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¿Qué es Felicidad?

La ética es la pregunta filosófica acerca de los caminos que pueden conducir la experiencia de la
vida hacia la felicidad. El fin de la filosofía como ética es la búsqueda efectiva de los medios que
permiten construir la vida como se construye una casa.

La felicidad de unos no puede edificarse sobre la desdicha y la explotación de otros: la justicia social
es necesaria. Si mi existencia esta siempre amenazada, si siempre tengo hambre o si debo trabajar
sin parar para ganar apenas lo que me permite subsistir, si el miedo y la preocupación nunca me
abandonan, es obvio que no puedo avanzar en la búsqueda de la felicidad. La técnica sirve para
nuestras necesidades; tan pronto como nuestros deseos aumentan deseos que a menudo no son ni
naturales, ni necesarios exigen para su satisfacción una cooperación mayor entre los hombres. Pero
esta cooperación es a menudo buscada con fines egoístas. Esta unión entre todos los hombres, que
nace irresistiblemente de los progresos de la técnica, caracteriza la civilización industrial,
corresponde a nuestra codicia insaciable y tiene su principio en el egoísmo.

¿Cuál es la única cosa que desean todos los seres humanos? ¿No es la felicidad? En el análisis
final, ¿no son todos nuestros deseos solo distintas formas del único deseo fundamental de ser
felices? ¿No es el deseo fundamental de felicidad, la esencia de cada forma de deseo que
podamos tener nunca?

Nuestro deseo de felicidad es la fuerza impulsora detrás de todas las formas incontables de
esfuerzo que estamos haciendo siempre. No hacemos nada bien sea con la mente, el habla o el
cuerpo que no esté impulsado por el deseo fundamental de ser felices. Todas y cada una de
nuestras acciones está motivada por el deseo de ser perfectamente felices.

¿Para quién deseamos felicidad? ¿No desea cada uno de nosotros felicidad para sí mismo? Lo
primero y más importante, cada uno de nosotros queremos ser felices. Aunque también podamos
querer que otras gentes sean felices, queremos que sean felices debido a que ver su felicidad nos
hace sentir felices. Todas las acciones de mente, habla y cuerpo están impelidas por el deseo de
felicidad.

Por muy altruistas que podamos pensar que son nuestras acciones, todas ellas están motivadas
por el deseo de felicidad. Incluso si sacrificamos nuestro tiempo, dinero, comodidades y
conveniencias, o cualquier otra cosa que sea valiosa para nosotros, a fin de hacer alguna acción
altruista, bien sea para ayudar a alguna otra persona o para apoyar alguna causa noble, la fuerza
impulsora última detrás de tal sacrificio, es nuestro deseo de ser felices. Hacemos acciones
altruistas solo porque hacer eso nos hace sentir felices.

Debido a que nos sentimos infelices cuando vemos a otras gentes sufrir, estamos dispuestos a
hacer algo para aliviar su sufrimiento, incluso si al hacerlo parecemos causarnos algún sufrimiento
a nosotros. Nos sentimos más felices sufriendo al ayudar a otras gentes de lo que nos sentiríamos
si no hacemos nada para ayudarlas. De hecho, podemos obtener felicidad positiva de nuestro
sufrimiento, debido a que sabemos que estamos padeciéndolo por el bien de otros.

