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TUTELA JURISDICCIONAL EFECTIVA EN EL AMBITO CIVIL

En el marco de la teoría de los derechos fundamentales, se puede interpretar que


la Constitución Política de 1993 ha consagrado por vez primera como principios y
derechos de la función jurisdiccional la observancia del debido proceso y la tutela
jurisdiccional (artículo 139 inciso 3). Sin embargo, no existe en la doctrina ni en la
jurisprudencia un criterio constitucional uniforme acerca del alcance y significado
de los mismos, debido, entre otras razones, al origen diverso de ambas
instituciones.
Es importante observar que en la Constitución de 1979 si bien no existió una
consagración expresa del derecho a la tutela judicial efectiva, se consideró que esta
constituye una “garantía innominada de rango constitucional”, de acuerdo con los
tratados internacionales en materia de DD HH ratificados por el país
(reconocimiento internacional), tales como la Declaración Universal de los DD HH
(art. 8), el Pacto de San José (art. 25), que constituye norma plenamente aplicable
con rango constitucional.
Así, tenemos el siguiente panorama en el debate de la doctrina nacional: un sector
que sostiene que el derecho al debido proceso es una manifestación del derecho a
la tutela jurisdiccional efectiva. Otro, que el derecho a la tutela jurisdiccional efectiva
y el derecho al debido proceso, se relacionan por un estricto orden secuencial, de
forma que primero opera el derecho a la tutela jula necesidad de que el proceso
cumpla realmente con sus fines a los que está llamado a cumplir, en la medida que
el proceso supone el ejercicio de la función jurisdiccional del Estado. Se configura,
fundamentalmente, como la garantía de que las pretensiones de las partes que
intervienen en un proceso serán resueltas por los órganos judiciales con criterios
jurídicos razonables, y no manifiestamente arbitrarias, ni irrazonables. Las normas
que regulan el sistema recursivo deben aplicarse a la luz del principio de
favorecimiento del proceso, es decir, en sentido favorable para posibilitar el acceso
a la tutela jurisdiccional y, consiguientemente, con exclusión de toda opción
interpretativa que sea contraria a ese propósito. Resulta así, criticable aquella
jurisprudencia del supremo tribunal que señala que el derecho a la tutela
jurisdiccional es un concepto abstracto distinto a la relación material risdiccional
efectiva y luego el debido proceso. Para esta posición, el debido proceso no es una
manifestación del derecho a la tutela jurisdiccional efectiva. Finalmente, quienes
refieren que el derecho a la tutela jurisdiccional efectiva y el derecho al debido
proceso son, en sustancia, lo mismo.
Resalto la postura del maestro sanmarquino Jorge Carrión Lugo, cuando sostiene
que la tutela jurisdiccional efectiva se conceptúa también como un principio
procesal, una directiva o una idea orientadora, pues, por un lado, servirá para
estructurar las normas procesales en determinada dirección, y por otro, para
interpretar las normas procesales existentes. En resumen, la tutela jurisdiccional se
concibe a sí misma como un principio general del derecho procesal, por constituir
la base de todo ordenamiento procesal, sirviendo como criterio o como ideal de
orientación del mismo.

El derecho a la tutela jurisdiccional efectiva consiste en exigir una prestación del


Estado, para lo cual se requiere de técnicas procesales idóneas para la efectiva
tutela de cualquiera de los derechos. Se desea proponer, que el derecho a la tutela
jurisdiccional, aun sin perder su característica de derecho a la igualdad de
oportunidades de acceso a la justicia, pase a ser visto como el derecho a la efectiva
protección del derecho material, del cual son deudores el legislador y el Juez. Es
un atributo subjetivo que responde a lanecesidad de que el proceso cumpla
realmente con sus fines a los que está llamado a cumplir, en la medida que el
proceso supone el ejercicio de la función jurisdiccional del Estado. Se configura,
fundamentalmente, como la garantía de que las pretensiones de las partes que
intervienen en un proceso serán resueltas por los órganos judiciales con criterios
jurídicos razonables, y no manifiestamente arbitrarias, ni irrazonables. Las normas
que regulan el sistema recursivo deben aplicarse a la luz del principio de
favorecimiento del proceso, es decir, en sentido favorable para posibilitar el acceso
a la tutela jurisdiccional y, consiguientemente, con exclusión de toda opción
interpretativa que sea contraria a ese propósito.
Resulta así, criticable aquella jurisprudencia del supremo tribunal que señala que
el derecho a la tutela jurisdiccional es un concepto abstracto distinto a la relación
material discutida en el proceso, y que se agota cuando las partes, mediante el
derecho de acción, hacen valer sus pretensiones al incoar la demanda.

