presente (Mt 12:28; Lc 4:21; 11:20). Los apóstoles también

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proclamaban que los tiempos del reino habían llegado (Hch 2:16; 1 Cor 10:11; 1
Jn 2:18). Por eso, predicar es "decir la hora" para anunciar que el reino de Dios ha
llegado ya. La predicación es la proclamación de este hecho para interpretar bajo
esta nueva luz el pasado, el presente y el futuro. "La predicación pone siempre en
presencia de un hecho que plantea una cuestión" (Léon Dufour 1973:711). Esta
nueva realidad exige una respuesta específica: arrepentimiento, fe y la búsqueda
del reino de Dios y su justicia (Mat 6:33), o en una palabra, la conversión.

En conclusión: la proclamación del reino es parte central de la predicación, y


también, la predicación es parte esencial de la dinámica del reino y un agente
importante de su realización. Como señala González Nuñez, "La palabra de Dios
es poder activo en la historia. Pero, además, ejerce en el mundo actividad
creadora, empujando todas las cosas hacia su respectiva plenitud. Visto al trasluz
de la palabra, el mundo se hace transparente... Creadora en el mundo, salvadora
en la historia, la palabra de Dios es una especie de sustento, necesario para que
la vida lo sea plenamente " (Floristán 1983:678). La palabra creativa de la
predicación va acompañando la marcha del reino de Dios.

La predicación y el Evangelio: Si bien el tema "reino de Dios" predomina en los


evangelios sinópticos, en las epístolas paulinas, por razones relacionadas con su
misión, apenas se menciona el reino y son muy típicas las frases "el evangelio" y
"predicar el evangelio". Sin embargo, las epístolas de Pablo, por lo menos la
mayoría de ellas cuya paternidad paulina no es cuestionada, son anteriores
cronológicamente a los evangelios sinópticos. En ese sentido, la enseñanza del
reino antecede a las epístolas (por venir del tiempo de Jesús) y a la vez es
posterior a ellas (por la fecha en que fueron redactados los sinópticos). Eso refuta
la tesis de que la iglesia había abandonado, o disminuido casi totalmente, el tema
del reino y lo había sustituido con "el evangelio". "Reino" y "evangelio" son dos
lados de la misma moneda.

La proclamación de las buenas nuevas de salvación es esencial a la tarea de


predicación, tan urgente que Pablo una vez exclamó, "¡Ay de mí si no predico el

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evangelio!" (1 Cor 9:16). Más adelante en la misma epístola, Pablo define "el
evangelio que les prediqué", y que él había recibido, como el mensaje de la
muerte, sepultura y resurrección de Jesús (1 Cor 15:1-4). El anhelo de toda la vida
de Pablo fue el de "proclamar el evangelio donde Cristo no sea conocido" (Rom
15:20). Toda predicadora fiel puede afirmar con Pablo, sin titubeos, "no me
avergüenzo del evangelio, pues es poder de Dios para la salvación de todos los
que creen" (Rom 1:16).

La predicación evangélica es en primer lugar "predicar a Jesucristo" y "el


evangelio de Jesucristo" (Hch 20:24; 2 Cor 4:5; cf. 11:4), como Hijo de Dios (1 Cor
1:19; Hch 9:20), crucificado (1 Cor 1:23; Gal 3:1) y resucitado (1 Cor 15:11-12;
Hch 17:18). En Gálatas 3:1, Pablo describe su predicación como si fuera dibujar el
rostro de Cristo ante los ojos de los oyentes (kat' ofthalmous Iêsous Jristos
proegrafê estaurômenos). En algunos pasajes se llama "el evangelio de Dios" (1
Ts 2:9; 2 Cor 11:7) o "el evangelio de la gracia de Dios" (Hch 20:24). Con una
terminología levemente distinta, se llama también "el mensaje de la fe" (Rom 10:8;
cf. Gal 1:23) o "el mensaje de la cruz" (1 Cor 1:18). En Efesios 2:17, Pablo
describe a Cristo mismo como predicador del Shalom de Dios (cf. Hch 10:36). En
conjunto, estos textos nos dan el cuadro de un evangelio integral en la
predicación.

La predicación y la palabra de Dios: Esa relación dinámica entre la


proclamación y el evangelio del reino implica también la relación inseparable entre
la predicación y la Palabra de Dios. Por eso, se repite a menudo que los apóstoles
y los primeros creyentes "predicaban la palabra de Dios" (Hch 8:25 13:5; 15:36;
17:13), o sinónimamente, "la palabra de evangelio" (1 P 1:25) o "la palabra de
verdad" (2 Tm 2:15). Otras veces se dice lo mismo con sólo "predicar la palabra"
(Hch 8:4). El encargo de los siervos y las siervas del Señor es, "predique la
palabra" (2 Tm 4:2), lo cual es mucho más que sólo pronunciar sermones.

La frase "palabra de Dios" tiene diversos significados en las escrituras y en la


historia de la teología. La palabra de Dios por excelencia es el Verbo encarnado

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(Jn 1:1-18; Heb 1:2; Apoc 19:13, Cristo es ho logos tou theou). En las escrituras
tenemos la palabra de Dios escrita, que da testimonio al Verbo encarnado (Jn
5:39). Pero la palabra proclamada, en predicación o en testimonio, se llama
también "palabra de Dios", donde no se refiere ni a Jesucristo ni a las escrituras
(Hch 4:31; 6:7; 8:14,25; 15:35-36; 16:32; 17:13; cf. Lc 10.16). Cristo es la máxima
y perfecta revelación de Dios, quien después de hablarnos por diversos medios,
"en estos días finales nos ha hablado por medio de su Hijo" (Heb 1:1-2, elalêsen
hêmin en huiô, "nos habló en Hijo"). El lenguaje supremo de Dios es "en Hijo" y las
escrituras son el testimonio inspirado de esa revelación, definitivamente
normativas para toda proclamación de Cristo. Pero esa proclamación oral es
también "palabra de Dios", según el uso bíblico de esa frase.

Esta comprensión de las tres modalidades de la palabra de Dios, y por ende de la


predicación como palabra de Dios cuando es fiel a las escrituras, fue expresada
en lenguaje muy enfático por Martín Lutero y reiterado con igual énfasis por Karl
Barth (KB 1/1 107; 1/2 743,751). Según la Confesión Helvética de 1563, "la
predicación de la palabra de Dios es palabra de Dios" (praedicatio verbi Dei est
verbum Dei). Lutero se atrevió a afirmar que cuando el predicar proclama
fielmente la palabra de Dios, "su boca es la boca de Cristo". Karl Barth hace suya
esta teología de la predicación, para afirmar que la predicación es en primer
término una acción de Dios (1/2 751) en la que es Dios mismo, y sólo Dios, quien
habla (1/2 884).

Para muchas personas, que suelen entender "palabra de Dios" como sólo la
Biblia, este descubrimiento tiene implicaciones revolucionarias para la manera de
entender la predicación. Por un lado, magnifica infinitamente la dignidad del púlpito
y el privilegio de ser portador de la palabra divina. También aumenta infinitamente
nuestra expectativa de lo que Dios puede hacer por medio de su palabra, a pesar
de nuestra debilidad e insuficiencia. Es una vocación demasiada alta y honrosa
para cualquier ser humano. Así entendido, el carácter de la predicación como
palabra de Dios nos dignifica y nos humilla a la vez.

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Aquí vale para nuestra predicación la doble consigna de la Reforma de sola
scriptura y sola scriptura. Pablo nos da el ejemplo de proclamar "todo el consejo
de Dios" (Hch 20:20,27; Col 1:2), sin quitarle nada, y tampoco añadirle "nada fuera
de las cosas que los profetas y Moisés dijeron..." (Hch 26:22). Quitamos de las
escrituras cuando sólo predicamos sobre ciertos temas o de ciertos libros y
pasajes de nuestra preferencia. En ese sentido, predicar desde el calendario
litúrgico tiene dos grandes ventajas: obliga al predicador a exponer toda la
amplísima gama de enseñanza bíblica, y liga la predicación con la historia de la
salvación (no sólo navidad y semana santa, sino ascensión, domingo de
Pentecostés, etc.). Pero esa práctica no debe desplazar la predicación expositiva
de libros enteros, teniendo cuidado de incluir en la enseñanza los diferentes
estratos y géneros de la literatura bíblica.

Aun mayor es la tentación en la predicación de añadir al texto, como si él no fuera


suficiente. Un sermón fiel a la Palabra de Dios parte del texto bíblico y no sale de
él sino profundiza en su mensaje hasta el Amén final (Hch 2:14-36; 8:35). Muchos
predicadores se dedican más bien a sacar inferencias del texto, que aun cuando
fueren totalmente válidas lógicamente, no son bíblicas y puede hasta contradecir
el sentido del texto. Una ensalada de consejos vagos, sugerencias abstractas y
exhortaciones muy generales, aunque vengan maquillados con textos bíblicos, no
es un sermón, mucho menos palabra de Dios. El sermón no debe ser una simple
antología de ilustraciones, anécdotas y ex abruptos sensacionalistas. El sermón
tampoco es el lugar para ventilar las opiniones personales del predicador, que no
surgen de la palabra de Dios ni se fundamentan en ella. En la predicación
contemporánea priva un "opinionismo" que raya con el sacrilegio.

El humor debe tener su debido lugar en la predicación (la Biblia misma es una
fuente rica de humor), pero siempre en función del texto y no como fin en si
mismo. El humor debe iluminar el mensaje del texto. Jugar con la palabra de Dios
es pecado, como lo es también volverla aburrida. Los predicadores tienen que
saber moverse entre la frivolidad por un lado, y la rutina seca y el aburrimiento por
otro lado. La jocosidad frívola puede ayudar para el "éxito" del sermón y la

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popularidad del predicador, pero será un obstáculo que impida la eficacia del
sermón como palabra de Dios. Hay dos peligros que evitar en la predicación: la
frivolidad, y el aburrimiento.

La predicación es una tarea bíblica, es decir, exegética y hermenéutica. Bien ha


dicho Bernard Ramm (1976:8) que la primera preocupación del predicador no
debe ser homilética (¿Cómo predico un buen sermón?) sino hermenéutica
(¿Cómo oigo la palabra de Dios, y la hago oír?). Antes del sermón la predicadora
se encuentra con Dios en y por el texto, luchando con Dios y el texto hasta recibir
de Dios una palabra viva que sea a la vez fiel y contextual. Al presentarse ante la
comunidad, plasma ese encuentro en un sermón para compartir ese encuentro
con los demás y buscar juntos la presencia del Señor y escuchar juntos su voz.

La única meta del sermón, la mayor responsabilidad del predicador y el criterio


exclusivo del resultado de la predicación, todos responden a la pregunta central, si
se proclamó fielmente la palabra de Dios. El predicador no predica para complacer
a los oyentes, para manipular sus emociones ni aun para lograr cambios religiosos
y morales en ellos. Su tarea es proclamar la palabra de Dios; no predica buscando
esa transformación sino esperándola como resultado indirecto por la obra del
Espíritu Santo. Mucho menos debe predicar con la motivación de lograr éxito y
fama como orador o erudito bíblico.

Atreverse a predicar como Dios quiere, es un acto de amor, de humildad y de


abnegación. William Willimon ha señalado que el verdadero predicador tiene que
amar más a Dios que a su congregación. Es una gran tentación para el predicador
buscar en su ministerio la realización de sus propios intereses y metas. La
predicación fiel comienza en el corazón del predicador. Es un corazón con un
supremo amor a Dios y su palabra, aun más que a la congregación y mucho más
que a sí mismo.

Pasa con la predicación igual que con la profecía: la predicación fiel siempre
va acompañada por la predicación falsa, que busca complacer a la gente, se dirige
por las expectativas del público y les enseña a decir "Señor, Señor" pero no a

16
hacer la voluntad del Padre celestial (Mt 7:21-23). Por eso, la iglesia debe vigilar
su púlpito con todo celo en el Espíritu. No debe dejar a cualquiera que "habla
lindo" ocupar ese lugar sagrado sino sólo a los que se han demostrado maduros,
bien centrados en la Palabra y consecuentes en sus vidas. No cabe duda que el
descuido en este aspecto ha producido desviaciones y aberraciones en las últimas
décadas, produciendo daños muy serios en la iglesia.