Llevando esto a un extremo, algunas gentes eligen de hecho sufrir por sufrir, debido a que no
pueden sentirse felices a no ser que sientan que están sufriendo. Obtienen placer padeciendo lo
que parece ser sufrimiento, debido a que para ellos ese aparente sufrimiento no es realmente
sufrimiento sino solo una forma de placer. Por extrema que sea la forma que nuestro deseo pueda
tomar, bien sea alguna forma altruista verdaderamente noble o alguna forma masoquista
profundamente perversa, en esencia sigue siendo solo un deseo de felicidad.
La felicidad: un tesoro que, aunque en ocasiones la vida nos haga creer lo contrario, no nos es en
absoluto ajeno. Desde la antigua Grecia se viene ya debatiendo y tratando de descubrir el
significado de este concepto tan abstracto como infinito en matices, tan difícil de contestar como
fácil de preguntar porque, ¿quién no se ha cuestionado alguna vez qué es la Felicidad y qué puede
hacer para conseguirla? La respuesta a estas preguntas depende –y valga la redundancia- de un
“depende”, que vamos a tratar de desentrañar en este estudio que, quizás para muchos, por
tratarse de este tan ansiado como inabarcable concepto, pudiera parecer una osadía. Así quizás
osada será también la aproximación psicológica a la escritura de la “persona feliz”, que no por
aventurada es menos curiosa ni cierta.

¿Por qué es el deseo de felicidad la causa fundamental y última del deseo de felicidad de otras
gentes? ¿Por qué deseamos su felicidad?, ante todo porque contribuye a la nuestra. ¿Por qué, en
otras palabras, deseamos finalmente nuestra felicidad más de lo que deseamos la felicidad de
otros?

Ante todo estamos interesados en nuestra felicidad debido a que nos amamos más de lo que
amamos a ninguna otra persona o cosa. Amamos a otras gentes y cosas debido a que creemos
que pueden contribuir a nuestra felicidad. Amamos a cada uno de ellos solo hasta el punto en que
creemos que son capaces de hacernos felices, y si pensáramos que no contribuyen o no pueden
contribuir de una manera u otra a nuestra felicidad, no sentiríamos ningún amor particular por ellos.

El amor más grande es solo para nosotros, y es por nuestro bien que amamos a otras personas y
cosas. Amamos a nuestra familia, amigos y posesiones debido a que sentimos que son nuestros, y
debido a que amarlos nos hace sentir felices. El amor por nuestra felicidad es inseparable del amor
por nuestro sí mismo.

Debido a que amamos nuestro sí mismo sobre todas las demás cosas, deseamos nuestra felicidad
sobre todas las otras cosas. Amamos y deseamos todo lo que nos hace felices, y aborrecemos y
tenemos miedo de todo lo que nos hace infelices. Todas nuestras preferencias y aversiones, todos
nuestros deseos y miedos, están arraigados en el amor por nuestra felicidad, que a su vez está
arraigado en el amor por nuestro sí mismo.

¿Por qué amamos nuestro sí mismo más de lo que amamos a cualquier otra persona o cosa? La
razón por la que amamos a ciertas personas y a ciertas cosas es porque sentimos que nos hacen
felices, o que al menos pueden hacernos felices. Es decir, amamos todo lo que creemos que
puede darnos felicidad. Si sabemos que algo no nos hace felices, y que no puede hacernos felices,
no sentimos ningún amor particular por ello. Así pues, ¿no es la felicidad la causa fundamental de
todas las formas de amor? ¿No es todo el amor que sentimos por diversas personas y cosas en
esencia solo amor por nuestra felicidad? ¿No amamos solo esas cosas que son fuentes
potenciales de felicidad para nosotros? Por lo tanto, puesto que amamos nuestro sí mismo sobre
todas las otras cosas, ¿no está claro que somos lo primero entre todas las fuentes potenciales de
felicidad?
De hecho, somos la única fuente verdadera de toda felicidad, debido a que cualquiera que sea la
felicidad que parezcamos obtener de otras gentes o cosas, surge solo de dentro de nosotros.
Puesto que toda felicidad finalmente viene solo de dentro de nosotros, ¿no está claro que la
felicidad es algo inherente en nosotros? De hecho, la felicidad es nuestra naturaleza verdadera y
esencial. Por lo tanto, la razón por la que amamos nuestro sí mismo más que a cualquier otra
persona o cosa, es simplemente que somos felicidad —la plenitud de felicidad perfecta, y la única
fuente final de todas las diversas formas de felicidad que obtenemos aparentemente de otras
gentes y cosas.