Contemporáneamente, el proceso de determinación de la norma jurídica aplicable


es complejo, se asume la técnica legal y racional, donde el juez fundamenta su
decisión en el derecho vigente y válido, y además, justifica racionalmente su
decisión. La actividad judicial es esencialmente justificadora, debe ser razonable.
Así, la interpretación es un proceso lógico y valorativo (creador) por parte del Juez.
Debe situarse el derecho a la tutela jurisdiccional efectiva en la teoría de los
derechos fundamentales. En el horizonte del constitucionalismo actual, se destaca
la doble función de los derechos fundamentales: en el plano subjetivo siguen
actuando como garantías de la libertad individual, mientras que en el objetivo han
asumido una dimensión institucional a partir de la cual su contenido debe
funcionalizarse para la consecución de los fines y valores constitucionalmente
proclamados.
En cuanto a las relaciones entre el derecho material y el proceso, debemos
observar que es un aspecto de mayor importancia en la teoría y práctica de la tutela
jurisdiccional. El proceso revela un valor propio, al establecer las formas de tutela,
por medio de las cuales se puede tornar efectivo el derecho material, sin perjuicio
de la eficacia y de los efectos propios de la actividad jurisdiccional. Actualmente la
retroalimentación entre uno u otro aparece mezclada, por lo que existe también la
relación en sentido inverso, esto es, la influencia del derecho material en el proceso.
Se ha venido creando así una suerte de censura, en palabras del maestro Andrea
Proto Pisani, según el cual, los alcances realizados por el derecho material poco
tienen que ver con el proceso y viceversa. Se creyó que la función instrumental del
proceso estaba cubierta con la existencia del proceso de conocimiento capaz de
solucionar indistintamente todos los conflictos acaecidos en el derecho material, sin
poder ver el surgimiento de nuevos derechos que exigen de una forma de tutela
jurisdiccional di-ferenciada. La malformación que consistió en el entendimiento que
el derecho procesal se anclaba en el formalismo (la forma por la forma), se debió a
que nuestra disciplina no avanzó a la par de la filosofía del derecho, la sociología
del derecho y el constitucionalismo.
El derecho procesal no puede permanecer más ajeno a los requerimientos del
derecho material. Es necesario realizar un ejercicio de integración entre ambas
disciplinas y dejar a un lado el injustificable “aparcelamiento” o “polarización” de los
derechos.
El énfasis puesto por los procesalistas de principio del siglo XX ha sido resaltar el
carácter autónomo del derecho procesal. La autonomía científica lograda con el
proceso trajo consigo, de manera poco perceptible al principio, una separación tan
radical entre ambas disciplinas que llevó al proceso a perder de vista su finalidad
principal: la instrumentalizad respecto a la realización de los derechos materiales.
La ruptura del procesal ismo actual, respecto a la postura científica de la primera
mitad del siglo XX, comienza a verificarse en los años posteriores a la Segunda
Guerra Mundial, con el efectivo reconocimiento de los derechos fundamentales,
entre los cuales es pieza importante el llamado derecho fundamental a la tutela
jurisdiccional efectiva. El proceso comienza a adquirir una nueva dimensión –la
constitucional– en el entendimiento de que la función pública del Estado a través
del proceso, asume la responsabilidad de dotar a los ciudadanos de un medio eficaz
y oportuno que permita la convivencia pacífica y justa.
Debe atenderse a los alcances de la instrumentalidad del proceso no como un fin,
sino como un medio para la concreción de la tutela efectiva de los derechos
materiales. El formalismo nunca debe sobreponerse a los fines del proceso, porque
a estos sirve, de ahí la trascendencia del principio de elasticidad de las formas
procesales.
Las columnas vertebrales del nuevo derecho procesal las encontramos en el
derecho fundamental a la tutela jurisdiccional efectiva y el derecho al debido
proceso.
La tutela jurisdiccional que la Constitución reconoce debe revestir, entre otras
exigencias, efectividad. La tutela no se agota en la sola provisión de protección
jurisdiccional, sino que ésta debe estar estructurada y dotada de mecanismos que
posibiliten un cumplimiento pleno y rápido de su finalidad, de modo que la
protección jurisdiccional sea real, íntegra, oportuna y rápida. La efectividad debe
ser una práctica diaria de la impartición de justicia.
La tutela jurisdiccional efectiva tiene por finalidad la satisfacción de los derechos o
intereses de los particulares mediante un proceso. Es una visión de unión entre
derecho sustancial y proceso judicial.

