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PATRICIA ARANCIBIA CLAVEL

FRANCISCO BULNES SERRANO

LA ESCUADRA EN ACCIÓN
1978: EL CONFLICTO CHILE-ARGENTINA VISTO A TRAVÉS
DE SUS PROTAGONISTAS

2
La escuadra en acción. 1978: el conflicto Chile-Argentina visto a través de
sus protagonistas /
Patricia Arancibia Clavel, Francisco Bulnes Serrano

Santiago, Chile: Catalonia, 2017

ISBN: 978-956-324-298-0
ISBN Digital: 978-956-324-315-4

HISTORIA DE CHILE
CH 983

Diseño y diagramación: Sebastián Valdebenito M.


Diseño de portada: Guarulo & Aloms
Fotografías de portada e interiores: Archivo fotográfico, almirante Raúl
López Silva
Edición de textos: Emiliano Fekete
Dirección editorial: Arturo Infante Reñasco

Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida,


en todo o en parte, ni registrada o transmitida por sistema alguno de
recuperación de información, en ninguna forma o medio, sea mecánico,
fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o
cualquier otro, sin permiso previo, por escrito, de la editorial.

Primera edición Catalonia: junio 2014

ISBN: 978-956-324-298-0
ISBN Digital: 978-956-324-315-4
Registro de Propiedad Intelectual Nº 143.437

© Patricia Arancibia Clavel, 2017


© Catalonia Ltda., 2017
Santa Isabel 1235, Providencia
Santiago de Chile
www.catalonia.cl – @catalonialibros

3
Índice de contenido

Portada
Créditos
Índice
LA ESCUADRA EN ACCIÓN 1978: EL CONFLICTO CHILE-
ARGENTINA VISTO A TRAVÉS DE SUS PROTAGONISTAS
PRESENTACIÓN
Primera parte | VIENTOS DE GUERRA
En la III Zona Naval
El laudo arbitral
Tensión en Punta Arenas
El incidente en la isla Barnevelt
Un precedente: el islote Snipe
Comienza el despliegue militar
La formación del grupo Octana
Llegan los infantes de Marina
El almirante López en Buenos Aires
Recuperando el tiempo perdido
Segunda parte | SE APROXIMA LA TORMENTA
¡A prepararse para la guerra!
Un diálogo imposible
Cumbre en Mendoza
El honor de las naciones
La Escuadra se prepara
Prosigue la batalla diplomática
La Escuadra se desplaza
Problemas en el norte
En Picton
A toda marcha
Cambios en la cúpula militar argentina
Tercera parte | VIGILIA DE ARMAS
Cambios en Chile
La salida de Leigh
Gestiones ante el Vaticano
Despliegue de fuerzas al TOA
Nuevo zarpe al sur
Cuarta parte | “MOVIMIENTOS” EN SANTIAGO
Fracasan las conversaciones

4
La Escuadra a la guerra
Argentina le pone fecha a la guerra
Submarino en patrulla de guerra
En los fondeaderos de guerra
Alerta máxima
El día D
Notas

5
PRESENTACIÓN

Este libro narra un acontecimiento singular y casi desconocido de nuestra


historia reciente: la actuación de la Escuadra chilena en el conflicto del
Beagle con Argentina, durante los años 1977 y 1978, visto desde la
perspectiva de los jefes, oficiales y tripulaciones que la conformaron en
ese tiempo.

Su principal valor radica en que dicho relato se reconstruye a partir de los


documentos y testimonios inéditos de sus protagonistas, quienes, tras más
de veinticinco años, decidieron romper la coraza que hasta ahora envolvía
en un silencio modesto aquella experiencia extraordinaria. Primó en ellos
el compromiso con la historia de Chile y la convicción de que ese
acontecimiento excepcional, ojalá irrepetible, significaría lecciones del
más alto valor moral y patriótico para las futuras generaciones.

Esta nueva edición de Catalonia responde a la constante demanda de los


lectores, quienes han valorado el aporte realizado en esta investigación y
avalado la vigencia bibliográfica de las fuentes. Nunca, a lo largo del siglo
XX, Chile estuvo tan cerca de un conflicto armado como en esta
oportunidad. El Gobierno de entonces, las Fuerzas Armadas y Carabineros,
la diplomacia y miles de civiles anónimos lograron evitarla, motivo más
que suficiente para recordarlos.

Los protagonistas que hicieron posible la defensa de nuestro país y la


búsqueda de la paz merecen este reconocimiento.

Queremos agradecer a todos los que contribuyeron a que este libro fuera
posible, especialmente a nuestros colaboradores, a la singladura 2003 del
Caleuche y muy especialmente a la Armada de Chile por su confianza en
la apertura de las fuentes. Esta nueva edición confirma el esfuerzo que
todos hicieron en el propósito de contribuir al rescate de nuestra memoria
histórica.

Los autores

6
De izquierda a derecha: el almirante Raúl López Silva, el general Augusto
Pinochet Ugarte y el almirante José Toribio Merino, a bordo del crucero
Prat (1978)

7
PRIMERA PARTE
VIENTOS DE GUERRA

8
En el crucero Prat reinaba el más absoluto silencio. Esa madrugada del 22
de diciembre de 1978, el buque insignia de la Escuadra avanzaba en la
soledad de los fríos canales australes hacia el mar de Drake. Al mando
estaba el capitán de navío Eri Solís Oyarzún, instalado en esas horas en el
Centro de Informaciones de Combate (CIC), verdadero “cerebro” de todo
buque de guerra y el lugar donde se toman las decisiones más importantes.
La tensa situación lo ameritaba. En su puesto de mando, sentado frente al
monitor —semejante al de un computador— controlaba minuto a minuto
toda la información que necesitaba saber del Prat y su entorno. Los datos
que recibía le permitían tener una visión clara de lo que ocurría para dirigir
con precisión las operaciones de la nave hacia el cumplimiento de la
misión que se le había encomendado.

El 19 de diciembre, el viejo crucero había dejado su fondeadero de guerra


y se aproximaba a un encuentro definitivo. Solís y la tripulación sabían
que si se llegaba a tocar zafarrancho de combate, era porque efectivamente
tenían al enemigo al frente. “¡Por fin vamos a saber cuántos pares son tres
moscas!”,1 le escucharon decir sus hombres.

En la cubierta superior a la ocupada por el comandante del Prat, se


encontraba el comandante en jefe de la Escuadra, almirante Raúl López
Silva, hombre de confianza del comandante en jefe de la Armada y
miembro de la Junta de Gobierno, almirante José Toribio Merino. López
observaba otro monitor que también le entregaba información vital: la
disposición de los otros buques que componían la Escuadra. Gracias a
unos audífonos especiales que tenía colocados sobre su cabeza —los
cuales tenían un micrófono incorporado— y a una serie de botones que
tenía a su lado, estaba en condiciones de comunicarse directamente con
cada uno de sus comandantes y supervisar cada movimiento de las
unidades.

En un compartimiento cercano, permanecían los oficiales que


conformaban su Estado Mayor. Su tarea era reapreciar la situación de
acuerdo a los datos que la Armada chilena obtenía sobre la posición de la
Flota de Mar argentina (FLOMAR). Un intercomunicador les permitía
hacer llegar al almirante las proposiciones. Si bien la oficialidad y
marinería del buque insignia —con 13 mil toneladas y una dotación de
1200 hombres— estaban expectantes por lo que pudiera ocurrir en los
próximos minutos, a bordo no había nerviosismo ni temor. Sólo ansiedad
frente a lo que les depararía el destino.

9
El almirante López enfrentaba esa madrugada el reto más importante y
difícil de su carrera. Atrás quedaban las diversas asignaciones,
responsabilidades y desafíos de casi 40 años en el servicio naval. Ninguno
de ellos había logrado poner a prueba su persona y formación militar como
aquellas horas de espera. Quizás, después de todo, su vida había sido una
continua preparación para este momento.

Había ingresado a la Escuela Naval en 1939, a la edad de 15 años, y tras


graduarse fue uno de los primeros hombres de la Armada enviado a
Pensacola (USA) para formarse como piloto. Años más tarde (1967), fue
jefe de la Aviación Naval. A lo largo de su carrera, había tenido la
oportunidad de realizar distintos cursos de especialización y de asumir una
serie de cargos, entre ellos ser comandante del destructor Williams,
director de la Academia de Guerra Naval (1970), comandante de la
Esmeralda y secretario general del comandante en jefe de la Armada,
almirante Raúl Montero (1970-1973). En esa larga trayectoria había
adquirido un conocimiento inmejorable de la institución. Pero en sus dotes
de mando radicaba el secreto que le hacía ser especialmente respetado.

Quienes lo conocían no dudaban en calificarlo como el hombre más


adecuado para enfrentar la enorme responsabilidad que detentaba. Sus
cercanos y compañeros de armas no sólo admiraban sus excelentes
cualidades profesionales, también conocían de sobra la seriedad, e
inteligencia con que emprendía sus deberes, así como los fuertes rasgos de
su carácter. No solía cuidarse las espaldas y a veces sus opiniones eran
demasiado francas. En varias ocasiones, al no concordar con alguna orden,
Raúl López Silva había enfrentado y discutido de igual a igual con sus
superiores.

Una muestra de lo anterior había ocurrido dos años antes, cuando con
motivo de su regreso a Chile desde Londres, donde se había desempeñado
como agregado naval adjunto, tuvo un fuerte intercambio de palabras con
José Toribio Merino. De hecho, cuando su superior le informó que su
próximo destino sería asumir inmediatamente el mando de la III Zona
Naval, con asiento en Punta Arenas, López se molestó. Esperaba
permanecer un tiempo en Valparaíso para adecuarse a las nuevas
circunstancias. Por ello no dudó en dirigirse a Santiago para entrevistarse
con Merino y hacerle ver su insatisfacción. “Almirante, —le dijo— aquí
ha cambiado un gobierno, han cambiado las autoridades, y yo ya tengo un
alto rango en la Armada. Por lo menos déjeme conocerle la cara a la gente

10
y entender qué está sucediendo. Destíneme a un puesto en Santiago o
Valparaíso”. Profundamente molesto porque le cuestionaban sus órdenes,
Merino le contesto secamente: “¡No! ¡A la III Zona o para la calle!”. Ante
ello, la respuesta de López fue pedirle 48 horas para meditar el asunto.
“¡24!”, le contestó un lacónico Merino. A los pocos días, López partió a
Punta Arenas.2

Gracias a la determinación mostrada en esa oportunidad por Merino,


ahora, cuando corrían con desesperante lentitud las primeras horas del 22
de diciembre de 1978, el almirante López se encontraba en la circunstancia
para la cual todo marino profesional se ha preparado a lo largo de su
carrera: mandar una flota, a minutos de iniciarse una batalla naval.

En la III Zona Naval

Cuando en marzo de 1977 López llegó a Punta Arenas, en la III Zona


Naval la situación era tranquila. Sabía, sin embargo, que su trabajo sería
arduo ya que la jurisdicción que tenía a su cargo era amplia y comprendía,
entre otros, a Puerto Williams (isla Navarino), donde se ubica el asiento
del Distrito Naval Beagle. Para la Armada se trata de una localidad de
especial relevancia, puesto que desde ella se realizan todas las actividades
de vigilancia de las islas y canales al sur del Estrecho de Magallanes.3

Una vez instalado en la sede de la Comandancia en Jefe —ubicada hasta el


día de hoy en la calle Lautaro Navarro de Punta Arenas—, López recibió
los primeros informes sobre la situación existente en la zona. Especial
importancia le dio a la información sobre los movimientos que tenían lugar
en Ushuaia, puerto en el cual se ubicaba la principal base naval del sur
argentino, que en ese momento estaba al mando del capitán de fragata,
Ricardo L. Dávila. 4 Todo parecía normal, aunque en su mente había cierta
inquietud motivada por el hecho que el histórico litigio con Argentina por
la soberanía de las islas Picton, Lennox y Nueva aún no estaba resuelto.
Pese a ello, durante el curso de 1976 y primeros meses de 1977, recuerda
él mismo: “Las relaciones entre ambas Armadas y sus autoridades fueron
extremadamente amistosas, observándose estrictamente el statu quo de
navegación y pilotaje; respetándose las respectivas zonas de pesca;
desarrollándose mutuas visitas profesionales, protocolares, de camaradería,
actividades conjuntas y espontánea cooperación en la mar. Con esto se
demostraba confianza, por ambos bandos, que el laudo que se emitiría
sería justo, o equitativo, y que sería respetado a cabalidad”.5

11
Sin embargo, a poco andar y a medida que se acercaba la fecha de la
sentencia arbitral, el permanente monitoreo que llevaba la Armada en el
Beagle comenzó a indicar un cambio de actitud por parte de los argentinos.
A partir de abril de 1977, no sólo empezaron a sucederse una serie de
incidentes que reflejaba una creciente animosidad por parte de Argentina,
sino que también la inteligencia de la Armada detectó de manera temprana
que se estaba reforzando la base naval en Ushuaia.

Para López estos sucesos no auguraban nada bueno. Repasando esos


momentos, recordaría posteriormente: “(Hubo) un progresivo
enfriamiento. Es así como se iniciaron incursiones navales argentinas en
nuestras aguas territoriales, violaciones ocasionales, que luego se
transformaron en frecuentes, del espacio aéreo más austral; (las) emisiones
de radio y TV de Ushuaia que se recibían en Puerto Williams pasaron, de
ser amables, a un creciente antagonismo y exaltación de su nacionalismo
contra los intereses chilenos. Llegaron incluso a realizar vuelos rasantes
sobre la población de Puerto Williams y ribera norte de Navarino. Estas
inesperadas actividades, por su descaro y agresividad, nos hicieron
suponer que la Armada Argentina podría intentar crear un hecho
consumado con una prematura ocupación de alguna de las islas en
litigio”.6

El capitán de navío John Howard Balaresque, jefe del Estado Mayor de la


zona y gran colaborador de López, recuerda también la inquietud con que
comenzaron a recibir los informes provenientes de Puerto Williams:
“Estábamos inquietos y más aún cuando los argentinos empezaron a ser
cada vez más provocativos, a diferencia de lo que ocurría antes (...) En
tiempos de paz, por ejemplo, se navega por el centro del canal Beagle, sin
cargarse a ninguno de los lados de la costa. En cambio, ya por el mes de
abril, a los argentinos les había dado por hacer incursiones a aguas
chilenas, sobrevolaban Puerto Williams con sus aviones y asimismo
comenzaron a llegar tropas del Ejército argentino a la Patagonia. También
las torpederas argentinas se dedicaron a molestar a los buques chilenos,
intentando amedrentarlos”.7

Los movimientos trasandinos eran cada vez más evidentes. La


Comandancia de la III Zona Naval se enteró rápidamente del progresivo
reforzamiento militar argentino en la zona. Un indicio especialmente
preocupante fue la llegada, en abril de 1977, de un transporte argentino
con infantes de Marina, el cual incluso se situó frente a Puerto Williams.

12
“Cada vez llegaban más buques, cada vez más armamento, cada vez más
propaganda. Incluso te mostraban por televisión como hacían sus prácticas
dentro de la bahía de Ushuaia”.8

El laudo arbitral

Mientras López y su Estado Mayor tomaban nota de los cambios en el


comportamiento argentino, el lunes 2 de mayo de 1977 su majestad
británica Isabel II, dio a conocer oficialmente el veredicto respecto del
litigio por las islas situadas en el Beagle, dejando atrás casi seis años de
arbitraje.9

Aunque ese día se produjo la notificación formal del laudo, la diplomacia


chilena ya había tenido acceso de manera confidencial a su contenido. El
encargado de recibirlo había sido el representante legal y agente para el
caso Beagle, José Miguel Barros,10 quien el viernes 29 de abril fue
contactado por el asesor jurídico del Foreing Office de Inglaterra, sir Ian
Sinclair. Este funcionario le entregó una copia del fallo que definiría la
suerte de la relación entre Chile y Argentina, el cual constaba de más de
200 páginas e iba acompañado de varios mapas.

En lo sustancial, la sentencia arbitral contenía la resolución definitiva e


inapelable de una comisión de cinco juristas —Hardy C. Dillard (Estados
Unidos); Gerald Fitzmaurice (Reino Unido); André Groz (Francia);
Charles Onyeama (Nigeria) y Sture Petrén (Suiza)— quienes, designados
de común acuerdo por Chile y Argentina, habían iniciado sus labores en
julio de 1971. La intervención de Isabel II sólo había sido protocolar, ya
que la reina se había limitado a refrendar lo estipulado por dicho tribunal.

Apenas recibió el texto de manos de Sinclair, Barros telefoneó a Santiago.


Al otro lado de la línea estaba el canciller de la época, el almirante Patricio
Carvajal. “Canciller Colo-Colo ganó 3 por 0 a River Plate”, le dijo
satisfecho el diplomático chileno, quien llevaba 18 años trabajando en el
asunto.11 Recibida la noticia, Carvajal se comunicó con el general Augusto
Pinochet, quien lo instruyó para que, de manera prudente, diera a conocer
el veredicto al país.

A pesar de la expectación existente en la opinión pública por la inminencia


de la entrega del fallo, el ministro de Relaciones Exteriores no entregó
inmediatamente el resultado. Sólo se limitó a citar a todos los directores de
medios de comunicación existentes en el país —periódicos, radios, revistas

13
y televisión sin distinción—, para advertirles que el Gobierno ya conocía
el resultado, pero que se les daría a conocer en los días siguientes. En
dicha reunión, efectuada el 30 de abril en las dependencias de la
Cancillería, —edificio del ex Congreso Nacional— no dio ninguna pista
sobre su contenido.

Jaime del Valle —quien entonces se desempeñaba como director de


Televisión Nacional— recuerda que el almirante Carvajal, de manera
“solemne” y “drásticamente convincente”, les explicó a los presentes que
era absolutamente “indispensable que cada uno de los medios administrara
la comunicación de la decisión final con prudencia, mesura, cautela y sin
estridencias, cualquiera que fuese el resultado”.12 Con ello, el canciller
reflejaba la preocupación del Gobierno militar por evitar que la prensa
actuara como caja de resonancia de actitudes triunfalistas y chovinistas, lo
que podía dar pie a visibles expresiones de júbilo de la población, como si
se tratara de un partido de fútbol.

