Vous êtes sur la page 1sur 8

6.

A la busca de/lenguaje perfecto 189

conectado en todos sus puntos con la realidad. En consecuencia, un len-


guaje cuyas oraciones serán todas o verdaderas o falsas.

6.4 El atomismo lógico

El propósito de Russell es semejante al de Frege, y análoga la justifica-


ción de su interés por las condiciones que ha de cumplir un lenguaje para
alcanzar la perfección lógica. Pero en Russell, la reflexión se da en un
contexto filosófico más rico y logra un grado de elaboración más alto. En
la doctrina de Rusell, tanto los supuestos epistemológicos como las conse-
cuencias metafísicas poseen una riqueza y tienen una explicitación del
todo ausentes en Frege. La teoría de Rusell es denominada por él, en virtud
de las razones que mencionaremos, «atomismo lógico», y alcanza su ma-
durez hacia 19 18, año en que pronuncia las conferencias tituladas «La fi-
losofía del atomismo lógico».
Aquí caracteriza su tema como de gramática filos6fica, y lo justifica
así: «Creo que prácticamente toda la metafísica tradicional está llena de
errores que se deben a la mala gramática, y que casi todos los problemas
y (supuestos) resultados tradicionales de la metafísica se deben a no hacer,
en lo que podemos llamar la gramática filosófica , el tipo de distinciones
de las que nos hemos ocupado en estas conferencias (op. cit., conferen-
cia VIII). Y unos años después, en un resumen de su teoría, escribiría:
«Creo que la influencia del lenguaje en la filosofía ha sido profunda y casi
no reconocida. Para que ·esta influencia no nos extravíe, es necesario que
seamos conscientes de ella , y que deliberadamente nos preguntemos en qué
medida es legítima. (. .. ) En este aspecto, el lenguaj e nos extravía por su
vocabulario y por su sintaxis. Debemos estar en guardia sobre ambas cosas
para que nuestra lógica no nos conduzca a una falsa metafísica.» (<<El ato-
mismo lógico», 1924, pp. 330-331 de Logic and Knowledge).
En cumplimiento de estas advertencias, Russell desarrollará un tipo
de análisis del lenguaje que aspira a poner de manifiesto sus imperfeccio-
nes lógicas, contras tándolas con las cualidades de un lenguaje lógicamente
perfecto. ¿Cómo es un lenguaje de esta clase? Lo primero que Russell
va a decir hace referencia no tanto al lenguaje en sí y a su estructura for-
mal cuanto a la relación entre el lenguaje y la realidad. La primera condi-
ción para que un lenguaje sea lógicamente perfccm es una condición semán-
tica: que las palabras de cada proposición correspondan una por una a los
componentes del hecho correspondiente. Se exceptúan palabras tales como
«o», «no», «si. .. entonces», las cuales tienen una función diferente, es
decir, las cuales carecen de conexión directa con la realidad; son las pala-
bras que exp resan modos de componer oraciones, y que pueden traducirse
a functores lógicos, y que, naturalmente, está n incluidas en lo que antes he-
mos llamado «términos sincategoremáticos ~. Queda así establecido por
Russell el principio de isomorfía semántica: «en un lenguaje lógicamente
perfecto habrá una sola palabra para cada objeto simple, y. todo lo que no
190 Pn'ncipios de Filosofia del Lenguaje

