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Centro de Estudios Educacionales
Introducción.
Los nuevos paradigmas educativos se centran en el alumno, sujeto activo que construye de
manera muy creadora y personal el conocimiento. Ellos plantean al maestro exigencias
superiores a las que este enfrenta en una concepción tradicional del proceso de enseñanza.
Superar las concepciones de la enseñanza bancaria, centrada en el maestro como eje básico y
omnipotente de un proceso eminentemente instructivo, guardián-transmisor de un conocimiento
supuestamente acabado, incuestionable e imperecedero, requiere de una reconceptualización
previa del proceso de aprendizaje. La manera en que este se comprende determina sin dudas
cómo se concibe el sentido de la enseñanza y de la intervención educativa, y refleja, a su vez,
una concepción del ser humano, de su personalidad y del proceso de su desarrollo, que son las
claves de cualquier proyecto educativo.
La formación y la emergencia del hombre como ser social y cultural es un resultado del proceso
de apropiación (asimilación) de la experiencia histórico-social, que es trasmitida de una a otra
generación (Vigotsky, 1987). Esta puede ser considerada como la forma exclusivamente humana
de aprendizaje y constituye siempre un proceso interactivo. Se encuentra mediado por la
existencia de una cultura que el sujeto va haciendo suya (a partir del dominio de los objetos, de
los modos de actuar, de pensar y de sentir, y del dominio de las capacidades que en aquellos
encarnan), y por la existencia de "los otros" (que hace de la comunicación, la cooperación y la
actividad conjunta, lo característico de esta forma genérica del aprendizaje).
En esta concepción, el medio o entorno social no es una simple condición que favorece u
obstaculiza el aprendizaje: es una parte intrínseca del propio proceso y define su esencia.
Partiendo de la teoría de la Escuela Histórico-Cultural sobre el desarrollo psíquico como marco
conceptual para la aproximación a los procesos de aprendizaje (Vigotsky, 1987; Riviére, 1992),
categorías como “zona de desarrollo próximo”, “andamiaje o sostén” (Coll, 1992; Day et al., 1985;
Wertsch y Kammer, 1992) explicitan la naturaleza de la instrucción o enseñanza y el singular
papel de los agentes educativos en esta gestión. Por otra parte, ellas enfatizan el rol vital de
desempeña la educación en el proceso de crecimiento y desarrollo intelectual y personal.
(Vigotsky, 1982). Lo que el niño puede hacer hoy en cooperación, mañana podrá hacerlo solo. Por
lo tanto, el único tipo de instrucción adecuado es el que marcha delante del desarrollo y lo
conduce; debe ser dirigida más a las funciones de maduración que a lo ya maduro.(…) La
educación debe estar orientada hacia el futuro, no hacia el pasado1.
A tono con lo anterior, se plantean algunas pautas importantes para una consecuente
comprensión del aprendizaje.
ii. Elproceso de aprendizaje es tanto una aventura intelectual como una experiencia
emocional. Engloba la personalidad como un todo. Se construyen en él los conocimientos,
destrezas, capacidades, se desarrolla la inteligencia, pero de manera inseparable, es una
fuente de enriquecimiento afectivo, donde se forman sentimientos, valores, convicciones,
ideales, donde emerge la propia persona.
iii. Aunque el punto central y el principal instrumento del aprender es el propio sujeto
que aprende, aprender es un proceso de participación, de colaboración y de interacción. En
1 p.104.
el grupo, en la comunicación con los otros, las personas desarrollan el compromiso y la
responsabilidad, individual y social, elevan su capacidad para reflexionar divergente y
creadoramente, para la evaluación crítica y autocrítica, para solucionar problemas y tomar
decisiones. El papel protagónico y activo de la persona no niega, en resumen, la mediación
social.
Situándonos en los marcos del aprendizaje escolar, esta perspectiva nos permite trascender la
noción del estudiante como un mero receptor, un depósito o un consumidor de información,
sustituyéndola por la de un aprendiz activo (e interactivo), capaz de realizar aprendizajes
permanentes en contextos socioculturales complejos, de decidir qué necesita aprender, en los
mismos, cómo aprender, qué recursos tiene que obtener para hacerlo y qué procesos debe
implementar para obtener productos individual y socialmente valiosos (Betts, 1991).
Precisamente, en las últimas décadas han tomado fuerza en el terreno psicopedagógico las
teorías y concepciones que ven al estudiante de esta manera (Zimmerman y Martínez Pons,
1986). Las categorías de aprendizaje auto-controlado, auto-dirigido, auto-iniciado, autónomo, etc.
