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Cornelio a sus catorce años aun no sabía lo

Que era el valor de un padre, hasta que llegó el día

Eran nueve, en total: ocho hombres y un muchacho de catorce años. El muchacho se llamaba
Cornelio Piedrahita y era hijo de Ramón Piedrahita, que golpeaba el bombo y sonaba los platos;
Manuel Mendoza, soplaba el cornetín; José Mancay, el requinto; Segundo Alancay, el barítono;
Esteban Pacheco, el bajo; Redentor Miranda, el trombón; Severo Mariscal, sacudía los palos sobre
el cuero templado del redoblante; y, Nazario Moncada Vera chiflaba el zarzo.

Cornelio Piedrahita no soplaba aparato alguno de viento, ni hacía estrépito musical ninguno; pero,
en cambio, era quien llevaba la botella de mallorca, que los hombres se pasaban de boca en boca,
como una pipa de paz, con recia asuididad, en todas las oportunidades posibles. Además, aunque
contra su voluntad, el muchacho había de ayudar a conducir el armatoste instrumental del padre,
cuando a éste, cada día con más frecuencia, lo vencían los accesos de su tos hética. Era, así,
imprescindible, y formaba parte principalísima de la banda.

Por cierto que los músicos utilizaban al muchacho para los más variados menesteres; y, como él
era de natural amable y servicial, cuando no lo atacaba el mal humor... prestábase de buena gana
a los mandados.

La única cosa que le disgustaba en realidad, era alzarse a cuestas el bombo. Del resto, dábale lo
mismo ir a entregar, hurtándose a los perros bravos y a los ojos avizores, una carta amorosa de
Pacheco, que era el tenorio lírico de la banda, y a cualquier chola guapetona; o adelantarse, casi
corriendo, cuadras y cuadras, al grupo, para anunciar como heraldo la llegada, o, en fin,
aventurarse por las manngas yerbosas en busca de un ternero, un chivo, un chancho o cualquier
otro "animal de carne", al que hundía un largo cuchillo que punzaba el corazón, si no era que le
seccionaba la yugular para satisfacer los nueve estómagos hambrientos, en las ocasiones, no muy
raras, en que los "frejoles se veían lejos".

Cuando andaban por las zonas áridas de cerca al mar, Cornelio Piedrahita, tenía que hacer mayor
uso de sus habilidades de forzado abigeo.

-Estos cholos de Chanduy son unoh fregaoh -decía Nazario Moncada Vera, contando y recontando
las monedillas de níquel-. Tre'sucreh, hermo'sacao.
Análisis de cuento Banda de Pueblo

Cantidad de palabras: 6100

Formato: Tiempo pasado, tercera persona.

Banda de Pueblo podría considerarse una obra regionalista o costumbrista, pero en realidad es
más que eso. Aquí podríamos mencionar a William Faulkner, quién, después de su primera novela
un día tuvo su epifanía que le anunció que solo escribiendo sobre su tierra, Alabama, bien podría
ocuparle toda su vida y así lo hizo. Sin embargo Faulkner no es un simple regionalista sino un
novelista de importancia universal o "universal appeal".

De la Cuadra, al igual que Faulkner, escribe sobre zonas específicas de su país - sobre personajes
con características serranas y costeñas, con su peculiar modo de hablar según de donde provenga,
y a pesar de eso, a pesar de los modismos y costumbres típicas de los montubios ecuatorianos,
Banda de Pueblo interesa a todos porque emociona a las gentes, no sólo de Ecuador sino también
de otras partes del orbe por su estructura dramática. Sobre este tema, Seymour Menton
menciona a la literatura ecuatoriana como una de las características del criollismo por, El carácter
proletario de la prosa ecuatoriana con su realismo desenfrenado, su lenguaje crudo y el uso
desmesurado del dialecto — todo eso sin dejar de ser artística.

Otra cracterística interesante en este cuentos es lo referente a su extensión en tiempo y espacio.


Los miembros de la banda recorren largas zonas de Ecuador, mayormente de la costa, en un
también amplio espacio de tiempo (varios años), que acarrea problema al autor para darle unidad
dramática a la obra. La unidad es importante para conseguir el impacto final. En Diles que No Me
Maten, Rulfo soluciona este mismo problema utilizando la técnica del "flashback" (o racconto)
para retrotraer los 30 años anteriores a la historia que cuenta, y Julio Ramón Ribeyro en el cuento
El Marqués y los Gavilanes, cuya historia dura varias décadas y en variados escenarios, lo hace
contando el cuento en forma narrativa al 100 por ciento con mucho éxito. Ninguna de estas dos
últimas técnicas hubiera sido adecuada para el cuento de De la Cuadra.

Pero nuestro autor escoge otro camino para llegar a lo mismo. Aquí De la Cuadra emplea la técnica
de la causa y efecto: esto es que hay dos instancias en el texto: en la primera se introducen los
antecedentes o "background" de los personajes. En la segunda parte va el efecto o resultado de lo
que pasó al comienzo. Este modo resulta muy adecuado para este tipo de historia debido a que el
mayor valor del cuento lo constituyen las peripecias de cada integrante de la banda, y las
anécdotas que se suceden. Hay que agregar también el colorido, la simpatía de los personajes y la
enorme humanidad de gentes corrientes que luchan por la supervivencia sin perder el humor.

Entonces, a la primera parte la llamaremos "la introducción". Esta introducción dura hasta un poco
más de la mitad, exactamente en la parte que comienza una transición antes de entrar de lleno en
la segunda parte:

"...Precisamente, alojados en una de estas mansiones rurales -en la de los Pita Santos, de boca de
Pule- se encontraban la tarde en que murió Ramón Piedrahita. Este acontecimiento doloroso cerró
una etapa de la historia sencilla de la banda, y abrió otra nueva...".

Y el verdadero cuerpo de la historia empieza desde:

"Era el atardecer/Los últimos rayos del sol -'que había jalao de firme, amigo'"- jugueteaban
cabrilleos en las ondas blancosucias del riachuelo.'

En el grupo de músicos destaca Cornelio Piedrahita, el hijo del tísico que hace sonar el bombo.
Cornelio es un muchacho de 17 años algo rebelde como todo adolescente que espera más de la
vida. Todos los demás son como cortados por la misma tijera: viven el presente y no aspiran a más.

El cuento no tiene una trama que le sirva de espinazo, pero tiene una estructura dramática muy
sólida en sus dos fases ya mencionadas arriba, basados en la caracterización de los personajes. En
la primera hemos visto que Cornelio odia el bombo y reniega todo el tiempo al tener que cargarlo,
pero en la segunda parte, en los últimos días, cuando su padre ya no puede caminar; Cornelio se
da cuenta del valor del bombo y empieza a quererlo. Cuando el padre muere, Cornelio termina por
querer al bombo y empieza a tocarlo sin que nadie se lo pida, es el clímax y resolución de la
historia.

Cornelio acepta su status y se cohesiona artísticamente con los demás compañeros para mantener
al grupo tan compacto como antes. Final satisfactorio para la audiencia porque es plausible y
cumple con la intención del autor, esto es: causar admiración y a la vez piedad en el lector por
aquellos personajes que luchan por la vida y son felices a su manera.

Ver similitud de este cuento con Cuentos Bíblicos en estas mismas páginas, donde hay un
personaje con ideas erradas y que luego se da cuenta de su error y vuelve a su estado normal.

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