sea simple será expresado por una co mbinación de palabras ... )) (<<La filo·
sofía del atomismo lógico», n , p. 197 de Logic and Knowledge). Un len-
guaje semejan te tiene la ventaja de que muestra a simple vista la estructura
lógica de los hechos que afirma o niega . Según Russell , de esta clase pre-
tende se r el lenguaje de los Principia Mathematica, con la única diferencia
de que este lenguaj e posee sintaxis, pero c;:¡ rece de vocabu lario: «es el tipo
de lenguaje que, si le añadiéramos un vocabulario, sería un lenguaje lógica-
mente perfec to) (loc. cit., p. 199).
Ha y que entender lo que Russell quiere decir. Los Principia Mathematj-
ca, como todo cálculo lógico , tienen su vocabu lario, a saber, el conjunto
de signos con los que se componen sus fórmulas en aplicación de sus re-
gIas. Pero lo que Russell quiere dat a entender es que un lenguaje lógica-
mente perfecto podría ser un lenguaje que, poseyendo un vocabulario, no
de signos lógicos, sino de palabras, como las del lenguaje natural, tuviera
una sintaxis, unas reglas de estructuración y composición de oraciones,
como las de aquel cálculo lógico.
Los lenguajes naturales, las lenguas humanas, no son de esa manera. Y
esto, que es una desgracia desde el punto de vista filosófico , es -para
Russell- una ventaja a efectos prácticos de comunicación . A diferencia
de un lengul'lje lógica mente perfecto, el lenguaje ordinario se caracte riza
por la ambigüedad de sus palabras, de tal manera que, cuando alguien usa
una palabra, no sign ifica por medio de ella la misma cosa que otra perso-
na. Esto, que a primera vista podría parece r un inconveniente, no lo es en
realidad, y lo grave sería que todos los hablantes significara n, con sus
palabras , las mismas cosas, pues la comunicación resultaría imposible. ¿Por
qué? Porque «el significado que uno dé a sus palabras tiene que depender
de la naturaleza de los objetos con los que esté fami liarizado, y puesto
que las diferentes personas están familiarizadas con diferentes objetos, no
podrán hablar entre sí a menos que den a sus palabras sign ificados muy
diferentes ) (loe . cit., p. 195). Así -y el ejemplo es de Russell- , quien
ha paseado por PiccadilIy, y es tá por consigu iente familiari zado con esta
calle de Lond res, da al término «Piccadilly» un significado distinto del
que le dará una persona que nunca haya estado all í, por muchas cosas que
sepa de ese lugar. Si insistiéramos en un lenguaje caren.e de ambigüedad ,
no podríamos hablar de las cosas que conocemos a quienes no las conocen.
Vale la pena detent:rse en lo anterior, porque están ahí presentes va-
rios rasgos caracterÍsicos de la teoría del significado de Russell. En primer
lugar, se obse rvará que el significado depende del conoci miento por
familiaridad (knowledge by acquaintance) o conocim iento directo, que Ru s-
sell , en or ros lugares, ha contrapuesto al conocimiento por descripción
(por ejemplo, en el cap. 5 de Los problemas de la filosofía). El conocimien-
to direcro excluye la mediación de procesos de inferencia o de conocimien-
to de verdades. Los datos sensibles constituyen la apariencia de un objeto
material , como color, forma , dureza, etc., son ejemplo de algo que se co-
noce directamente por fa miliaridad . El conocimiento del objeto como tal
es, en ca mbio, un conocimiento por descripción: supone, no s610 mis
6. A fa busca def lenguaje perfecto 191