Es urgente también ir enseñando a las congregaciones lo que bíblicamente deben


esperar de un predicador y de un sermón. Mucho del desorden de las últimas
décadas se debe a la gran falta de discernimiento de los mismos oyentes. A pesar
del exagerado número de horas que pasan escuchando sermones, en general no
se logra una adecuada formación bíblica y teológica para discriminar entre
predicación fiel y predicación "bonita", conmovedora o sensacionalista pero no
bíblica. Hace años el destacado orador evangélico, Cecilio Arrastía -- ¡un
verdadero modelo de predicador fiel! -- hablaba de la congregación como
comunidad hermenéutica en que todos sepan interpretar la palabra y distinguir
entre lo bueno y lo malo en la predicación (1 Ts 5:21; Hch 17:11; 1 Cor 14:29).

¡Imploremos al Espíritu de Dios que unja a nuestros predicadores y


congregaciones con amor a la palabra y discernimiento acertado ante estos
abusos!

La predicación y el Espíritu de Dios: Por todo lo que hemos expuesto hasta


ahora, queda claro que la predicación es una tarea muy seria, sin duda mucho
más grande de lo que solemos pensar. Con razón observa Karl Barth, en su
tratado sobre nuestro tema, que la predicación es una tarea imposible; para ella,
observa, todo ser humano es incapaz e indigno (1969:48,52). Es aun imposible
que sepa de antemano qué está pasando en la predicación, porque depende
enteramente de Dios (1969:48). Tenemos que exclamar con San Pablo, "¿Quién
es competente para semejante tarea?" (2 Cor 2:16).

Pero gracias al Señor, la palabra de Dios nunca corre sin que la acompañe el
Espíritu divino que la ha inspirado. Un tema constante en la teología de los

17
Reformadores fue el de "La Palabra y el Espíritu". La palabra sin el Espíritu
conduce a una ortodoxia muerta; el Espíritu sin la palabra llevaba, en la frase de
ellos, al "entusiasmo" desordenado. Los Reformadores enseñaban también el
testimonium spiritus sancti, sin el que la letra escrita es letra muerta. En un
brillante estudio de este tema, Bernard Ramm afirma que fue con esta doctrina
que los Reformadores evitaron un concepto cuasi-mágico de la eficacia de la
Biblia que podría compararse con el ex opere operato del tradicional
sacramentalismo católico. La palabra escrita no opera sola sino vivificada por el
Espíritu de Dios.

En nuestro tiempo, Karl Barth ha reformulado esta doctrina en términos muy


impresionantes. La palabra de Dios, para él, ocurre en su sentido pleno cuando
Dios habla y el pueblo escucha (1969:71). La predicación hace presente a la
palabra en forma viva; "cuando se predica el evangelio, Dios habla" (1969:19) y
entonces, en la frase de Lutero, "La palabra trae a Cristo al pueblo" (1/1 61). En
ese acto de Dios, el "Dios que habló" del pasado se convierte en un presente
"Dios que habla", siempre por las escrituras. Por la acción del Espíritu Santo, la
Palabra toma vida, como si fuera una resurrección del texto.

La predicación, así entendida, es un acto de Dios, totalmente imposible para un


ser humano (1969:21,48,52). El predicador no tiene ningún control sobre la acción
de Dios, ni puede garantizar que Dios hablará por medio de su homilía. Eso queda
totalmente en manos de Dios y ocurre cuándo Dios quiere y dónde Dios quiere.
Por eso -- y esto es lo sorprendente -- la Palabra de Dios por medio de un
predicador y su sermón es siempre un milagro (1969:23,101). "En esta situación
concreta puede suceder que Dios hable y realice un milagro. Pero nosotros no
debemos incluir un milagro, por anticipado, en nuestra predicación" (1969:23). Al
predicador sólo le toca anunciar que Dios está por hablar (1969:14) y proclamar a
la comunidad lo que Dios mismo nos quiere decir, mediante la explicación, en sus
propias palabras, de un pasaje de las escrituras (1969:13).

18
Esta comprensión radicalmente teocéntrica y pneumatológica nos hace entender
que la única fuerza verdadera de la buena predicación es la obra del Espíritu
Santo. A fin de cuentas, el predicador no puede confiar en la elocuencia de su
oratoria ni el carisma y encanto de su atractiva personalidad ni nada parecido.
Reconocer que el poder del sermón no pertenece a nosotros mismos, pero que
Dios ha prometido el obrar eficaz de su Espíritu, y confiar en el Espíritu y sólo el
Espíritu, no nos permitirá emplear mecanismos de manipulación para tratar de
persuadir a los oyentes (1 Cor 1:18-2:2; 2 Cor 4:2; 12:16-17; Ef 4:14). No harán
falta gritos y gemidos simulados, ni pegajosa música de trasfondo, ni pavonearse
de un lado a otro, micrófono en mano. Es el Espíritu Santo quien penetrará en los
corazones, y nosotros los predicadores sabremos confiar en su actuar y no
interferir contra su eficaz actuar.

Por otra parte, nunca tomaremos la promesa del Espíritu como un pretexto para la
pereza. Convencidos del inmenso privilegio de ser instrumentos del Espíritu,
estudiaremos las escrituras con mayor ahínco y prepararemos los sermones con
todo cuidado y pasión. El texto favorito de algunos predicadores, "no se preocupen
de qué van a decir; el Espíritu Santo los enseñará lo que deben responder" (Lc
12:11-12), no se aplica a la preparación de sermones ni al estudio sistemático de
las escrituras sino a casos de arresto y persecución, cuando uno no tiene tiempo
para preparar su defensa. La exégesis bíblica no aparece entre los dones
carismáticos de la iglesia. El Espíritu Santo nos acompañará con su luz en nuestro
estudio de la palabra, pero sólo si de hecho la estudiamos (2 Tim 2:15; 1 P 3:15;
Hch 17:11; 1 Tes 5:21; Mat 22:37).

La Predicación y los Sacramentos: Llama la atención que el NT comienza con la


proclamación y el sacramento juntos. Cuando Juan vino predicando el reino de
Dios, llamaba a los oyentes a un cambio radical de actitud ("Arrepiéntanse", Mt
3:2) ratificado por una acción sacramental (3:6, ser bautizados). Jesús también
vino predicando el reino, exigió arrepentimiento (4:17) y se dejó bautizar por Juan
(3:13-16). El evangelio de Mateo también concluye con el mandato de evangelizar
a todos los pueblos y bautizarlos (28:19).

19
Proclamación y sacramento se unieron cuando Juan apareció "predicando el
bautismo de arrepentimiento para el perdón de pecados" (Mr 1:4; Lc 3:3; Mt
3:6,8,11). El bautismo conocido en Israel antes de Juan era el bautismo de
prosélitos. Como gentiles inmundos, ellos tenían que limpiarse en el río Jordán y
renacer como nuevas personas, ahora judíos, hasta con nombre nuevo, según
algunas fuentes. Entonces pedirle a un judío de nacimiento que se someta a tal
bautismo era tratarlo como gentil, como que no fuera israelita, y obligarlo a
reconocerse a sí mismo como tal. Por eso el bautismo de Juan significaba un acto
de profundo arrepentimiento. Al dejarse bautizar también, Jesús, que no tenía
pecado alguno de que arrepentirse, se identificó con los pecadores en ese
escandaloso sacramento del arrepentimiento.

En la acción sacramental, Dios mismo actúa en el actuar de la comunidad, como


en la predicación Dios habla en nuestro hablar. En ese sentido, el sacramento
también es milagro, parecido al sermón. Esa correlación de palabra y acción
apareció antes en los profetas de Israel, que solían coordinar integralmente la
palabra profética y la acción profética. El acto sacramental es palpable y visible,
por una mediación material: el agua en el bautismo, el pan y el vino en la
comunión. Dios, el creador de la materia, se place en hablar también por ella,
como su lenguaje no-verbal (cf. Salmo 19:1-4).

Ambos, el lenguaje verbal de Dios y su lenguaje no-verbal, son necesidades


esenciales para la comunidad y deben mantenerse en su debido equilibrio. Ni la
celebración del sacramento debe eclipsar a la predicación, como en el catolicismo
tradicional, ni el énfasis "púlpito-céntrico" debe restarle valor e importancia a los
sacramentos. Debe haber una relación coherente y dinámica entre los dos.

La predicación y el culto: Por "culto" entendemos la celebración de la comunidad


de fe en todos sus aspectos y momentos. Incluye el cántico, la lectura, la oración,
la confesión, el silencio, los testimonios, el sermón y el sacramento. A veces se
analizan como leitourgia (liturgia, doxología), kerygma (proclamación) y didaje
(enseñanza) En todo debe estar presente, por lo menos implícitamente, la

20
diakonia (servicio, praxis). El sermón no debe verse como una interrupción
extránea del culto, tampoco la adoración congregacional como "preliminares" para
el sermón, ni el sacramento como un mero apéndice, ni mucho menos una nota al
pie, del resto de la celebración. En el culto contemporáneo, hay una fuerte
tendencia a sobredimensionar los momentos en que nosotros hablamos a Dios
(cántico, testimonios, oraciones) pero subvalorar los momentos en que
escuchamos a Dios hablarnos a nosotros (la lectura, confesión, silencio, sermón y
sacramento).Especialmente notable y preocupante es la ausencia del silencio en
casi todos los cultos, en el que Dios nos pueda hablar.

La tendencia hoy en muchas iglesias evangélicas es de priorizar exageradamente


la "A y A" (Alabanza y Adoración) a expensas, lamentablemente, del sermón. El
cántico, a menudo estilo rock 'n roll, dura unas horas, repitiendo muchas veces los
mismos coros, y a la hora de proclamar la palabra, todos (incluso el predicador)
están agotados. Es común escuchar desde el púlpito frases como, "el Señor nos
ha bendecido tanto, y ahora es muy tarde, de modo que el sermoncito será muy
breve", o aun peor, "el Señor nos ha bendecido tanto esta mañana, no vamos a
tener sermón hoy".

Si se puede afirmar que el catolicismo tradicional tendía a enfatizar tanto el


sacramento que llegaba a eclipsar al sermón, muchas congregaciones
evangélicas contemporáneas están cayendo en la misma trampa, pero sin el
sacramento. Martín Lutero, a denunciar la priorización de la misa en desmedro del
sermón, pronunció palabras que se aplican quizá aun más a muchos cultos
protestantes hoy:

Ahora para corregir este abuso, lo primero es saber que la comunidad cristiana
nunca debe reunirse, sin que ahí la misma palabra de Dios sea predicada y que se
hagan oraciones... Por eso, donde no se predica la palabra de Dios, sería mucho
mejor ni cantar ni leer ni aun reunirse... Sería mejor omitir todo lo demás, menos la
palabra., porque no hay nada mejor que dedicarnos a ella.

21
La predicación como voz profética: Si la predicación es palabra viva de Dios, lo
cuál es la esencia de la profecía, entonces la predicación debe entenderse como
palabra profética. Jesús mismo, el Verbo encarnado, vino con un marcado
carácter profético (Mt 16:14), y las escrituras tienen un carácter marcadamente
profético, desde el profeta Moisés hasta los profetas hebreos, por lo que la
predicación de Cristo y de las escrituras también debe ser profética.

Se puede decir que en la Biblia los primeros predicadores, y no sólo maestros de


la ley, fueron los profetas en Israel. Aunque hoy tenemos sus profecías en forma
escrita, originalmente ellos pronunciaron sus incendiarios discursos en plaza
pública. Y hoy, si nuestra predicación es palabra de Dios, como hemos afirmado,
entonces toda predicación debe tener algo de carácter profético. Eso es la falta
más común y más seria en la mayor parte de la predicación; de hecho, a menudo
la predicación en muchas iglesias es anti-profética y alienante. Tal predicación es
infiel a la vocación con que Dios nos ha llamado.

La palabra "profecía" es uno de los términos bíblicos que peor se entienden. Se


suele entenderla como esencialmente predicción del futuro, como revelación
sobrenatural de información secreta, o como una palabra divinamente autorizada
que nadie debe cuestionar. ¡Todo equivocado! El vaticinio de eventos futuros
constituye una mínima parte del mensaje profético. El profeta no lo era por
predecir, ni dejaba de serlo si no predecía. En segundo lugar, el AT prohíbe y
condena la adivinación, a lo que corresponde un gran porcentaje de supuestas
"palabras proféticas" hoy. Y lejos de otorgarles a los profetas una autoridad
incuestionable, casi divina, Pablo dos veces exhorta a los fieles a examinar las
profecías con discernimiento crítico (1 Tes 5:21; 1 Cor 14:29).

