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Hiroshima

Directora General: CARMEN LIRA SAADE


Director Fundador: CARlOs PAYÁN VElvER
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 23 de agosto de 2015 Num: 1068

 
PORTADA

PREsENTAcIÓN

BAZAR DE AsOMbROs
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

El REGREsO A EspAÑA

DE MAX AUb
YOlANDA RINAlDI

HIROshIMA
SYlvIA TIRADO BAZÁN

 
FIDElIDAD Al plURAl
VAlERIO MAGREllI

QUIMERA O vIDA:

NERvAl Y DUMAs
VIlMA FUENTEs

FlANNERY O’CONNOR: lA

pARÁbOlA Y lA EscRITURA
EDGAR AGUIlAR

El NAcIMIENTO DEl

MElODRAMA Y lA Hora exacta del estadillo de la bomba en Hiroshima

MUERTE DE lA TRAGEDIA
GUsTAvO OGARRIO
Sylvia Tirado Bazán
El vIANDANTE

Y lOs EscRITOREs Hace diez años largos
JORGE BUsTAMANTE GARcÍA

he muerto en Hiroshima

pero sigo teniendo siete años .
LEER

Los niños muertos dejan de crecer.

Nazim Hikmet, La niña muerta, poemas desde la cárcel
ARTE Y PENSAMIENTO:
TOMAR lA PAlAbRA
AGUsTÍN RAMOs Este año se cumplen setenta de la destrucción de dos ciudades japonesas.
JORNADA VIRTUAl
NAIEf YEhYA
Hiroshima y Nagasaki y todavía resuena en mis oídos los gritos de mi hermana
ARTEs VIsUAlEs anunciando el fin de la guerra:
GERMAINE GÓMEZ HARO
BEMOl SOsTENIDO –¡Ya terminó la guerra! ¡Ya
se acabó la guerra! –grita mi hermana Marcia al entrar
AlONsO ARREOlA
PAsO A RETIRARME a la enfermería donde estoy aislada con otras compañeras porque tenemos
ANA GARcÍA BERGUA sarampión. Casi al mismo tiempo nos sentamos en la cama y preguntamos: ¿La
CAbEZAlcUbO guerra?
JORGE MOch
PROsAIsMOs
ORlANDO ORTIZ –Sí, la guerra con Japón, los gringos les echaron una bomba, miles de personas
CINEXcUsAs murieron, destruyó completamente una ciudad y tuvieron que rendirse; la directora
LUIs TOvAR
nos adelantó la salida para festejar la paz con nuestra familia.

DIREcTORIO Su excitación nos contagió y sonreímos felices, inconscientes de la tragedia de ese


NÚM. ANTERIOREs pueblo: ir a casa después de esos días que nos parecieron meses, volver a ver la
jsemanal@jornada.com.mx luz del sol y olvidarnos de las sombras, como fantasmas, que proyectaba en la
@JornadaSemanal pared el foco forrado con papel celofán rojo, dizque para que su resplandor no nos
lastimara los ojos.
La Jornada Semanal

–Ustedes no van a salir porque el doctor no les da permiso pero yo me quiero

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Hiroshima

contagiar para quedarme en la casa –decía, mientras restregaba su brazo contra el


mío.

En ese momento entró la enfermera y la sacó del cuarto, no sin antes amenazarla
con llevarla a la Dirección.

Después de la sorpresa y la tristeza que nos causaron las noticias de Marcia, la


decepción nos invadió y cada una se encerró en sí misma. Yo tenía sentimientos
contradictorios, por un lado sentía mucha pena por tanta gente que había muerto y
al mismo tiempo estaba triste porque no iba a ir a mi casa. Pensaba que no era
justo que mientras mi hermana se encontraba en la casa yo estaba ahí, con los
fantasmas y los quejidos de mis compañeras que se unían a los míos. Nos habían
internado en ese colegio, hasta Tlalpan, porque ella era muy traviesa y la habían
expulsado de una escuelita que estaba a dos cuadras de la casa. Aunque
yo me
portaba más o menos bien mi mamá decidió que
teníamos que estar juntas.
Siempre sucedía lo mismo: nos
compraban lo mismo, nos vestían iguales y nos
castigaban a las dos cuando ella hacía travesuras, no me gustaba ser chismosa y

yo esperaba que ella dijera la verdad pero casi nunca lo hacía.

Unos días después Miss Lolita –ella cuidaba a las chicas y a las medianas– nos
dijo:

–Niñas. Los estadunidenses arrojaron bombas de un poder devastador sobre dos


ciudades japonesas: Hiroshima y
Nagasaki, para terminar con la guerra. Murieron
miles de personas. No se sabe el número exacto, pero fallecieron miles de niños
que ya estaban en clases y otros camino a sus escuelas. Así que
rezaremos el
rosario durante un mes por el alma de esos niños que murieron de una forma atroz
sin saber por qué. Cuando ustedes
se alivien iremos todos los días a oír misa.