Sabiendo la contundencia de la sentencia arbitral, Carvajal temía que el


conocimiento de ésta fuera más que suficiente para desatar las iras al otro
lado de la cordillera de Los Andes. Ignorantes de ello, “los asistentes
salimos del ministerio en silencio, pero tras breves instantes empezaron los
comentarios. ¿Este era un anuncio de una noticia positiva que se debía
administrar con calma?, ¿se trataba de una mala noticia que debía
suministrarse con mucho tino para evitar el desconcierto y el sentimiento
de una derrota?”.13

La población chilena tuvo que esperar hasta el lunes 2 de mayo para que se
conociera lo resuelto, dado que ese había sido el compromiso adquirido
por ambas partes con el Gobierno británico. A las 10 de la mañana, hora
inglesa, Chile recibió de manera oficial el texto. Sin embargo, éste tuvo
que ser guardado bajo reserva hasta que dieran las 14:30, según el huso
horario del meridiano de Greenwich. Recién a esa hora los gobiernos de
Chile y Argentina pudieron darlo a conocer públicamente. En Santiago
eran las 9:30 de la mañana; en Buenos Aires, las 10:30.14

La noticia circuló a la velocidad del rayo por todo Chile. El resultado —


como recuerda Del Valle— podía reducirse a una sola palabra: “ganamos,
y el entusiasmo e inmensa satisfacción rebasó, en más de algún medio de
comunicación, las sabias peticiones del canciller Carvajal”.15

Pero las prevenciones de Carvajal en cuanto a como sería tomado el

14
resultado por parte de Argentina, ciertamente tenían asidero. Y es que la
defensa de los derechos que Chile había hecho a lo largo de los años se
había impuesto con todas las de la ley, lo que obviamente no iba a agradar
a los argentinos. A pesar de los sucesivos cambios de gobierno que había
tenido Chile desde que el asunto comenzó a ser discutido en 1967 bajo el
gobierno de Eduardo Frei Montalva, la Cancillería había mostrado una
sola línea argumental. Ni la llegada al poder de Salvador Allende y
posteriormente de la Junta de Gobierno, encabezada por Augusto Pinochet,
implicaron cambios en esta política de Estado.

En efecto, el laudo confirmaba todos los derechos reclamados por Chile


sobre las islas e islotes, ubicados al sur del canal Beagle, ratificando la
interpretación histórica de la Cancillería de los tratados suscritos con
Argentina. De paso, reconocía que todos los actos de soberanía (posesión),
que habían sido realizados en el área por chilenos, desde 1881 en adelante,
eran válidos y conformes a esos derechos.

Mientras tanto, al otro lado de la cordillera de Los Andes, la noticia cayó


como bomba. La primera reacción oficial provino del ministro de
Relaciones Exteriores, almirante César Augusto Guzzetti, quien llevaba
poco más de un año a cargo del Palacio San Martín. Guzzetti manifestó sus
reservas respecto de la decisión arbitral, cuestionando implícitamente su
contenido. “Ningún compromiso obliga a cumplir aquello que afecte
intereses vitales de la Nación o que perjudique derechos de soberanía, que
no hayan sido expresamente sometidos a una decisión de un árbitro”,
manifestó el 3 de mayo el secretario de Estado.16

Lo cierto es que durante los días anteriores, los ciudadanos argentinos


estaban preocupados por otros hechos que habían causado un fuerte
revuelo público. En las calles y cafés de Buenos Aires se seguía con suma
atención los avatares del arresto de los miembros de la anterior Junta
militar que había encabezado el teniente general Alejandro Agustín
Lanusse entre 1971 y 1973.17 En verdad, hasta ese momento, el litigio por
las islas del Beagle no figuraba dentro de las preocupaciones del común de
la población.18

Con todo, se escucharon algunas voces de protesta como el de la Comisión


Nacional Coordinadora de Entidades Pro Recuperación de las Malvinas.
La entidad, a través de un comunicado, señaló que la resolución era “un
triste revés” para los intereses de su país, y que éste se debía a los errores
cometidos por la cancillería argentina. El texto concluía afirmando que “a

15
los responsables los perseguirá un implacable remordimiento”.19

Otro hecho contribuyó a la demora de una reacción más contundente por


parte de los ocupantes de la Casa Rosada y el Palacio San Martín. El 7 de
mayo, mientras el canciller Guzzetti se realizaba un examen médico, un
grupo perteneciente a la guerrilla Montoneros lo baleó en el cráneo,
hiriéndolo de gravedad. Guzzetti tuvo que ser inmediatamente
reemplazado por el contralmirante Oscar Antonio Montes, quien
permanecería en el cargo hasta octubre de 1978.20

Todos los miembros de la Junta Militar argentina rechazaron la sentencia


arbitral. Esta estaba encabezada por el general Jorge Rafael Videla;21 e
integrada por el almirante Emilio Eduardo Massera,22 comandante en jefe
de la Armada; y el brigadier del Aire Orlando Ramón Agosti. 23

Pero fue Massera quien mostró ser el más “duro” de la Junta frente al
diferendo con Chile. Contaba con el control absoluto de una instancia
clave: dado el “cuoteo” en el poder acordado por las Fuerzas Armadas
trasandinas, el marino era el responsable de la Cancillería.24 Sus hombres
de confianza en esa repartición pronto le otorgaron los argumentos para
rechazar lo resuelto en Londres. Consideraban que la sentencia arbitral
contenía toda clase de errores; que abarcaba aspectos que nunca habían
sido sometidos a arbitraje; y sobre todo, impedían las pretensiones de
Argentina de proyectarse hacia el Pacífico y la Antártica.

Pese a que la posición de la Junta argentina fue contraria al laudo, no todos


sus miembros mostraron la misma belicosidad para enfrentar sus
resultados. Massera, quien lideraba el grupo de los “halcones”, 25 y que,
como veremos más adelante, dirigiría las acciones militares en contra de
Chile, rechazaba total y absolutamente el fallo y todo posible arreglo con
el Estado chileno. Su postura estaba avalada por importantes jefes
militares igual de “duros” que él y que tenían mando efectivo de tropas.
Era el caso de los generales Carlos Guillermo Suárez Mason del I Cuerpo
del Ejército con base en Buenos Aires; Luciano Benjamín Menéndez, del
III Cuerpo ubicado en Córdoba;26 Osvaldo René Azpitarte, del V Cuerpo
en Bahía Blanca27; José Antonio Vaquero, jefe de la Zona 5 en Neuquén y
Leopoldo Fortunato Galtieri del II Cuerpo en Rosario.

El presidente Videla, en cambio, representaba al sector denominado


“palomas”,28 que tenía una postura más moderada frente al fallo. Junto con
otros jefes militares como el general Roberto Viola, algunos altos oficiales

16
de la Fuerza Aérea y un sector minoritario de diplomáticos de la
Cancillería, se inclinaban por la búsqueda de una solución negociada con
Chile.

Las dos posiciones se enfrentaron en una reunión de la Junta militar, que


tuvo lugar en la Casa Rosada el día 3 de mayo con la finalidad de analizar
el reciente fallo. Luego de un áspero diálogo sostenido entre Videla y
Massera, el presidente logró calmar los ánimos llegando a una solución de
compromiso: postergar el pronunciamiento oficial para más adelante y,
enviar en misión secreta a Santiago, al contralmirante Julio Torti, entonces
jefe del Estado Mayor Conjunto.29 La misión encomendada a Torti era
proponer al Gobierno chileno el inicio de negociaciones bilaterales
directas para resolver el problema de las jurisdicciones marítimas en el
canal Beagle y la proyección de Chile hacia el Atlántico..30

El vuelo que trajo al contralmirante Torti a Santiago, aterrizó en el


aeropuerto de Pudahuel, el 6 de mayo. En las horas posteriores, el marino
tuvo oportunidad de sostener dos encuentros con el general Augusto
Pinochet. En el primero de ellos, el alto oficial le entregó una carta de
Videla, “enviada por disposición y en nombre de la Junta Militar”, donde
el presidente argentino le señalaba que el fallo británico no había cumplido
las expectativas mínimas que tenía la República Argentina. En lo medular,
le proponía negociaciones directas para lograr “una delimitación razonable
y equitativa de las jurisdicciones marítimas” en el Atlántico
sudoccidental.31

La respuesta de Pinochet no se dejó esperar. En la segunda reunión, le


señaló a Torti que estaba dispuesto a negociar para determinar con
precisión y —en conformidad al Derecho Internacional— el límite de las
jurisdicciones marítimas entre ambos países, partiendo del supuesto de que
sería “a continuación del termino oriental de la línea roja que señala el
límite en la carta náutica que forma parte integral del laudo”.32 En buen
castellano, Pinochet respondía con un no rotundo.

El contralmirante Torti tuvo que regresar con las manos vacías a Buenos
Aires y rápidamente, Pinochet por insistencia del almirante Merino
procedió a dictar el decreto supremo del 14 de julio de 1977 que, basado
en la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar, fijaba
las “líneas de base rectas” en la zona del litigio. Según relata el general
Matthei, dicho decreto “proyectaba nuestra soberanía hacia las aguas
interiores en la parte de los canales, de manera que los argentinos no iban a

17
poder circular libremente como lo hacían hasta ese momento”.33 Este
hecho no fue bien recibido por Argentina.

Tensión en Punta Arenas

Mientras se producían estos “movimientos” en Santiago y Buenos Aires, a


varios miles de kilómetros al sur, en las cercanías de la zona en litigio, el
almirante Raúl López y su jefe de Estado Mayor, John Howard, tomaban
conciencia del problema que se les vendría encima. Igual cosa presentía el
general Nilo Floody, a la sazón Intendente de la XII Región de Magallanes
y Antártica Chilena y comandante en jefe de la V División de Ejército, con
sede en Punta Arenas. Y ninguno de ellos se equivocaba.

No pasó mucho tiempo para que comenzaran a sentirse los efectos del
laudo en la vasta jurisdicción que comprendía la III Zona Naval,
iniciándose una escalada de provocaciones y demostraciones de fuerza
que, con el correr de los meses venideros, no harían más que aumentar. Al
área llegó parte de la FLOMAR y fueron desplegados destacamentos de la
Infantería de Marina, que acompañados con toda la parafernalia que
caracteriza a los trasandinos, desembarcaron en la zona.

Como ya hemos adelantado, el monitoreo de estas actividades tenían a los


oficiales chilenos en constante alerta. Preocupaba, por ejemplo, la
situación de la flotilla de torpederas porque en ese momento el oficial que
estaba a cargo de esas unidades también era responsable de la isla
Navarino y Puerto Williams. Este hecho, quizás comprensible en tiempos
de paz, era considerado por Howard, “a todas luces una locura”, puesto
que dicho oficial tenía que desempeñar dos cargos, con diferente objetivo,
al mismo tiempo. Howard se dirigió entonces a su superior, el almirante
López, y le pidió que le entregara el mando de dicha flotilla. El jefe de la
III Zona Naval se mostró de acuerdo con la sugerencia. De inmediato
Howard se trasladó a Puerto Williams, donde asumió por un corto tiempo
el mando de las torpederas, y desde ese momento, los patrullajes de la
flotilla por el canal Beagle se reforzaron, lo cual amedrentó a los
argentinos, quienes desistieron por un tiempo de continuar con sus
demostraciones de fuerza.34

Si el fallo británico fue motivo de preocupación para los encargados de las


Fuerzas Armadas en Punta Arenas, para los chilenos que residían en las
islas en disputa —los que sumaban unos 60 en total—, la sentencia fue un
gran alivio. Los colonos tenían en mente el recuerdo de la visita que los

18
jueces de la Corte Arbitral habían hecho a la zona y sus esfuerzos por
demostrar que las islas estaban habitadas desde el siglo pasado por
connacionales.35 De hecho, uno de ellos, Juan Catril que había llegado a
Puerto Toro en la década del 60, recuerda como intentaron convencer a los
jueces del tribunal que las islas eran chilenas. “Salimos a buscar madera
antigua, nos pusimos a hacer varias cruces e improvisamos un cementerio
que parecía datar del siglo XIX”. Era una típica “pillería” chilena que
reflejaba el claro temor de los colonos de quedar integrados a Argentina.36

Mientras tanto, El jefe de la III Zona Naval, daba periódicos reportes del
efecto de las medidas que se tomaban en respuesta a las provocaciones
trasandinas al general Nilo Floody.37 Este alto oficial había reemplazado al
general Washington Carrasco38 como jefe de la Región Militar Austral —
área que en período de guerra pasa a denominarse Teatro de Operaciones
Austral (TOA)—,39 siendo además intendente regional y comandante en
jefe de la V División de Ejército. Carrasco, en tanto, asumió en enero de
1977, la jefatura del Estado Mayor del Ejército.40

Floody compartía las aprehensiones de los marinos ante las crecientes


tensiones que se presentaban en la región a su cargo. Dado el curso futuro
que tomarían los acontecimientos, la responsabilidad que acarreaba sobre
sus hombros era enorme. En caso de estallar un conflicto bélico, como jefe
de la Región Militar Austral, su deber era asumir la coordinación y
dirección de todas las operaciones militares en el área y adoptar las
medidas de protección a la población civil. Ante el peligro de una
conflagración, se constituía el Teatro de Operaciones Austral Conjunto
(TOAC), en el cual se encontraban representadas las tres ramas de las
Fuerzas Armadas con presencia en su jurisdicción: la V División del
Ejército, la III Zona Naval y el Ala N° 3 de la Fuerza Aérea de Chile, todas
con sede en Punta Arenas. La mayoría de quienes colaboraban con él,
pensaban que —por sus cualidades militares y de liderazgo— era la
persona más adecuada para enfrentar la crisis que se veía venir con
Argentina.

Para Floody resultaba relevante conocer en terreno las condiciones reales


de las fuerzas que, eventualmente, entrarían bajo su mando, así como sus
necesidades y carencias. Una de sus primeras iniciativas, en este sentido,
fue recorrer de manera intensiva la región, con el objeto de formarse un
cuadro lo más cercano posible a la realidad. Simultáneamente, el militar se
entrevistó con todos los alcaldes y gobernadores, lo cual le permitió

19
establecer una buena coordinación entre las autoridades militares y las
civiles.

Al igual que López, cuando Floody llegó a Punta Arenas a comienzos de


1977, encontró que las relaciones con los argentinos eran tan normales
que, incluso, en el caso del Ejército, no había tropas desplegadas en las
cercanías de la frontera.41

Sin embargo, el cambio de actitud de los argentinos que comenzó a


percibirse a partir de abril, no fue ninguna sorpresa para el general. Una de
las preocupaciones que habían tenido atareados a los hombres del Cuartel
General de la Región Militar, en las semanas previas al dictamen de la
reina Isabel II, había sido el análisis de las posibles reacciones que se
adoptarían en el país vecino tras el conocimiento del fallo.

Floody era un convencido de que Argentina volvería a aplicar los mismos


métodos que le habían reportado excelentes dividendos en el pasado. Los
mismos que para Chile supusieron graves pérdidas, como había sido el
caso de la Patagonia. Hoy recuerda: “Yo sabía, conociendo a los
argentinos, que esta tranquilidad tenía que romperse. (Ellos) nunca a través
de su historia han reconocido un tratado o laudo arbitral, así que esto (el
conflicto) tenía que producirse tarde o temprano”.42 Es por ello que los
periódicos avisos e informes que comenzó a enviarle López sobre la
conducta cada vez más hostil de la Marina argentina, no hacían más que
confirmar sus propias convicciones.

De ahí que una de las labores más urgentes que debió enfrentar como jefe
de la Región Militar Austral fue la actualización, dadas las nuevas
condiciones, del “Plan de Campaña” del TOA Conjunto. Este tenía como
objetivo permanente, “mantener la integridad territorial ante una agresión
argentina”43. El plan consideraba la organización defensiva de los posibles
frentes de combate en la región y además, asignaba las misiones que
tendrían que cumplir las unidades militares existentes en la zona.

Fruto de esta planificación fue la orden dada a las tropas para asegurar
posiciones defensivas en aquellos lugares que presentaban mayor riesgo de
ser escenarios de enfrentamientos con los argentinos. Todo ello, a la espera
de que se enviaran refuerzos desde Santiago.

Pero el general Floody sabía que las condiciones de la V División no eran


las óptimas para enfrentar una eventual guerra con Argentina. Aunque eran

20
varias las unidades del Ejército presentes en la región, el número total de
efectivos no sobrepasaba los 1500 hombres.44 Las unidades de las que
disponían eran el Regimiento de Infantería Pudeto; el Regimiento
Blindado N° 5, Punta Arenas, ambos con sede en la capital regional; la
Compañía de Ingenieros Motorizados N°5, con asiento en la localidad de
Ojo Bueno; el Regimiento de Infantería N° 11, Caupolicán, ubicada en la
localidad de Porvenir, en la Isla Grande de Tierra del Fuego; y por último
el Regimiento de Caballería Blindada N° 5 Natales, con asiento en Puerto
Natales.

Los reiterados incidentes y la beligerancia mostrada por los trasandinos


llegaron a tal punto que Floody tuvo que convocar a una urgente reunión,
en la que participaron representantes de las tres ramas de las Fuerzas
Armadas y Carabineros. En la cita —conocido ya el laudo— se tomó la
determinación de acentuar la preparación conjunta ante el creciente peligro
de que estallara un conflicto bélico.

Floody incluso tuvo que encarar al menos dos casos de incursiones


realizadas por tropas argentinas a territorio chileno. En una de ellas se vio
involucrado el Regimiento Natales, cuyo comandante era el entonces
coronel Jaime González. En esa ocasión, en medio de un ejercicio
realizado por tropas argentinas, algunos soldados cruzaron la frontera en
un sector cercano al retén de Casas Viejas, ubicado en la provincia de
Última Esperanza, a unos 100 kilómetros al noroeste de Punta Arenas.