Un aspecto del significado del día de Pentecostés, pocas veces reconocido, es


que aquel día marcó para siempre la naturaleza carismática y profética de toda la
iglesia, sin distingo de género, edad o condición social (Hch 2:17-18). Eso significa
un llamado profético especialmente para los y las líderes de la iglesia y una
responsabilidad ante Dios y la historia de no traicionar esa vocación. Una iglesia

22
que no encuentra su voz profética, sobre todo en momentos de crisis histórica, es
simplemente una iglesia infiel.

La palabra viva de Dios exige obediencia en medio del pueblo y de la historia. Una
predicación que semana tras semana no conlleva exigencia profética, y no tiene
cómo obedecerse en todas las esferas de la vida, de seguro no es Palabra de
Dios. Se dedica a ofrecer un menú variado de productos de consumo religioso
pero no nos llama a tomar la cruz y seguir al Crucificado en discipulado radical (Mt
16:24).

Nuestros tiempos nos han traído, junto con infinidad de voces anti-proféticas, otras
voces que valientemente proclamaron las buenas nuevas del Reino de Dios y su
justicia, del Shalom de Dios y del gran Jubileo con su programa profético de
igualdad. Los tres más destacados -- Dietrich Bonhoeffer, Martin Luther King y
Oscar Arnulfo Romero -- sellaron su testimonio con su sangre. Dios nos los envió,
en el más auténtico linaje de los grandes profetas de los tiempos bíblicos. Que
Dios nos ayude a aprender de ellos y seguir su ejemplo

Lectura Complementaria 3
EL SENTIDO TEOLÓGICO DE LA PREDICACIÓN

1.0 Introducción
1.01 Entre las múltiples responsabilidades del pastor, la que tiene mayor
prioridad es la predicación. En cierto sentido, no obstante, la importancia de la
predicación en el ministerio pastoral ha sido condicionada por el ambiente en que
se ministra. El énfasis que se le dio a la predicación en la liturgia protestante a
partir de la Reforma, hizo que ésta se convirtiera en la tarea más importante del
pastor. De ahí que, en la mayoría de las iglesias protestantes, la eficiencia de un
pastor se mide por su éxito como predicador. Todo ello ha contribuido a que la
imagen del pastor que se ha formado en el ambiente cultural, por lo menos en el
occidente, sea la de un predicador.

23
1.02 Pero la predicación, aparte de la influencia del ambiente cultural, ocupa por
su propia naturaleza un lugar especial, no meramente en el ministerio pastoral,
sino en el ministerio total de la iglesia cristiana. El destacado teólogo inglés P. T.
Forsyth, reconoció este hecho al declarar en su obra, La predicación positiva y la
mentalidad moderna, que con "su predicación el cristianismo se sostiene o se
derrumba".1 Años antes, Broadus había iniciado su clásico Tratado sobre la
predicación afirmando que “la predicación es el principal medio de difusión del
evangelio” y, por lo tanto, es “una necesidad”.2 Con esto concuerdan las palabras
de Pablo en 1 Corintios 9:16 donde se refiere a la predicación como una
necesidad impuesta por Cristo: "¡Ay de mí si no predicare el evangelio!" Es que la
predicación es la responsabilidad primordial de la iglesia. Está intrínsecamente
vinculada a la Gran Comisión. "Id por todo el mundo y predícad...” fueron las
palabras del Señor a su iglesia al encomendarle la tarea de "hacer discípulos a
todas las naciones" (Mt. 28:19; Mr. 16:15).
1.03 La importancia y centralidad de la predicación en el ministerio de la iglesia,
es, pues, un hecho indiscutible. De ahí la necesidad de que ésta conozca la
naturaleza esencial de la predicación. Para una concepción amplia y correcta de la
predicación hay que acudir no sólo a la Escritura, sino también a otros campos del
pensamiento humano, tales como la retórica y la psicología, por cuanto, la
predicación es tanto un acto divino como humano. En este capítulo sin embargo,
nos concretaremos al sentido teológico de la predicación.

1.04 El sentido teológico de la predicación se desprende del hecho de que es la


transmisión de un mensaje que se origina con Dios y se transmite por orden de
Dios. Como bien ha dicho Donald G. Miller:
Predicar es venir a formar parte de un evento dinámico en el cual el Dios viviente,

1
P.T. Forsyth, Positive Preaching and the Modere Mind (Grand Rapids, Mich.:
Eercimans, 1966), p. 1.
2 John A. Broadus, On the Preparation and Delivery of Sermons (New York: Harper & Row, 1926), p. 5.

24
el Dios redentor, reproduce su acto de redención en un encuentro viviente entre El
y los que escuchan a través del predicador.3

Vista en toda su significación, la predicación tiene un carácter teologal,


cristológico, evangélico, antropológico, eclesial, escatológico, persuasivo,
espiritual y litúrgico.

1.1 El carácter teologal de la predicación

1.11 La predicación tiene su punto de partida en el amor de Dios y en la


revelación de ese amor. Amor infinito que dio origen a la auto-revelación de Dios,
y que es a la vez la causa de la predicación. De ahí que Miller nos advierta que la
predicación "no se centraliza en ideas humanas acerca de Dios, sino en lo que
Dios ha hecho..."4

1.12 La predicación deriva su energía del poder de Dios. Por tanto, es un


mensaje poderoso. Es tan poderoso que Dios mismo lo ha hecho el vehículo para
salvar a los hombres. Como bien nos dice Pablo: "Pues ya que en la sabiduría de
Dios, el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría, agradó a Dios salvar a
los creyentes por la locura de la predicación- (1 Co. 1:21; cp. Ro. 10:12-15, 17).

1.13 De igual manera, la predicación recibe su autoridad de parte de Dios. Esa


autoridad se desprende del hecho de que es un mensaje que está arraigado en lo
que Dios ha dicho. Aún más, es un hecho que la autoridad inherente de la
predicación es el resultado de la presencia misma de Dios en el acto de la
predicación. La predicación es autoritativa porque el que predica no es el

3 Donald G. Miller, Fire in thy Mouth (Nashville: Abingdon, 1954), p.17.

4
The Biblical Background for Preachíng, Dictionary of Practica/ Theology (Grand Rapids: Baker,
1967), p. 1.

25
predicador, sino Dios a través del predicador, de modo que la palabra predicada
viene a ser verdaderamente palabra de Dios.

1.14 El objetivo final de la predicación es el conocimiento de Dios. Por


consiguiente, la predicación no sólo halla su punto de partida en Dios y se lleva a
cabo por el poder y la presencia de Dios, sino que también tiene su fin en Dios, ya
que procura llevar a los hombres al conocimiento personal de Dios.

1.2 El carácter cristológico de la predicación

1.21 En segundo lugar, la predicación tiene carácter cristológico. Como el


mediador del nuevo pacto, que tiene como núcleo al evangelio, Cristo es el eje de
la predicación. Es él, por tanto, quien le da el contenido a la predicación, ya que
sin él no hay kerygma. Además, le da verdadero propósito, pues sin él no hay
salvación (He. 4:12).

1.22 La predicación debe ser, por lo tanto, cristocéntrica. Debe relacionar todas
las cosas: el orden socio-económico, político, cultural, educativo y religioso, con
Cristo. De igual manera, debe procurar compartir a Cristo como persona con las
masas despersonalizadas. Ello tiene implicaciones intelectuales y sicológicas. Es
decir, en la predicación no sólo se debe compartir ideas acerca de Cristo (su
señorío sobre la historia, su encarnación, muerte y resurrección, su ascensión y
segunda aparición), sino también la realidad de su persona. Esto último se logra
por medio de la experiencia y la personalidad del predicador cuando predica
movido por una experiencia personal con Cristo y saturado de Su poder.

1.3 El carácter evangélico de la predicación

1.31 La predicación no es un mero discurso moral, político o religioso. Es más bien


la comunicación del evangelio de Cristo. Esto no quiere decir que todo lo que se
debe predicar es la encarnación, muerte y resurrección de Cristo. Pero sí quiere

26
decir que el evangelio es la presuposición de toda predicación cristiana. Todo lo
demás, el enfoque didáctico o el pastoral, se hace cristiano por su relación con
Cristo, y evangélico por su relación con el evangelio.

1.32 La predicación tiene, pues, un carácter evangélico, porque anuncia


preeminentemente la actividad de Dios en Cristo en favor de la humanidad. Es así,
que no importa cuál sea el objetivo inmediato de la predicación. Este puede ser
anunciar los elementos básicos del evangelio, exponer las grandes doctrinas ético-
teológicas de la Biblia, consolar o aconsejar a los creyentes, pero el propósito final
es obtener una respuesta de fe y dedicación a Jesucristo. En otras palabras, la
predicación, no importa cuál sea su énfasis particular, trata de anunciar el
evangelio y sus implicaciones para toda la vida.

1.4 El carácter antropológico de la predicación

1.41 En la predicación, el hombre es siempre el receptor. La predicación cumple


su fin cuando penetra en la vida de los hombres e influye en su comportamiento.
Esto quiere decir que tanto el qué (el contenido) de la predicación como el cómo
(la manera de presentar ese mensaje) tienen que tener presente al quien (el
receptor).
1.42 La predicación se dirige al hombre como un ser enajenado de Dios, y por
tanto, fuera de las fronteras de la familia de Dios. Entendida en este sentido, la
predicación llama al hombre a la comunión de la iglesia. Como bien dice Donald
Macleod:

...la predicación da origen a la iglesia. A través de la predicación los apóstoles


establecieron la iglesia. Cuando entraban a una nueva ciudad le contaban a la
gente lo que Dios había hecho por los hombres en Jesucristo. Como resultado se
formaba una unidad de compañerismo como parte del cuerpo de Cristo.5

5 Donald Mac'leod, "The Sermon in Worship– Ibid., p. 68.

27
1.43 La predicación se dirige también al hombre como parte de la iglesia. En este
sentido, la predicación edifica la iglesia.

Como instrumento para la transmisión de la Palabra de Dios, la predicación es el


fundamento de la iglesia, por cuanto es el órgano que le da vida. Además, la
predicación ilumina, acompaña y protege a la iglesia, porque la reúne y continúa
edificándola, nutriéndola y haciéndola crecer.

1.5 El carácter eclesial de la predicación

1.51 Lo dicho nos pone de lleno en el carácter eclesial de la predicación. La


predicación se lleva a cabo en el contexto de la iglesia y, por tanto, está atada a la
existencia y misión de ésta. "Precisamente por esta razón", nos advierte Karl
Barth, "la predicación debe conformarse a la revelación—. Y añade, la predicación,
cuando es fiel a la revelación de Dios, efectúa la reconciliación,- y donde los
hombres reciben esta Palabra, ahí está la Iglesia, la asamblea de los que han sido
llamados por el Señor... La Iglesia existe porque se hace sonar ese llamamiento y
porque los hombres pueden oírlo. Es por ello que el lazo que ata a la predicación
con la Iglesia se desprende de su fidelidad a la revelación.6

De ahí que la predicación, como hemos dicho, de origen a la iglesia y la haga


crecer en gracia. Como también nos dice Domenico Grasso en su Teología de la
predicación:

la predicación misionera crea la Iglesia al llamar a los hombres dejados de Dios a


la salvación , [ y ] la catequética... [desarrolla) la comunidad cristiana, enraizando a

6 Karl Barth, Prayer and Preaching (London: SCM Press, 1964), p. 74.

28
los fieles cada vez más profundamente en Cristo.7

1.52 La predicación hace consciente a la iglesia de la realidad de su posición en


Cristo y de su vida actual. Su naturaleza es desarrollar conciencia en los
miembros de la comunidad cristiana de que pertenecen al pueblo de Dios, a la
nueva humanidad, a un reino de sacerdotes y a una nueva nación santa; a una
comunidad apostólica, profética y peregrina. La predicación tiene también que
crear conciencia en la iglesia de cómo está viviendo esa realidad y cumpliendo
con su llamamiento. En este sentido, el predicador ejerce la función del profeta,
esto es: llamar al pueblo de Dios a considerar (reflexionar) sus caminos delante de
Dios (cp. Hag. 1:5), y, si es necesario, llamarle a arrepentirse y a convertirse de
sus malos caminos (cp. Is. 1: 10-20; 55:6-8).

