Vous êtes sur la page 1sur 2

#UnDíaComoHoy

Comparto la publicación alusiva al nonagésimo primer aniversario del martirio de


San Román Adame Rosales.

Es destacable, como saben quienes conocen su historia, que uno de los militares
se negó a dispararle y, en consecuencia, fue fusilado junto con el venerable párroco.
Bendito sea Dios que se ha conservado el nombre de este buen soldado, que
prefirió ser fiel a su conciencia y a su fe a manchar sus manos con la sangre de un
ministro del Señor.

Entremos de lleno al relato. Nuevamente, por cuestiones de tiempo, no he podido


redactarlo yo; presento la información de la página Catholic.net, así como un párrafo
que transcribí del libro "Testimonios de fe", de Francisco Belgodere (2000).

A petición del párroco del lugar, Francisco González, Jesús Aguirre, y Francisco
González Gallo, gestionaron su libertad ante el coronel Quiñones, quien, luego de
escucharlos, les dijo: “Tengo órdenes de fusilar a todos los sacerdotes, pero si me
dan seis mil pesos en oro, a éste le perdono la vida.”

Una vez que tuvo el dinero en sus manos, el coronel quiso fusilar a quienes
aportaron la cantidad. Afortunadamente intervinieron los señores Felipe y Gregorio
González Gallo, para garantizar que el pueblo no sufriera represalias. El azoro y el
terror impuesto por los militares y la inutilidad de las gestiones cancelaron las
esperanzas de obtener la libertad del párroco, cuyo destino estaba sellado de
antemano.

Casi a las ocho de la mañana del 21 de abril, un piquete de soldados condujo al reo
del cuartel al cementerio municipal de Yahualica. Muchas personas siguieron al
grupo llorando y exigiendo la libertad del eclesiástico. Junto a una fosa recién
excavada, el sacerdote rechazó que le vendaran los ojos. Sólo pidió que no le
dispararan al rostro y pronunció las siguientes palabras:
“Muero inocente. Perdono de corazón a aquel que me entregó en manos de los que
van a abrirme las puertas del cielo. Ofrezco mi sangre por la conversión de mi pueblo
y para que se reconozca, respete y ame a los sacerdotes. Bendito sea Dios que me
ha traído a este lugar, pues así lo dispuso su providencia divina. ¡Vivan Cristo Rey
y Nuestra Santísima Madre de Guadalupe!”

Entonces el jefe del pelotón dio la orden de preparar las armas. Todos obedecieron,
menos antes uno de los soldados, Antonio Carrillo Torres, quien se rehusó varias
veces a acatar el mandato. El oficial que mandaba la escolta lo abofeteó y le quitó
el uniforme militar. En seguida, el soldado fue colocado junto al señor cura. Éste le
hizo señas de que cumpliera con su deber, pero él siguió negando con la cabeza.
Entonces fue dada la orden de apuntar los fusiles y enseguida la voz de “¡Fuego!”.
El impacto de los proyectiles derrumbó al padre Adame y, acto continuo, a Antonio
Carrillo.

Quince minutos después, cuatro vecinos colocaron el cadáver del mártir en un mal
ataúd, y lo sepultaron en la fosa inmediata al lugar de la ejecución, donde yacía el
soldado Carrillo.

Años después, fueron exhumados los restos del sacerdote y trasladados a su


pueblo natal, Nochistlán, Zac., donde se veneran. El párroco de Yahualica, Don
Ignacio Íñiguez, testigo de la exhumación, consignó que el corazón de la víctima se
petrificó, y su Rosario estaba incrustado en él.

Vous aimerez peut-être aussi