– que han sido centro frecuente de la teoría y la investigación empírica - enfatizan la importancia
de los procesos de autorregulación. Detrás de la diversidad teórica y metodológica de los
enfoques que se plantean, se evidencia un mismo interés, una misma preocupación: comprender
los procesos que tienen lugar en la persona que aprende activamente, y preparar al estudiante
para aprender a vivir en un mundo cuyo común denominador es la creciente complejidad y el
cambio.
Para Zimmerman (1986), un aprendiz que se autorregula es un individuo activo con respecto a
diferentes aspectos. Desde el punto de vista motivacional, posee una adecuada autoestima, un
sentido positivo de sus propias competencias y eficacia (en una o más áreas de contenido), que
repercuten favorablemente en el proceso de planteamiento de metas y aspiraciones, y en su
actitud para enfrentar y mantener la concentración y los esfuerzos en las tareas y retos y en la
consecución de sus objetivos de aprendizaje. Está motivado intrínsecamente por el aprendizaje.
Desde el punto de vista conductual, ha desarrollado la habilidad de seleccionar, estructurar los
ambientes en que debe desenvolverse, e instrumentar cambios pertinentes en su entorno con
vistas a crear condiciones que le permitan optimizar su aprendizaje. En cuanto al tercer
componente, la metacognición, le permite al aprendiz planificar y organizar sus procesos de
aprendizaje, auto-observarse y auto-evaluarse. Este componente es considerado esencial en la
estructura del aprendizaje autorregulado. Es un componente necesario, indispensable, aunque
no suficiente para que se produzca un aprendizaje de esta naturaleza. La efectiva conjunción de
estos tres grupos de procesos promueven y mantienen una motivación intrínseca por el
aprendizaje (McCombs, 1986), el compromiso afectivo del sujeto, y la disposición a perseverar,
esforzarse y utilizar estrategias para la autorregulación.
En general, pueden considerarse las estrategias como una guía consciente e intencional que
proporcionan una regulación general de la actividad, y dan sentido y coordinación a todo lo que
hacemos para llegar a una meta o fin, teniendo en cuenta las características de cada contexto y
las circunstancias concretas. Las estrategias se concretan en sistemas de objetivos (y en sus
correspondientes acciones). Las estrategias de aprendizaje autorregulado son precisamente
aquellas acciones deliberadas que apuntan a adquirir información, y desplegar métodos de
acción, que impliquen control, intencionalidad, compromiso y responsabilidad sobre el proceso
de aprendizaje, logrando al mismo tiempo una comprensión profunda y significativa del
contenido a aprender . Se comprende que una aspiración básica de la educación debería ser el
garantizar un sistema de influencias y situaciones de aprendizaje que garanticen el dominio de
estas estrategias por parte de los aprendices, así como la motivación por hacer uso de las
mismas de una manera permanente en la vida.
Aunque el centro del aprendizaje autorregulado lo constituye, por supuesto, el sujeto que
aprende, las posibilidades de su desarrollo dependen del interjuego de diferentes variables y
factores internos y externos. Pocas oportunidades tendrá un estudiante de desplegar estrategias
autorregulatorias durante su aprendizaje si las tareas docentes, el educador, y en general, la
situación de aprendizaje y el medio en su totalidad no generen las exigencias y demandas que
lo promueven, y no se creen las condiciones y el ambiente propicio para su desarrollo (Corno y
Rohrkemper, 1988, citados por Good y Brophy, 1996).
Otro aspecto importante -que a menudo han subvalorado algunos teóricos del aprendizaje
autorregulado- es que el aprendiz autónomo no es un ente ahistórico, descontextualizado, que
se desarrrolla y lleva a cabo su aprendizaje sin reflejar las determinaciones y aspiraciones de su
medio y de la cultura imperante plasmadas en un determinado proyecto curricular y educativo.
Emprender el estudio del aprendizaje autorregulado y de sus implicaciones pedagógicas exige,
a nuestro entender, un enfoque sistémico y ecológico que, partiendo de la célula básica dentro
de la cual se construye y desarrolla, trascienda al análisis de sus vínculos e interdependencias
con otros sistemas implicados.
Con estas ideas generales en mente, nos centraremos en la revisión de uno de los
componentes indispensables para que ocurra un aprendizaje autónomo, independiente y
autorregulado: el desarrollo de las habilidades metacognitivas.