1.6 El carácter escatológico de la predicación

1.61 En sexto lugar, la predicación tiene carácter escatológico que se desprende


del hecho de que pertenece a los "últimos tiempos". Al hablar de los últimos
tiempos, nos referimos a lo que Grasso ha llamado "la última fase de la historia de
la salvación, en la que se invita a los hombres, sin acepción de razas o
nacionalidades, a participar de el reino de Dios”.8 Esta dispensación, por así
decirlo, fue inaugurada con la muerte y resurrección de Jesucristo y será
consumada en su segunda aparición. Tiene que ver con el reino que anunciaba
Jesús, por cuanto invita a los hombres a participar de un nuevo orden de vida.

1.62 La predicación tiene también un carácter escatológico porque confronta al


hombre con dos posibilidades futuras: condenación o salvación. La predicación
sacude al hombre en sus sentimientos más íntimos y lo obliga a reflexionar sobre
su futuro. Y no sólo lo obliga a reflexionar, sino a tomar una decisión respecto a
las alternativas que hay en ese futuro.

7
Domenico Grasso, Teología de la Predicación (Salamanca: Ediciones Sígueme, 1968), p. 189.
8
Ibid, p. 193.

29
1.7 El carácter persuasivo de la predicación

1.71 La predicación tiene un fin persuasivo. Su objetivo primordial es persuadir a


los hombres, estén éstos fuera o dentro de la iglesia, a darse por completo al
Señor. De ahí que Pattison define la predicación como "la comunicación verbal de
la verdad divina con el fin de persuadir”.9

1.72 En la persuasión se trata de cambiar la actitud (o actitudes) y la creencia (o


creencias) de una o más personas. Se procura lograr una decisión con respecto al
mensaje que se comunica. Por tanto, al decir que la predicación tiene un carácter
persuasivo queremos decir que no se conforma con que haya una actitud
favorable hacia el mensaje, sino que procura penetrar por todos los medios en los
oyentes hasta que éstos respondan en fe y obediencia. En otras palabras, la
predicación busca una transferencia de significados que influya sobre el
comportamiento de los oyentes: procura que los oyentes cambien de actitud con
respecto a Cristo y a su evangelio, con todo lo que ello implica.

1.8 El carácter espiritual de la predicación

1.81 La predicación no sólo tiene letra sino espíritu. El carácter espiritual de la


predicación emana del hecho de que es un acto testificante del Espíritu Santo. Es
él quien finaliza y hace penetrar el mensaje predicado en tal forma que los oyentes
sean persuadidos. En este sentido, el Espíritu Santo no sólo ilumina al receptor de
modo que comprenda el sentido del mensaje, sino que también lo convence de
pecado y de su necesidad de Cristo. Hace que ese mensaje penetre en el corazón
de tal forma que se realice esa transferencia de significados y haya un cambio de
mente y actitud, una respuesta de fe y obediencia a Cristo.

9
Harwood Pattison, The Making of a Sermon (Philadelphia: The American Baptist Publication
Society, 1941), p. 3.

30
1.82 Es por ello que la predicación necesita hacerse a través del Espíritu Santo, si
es que ha de ser eficaz. Como bien nos dice Jean-Jacques Von Aumen en su obra
sobre La Predicación y la Congregación: "Sin la obra del Espíritu Santo, la Palabra
que Dios ha hablado al mundo en su Hijo no puede ser traducida eficazmente ni
hacerse presente”.10 De ahí también la importancia de la oración en la predicación.
Porque es a través de la oración que el predicador expresa su dependencia de la
persona y obra del Espíritu Santo.

Hay en la oración un principio de debilidad, insuficiencia y dependencia. El que


ora, lo hace porque se siente incapaz de cubrir sus necesidades: porque reconoce
que su "socorro viene de Jehová" (Sal. 121:2). En la oración el predicador confiesa
su debilidad e insuficiencia para cumplir el propósito de la predicación. En su
debilidad pide la ayuda del Espíritu quien intercede con gemidos indecibles (Ro.
8:26) y hace posible la manifestación del poder de Dios en la proclamación.

1.9 El carácter litúrgico de la predicación

1.91 La predicación tiene también un carácter litúrgico. Entendemos por liturgia


el culto que le rinde la iglesia a su Dios, o la adoración pública de Dios como
expresión de servicio. En la adoración, la iglesia reconoce el valor supremo de
Dios en cada aspecto de la existencia humana, y celebra la victoria de Dios en
Cristo. En la celebración de esa victoria, la iglesia, unida a esa nube de testigos de
todos los tiempos, proclama el triunfo del evangelio y ofrece a toda la humanidad,
en nombre de Dios, los frutos de esa victoria.

1.92 Toda adoración pública constituye, por sus propios méritos, un acto de
proclamación y, por tanto, se le puede llamar un acto de predicación. Sin embargo,
hay dentro de ese acto una parte que es dedicada a interpretar y a aplicar el
sentido de la proclamación. Entendida de esta manera, la predicación es un

10
OJean-Jacques Von Allmen, Preaching and the Congregation (Richmond: John Knox Press, 1962),
p. 31.

31
aspecto integral de la adoración pública de la iglesia. Como tal, tiene una triple
función.

1.92.1 En primer lugar, la predicación unifica la adoración pública. Hace evidente


el diálogo involucrado en la adoración, entre la Palabra de Dios y la palabra del
hombre, entre Dios mismo y el hombre y entre éste y su prójimo. La predicación,
entendida como la Palabra de Dios dirigida al hombre, no se completa hasta tanto
el hombre no responde a Dios. Pero como en esa Palabra está implícita la palabra
del prójimo, la respuesta humana tiene también que tener una dimensión
horizontal. La predicación es, pues, un puente entre Palabra y sacramento, entre
revelación y respuesta. En la predicación se hace evidente la dinámica de la
adoración que el profeta Isaías nos describe en el capítulo seis de su libro: el
llamamiento de Dios y la respuesta del hombre, la confesión humana y el perdón
divino, la proclamación de la Palabra y la dedicación del adorante, la comisión al
servicio y la promesa de poder para el cumplimiento de esa tarea.

1.92.2 En segundo lugar, la predicación hace contemporánea la victoria del


evangelio que se celebra en la adoración. La predicación interpreta el simbolismo
evangélico, presente en la adoración, que actúa como señal de la victoria de Dios.
La predicación aplica esa victoria tanto a las necesidades de la iglesia como del
mundo. La predicación, pues, le da a la adoración un carácter existencial, al
relacionarla con toda la vida. La predicación es el vehículo por excelencia para la
transmisión de la gracia divina que viene como resultado de la adoración divina.

1.92.3 En tercer lugar, la predicación provee el tema del culto. Para que el servicio
de adoración posea una buena simetría, debe haber una coordinación de los
himnos, las oraciones, las antífonas, las lecturas bíblicas y el mensaje que va a
predicarse. Como el sermón es la exposición y la interpretación de un tema
bíblico, es importante que los otros elementos giren en torno al tema del sermón;
de lo contrario, se corre el riesgo de perder la unidad y la simetría, que son tan
esenciales para la adoración.

32
1.10 Conclusión

1.10.1 La predicación es, finalmente, un acto dinámico en el cual Dios se dirige a


hombres y mujeres fuera y dentro de su pueblo, para confrontarlos con las
profundas implicaciones de su obra redentora en Cristo. Es un acto integral de la
adoración pública de la iglesia. Sobre todo, la predicación es un acto escatológico,
por cuanto atañe a los últimos tiempos y es el instrumento por excelencia del
Espíritu para la salvación de los hombres. Es por ello que el predicador no puede
concebirse a sí mismo como un mero orador, ni "como un empresario que
presenta una estrella a una multitud”,11 sino como un siervo, instrumento y heraldo
de Dios.

1.10.2 Es a base del sentido teológico de la predicación que debemos juzgar


nuestra predicación. ¿Tiene nuestra predicación un carácter teologal, cristológico,
evangélico, antropológico, eclesial, escatológico, persuasivo, espiritual y litúrgico?
¿Qué imagen tenemos de nuestra función como predicadores? ¿Nos vemos a
nosotros mismos como siervos de Jesucristo, como heraldos de su evangelio y
como instrumentos del Espíritu, o simplemente como oradores, empresarios o
artistas? Sobre la respuesta que les demos a estas interrogantes descansa la
eficacia de nuestra predicación

Lectura Complementaria cuatro


Sobre la Elección de un Texto
Spurgeon: El príncipe de los predicadores

Creo, hermanos míos, que nosotros todos sentimos la importancia de dirigir cada
una de las partes del culto divino, con la mayor eficiencia posible. Cuando
recordamos que la salvación de un alma puede depender, instrumentalmente, de
la elección de un himno, no debemos considerar como insignificante aun una cosa

11
Ibid.

33
tan pequeña como la elección de los salmos y los himnos. Un extranjero irreligioso
que asistía por casualidad a uno de nuestros cultos en Exeter Hall, fue traído a la
cruz de Cristo por las palabras de Wesley: "Jesús, que ama a mi alma." ¿Es
verdad," dijo él, "que Jesús me ama a mí? entonces, ¿por qué vivo yo en
enemistad con El?"

Cuando reflexionemos también en que Dios puede bendecir especialmente alguna


expresión en nuestras oraciones para la conversión de un hijo pródigo, y que la
oración acompañada de la unción del Espíritu Santo, puede contribuir mucho para
edificar al pueblo de Dios, y para conseguirle bendiciones innumerables, nos
esforzaremos en hacer oración con las mejores dotes y la más abundante gracia
que se halle a nuestro alcance. Puesto que el consuelo y la Instrucción, se pueden
distribuir abundantemente también en la lectura de la Biblia, nos detendremos
sobre nuestras Biblias abiertas, e imploraremos, el ser dirigidos a la elección de la
parte de la palabra inspirada que pueda serle más útil a la congregación. En
cuanto al sermón, tendremos empeño, antes de todo, en la elección del texto.

Ninguno de entre nosotros, desprecia el sermón de tal modo que considere


cualquier texto escogido al acaso, a propósito para un culto donde quiera que se
celebre, o con cualquier motivo. No estamos todos conformes con la opinión de
Sydney Smith, cuando él recomendó a un hermano que buscaba un texto, que
escogiera "Partos, y Medos y Elamitas, y los que habitamos en Mesopotamia,"
como sí cualquiera cosa pudiera servir de base para un sermón. Debemos
considerar de buena fe y seríamente cada semana, sobre qué asuntos
predicaremos a nuestra congregación el domingo próximo, tanto en la mañana
como en la tarde; porque aunque toda Escritura es buena y útil, sin embargo, no
todo es igualmente a propósito para cada ocasión. Reflexionar por un momento
sobre las consecuencias eternas que pueden seguir a la predicación de un solo
sermón en el nombre del Gran Autor y Consumador de la fe, debe bastar para
condenar eficazmente el descuido y el amor propio con que se escogen y se tratan
muchas veces los textos, y para impresionar a todo ministro verdadero del

34
Evangelio, con el deber de escoger sus textos, estando él en un estado de espíritu
que armonice con la dirección divina siempre que pueda desempeñar obra tan
interesante. A cada cosa corresponde su tiempo oportuno, y lo mejor siempre es lo
oportuno.

Un ecónomo entendido, se afana por dar a cada miembro de la familia su alimento


correspondiente en el debido tiempo; no lo distribuye a su antojo, sino que
acomoda los manjares a la necesidad de los comensales.

Sólo un mero empleado esclavo de la rutina, o autómata inanimado del


formalismo, puede estar contento apoderándose del primer asunto que se ofrezca.
El hombre que recoge tópicos del mismo modo que los niños en el prado reúnen
botones de oro y margaritas, es decir, como se le ofrecen por casualidad, obra
quizá en conformidad con la parte que le incumbe en una iglesia en que un patrón
lo ha puesto y de que el pueblo no puede quitarlo; pero los que creen que son
llamados por Dios y que se han escogido para sus puestos respectivos por la
elección libre de los creyentes, deben dar más satisfactoria evidencia de su
llamamiento que la que se puede encontrar en este descuido.

