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Desde los griegos la técnica se ha considerado como un modo de saber, un “saber hacer” que

involucraba producir o transformar algo y requería de un conocimiento real y profundo. Aún hoy,
una técnica, en el sentido literal, es una habilidad práctica pero caracterizada por tener como
soporte un conocimiento universal de las cosas, un saber por las causas, y una finalidad, que es la
de crear, producir o transformar algo, que la lleva a relacionarse directamente con la naturaleza.

La técnica

Ortega Gasset en "Meditación de la Técnica", presenta una avanzada y esclarecedora idea sobre la
tecnología y, a la vez, realiza un potente ejercicio de anticipación, que se registra en las corrientes
filosóficas europeas de la época, para esclarecer la manera como el ser humano se transforma a sí
mismo a través de la técnica. "Sin la técnica el hombre no existiría ni habría existido nunca", son las
palabras de una contundente frase con la que inaugura el curso que impartiera en la Universidad de
Verano de Santander en 1933 y que después recopiló en un ensayo.

La técnica, en el pensamiento de Ortega, no es satisfacción sino liberación de la necesidad, pues lo


único verdaderamente necesario es lo superfluo, determinado según el proyecto vital de cada ser
humano. Así, la técnica está al servicio de este proyecto, y su facultad no es la inteligencia mecánica
sino la imaginación. Por ello, no es probable la tecnocracia. Sin embargo, en mi opinión, el proyecto
orteguiano exhibe características y actitudes propias de un proyecto técnico. Posición que podría
llamarse "romanticismo técnico".

El texto de Ortega y Gasset podría considerarse como una lectura obligada para quienes quieran
comprender la relación que existe entre el hombre y la tecnología. Este autor se adelanta varias
décadas a otros trabajos relacionados con el tema, como los de Herbert Simon, para explicar que
“hoy el hombre ya no vive en la naturaleza, sino que está alojado en la sobrenaturaleza que ha
creado un en un nuevo día del Génesis: la técnica". Esta sobrenaturaleza involucra un bosquejo
específico para adaptar el entorno a la satisfacción de las necesidades del hombre relacionadas con
el bienestar, un concepto cambiante y determinado siempre por las particulares situaciones
históricas de cada época.

La forma como Ortega arremete contra la actitud pacata de la Universidad en relación con la
enseñanza de la tecnología no ha perdido un ápice de actualidad. "En las escuelas especiales se
enseña a algunos hombres una técnica en especial. Pero ni aún en ellas se enseña lo que la técnica
representa en la vida humana, su trabazón con otros factores de ella, su génesis, su evolución, sus
condiciones y sus peligros. En cuanto a las Universidades ni siquiera se habla de la técnica --es más,
se hizo constitutivo de la Universidad el ser el cuerpo docente que excluye de sí la técnica, dejándola
centrifugada y como relegada a aquellas escuelas especiales. Parece implicar esto la convicción de
que la técnica afecta a los servicios particulares y secundarios de la vida en que, ciertamente por
fuerza, tienen que ocuparse algunos hombres pero que no atañen al hombre como tal". La
consecuencia de esta ceguera intelectual, según Ortega, es que los conflictos cogen invariablemente
por sorpresa a los individuos educados en la universidad, "entre otras razones, porque no tenían
contacto verdadero con la técnica y no incluían en sus previsiones y cálculos los resultados
económicos de ésta, no hablemos ya de sus resultados sociales."

En los años sesenta y setenta, a raíz de la creciente importancia de las universidades tecnológicas y
de su dependencia con respecto a las de extracción "humanista", en EEUU se abre un profunda
reflexión, encabezada por Herbert Simon, sobre el papel de la ingeniería en una sociedad cada vez
más fundida con el desarrollo tecnológico (véase la entrevista con Artur Serra en en.red.ando). Sus
trabajos sirvieron para fundamentar la concepción de la "naturaleza artificial" creada por las
máquinas y, al mismo tiempo, supusieron un intento --fallido-- de aliviar las tensiones generadas en
la educación superior por esa rama específica del saber impulsada por la ingeniería. Casi cuatro
décadas antes, el filósofo español decía al respecto: "En suma, la separación radical entre la
Universidad y la ingeniería es una de las grandes calamidades que ha acarreado la increíble torpeza
que el hombre de hoy está revelando en el tratamiento de sus grandes angustias presentes. Esta
separación es funesta, por razones diversas pero complementarias, para la Universidad y para la
ingeniería."