Los distintos tipos de conocimientos que posee una persona acerca de sus procesos cognitivos,
de las características de las situaciones y tareas a resolver, y de las estrategias que puede
desplegar para regular eficientemente su ejecución en las mismas, constituyen indudablemente
un componente esencial en todo proceso de aprendizaje, estrechamente vinculado a su
eficiencia, su carácter consciente y autorregulado. Todos estos fenómenos se relacionan con un
complejo sistema de procesos conocido como metacognición. Esta ha sido una de las esferas
más intensamente estudiada en las últimas décadas desde la perspectiva de la Psicología
Cognitiva, y de la Psicología Educativa y del Aprendizaje. Al mismo tiempo, constituye un área
de vital importancia para el educador, dadas sus aplicaciones práctico-pedagógicas.
Mientras que algunos autores que tratan el tema de la metacognición han enfatizado
básicamente en los aspectos relativos al conocimiento o la conciencia del sujeto de sus estados
y procesos intelectuales (metaconocimientos, conciencia metacognitiva), otros se han centrado
en los aspectos vinculados a la regulación y control de la cognición (control ejecutivo o
regulación metacognitiva), que implica a todos los procesos desplegados por el sujeto con vistas
a planificar, supervisar (monitorear) y evaluar la marcha de la ejecución y solución de las tareas,
es decir, a la habilidad para manipular y regular los propios recursos y a las estrategias
destinadas a asegurar la solución efectiva de las mismas (Sternberg, 1986).
♦ Planificar su actividad intelectual antes de enfrentarse a una tarea, y elegir las estrategias
necesarias para alcanzar sus objetivos,
♦ Observar (seguir, monitorear) la adecuación y eficacia de la actividad emprendida y
♦ Comprobar los resultados e introducir acciones correctivas en el caso necesario.
Otros autores (Borkowsk et al., 1987; Pressley et al., 1985) han incluido adicionalmente en un
modelo integrativo de la metacognición el llamado conocimiento estratégico general (la
comprensión del esfuerzo que requieren las actividades intelectuales y de aprendizaje, y del
valor de “ser estratégico”), así como el conocimiento acerca de la relación existente entre las
diversas estrategias, y sobre su selección, supervisión y evaluación. Un papel singular se le ha
otorgado a la dimensión motivacional de la metacognición.
Metacognición y motivación.
Garantizar en los sujetos una amplia información sobre las estrategias que puede desplegar
para mejorar su aprendizaje, no asegura una conducta estratégica y autorregulatoria por parte
de los mismos. En suma, se necesita de un repertorio de estrategias específicas (en dominios
específicos, concretos), pero también de conocimientos acerca de cómo relacionar o integrar
esas estrategias particulares, cómo seleccionarlas, revisarlas, supervisarlas, y la conciencia de
que todo ello requiere un esfuerzo sostenido. Por su esencia, el desarrollo metacognitivo es
motivacional, volitivo (Borkowski et al., 1987; Corno, 1987). Como plantea Burón (1993), el
alumno metacognitivamente desarrollado generalmente conoce el esfuerzo que requiere una
tarea, posee recursos para realizarla, tiene conciencia de que el esfuerzo lo lleva a un
rendimiento superior, y por consiguiente, está motivado. El sentirse eficaz es una poderosa
fuente de motivación 2.
Una autoestima positiva, la percepción de sí como una persona eficaz y competente (en un área
cualquiera), las expectativas de logro, la atribución de los éxitos y fracasos a factores tales como
el esfuerzo propio (y no a factores incontrolables como la suerte, o la capacidad), el sentirse
capaz de ejercer un dominio sobre lo que acontece (como por ejemplo, sobre los resultados
académicos), entre muchos otros elementos de esta misma naturaleza, promueven la
motivación intrínseca por el proceso de aprendizaje y la seguridad necesaria para enfrentar
obstáculos y esforzarse perseverantemente por ser estratégicos
La incapacidad para desarrollar un sistema metacognitivo rico es, en cierta medida, el resultado
de sentimientos de fracaso e incompetencia del propio estudiante. Cuando estos sentimientos
persisten y se consolidan, los esfuerzos volitivos quedan empobrecidos y las probabilidades de
involucrarse activamente en optimizar y mejorar el proceso se reduce a un mínimo. El círculo
vicioso del fracaso, el empobrecimiento de la autoestima y la desmotivación escolar comienza a
funcionar. El sistema autovalorativo realiza entonces una importante contribución. Genera y
2 p.135.
mantene autoevaluaciones positivas (antes, durante y después de las actividades de
aprendizaje) que contribuyen a que el sujeto se sienta incentivado a utilizar acciones
autorregulatorias en su aprendizaje (McCombs, 1987). Brophy y Good (1996) han analizado
ampliamente la influencia de los factores motivacionales sobre el desempeño y el rendimiento
académico de los estudiantes, a partir de los aportes de diversas teorías y modelos. La
integración de sus implicaciones a cualquier modelo del funcionamiento y desarrollo cognitivo es
una necesidad insoslayable.