El debido proceso debe entenderse no solo desde la perspectiva procesal, sino se


debe reconocer como derecho fundamental al debido proceso sustantivo, es decir,
la vigencia de criterios como los de razonabilidad y proporcionalidad, que deben
guiar la actuación de los poderes públicos. La investigación dogmática, además de
las fuentes doctrinarias, exige una apreciación crítica al ejercicio judicial.
Deben explicarse, como ya dijera, aquellas manifestaciones concretas de dicho
derecho en el proceso. Es importante observar allí que el derecho a la tutela
jurisdiccional efectiva no se entiende solamente desde la perspectiva del
demandante, sino también del demandado, por cuanto muchas de las instituciones
que se abordan sirven precisamente para tutelar los intereses de la parte
demandada, por ejemplo, el rechazo in limine de la demanda, el principio de
elasticidad de las formas procesales (excesivo ritualismo), la acumulación de
pretensiones, los efectos del saneamiento del proceso (función saneadora), la
fijación de hechos controvertidos y principio de no contestación (función
delimitadora), la tutela cautelar, el acceso a los recursos ordinarios y
extraordinarios, etcétera.
Respecto a la constitucionalidad de las facultades de rechazo liminar de la
demanda, se trata de la proporcionalidad en la aplicación de la sanción de
inadmisión de la demanda o del recurso, donde cobra especial relevancia el
antiformalismo y la necesidad de una interpretación finalista de las normas
procesales.

DECISIVO APORTE DE LA JURISPRUDENCIA

La jurisprudencia del supremo tribunal peruano ha establecido que la calificación