datos sensibles actuales, sino además el recuerdo de otros, junto con el


co nocimiento de ciertas verdades físicas que están presupuestas por nuestro
trato con los objetos materiales. Estos objetos no nos son, pues, conocidos
directamente. Lo que conocemos directamente son los datos sensibles que
el los nos producen ; los objetos, como tales, son sólo construcciones lógi-
cas que hacemos sobre la base de nuestros datos sensibles, y los conocemos
por descripción. El funda mento de nuestro conocimiento está, por consi-
guiente, en el conocimiento directo, en l~ familiaridad . Pero és ta no se
limita a los datos sensibles (sense-data). En el lugar que se acaba de citar,
Russc ll amplía el conocimiento directo a los recuerdos, con lo que la
memoria resulta ser, además de los sentidos, una vía para tal conoci miento;
e inclu ye as imismo, en aquél, los es tados psicológicos propios, objeto de
fa miliaridad por autoconciencia, aunque duda sobre si inclui r también el
propio yo. Y no sólo son conocidos directamente estos fenómenos particu-
lares; los conceptos uni versales son igua lmente conocidos por familiaridad,
y son un presupuesto para que pueda haber conoci miento por descripción.
Del conocimiento direeco quedan explícitamente excluidos por Russell los
objetos físicos, en cuanto distintos de los datos sensibles que producen,
así ~omo los estados psicológicos ajenos. De aquello que conocemos, todo
cuanto no es conocido por familiaridad es conocido por descripción, y esto
se aplica tanto a los fenómenos particulares corno a los conceptos universa-
les . El conocimiento po r descripción tiene la importante función de permi-
tirnos sobrepasar los límites de nu estra experiencia personal. Pero el cono-
cimiento por familiaridad es la base de todo conocimiento, y a él es
reducible el co nocimiento descriptivo, pues «toda proposición que podamos
entender debe estar compues ta enteramente de constitutivos con los que
estemos familiarizados» (Los problemas de la filosofía, cap. 5, final) . La
razón de esto ya la hemos visto: el significado que demos a nuestras pala-
bras ha de ser algo con lo que estemos familiarizados (ibídem ).
El peso de la teoría referencia lista en las declaraciones de Ru ssell es
pateme: los significados de las palabras son los objetos de los que tene·
mos conocimiento directo . Si se trata de un objeto físico, como el de-
signado por el nombre «Piccadilly», el significado de éste, para cada
cual, consistirá en los datos sensi bles que tenga de ese lugar, así como en sus
recuerdos de datos sensibles pasados y en las demás vivencias y sentimientos
que dicho lugar le reproduzca. Si consideramos los objetos como integran-
tes de un hecho, podremos entonces afirmar, con Russell, «que los campo--
nentes del hecho que hace a' una proposición verdadera o falsa, son los
significados de los símbolos que tenemos que entender para poder entender
la proposición» (<< La filosofía del atomismo lógico», 11, p . 196 de Logic
and Knowledge) .
Tenemos, pues, que un lenguaje lógicamente perfecto es, para empezar,
un lenguaje cuyos términos carecen de ambigüedad, significan siempre lo
mismo, a saber, determinadas características de los hechos de las cuales
el sujeto posee conocimiento directo. Y esto tiene la inmediata consecuen-
cia de que será un lenguaje privado, en la medida en que el conocimiento
192
-- -
Principios de Filosofía del Lenguaje