Además ofreceremos nuestras buenas acciones por la salvación de las almas de
  todos los que ahí fallecieron.

Sin saber qué pensar de lo que dijo Miss Lolita, más asustadas que tristes pasaron
los días en una semiinconsciencia agravada por los medicamentos que nos daban
para calmar la comezón. Una noche, la enfermera escuchaba las noticias en su
radio; a pesar de que el volumen estaba muy bajo nos enteramos que el 6 de
agosto de ese año de 1945, a las 8:15 de la mañana un avión estadunidense
había lanzado la bomba atómica sobre Hiroshima y tres días después otra más
potente sobre Nagasaki, carbonizando personas y edificios. Ambas ciudades
fueron destruidas. Día tras día la gente moría, algunas por las terribles
quemaduras que les produjo la bomba, otras de una diarrea interminable o por
hemorragias subcutáneas que se extendían conforme el tiempo pasaba, y

personas que aparentemente no tenían nada también morían víctimas de la
radiación.

Escuchar ese noticiero me llenó de angustia, de temor y de dudas pero no podía


preguntar lo que no entendía ni siquiera con mis compañeras, porque la enfermera
siempre estaba ahí; además se suponía que
estábamos durmiendo. Quería ir a mi
casa, dormir con mi mamá como cuando tenía pesadillas. Quería visitar a
mi amiga
Carmen. Ella había nacido en México pero como sus padres eran diplomáticos, era
japonesa por nacimiento, según me dijo. Vivía en la misma cuadra que nosotras y,

antes de que nos internaran, pasábamos por su casa cuando íbamos al otro
colegio y siempre estaba sola jugando en su jardín: un día que saltaba la cuerda,
me acerqué y le pregunté: “¿Quieres que te eche la cuerda?” Ella asintió y desde
ese momento nos hicimos amigas. A veces ella venía a mi casa y jugábamos a

“las comiditas” con mi hermana. El menú no era muy variado: hojas de trébol
combinadas con hojas de geranio aliñadas con pétalos de rosa. Nos divertíamos

mucho. Así que en cuanto me dieron de alta y fui a mi casa, corrí a buscar a
Carmen. Me sorprendió ver las ventanas con las persianas cerradas, toqué varias

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Hiroshima

veces el timbre y la puerta hasta que la vecina de al lado salió y me dijo con un
tono
de voz como si estuviera a punto de llorar:

–Tu amiguita no está, deportaron a toda la familia al Japón.

Me quedé sin entender lo que



decía: “deportaron” ¿Qué es
“deportaron”? Probablemente
mi cara reflejó mi estupor
porque la señora me explicó
que los habían
regresado a su
país porque Alemania, aliada
de Japón, había hundido dos
barcos mexicanos que
transportaban petróleo a
Estados Unidos: el Potrero del
Llano y el Faja de Oro
y cuatro
buques más, por lo tanto
México se vio obligado
a entrar
a la guerra y envió unos pilotos
del Escuadrón 201 a Triciclo derretido por el efecto de la bomba

Hiroshima Peace Memorial Museum
bombardear instalaciones
japonesas: hablaba de prisa, yo trataba de comprender su relato pero sin lograrlo
por más que me esforzaba. ¿Entiendes por qué no hay posibilidad de que tu amiga
regrese? Todo lo que decía era tan incomprensible, lo único que mi mente
entendía era que no volvería ver
a Carmen y me solté llorando.

No podía contener el llanto; indirectamente,


la guerra también me había alcanzado,
me arrancó de tajo a mi mejor amiga, el daño quedaría grabado en mi corazón y
cada 6 de agosto recordaría esa fecha y mi dolor se uniría a todo el sufrimiento de
aquellas madres que perdieron a sus hijos, a esos miles de personas que murieron
sin saber para qué ni por qué. Era como si Carmen también hubiera muerto en un
acto solidario con su gente.

Rememoro esos días y revivo el momento en que regresé al colegio y me uní a mis
compañeras y maestras para rezar el rosario por las almas de los niños que

murieron ese día. Visualizo el pasillo con grandes arcos que dejan ver el jardín en
penumbra y, más allá, la resbaladilla, el volantín, un sube y baja, y los columpios
que tanto me gustaban, los observo con deseo de estar ahí columpiándome, me
veo de rodillas aguantando el dolor que me causan los pequeños mosaicos que
forman figuras, las cuales he pisado tantas veces; mi mente divaga. No pongo
atención y no sé qué contestar cuando apenas escucho un coro que parece
decir:
Dios te salve, María… pero el recuerdo de
esos niños que murieron camino a su
escuela, unos, otros ya en su salón de clases, me regresan a la oración: llena eres
de gracia…de
pronto claramente oigo el ruido del avión que durante un mes
sobrevoló la ciudad de Hiroshima, veo a esos niños que ya no pueden jugar,
saludando al piloto que los mataría un día de agosto.

Santa María, llena eres de gracia…

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