Al conocerse la situación, inmediatamente partió hasta el lugar un sargento


del Ejército chileno, montando a caballo. Una vez que arribó, interpeló al
oficial argentino que estaba a cargo, señalándole que habían entrado a
territorio chileno y que debían retirarse en el instante, de lo contrario,
notificaría al comandante de las fuerzas del Ejército en la zona. Los
argentinos obedecieron.

Pero poco después, en otro sector cercano a Natales, recuerda Floody, dos
patrullas chilenas volvieron a encontrase con soldados trasandinos en
territorio nacional. En esta ocasión, y con el fin de infundirles miedo, los
soldados hicieron uso de sus ametralladoras, disparando ráfagas al aire
para amedrentarlos. La reacción de los argentinos fue retirarse de
inmediato.45

Estos y otros incidentes constituían el comentario obligado en las


reuniones que sostenían los jefes militares de las distintas armas en la

21
región. El diagnóstico compartido era que, al parecer, las fuerzas al otro
lado de la frontera, estaban evaluando la capacidad de respuesta de las
defensas chilenas.

Por su parte, el almirante López, también tuvo que poner a punto la


capacidad de respuesta de las unidades bajo su mando, con el fin de
enfrentar de la mejor forma una posible ocupación de las islas en litigio.
Con el objeto de equilibrar el evidente reforzamiento de las fuerzas
trasandinas y en prevención a la reacción argentina frente al resultado del
laudo, López organizó un grupo de tarea llamado “Operación Rayo”. Este
estaba conformado por una serie de unidades navales, entre ellas las
barcazas Elicura y Orompello, además del buque antártico Piloto Pardo y
el transporte Aquiles.46 Además, ordenó que 250 infantes de Marina —
provenientes del Destacamento de Infantería de Marina N° 4, Cochrane—
fueran embarcados en el Aquiles. Estas tropas se enviaron a una bahía al
sur del Beagle. Las instrucciones que recibieron eran sumamente claras:
repeler cualquier intento argentino de tomarse las islas.47 Paralelamente,
envió un mensaje secreto al comandante en jefe de la Armada, José
Toribio Merino, proponiéndole ocupar las islas con infantes de Marina.
Pero el almirante le respondió escuetamente que no fuera “descriteriado”.48

Merino, al igual que el Gobierno chileno, quería evitar a toda costa que al
otro lado de la cordillera de Los Andes se malinterpretaran las intenciones
chilenas. Sin embargo, no pasó mucho tiempo antes de que se cambiara de
idea.

De hecho, Pinochet y la Junta decidieron enviar a 90 efectivos de


Carabineros a las islas, los cuales llegaron en avión a la zona.49 El plan era
sencillo: si se producía cualquier enfrentamiento con los argentinos, éste
iba a ser considerado un hecho policial y no un choque entre las fuerzas
armadas de ambos países, lo cual daba espacio para evitar que la guerra
escalara automáticamente.50

El incidente en la isla Barnevelt

Aparte de estas preocupaciones, ya en los días posteriores al dictamen de


la reina Isabel II, López tuvo que dedicar algún tiempo a los asuntos
protocolares ligados a su cargo. Entre ellos no estaban ausentes los
contactos con sus pares del otro lado de la frontera.

Así, con ocasión de un nuevo aniversario del Combate Naval de Iquique,

22
el viernes 21 de mayo de 1977, López recibió la visita en Punta Arenas del
almirante argentino Juan Carlos Malugani. Con posterioridad a la
ceremonia oficial, se le ofreció un almuerzo, ocasión que no desperdició
López para dar a conocer su punto de vista. De hecho, recuerda él mismo,
preparó un discurso que en lo sustantivo señalaba que “la sola presencia
del almirante Malugani indicaba la voluntad argentina de respetar los
compromisos contraídos ante una Corte Internacional y que por eso los
recibíamos con los brazos abiertos”.51

Malugani quedó descolocado ante las palabras del jefe de la III Zona
Naval y no fue capaz de contestarle. Ello llamó profundamente la atención
de los presentes. Incluso, al terminar el almuerzo, varios de ellos se le
acercaron y le comentaron: “Oye, chupaste al almirante argentino”.52

Si bien el almuerzo había sido cordial, ese mismo día, a eso de las 9 de la
noche, López recibió noticias extremadamente preocupantes. El almirante
fue informado de un aviso que previamente le había llegado al jefe de
Puerto Williams. Se trataba de un mensaje del Puesto de Vigía y Señales
(PVS) de la Armada, ubicado en la isla Deceit, archipiélago Wollaston.
Este daba cuenta sobre una luz brillante que destellaba en la oscuridad
sobre la isla Barnevelt, situada a aproximadamente 60 kilómetros al sur de
isla Nueva.53

A primera hora del sábado 22 de mayo, una patrullera de la Armada


recibió la orden de concurrir al lugar para averiguar qué era lo que estaba
ocurriendo. Una vez que arribó al sitio, el comandante de la nave se
comunicó por radio con Punta Arenas informando que una baliza argentina
había sido colocada de manera clandestina. La patrullera procedió a
desactivarla, retornando a su base.54

López se encontraba en su casa en un almuerzo oficial, cuando le llegó el


informe de lo que había sucedido. Inmediatamente citó a sus comandantes
a una reunión urgente y decidió enviarle un mensaje al almirante Merino,
para informarle de la situación. La respuesta de Merino no se hizo esperar:
“Retirar de inmediato, incluso si hay oposición armada, pero retirarlo de
inmediato”.

Sin embargo, al poco rato, Merino cambió de opinión y López recibió una
contraorden desde Santiago: debía suspender la operación y esperar los
resultados de la negociación diplomática en curso.55 Un año después, en
una entrevista de prensa, el almirante Merino justificaría la actitud

23
asumida, arguyendo que si el faro argentino seguía ahí, era porque se había
estimado dejar una “prueba material” de la intromisión argentina en
territorio chileno.56

Con posterioridad al incidente, a López y a sus oficiales más cercanos les


quedó claro un comentario escuchado el mismo día en que se
desencadenaron los hechos. Cuando el almirante había recibido a
Malugani con motivo del aniversario del Combate Naval de Iquique, el
comandante del Distrito Naval del Beagle había ofrecido también un
almuerzo a su contraparte de la Base Naval de Ushuaia, el ya nombrado
capitán de fragata Ricardo Dávila. Cuando llegó la hora del postre, el
oficial argentino hizo un discurso, en el que bregaba por la paz y
hermandad de ambos pueblos. Terminadas sus palabras, procedió a
regalarle a su anfitrión una “lámpara artesanal”, que había sido
confeccionada por marineros argentinos. Al hacerlo, señaló que ella
simbolizaba “la luz que ilumina la amistad y fraternidad chileno-
argentina”. Los asistentes recuerdan que la reunión finalizó de manera
abrupta, cuando el jefe naval argentino manifestó que debía retirarse
cuanto antes. La excusa: debía realizar un viaje aéreo “impostergable” a la
zona centro de su país. Más tarde, los oficiales chilenos se darían cuenta
que la “lámpara” era una réplica exacta de la baliza colocada en la isla
Barnevelt.57

La actitud de los trasandinos aconsejaba actuar con cautela. Es por ello que
la Armada estimó necesario reiterar a sus efectivos las normas de
comportamiento que debían cumplir sus tripulantes y unidades cuando se
desplazaran por la zona austral y el canal Beagle. La idea era evitar
encuentros o incidentes con naves argentinas que pudieran derivar en
situaciones que se salieran de control. A los comandantes de los buques se
los instruyó respecto a las reglas de enfrentamiento. Las órdenes
consideraban todos los escenarios posibles desde un “encuentro con roce”,
hasta el momento en que “debían emplearse las armas”.58

Una de las instrucciones en esta línea que por esas fechas recibió la III
Zona Naval fue suspender los patrullajes que se acostumbraban realizar en
el área en litigio. Para tal efecto se ordenó que las patrulleras y otras naves
permanecieran ancladas. Como la inactividad y aburrimiento desesperaba
a los hombres, se organizaron actividades deportivas y recreativas, entre
ellas las llamadas “noches vikingas”, con el objeto de bajar la tensión.59

En todo caso, para López el mensaje de los argentinos era más que claro.

24
Su intención era trasladar el foco de la disputa limítrofe al sur del canal
Beagle y se disponían a reclamar los islotes que miraban hacia el
Atlántico.60 La apreciación del almirante era compartida en Santiago por
los especialistas de la Cancillería. Al respecto, Santiago Benadava
comentaría que “el Gobierno argentino, no solo desconocía los derechos
de Chile sobre Picton, Lennox y Nueva, sino que comenzaba también a
abrigar pretensiones de soberanía sobre las otras islas chilenas situadas al
sur del canal Beagle”.61

A fines de mayo, López fue llamado a Santiago para participar en una


reunión del Estado Mayor de la Defensa Nacional. El motivo de la cita era
analizar los pormenores y las consecuencias del incidente ocurrido en la
isla Barnevelt. En la ocasión, el almirante tuvo una fuerte discusión con el
asesor de la cancillería Julio Philippi. Ambos divergían radicalmente sobre
las medidas de lo que debía hacerse con el faro instalado clandestinamente
por los argentinos. Philippi era partidario de dejar las cosas tal como
estaban y continuar las negociaciones diplomáticas. Mostrando su fuerte
personalidad, López abogó por un curso de acción más drástico. Su plan de
acción era: retirar la baliza y sembrar la isla con minas, para que los
argentinos “volaran en pedazos”, si es que se les ocurría volver.62

Un precedente: el islote Snipe

Y es que López sabía perfectamente bien que no era la primera vez que
Argentina provocaba un hecho de este tipo en la zona del
Beagle.63 Exactamente 20 años atrás, en el mes de mayo de 1958, un
incidente similar había causado conmoción en la opinión pública. Entonces
estuvo a un tris de que unidades navales de ambos países recurrieran a las
armas.

Todo partió el 1 de mayo de 1958, cuando la Armada inauguró


oficialmente un faro que había instalado en el islote Snipe, un promontorio
ubicado en la entrada y al centro del canal Beagle. Sin embargo, siete días
más tarde, Jacobo Neumann, en esa época, jefe de la III Zona Naval y
posteriormente comandante en jefe de la Armada, recibió un preocupante
informe de la FACH. Sobrevolando la zona, uno de sus aviones detectó la
desaparición del faro del lugar. En su reemplazo, en la parte más alta del
islote, había sido colocada una torre metálica, tipo mecano, de unos 5
metros de altura.

Lo sucedido admitía una sola lectura: detrás del incidente estaban las

25
manos de la Armada argentina, lo que de por sí constituía un atropello a la
soberanía chilena. Más tarde se supo que la operación la había realizado el
patrullero Guaraní.

La respuesta de Neumann no se dejó esperar. De inmediato, ordenó que el


patrullero Lientur —que estaba al mando del capitán de corbeta Hugo
Alsina— zarpara con rumbo al lugar, recurriendo a “todos los medios
necesarios” para retirar el faro argentino. Alsina recibió instrucciones
precisas: la tarea debía ser cumplida hasta las últimas consecuencias,
debiendo incluso emplear las armas en caso de encontrar resistencia.

Consciente de lo complicada que podía resultar la misión, el capitán de


corbeta tomó todas las precauciones necesarias. Antes de zarpar el 10 de
mayo, solicitó al Destacamento de Infantería de Marina Cochrane, que le
asignaran tres de sus mejores tiradores para integrarse a la difícil tarea que
tendría que cumplir la tripulación del Lientur. Además pidió seis fusiles
ametralladoras y una caja de granadas de mano. Estas últimas, debían ser
embaladas con el rótulo de “víveres”, con el fin de no despertar sospechas.

A las 9 de la noche del Jueves 8 de mayo, zarpó el Lientur con rumbo a


Puerto Williams. La embarcación siguió la ruta de los canales Magdalena,
Brecknock, Bahía Desolada, Balleneros y O’Brien, navegando durante
toda la noche. Eran cerca de las 4:50 de la madrugada del domingo 11,
cuando los hombres del Lientur arribaron al islote Snipe. Alsina ordenó
aproximarse cautelosamente al lugar por la costa sur. La idea era evitar ser
detectados por tropas o embarcaciones trasandinas que pudieran haber
permanecido en el área. Una vez que se acercaron lo suficiente, dos
chalupas balleneras fueron echadas al agua. En una de ellas, se ubicaron
los hombres que tendrían la misión de desarmar el faro colocado por los
trasandinos, acompañados de dos de los tiradores infantes de Marina. La
otra llevaba un grupo fuertemente armado y su tarea era servir de
protección de los que iban en la primera.

Los botes se acercaron sigilosamente a la playa. Tras desembarcar en


silencio, los hombres inspeccionaron el promontorio. Pronto se dieron
cuenta de que no había rastros de argentinos, con excepción, claro está, de
la estructura metálica, la cual fue desarmada prontamente. A las 8:23, los
efectivos abandonaron la isla. Pero antes detectaron en el mar el sitio
donde los argentinos habían abandonado los restos del faro chileno, los
cuales se encontraban sumergidos a 4 metros de profundidad. Cumplida la
tarea encomendada, el patrullero Lientur retornó a Puerto Williams.

26
Días más tarde, el capitán de corbeta Alsina le propuso a sus superiores
volver al islote para recuperar el faro chileno destruido. La acción era
temeraria, puesto que los hombres de la Armada sabían que en ese
momento se encontraban tres fragatas argentinas en la base naval de
Ushuaia. El peligro estaba en que los buques podían zarpar en cualquier
minuto y toparse a boca de jarro con el operativo que planeaba el capitán
del Lientur.

Antes de volver a Snipe, Alsina solicitó al jefe de la estación naval de


Puerto Williams que le avisara de inmediato si se detectaba que las
fragatas trasandinas se desplazaban hacia el este. El Lientur abandonó
Puerto Williams el 14 de mayo. Una vez que hubo llegado al islote, los
hombres al mando de Alsina procedieron a rescatar el faro destruido.
Mientras realizaban la operación, los vigías del patrullero chileno
advirtieron repentinamente la presencia de los buques de guerra
trasandinos, los cuales avanzaban por el paso Mc Kinley en dirección a
Snipe.

Si bien no existía posibilidad alguna de que el Lientur enfrentara con éxito


a las fragatas —contaba con un cañón pequeño de 57 mm como única
arma y era una embarcación dedicada a misiones de paz, como abastecer y
prestar auxilio a los pobladores de la zona— Alsina descartó la posibilidad
de huir. Hacerlo hubiera implicado abandonar el propio territorio, por lo
que el capitán ordenó proseguir con la operación de rescate del faro
chileno.

Las fragatas siguieron avanzando y se ubicaron a unos 3000 metros del


patrullero. Pararon las máquinas y sus cañones y ametralladoras apuntaron
en dirección a los chilenos. En ese momento, Alsina decidió que había
llegado el minuto de salir del lugar. En el Lientur se dieron tres pitazos —
la letra “R” en clave Morse— ordenando a la tripulación que había que
emprender la retirada. Para sorpresa de Alsina y de sus hombres, los
argentinos respondieron con igual número de pitazos. A bordo de las naves
trasandinas, habían creído que el capitán del patrullero los estaba
saludando. Minutos después, los barcos comenzaban a alejarse.

Tiempo más tarde, en Chile se supo lo que había sucedido al interior de los
puestos de mando de la flotilla argentina. Lo cierto es que el comodoro que
estaba a cargo de las fragatas trasandinas no estaba al tanto de lo que había
ocurrido en el faro Snipe. Por ello no actuó de inmediato y se alejó del

27
lugar. Tardíamente pidió instrucciones a Ushuaia, pero los intentos de
obtener una respuesta fueron en vano. El oficial decidió entonces consultar
con Buenos Aires. Sin embargo, sus superiores directos estaban
inubicables. Finalmente, tuvieron que pasar varias horas antes de que le
llegaran instrucciones. “¡Qué lo hundan!” fue el mensaje recibido, pero
para entonces los chilenos ya se habían retirado.

Uno de los testigos directos del incidente fue el entonces oficial del
Lientur, y mucho después, capitán de navío Jorge Fellay. Repasando el
episodio, recuerda: “Desfilaron frente a nuestro barco. Y después supe,
porque esto se investigó mucho, que el ‘gallo’ había avanzado unas 20
millas, cuando le llegó la orden de disparar. Así es como nos libramos del
primer combate entre un pequeño patrullero y tres fragatas
argentinas”.64 Finalmente, el 8 de junio, el Lientur instaló un nuevo faro en
el islote en reemplazo del que había sido destruido.65

Pero el asunto estuvo lejos de terminar ahí. El incidente pronto pasó a


mayores y las Armadas de Chile y Argentina estuvieron a punto de verse
las caras en los canales australes. Una de las primeras medidas adoptadas
por la Argentina tras el affaire Snipe fue presentarle oficialmente sus
molestias al entonces agregado naval de Chile en Buenos Aires, capitán de
navío José Costa Francke. Pero luego, la Armada argentina decidió
embarcarse en un curso de acción más drástico y tomar represalias. Así, el
9 de agosto de 1958, se desplazó hasta el islote el destructor San Juan y
disparó cuatro cañonazos sobre el promontorio. Una compañía de 120
infantes de Marina desembarcó en el lugar, tomando posesión del mismo.