directo es propio y particular de cada cual, y por ello, «todos los nombres
que se usen serán privados de un hablante y no podrán entrar en el
lenguaje de otro» (toc. cit. , p. 198). Esto, desde el punto de vista de su
vocabu lario. Desde el pumo de vista de su sintaxis, la referencia de Russell
a los Principia Mathematica nos pone en la pista de un rasgo fundamental
que no puede faltar en ningún lenguaje pe rfecto: la extensionalidad, esto
es, que todas sus oraciones complejas puedan descomponerse en oraciones
simples, de tal modo que la verdad o falsedad de aquellas sea una función
de la verdad o fa lsedad de las últimas, como ocurre en cualquier cálculo ló-
gico estándar. Ello implica que un lenguaje perfecto está constituido por
oraciones que pueden ser verdaderas o falsas, esto significa que solamente
es candidata a la perfección lógica aquella porción del lenguaje que utiliza-
mos para declarar los hechos, para hablar de lo que acontece, es decir,
aquella porción del lenguaje que empleamos en el discurso declarativo o
asertórico. Es la misma reducción que -como hemos visto-- había
efectuado Frege. Por lo que respecta a Ru ssel1, podemos decir, siguiendo
::;u terminología, que se trata de un lenguaje compuesto por proposiciones,
ya que una proposición es - segú n Russell- una oración en el modo
indicativo, una oración qu e afirma algo (a diferencia de aquellas oraciones
que expresan pregun tas, mandatos o deseos); la proposición es el vehícu-
lo de la verdad y de la falsedad (op. cit., 1, p. 185).
Así pues, las oraciones complejas de nuestro lenguaje perfecto estarán
compuestas de oraciones simples unidas por palabras que , corno «y», «o»,
<mo», «si ... entonces», ete., representan los modos de composición verita-
tivo-fu ncional. ¿De qué forma serán las oraciones simples? Estas oraciones,
que Ru ssell deno mina «proposiciones atómicas», describirán el tipo más
simple de hecho, lo que, siguiendo la misma analogía, llamará «hechos ató-
micos». De aquí el nombre de «(atomismo lógico» para su teoría: se trata
de llegar a los últimos elementos que el análisis lógico del lenguaje pueda
encontrar en éste', y puesto que el lenguaje, en lo que es filosóficamente re-
levante, y de acuerdo con el principio de isomorHa, corresponde estructu-
ralmente a los hechos, por lo mismo llegaremos a los últimos elementos
de la realidad. En este sentido, el análisis de Russell va de la lógica a la
metafísica a través de la filosofía del lenguaje.
Para Russell. los hechos más simples que se pueda imaginar, los hechos
atómicos, son los que consisten en la posesÍón de una cualidad por una cosa
particular, por ejemplo , el hecho descrito por la proposición «Eso es
blancQ). Aquí tenernos algo, aquello a 10 que se refiere el término «eso», y
el color que le atribuimos. Una proposición tal es, desde luego, muy di-
ferente de una proposición como «Esa tiza es blanca». En este caso, al con~
siderar algo como tiza, le estamos atribuyendo ciertas propiedades, algunas
muy complejas, que sin duda nos llevan más allá de los meros datos sen-
sibles que ahora tenemos del objeto en cuestión. El término «tiza» encierra
una complejidad que lo excluye corno candidato a constituyente de una
proposición atómica . Por eso, y para no prejuzgar nada sobre dicho ob-
jeto, nos limitamos a utilizar un pronombre demostrativo como «eso».
6. A la busca del lenguaje perfecto 193

Suponemos, de otra parte, que una cualidad como un color es el tipo más
simple de cualidades, y por consiguiente no analizable o descomponible
ulteriormente. Hay que tener en cuenta que lo relevante aquí es el color
en Cllanto percibido, y no en cuanto realidad física que puede estudiarse
cienríficamente. Por ello, el que pueda definirse un color en términos de una
determinada longitud de onda es irrelevante para el análisis de Russell. Se
trata, no de un análisis físico, sino lógico, aunque tomando este último
término con una amplitud peculiar, pues, corno ya hemos visto, en él es un
presupuesto básico el principio de familiaridad. Esto quiere decir que
los términos de las proposiciones atómicas poseen significado en cuanto
designan objetos de conocimiento directo , y así se explica que los ejem-
plos que Russell suministra correspondan a hechos atómicos que son,
claramente, datos se nsibles (loe. cit., pp. 198 Y ss.).
El tipo más simple de hecho consiste, pues, en la posesión de una cua-
lidad simple por una entidad particular. Hechos levemente más complejos
son los que consisten en relaciones diádicas, como el descrito por la propo-
sición «Eso está junto a aquello». El tipo siguiente será el de relaciones
triádicas , como el hecho descrito por «Eso está entre aquello y aquello
otro» . y así sucesivamente. Todos estos hechos son atómicos para Russell,
y constituyen una jerarquía de complejidad. En todo hecho atómico hay,
pues, una propiedad o una relación , más una o varias entidades que son,
respectivamente, sujeto de aquélla o ésta. A estas entidades les llama
Russell , abreviadamente, «particulares». Se reconocerá aquí la forma de
las funciones proposicionales de cualquier cálculo lógico estándar: Px,
Rxy,. Rxyz, elC. Un particular es, por tanto, un sujeto de propiedades
y de relaciones. Pero ¿en qué consiste? Russell no dirá nada más. La
definición de «particular» es puramente lógica y, por consiguiente, nada
puede decir más de lo dicho. Al lógico, como tal , no le interesa la
cuestión de en qué consiste un particular, ni de si es posible o no en-
contrar particu lares en el mundo. Todo esto son cuestiones empíricas
sobre las cuales el lógico, en cuanto tal, carece de competencia: «el lógico
nunca da ejemplos, porque es una de las características de una proposición
lógica el que no es necesario saber nada acerca del mundo real para poder
entenderla» (<<La filosofía del atomismo lógico», 11, p. 199 de Logic and
Knowledge). Simplemente añadirá que los particulares, como las sustan-
cias en diferentes doctrinas tradicionales, son autosubsistentes y lógica-
mente independientes entre sí. Que haya uno solo en el mundo o más
de uno, y en este caso, cuántos, es ya una cuestión puramente empírica.
Hay que añadir que, en ocasiones, Russell se refiere a los particulares
de tal modo que parecería que entiende por particular algo equivalente a un
hecho atómico. Así, cuando habla de los particulares como «pequeñas
manchas de color o sonidos» (op. cit., l, p. 179), da la impresión de que el
particular es un dato sensible, y por 10 tanto, un hecho atómico. Sus de-
claraciones en la segunda conferencia, que acabamos de ver, son tan claras
que deben deshacer el equívoco.
194 Principios ce Filosofia del Lenguaje
"''' .....,-