de la demanda es facultad del juez analizar únicamente los requisitos de
admisibilidad y procedencia de la demanda, no corresponde ser rechazada basada
en la presentación y análisis de las pruebas ofrecidas, que implica un
pronunciamiento sobre el fondo, lo que no es propio de una resolución que
liminarmente declara la improcedencia de la demanda. De lo expuesto, planteamos
como tesis: “El derecho fundamental a la tutela jurisdiccional efectiva se vulnera
únicamente cuando se rechaza liminarmente una demanda invocando causal de
improcedencia impertinente, y no cuando se aplica una causal de improcedencia
pertinente que evita un proceso inconducente”. Por otro lado, planteamos: “Se
vulnera el derecho fundamental a la tutela jurisdiccional efectiva con la inadmisión
de un recurso ordinario o extraordinario”.
Resulta saludable que la Sala Civil de la Corte Suprema de Justicia haya
establecido como criterio jurisprudencial la viabilidad de los recursos extraordinarios
de casación planteados contra autos que declaran la improcedencia de una
demanda.
En cuanto a los efectos de la declaración de saneamiento, sostenemos que con
relación al juez no lo vincula, puede pronunciarse sobre la validez de la relación
jurídica procesal excepcionalmente incluso al momento de sentenciar (artículo 121°
párrafo final del CPC). Es un tema de interés público, excepcionalmente el juez
puede pronunciarse por la improcedencia, aunque no se haya planteado
excepciones. Las investigaciones en nuestra disciplina y, en particular, el estudio
de los fundamentos constitucionales del derecho procesal deben ser una prioridad
para contribuir a la interpretación de la norma procesal. Se considera a la tutela
jurisdiccional como el poder que tiene toda persona, sea esta natural o jurídica,
para exigir al Estado que haga efectiva su función jurisdiccional; es decir, permite a
todo sujeto de derechos ser parte en un proceso y así causar la actividad
jurisdiccional sobre las pretensiones planteadas.
Por su parte el Tribunal Constitucional sostiene que, “la tutela judicial efectiva es
un derecho constitucional de naturaleza procesal en virtud del cual toda persona o
sujeto justiciable puede acceder a los órganos jurisdiccionales,
independientemente del tipo de pretensión formulada y de la eventual legitimidad
que pueda o no, acompañarle a su petitorio. En un sentido extensivo la tutela judicial
efectiva permite también que lo que ha sido decidido judicialmente mediante una
sentencia, resulte eficazmente cumplido. En otras palabras, con la tutela judicial
efectiva no sólo se persigue asegurar la participación o acceso del justiciable a los
diversos mecanismos (procesos) que habilita el ordenamiento dentro de los
supuestos establecidos para cada tipo de pretensión, sino que se busca garantizar
que, tras el resultado obtenido, pueda verse este último materializado con una
mínima y sensata dosis de eficacia“. .
I.3.- ¿CUÁL ES EL CONTENIDO DE LA TUTELA JURISDICCIONAL EFECTIVA?
Para la doctrina española la tutela judicial efectiva, plasmada en su Norma
Fundamental, “tiene un contenido complejo, que incluye los siguientes aspectos: el
derecho de acceso a los Tribunales, el derecho a obtener una sentencia fundada
en derecho congruente, el derecho a la efectividad de las resoluciones judiciales y
el derecho al recurso legalmente previsto“
La falta de motivación deja abierta la posibilidad de potenciales arbitrariedades por
parte de los jueces. El derecho de motivación permite un ejercicio adecuado del
derecho de defensa e impugnación, ya que una motivación adecuada al mostrar de
manera detallada las razones que han llevado al juzgador a fallar en un
determinado sentido, permite que la parte desfavorecida pueda conocer en qué
momento del razonamiento del juez se encuentra la discrepancia con lo señalado
por ella y así facilitar la impugnación de dicha resolución haciendo énfasis en el
elemento discordante.
El derecho a la ejecución de las resoluciones judiciales que han pasado
en autoridad de cosa juzgada es una manifestación de la tutela jurisdiccional,
reconocido en el inciso 3) del artículo 139º de la Constitución. Si bien la citada
norma no hace referencia expresa a la efectividad de las resoluciones judiciales,
dicha cualidad se desprende de su interpretación, pues busca garantizar que lo
decidido por la autoridad jurisdiccional tenga un alcance práctico y se cumpla de
manera que no se convierta en una simple declaración de intenciones.También, la
tutela jurisdiccional efectiva en tanto derecho constitucional de naturaleza procesal,