De entre muchas piedras preciosas, tenemos que escoger la joya más a propósito
para la ocasión y las circunstancias bajo las cuales vamos a predicar. No nos
atrevemos a meternos en el salón de banquete del Rey, con una confusión de
provisiones, como si el festín fuera una rebatiña vulgar; sino que como servidores
de buenas costumbres, nos detenemos y hacemos esta pregunta al Gran Maestro
del convite: "Señor, ¿qué quieres tú que pongamos en tu mesa hoy?" Ciertos
textos nos parecen poco convenientes.

Nos admiramos de lo que hizo el ministro del Sr. Disraeli con las palabras: "En mi
carne veré a Dios," al predicar recientemente en la fiesta de los segadores al
concluir la cosecha. Muy incongruo era el texto del discurso fúnebre cuando se
enterró un ministro (el Sr. Plow), que se había matado: "Así da a sus amados

35
sueño." Era sin disputa un mentecato aquel que, al predicar un sermón a los
jueces durante la sesión del tribunal pleno, escogió por texto las palabras: "No
juzguéis para que no seáis juzgados." No os engañéis por el sonido y la aparente
conveniencia de las palabras bíblicas. El Sr. M. Athanase Coquerel, confiesa que
predicó al visitar la ciudad de Amsterdam por tercera vez, sobre las palabras:
"Esta tercera vez voy a vosotros," 2 Cor. 13:1, y agrega con razón, que "encontró
mucha dificultad en hacer mérito en el sermón de lo que era a propósito a la
ocasión." Un caso análogo se encuentra en uno de los sermones predicados sobre
la muerte de la Princesa Carlota, siendo el texto: "Ella estaba enferma y murió."

Es peor aún escoger palabras de un chiste de poco gusto, como sucedió con
motivo de un sermón reciente sobre la muerte de Abraham Lincoln, siendo el
texto: "Abraham murió." Se dice que un estudiante, que probablemente nunca
llegó a ordenarse, predicó un sermón ante su preceptor, el Dr. Felipe Doddridge.
Este estaba acostumbrado a ponerse directamente en frente del estudiante y a
mirarlo cara a cara. Figuraos, pues, su sorpresa y tal vez indignación, al oír
anunciado este texto: "¿Tanto tiempo he estado con vosotros, y no me has
conocido, Felipe?" Señores, algunas veces los necios se hacen estudiantes: que
ninguno de esta clase deshonre nuestra Alma Mater. Perdono al hombre que
predicó ante aquel Salomón borracho, Jacobo Segundo de Inglaterra y Sexto de
Escocia, sobre Jacobo 5:5: "Habéis vivido en deleites sobre la tierra y sido
disolutos: habéis cebado vuestros corazones como en el día de sacrificios." En
este caso la tentación fue demasiado fuerte para ser resistida; pero si es que ha
llegado a vivir un hombre, como se nos dice, que celebró la muerte de un diácono
por medio de un discurso sobre el texto: "Y aconteció que murió el mendigo," que
sea execrado. Perdono al mentiroso que me atribuyó a mi tal afrenta; pero que no
practique sus artes infames en otra persona.

Así como nos cumple evitar una elección poco cuidadosa de asuntos, así
debemos evitar también una regularidad monótona. He oído hablar de un ministro
que tenía 52 sermones, y otros pocos para ocasiones especiales, y estaba

36
acostumbrado a predicarlos en un orden fijo año tras año. En este caso habría
sido por demás que la congregación le pidiera que "les predicara las mismas
verdades en el domingo siguiente;" ni habría sido muy extraño que imitadores de
Euticho, se hubieran encontrado en otros lugares del tercer piso. Hace poco un
ministro dijo a un agricultor, amigo mío: "Sabe usted, señor D, que estaba
hojeando yo mis sermones el otro día, y realmente el estudio es tan húmedo,
especialmente mi escritorio, que mis sermones se han enmohecido?" Mi amigo
que aunque era mayordomo de iglesia, asistía a los cultos de los Disidentes, no
era tan rudo que dijera que "le parecía muy probable:" pero como los ancianos de
la aldea habían oído con frecuencia los dichos discursos, es posible que para ellos
hayan estado desmejorados en más de un sentido.

Hay ministros que habiendo acumulado unos cuantos sermones, los repiten hasta
que se fastidian sus oyentes. Los hermanos viandantes deben estar más
expuestos a esta tentación, que los que continúan por muchos años en un lugar.
Si se hacen víctimas de la costumbre referida, debe terminar su utilidad y enviar el
frío insufrible de la muerte a sus corazones, cosa de que sus oyentes deben tener
conciencia, mientras les escuchen repetir desanimadamente sus producciones
raídas. El modo más eficaz de promover la indolencia espiritual, debe ser el plan
de adquirir un surtido de sermones por dos o tres años, y entonces repetirlos en
orden regular muchas veces. Hermanos míos, puesto que esperamos vivir por
muchos años, si no por toda nuestra vida, en un lugar, radicados allí por los
afectos mutuos que existían entre nosotros y nuestras congregaciones,
necesitamos un método muy diferente al que pueda servir a un haragán o a un
evangelista ambulante. Debe ser molesto para algunos, y para otros muy fácil,
según me figuro, encontrar su asunto, como lo hacen los Episcopales, en el
evangelio o en la epístola que se asigna en el devocionario para el día en que se
ha de predicar el sermón. El se ve impelido, no por ninguna ley, sino una especie
de precedente a predicar sobre un versículo de ésta o de aquél. Cuando las
fiestas de Adviento y de la Epifanía, y de la Cuaresma, y del Pentecostés, traen

37
sus observaciones estereotípicas, ninguno tiene necesidad de atormentar su
corazón con la pregunta de "¿Qué diré a mi congregación?"

La voz de la iglesia es muy clara y distinta. "Maestro, habla: allí se encuentra tu


trabajo, entrégate enteramente a él." Bien puede haber algunas ventajas en
conexión con este arreglo, hecho con anticipación, pero no nos parece que el
público Episcopal se ha hecho participante de ellas, puesto que sus escritores
públicos siempre están lamentándose de la esterilidad de sus sermones, y
deplorando el estado triste de los pacientes seglares que se encuentran
compelidos a escucharlos. La costumbre servil de seguir al curso del sol y a la
rotación de los meses, en vez de esperar al Espíritu Santo basta, a mi parecer,
para explicar el hecho de que en muchas iglesias, siendo jueces sus propios
escritores, los sermones no son más que muestra de "aquella debilidad decente
que tanto precave a sus autores de los errores cómicos como les preserva de las
hermosuras más notables." Téngase pues por sentado que todos nosotros
estamos persuadidos de la importancia de predicar no sólo la verdad, sino la
verdad que sea más a propósito para cada ocasión particular. Debemos
esforzarnos en presentar siempre los asuntos que mejor cuadren con las
necesidades de nuestro pueblo, y se adapten más perfectamente como medios
para llevar la gracia a sus corazones.

¿Hay acaso dificultad en encontrar textos? Recuerdo haber leído hace muchos
años en un tomo de lecturas sobre la Homilética, una declaración que me causó
bastante inquietud por algún tiempo; trataba de algo relativo a este efecto: "Si
alguno encuentra dificultad en escoger un texto, es mejor que desde luego se vaya
a una tienda de abarrotes, o a empuñar la mancera de un arado, porque
evidentemente eso sería la señal de que no tiene la aptitud necesaria para el
ministerio."

Ahora bien, puesto que yo había sufrido muchas veces por esta causa, comencé a
examinarme a mí mismo, para informarme si no era mi deber buscar cualquiera

38
clase de trabajo secular, y abandonar el ministerio; pero no lo he hecho, porque
tengo aún la convicción de que, aunque condenado por el juicio de dicho autor
que, me comprende a mí por su generalidad, obedezco a un llamamiento que Dios
ha confirmado por el sello de su aprobación. Me sentí tan desazonado en mi
conciencia, a causa de la severidad de dicha observación, que hice a mi abuelo
que había sido ministro por 50 años, la pregunta de si él alguna vez se encontraba
indeciso en la elección de su tema. Me contestó con toda franqueza que siempre
le había causado mucho trabajo, y que comparada con esto, la predicación le
había sido muy fácil. Recuerdo bien la observación del anciano venerable. "La
dificultad no se origina de que no hay textos suficientes, sino de que hay tantos
que me siento comprimido entre ellos." Hermanos, nos parecemos, a veces, al que
siendo afecto a las flores exquisitas, se encuentra rodeado de todas las
hermosuras del jardín, con licencia de escoger sólo una de ellas. ¡Cuánto tiempo
fluctúa irresoluto entre la rosa y el lirio, y cuán grande es la dificultad que tiene
para elegir como la más preferible, a una que pueda descollar entre tantos millares
de flores seductoras!

Debo confesar que para mí todavía hasta hoy, la elección de mi texto me pone en
gran embarazo, pero en embarazo de riquezas," como dicen los franceses, muy
diferente por cierto de la esterilidad de pobreza. Nos lo causa la indecisión sobre
qué es lo más atendible entre tantas verdades, siendo así que todas exigen darse
a conocer; entre tantos deberes que requieren ser encarecidos, y entre tantas
necesidades espirituales de la congregación que reclaman ser satisfechas. No es
pues de extrañar que sea muy difícil decidir a nuestra entera satisfacción con qué
deber nos conviene que cumplamos primero. Confieso que me siento muchas
veces hora tras hora, pidiendo a Dios un asunto, y esperándolo, y que esto es la
parte principal de mí estudio. He empleado mucho tiempo y trabajo pensando
sobre tópicos, rumiando puntos doctrinales, haciendo esqueletos de sermones, y
después sepultando todos sus huesos en las catacumbas del olvido, continuando
mi navegación a grandes distancias sobre aguas tempestuosas hasta ver las luces
de un faro para poder dirigirme al puerto suspirado.

39
Yo creo que casi todos los sábados formo suficientes bosquejos de sermones para
abastecerme por un mes, si pudiera hacer uso de ellos; pero no me atrevo a
predicarlos, pues el hacerlo me asemejaría a un marinero honrado que llevara un
cargamento de mercancías de contrabando. Los temas vuelan en la imaginación
uno tras otro, así como las imágenes que pasan a través del lente de un fotógrafo;
pero en tanto que la mente no sea como la lámina sensible que retiene la
impresión de alguna de ellas, todos estos asuntos son enteramente inútiles para
nosotros.

¿Cuál es el propio texto? ¿Cómo se conoce?

Lo conocemos por demostraciones amistosas. Cuando un versículo se apodera


vigorosamente de vuestro entendimiento, de tal manera que no podáis desasiros,
no necesitaréis de otra indicación respecto de vuestro propio tema. Como un pez,
podéis picar muchos cebos; pero una vez tragado el anzuelo, no vagaréis ya más.
Así cuando un texto nos cautiva, podemos estar ciertos de que a nuestra vez lo
hemos conquistado, y ya entonces podemos hacernos el ánimo con toda
confianza de predicar sobre él. O, haciendo uso de otro símil, tomáis muchos
textos en la mano, y os esforzáis en romperlos: los amartilláis con toda vuestra
fuerza, pero os afanáis inútilmente; al fin encontráis uno que se desmorona al
primer golpe, y los diferentes pedazos lanzan chispas al caer, y veis las joyas más
radiantes brillando en su interior. Crece a vuestra vista, a semejanza de la semilla
de la fábula que se desarrolló en un árbol, mientras que el observador lo miraba.
Os encanta y fascina, u os hace caer de rodillas abrumándoos con la carga del
Señor.

Sabed entonces, que este es el mensaje que el Señor quiere que promulguéis, y
estando ciertos de esto, os posesionaréis tanto de tal pasaje, que no podréis
descansar hasta que hallándoos completamente sometidos a su Influencia,

40
prediquéis sobre él como el Señor os inspire que habléis. Esperad aquella palabra
escogida aun cuando tengáis que esperar hasta una hora antes del culto. Quizá
esto no será entendido por hombres de un frío cálculo a quienes por lo general no
mueve el mismo impulso que a nosotros, para quienes esto es una ley del corazón
que no nos atrevemos a violar.