Ortega --cuyas edición de sus Obras Completas definitivas aparecerá en breve-- pareciera hablarnos
al oído, hoy y aquí, a medida que desarrolla su compleja y rica concepción sobre la tecnología
(técnica en su lenguaje). Aunque lógicamente sus argumentos están ilustrados con ejemplos propios
de la época, no pierden ni un ápice de su agudeza --todo lo contrario-- si se los apoya con el abrazo
globalizador de la tecnología digital. A pesar de colocar a la tecnología como el eje organizador del
ser humano, Ortega no alimenta ningún servilismo ante la idea de progreso. Al contrario, su discurso
se encrespa contra esa formulación unívoca de la dirección de la historia que hoy parece iluminar,
precisamente, a los supuestos "cazadores" del pensamiento único: "La idea del progreso, funesta
en todos los órdenes cuando se la empleó sin crítica, ha sido también fatal. Supone ella que el
hombre ha querido, quiere y querrá siempre lo mismo, que los anhelos vitales han sido siempre
idénticos y la única variación a través de los tiempos ha consistido en el avance progresivo hacia
aquel desideratum. Pero la verdad es todo lo contrario: la idea de la vida, el perfil del bienestar se
ha transformado innumerables veces, en ocasiones tan radicalmente que los llamados progresos
técnicos eran abandonados y sus rastro perdido. Otras veces -conste-, y es casi lo más frecuente en
la historia, el inventor y la invención eran perseguidos como si se tratase de un crimen. El que hoy
sintamos en forma extrema el prurito opuesto, el afán de las invenciones, no debe hacernos suponer
que siempre ha sido así. Al contrario, la humanidad ha solido sentir un misterioso terror cósmico
hacia los descubrimientos, como si en éstos, junto a sus beneficios, latiese un terrible peligro". No
se pierdan este librito, les ayudará mucho en estos agitados tiempos.

(*) Meditación de la Técnica y otros ensayos sobre ciencia y filosofía. José Ortega y Gasset. Revista
de Occidente en Alianza Editorial, 1998. Madrid. ISBN: 84-206-4121-9
Ortega y la técnica

"La técnica moderna se ha convertido en una nueva naturaleza de la cual dependemos tan
absolutamente que no sólo no podemos ya vivir sin ella, sino que tendemos a tomarla como un
hecho natural o evidente en el mismo". Ortega y Gasset

"La meditación y la técnica", de Ortega y Gasset (Revista de Occidente, Madrid) , fue publicada
originalmente como una serie de artículos aparecidos en el diario argentino La Nación a lo largo del
año 1935, y constituye uno de los mejores ensayos en lengua española del siglo XX. Supone, además,
una brillante contribución no sólo a la aclaración conceptual del fenómeno de la técnica, sino a la
comprensión de su propia evolución histórica y de los aspectos y consecuencias más relevantes del
tecnicismo moderno.

En este ensayo, Ortega plantea, en primer lugar, que la técnica no es sino reforma de la naturaleza,
" de esta naturaleza que nos hace necesitados y menesterosos". De esta manera, la técnica crea una
nueva naturaleza, una sobre-naturaleza que ha de verse como la expresión suprema de la relación
siempre mediata del ser humano en su entorno: por una parte, la técnica deriva de una serie de
necesidades que contribuye a satisfacer; pero, como actividad específicamente humana, su mayor
condición de posibilidad radica justamente en el hecho de que el ser humano es el único capaz de
una renuncia temporal a la satisfacción inmediata de sus instintos.

La técnica, en consecuencia, no es un fenómeno inteligible en términos estrictamente biológicos, ya


que, en realidad no supone una adaptación del sujeto al medio, sino, inversamente, la adaptación
del medio al sujeto. En este sentido, Ortega subraya que las necesidades humanas van siempre más
allá de las pulsiones biológicas, e incluyen tanto lo objetivamente necesario como lo supérfluo. La
vida humana, de hecho, siempre aspira al bienestar, a la vida buena, que constituye así "la necesidad
de las necesidades"; ser humano, técnica y bienestar son, en última instancia, sinónimos.

Pero, como las ideas y espectativas alrededor de la vida buena varían histórica y socialmente, la
orientación de la técnica también se transforma con ellas.Desde el punto de vista de Ortega, por
tanto, no hay una técnica en si, sino una pluralidad de técnicas que se corresponden con las
diferentes concepciones del bienestar. De esto se deduce, por una parte, que la idea del progreso
es intrínsecamente errónea (asume que el ser humano ha deseado siempre lo mismo), pero,
también, que una determinación de la naturaleza de la acción técnica tan solo puede obtenerse
desde una perspectiva externa a ella misma. Para Ortega, esta relatividad del hecho técnico se
explica por los imperativos de la razón vital y por la particular constitución antropológica del ser
humano, una especie de centauro ontológico; parte de la naturaleza y extranatural a la vez, el ser
humano es biología y biografía, animal y programa, esbozo, proyecto. Por este motivo, la naturaleza
es para él circunstancia, es decir, " el puro sistema de facilidades y dificultades con el que se
encuentra el hombre programático". Y, aligerándolo, del esfuerzo que supone la satisfacción de sus
necesidades, la técnica será justamente la encargada de ayudarlo en el desarrollo de su proyecto
vital.

La naturalización de la técnica ha conducido a una nueva manera de primitivismo por virtud del cual
el hombre moderno se encuentra en manos de la técnica en el mismo grado en que el primitivo lo
estaba respecto a la naturaleza.

Pero el tecnicismo moderno ha forjado una emancipación de la técnica que ha acabado


entronizandola como un fin en si mismo. En consecuencia, el ser humano ha olvidado que en un
principio fueron justamente sus ideas alrededor de una vida mejor las que animaron los avances de
la técnica. Este olvido ha de verse como una expresión más de la esclerosis de las ideas y de la atrofia
de fines y deseos características de la modernidad:

"Quizás la enfermedad básica de nuestro tiempo es la crisis del deseo, y por eso parece que toda la
fabulosa potencialidad de la técnica no nos sirve de nada".

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