Al enterarse de estos sucesos, el presidente Carlos Ibañez del Campo, no


vaciló en tomar las medidas del caso. Inmediatamente ordenó a la Armada
marchar “en pie de guerra” para desalojar a los argentinos del islote
Snipe.66

Por esas fechas la escuadra nacional se encontraba realizando ejercicios a


la altura de Coquimbo y estaba al mando del almirante Alberto Kahn
Wiegand. Fue en ese momento cuando llegó la orden de apertrecharse y
zarpar con rumbo al sur. Uno de los participantes en el desplazamiento de
los buques de guerra chilenos fue el entonces capitán de corbeta Raúl
López, quien se desempeñaba como oficial de Operaciones de la Escuadra.
La tensa situación vivida en aquel invierno de 1958 dejaría sus huellas en
el marino, las cuales le resultarían claves exactamente dos décadas más
tarde. Como el mismo señalaría “A mí me quedó la desconfianza más

28
absoluta con los argentinos, tanto con lo que decían como con lo que
hacían”.67

A toda máquina se dirigieron los buques de la escuadra a Valparaíso, para


posteriormente desplazarse a Talcahuano. En ese puerto, relata López “se
embarcó a la Infantería de Marina y partimos al sur con la misión de
recuperar Snipe”. Los informes que se tenían de lo que ocurría en el lugar
indicaban que “los argentinos habían matado las ovejas del único poblador
que existía en la isla, lo que, en todo caso, era un desastre menor”.68

Mientras se desplazaban con rumbo a los canales australes, entre los


tripulantes de la flota chilena se explicaba la beligerante actitud asumida
por los trasandinos como una consecuencia del desguace del Latorre. “El
Latorre, con sus cañones de 14 pulgadas, era un factor de equilibrio en esa
época, en que la aviación en los países sudamericanos todavía no
desarrollaba su potencial. Pero el hecho es que no fue necesario ir a los
puñetes”.69

Otro de los protagonistas de los sucesos de 1978, también tuvo su


“bautizo” con los argentinos en aquellos meses de 1958. Pablo Wunderlich
fue uno de los infantes de Marina embarcados en Talcahuano, y quien dos
décadas más tarde, jugaría un rol clave en el conflicto desatado por la
soberanía de las islas al sur del canal Beagle.

Al momento de producirse la ocupación del islote Snipe, Wunderlich


formaba parte del Destacamento de Infantería de Marina N° 3, Sargento
Aldea, con base en Talcahuano. El oficial comandaba una sección de 54
hombres, 30 de ellos conscriptos, la cual recibió órdenes de embarcar en
las dos fragatas que, para tal efecto habían sido enviadas desde el norte.
Coincidencias de la vida, en el buque insignia, viajaba Raúl López y nada
menos quien sería canciller chileno en el año 1978, teniente 2° Hernán
Cubillos.

Wunderlich recuerda que no presentaban las mejores condiciones para


enfrentar a las tropas trasandinas. “Íbamos tan mal equipados, tan mal
equipados, que ni siquiera teníamos una tenida de combate, no teníamos
ropa de abrigo, nada. Así que fuimos a recuperar el islote Snipe, con tenida
azul y capote, que se usa para las salidas. Lo único que recibimos fueron
un par de bototos extra, un par de guantes, un par de calzoncillos largos,
una camiseta de lana y un jersey”.70

29
Las órdenes que recibió el oficial eran simples: “Desalojar a los
argentinos, usando las armas, si era necesario”. Aunque al llegar al Snipe
los argentinos ya se habían retirado, los infantes chilenos desembarcaron
en el islote y permanecieron en él por unos días.

Lo sucedido ese invierno de 1958, si bien fue uno de los incidentes más
importantes, estuvo lejos de ser el único que tuvo en alerta a los efectivos
de la Armada chilena en la zona. A lo largo de la década del 60, se
produjeron otros serios incidentes navales. Así, en agosto de 1967, la
goleta argentina Cruz del Sur, que pescaba centolla a 400 metros de la isla
Gable, tuvo que ser expulsada de aguas chilenas por el patrullero Marinero
Fuentealba.71

Ese mismo año de 1967, en el mes de noviembre, la patrullera Quidora de


la Armada de Chile, al mando del capitán Leonardo Prieto Vial, que
navegaba en las inmediaciones de Ushuaia, recibió salvas de advertencia
de las baterías terrestres argentinas, generándose otro incidente
diplomático. 72 A pesar de que la cancillería argentina reconoció la
responsabilidad de la Irigoyen en el incidente, el presidente Eduardo Frei
Montalva ordenó llamar a retiro al capitán Prieto Vial.

Comienza el despliegue militar

Estos frecuentes incidentes con la Armada trasandina figuraban en el


recuerdo de los jefes navales de Punta Arenas al momento de producirse la
instalación de una baliza argentina en la isla Barnevelt. Si bien el hecho no
pasó a mayores, con posterioridad al mismo, se activaron una serie de
medidas con el objeto de preparar a las fuerzas chilenas ante la escalada de
provocaciones y ante la eventualidad de que ellas pudieran pasar a un
enfrentamiento bélico.

Quien fuera la máxima autoridad castrense en la zona durante ese tenso


invierno de 1977, el general Nilo Floody, no se mantuvo para nada
indiferente frente a lo sucedido. Es por ello que el comandante del Teatro
de Operaciones Austral Conjunto, de inmediato tomó todas las iniciativas
para reforzar las defensas existentes en la región.

Fruto de la planificación realizada por Floody, los regimientos Pudeto y


Blindados N° 5 recibieron la misión de proteger Punta Arenas. El
Regimiento Lanceros, en tanto, recibió el encargo de resguardar Puerto
Natales, mientras que el Caupolicán fue instruido para cumplir similar

30
tarea en Tierra del Fuego.73

En el esquema de Floody, la Fuerza Aérea también jugaba un papel vital.


No sólo debía aprestarse para fortalecer las defensas antiaéreas de las
principales ciudades de la región, también recibió el encargo de proteger el
aeropuerto Presidente Ibáñez y las pistas de aterrizaje de Puerto Natales y
Puerto Porvenir.74 Esta tarea se le encomendó al Ala N° 3 de la FACH, que
comandada el general de brigada aérea Rodolfo Martínez Ugarte.

En la misma línea, la planificación de Floody le daba un peso mayor a la


presencia de la Armada en la zona en litigio con Argentina. Es así como el
militar le encargó al almirante López organizar la defensa de las islas
Picton, Nueva y Lennox, para lo cual la III Zona Naval debía patrullarlas
con todos los medios y unidades que tuviera a su disposición.

La formación del grupo Octana

Una vez que volvió de la reunión que se realizó con el objetivo de analizar
las implicaciones del incidente Barnevelt, López cumplió con las
instrucciones de Floody y le dio una nueva estructura a las fuerzas que
estaban a su mando. A mediados de junio, se formó el grupo Octana —
siglas de Oficial Con Mando Táctico del Área Nassau—, también
conocido como Fueranfidet —Fuerza Anfibia de Tareas—.75 Se trataba de
una agrupación compuesta por el destructor Serrano, la barcaza LSM
Orompello, el buque antártico Piloto Pardo, el escampavía Colo-Colo, y la
barcaza Aguila.76 Esta última transportaba a 400 infantes de Marina,
contingente que estaba conformado por efectivos del Destacamento
Cochrane.

La misión del grupo Octana era clara y precisa: distribuir a estos efectivos
de élite de la Armada en las islas que habían originado el conflicto y
defenderlas a ultranza. Sepúlveda recuerda las instrucciones que recibió de
boca de López: “Teníamos la tarea de copar la posición y defender a como
diera lugar todo el área austral, incluidas esas islas, de modo de evitar
cualquier desembarco”. 77

Según el oficial, la tarea no resultaría fácil y tuvo que encarar más de


algún obstáculo, ya que se debió guardar una serie de precauciones para no
levantar sospechas. “Fue bastante duro porque cuando debimos
desplazarnos hacia la zona, no lo hicimos por las vías normales de canales,
porque era posible que se detectara nuestro desplazamiento, así que nos

31
fuimos por fuera”. La operación tomó cerca de 40 días, mucho más de lo
normal en este tipo de movimientos.78

López encaró con decisión y meticulosidad la tarea de resguardar la zona


en litigio. Pero sabía que sus posiciones se verían mejoradas si contaba con
refuerzos adicionales. Es por ello que le solicitó al comandante en jefe de
la Armada, José Toribio Merino, el envío al área de un barco con mayor
poder defensivo.

Merino accedió a la petición del jefe de la III Zona Naval y ordenó al


destructor Zenteno que se desplazara a los canales australes. Por esas
fechas, el buque estaba al mando del capitán de fragata Víctor Larenas,
quien al llegar a Punta Arenas asumió el mando del grupo de tareas.

Aunque aún faltaba “un año para que se produjera lo más grande”, Larenas
recuerda que el viaje se realizó bajo las más estrictas medidas de
seguridad. De por sí ya era inusual tener que movilizarse a la zona en esa
época, pero más aún lo era el hecho de que hubiera “silencio
radiotelegráfico, por razones de pre guerra”. Pocas horas antes de que el
Zenteno llegara a la capital de la XII Región, el almirante López le envió
sus primeras instrucciones. El mensaje no tenía nada de críptico: “En caso
de que se viole nuestro espacio aéreo o marítimo, emplear las armas”.79

Larenas comenta que “este mensaje yo no lo había recibido jamás a lo


largo de mi carrera. Y esto lo digo derechamente. Yo creo que ninguno de
los almirantes de aquel entonces, e incluso los de ahora, serían capaces de
dar una orden tan tremenda como esa en tiempos de paz. El almirante
López tenía los pantalones muy bien amarrados. Era una característica de
él”. 80

Sin embargo, habría de pasar muy poco tiempo antes de que Larenas
tuviera que verse enfrentado al difícil trance de tener que llevar a la
práctica las instrucciones de López. El 30 de junio de 1977, el Zenteno se
encontraba fondeado en las islas Wollaston, al sur de Navarino. Ese día, de
manera sorpresiva, el destructor fue sobrevolado por un avión argentino,
violando el espacio aéreo chileno.

Para Larenas fue uno de los momentos más difíciles de su carrera en la


Armada. “Yo había pasado 30 años de paz en la Marina, dedicado a hacer
ejercicios. Pero me dije: bueno, tengo que cumplir lo que dice el almirante.
Zafarrancho de combate, todo el mundo a sus puestos... ¡Y rompimos

32
fuego contra el avión argentino!. Eso sí que con los cañones desfasados, en
un ángulo pequeño, con el objeto de no derribarlo ex profeso. Por supuesto
que no le dimos al blanco, felizmente diría yo. El avión se dio vuelta,
regresó hacia el norte, porque se dio cuenta de que le estaban
disparando”.81 Posteriormente, el comandante del Zenteno informó de lo
ocurrido tanto a López como al almirante Merino, quienes no le hicieron
mayores comentarios.

Llegan los infantes de Marina

Mientras, proseguía el desembarco de los efectivos de la Infantería de


Marina en las islas de la zona. Las primeras en ser ocupadas fueron Deceit,
Freyceinet y Hornos. Durante los meses siguientes —situación que se
prolongaría al menos hasta diciembre de 1979—, corrieron igual suerte las
islas y PVS Nueva, Picton, Lennox, Colón, Wilfredo, Martial, Copihue y
Eliana.82

No fue una casualidad que Floody y López le hubiesen asignado a los


infantes de Marina la misión de defender a “ultranza” los distintos
archipiélagos de la zona. Ambos oficiales conocían de sobra las cualidades
que hacían a los integrantes de este cuerpo de la Armada destacar por
sobre el común de las tropas de tierra de las otras ramas.

De partida siguen un exigente entrenamiento, en el que sus efectivos, entre


otras cosas, son preparados para desenvolverse exitosamente ante los más
distintos escenarios y condiciones, incluyendo hacer frente a los climas
más extremos, como el existente en los duros parajes australes. Además, la
mayoría de sus hombres son profesionales especializados, que hacen la
carrera completa dentro de la Infantería de Marina. Muchos de ellos son
expertos en explosivos, otros en comunicaciones, aunque por norma deben
ser capaces de desempeñarse en cualquier puesto que se les asigne. Por
contraste, el porcentaje de conscriptos es muy bajo, los que se van
relevando cada dos años y enseguida son licenciados.83

El oficial que tuvo que asumir el comando de las unidades desplazadas a


las islas fue el capitán de navío Pablo Wunderlich, quien a principios de
1977, se encontraba en Santiago realizando el curso de Alto Mando, en la
Academia Superior de Seguridad Nacional.84 En eso estaba, cuando, a
fines de marzo, mientras asistía a una de las clases, irrumpió en la sala el
director de la institución, el general Luis Joaquín Ramírez. Este le informó
a Wunderlich que debía presentarse de inmediato en Valparaíso. Su

33
misión: “Asumir el mando de una brigada de Infantería de Marina en
formación”.

Una vez llegado al puerto, el oficial recibió las instrucciones del


comandante general de la Infantería de Marina, almirante Sergio Cid
Araya y asumió el mando de la brigada, integrada por dos batallones. En
total, fueron 4800 hombres los que pasaron a ser subordinados de
Wunderlich. Sin embargo, su estancia en Valparaíso duraría poco. A
principios de abril, recibió un nuevo encargo. Esta vez, las órdenes de sus
superiores eran dirigirse a Punta Arenas y hacerse cargo del Destacamento
Cochrane. Allí comenzó a recibir a los destacamentos de Infantería de
Marina que a partir del mes de mayo fueron llegando desde el norte para
ser desplegados en la zona en conflicto.

Wunderlich tenía confianza en el desempeño de sus hombres. Sabía que su


riguroso entrenamiento podía ser una clave de éxito para enfrentar un
posible intento de ocupación, por parte de las fuerzas trasandinas, de las
islas en disputa. Particularmente, los infantes de Marina presentaban la
ventaja de que eran aclimatados a las distintas regiones del país, ya se
tratara del desierto o la inclemente zona austral. Con este fin, los efectivos
eran permanente rotados a lo largo del territorio nacional.

Fundado en 1949 el Destacamento de Infantería de Marina N° 4 Cochrane,


equivalía a un batallón de Ejército, en lo que a potencia de fuego se refiere.
La unidad estaba compuesta por alrededor de 1200 hombres. Wunderlich
señala que “un 70 u 80 % del personal era contratado, profesional y
especialista. El resto eran conscriptos que tenían dos o más años en el
batallón. Cuando éstos cumplían su período de servicio militar, éste se les
prolongaba, por lo que se pudo mantener las dotaciones de las compañías,
sin bajar el nivel de instrucción”.85

En esa época, el Cochrane estaba dividido en cuatro compañías. Cada una


de éstas, constaba a su vez de cinco secciones: la plana mayor, una sección
de armas pesadas y tres de fusileros. Cada sección de fusileros se
subdividía en tres escuadras, las que estaban compuestas de un
comandante, un fusil ametrallador, un ayudante del “fusil ametrallador” y
un número variable de fusileros.

El armamento que portaban los infantes era de alta efectividad y


sumamente mortífero en caso de ser usados en combate. En efecto, los
infantes de Marina portaban fusiles de asalto HK 33 de calibre 5,56 mm,

34
los cuales disparan proyectiles pequeños de alta velocidad. Al alcanzar su
blanco, estas características lo hacían más devastador que otras armas
similares de uso frecuente en las Fuerzas Armadas. Al impactar sobre una
superficie —o el cuerpo del enemigo—, las balas se desviaban en el
interior de ésta o de la víctima, causando un daño mayor. “Con este fusil
no había heridas leves. Todas eran graves. Si la bala te pegaba en un brazo,
te lo arrancaba”, explica Wunderlich. Además, por ser más liviano que
otros fusiles de asalto, permitía que los hombres pudieran portar mayor
cantidad de municiones.

Pero el armamento de las compañías de infantes de Marina no se limitaba


a los letales HK. Cada compañía disponía además de tres morteros de 60
mm, los que presentaban un alcance de unos 2000 metros y aún más. Estos
se complementaban con seis ametralladoras punto 30 mm, seis
lanzacohetes de 3 pulgadas y seis lanzallamas. Según Wunderlich, este
arsenal le daba un gran volumen de fuego a cada compañía.

El único problema que tuvieron que enfrentar, recuerda el oficial, era que
“nos faltaba un poco de munición”. ¿Por qué? Porque el señor Edward
Kennedy, con su enmienda, nos paró un buque con municiones. Y la
munición no existe hasta que es entregada al hombre que la va a disparar.
No sacamos nada con tener millones y millones de tiros en otra parte, si el
hombre que la va a disparar no tiene munición. En esas condiciones
estábamos”.86

Durante esos meses de 1977 —y en los que siguieron—, las islas de la


zona en litigio vieron crecer la presencia de estas tropas de élite, ordenada
por el almirante López. Sin embargo, a medida que llegaban más infantes
de Marina a Punta Arenas, el general Floody determinó que,
“considerando la capacidad profesional y el alto grado de entrenamiento en
misiones de combate” de las mismas, era necesario mantenerlas como
parte de su reserva. De ahí que un 50% de estos efectivos permaneciera
embarcado, listos para operar en Tierra del Fuego o en cualquier lugar
donde se lo pudiera requerir.

El almirante López en Buenos Aires

Las preocupaciones que copaban la labor del almirante López no incluían


sólo el tener que poner a punto a las fuerzas bajo su comando ante un
eventual conflicto con Argentina. Dado su conocimiento en terreno de la
zona en disputa, también recibió el encargo de participar en los

35
“movimientos” que se estaban produciendo en el frente diplomático.

Así, durante el mes de julio de 1977, se le ordenó formar parte de la


representación chilena en las reuniones exploratorias entre Chile y
Argentina, las cuales perseguían encauzar el litigio hacia una solución
pacífica. Formaban además parte de la delegación el diplomático Julio
Philippi,87 quien desde 1974, representaba al país en el diferendo austral y
cuyo secretario era el actual senador institucional y ex comandante en jefe
de la Armada, Jorge Martínez Busch 88; el abogado y negociador
diplomático, Helmut Brunner89; además del almirante Charles Le May,
quien se desempeñaba como jefe del Estado Mayor de la Armada.