Nos detenemos en Jerusalén este es hasta recibir la virtud celestial. "Creo en el


Espíritu Santo." Este es uno de los artículos del Credo, pero apenas se cree por
los cristianos de un modo práctico. Muchos ministros parece que piensan que ellos
tienen que escoger el texto, que descubrir sus enseñanzas, y encontrar un
discurso en él. No lo creemos así. Debemos hacer uso tanto de nuestra voluntad,
por supuesto, como de nuestra inteligencia y de nuestros afectos, porque no es de
presumirse que el Espíritu Santo nos compela a que prediquemos sobre un texto
en contra de nuestra voluntad. No nos trata como si fuéramos órganos cilíndricos,
a que fuera posible dar cuerda y ajustarlos a alguna determinada música, sino que
aquel glorioso inspirador de toda verdad, nos trata como seres racionales,
dominados por fuerzas espirituales, adecuadas a nuestra naturaleza; sin embargo,
los espíritus devotos siempre desean que sea escogido el texto por el Espíritu
Santo infinitamente sabio, y no por sus entendimientos falibles; y por tanto, se
entregan a si mismos en las manos de Aquél, pidiéndole que condescienda en
dirigirlos respecto de la provisión conveniente que haya ordenado ministrar a su
grey. A este propósito dice Gurnal: "Los ministros no tienen aptitud propia para su
trabajo. ¡Ah! Cuánto tiempo pueden sentarse, hojeando sus libros y devanándose
los sesos, hasta que Dios venga a darles auxilio, y entonces se pone el sermón a
su alcance, como se puso la carne de venado al de Jacob.

Sí Dios no nos presta su ayuda, escribiremos con una pluma sin tinta; si alguno
tiene necesidad especial de apoyarse en Dios, es el ministro del evangelio." Sí
alguno me preguntara ¿cómo puedo hacerme del texto más oportuno? le
contestaría: "pedidlo a Dios." Harrington Evans en sus "Reglas para hacer
sermones," nos da como la primera, "pedid a Dios la elección de un pasaje.

41
Preguntad por qué se escoge, y que sea contestada satisfactoriamente la
pregunta. Algunas veces la contestación será tal que se deba rechazar el pasaje."
Sí la oración sola os dirige al tesoro apetecido, será en cualquier caso, un ejercicio
provechoso para vuestras almas. Si la dificultad de escoger un texto os hace
multiplicar vuestras oraciones, será esto una gran bendición. El mejor estudio es la
oración. Así dijo Lutero: "Haber orado bien, es haber estudiado bien;" y este
proverbio merece repetirse con frecuencia. Mezclad la oración con vuestros
estudios de la Biblia. Esto será como la trilla de las uvas en el lagar, o la del trigo
en la era; o la separación del oro del residuo. La oración es doblemente bendita:
bendice al predicador que ruega, y al pueblo a que predica. Cuando vuestro texto
viene como señal de que Dios ha aceptado vuestra oración, será más preciosa
para vosotros, y tendrá un sabor y una unción enteramente desconocidos al
orador formal para quien -un tema es igual a otro.

La palabra de Dios es más penetrante que una espada de dos filos, y por tanto,
podéis dejarla que hiera y mate, y no tenéis necesidad de hacer uso de frases
duras y gestos severos. La palabra de Dios es penetrante: dejadla que examine
los corazones de los hombres sin el aumento de palabras ofensivas por parte de
vosotros.

Habiendo ya ofrecido nuestras oraciones, debemos hacer uso con todo empeño,
de los medios más a propósito para concentrar nuestros pensamientos y
ocuparlos de los asuntos más provechosos. Considerad el estado espiritual de
vuestros oyentes. Meditad sobre su condición espiritual como un todo, y como
individuos, y prescribid la medicina conveniente para curar la enfermedad que
prevalezca entre ellos, o la comida que esté más en consonancia con sus
necesidades. Dejadme que os advierta sin embargo, que es menester no hacer
mérito de los caprichos de vuestros oyentes, ni de las excentricidades de los que
gozan de riquezas e influencia.

42
No penséis demasiado en la influencia del caballero y de su señora que se sientan
en el lugar privilegiado, si es que por desgracia tenéis uno de esta clase para
establecer cierta distinción entre los oyentes, allí donde todos deben hallarse en el
mismo nivel. Que al que más contribuye, se le guarden tantas consideraciones
como a cualquiera otro, y que no se menosprecie a nadie. El rico, no por serlo, es
de mayor importancia que los otros miembros de la congregación, y entristeceríais
al Espíritu Santo, si así pensarais. Mirad a los pobres en el templo con igual
interés, y escoged asuntos que ellos puedan entender y puedan consolarlos en
sus muchas tristezas.

No permitáis que vuestro juicio se trastorne manifestando un miramiento excesivo


a los que son miembros a medías de la congregación, y que a la vez que se
halagan mucho con ciertas verdades evangélicas, se hacen sordos al tratarse de
otras; no tengáis mucho empeño ni en servirles un festín, ni en reprenderles. Sería
una satisfacción saber que habían andado complacidos, si fueran cristianos o sí
uno pudiera acomodarse a sus preferencias; pero la fidelidad nos exige que no
nos hagamos meros tañedores para nuestros oyentes, tocando sólo la música que
nos pidan, sino que seamos siempre consecuentes con la palabra del Señor,
declarando todos sus consejos. Repito la observación de que debéis pensar en lo
que vuestros oyentes realmente necesitan para su edificación espiritual, y que
esto debe ser vuestro tema. Aquel apóstol famoso del Norte de Escocía, el doctor
MaeDonald, nos da una relación a propósito de esto. en su diario de trabajos
emprendidos en ese lugar. Viernes 27 de mayo. En nuestros ejercicios de esta
mañana, leí el capítulo duodécimo de la epístola a los Romanos, el cual me ofreció
una buena oportunidad de poner de manifiesto la conexión que existe entre la fe y
la práctica, y de decir que las doctrinas de la gracia están conformes con la
santidad, y tienden a la misma tanto en el corazón como en la vida. Esto me
pareció necesario, puesto que por la elevación de los asuntos de que me había yo
ocupado por algunos días, temí que la congregación se dirigiese hacía el
Antinomianismo, extremo por lo menos tan peligroso como el Arminianismo."

43
Considerad bien qué pecados se encuentran en mayor número en la iglesia y la
congregación. Ved sí son la vanidad humana, la codicia, la falta de oración, la ira,
el orgullo, la falta de amor fraternal, la calumnia u otros defectos semejantes.
Tomad en cuenta cariñosamente las pruebas a que la Providencia plazca sujetar a
vuestros oyentes, y buscad un bálsamo que pueda cicatrizar sus heridas. No es
necesario hacer mención pormenorizadamente, ni en la oración ni en el sermón,
de todas estas dificultades con que luchen los miembros de vuestra congregación,
por más que eso haya sido la costumbre de un ministro venerable que antes era
un gran obispo por acá, y que ahora se halla en el cielo. Solía en su grande cariño
hacía su congregación, hacer tantas alusiones respecto de los nacimientos, las
muertes y los casamientos habidos entre su grey, que una de las diversiones de
sus oyentes en la tarde del domingo debe haber consistido en determinar a
quienes se había referido el ministro en las diferentes partes de su oración y de su
sermón. Esto fue tolerado y aun considerado admirable en él; pero en nosotros
sería ridículo: un patriarca puede hacer con propiedad, lo que un joven debe evitar
escrupulosamente.

El ministro venerable de quien acabo de hacer mención, aprendió esta costumbre


de particularizar, del ejemplo de su padre, porque en su familia, los niños tenían la
costumbre de hablar entre si respecto de alguna cosa especial que hubiera
acontecido en el día: 'Debemos esperar hasta que se celebre el culto familiar,
entonces oiremos todo."

Pero estoy desviándome del asunto. Este ejemplo nos enseña cómo una
costumbre excelente puede degenerar en una falta; pero la regla que he indicado
no se afecta por ello. Pueden presentarse a veces ciertas pruebas, a muchos de la
congregación, y como estas aflicciones dirigirán vuestros pensamientos a asuntos
nuevos, no podréis menos de respetar sus sugestiones. Además, debemos notar
el estado espiritual de nuestra congregación, y si podemos ver que ella está
recayendo en faltas; sí tememos que estén sus miembros en peligro de ser
inoculados de alguna herejía dañosa, u ofuscados por una perversa imaginación;

44
si algo, en efecto, en todo el carácter fisiológico de la iglesia, nos impresiona como
una falta, debemos preparar cuanto antes un sermón que pueda, por la gracia
divina, impedir que cunda esa plaga. Indicios como estos son los que el Espíritu
de Dios presenta al pastor cuidadoso, que con todo esmero quiere cumplir con su
deber hacía su grey.

El pastor fiel examina con frecuencia sus ovejas y se determina su modo de


tratarlas por el estado en que se encuentran. Proveerá" una clase de comida frugal
y otra más abundante, y la medicina oportuna, en su proporción debida, según lo
que su juicio práctico encuentre necesario." Seremos guiados bien en esto, si nos
asociamos con "Aquel Gran Pastor de las Ovejas."

Sin embargo, no permitamos que nuestra predicación directa y fiel degenere en


regaños a la congregación. Algunos llaman al púlpito "Castillo de los cobardes, y
tal nombre es muy propio en algunos casos, especialmente cuando los necios
suben a él e insultan impúdicamente a sus oyentes, exponiendo al escarnio
público sus faltas o flaquezas de carácter. Hay una personalidad ofensiva,
licenciosa e injustificable que se debe evitar escrupulosamente, es de la tierra,
terrena, y debe ser condenada explícitamente; pero hay otra que es prudente,
espiritual y celestial, que se debe buscar siempre que prediquemos.

No es sino un chapucero el que al pintar un retrato, tiene necesidad de escribir el


nombre del original al pie del cuadro, aunque se cuelgue éste en la pared del
salón donde se sienta la persona misma. Haced que vuestros oyentes se perciban
de que habláis de ellos, aunque no los mencionéis ni los indiquéis en lo más
mínimo.

Puede suceder a veces que os veáis obligados a imitar a Hugh Latimer cuando
hablando del cohecho, dijo: "El que tomó el tazón y el jarro de plata por cohecho,
pensando que su pecado nunca se descubriría, sepa que yo lo conozco, y no sólo
yo, sino muchos. ¡Ay del cohechador y del cohecho! El que recibe cohechos nunca

45
fue hombre piadoso; ni puedo yo creer que el cohechador llegará a ser un buen
juez." Encontramos aquí tanta reticencia prudente como descubrimiento franco, y
sí no excedéis esto, ninguno se atreverá, a causa de su vergüenza, a acusaros de
demasiada personalidad. Además, el ministro al buscar su texto, debe tener
presentes sus asuntos anteriores. No sería provechoso insistir siempre en una
sola doctrina, descuidando las demás. Quizá algunos de nuestros hermanos más
profundos, pueden ocuparse del mismo asunto en una serie de discursos, y
puedan, volteando el kaleidoscopio, presentar nuevas formas de hermosura sin
cambiar de asuntos; pero la mayoría de nosotros, siendo menos fecundos
intelectualmente, tendremos mejor éxito si estudiamos el modo de conseguir la
variedad y de tratar de muchas clases de verdades.

Me parece bien y necesario revisar con frecuencia la lista de mis sermones, para
ver si en mi ministerio he dejado de presentar alguna doctrina importante, o de
insistir en el cultivo de alguna gracia cristiana. Es provechoso preguntarnos a
nosotros mismos si hemos tratado recientemente demasiado de la mera doctrina,
o de la mera práctica, o si nos hemos ocupado excesivamente de lo experimental.
No queremos degenerar en Antinomianos, ni tampoco, por otra parte, hacernos
meros preceptores de una moralidad fría, sino que es nuestra mayor ambición
cumplir nuestro ministerio. Queremos dar a cada parte de la Biblia su propio lugar
en nuestro corazón y en nuestra inteligencia. Debemos incluir toda la verdad
inspirada, en el círculo de nuestras enseñanzas, es decir, las doctrinas, los
preceptos, la historia, los tipos, los salmos, los proverbios, la experiencia las
amonestaciones, las promesas, las invitaciones, las amenazas y las reprensiones.
Evitemos la consideración de la verdad a medías, es decir, la exageración de una
verdad y el desprecio de otra, y esforcémonos en pintar el retrato de la verdad,
dándole facciones proporcionadas y colores a propósito, para que no la
deshonremos, presentando un desfiguramiento en vez de la simetría, y una
caricatura en vez de una copia fiel. Empero, suponiendo que hubieseis rogado a
Dios en vuestro oratorio; que hubieseis luchado fielmente y empleado mucho
tiempo en la oración y pensado sobre vuestra congregación y sus necesidades, y

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sin embargo, no pudieseis encontrar un texto satisfactorio, ¿qué debéis hacer? No
os incomodéis por esto, ni os desesperéis. Si estuviereis para pelear a vuestras
propias expensas, sería una cosa muy grave estar desprovisto de pólvora estando
tan cerca la batalla; pero puesto que es la prerrogativa de vuestro Capitán proveer
todo lo necesario, no hay duda de que El en tiempo oportuno, os abastecerá de
municiones. Si confiáis en Dios no os desamparará: no puede hacerlo. Seguid
suplicándole y vigilando, porque el amparo celestial es seguro para el estudiante
industrioso de la palabra divina. Sí hubierais descuidado vuestra preparación toda
la semana, no podríais esperar el auxilio divino; pero sí habéis hecho todo lo
posible y ahora estáis esperando del Señor su mensaje, nunca os avergonzaréis.