Para satisfacer nuestros deseos superfluos, dependemos de nuestros semejantes. Mas esta dependencia,
lejos de inclinarnos hacia la benevolencia y la solidaridad, exacerba nuestras pasiones, nos precipita hacia
feroces rivalidades y nos encadena a nuestras pasiones. La sociedad da nuevas fuerzas al que ya tiene
demasiado, mientras que el débil, perdido, ahogado y aplastado en y por la multitud no encuentra ningún
refugio, ninguna ayuda y finalmente perece víctima de esta unión engañosa de la que esperaba su propia
felicidad.

Recordemos, pues, la lección de sabiduría y de civismo de los antiguos filósofos: no hay felicidad ni paz para
los hombres si ellos rechazan la moderación de los deseos y el respeto a la justicia. ¿Pero recordemos
también la generosidad cartesiana, porque como estimar a los demás sin estimarse a uno mismo? Entonces,
uno ya no depende del todo de los demás y se convierte en un punto sólido, capaz de ser feliz, de dar
felicidad y de procurar el bien general de todos los hombres en la medida en que esta· a nuestro alcance. No
debemos contemplar con pesimismo y resignación que no somos felices y que las circunstancias no son
favorables. Debemos actuar, debemos construir la felicidad: debemos jurar ser felices.

«Todos los hombres, hermano Galión, quieren vivir felizmente», afirmaba el filósofo
hispanorromano Séneca en su De vita beata. Y en efecto, parece que la búsqueda de la felicidad
es una constante en la Historia de la humanidad, aunque cada «grupo humano» lo exprese de
distinta manera: los antiguos griegos como eudaimonia, los romanos como felicitas, los cristianos
medievales como beatitud, los alemanes de la época romántica como Seligkeit. Hasta la
democracia más poderosa del mundo, Estados Unidos, instauró como un derecho y un deber para
sus ciudadanos la búsqueda de la felicidad (happiness). Literatura de autoayuda escrita por
prestigiosos terapeutas y hombres de éxito pretende ayudar en esa búsqueda de la felicidad.
Películas de cine y telenovelas nos presentan historias donde el desenlace desemboca en la
correspondiente boda y la felicidad subsiguiente para sus protagonistas. Tal y como nos indican
importantes y periódicos estudios demoscópicos, la felicidad parece una constante para el género
humano. La vida feliz parece ser el destino de la humanidad.

Muchos análisis filosóficos actuales sobre la felicidad suelen distinguir, en la Filosofía Moral, entre
las morales que denominan formales, que se basan en la virtud o el deber, y las
morales materiales o concretas, también denominadas eudemonistas.

Sin embargo, resulta demasiado grosero afirmar que la felicidad es una constante histórica en la
vida humana, simplemente designada de distintas maneras y dotada de un significado unívoco.
Porque precisamente la manera de designar esa felicidad indica distintas concepciones sobre la
misma, muchas veces opuestas entre sí, y con implicaciones de doctrinas asimismo diversas y
polémicas, aunque existan claras relaciones entre estas concepciones enfrentadas: contraria sunt
circa eadem.
La literatura sobre la felicidad
Hablaremos del conjunto «literatura sobre la felicidad» para contraponerla a otros conjuntos de
objetos que tienen que ver con la felicidad, pero no se relacionan ni con la literatura, ni con los
libros. Son los conjuntos de hechos, experiencias, conceptos, doctrinas, &c., relacionados con la
felicidad, pero más allá de los libros, delimitados respecto a otros conjuntos globales no felicitarios
o ágrafos. Sin embargo, la literatura no se refiere sólo a los libros ni tampoco a la delimitación entre
la Historia y la Prehistoria (la escritura como comienzo de la Historia), sino a algo más circunscrito:
aquellos contenidos que incluyen lo que denominaremos como «Principio de felicidad», en tanto
que desde el mismo pueden reinterpretarse todos los fenómenos denominados «felicitarios»; sin él,
no dejarían de ser más que sentimientos somáticos, sociales o de otra índole, pero su carácter
filosófico desaparecería por completo. Este Principio de la felicidad lo reconoceremos en dos
formulaciones, la débil y fuerte. Usaremos la expresión «Principio de felicidad» para referirnos al
Principio débil de felicidad, y al Principio fuerte de felicidad lo denominaremos como «Supuesto de
la felicidad».