Lo que en la proposición corresponde a una propiedad es el predicado.


Lo que expresa una relación suele ser un verbo, o a veces, toda una frase.
y lo que corresponde a un particular es el sujeto, y tiene que ser un
nombre propio. ¿Por qué? Porque la única manera de hablar de un par-
ticular es nombrarlo. Para describirlo, ya mencionamos sus propiedades y
sus relaciones utilizando los términos correspondientes; ahora bien , para
referirnos a él como su jeto de aquellas, lo único que podemos hacer es
nombrarlo. Y puesto que las palabras obtienen su significado de los objetos
con los que estamos familiarizados , quiérese decir que tan sólo podemos
nombrar lo que es objeto de conocimiento direceo y mientras lo es. La
primera consecuencia de esta extraña doctrina es que los nombres propios
de par~iculares, tal y como aparC7Cen en una proposición atómica, serán
muv distintos de lo que, en el discurso ordinario, llamamos «(nombres
propios». Palabras como «(Sócrates», «( Venus), «( Madrid », las usamos para
referirnos a sus correspondientes objetos aun cuando éstos no estén pre-
sentes; de hecho, parece que su utilidad estriba precisamente en ello, pues
quien estuviera ante Sócrates o quien se hallara en Madrid probablemente
no necesitaría recurrir a esos nombres. Ahora bien, de acuerdo con la
doctrina de Ru ssell , no tenemos conocimiento directo de Sócrates,y por
consiguiente, no podemos nombrarlo. Por lo mismo, quien nunca haya es-
tado en Madrid, tampoco podrá dar significado a este término , y tampoco
podrá dárselo al término «Venus ) quien no haya contemplado este planeta.
Ello muestra que tales palabras no son en realidad nombres propios, esto
es, que no son nombres propios en sentido lógico. ¿Qué son, entonces?
Según Russell, se trata de descripciones encubiertas y abreviadas. «Sócrates »
es una abreviatura para cualquier descripci6n correcta que podamos dar
de su correspondiente objeto, por ejemplo: «El filósofo griego que fue
condenado a beber la cicuta), o «El maestro de Platón» , o cualquier otra.
Como «Madrid» abreviará, entre otras muchas, la descripción «La capital
de Españ3», o «Venus» equivaldrá, entre otras, a «El lucero matutin0» .
En la medida en que estas descripciones se refieren a sus objetos descri-
biendo ciertas propiedades suyas, resulta patente que esos objetos no pueden
ser particulares, pues no son simples . Tenemos, pues, que ni los nombres
propios del lenguaje ordinario son nombres propios en sentido lógico ni
aquello a 10 que se refieren son particulares. Por ello puede afirmar Rus-
seU: «Hablando estrictamente, sólo los particulares pueden ser nombra-
dos. » (.La filosofía del .tomismo lógico», VII, p. 267 de Logic and
Knowledge) .
.Así pues, Mill había dicho que los nombres propios en sentido ordinario
denotan, pero carecen de connotación; Frege defendió que, no sólo pueden
tener referencia, sino que además han de tener sen tido, el cual puede que-
dar explícito por medio de alguna descripción como en los ejemplos an·
teriores ; y Russell viene a añadir que, precisamente por eso, tales nombres
110 son, lógicamente, nombres propios, pues si es posible sustituirlos por
alguna descripción, entonces no se limitan a nombrar.
6. A /a busca de/lenguaje perfecto 195