Dos o tres incidentes me han ocurrido, que bien pueden pareceros extraños, pero
yo soy hombre singular. Cuando vivía yo en Cambridge, tuve que predicar, como
de costumbre, en la noche, en una aldea cercana, adonde tuve que ir a pie.
Después de leer y meditar todo el día, no pude encontrar mi texto. Por mucho que
hice, ninguna respuesta me llegó del oráculo sagrado, ninguna luz brilló del Urim y
Thummim: pedía, meditaba, hojeaba mi Biblia, pero mi mente no se apoderó de
ningún pasaje. Estuve, como dice Bunyan, "muy confuso en mis pensamientos."
Salí a asomarme a la ventana.

Al otro lado de la estrecha calle en que vivía, vi un pobrecito canario solo, parado
en el techo y rodeado por una parvada de gorriones que estaban picoteándolo
como si quisiesen hacerlo pedazos. En aquel momento me acordé de este
versículo: "¿Esme mí heredad, ave de muchos colores? ¿No están contra ellos
aves en derredor?" Salí de mi casa con la mayor calma; rumiaba el pasaje
mientras iba andando, y prediqué sobre el pueblo propio y las persecuciones de
sus enemigos, con libertad y facilidad por mi parte, y creo que con provecho de mi
sencilla congregación. Se me mandó el texto, y si no me lo trajeron los cuervos,
ciertamente lo hicieron los gorriones.

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Otra vez mientras estaba misionando en Waterbeach, había predicado en la
mañana del domingo, e ido a comer a la casa de uno de los miembros de la
congregación según lo tenía de costumbre. Había desgraciadamente tres cultos
en el mismo día, y el sermón de la tarde siguió tan cerca al de la mañana, que fue
difícil preparar el alma, especialmente teniendo en consideración que la comida
era un obstáculo necesario pero grande, a la claridad y al vigor de mí cabeza. ¡Ay
de estos cultos de la tarde en nuestras aldeas inglesas! Por regla general no son
sino un desperdicio doloroso de esfuerzos intelectuales. El asado y el pudín
oprimen las almas de los oyentes, y el predicador mismo es lento en su modo de
pensar en tanto que la digestión le domina. Limitando con mucho cuidado mi
comida, quedé aquella vez en un estado muy vivo y activo; pero ¡cuál fue mi
desaliento al encontrar que mis pensamientos ordenados con anticipación se me
habían escapado! No pude recordar el plan de mi sermón preparado, y por más
esfuerzos que hice para traerlo a mi memoria, me fue enteramente imposible
conseguirlo. El tiempo era limitado, en el reloj estaba sonando la hora, y con
mucha inquietud, dije al agricultor que era un buen cristiano, que no podía de
ningún modo recordar el asunto sobre el cual me había propuesto predicar. "Oh,"
respondió él, "no tenga usted cuidado; ya encontrará usted algún buen mensaje
para nosotros." En aquel momento, un leño ardiendo cayó del fuego del hogar a
mis pies, llenándome de humo los ojos y las narices. "Allí," dijo mi hombre, "hay un
texto para usted. ¿No es este tizón arrebatado del incendio?" No, pensaba yo, no
fue arrebatado porque se cayó por sí mismo. Aquí estaba un texto, una
comprobación, y un pensamiento capital que pudo servirme como de semilla para
producirme muchos otros. Recibí más luz, y el sermón, a no dudarlo, fue por lo
menos, igual a otros mucho más preparados; puedo decir que fue mejor, porque
dos personas se me acercaron después del culto diciendo que habían salido de su
letargo y convertídose por lo que habían escuchado. He pensado muchas veces
sobre este acontecimiento, y me parece siempre que el olvido del texto sobre el
cual me había propuesto predicar, fue una dicha.

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En la calle de Nuevo Parque, me sucedió una vez una cosa muy singular de que
algunos de los aquí presentes, pueden servir de testigos. Había celebrado
felizmente todas las primeras partes del culto, en la tarde del domingo, y estaba
anunciando el himno que debía cantarse antes del sermón. Abrí la Biblia para
buscar el texto que había estudiado con mucho cuidado como asunto de mi
discurso, cuando otro pasaje de la página opuesta se me abalanzó por decirlo así,
como un león que sale de un bosque, y me impresionó mucho más que el que yo
había escogido. La congregación estaba cantando y yo suspirando: me sentí
comprimido entre dos cosas, y mi mente estaba en equilibrio. Quería naturalmente
seguir por el camino que me había preparado con tanto empeño, pero el otro texto
rehusó terminantemente soltarme. Me pareció que estaba tirándome de los
faldones y diciendo: "No, no; debes predicar sobre mí. Dios quiere que a mí me
sigas." Deliberé dentro de mi respecto de mi deber, porque no quería ser fanático
ni incrédulo, y al fin me dije a mi mismo: "Bien, me gustaría mucho predicar el
sermón que he preparado y hay mucho riesgo en cambiarlo por otro cuyos
pensamientos no he ordenado; sin embargo, puesto que este texto influye tanto en
mi, puede habérseme sugerido por Dios, y por tanto, me atreveré a tratarlo sean
cuales fueren las consecuencias."

Casi siempre anuncio mis divisiones al acabar el exordio, pero aquella vez no lo
hice así por razones que bien podéis conjeturar. Concluí la primera división con
bastante facilidad, por ser tanto los pensamientos como las palabras enteramente
espontáneos. El segundo punto fue desarrollado con una conciencia de poder
extraordinario y eficaz, aunque tranquilo, pero no tenía yo ninguna idea de lo que
había de ser la tercera división, porque el texto me pareció enteramente agotado,
y no puedo decir aun ahora, qué podría yo haber hecho si no hubiera acontecido
un incidente enteramente inesperado. Me encontré en la mayor dificultad
obedeciendo a lo que me parecía un impulso divino, pero sentime
comparativamente con calma, creyendo que Dios me ayudaría, y sabiendo que
podría yo por lo menos, concluir el culto, aunque ya nada más se me ocurriese
que decir. Pero no tuve necesidad de deliberar más tiempo, porque

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repentinamente nos invadió la oscuridad más completa: se apagó el gas, y como
el templo estaba lleno de gente, fue esto un gran peligro, a la vez que una gran
bendición. ¿Qué podía yo hacer entonces? Los concurrentes a la congregación se
asustaron algo, pero los tranquilicé desde luego diciéndoles que no se asustaran
de ninguna manera aunque se hubiera apagado el gas puesto que sería
encendido de nuevo muy pronto; y por mi parte, corno no hacía yo uso de
manuscrito, bien podía predicar del mismo modo ya fuese en la oscuridad o en la
luz, ellos me hacían el favor de permanecer sentados y de escucharme. Por
elaborado que hubiera estado mi discurso, habría sido absurdo continuar
predicándolo bajo estas circunstancias. Considerando mi posición me vi libre de
toda perplejidad. Me referí luego mentalmente al texto familiar que habla del hijo
de la luz que anda en las tinieblas, y del hijo de las tinieblas que anda en la luz.
Observaciones y comprobaciones me ocurrieron en gran número, y cuando las
lámparas se encendieron de nuevo, vi enfrente una congregación tan interesada y
atenta, como la hubiera podido ver cualquier ministro bajo las más propicias
circunstancias. Y la cosa más interesante fue que poco tiempo después, dos
personas se presentaron para hacer su profesión de fe públicamente, diciendo que
se habían convertido aquella noche, debiendo la primera su conversión a la parte
anterior del discurso, en que trató del nuevo texto que me ocurrió, y la segunda
atribuyendo la suya a la última parte que me fue sugerida por la oscuridad. Así es
que como fácilmente podéis ver, la Providencia me dirigió y apoyó.

Me entregué en las manos de Dios, y su arreglo providencial apagó la luz en


tiempo oportuno para mi. Algunos pueden ridiculizar todo esto, pero yo veo aquí la
mano de Dios; otros pueden censurarme, pero yo me regocijo. Cualquiera cosa es
mejor que el modo mecánico de hacer sermones, en que no se conoce
prácticamente la dirección del Espíritu Santo. Todos los predicadores que confían
en la tercera persona de la Trinidad, podrán sin duda, recordar muchos
acontecimientos tales como el que acabo de referir. Os digo, por tanto, que notéis
la dirección de la Providencia, y os entreguéis en los brazos de Dios pidiéndole su
dirección y ayuda. Si habéis hecho solemnemente todo lo posible para conseguir

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un texto y el asunto no se os presenta previamente, subid al púlpito seguros de
que recibiréis un mensaje en tiempo oportuno, aunque hasta aquel momento no
tengáis ni una palabra.

En la biografía de Samuel Drew, predicador metodista famoso, leemos esto:


"Deteniéndose en la casa de un amigo suyo en Cornwall, después de haber
predicado, una persona que había asistido al culto le dijo que había manifestado
en su sermón un talento extraordinario, y siendo confirmada esta opinión por otras
personas, el señor Drew les dijo: Si es verdad esto, es muy singular y, puesto que
mí sermón fue enteramente impremeditado. Subí al púlpito con el objeto de
predicaros sobre otro texto, pero viendo la Biblia que tenía abierta, me llamó la
atención el pasaje sobre el que acabo de predicaros: "Aparéjate para venir al
encuentro a tu Dios, oh Israel." Al ver estas palabras, no pude recordar mis
pensamientos anteriores y aunque nunca hasta entonces había pensado en ese
pasaje, me resolví al instante a ocuparme de él.'" El Sr. Drew hizo bien
obedeciendo así a la dirección celestial. Bajo ciertas circunstancias, os veréis
absolutamente compelidos a abandonar un discurso bien preparado, y a fiar en el
oportuno auxilio del Espíritu Santo, haciendo uso de palabras que por el momento
se os ocurran. Bien podéis encontraros en la situación en que se vio el difunto
Kingman Nott al predicar en el Teatro Nacional de Nueva York. En una de sus
cartas dice: "Se llenó completamente el edificio, y principalmente de jóvenes y
niños de la clase más ruda. Entré después de haber preparado un sermón; pero
luego que me presenté en la tribuna, me saludó mi auditorio con las
exclamaciones que le son peculiares.

Cuando vi aquella masa confusa e inquieta de seres humanos a quienes tenía que
predicar, abandoné luego todos los pensamientos que había preparado, y
valiéndome de la parábola del hijo pródigo, me esforcé en interesarles en ella, y
tuve tanto éxito, que muy pocos dejaron el edificio durante el sermón, y casi todos
estuvieron medianamente atentos:" ¡Qué simplón habría sido este Señor si
hubiera persistido en predicar su sermón, poco conveniente en esas

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circunstancias, sólo porque ya lo había preparado! Hermanos, creed, os suplico,
en el Espíritu Santo, y puesta en El vuestra fe, esforzaos en practicarla
diariamente.

Para ayudar un poco más a algún pobre predicador que no pueda predicar por
falta de pensamientos, le recomiendo que en ese caso vuelva a estudiar repetidas
veces la Biblia misma; que lea un capitulo y piense en sus versículos uno por uno,
o que escoja un solo versículo y se posesione completamente de su contenido.
Bien puede suceder que no encuentre su texto ni en el versículo ni en el capitulo
que lea, pero después le será fácil encontrarlo por haber interesado a su
entendimiento activamente en los asuntos sagrados. Según la relación de los
pensamientos entre si, y así sucesivamente, hasta que llegue a pasar delante de
la mente una procesión larga, digámoslo así, de pensamientos, de entre los cuales
uno será el tema predestinado.