El Principio de la felicidad será equivalente a la fórmula de Séneca que citamos al comienzo:


«Todos los hombres, hermano Galión, quieren vivir felizmente», entendida como aspiración de
todos los hombres que no siempre se realiza. Sin embargo, el Supuesto de la felicidad considera
que la felicidad es un elemento normativo: todos los hombres deben ser felices, implicando que
quien no es feliz no es hombre:

La interpretación normativa (o esencialista) del Principio fuerte de la felicidad, que en su forma


directa muy pocos (incluso quienes la ven como excesiva) considerarán dura o cruel, aunque la
consideren gratuita, se hace dura y cruel cuando adopta la forma contra-recíproca (a pesar de que
esta forma es lógicamente equivalente a la directa) manteniendo su interpretación esencial: Luego
todos aquellos que no son felices no son hombres ¿Qué serán entonces? Degenerados,
enfermos..., acaso, habitantes del tercer mundo. (Gustavo Bueno, El mito de la felicidad, Ediciones
B, Barcelona 2005, págs. 23-24.)

De esta manera, sólo aquella literatura de la felicidad que asuma el Principio de felicidad puede
ofrecer una Teoría general o una Doctrina general de la felicidad. Y queremos decir que aquella
literatura de la felicidad que no asuma este Principio, no puede ofrecer, aunque lo pretenda, una
Teoría general o una Doctrina general de la felicidad. Lo que ofrecerá será otra cosa (no por ello
despreciable a priori): por ejemplo, la explicación (supuestas ciertas condiciones: salud, situación
social, etc.) del mecanismo neurológico de generación de un «estado de ánimo» relajado, tranquilo
o sereno (llámese ataraxia o sophrosine; en general estados de ánimo apolíneos) y el control
(relativo) de los procedimientos para alcanzarlo o para recuperarlo.

Sin embargo, desde nuestra perspectiva asumiremos que la felicidad no puede ser la cuestión
fundamental de la filosofía. Nos ocupamos de la felicidad humana cuando nos enfrentamos con la
metafísica o con la ontología de la felicidad, es decir, con la cuestión del destino del Hombre y de
su puesto en la jerarquía del Universo, aunque en nuestro caso con la intención de demoler esas
Ideas por su carácter metafísico.
El campo de la felicidad
Supondremos que el campo es un lugar delimitado previamente; campo como terreno acotado en
función de actuaciones y operaciones definidas, o como conjunto o constelación de contenidos
relacionados dentro de un contorno. Ante todo, el campo de la felicidad lo entenderemos como
campo gnoseológico relacionado especialmente con el campo de la Antropología Filosófica,
envuelto a su vez por el campo felicitario. Toda disciplina humana la entenderemos como la
transformación de determinados contenidos concatenados unos con otros de diferentes modos
presentes en distintos campos.

El campo felicitario sería así un territorio incluido en el espacio gnoseológico, donde sus materiales
se encuentran moldeados tanto al nivel sintáctico o simbólico, como al nivel semántico o léxico, y
al pragmático. Dicho de manera breve: el campo de la felicidad no sólo incluye palabras sino
también a las cosas que ellas designan y a los sujetos que las transforman de diferentes modos e
interactúan unos con otros. La felicidad es así un campo susceptible de ser trabajado por una o
más técnicas o ciencias positivas, o también por disciplinas que mantengan o pretendan mantener
alguna conexión con ellas. Es el caso de determinadas aplicaciones de «control de la felicidad»
mediante técnicas de fisiología del sistema nervioso, o de las disciplinas académicas involucradas
con la felicidad, como la Ética, la Política o la Teología.