Una de las hipótesis que más se maneja en relación con el temprano desarrollo de las
habilidades metacognitivas tiene que ver con la naturaleza de las interacciones que se
establecen desde los primeros momentos de la vida entre el niño y la madre o el resto de los
adultos que le rodean. El papel de la comunicación y de la función de “andamiaje” que
desempeñan los adultos ha sido destacada con especial claridad en la concepción vigotskiana
del desarrollo intelectual (Vigotsky, l990). Desde esta misma perspectiva, muchos investigadores
han intentado esclarecer las regularidades del desarrollo metacognitivo. A partir de la
observación de los intercambios entre niños y madres durante sesiones de solución de
problemas, Moss (citado por Cheng, 1993, y por Alexander et al., 1995) concluye que las
madres de los niños de alta capacidad intelectual promueven mucho más el uso de estrategias
metacognitivas en sus hijos y establecen con ellos un “diálogo metacognitivo” durante esta
actividad. Esto pudiera estar motivado por la propia percepción de la madre, padre o adulto, del
nivel de desarrollo (más o menos precoz e intenso) de las funciones intelectuales del niño, y de
sus potencialidades, lo que conduciría a pautas interactivas (niveles de ayuda y sostén,
naturaleza del diálogo, de los indicios y observaciones que se brindan, de los procesos que se
elicitan durante el intercambio, etc.) coherentes con dicho reconocimiento. Para este autor, las
raíces del desarrollo de la metacognición estarían en la interacción social. Evidencias empíricas
que sustentan esta tesis han sido también halladas por otros autores (Coll, 1992; Day et al.,
1985; Wertsch y Kammer, 1992).
Consecuentemente con estas posiciones, la idea que se sostiene aquí es que el desarrollo de la
metacognición es el resultado de un proceso de aprendizaje permanente que:
♦ Tiene su génesis en pautas o patrones particulares de interacción (la forma particular en que
se han estructurado históricamente en la experiencia del niño las funciones de andamiaje, y
la comunicación entre el sujeto y las personas de de su entorno educativo.
♦ Depende, por lo tanto, de los tipos de ambientes y situaciones de aprendizaje a los que haya
estado sistemáticamente expuesto el sujeto (potenciadoras de la independencia y la
reflexión, la observación de la propia conducta y el análisis de los errores, la seguridad en las
propias fuerzas, etc.)
♦ Posee una fuerte determinación cultural (relacionada con determinación socio-cultural de los
patrones educativos)
♦ Por lo tanto, son procesos y habilidades susceptibles de ser modeladas, perfeccionadas, en
otras palabras, educadas, en los marcos de un proceso intencional y sistemáticamente
dirigido a ello.
Por otra parte, es importante tener en cuenta que los fenómenos metacognitivos integran el
complejo sistema que determina la regulación del comportamiento humano, y, en este sentido,
resultan a su vez mediados por otros órdenes de fenémenos, como los procesos del área
afectivo-motivacional de la personalidad, tal como se ha señalado.
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aprendizaje, y sobre sí mismo como persona y como profesional, (sobre sus puntos fuertes y
débiles, estilos, preferencias, posibilidades y necesidades de perfeccionamiento). Es necesario un
clima de exigencia mutua, sobre bases realistas, y de tolerancia y respeto a la individualidad y a la
diversidad.
Conclusiones
El presente material ha intentado hacer una síntesis de algunos aspectos importantes para
comprender la naturaleza e importancia de un proceso central en el desarrollo intelectual y
personal de los individuos: la capacidad para autorregular su conducta y su aprendizaje
permanente. El foco de nuestra reflexión se ha ido desplazando hacia el análisis de la
responsabilidad del profesor en propiciar este desarrollo y a sus posibilidades reales de asumir
dicha responsabilidad, antes de “traspasarla” al verdadero sujeto de la misma: el estudiante.
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