El 21 de julio, la representación chilena se embarcó en el vuelo que la


llevó a Buenos Aires. Apenas llegada a Ezeiza, se dirigió a la embajada
chilena, ubicada en calle Tagle, para sostener en ese lugar la primera de
una serie de reuniones que estaban programadas para las siguientes 48
horas con la contraparte argentina, la cual era encabezaba por el general
Osiris Villegas. Estos encuentros tuvieron su origen cuando —como ya
vimos— el presidente argentino Jorge Rafael Videla envió, en los días
posteriores a que se conoció el fallo, un emisario secreto, el almirante Julio
Torti, con el fin de iniciar conversaciones para delimitar las jurisdicciones
marítimas de ambos países.90

A pesar de la buena voluntad con que viajó la delegación chilena, se


encontró con una valla importante. Era el propio Villegas, quien —
ortodoxo y nacionalista extremo— no le tenía grandes simpatías a Chile.
Los chilenos lo recordaban pues había justificado, en 1965, la muerte a
manos trasandinas del teniente de Carabineros Hernán Merino Correa en la
zona de Laguna del Desierto. Para Villegas ese asesinato había sido “una
reacción natural a la tradicional política limítrofe de Chile”.91

Los funcionarios de la embajada chilena en Buenos Aires advirtieron a la


delegación sobre Villegas y además, de los peligros que se corrían en esa
ciudad. La advertencia más importante —y que estaba dirigida a López y
Le May— era que se abstuvieran de usar sus gorras militares. La actividad
de grupos terroristas campeaba por ese entonces en Argentina, por lo cual
no era descartable que hubiesen sido escogidos como blanco de un
atentado, incluso a la entrada del recinto diplomático.92

López recuerda que Villegas resultó ser un personaje bastante difícil y un


tanto desagradable en el trato. Era un “hombre muy rudo, muy abrupto,

36
muy poco cortés”. Muestras de ello las dio apenas comenzada la cita entre
ambas delegaciones. No había hecho más que traspasar el dintel del salón
en donde se realizaría la reunión cuando interpeló duramente a Philippi:
“Mire doctor Philippi. Vamos a comenzar entendiéndonos. Deje usted
todas sus monsergas jurídicas a un lado, porque aquí lo que buscamos es
una solución política. Así que las monsergas suyas las tenemos bien
conocidas”. A quienes estaban en el lugar les llamó poderosamente la
atención de que Villegas ni siquiera se tomara la molestia de saludar a los
presentes, antes de lanzar su propia “monserga”.93

Pero, el diplomático chileno no perdió la calma frente a la andanada del


argentino y le bastaron unas pocas palabras para desarmarlo: “Permítame
primero cumplir con las normas de buena educación y presentarle a mis
colegas Helmut Brunner, Charles Le May, Raúl López”. Como era de
esperar, Villegas se puso pálido. El jurista chileno estaba dejando en
evidencia su trato descortés, no sólo ante los chilenos sino que también
frente a sus acompañantes. Pero Philippi tenía otros ases bajo la manga,
que terminarían por deshacer al general: previamente se había entrevistado
con el presidente Videla, así que sabía perfectamente qué era lo que podía
esperar de la reunión.

“Esta mañana he estado con el general Videla, le dijo, él me ha hablado de


que busquemos una solución político-jurídica que satisfaga a ambos
países. Si usted me pone en este trance de buscar solamente una solución
política, hasta aquí llega la reunión y la damos por terminada. Y yo voy a
ir a comunicarle, personalmente, al general Videla cuál es la causa del
término de la comisión”. Bastaron estas palabras para que Villegas
quedara completamente descompuesto, al punto que hubo que hacer un
intermedio.94

Cuando se reinició la reunión, Philippi y Villegas se trenzaron en una


discusión sobre el alcance de los dichos de Videla. Como no hubo acuerdo,
el general decidió partir personalmente a la Casa Rosada, con el objeto de
confirmar con el mandatario trasandino sus instrucciones.

Si bien las conversaciones se reiniciaron a su vuelta del palacio de


Gobierno, éstas se hicieron cada vez más tortuosas y de hecho se
prolongaron por casi una semana. Al final, los encuentros no llegaron a
ninguna parte. La piedra de tope permanente fue que Villegas insistió en
que había que buscar una “solución política”. Y ello no sólo respecto de
las islas en conflicto: Villegas se dio también el lujo de ampliar el

37
“paquete”, incluyendo a otras ubicadas más al sur.95

El almirante López sacó sus lecciones de lo ocurrido en aquellos


frustrantes días en Buenos Aires. La actitud asumida por Villegas y sus
hombres le dejó en claro que los argentinos no iban a aceptar por ningún
motivo el laudo arbitral y de ello sólo se podía concluir que la posibilidad
de una guerra se hacía cada vez más inminente.96

A su regreso del otro lado de la cordillera, López continuó con los


preparativos de la III Zona Naval. Una de sus primeras instrucciones —y
que demostraría ser de especial relevancia para la Escuadra—, fue el de
crear una comisión hidrográfica, cuya tarea fue realizar las mediciones y
los sondajes necesarios en los canales australes para determinar las vías de
acceso y salidas más rápidas hacia el océano.97

Especialmente clave resultaba además el buscar los fondeaderos de guerra


más propicios para las unidades que componían la Escuadra. En caso de
tener que encarar un enfrentamiento real con la Flota de Mar argentina en
la región, a la III Zona Naval le correspondería asumir la tarea del
aprovisionamiento de los buques de guerra chilenos.98

López encargó esta misión a su jefe de Estado Mayor John Howard, labor
que cumplió a lo largo de 1977 y 1978. Howard recuerda que lo primero
que hubo que hacer fue encontrar los lugares más adecuados para que la
flota pudiera fondear. “Para poder atracar un buque a la costa, tienes que
primero prepararla. O sea, dónde afirmo el buque, porque los buques se
mueven con las mareas. En cambio lo que se necesita es que el buque
quede inmóvil y pegado a la costa. Tiene que quedar bien amarrado”.99

Sin embargo, la tarea no era nada de fácil. Otro oficial de la Armada,


Ramón Undurraga, quien a la época era capitán de navío, recuerda las
complejidades de este tipo de misiones. “Estudiar fondeaderos, es una
tarea larga, que lleva, a veces años. A pesar de que uno cree que una zona
puede estar llena de lugares que parecen bahías, muchas veces no es así. A
mí me tocó, hace muchos años, cuando era subteniente, buscar
fondeaderos para la Escuadra. Me decía ‘este lugar es maravilloso’ y me
encontraba, después, con que tenía 120 metros de profundidad y por lo
tanto no se podía fondear”.100

Una vez definidos los fondeaderos, la tarea de Howard era comunicar a sus
superiores los lugares donde éstos se encontraban con el objeto de que la

38
Comandancia en Jefe programara visitas a los mismos para comprobar si
éstos eran aptos para los buques de la flota. Una vez aprobado cada uno de
ellos —por ejemplo, que cumplieran con los requisitos de altura y fondo—
la III Zona Naval debía trasladar al sitio los pertrechos, víveres y
combustible necesarios.101

Paralelamente, en Punta Arenas, el general Floody también hacía lo suyo.


El jefe del TOA Conjunto prosiguió con la tarea de preparar a las distintas
unidades del Ejército e Infantería de Marina, las cuales continuaron con la
misión de reforzar las posiciones defensivas, tanto en las islas en litigio
como en los otros sectores en los que era previsible esperar ataques por
parte de los argentinos. Para ello, Floody, empezó a contar, a partir de
fines de 1977, con importantes refuerzos provenientes del norte, tanto en
tropas, como en material de guerra y equipamiento de distinto tipo.

Por su parte, la población civil de la XII Región mantenía la tranquilidad a


pesar de que se estaban iniciando expulsiones de chilenos de territorio
argentino y el clima se ponía cada vez más tenso. Según recuerda el
general, cerca de 1000 mineros connacionales fueron despedidos de sus
trabajos en Río Turbio y obligados a cruzar la frontera. Por otra parte, los
productores en Tierra del Fuego comenzaron a tener problemas en la
exportación de lanas y trabas similares tuvieron que sufrir los camioneros
chilenos, cuyos vehículos eran detenidos durante horas en los pasos
fronterizos.102

Recuperando el tiempo perdido

Ante la eventualidad de un enfrentamiento bélico con Argentina, una de


las preocupaciones importantes de los altos mandos de la Armada —y en
particular del comandante en jefe de la misma, José Toribio Merino— era
el estado en que se encontraba la Escuadra. Lo cierto es que, a fines de
1977, los diversos buques de guerra que la conformaban no estaban en las
mejores condiciones para encarar con éxito ese desafío. Se trataba de una
debilidad que había que subsanar a toda costa, puesto que con certeza, si
había guerra, buena parte de ésta se desarrollaría en el mar. Tal era el
pensamiento también del almirante López.

Como instrumento de la política exterior y de defensa, la Escuadra era una


pieza clave para Chile. De ella dependía la protección y el control de los
pasos marítimos australes y materializaba, de alguna manera, la fuerza
disuasiva frente a las pretensiones argentinas. En otros momentos de su

39
historia, Chile había sufrido las consecuencias de no haber contado con
una flota de guerra en condiciones de proteger eficazmente sus mares.103 Y
estos ejemplos estaban en la mente de los mandos navales a medida que
crecía la incertidumbre por la suerte de las islas en litigio.

En diciembre de 1977, las Fuerzas Armadas chilenas no contaban con la


infraestructura necesaria para enfrentar un conflicto de envergadura. La
falta de recursos y el difícil escenario político-internacional que enfrentaba
el gobierno de Pinochet contribuía a ello. De hecho, las relaciones con los
países que tradicionalmente habían equipado a las instituciones militares
chilenas —Estados Unidos y Gran Bretaña—, no eran óptimas y ello,
obviamente mermó las posibilidades para renovar equipos y armamentos.

Para la Armada este punto fue particularmente crítico y los primeros


problemas surgieron con Gran Bretaña. Desde 1971 la Marina chilena
desarrollaba con ese país un importante programa que estaba destinado a
renovar parte de la flota de guerra. Este incluía la construcción y
modernización de varias unidades, entre las que se encontraban las
fragatas Lynch y Condell; los submarinos O’Brien y Hyatt; así como los
destructores William y Riveros.104 Sin embargo, a partir de 1975, a medida
que el distanciamiento político de los ingleses con Chile se fue
acrecentando, el programa comenzó a encontrar toda clase de trabas.

Por otra parte, Estados Unidos también tomó medidas en contra de Chile
en el terreno militar. En julio de 1976, el Congreso de ese país aprobó la
enmienda Kennedy, la cual restringió considerablemente la venta de
armamento al país, impactando también a la Marina.

Al momento de la crisis, la Armada de Chile no se encontraba, por tanto,


en sus mejores condiciones. Al problema externo se sumaban las fuertes
restricciones presupuestarias impuestas por el Gobierno a la Marina, ya
que todos los esfuerzos militares estaban orientados mayoritariamente a
preparar el Teatro de Operaciones Norte. En ese escenario, pensaban los
altos mandos del Ejército —y no sin motivos—, podía estallar un conflicto
con Perú, dada la cercanía del centenario de la Guerra del Pacífico.105

Quien era en ese entonces el comandante en jefe de la Escuadra, el


almirante Arturo Troncoso,106 recuerda las angustias sufridas durante ese
período: “Nosotros teníamos que batirnos con los pocos pesos que nos
daban y sacarles el mayor rendimiento. Esto a pesar de todas las
discusiones que tenía Merino para sacar un pedazo mayor de la torta”.107

40
Sin embargo, Troncoso destaca el espíritu con que sus hombres
enfrentaron estas restricciones. “Por lo menos durante el año 1977, en que
yo fui comandante en jefe de la Escuadra, tratamos de tenerla en las
mejores condiciones posibles. Con poca plata y mucho empeño. Digo
mucho empeño, porque la gente trabajaba más horas de las normales, y
durante los permisos que se le daba a la gente, los que se quedaban a bordo
tenían muchas horas más de trabajo que lo normal”.108

A lo anterior, se agregaba el hecho de que varios buques de la Escuadra


estaban teniendo problemas. El O’Higgins había sufrido un serio accidente
en el sur y se encontraba en reparaciones. Por su parte el Williams y el
Riveros estaban siendo modificados en Talcahuano, por lo cual la flota
tenía tres unidades menos para enfrentar la eventualidad de un conflicto
bélico, ya fuese con Argentina o con Perú, o con ambos países a la vez.109

A pesar de ello, durante el curso de 1977, Troncoso estuvo en condiciones


de realizar tres viajes de instrucción al sur de Chile. En ellos, el almirante
acostumbraba a cambiar periódicamente de buque insignia, con el fin de
supervisar en terreno el comportamiento de cada uno de ellos. Pero las
restricciones financieras se hacían sentir fuertemente. En los
desplazamientos que hizo no pudo llevar todos los buques. Por problemas
de presupuesto, sólo había petróleo para una cierta cantidad de ellos. El
combustible no era suficiente ni para cumplir con las tareas habituales.
Incluso hubo algunas unidades que ni siquiera sobrepasaron las 5000
millas de navegación, cifra bastante menor a la habitual e insuficiente para
estar en condiciones óptimas. Además, se le dieron instrucciones de “no
mostrarme mucho en el sur, pese a que los períodos de entrenamiento que
uno hace en diferentes áreas no tienen, en general, restricciones“.110

La Enmienda Kennedy también comenzaba a causar estragos: cada día era


más difícil conseguir repuestos para las naves de la Escuadra. Quien fuera
teniente segundo del destructor Williams, Alexander Tavra, recuerda que
para esas fechas la situación era más que preocupante: “No teníamos
repuestos ni para las ampolletas de los sistemas. Los repuestos nos
llegaban de a poquito desde Brasil”.111 Las prácticas que pudieron
realizarse también se resintieron de manera significativa. Sólo lanzar un
misil tenía un valor de casi 100 mil dólares, y reponerlo, debido a la
Enmienda Kennedy, era prácticamente imposible.112

Con todo, el comandante en jefe de la Escuadra se las ingenió para realizar


prácticas y mejorar con ello el desempeño de las dotaciones. Así, en varias

41
oportunidades se puso de acuerdo con la Fuerza Aérea, con el objeto de
simular ataques en contra de la flota. Troncoso no le advertía a nadie que
esos aviones eran chilenos, pero obviamente daba la orden de no abrir
fuego sin su previa autorización. Así, cuando los aviones de la FACH
aparecían, el almirante aprovechaba de evaluar el desempeño de sus
tripulaciones frente a un ataque aéreo y si eran capaces de actuar con
rapidez y eficiencia.113

A pesar de todas estas condiciones adversas, a lo largo de 1977, la


Escuadra supo estar preparada para lo que en jerga marinera se llamaba “la
carrera al Estrecho”, expresión que grafica la competencia de las flotas
chilena y argentina por llegar primero a los canales australes, a la mayor
velocidad posible, en caso de producirse un conflicto limítrofe entre ambos
países.114

42
En mar abierto, el Williams realiza una “maniobra logos” con un buque
petrolero (1978)

43
SEGUNDA PARTE
SE APROXIMA LA TORMENTA

44
¡A prepararse para la guerra!

En diciembre de 1977, el jefe de la III Zona Naval, almirante Raúl López,


fue citado de manera urgente a Santiago. Su superior directo, almirante
José Toribio Merino, estaba cada vez más convencido de que la
posibilidad de una guerra con Argentina iba en curso de convertirse en
hecho cierto. Sus temores tenían fundamentos sólidos: al otro lado de Los
Andes se había desatado una campaña muy violenta contra Chile. Pero,
por sobre todo, las negociaciones diplomáticas entre ambos países,
iniciadas tras conocerse el laudo arbitral de la reina Isabel II, habían
llegado a un preocupante punto muerto. Así lo demostraban las
infructuosas conversaciones que habían sostenido el asesor jurídico de la
Cancillería, Julio Philippi, y su contraparte, el general Osiris Villegas. Lo
mismo ocurría con los acercamientos entre los ministros de Relaciones
Exteriores, almirantes Patricio Carvajal y Oscar Montes.

Pero existían indicios aún más inquietantes, puesto que tanto la Marina
como el Ejército trasandinos estaban desplazando unidades navales y
tropas a la zona del diferendo.

Procedente de Punta Arenas, López llegó a la capital el 22 de diciembre y


se reunió con Merino en las dependencias de la Comandancia en Jefe de la
Armada, ubicadas en el sexto piso de la calle Zenteno N° 45. Merino había
meditado durante un buen tiempo la nueva misión que tenía en mente para
el almirante. Sabía que, a la postre, ella resultaría decisiva tanto para la
carrera de este último como para el curso que podrían tomar los
acontecimientos posteriores. Y no se equivocaba.

Una vez que López hubo entrado a las oficinas del comandante en jefe,
éste no se tomó mucho tiempo antes de aclararle el motivo de la cita:
“Mira, como van las conversaciones con Argentina, yo creo que esto
puede terminar verdaderamente en una guerra. Quiero que tú te dediques a
preparar la Escuadra. Hazme presente las necesidades, las cosas que faltan
—lo que necesites— para dártelas. Pero la Escuadra, ¡a prepararse para la
guerra! ¡A ser eficientes en cada tiro que se dispare!”.

La repuesta de López fue tan contundente como la de su jefe: “Conforme


almirante, pero siempre salen interferencias: que hay una visita
presidencial, que hay que atender a tales personas, a embajadores, o que
hay que hacer esto o aquello. Yo quiero que me suprima todo eso y me

45
deje trabajar tranquilo, sin ninguna obligación protocolar que interfiera en
el entrenamiento. Voy a preparar mi plan de actividades para el año 1978,
orientado a todo lo que usted quiere. Y voy a estudiar las cosas durante el
primer mes, para ver qué es lo que necesitamos”.115

Merino estuvo de acuerdo y López partió de inmediato a Valparaíso para


asumir su nueva responsabilidad. Dejaba la jefatura de la III Zona Naval
con pena, pero era consciente del valor de su paso por la región austral,
experiencia que le sería de gran utilidad, por el conocimiento adquirido
sobre la forma en que actuaban los argentinos.