¿En qué consiste un nombre propio en sentido lógico? Según Russell,


las únicas palabras que usamos de esta manen!. son palabras como «esto »,
«eso» o «aquello}> (lhis, that): «Se puede usar 'esto' como nombre de un
particular del que se tiene conocimiento direno en el momento>} (o p. cit.,
11, p. 20 1). Así, si decjmos «Esto es blancm>, llamando «esto» a lo que
vemos, emplea mos el demostrativo como p.ombre propio, en sentido lógico,
de un supuesto particular qué tiene como propiedad la blancura. Pues,
en efecto, los d~mostrativos no nos dicen nada sobre los objetos a los
que, por medio de ellos, nos referimos; se limitan a señalarlos, a denotarlos,
yeso prueba que son verdaderos nombres propios y que los objetos que
denotan son simples, paniculares. Esto implica una curiosa propiédad que
Russell se ocupa de señalar, y que, aunque paradójica, es coherente con lo
que ya hemos visto. De una parte, que el significado de los nombres lógi~
camente propios estará cambiando todo el tiempo según cambien nuestras
percepciones del mundo, nuestros datos sensibles. Y de otra, que su signi~
ficado será diferente para el h3blante y para el oyente, en cuanto que los
datos sensibles que ambos tengan del mismo objeto serán distintos. Con lo
que volvemos a comprobar el carácter privado de un lenguaje lógicamente
perCecto, puesto que sus nombres propios serán inteligibles únicamente
para cada cual en función de sus experiencias propias: «para comprender
un nombre hay que estar familiarizado con el particular que nombra, y
hay que sabe r que se trata del nombre de dicho particular» (op. cit., IlI,
p. 205 de Logic and Knowledge).
Frente al monismo hegeliano con el que Russell venfa polemizando des~
de años antes, la ontología exigida po,r su análisis consiste, para empezar,
en un pluralismo de los hechos simples o atómicos, que se resuelve en un
pluralismo de objetos simples o particulares, independientes lógicamente
entre sí y subsistentes por sí mismos, con un tipo de subsistencia que
recuerda a la de la sustancia, según se ocupa de señalar el propio Russell
(lI , p. 202 ). Por lo que respecta a los objetos de la vida cotidiana, és tos son
todos complejos, desde las SIllas a las personas, y por esto no se les puede
dar un nombre propio lógico. Ya tenemos, por consiguiente, los elementos
más simples a los que llega el análisis de Russell : son los particulares, sus
propiedades y sus relaciones. Y están representados en la oración de esta
manera: los particulares, por los nombres lógicamente propios (términos
deícticos, como los demostrativos), las propiedades y relaciones por dife~
rentes clases de adjetivos, verbos y adverbios. Como todo elemento de la
oración debe corresponder a un elemento del hecho, hay que concluir que
en los ejemplos que, tomados de Russell, hemos visto, sobra algo, a saber,
la cópula «es», puesto que a ella nada corresponde en los hechos. Los
ejemplos de proposiciones atómicas serán, así, menos idiomáticos de lo que
eran los anteriores; con rigor, tales proposiciones serán de la forma «Esto
blanco», «Eso junto a aquello», etc. Que así tiene que ser lo prueba,
claramente, el que nada hay en las funciones proposicionales de un cálculo
lógico que represente al «es»: Px, Rxy, etc., solamente contienen términos
de individuos (x, y) y términos de predicados (P, R).
196 Principios de Filosofía del Lenguaje