se manifiesta y materializa en un proceso a través del derecho de acción y de
contradicción.
Mucho antes de que la humanidad contara con una noción de derecho, ésta debió
contar imprescindiblemente con un mecanismo de solución de conflictos que
permitiese no recurrir a la acción directa que, tenía como instrumento exclusivo el
uso de la fuerza y que a su vez prescindía de todo método razonable para
solucionar un conflicto de intereses; es así que se germinó la necesidad de recurrir
a un tercero. Pues bien, “el acto de recurrir a este tercero en busca de una solución
a un conflicto, es la génesis de lo que siglos después va a denominarse derecho de
acción”.
EL DEBIDO PROCESO
II.1.- ANTECEDENTES
La génesis del debido proceso se remonta a la Carta Magna de 1215, en dónde los
barones, obispos y ciudadanos cansados de la tiranía del rey Juan se levantaron
en armas y lograron que se les otorgara una Carta de libertades. A partir del siglo
XVIII es recogida por la Constitución de los Estados Unidos de Norteamérica, así
en el año 1789 se adoptó la V enmienda que estableció: “a nadie se le privará de
la vida, la libertad o a la propiedad sin el debido proceso legal. La enmienda XIV
reafirma lo establecido con la V enmienda, al enunciar que: ningún Estado podrá
privar a cualquier persona de la vida, la libertad o a la propiedad sin el debido
proceso legal”.
II.3.- DEBIDO PROCESO FORMAL Y MATERIAL
Es aceptada tanto en la doctrina como en la jurisprudencia la afirmación de que el
debido proceso tiene dos dimensiones: la formal y la material. En su dimensión
adjetiva o formal, el debido proceso está comprendido por determinados elementos
procesales mínimos que son necesarios e imprescindibles para el establecimiento
de un proceso justo, tales como el derecho de defensa, el derecho a probar, el
derecho a impugnar, ser escuchado, entre otros. A su vez, estos elementos impiden
que la libertad y los derechos de los individuos se afecten ante la ausencia o
insuficiencia de un proceso.
En éste punto es menester señalar que el debido proceso, concebido como un
derecho fundamental, no sólo tiene como campo de acción el ámbito judicial, sino
que es aplicable a cualquier tipo de procedimiento, sea este administrativo, militar
o arbitral. Así, de acuerdo a la jurisprudencia establecida por la Corte
Interamericana de Derechos Humanos, la aplicación de las garantías del debido
proceso no sólo son exigibles a nivel de las diferentes instancias que integran
el Poder Judicial sino que deben ser respetadas por todo órgano que ejerza
funciones de carácter materialmente jurisdiccional.
II.4.- EL CONTENIDO DEL DEBIDO PROCESO
En cuanto al contenido del debido proceso, y teniendo en cuenta lo expresado en
líneas anteriores en el sentido de que es considerado como un mega derecho o
derecho continente, este está constituido por lo siguientes derechos: derecho al
juez ordinario, derecho a la asistencia de letrado, derecho a ser informado de la
acusación formulada, derecho a un proceso público sin dilaciones indebidas,
derecho a utilizar los medios de prueba pertinentes para su defensa, derecho a no
declarar contra sí mismos y a no confesarse culpables, derecho a la presunción de
inocencia.
Paralelo entre la tutela jurisdiccional efectiva y el debido proceso
Culminado el análisis tanto de la tutela jurisdiccional efectiva como del debido
proceso, nos corresponde exponer las posiciones de la doctrina y de nuestra
jurisprudencia nacional en cuanto a las diferencias que existen entre
ambas instituciones jurídicas.
Un sector de la doctrina estima que ambos derechos son equivalentes o idénticos;
empero, otros consideran que entre la tutela jurisdiccional efectiva y el debido
proceso existe una relación de género a especie, siendo el primero (tutela
jurisdiccional efectiva) la abstracción, mientras que el debido proceso vendría a ser
la manifestación concreta del primero, es decir ubican el derecho al debido proceso
dentro de la tutela jurisdiccional efectiva. No obstante ello, hay quienes consideran
que será la hermenéutica judicial la que determine el alcance de los mencionados
derechos. Finalmente es válido concluir que tanto la tutela jurisdiccional efectiva
como el debido proceso son derechos fundamentales, inherentes a la dignidad
humana y que representan el valor supremo que justifica la existencia del Estado y
sus objetivos, constituyendo el fundamento esencial de todos los derechos que con
calidad de fundamentales habilita el ordenamiento, sin el cual el Estado adolecería
de legitimidad y los derechos carecerían de un adecuado soporte direccional.