Leed también buenos libros que sugieran pensamientos provechosos. Excitad


vuestra, mente por medio de ellos. Sí los hombres quieren sacar agua de una
bomba que no se haya usado por mucho tiempo, es necesario primero echar agua
en ella, y entonces se podrá bombear con buen éxito. Profundizad los escritos de
alguno de los Puritanos: sondead a fondo la obra, y pronto os encontraréis
volando como un ave, y mentalmente activos y fecundos. Empero, como
precaución, permitidme que haga la observación de que debemos estar siempre
preparándonos para encontrar textos y para hacer sermones. Debemos conservar
siempre la actividad santa de nuestro entendimiento. ¡Ay del ministro que se
atreva a malgastar una hora! Leed el ensayo de Juan Foster sobre el deber de
aprovechar el tiempo, y resolveos a no perder nunca ni un segundo. Cualquiera
que vaga desde la mañana del lunes hasta la noche del sábado esperando
indolentemente que su texto le sea mandado por medio de un mensajero Angélico
en las últimas horas de la semana, tentará a Dios y merecerá encontrarse mudo
en el domingo. Como ministros nunca tenemos tiempo: nunca estamos fuera de
servicio, sino ocupando nuestras atalayas de día y de noche.

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Estudiantes, os digo solemnemente que nada puede dispensaros de la economía
más rígida del tiempo: si dejáis de emplearlo fielmente, lo haréis a vuestro propio
riesgo. La hoja de vuestro ministerio pronto caerá, a no ser que, como el nombre
bendito de que se habla en el primer salmo, meditéis en la ley de Dios de día y de
noche. Es mí deseo más ferviente que no malgastéis el tiempo en disipación
religiosa, ni en charlas, ni en pláticas triviales. Guardaos de la costumbre de correr
de una reunión a otra, escuchando meras bomballas y contribuyendo por vuestra
parte a llenar sacos de viento. Un hombre que es afecto a frecuentar las reuniones
sociales para tomar té y charlar, por regla general es bueno para muy poco en
cualquiera otra parte. Vuestras preparaciones para el pulpito son de la mayor
importancia, y si las descuidáis no honraréis ni a vosotros mismos ni a vuestra
vocación. Las abejas están haciendo miel desde la mañana hasta la noche, y a
semejanza de ellas, nosotros debemos ocuparnos siempre en juntar víveres
espirituales para nuestra congregación. No tengo confianza alguna en un
ministerio que menosprecia una preparación laboriosa. Cuando viajaba yo por el
norte de Italia, nuestro cochero se durmió en la noche en el carruaje, y cuando le
llamé por la mañana, salió de un salto, tronó su látigo tres veces, y dijo que estaba
listo. Apenas podía yo apreciar el poco tiempo que empleaba en asearse o hacer
otra cosa cualquiera pues constantemente le veía en su puesto. Vosotros, los que
os alistáis para predicar, debéis encontraros siempre ocupados en la preparación
de los mensajes.
Nos conviene que tengamos la costumbre, día tras día, de cultivar la mente en la
dirección de nuestro trabajo. Los ministros deben estar siempre apilando su heno,
pero especialmente cuando brille el sol. ¿No es verdad que a veces os
sorprendéis de la facilidad con que podéis hacer sermones? Se nos dice que el Sr.
Jay tenía la costumbre al encontrarse en esta condición, de tomar su papel y
apuntar textos y divisiones de sermones, y de guardarlas para poder servirse de
ellos en tiempos en que su mente no estuviese tan expedita. El lamentado Tomás
Spencer escribió así: "Yo guardo un librito en que apunto cada texto de la Biblia
que me ocurre como teniendo una fuerza y una hermosura especiales. Si soñara

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en un pasaje de la Biblia, lo apuntaría; y cuando tengo que hacer un sermón,
reviso el librito, y nunca me he encontrado desprovisto de un asunto." Estad alerta
para encontrar asuntos de sermones cuando andéis por la ciudad o por el campo.
Dice Andrés Fuller en su Diario: "Me encontré engolfado en algunas meditaciones
muy provechosas sobre el cuidado del Gran Pastor por su grey, al ver algunos
corderos expuestos al frío, y a una pobre oveja pereciendo por falta de cuidado."
Conservad abiertos los ojos y los oídos, y veréis y oiréis a ángeles. El mundo está
lleno de sermones: atrapadlos al vuelo.
Un escultor, siempre que ve un trozo en bruto de mármol, cree que oculta una
hermosa estatua, y que es necesario sólo quitar la superficie para descubrirla. Así
creed también vosotros que hay dentro de la cáscara de todo, la pepita de un
sermón para el hombre sabio. Sed sabios, y ved lo celestial en su tipo terrenal.
Escuchad las voces del cielo y traducidlas en el lenguaje humano. Oh hombre de
Dios! vive siempre buscando materia para el púlpito, forrajeándola, digámoslo así,
en todos los departamentos de la naturaleza y del arte, y guardándola para las
exigencias del futuro. Se me exige que responda a la pregunta de si es buen plan
anunciar una serie de sermones propuestos, y publicar la lista de ellos. Contesto
que cada uno debe hacer lo que mejor cuadre con su carácter. No me constituyo
en juez de nadie, pero yo no me atrevo a intentar tal cosa; y sí la emprendiera,
saldría muy mal en el negocio.
Tengo entendido que algunos precedentes se oponen a mi opinión, y entre ellos
se encuentran las series de discursos por Mateo Henry, Juan Newton y otros
muchos; sin embargo, puedo expresar sólo mis opiniones personales y dejar a
cada uno que haga lo que mejor le convenga. Muchos ministros eminentes han
predicado series de discursos muy provechosos, sobre asuntos escogidos y
arreglados con anticipación; pero yo no soy eminente, y debo aconsejar a los que
se me parecen, que se precavan de este modo de obrar. No me atrevo a anunciar
el asunto sobre el cual predicaré mañana, y mucho menos podría yo decir sobre
qué texto predicaré de aquí a seis semanas, o de aquí a seis meses, siendo la
razón de esto, en parte, la de que tengo la conciencia de no poseer las dotes
especiales que son necesarias para interesar a una congregación en un asunto, o

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en una serie de asuntos, por mucho tiempo. Los hermanos de perspicacia
extraordinaria y de conocimientos profundos, pueden hacerlo; y los que carecen
de esto y aun de sentido común, pueden también pretenderlo pero no lo
conseguirán.
Me veo obligado a confesar que debo la mayor parte de mi fuerza más bien a la
variedad que a la profundidad. Es casi cierto que la gran mayoría de predicadores
de la clase que acabamos de indicar, tendría mejor éxito si quemara sus
programas. Tengo en la memoria un recuerdo muy vivo, o más bien, muerto, de
cierta serie de discursos sobre la Epístola a los Hebreos, que me impresionó de un
modo muy desagradable. Hubiera querido muchas veces que los Hebreos se
guardaran aquella epístola, puesto que molestaba mucho a un pobre joven gentil.
Sólo los más piadosos y fieles miembros de la congregación, tenían la paciencia
necesaria para escuchar todos los discursos hasta el séptimo y el octavo: ellos,
por supuesto, declaraban que nunca habían escuchado explicaciones más
provechosas; pero a aquellos cuyo juicio era más carnal, les pareció que cada
sermón era más insulso que el que le había precedido. Pablo en esa epístola, nos
exhorta a que suframos la palabra de exhortación, y así lo hicimos. ¿Son todas las
series de sermones tales como aquella? Tal vez no; pero temo que las
excepciones sean pocas, porque se dice respecto de aquel célebre comentador,
José Caryl, que comenzó sus lecturas sobre el libro de Job con una asistencia de
800 personas, y que sólo ocho escucharon la última. Un predicador profético
multiplicó sus sermones sobre "el cuerno pequeño" de Daniel, hasta tal grado, que
en la mañana de un domingo sólo siete se reunieron para escucharle. Les pareció
extraño, a no dudarlo, que una arpa de mil cuerdas produjese la misma música por
tanto tiempo.
Ordinariamente y para la gran mayoría de oyentes, me parece que las series de
discursos anunciadas con anticipación, no les son provechosas. El provecho que
resulta de ellas, es sólo aparente; por regla general, no hay provecho, sino por el
contrario, daño. Sin duda que tratar de toda una epístola larga, debe exigir al
predicador mucho ingenio, y mucha paciencia a los oyentes. Me siento movido por
una consideración aun más profunda, en lo que acabo de decir, porque me parece

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que a muchos predicadores verdaderamente vivos y celosos, un programa les
servirían de grillos. Si el predicador anunciara para el domingo siguiente un asunto
lleno de gozo, que le exigiera viveza y exaltación de espíritu, sería muy posible
que se encontrara por muchas causas, en un estado cargado y triste de espíritu, y
sin embargo, tendría que poner el vino nuevo en su cuero viejo, a subir al
banquete de boda vestido de saco y cenizas; y lo que es peor que todo, podría
verse obligado a repetir esto por un mes entero. ¿Puede estar eso conforme con
la voluntad divina? Es importante que el predicador esté en armonía con su tema;
pero ¿cómo puede lograr tal cosa, si la elección del asunto no se determina por
las influencias que existan en el tiempo de predicar? Un hombre no es máquina de
vapor a la que se le imprime determinado movimiento, y no le convendría que se
le fijase en una ranura. Mucho del poder del ministro consiste en la conformidad
de su alma con el asunto de que se trata, y temería yo designar un asunto
especial para una fecha fija, por miedo de que mi alma al llegar el tiempo, no
estuviera en un estado a propósito para discutirlo. Además, no es fácil ver cómo
un hombre puede manifestar que depende de la dirección del Espíritu de Dios, si
ya ha decidido cuál debe ser su plan mucho tiempo antes. Tal vez me
responderéis: "Esta objeción nos parece muy extraña, pues ¿por qué no podemos
confiar en el Espíritu Santo tanto por veinte semanas como por una?" Respondo
que nunca hemos recibido una promesa que garantice tal fe. Dios promete darnos
la gracia según nuestras necesidades diarias, pero no dice nada respecto de
dotarnos de fondos de reserva para lo sucesivo: "Cada día descendía el maná."
¡Ojalá que pudiéramos aprender bien esta lección! Así nos llegarán nuestros
sermones, nuevos del cielo, cuando se necesiten. Soy celoso de todo lo que
puede impedirnos que nos apoyemos en el Espíritu Santo, y por tanto, expreso la
opinión ya indicada.

Estoy seguro, hermanos míos, que para vosotros es provechoso que os diga con
autoridad, que dejéis a los hombres de mayor edad y talento, las tentativas
ambiciosas de predicar series pulidas de sermones. Tenemos, por decirlo así, muy
poca cantidad de oro y plata intelectuales, y debemos emplear nuestro pequeño

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capital en bienes útiles de que poder disponer fácilmente dejando, a los
comerciantes más ricos que comercien en cosas más valiosas. No sabemos lo
que sucederá mañana: esperemos enseñanzas diarias, y no hagamos nada que
pueda impedirnos el que empleemos los materiales que la Providencia nos ofrezca
hoy o mañana.

Tal vez me haréis la pregunta de si podéis predicar sobre los textos que otras
personas os sugieran, pidiéndoos que prediquéis sobre ellos: mi respuesta es que
por regla general, no debéis hacerlo, y si hay excepciones, deben ser muy pocas.
Permitidme que os recuerde que no tenéis un taller a donde los marchantes
puedan ir a dar sus órdenes. Cuando un amigo os sugiera un asunto, pensad en
él, considerad si es a propósito y si podéis aceptarlo. Recibid la súplica
cortésmente, como conviene a los caballeros y cristianos; pero, si el señor a quien
servís, no arroja su luz sobre el texto, no prediquéis sobre él por mucho que
alguno os persuada. Estoy enteramente cierto de que si esperamos en Dios por
nuestros asuntos, y le pedimos ser guiados por la sabiduría divina, él nos guiará
por el camino recto; pero si nos gloriamos de nuestra facultad para elegimos un
texto, encontraremos que sin Cristo no podemos hacer nada, ni aun en la elección
de un texto. Esperad en el Señor; escuchad lo que él quiera decir; recibid la
palabra directamente de sus labios, y entonces salid como embajadores enviados
del trono mismo de Dios. Repito: "esperad en el Señor."

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