Mandar la Escuadra, en todo caso, era una aspiración de todo oficial naval
y lo cierto es que ésta no era la primera oportunidad en que le hacían esta
oferta. Prácticamente un año antes, a fines de 1976, le habían ofrecido el
mismo cargo. Sin embargo, por antigüedad en la Armada, la Comandancia
en Jefe de la Escuadra le correspondía al almirante Arturo Troncoso. Este
último, no obstante, por esas fechas era ministro de Educación, lo que le
impedía asumir esa función. Ante ello, Merino pensó en López y así se lo
hizo saber. Pero un obstáculo surgió en el camino: el 3 de diciembre de
aquel año, el general Pinochet realizó un cambio en el gabinete y removió
a Troncoso de esa secretaría de Estado. Este último no quedó a gustó con
la situación y le reclamó a su superior el mando de la Escuadra. Merino
quedó en una posición incómoda y tuvo que comunicarse con el almirante
López para retirarle el ofrecimiento. Al hacerlo, Merino le informó del
problema suscitado y le dijo: “Bueno, ya te la ofrecí a ti”. Pero López
entendió perfectamente el impasse. “Le encuentro toda la razón al
almirante Troncoso. Désela a él, por supuesto. Y yo soy el primero en
felicitarlo”, le contestó en aquello ocasión. 116

Ahora, un año más tarde, López asumía la conducción de esa fuerza


estratégica aunque le entristecía que su nombramiento hubiese pasado a
llevar a dos amigos suyos, que tenían mayor antigüedad en la Marina: los
almirantes Charles Le May y Eduardo Allen. Éstos, sin embargo,
comprendieron la situación y se alegraron que el nominado fuera López.
Rápidamente, el nuevo jefe de la Escuadra designó a su jefe de Estado
Mayor, el capitán de navío Hernán Rivera Calderón, quien durante 1977
había sido el comandante del destructor Riveros y antes se había
desempeñado como agregado naval en la embajada de Chile en Buenos
Aires. 117

El traspaso del mando de Troncoso a López se hizo sin mayor dificultad.

46
Ambos tenían una cercanía personal que se remontaba a mucho antes de
iniciar sus respectivas carreras navales. Incluso habían sido compañeros de
colegio. “Con Raúl López nos conocimos en los Padres Franceses, en
Santiago, cuando éramos niños. Él estaba dos cursos detrás de mí y nos
hicimos muy amigos. Era un hombre muy habiloso, muy estudioso, de los
primeros de su curso. En la Escuela Naval seguimos siendo muy amigos y
tocó que varias veces yo le entregué el puesto a él”.118 Y una vez más ello
ocurría de esa manera.

Dada la situación que se vivía con Argentina y para facilitar la entrega del
cargo, Troncoso le pidió a López que lo acompañara en el último viaje que
hizo la Escuadra al sur bajo su autoridad. La idea era que el nuevo
comandante en jefe se interiorizara del estado en que ésta se encontraba y
conociera de cerca el manejo de la misma. El trayecto lo hicieron en el
Williams y en el Riveros, siguiendo la costumbre de Troncoso de cambiar
de buque insignia.

En la III Zona Naval, mientras tanto, también se producía el relevo. Como


sucesor de López asumió el almirante Luis de los Ríos. John Howard,
quien continuó como jefe de Estado Mayor, recuerda que De los Ríos tenía
“un carácter diferente a López, porque éste era un poquito levantador de
pesas —I am the best—, de reacciones muy rápidas y directas. Lucho de
los Ríos, en cambio, era un tipo profesional, pero reflexivo y muy buena
persona”.119

Durante esos últimos días de diciembre de 1977 llegaban señales cada vez
más preocupantes desde el otro lado de la cordillera. En particular, los
mandos de las Fuerzas Armadas chilenas estaban inquietos por la
intensidad de los movimientos de tropas y naves de guerra, que
continuaban produciéndose en el sur argentino, muy cerca de la frontera
con Chile.

Quien estaba detrás de estos movimientos y más azuzaba el ambiente era


el almirante Emilio Massera y el grupo de los “halcones”. Aún antes de
conocerse el contenido del laudo, en febrero de 1977, el marino había
comenzado su cruzada en contra de Chile. Intuyendo quizás que el fallo
sería adverso para Argentina, Massera buscaba aliados que avalaran sus
posturas belicistas. Su discurso tenía como objetivo introducir una cuña en
el Ejército, ganándose a los sectores duros del mismo.

Además, la crisis con Chile le venía como anillo al dedo para su carrera

47
política. Massera era un convencido de que una vez que el enemigo
interno, la subversión, fuera derrotada, sería necesario buscar uno nuevo
en el exterior. Y los dos que estaban más a la mano eran, obviamente,
Chile y Gran Bretaña. Comenzó con su vecino del oeste.120

Entre agosto y diciembre de 1977, Massera, conocido con el nombre de


Almirante Cero, se dedicó a consolidar la tarea que se había propuesto,
fortaleciendo su alianza con los “duros” del Ejército. Para ello, hizo una
serie de declaraciones y gestos referidos al conflicto del Beagle. Y su
lenguaje dejaba traslucir su propósito cada vez más beligerante y agresivo.
Así, en agosto, realizó una visita a la base naval de Puerto Belgrano, en la
que declaró que la Armada de su país se encontraba “en plena capacidad
operativa y lista para compartir con las otras armas la defensa de los
argentinos de sus enemigos interiores y exteriores”. Además, afirmó que
“estaba apasionadamente preparada para evitar cualquier mutilación
geográfica de la Nación”.121

En septiembre, Massera fue visto navegando en la zona del Beagle, a


bordo de la torpedera Indómita,122 y en octubre se trasladó nuevamente a
Puerto Belgrano. En la ocasión pronunció un discurso en el cual señaló
que era necesario “adoptar recursos de fuerza”, en casos como el del litigio
con Chile, en donde “la diplomacia no es el arma”.123

Pero Massera no se quedó sólo en las palabras. Simultáneamente, el


almirante ordenó a los mandos navales preparar a las unidades de la
FLOMAR para la eventualidad de un enfrentamiento bélico con Chile en
los fríos canales australes. La tarea recayó en el vicealmirante Armando
Lambruschini, encargado del Comando de Operaciones Navales, quien fue
secundado por su jefe de Estado Mayor, contralmirante Rubén Oscar
Franco.

Durante todo este período, la Marina argentina programó una serie de


ejercicios y operaciones, que en ocasiones incluyeron la participación de
las otras ramas de las Fuerzas Armadas, como fue el caso de la Operación
Ñandu.124 En el sur, se realizó la Operación Tehuelche, que fue un
ejercicio anfibio a gran escala, en el que se realizaron prácticas con misiles
tierra-aire, desembarcos de unidades de la Infantería de Marina,
lanzamiento de proyectiles antitanques y operaciones submarinas.

Otra decisión que se tomó en este período fue dotar a varios buques, como
el ARA Hércules, con misiles Sea Dart y Exocet. También se reincorporó

48
al servicio al destructor Piedrabuena, que estaba destinado al desguace,
para lo cual fue modernizado en los astilleros de Puerto Belgrano.125 La
zona del canal Beagle, en tanto, era vigilada permanentemente por las
misileras Intrépida e Indómita. Ambas naves podían alcanzar velocidades
de hasta 30 nudos (55 kilómetros por hora) y estaban fuertemente
artilladas.126

Tres días antes de la Navidad, el alto mando chileno se enteró del


desplazamiento a Tierra del Fuego de un batallón de Infantería de Marina,
que tenía asiento en Bahía Blanca. Paralelamente, también supo que en la
fragata portamisiles Hércules se había embarcado munición de guerra,
hecho que también ocurrió en otras unidades de la FLOMAR.

Hasta ahí los movimientos de la Armada argentina. Pero el Ejército


trasandino no se había quedado atrás y había trasladado tanques y otros
equipos blindados, desde los regimientos ubicados en la provincia de
Buenos Aires a guarniciones situadas cerca de la frontera. Por su parte, la
Fuerza Aérea inició el despliegue de numerosos aviones de combate a la
base ubicada en Comodoro Rivadavia.127

Para los mandos castrenses en Santiago estaba claro que todas estas
demostraciones eran parte de una planificada ofensiva que,
inequívocamente, preparaba el terreno para una actitud de mayor fuerza
frente al litigio por las islas del Beagle. Después de todo, estos
“movimientos” no se limitaron al plano militar sino que también
involucraron a las más altas autoridades políticas de Argentina. Así,
durante los días previos y posteriores a la Navidad de 1977, las principales
figuras de la Junta de Gobierno de ese país hicieron su parte en esta tarea,
trasladándose a diversos puntos de la línea divisoria con Chile.

El almirante Emilio Massera fue el primero que llegó, el 23 de diciembre,


a la zona del Beagle. El 25, el presidente Jorge Rafael Videla pasó la
Navidad en Caucete, en la provincia de San Juan, mientras que el brigadier
del Aire, Orlando Agosti, hacía lo propio en la base Vicecomodoro
Marambio, ubicada en la Antártica. Massera haría lo mismo en Ushuaia.
Estando ahí envió un mensaje de Navidad al personal de la Agrupación
Naval Antártica, al gobernador de Tierra del Fuego y a otras autoridades
navales, señalando que el acercamiento con Chile y otros países “no se
cumplirá al precio de ninguna docilidad, de ninguna abdicación de nuestra
soberanía en el territorio nacional”.128

49
Quien fuera a fines de 1977 subjefe del Estado Mayor de la Defensa
Nacional, almirante Roberto Benavente, recuerda perfectamente la
preocupación que existía en el Ministerio de Defensa chileno: “A fines de
1977, en Argentina se inició una campaña muy violenta contra Chile. Tan
violenta, que las cosas llegaron a ponerse de un color bastante oscuro. Es
por ello que se estableció una conexión directa entre el jefe de Estado
Mayor de la Defensa Nacional, general de Aviación, Nicanor Díaz Estrada
y su contraparte argentina, los que conversaban casi diariamente para no
llevar las cosas a un extremo tal que no tuviera remedio”.129

Un diálogo imposible

Si bien el conflicto que se estaba gestando con Argentina era una de las
mayores fuentes de preocupación para el Gobierno chileno, la verdad es
que 1978 fue un annus horribilis130 para las autoridades, puesto que
tuvieron que hacer frente a crecientes dificultades en distintos planos,
especialmente en el campo internacional. En particular, eran cada vez más
fuertes las presiones de la comunidad internacional, manifestadas en el
seno de la Organización de las Naciones Unidas, por la situación que
presentaban los derechos humanos en el país. Pocos días antes de que
López asumiera el mando de la Escuadra, el 7 de diciembre, y con el
apoyo de 98 países, la ONU había aprobado un voto que condenaba a
Chile por las violaciones cometidas en esta materia.

La respuesta a esta decisión no se dejó esperar. El general Pinochet


convocó, el 21 de diciembre, a una consulta nacional para que la
ciudadanía aprobara o rechazara la labor realizada hasta el momento por el
Gobierno militar. El referéndum se celebró el 4 de enero de 1978, logrando
un alto porcentaje de apoyo. Las urnas reflejaron que un 75% de los
chilenos manifestaba su conformidad con lo hecho por el régimen,
mientras que la disidencia reunió un 20,24% de los votos.131 Ese resultado
sería una de las pocas noticias positivas que 1978 le deparó a las
autoridades.

En el campo diplomático, la relación con Argentina se agravaba. Luego


del encuentro entre Villegas y Philippi, sostenido en Buenos Aires en julio
de 1977, las conversaciones entre las cancillerías habían seguido un rumbo
irregular. Ambos personeros habían vuelto a verse las caras el 7 de
septiembre, pero nuevamente las negociaciones se habían empantanado.

Debido al impasse, el 4 de diciembre el almirante Julio Torti hizo una

50
nueva visita a Chile. En su portadocumentos traía una propuesta que
contemplaba la suscripción entre ambos países de un tratado
complementario de límites en la zona del Beagle. Argentina pedía que se
le reconociera soberanía sobre las costas en el cabo de Hornos y que las
islas Evout, Barnevelt y Hornos quedaran bajo la administración perpetua
de un “ente internacional”. La idea de los trasandinos era que Chile se
comprometiera a garantizar —“apoyado en puntos fijos” (costas)— los
derechos de Argentina sobre el Atlántico sur. En términos concretos,
implicaba reconocer que “el frente marítimo atlántico en el sur era
argentino y la ratificación de que Argentina terminaba en la isla cabo de
Hornos, punto en que se separaban Pacífico y Atlántico”.132

La propuesta que Torti traía a Santiago había tenido su origen en las


conversaciones ente Philippi y Villegas y, pese a la negativa del
representante chileno, Villegas consideró que algunos de sus
planteamientos podían tener alguna aceptación en Chile.133 Su tesis quedó
plasmada en un mapa borrador que sería presentado a la contraparte en
Santiago y que previamente fue consultada con la Junta argentina para su
visto bueno.

La carta geográfica contemplaba el respeto a la división de aguas del canal


Beagle hasta su desembocadura, en los términos que habían sido fijados
por el laudo. Sin embargo, sólo hasta ahí la propuesta era aceptable para
Chile. A continuación, el mapa incluía el trazado de una línea envolvente,
la cual se extendía hasta tocar tierra en las islas Evout y Barnevelt, que,
según la proposición, podrían ser considerados hitos marítimos con
soberanía para Argentina. De ahí, la línea seguía una orientación sur-oeste
hasta llegar a cabo de Hornos. A partir de ese punto, extendiéndose hacia
el sur por 200 millas a lo largo del meridiano 67° 26’ oeste, se haría
realidad el principio “biocéanico” que propugnaban los trasandinos.134

Al momento de exponer su propuesta a la Junta argentina, Villegas había


encontrado una especial recepción en Massera, quien incluso fue el autor
de la iniciativa de que Torti viajara nuevamente a Chile.135 Una vez que el
almirante arribó a Santiago, se entrevistó con el general Pinochet, a quien
le transmitió un ultimátum del presidente Videla: la respuesta chilena
debía llegar a Buenos Aires antes del 14 de enero.136

La respuesta del Gobierno chileno fue tajante. No sólo rechazaba los


términos de la propuesta sino que también el tono y el contenido del
ultimátum.137 Según ha contado quien fuera secretario general del Ejército

51
trasandino, Reynaldo Bignone, Villegas explicó el fracaso de la gestión de
Torti ante la Junta chilena de una manera muy particular. Expuso que
Pinochet se había mostrado bastante receptivo pero que habían sido los
“duros” de la Cancillería chilena, encabezados por Julio Philippi, los que
se habían opuesto terminantemente a sus términos.138

Si bien la tensión aumentó considerablemente y se comenzó a reflejar en


los progresivos desplazamientos llevados a cabo por la Armada y el
Ejército argentino en la zona austral, los esfuerzos por buscar una salida
pacífica al conflicto prosiguieron. El 15 de diciembre, el ministro de
Relaciones Exteriores Oscar Montes arribó a Pudahuel. Durante las
siguientes 48 horas sostuvo tres encuentros con su contraparte chilena. El
libreto que desplegó el ministro trasandino no había variado. Insistió en la
entrega de soberanía sobre islas que no estaban comprendidas en el laudo
arbitral y planteó que la solución al litigio debía ser política.139

Como era de esperar, los términos propuestos estaban lejos de ser


aceptables para Chile. Ante el evidente desacuerdo, Carvajal puso una
nueva carta sobre la mesa. Recurrir a la Corte Internacional de Justicia de
la Haya.140 Montes regresaba a Buenos Aires con las manos vacías.

Cumbre en Mendoza

Al comenzar 1978, la situación diplomática había llegado a un peligroso


punto muerto, lo que hacía necesario redoblar los esfuerzos para encontrar
una solución pacífica. Más aún cuando informes de la Cancillería chilena,
recibidos el 7 de enero, indicaban que el Gobierno argentino adoptaría
como postura oficial el desechar el laudo arbitral.

Ese día, el subsecretario de Relaciones Exteriores trasandino, Walter


Allara, informó que el fallo arbitral presentaba, a juicio de su país,
numerosas irregularidades, por lo que sería declarado unilateralmente
nulo.141 La reacción chilena fue inmediata. El canciller Patricio Carvajal
envió una nota a su colega argentino insistiendo en recurrir al Tribunal de
La Haya, en el marco del Tratado General de Solución de Controversias,
suscrito en 1972 por ambos países.

Dicha alternativa no era del agrado de la diplomacia argentina y fue


rechazada. Para las autoridades de la Casa Rosada y del Palacio San
Martín se trataba de una opción demasiado riesgosa, puesto que
consideraban remotas sus posibilidades de ganar en esa instancia. Si se

52
daban así las cosas, quedaban obligados a respetar los términos del fallo
arbitral o a aparecer como un país que no respetaba sus compromisos
internacionales.142

La gravedad de la situación llevó a que el general Pinochet actuara por su


cuenta. En verdad, el mandatario chileno tenía poca confianza en las
posibilidades de éxito de las gestiones emprendidas por los funcionarios de
la Cancillería, a quienes solía llamar los “empolvados”. Ya en mayo de
1977, cuando se dio a conocer el contenido del laudo, había tomado el
control y la dirección del litigio en sus propias manos.

Sus directrices al equipo negociador y a los altos mandos de las Fuerzas


Armadas habían sido desde un principio claras: Nada del contenido del
fallo arbitral podía ser comprometido en las negociaciones, puesto que ello
sentaría un precedente muy peligroso para el futuro, más aún si éste no era
el único problema limítrofe pendiente con los vecinos. Con todo, debía
hacerse lo humanamente posible para evitar la guerra, cuyo éxito
consideraba, por lo demás, dudoso. A lo sumo, estaba dispuesto a negociar
la jurisdicción sobre las aguas adyacentes a las islas en disputa. Previendo
que la presión argentina podía hacer inevitable una decisión con las armas,
dio expresas órdenes de prepararse para asegurar una victoria.143

Convencido de que todavía quedaban instancias de negociación y de que el


entendimiento podía ser más fácil entre militares, Pinochet se decidió a
hacer funcionar lo que se llamó “la diplomacia paralela”. Ello lo motivó a
enviar señales a la Casa Rosada, en las que manifestaba su disposición
personal a encontrar un acuerdo con su “hermano de armas” argentino.