LA TUTELA JURISDICCIONAL EN EL PROCESO PENAL


El enfoque jurídico ideológico de la actividad judicial posee gran importancia para
reconocer la exigencia de justicia, porque el juez es la garantía última e
imprescindible de que los valores, y en lugar destacado la justicia, sean apreciados
en todas sus exigencias como guardián último del humanismo.
El proceso es, por sí mismo, un instrumento de tutela del derecho. Pero lo grave
es que más de una vez, el derecho sucumbe ante el proceso y el instrumento de
tutela falla en su cometido, es decir, ha sido desnaturalizado. Así se frustran los
bienes jurídicos amparados por esa tutela, que son la recta administración de
justicia y la libertad individual. En todo estado democrático de derecho, al ciudadano
lo ampara la garantía fundamental, que es de la esencia de la naturaleza humana,
un estado jurídico de inocencia que perdura en todas sus dimensiones y alcances
hasta que declare su culpabilidad o inocencia por una sentencia, conclusión
fundada de un proceso penal regular sustanciado con arreglo a las leyes procesales
y la Constitución Nacional.
La presunta comisión de un delito no determina la pérdida de la dignidad de la
persona y, por lo tanto, la reacción del derecho penal debe partir de éste axioma
por cuanto de ella surgen los primeros límites para el derecho penal. A mediados
del siglo XVIII, Cesar de Beccaría señalaba que la pena debe ser cierta y pronta, lo
cual tiene estrecha relación con el principio “Nullum crimen nulla poena sine lege”,
llevado por aquél a su más viva expresión, exponiendo la génesis racional del
derecho de castigar. En el estado de derecho el sistema jurídico en general y por
ende el penal, pese a dirigirse a asegurar el orden pacífico de la sociedad, debe
preservar el respeto de la persona.
El proceso, para ser adecuado a la Constitución, debe respetar la personalidad del
imputado, tan sólo limitada por concesión al interés público, en cuanto persiga la
recta administración de justicia. Pero más allá de la distorsión que produce la
dilación del proceso en la eventual aplicación de la pena, lo cierto es que el
justiciable queda durante años sometidos a la verdadera pena que conspira contra
su personalidad afectando su honra y la esfera de libertad limitada por las medidas
de coerción propias del procesal penal. Así pues, el proceso no puede perseguir
objetivos del derecho penal material, pues sólo está limitado a objetivos legítimos
del aseguramiento y de la ejecución, so pena de convertirse en una injerencia que
lesiona la libertad.
Ante la grosera alteración que sufre el debido proceso es necesario dar prioridad al
derecho de más jerarquía en la escala axiológica que, por cierto, es el respeto de
los derechos humanos del justiciable con sujeción a lo dispuesto por la Convención
Americana sobre Derechos Humanos que, al regular la garantías judiciales,
establece que “toda persona tiene derecho a ser oída, con las debida garantías y
dentro de un plazo razonable por un juez o tribunal competente, independiente e
imparcial”. Sin duda que dicha garantía no es más que una regulación más precisa
del debido proceso consagrado por el artículo 18 de la Constitución Nacional.
Respecto de esta garantía la Corte Suprema de aquel país dijo: “La ley nunca apoyó
las acusaciones envejecidas y mucho menos en los casos penales. Aunque
muchas personas acusadas tratan de demorar todo lo posible la confrontación, el
derecho a una pronta indagación de las acusaciones penales es fundamental y el
deber de la autoridad de acusación es suministrar un juicio rápido”. La Constitución
de España de 1978 dice que constituye un Estado social y democrático de derecho
“que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico, la justicia, la
igualdad y el pluralismo político (art. 1°). Añade que “todas las personas tienen el
derecho a obtener la tutela efectiva de los jueces y tribunales en el ejercicio de sus
derechos e intereses legítimos”

