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Dice Umberto Eco: "El hombre medieval vivía efectivamente en un mundo po-
blado de significados, remisiones, sobresentidos, manifestaciones de Dios en
las cosas, [ ... ] Un león no era solo un león, una nuez no era sólo una nuez, un
hipogrifo era tan real como un león porque al igual que éste era signo [ ... ] de
una verdad superior.
Se impone como una evidencia que más allá de lo visible, en el mundo
medieval, había otro mundo, invisible la mayor parte de las veces, pero cuyas
fronteras no eran infranqueables . Era un mundo enigmático que asomaba a
cada a realidad imprimiéndole un aire de misterio y sorpresa, volviéndola
maravillosa.
Estas apariciones de las maravillas del trasmundo pueden clasificarse
en tres dominios: lo mágico, lo maravilloso con origen precristiano y lo
maravilloso cristiano. Para comprender más acabadamente el significado de
cada uno de ellos, sobre los que volveremos más adelante, es necesario hacer
un repaso del mundo medieval, de sus creencias y formas de vida.
Pese a este panorama en apariencia armonioso, la Alta Edad Media fue una
etapa de fraccionamiento político en la cual reyes y emperadores carecían de
instrumentos para imponer su poder frente a una nobleza díscola e intrigante,
celosa de su independencia y poderío.
Solo a partir de los siglos XII y XIII los reyes, apoyados en parte en la naciente
burguesía, iniciaron con cierto éxito la labor centralizadora que daría lugar a la
formación de los estados modernos.
El sentimiento heroico -la más importante de las virtudes, floreció entre los
nobles en función de las necesidades que se les planteaban: defender sus
señoríos, proteger a quienes dependían de ellos. La figura de estos señores y el
recuerdo de sus hazañas circularon a través de cantares que estereotiparon sus
características: la audacia, el valor ilimitado, la obediencia a su señor. Un
ejemplo de estos cantares es el Poema de Mío Cid.
Hacia mediados del siglo XII, las ciudades comenzaron a florecer en todo el
Occidente de Europa, animadas por el restablecimiento del comercio con
Oriente y protegidas por los reyes de las naciones en formación.
Con ellas empezaba a desarrollarse una nueva clase social, la burguesía. Así,
como en los siglos anteriores los monasterios habían sido los lugares pensados
como etapas de un viaje, las ciudades se transformaron rápidamente en los
puntos de encuentro y contacto con el mundo. Al hacerse más fluidas y
seguras las comunicaciones, los burgueses (mercaderes, estudiantes y
artesanos) pudieron transmitir sus experiencias de un lugar a otro del
continente, con lo cual se desarrollaron nuevas técnicas y saberes que se
advirtieron en el curso de una o dos generaciones. Se abría paso una nueva
sensibilidad frente a la vida y el destino de los hombres. De la burguesía -que
modificaría la escala medieval de valores al poner en primer lugar el trabajo y
la riqueza- surgieron gran parte de los letrados laicos y eclesiásticos que darían
brillo a la última etapa de la cultura medieval. Fueron ellos los que participaron
en las universidades que comenzaron a crearse en esta época, quienes
reordenaron las formas de convivencia apoyando a la monarquía y creando la
escolástica.
Fueron los burgueses quienes se empeñaron en una lucha en el terreno de las
realidades -construyendo catedrales, levantando ciudades populosas y
ayuntamientos, estableciendo entre ellas una importante red comercial- que
quebraría el aparentemente inmutable orden feudal.
Durante la Baja Edad Media (período que se extiende desde el siglo XIII al
XV) esta burguesía ascendió aceleradamente y las ciudades crecieron y prospe-
raron. Al mismo tiempo, se robusteció el espíritu caballeresco ligado al
prestigio de las minorías cultas y refinadas, como se muestra en la producción
del infante don Juan Manuel.
Entonces surgieron dos sistemas de valores, el del trabajo y la riqueza frente al
del heroísmo y la santidad que parecían opuestos pero que se influían
recíprocamente sin que ninguno se impusiera sobre el otro. En esta época, las
clases señoriales empezaron a aspirar a la riqueza y los sectores más altos de
la burguesía trataban de asimilar las costumbres cortesanas.
El siglo XIV marcó la crisis del orden feudal. Las ramas del saber comenzaron
a dividirse. Mientras la teología seguía ocupándose de la pregunta acerca de
Dios y admitía como único fundamento del conocimiento a la fe, la filosofía
comenzó a pensar en la realidad inmediata, valorizando la observación y la
experiencia y no la mera obediencia al legado tradicional y las autoridades. Si
bien en un principio este divorcio descalificó a la filosofía, creó el horizonte
para el surgimiento de la ciencia moderna, en el siglo XVI.
La labor de los humanistas produjo una renovación intelectual que tendía a una
visión naturalista e inmanente del mundo la que convivió durante la Baja Edad
Media con la concepción teísta y trascendente de la etapa anterior. Una actitud
que da cuenta de ese cambio es la nueva concepción del paso por la Tierra: el
hombre tenía un destino que realizar y una de las formas de hacerlo era
expresar la belleza de una creación original.
LO MÁGICO
Los hombres medievales abordaban lo mágico a través de dos prácticas
diferenciadas: la magia blanca, que era lícita porque convocaba poderes
angélicos y derivaba de actitudes místicas, de reflexión espiritual, y la magia
negra, que convocaba poderes demoníacos. Lo maravilloso medieval se asocia-
ba con esta última y poblaba el imaginario social de la época de demonios,
brujas y apariciones infernales.