Con lo anterior hemos· alcanzado unos átomos lógicos, las proposiciones


atómicas, a las cuales c<;>rresponden unos hechos simples, que cabe calificar,
asim ismo, como atómicos. ¿Pero pueden reduci rse a aquellas todas las
demás proposiciones de un lenguaje perfecto?

6.5 Hechos y proposiciones

Las proposiciones atómicas se combinan entre sí por los medios de


composición verirativo-funcional que establecen los Principia Mathematica
y que se recogen en cualquier libro de lógica; formas de composición que,
en el lenguaje ordinario, están representadas, con cierta aproximación,
por palabras como «Y», «o», «no», «si. .. entonces», etc. A las proposicio-
nes complejas así formadas las llama Russell , prosiguiendo la misma analo-
gía, «proposiciones molecul.ares». Es, por tanto, característico de un
lenguaje perfecto cumplir con el principio de extensionalidad, a saber: que
todas sus proposiciones complejas o moleculares puedan descomponerse
en otras simples o atómicas de tal manera que la verdad o falsedad de
las primeras sea función de la verdad o falsedad de las últimas. De aquí
que las proposiciones moleculares, pues ro que son meros compuestos de
proposiciones atómicas, carezcan de correlato propio en la realidad. No
hay, no tiene por qué haber, hechos moleculares. Ya que roda proposición
molecular se descompone en proposiciones arómicas, bastan los hechos
atómicos para conectar a la primera con el mundo. Un hecho es, simple-
mente, aquello que hace verdadera o falsa a una proposición (op. cit., l ,
p. 182 de Logic and Knowledge). Pero una proposición molecu lar no es
verdadera o falsa por sí misma, esto es, en virtud de su relación con el
mundo, sino en razón de que sean verdaderas o falsas las proposiciones
atómicas que la componen; por consiguiente, la única verdad que depende
de los hechos es la de estas últimas, Y para declarar verdaderas o falsas a las
proposiciones atómicas nos bastan los hechos atómicos. Nótese, además, que
si postuláramos la existencia de hechos moleculares, nos veríamos forzados
a admitir que hubiera en la realidad, como parte de tales hechos , elemen-
tos que correspondieran a los modos de combinación, esto es, a la con-
junción, a la disyunción , al condicional, etc. Si, tomando dos ejemplos muy
sencillos de proposiciones atómicas, afirmamos «Eso (es) blanco y aquello
(es) negro», nuestra afirmación será verdadera, segú n la interpretación
que hace de la conj unción cualquier cálculo lógico estándar, solamente
cuando ambas proposiciones simples lo sean. Y para esto basta con sus
respectivos hechos atómicos: que lo designado por «eso» sea, efctiva-
mente, blanco, y que lo que llamamos «aquello» sea negro. Simplemente
con esto, nuestra afirmación será ve rdadera. No necesitamos para nada
postular un hecho complejo en el que, además de algo blanco y de algo
negro haya también algún extraño elemento que corresponda al functor «y».
Si todas las proposiciones complejas fueran moleculares, y por ello redu-
cibles a proposiciones atómicas, éste sería el fin de la cuestión. En última

Vous aimerez peut-être aussi