Una de las primeras muestras en ese sentido la dio a principios de enero,


en un cóctel que ofreció la agencia de noticias Orbe. En esa ocasión,
permitió ser entrevistado por el periodista de la revista argentina Somos,
Julio Gustavo Landívar, en la cual se refirió a las variables que estaban en
juego. El autor de la entrevista describió la conversación como un “diálogo
franco”, y señaló que Pinochet había expresado su interés de hablar
directamente con Videla “para acercar nuestras posiciones”. Además, se
había mostrado llano a acordar de manera satisfactoria para ambos países
las jurisdicciones marítimas y que, de lograrlo, Chile aspiraba en el futuro
a formar con Argentina “grandes compañías binacionales explotadoras del
conjunto de la zona”. Más adelante agregó: “Argentina hace rato que nos
arrastra el poncho, mientras nosotros no estamos haciendo ninguna
provocación”.144

53
Paralelamente, Pinochet decidió enviar a una persona de su confianza en
misión secreta a Buenos Aires. El emisario fue Manuel Contreras,145 ex
director de la Dirección de Inteligencia Nacional, recién ascendido a
general, quien tenía una muy buena relación tanto con Videla como con
Massera.146 Su gestión consistía en hablar directamente con el presidente
argentino y manifestarle el interés de Pinochet por reunirse con él. Según
se sabe, el mandatario chileno llamó telefónicamente a su colega argentino
para informarle del viaje. El 8 de enero, Contreras se embarcó en
Pudahuel. En el avión viajaba el embajador de Chile en Argentina, René
Rojas Galdames, a quien le extrañó ver allí al general. Le preguntó a qué
iba a Argentina en momentos tan difíciles: “¿No sabes que estamos casi en
estado de guerra y que la Escuadra argentina ya está en Bahía Blanca?”.
Contreras, que no podía dar a conocer su misión, le respondió que iba “de
vacaciones” y se negó a aceptar la invitación que Rojas le hizo para
alojarse en la embajada.147

Apenas Contreras llegó a Ezeiza, dos generales argentinos lo recogieron y


lo llevaron directamente a la Casa Rosada. Una vez que estuvo ante
Videla, le transmitió el mensaje de Pinochet. El mandatario le pidió
tiempo, puesto que necesitaba conversar el punto con los otros miembros
de la Junta militar. Frente a él los llamó por teléfono y ahí el general
Contreras se percató de que Agosti, comandante en jefe de la Fuerza
Aérea, tenía su cuartel general en Bariloche y que Massera efectivamente
estaba en Bahía Blanca. El dato sobre Bariloche era totalmente
desconocido en Chile y tuvo gran relevancia para el futuro de las
operaciones.148

Al otro día, Contreras fue nuevamente llamado al palacio de Gobierno.


Videla le informó que sus colegas aceptaban que ambos gobernantes se
reunieran personalmente para encontrar una solución al litigio. La
condición para el encuentro —versión confirmada por Bignone— fue que
éste debía realizarse en Argentina, en la base El Plumerillo, ubicada en
Mendoza. Astutamente, el mandatario pidió que ambos fueran
acompañados sólo por asesores militares. Con ello, los argentinos se
evitaban la presencia de Julio Philippi, a quien consideraban el “halcón” de
la Cancillería chilena. Contreras aceptó a nombre de Pinochet, e
inmediatamente Videla tomó el teléfono para comunicarse con La
Moneda.149 La cita quedó agendada para el 19 de enero.150

Mientras se producían estas gestiones reservadas en Buenos Aires, Patricio

54
Carvajal convocó a Santiago a todos los embajadores chilenos en
Latinoamérica, con el objeto de informarles sobre el curso que estaban
tomando los acontecimientos. En una jornada que fue calificada de
maratónica —duró más de nueve horas—, el cónclave diplomático se
realizó en el Salón Andrés Bello de la Academia Diplomática. Allí,
Carvajal les dio a conocer la posición chilena.151 Luego, el canciller emitió
una declaración pública, en la que señalaba que pertenecían a Chile “todas
las islas, islotes y rocas que hay al sur del canal Beagle y hasta el cabo de
Hornos”.

La reacción trasandina no se dejó esperar y desde el Palacio San Martín se


dijo que “el Gobierno argentino no acepta tal declaración en ninguno de
sus términos, por cuanto en la misma se mencionan territorios y aguas de
indiscutible soberanía argentina”.152

El 19 de enero, Pinochet se embarcó en un avión LAN a la Base Aérea


Militar El Plumerillo, perteneciente a la IV Brigada Aérea argentina. Junto
a él viajaban, como parte de su comitiva, los generales Agustín Toro
Dávila y Manuel Contreras, además del almirante Luis de los Ríos, el
general Fernando Matthei —por entonces ministro de Salud— y Hernán
del Río, asesor de la Cancillería. La comitiva era bastante extensa, al punto
que un argentino exclamaría posteriormente: “¡Pero, che, ésta sí que es una
invasión”.153 Apenas cruzaron la cordillera, aviones de combate argentinos
escoltaron el vuelo.154

No era la primera vez que Pinochet y Videla se veían las caras. El


presidente trasandino había visitado Chile en 1976 y un año más tarde
ambos se habían encontrado en Washington, con ocasión de la firma del
Tratado del Canal de Panamá.

Pero el ambiente en el que se producía este histórico encuentro era


totalmente distinto. Un signo de ello fue que, sólo horas antes de que el
avión LAN aterrizara en Mendoza, circuló fuertemente entre oficiales y
diplomáticos en Buenos Aires el rumor de que “la Armada argentina, entre
el 25 de enero y el 2 de febrero, podría concretar un acto de posesión de
una de las islas en litigio”.155

Luego de los correspondientes saludos protocolares, ambos mandatarios se


encerraron a solas en el despacho del jefe de la base. La discusión se
centró de inmediato en el tema de la delimitación de los espacios
marítimos.156 Según la versión argentina, lo primero que hizo Pinochet fue

55
representarle a Videla su molestia por el hecho de que Argentina estuviera
desconociendo el laudo.157 Sus palabras fueron duras y le exigió el
cumplimiento irrestricto del fallo. Videla le contestó: “No puedo hacerlo.
La decisión está tomada”.158

Cerca de las dos de la tarde, las conversaciones se interrumpieron para


almorzar. Mientras Pinochet y Videla comían con sus asesores, entre los
numerosos periodistas que se encontraban presentes en el lugar comenzó a
correr fuertemente la versión de que ambos mandatarios ya habían sellado
un acuerdo y que sólo faltaba redactar el borrador del mismo.159 Sin
embargo, la prensa pronto se daría cuenta de que el rumor era falso, puesto
que al reanudarse la cita, ésta comenzó a alargarse. De hecho, duró cerca
de ocho horas. De cuando en cuando, se veía a miembros de la comitiva de
Pinochet entrar y salir portando mapas y documentos.160

No se conocen con precisión los detalles de lo conversado en la reunión,


pero se sabe que fue movida. Con posterioridad se han dado a conocer
distintas versiones de lo ocurrido. De acuerdo a una de ellas, originada en
el lado argentino, Pinochet “en determinado momento tomó del escritorio
que los separaba un papel borrador, se puso de pie y se dirigió a la pared
donde estaba un mapa de la zona en disputa”. Luego, el mandatario realizó
“un croquis a mano alzada y regresó al escritorio. Mostrando el dibujo, le
preguntó a Videla: ‘¿Qué le parece una cosa así?’”. En el boceto se podía
ver “una línea vertical norte-sur que partía por el medio las islas Evout y
Barnevelt”. La respuesta de Videla habría sido: “Como base me parece
bien, pero la línea debiera empezar en Nueva, partiéndola en dos, y
terminar en Hornos, partiéndolo también”. En ese minuto, el mandatario
chileno lo habría detenido con un gesto añadiendo: “Dejemos esto así
como un principio, no avancemos más. (...) Por ahora dejémosla así”.
Posteriormente, hizo un calco con el borrador y “cada uno firmó el
ejemplar con que el otro se quedó”.161

El militar argentino Reynaldo Bignone asegura también que Videla sintió


como un verdadero éxito para la postura trasandina el hecho de que
Pinochet aceptara seguir discutiendo sobre algo que, hasta ese entonces, en
Chile era considerado cosa juzgada. Pinochet habría captado ese estado de
ánimo y en un momento de la conversación, se produjo el siguiente
diálogo: “‘La Argentina, ¿qué me ofrece a cambio de todo esto?’. ‘La paz;
¿le parece poca cosa para nuestros pueblos?’, le contestó Videla”.

El relato de Bignone coincide también con el hecho de que Pinochet habría

56
realizado un borrador de mapa: “En determinado momento, tomó una
lapicera y una hoja de papel y empezó a dibujar un gráfico sobre ella. Era
un burdo y aproximativo esquicio de la zona marítima en discusión, que
sus mismos colaboradores habían rechazado. La única diferencia era que la
mejoraba en función de los intereses chilenos, ya que la línea divisoria de
los océanos no tocaba la isla de Hornos ni bajaban por ese meridiano a las
200 millas pertinentes, sino que directamente desde la isla Barnevelt, más
al este”. Al parecer, luego Pinochet habría apoyado el lápiz sobre el círculo
que graficaba la isla Barnevelt y, al hacerlo, Videla le dijo: “Doble ahora
hacia el oeste, señor presidente, hasta el cabo de Hornos”. “Si yo le hago
caso a usted, cuando vuelvo a Santiago me derrocan”, respondió Pinochet
con una sonrisa.162

Bignone también sostiene que el boceto cartográfico fue firmado en


duplicado por los dos presidentes. Aunque nunca tuvo valor legal, meses
más tarde adquiriría suma importancia, ya que el cardenal Samoré lo tuvo
en mente cuando se desempeñó como mediador entre ambos países, al
momento de elaborar la propuesta papal que pondría fin al conflicto.

Por otra parte, el en ese entonces coronel Ernesto Videla Cifuentes,


director de Planificación de la Cancillería y uno de los miembros de la
delegación chilena en El Plumerillo, recuerda con especial detalle esa
jornada: “Sorpresivamente —relata— a la una del día (el general Pinochet)
me convocó a la sala en que se encontraban reunidos. También estaba ahí
el coronel argentino (r) Carlos Horacio Cerdá. Cuando ingresé estaban
sentados frente a frente ante una larga mesa cubierta por una carpeta verde.
A un costado de la pared figuraba una carta topográfica de la zona austral
del Instituto Geográfico Militar de nuestro país. Después de dos horas de
conversaciones, habían llegado a un principio de acuerdo. Pinochet tomó
la palabra y nos pidió tomar nota de lo convenido. Esto, dijo, deberíamos
transmitirlo a las delegaciones para que hicieran un acta, ‘una especie de
carta de intención’, que sería firmada por ambos presidentes. Durante un
buen rato fueron explicando sus términos. Por momentos resultaban
confusos, porque cambiaban de tema o se interrumpían mutuamente. Sus
rostros serios denotaban tensión. Como ‘lo cortés no quita lo valiente’,
también parecían tener voluntad de entendimiento. En síntesis, el acuerdo
consistía en volver a reiniciar las negociaciones directas”.163

Videla también confirma la existencia del croquis, pero señala que sólo fue
“un papelito” que no tenía mayor precisión164 y que fue desechado

57
rápidamente. “Después de almuerzo, mientras el grupo chileno trabajaba
en el escrito, apareció el general Pinochet. Tras hacer un breve recuento de
su reunión con el presidente Videla, nos advirtió mediante señas que la
conversación podía estar siendo grabada. Con sus dedos dibujó sobre una
carta de la zona austral la traza de una línea que había conversado con el
presidente argentino. Desde el límite oriental del canal Beagle fijado por el
árbitro (el punto XX), desplazó su índice en forma oblicua hacia el
suroriente de la isla Nueva; con los dedos y modulando dio a entender ‘12
millas’, luego fue a la isla Evout y de allí recto hacia abajo pasando sin
precisar por Banevelt. Si alguien hubiera entrado en ese momento, habría
creído que participábamos en un guión de cine mudo”.165 Las firmas que lo
refrendaban, además, estaban hechas a lápiz —no con tinta—, lo que
también era una prueba de su poca validez.166

El general Fernando Matthei, desde otra perspectiva, también ha entregado


su versión de lo que sucedió ese 19 de enero en Mendoza. Si bien su
presencia sólo tenía como finalidad ayudar a relajar la situación con sus
pares de la Fuerza Aérea allí presentes, pudo darse cuenta de lo denso del
ambiente. Según su relato, lo que solicitaron los argentinos fue que se
derogara el decreto relacionado con la “línea de base rectas”, considerado
por éstos como una “provocación”, así como también que se les otorgara
un pedazo de tierra en la zona, con el fin de reafirmar el principio
bioceánico que propugnaban. Era éste, dice Matthei, un principio que sólo
existía en la mente de los trasandinos, puesto que el Tratado de 1881 nada
decía de ello. Pinochet, en todo caso, se habría mostrado reacio a ceder
ante la solicitud de su contraparte.167

A pesar de las expectativas que la cita había generado en la opinión


pública de ambos países, ésta finalizó sin que se llegara a un acuerdo que
zanjara definitivamente el problema. El momento más crítico fue cuando,
con la finalidad de que se produjera una verdadera distensión en la zona,
los argentinos quisieron incorporar el término “equilibrio” en el acta que
leerían los mandatarios. El almirante Eduardo Fracassi —autor de la idea
— entendía por “equilibrio” que Chile debía retirar las tropas que en ese
momento estaban apostadas en las islas o Argentina ponía igual
contingente. Pero Pinochet no lo aceptó. “Almirante, le dijo, levantándole
la voz, esa es una insolencia porque pretende violar nuestra soberanía”.
Videla procuró bajar la tensión y en definitiva el término fue eliminado.168

Al terminar la larga jornada, pasadas las 10 de la noche, los mandatarios

58
hablaron con los numerosos periodistas presentes comunicándoles los
compromisos que se habían alcanzado. Básicamente, se trataba de un
cronograma para las negociaciones futuras, las cuales se llevarían a cabo
en el seno de una Comisión Mixta que funcionaría en tres etapas. En la
primera, y en no más de 30 días, dicha comisión debía fijar normas de
convivencia pacífica en la zona austral con el fin de que continuaran las
negociaciones; en la segunda, y con un plazo de seis meses, se discutirían
los temas de fondo y, finalmente, en la última etapa, se formalizarían los
textos y se firmaría.

Ya en Santiago, los encargados de la Cancillería chilena analizaron los


resultados de la misma. En particular existía preocupación por los
borradores y croquis que fueron dibujados y firmados de puño y letra por
Pinochet. Con la finalidad de arreglar el “desaguisado”, al día siguiente el
general Agustín Toro Dávila fue portador de una carta que le envió
Pinochet al presidente Videla, “expresando que no era aceptable la
delimitación dibujada en el croquis en Mendoza”. El 25, por el mismo
medio, Videla lo desestimó también.169 Los “empolvados” estaban
haciendo bien su tarea y criticaron lo que se consideró un error del
mandatario chileno: haberse mostrado dispuesto a hacer concesiones en la
jurisdicción de las aguas. Era ésa una desviación de la tesis oficial
sostenida hasta ese momento: la necesidad de cumplir con los tratados y el
laudo arbitral de manera rigurosa.170

El honor de las naciones

Mientras tanto, en Argentina, las autoridades tomaron una decisión


drástica que produjo un duro golpe a las negociaciones en curso. El 25 de
enero de 1978, con bombos y platillos, el canciller trasandino Oscar
Montes dio a conocer en una concurrida conferencia de prensa la decisión
de su país de declarar “insanablemente nulo” el fallo arbitral de mayo de
1977, cuya aceptación y cumplimiento, como se sabe, habían quedado
explícitamente garantizados por el honor de ambas naciones.

En el texto se señalaba que luego de “un meditado estudio” la Junta militar


había llegado a la conclusión de que éste transgredía los “derechos e
intereses permanentes argentinos”, los cuales jamás habían sido sometidos
a decisión de árbitro alguno. “El laudo arbitral los vulnera; su nulidad
manifiesta basada en el exceso de poder y los errores que contiene; la
violación de reglas jurídicas esenciales en que ha incurrido el Tribunal
Arbitral, tanto en materia de fondo como de procedimiento, hacen que el

59
Gobierno argentino considere que no está obligado a su cumplimiento”.

Más adelante se resumían los esfuerzos realizados por Argentina, a lo


largo de 1977, para lograr un entendimiento con Chile. “Estas
negociaciones no satisficieron las esperanzas puestas en ellas” y finalizaba
señalando que, “en consecuencia, el Superior Gobierno de la Nación se
hace un deber en anunciar formalmente que ha resuelto considerar nulo el
laudo arbitral de su majestad británica sobre la cuestión del canal Beagle,
notificado a la República Argentina el día 2 de mayo de 1977”.171

Horas antes del pronunciamiento trasandino, el presidente de la Corte


Arbitral, sir Gerald Fitzmaurice, había enviado una nota a ambos
gobiernos, instándolos al cumplimiento de la sentencia.172

En los días previos a esta declaración, la FLOMAR acentuó sus ejercicios


militares, cobrando esta vez gran envergadura al participar en ellos
también la Aviación Naval y la Infantería de Marina. El objetivo era
“ajustar su poderío y adiestrar a sus tripulaciones”.173 Las maniobras
fueron supervisadas por el propio Massera, embarcado en el portaaviones
25 de Mayo.174 Junto a él viajaban el almirante Lambruschini y el
comandante de Operaciones Navales, Antonio Vañek, entre otros altos
jefes de la Armada. Al embarcarse, Massera fue recibido con una salva de
honor de 17 cañonazos y el almirante Barbuzzi le dio un discurso de
bienvenida, en el que dijo que “el poder naval siempre estuvo capacitado
para cumplir con su deber, pero hoy más que nunca se está preparando
para afrontar las órdenes que le sean impartidas”.175

Además del portaaviones, la flota que participó en la operación estaba


compuesta por los destructores Rosales, Domecq García, Storni, Seguí,
Bouchard, Py, Hércules —cuyo comandante era el contralmirante Eduardo
Chalier—176 y Piedrabuena. También estaban el crucero General Belgrano
—cuyo comandante era el capitán de navío Hugo Andrade—,177 los
cazaminas Chaco y Formosa, el buque tanque Punta Medanos y el
petrolero San Lorenzo, el cual era propiedad de la empresa estatal
Yacimientos Petrolíferos Fiscales.