LA TUTELA JURISDICCIONAL EN EL AMBITO


CONSTITUCIONAL
1. PROCESO COMO DERECHO FUNDAMENTAL

Desde los tiempos del derecho romano hasta la pandectística alemana del siglo
XIX se ha postulado que no hay derecho sin acción ni acción sin derecho. En esa
línea evolutiva, la acción -entendida hoy como proceso- ha asumido un grado tal de
autonomía que en vez de ser un instrumento del derecho, éste se ha convertido
más bien en un instrumento del proceso. Esta concepción positivista del derecho y
del proceso ha llevado a desnaturalizar la vigencia de los derechos fundamentales,
en la medida que su validez y eficacia ha quedado a condición de la aplicación de
normas procesales autónomas, neutrales y científicas; que han vaciado a los Doctor
en Derecho.
Profesor de Derecho Constitucional en la Pontificia Universidad Católica del Perú y
en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Juan Montero Aroca,
I PROCESO COMO DERECHO FUNDAMENTAL
II. DEBIDO PROCESO
III. TUTELA JURISDICCIONAL
IV. JURISPRUDENCIA CONSTITUCIONAL
4.1. Acción de hábeas corpus
4.2. Acción de amparo
V. CONCLUSIÓN.
De esa manera, la tutela judicial y el debido proceso se incorporan al contenido
esencial de los derechos fundamentales, como elementos del núcleo duro de los
mismos. Permitiendo de esta manera que, a un derecho corresponda siempre un
proceso y que un proceso suponga siempre un derecho; pero, en cualquiera de
ambos supuestos su validez y eficacia la defina su respeto a los derechos
fundamentales. En consecuencia, «las garantías de los derechos fundamentales
dan la oportunidad material de ejercer el derecho contra el Legislativo, Ejecutivo y
Judicial, no sólo en un sentido formal. En tal entendido, los derechos fundamentales
como garantías procesales están vinculados con una amplia concepción del
proceso»
En efecto, plantearse los derechos fundamentales como garantías procesales
materiales o sustantivas, supone actualizar las garantías procesales de cara a
proteger los propios derechos fundamentales. Sin embargo, esto no supone crear
una estructura organizacional determinada, en tanto que ya existe el Tribunal
Constitucional, los tribunales ordinarios, los tribunales administrativos y militares y,
hasta los procesos arbitrales, que también cautelan parcelas de los derechos
fundamentales; sino traspasar adecuadamente principios, institutos y elementos de
la teoría general del proceso al derecho constitucional procesal en formación,
adecuándose a los principios y derechos fundamentales que consagra la
Constitución. En ese sentido, los derechos fundamentales como garantías
procesales, se convierten tanto en derechos subjetivos como en derechos objetivos
fundamentales. Pero, la teoría de la garantía procesal no se reduce a los procesos
constitucionales, judiciales y administrativos; sino que, también, se extiende al
proceso militar, arbitral y parlamentario.
2. TUTELA JURISDICCIONAL
Sin perjuicio de los derechos subjetivos y objetivos que configuran al debido
proceso y que son propios de todo proceso o procedimiento judicial,
administrativo, parlamentario, arbitral, militar o entre particulares, cabe
añadir que el Estado tiene la obligación de asegurar un conjunto de garantías
institucionales que permitan el ejercicio del debido proceso de toda persona

3. JURISPRUDENCIA CONSTITUCIONAL El incumplimiento o la violación a


los derechos al debido proceso y a la tutela jurisdiccional por parte de una
autoridad judicial, administrativa, legislativa o en un proceso ante una
institución privada, constituye el supuesto apropiado para interponer un
recurso de amparo o de habeas corpus o inclusive de habeas data. En
efecto, cuando una resolución o decisión lesione un derecho constitucional;
ya sea por el irregular procedimiento seguido ante él o la falsa o errónea
interpretación y aplicación de la Constitución, el Tribunal Constitucional
puede controlar dichas resoluciones y decisiones mediante una acción de
amparo o habeas corpus en cualquier etapa del proceso; siempre que se
hayan restringido todos los recursos utilizables dentro del mismo proceso y
que la autoridad se haya negado a admitir el recurso.

Sin embargo, la violación del debido proceso o la tutela jurisdiccional no es


solamente una afectación adjetiva de orden procesal, sino que en muchos
casos se produce una afectación procesal de carácter sustantivo, que
implica la violación, lesión o disminución antijurídica de derechos
fundamentales concurrentes o conexos al proceso
En este sentido, la jurisprudencia del Tribunal Constitucional ha entendido
que los procesos constitucionales constituyen las medidas adecuadas para
tutelar los derechos fundamentales, en vía de protección del debido proceso
o la tutela jurisdiccional, según pasamos a identificarla.

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