Supondremos que la felicidad, al igual que cualquier otro contenido antropológico, es una realidad
que puede componerse en dos sectores: el interno o inmanente y el externo o trascendente a él.
Asimismo, esta misma realidad se separaría en dos clases de seres: personales (o subjetuales, es
decir, seres dotados de apetito y conocimiento) e impersonales. La composición de estas dos
dicotomías nos ofrecerá tres tipos de relaciones expresadas en los ejes del espacio antropológico:

1. Eje circular, que polariza los contenidos del campo antropológico que a la vez
sean inmanentes personales.

2. Eje radial, que polariza los contenidos del campo antropológico que sean a la
vez trascendentes e impersonales.

3. Eje angular, que polariza los contenidos del campo antropológico que sean a la
vez trascendentes y personales. En él se incluirían todos aquellos seres que en tanto que
se asemejan a nosotros nos enardecen, pero que en lo que se distinguen nos horrorizan,
como decía San Agustín de los animales. Aquí también aparecerían no sólo la mega fauna
del Pleistoceno que conforma el núcleo de la religión, sino también aquellos animales no
linneanos y seres mitológicos que aparecen en el curso de las religiones secundarias y
terciarias.
Fenómenos, Conceptos e Ideas sobre la felicidad

Aunque hayamos reconocido cierta unidad al campo de la felicidad, ello no implica el carácter
unívoco de sus contenidos, sino más bien la diversidad irreductible de los mismos, al modo como los
ejércitos que se enfrentan en el campo de batalla son irreductibles los unos a los otros. Así, si
suponemos que la felicidad sólo se realizase al nivel etológico-genérico, ésta sólo puede definirse
frente a la infelicidad como el goce se define frente al dolor físico. En este sentido, la felicidad sería
identificada con la fellatio, el acto de mamar del lactante del pecho de su madre. O como diría
Heráclito, con los bueyes que comen guisantes. Estos fenómenos felicitarios serían así genéricos a
hombres y animales, la hedoné de Aristipo, el mero placer sensual obtenido mediante la satisfacción
de los deseos y necesidades más básicas (comida, bebida, sexo).

Ya Aristóteles criticó esta idea felicitaria al señalar que muchos confunden placer y felicidad:

 «Pues he aquí precisamente el placer; y por consiguiente, un cierto placer podría ser el
bien supremo, si fuese el placer absoluto; aunque por otra parte muchos placeres sean
malos. Por esto cree todo el mundo, que la vida dichosa es una vida de placer, y que el
placer va siempre entremezclado con la felicidad. [...]; pero la felicidad es una cosa
completa; y así el hombre, para ser verdaderamente dichoso, tiene necesidad de los
bienes del cuerpo y de los bienes exteriores, y hasta de los bienes de fortuna, para no
encontrar por estos lados ningún obstáculo. [...] Una prosperidad excesiva se convierte
en un obstáculo verdadero; y quizá entonces no hay razón para llamarla prosperidad,
debiendo ser determinado el límite de esta por sus relaciones con la felicidad

Y si bien es cierto que «tratamos de la felicidad, que hemos definido diciendo que es el acto de la
virtud en una vida perfecta; pero la virtud se refiere esencialmente al placer y al dolor, y por
consiguiente, es imprescindible hablar del placer, puesto que sin placer no hay felicidad» (La gran
moral, libro II, capítulo IX), el placer no es meramente lo físico, sino que está referido a la vida
contemplativa (la misma que sentía el matemático Teeteto en el diálogo homónimo de Platón, al
entregarse al estudio de las matemáticas y la contemplación de sus principios eternos). Son placeres
ya moldeados, conceptualizados: «También se pretendía que nunca el conocimiento produce placer.
Este es un nuevo error, porque los operarios que preparan las comidas, las coronas de flores, los
perfumes, son agentes de placeres. Es cierto que las ciencias no tienen ordinariamente por objeto y
por fin el placer, pero obran siempre con el placer y nunca sin el placer.

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