En las cercanías de la Escuadra argentina se encontraban además los


submarinos Santiago del Estero y San Luis. Más al sur se ubicaron el
rompehielos General San Martín, el buque de desembarco Cándido de
Lasala y el transporte Bahía Aguirre.178 Todas estas unidades fueron
acompañadas por numerosos aviones de combate —cazas, bombarderos y

60
cazabombarderos—. Ello, sin contar la participación de 4000 efectivos de
la Infantería de Marina.179

Se trataba de un despliegue de fuerzas pocas veces visto y que tenía un


objetivo más que claro: preparar el ánimo de la opinión pública argentina
para el rechazo del laudo. El Gobierno, por su parte, se preocupó de
alimentar a los medios de comunicación con “trascendidos” de toda índole,
para lo cual contó con la colaboración de una serie de personalidades,
quienes ya desde comienzos de enero de 1978 habían comenzado a
explicarle al público los “vicios del fallo” inglés.180

Una muestra de ello se dio en los días previos a la declaración del


“insanablemente nulo”. Entrevistado por la revista Somos, el almirante (r)
Isaac Francisco Rojas —muy de la línea de Massera— comparó las
pretensiones chilenas en el litigio con la de los nazis en víspera de la
Segunda Guerra Mundial: “La Alemania de Hitler empezó así y terminó
apoderándose de media Europa occidental, inventando teorías, violando
tratados, rasgando pactos solemnes y pisoteando derechos históricamente
milenarios. Tuvo su merecido, pero a costa de una hecatombe mundial y
de la entrada avasallante de otro poder totalitario, el ruso, que hoy se debe
estar restregando las manos ante la nueva oportunidad que se le presenta
con esta absurda querella argentino-chilena, desencadenada por un laudo
incalificable, que ha dado pie a unas pretensiones —trasandinas
largamente acariciadas— que la Argentina debe resistir con todos los
medios a su alcance”.181

Con posterioridad se han hecho una serie de especulaciones sobre los


motivos que llevaron a las Fuerzas Armadas argentinas a desechar el laudo
arbitral. Al parecer, éstas tuvieron en mente el difícil contexto
internacional por el que atravesaba el gobierno de Pinochet. Y
antecedentes para llegar a esa conclusión no faltaban.

Por un lado estaba la condena de la ONU en materia de derechos humanos.


A ello se agregaban las presiones estadounidenses originadas a raíz de las
investigaciones judiciales en Washington por el asesinato del ex canciller
Orlando Letelier. Paralelamente, la poderosa central sindical
norteamericana, AFL-CIO, amenazaba con boicots a las exportaciones
chilenas. Las relaciones con Gran Bretaña tampoco presentaban un cuadro
favorable, especialmente luego de que este país retirara a su embajador
como consecuencia del caso Cassidy.182 Además, era evidente el deterioro
que presentaban las relaciones de Chile con Perú y Bolivia a medida que

61
se acercaba el centenario de la Guerra del Pacífico.

Todo esto configuraba un cuadro muy favorable a Argentina, que recibía


un mejor trato en materia de derechos humanos que Chile, tan sólo por que
“hablaba” de retornar a la democracia. Tanto así que los británicos no
tenían mayores problemas en venderles armas.

Ese 25 de enero y después de haber emitido la declaración oficial de su


país, el embajador de Chile en Buenos Aires, René Rojas Galdames,
recibió el comunicado del Gobierno argentino. En el mensaje se reiteraba
“insanablemente nula la decisión del árbitro”.183

No pasaron 24 horas para que el Gobierno chileno respondiera a través de


su canciller. En efecto, el 26 de enero, en un comunicado leído ante la
prensa, señaló que el laudo había sido pronunciado con sujeción a las
normas del Tratado General de Arbitraje suscrito por Chile y Argentina en
1902 y a los términos del compromiso suscrito en 1971. Por lo tanto —
agregaba el texto—, el fallo arbitral era legal y obligatorio desde el
momento de su notificación y su cumplimiento estaba “confiado al honor
de las dos naciones signatarias”. El documento concluía que “una
declaración unilateral de nulidad, como la que ha efectuado el Gobierno de
la República Argentina, es contraria al derecho internacional y a los
tratados que vinculan a Chile y dicha República. En consecuencia, la
declaración unilateral de la Argentina no produce efecto jurídico alguno
respecto a la sentencia arbitral de S.M. británica, la que sigue incólume,
como fallo obligatorio y plenamente válido”.184

Durante la tarde del día 25, los expertos chilenos habían revisado
cuidadosamente la argumentación dada por los trasandinos y habían
concluido que ésta adolecía de una “extrema pobreza jurídica”, a la que se
sumaban, incluso, problemas en la redacción del texto. Según los analistas
de la Cancillería chilena, Argentina quería hacer recaer toda la
responsabilidad sobre el Tribunal Arbitral, forzando a Chile a tener que
negociar el tema bilateralmente.

En efecto, los argentinos afirmaban —en lo sustancial— que el fallo


presentaba tres errores. Que el Tribunal había “deformado la tesis
argentina”, referente al curso que corre el canal Beagle; había opinado
sobre “cuestiones litigiosas no sometidas a arbitraje” y, por último, que el
fallo tenía “vicios de interpretación”.185

62
La forma en que Argentina estaba enfrentando la situación con Chile no
era nueva. El reconocido historiador Sergio Villalobos, en una entrevista
concedida al semanario Ercilla, situó la declaración de nulidad en un
contexto histórico más amplio, recalcando que desde el siglo XIX los
gobiernos argentinos habían utilizado los problemas limítrofes para
distraer la atención interna. Señaló que era un mito lo de la “pretendida
hermandad argentina” y recordó que el país vecino “estuvo a punto de
integrar la alianza secreta contra Chile formada por Perú y Bolivia, con
anterioridad a la Guerra del Pacífico; y que una vez producido el conflicto,
sus fuerzas avanzaron ocupando la Patagonia”. Todavía no concluía ese
conflicto bélico cuando Chile debió celebrar con Argentina el Tratado de
1881, por el que ese país cedió íntegra la Patagonia. Es decir, se aprovechó
entonces, como se hace ahora, la difícil situación internacional chilena”.
Luego de dar varios ejemplos y señalar que el problema del Beagle era “la
manifestación más clara de la mala fe argentina”, pues lo había creado
artificialmente a comienzos de siglo, concluía diciendo que si “el año 2000
el problema del Beagle está resuelto y Argentina tiene problemas, ya se
encargará de crear un conflicto. La frontera es larga”.186

Pero estábamos en 1978 y las demostraciones de fuerza de los militares


argentinos no se detuvieron. El mismo día en que declararon nulo el fallo
arbitral, el comandante del V Cuerpo de Ejército, general José Antonio
Vaquero, realizó una gira de inspección en la zona de San Carlos de
Bariloche, cerca de la frontera con Chile, con la finalidad de observar los
ejercicios que realizaba una compañía de ingenieros de montaña. Ellos
consistieron en el montaje de puentes sobre agua, operaciones de cierre de
caminos, voladura de cruces y pasajes, organización de un campo minado
y levantamiento de minas.187 Era un hecho que la guerra se avecinaba.

La Escuadra se prepara

En Valparaíso, en tanto, el nuevo comandante en jefe de la Escuadra,


almirante Raúl López, había estado trabajando concienzudamente —
durante las semanas previas a la declaración trasandina— para cumplir con
las instrucciones recibidas de Merino: “¡A prepararse para la guerra! ¡A
ser eficientes en cada tiro que se dispare!”.188

La carrera era contra el tiempo. La Escuadra estaba conformada por el


crucero Prat, buque insignia, cuatro unidades misileras, los destructores
Williams y Riveros y las fragatas Lynch y Condell, cuatro unidades A/A y
A/S, los destructores Portales, Zenteno, Cochrane y Blanco, el petrolero

63
Araucano y el remolcador de alta mar Yelcho. Comprendía también cinco
helicópteros en las unidades con plataforma.

Pese a que el grado de entrenamiento era bueno, la Escuadra que recibió


López no estaba lo suficientemente preparada para cumplir una misión de
guerra: los buques estaban tripulados con personal reducido, de acuerdo a
las dotaciones reglamentarias de paz y con un porcentaje listo a cumplir
trasbordo. Además, los consumos, combustibles y armamentos se verían
severamente limitados por los crónicamente escasos recursos
presupuestarios de la institución. Incluso, la distribución de los fondos del
petróleo para el año eran menores a los entregados en 1977.

La primera medida tomada fue entonces congelar los trasbordos de


oficiales y gente de mar, completar las dotaciones de guerra tanto en
hombres como en munición, solicitar mayor abastecimiento y pertrechos
para efectuar de la manera más realista posible el entrenamiento y explicar
a los comandantes que dada la situación internacional que se vivía había
que estar eficientemente preparados.

Suspendidos los permisos otorgados y luego de visitar personalmente cada


unidad para explicarle al personal que había caído sobre ellos una enorme
responsabilidad y que se necesitaba rendir al máximo, el 16 de enero,
López movilizó la Escuadra hacia la isla Juan Fernández. En el trayecto se
realizaron ejercicios, orientados a mejorar el rendimiento de los mandos y
de los Centros de Información de Combate.189

Un par de días antes de zarpar, recibió instrucciones de llevar a bordo a los


embajadores de Estados Unidos, Alemania y Francia y, pese a que ello
violaba el compromiso adquirido con Merino en el sentido de dejar de lado
actividades protocolares, se le explicó que Chile necesitaba tener un
respaldo internacional y que para esos efectos era necesario que los
llevara. Los embajadores viajaron en el Araucano y se embarcó un
destacamento de honor para rendir homenaje a los caídos del Dresden,
hundido durante la Primera Guerra Mundial.190

En aquella ocasión —recuerda el capitán de navío Humberto Ramírez—,


López dispuso que los mandos de los buques fueran entregados en el mar y
no amarrados a los puertos, como normalmente ocurre. De hecho, él
asumió el mando de la fragata Lynch a la gira en Juan Fernández.191

Ramírez recuerda también el estilo que impuso el almirante López y su

64
jefe de Estado Mayor, el capitán de navío Hernán Rivera Calderón. Eran
un “par de jefes directos, nada de administrativos, muy estrictos con ellos
mismos como con sus subalternos”192 y desde un comienzo demandaron el
máximo a sus hombres. Con el correr del tiempo ello se tradujo en una
mejora progresiva del rendimiento y eficiencia de oficiales y marinos
como de la Escuadra en general.

López tenía plena conciencia de que la Armada argentina y sus unidades


agrupadas en la Flota de Mar —base de lo que los trasandinos
denominaban “Poder Naval”— eran un enemigo de temer. Desde 1973 en
adelante, la Marina era encabezada por el almirante Emilio Massera, en su
cargo de comandante en jefe, función en la que era secundado por el
vicealmirante Antonio Vañek, quien oficiaba como comandante de
Operaciones Navales y por Humberto Barbuzzi, quien tenía el cargo de
comandante Naval, es decir, jefe de la FLOMAR.193

Lo cierto es que, desde 1971, la FLOMAR se había embarcado en un


ambicioso programa de renovación de sus buques, el cual se tradujo en la
incorporación de varias naves. Ese año, llegaron provenientes de Estados
Unidos los destructores almirante Storni, almirante Domecq García y Py.
Al año siguiente se adquirieron los destructores Bouchard y Segui.

Por esas fechas, la Armada trasandina también compró dos buques en


calidad de chatarra, con la intención de utilizar sus componentes como
repuestos para sus otras naves. Sin embargo, se devolvió al servicio activo
a uno de ellos, bajo el nombre de Piedrabuena.194 Entre 1974 y 1975,
arribaron a las aguas del Atlántico las misileras Intrépida e Indómita, las
cuales tuvieron como destino Ushuaia. En 1977, en tanto, los británicos le
vendieron la fragata Hércules. A estas adquisiciones se sumó la
incorporación de los submarinos Salta y San Luis.195 Si a ello se sumaba el
portaaviones 25 de Mayo, estaba claro por qué López debía poner todo su
empeño en hacer que la Escuadra chilena estuviera en sus óptimas
condiciones.

Prosigue la batalla diplomática

Cuando se conoció la declaración de nulidad del fallo arbitral, resuelta por


Argentina el 25 de enero de 1978, el almirante López sabía que las cosas
sólo podían empeorar. En los días siguientes, lejos de limitar las
demostraciones de fuerza, los militares de ese país habían continuado con
su escalada belicista. Así, el miércoles 1 de febrero, el III Cuerpo de

65
Ejército, bajo el mando del general Luciano Benjamín Menéndez, inició
maniobras de guerra en las provincias de Mendoza, San Juan, La Rioja,
Catamarca, Salta y Jujuy, todas fronterizas con Chile. Los ejercicios se
extendieron hacia las provincias de San Luis, Córdoba, Santiago del Estero
y Tucumán.196

Cuatro días después, el domingo 5, el comandante del V Cuerpo de


Ejército, general de brigada José Antonio Vaquero, realizó una visita
sorpresiva a la Guarnición Militar de Santa Cruz, localidad ubicada en las
cercanías de Río Gallegos, donde se apostaba el Regimiento 24 de
Infantería.

Según la revista trasandina Gente, Vaquero llegó sin previo anuncio y en


taxi hasta la puerta del regimiento, lo que pilló por sorpresa a todos.
Ordenó que se encendieran las sirenas de alarma de la guarnición y junto
con el ulular de la alarma se escucharon fuertes detonaciones, que
correspondían a bombas de ruido. Rápidamente los efectivos del
regimiento comenzaron a movilizarse, pues nadie sabía que se trataba de
un simulacro. Fue tal el estruendo que la población civil de la zona temió
que hubiera estallado la guerra con Chile. La alarma de los lugareños
aumentó cuando observaron cómo los camiones militares y las tropas se
desplegaron en dirección oeste. Las radios de la zona emitieron un
comunicado: se requería la presentación de todos los oficiales y soldados
de la Guarnición de Río Gallegos, listos para el combate. Sólo entrada la
noche, se enteraron de que se trataba de un ejercicio.197

Estas ostentosas demostraciones militares fueron acompañadas por


grandilocuentes artículos de prensa, programas de radio y televisión, que
incitaban el espíritu nacionalista de la población. Bruno Passarelli, autor de
uno de los mejores libros escritos en Argentina sobre el conflicto con
Chile, recrea el ambiente en esos momentos: “La propaganda oficial,
encontrando vasto eco en buena parte de los medios, empezó a mentalizar
a los argentinos, que del tema hasta ese momento sabían poco y nada, para
una guerra que, naturalmente, todos declamaban no querer pero que era
presentada, en caso de desencadenarse, como una virtual imposición de
aquellos aprovechadores y ladinos chilenos que querían robarse lo nuestro
con el apoyo de un complot internacional”.198

La creciente hostilidad contra Chile se expresaba con mayor intensidad en


los cuarteles y unidades navales. En febrero, el jefe de la base naval de
Puerto Belgrano, capitán de navío Zenón Bolino, pronunció un encendido

66
discurso al momento de entregar su cargo: “Puerto Belgrano es nuestra
principal base naval; es bastión siempre atento a conjurar los peligros que
acechan nuestro solar patrio, ya sea internos provenientes del falaz
delincuente subversivo, ya sea externo de aquel que pretende atentar
contra la soberanía”. Agregaba más adelante que su personal estaba
decidido a “luchar en la guerra antisubversiva hasta la victoria esté más
allá o más acá de la muerte, y de no permitir en lo internacional
mutilaciones geográficas”.199 Obviamente, éstas últimas sólo podían venir
de Chile.

Todas estas palabras y acciones argentinas eran seguidas con suma


atención en los ministerios de Defensa y de Relaciones Exteriores
chilenos, los que informaban periódicamente al general Pinochet del curso
de los acontecimientos. Nuevamente, el mandatario chileno decidió tomar
cartas en el asunto y el 31 de enero, por intermedio del embajador de Chile
en Buenos Aires, René Rojas Galdames, le hizo llegar al presidente Videla
una misiva personal. En ella le enrostraba que el ánimo que decía tener su
Gobierno, para llegar a un arreglo pacífico, estaba en abierta contradicción
con todas esas demostraciones de fuerza. Videla contestó al día siguiente
en un tono conciliador, señalándole que los movimientos de tropas estaban
siendo exagerados. “La Nación argentina, a través de su honrosa conducta
tiene sobrada autoridad moral para expresarle a usted por mi intermedio
que jamás ha utilizado la amenaza como procedimiento en pos de la
consecución de objetivo alguno”.200

El 2 de febrero, materializando lo que se había acordado en la cita


presidencial de Mendoza, representantes castrenses de ambos países se
reunieron con la finalidad de reducir las tensiones militares. El encuentro
se efectuó en Santiago y asistieron el general Reynaldo Bignone, el
vicealmirante Eduardo Fracassi y el brigadier de la Fuerza Aérea Basilio
Lami Dozo. Sus instrucciones eran tratar de encontrar un arreglo que le
reconociera a Argentina el control absoluto de las aguas del Atlántico. La
moneda de cambio era concederle a Chile el dominio sobre las islas en
disputa.201

El encuentro tuvo lugar en las dependencias de la Cancillería y a pesar de


las fuertes discusiones hubo ciertas coincidencias que permitieron redactar
un borrador de 14 puntos.202 Frustrando la expectativa reinante entre
periodistas que hacían guardia, al término de las conversaciones sólo se
leyó un breve comunicado. En el texto se insinuaba la posibilidad de que

67
Videla y Pinochet volvieran a reunirse, aprovechando la cercanía del
centenario del Abrazo del Estrecho (15 de febrero de 1899). Como es
sabido, en esa oportunidad los presidentes Federico Errázuriz Echaurren y
Julio Argentino Roca, se reunieron con el objetivo de poner fin a las
tensiones provocadas por disputas causadas por la interpretación del
Tratado de 1881 sobre la Puna de Atacama.

Cumpliendo con el protocolo de reciprocidad diplomática, un nuevo


encuentro tuvo lugar el 15 de febrero en la capital trasandina. Hasta allí se
trasladó la delegación chilena integrada por el general Agustín Toro
Dávila; el vicealmirante Charles Le May —por ese entonces jefe del
Estado Mayor de la Armada— y el general del Ala 3 de la Fuerza Aérea,
Rodolfo Martínez Ugarte. Los acompañaban el coronel Ernesto Videla
Cifuentes y el asesor jurídico Helmut Brunner.203 En lo sustancial, la
comisión trabajó a base de un borrador redactado en una improvisada
reunión que había tenido lugar unos días antes (el 11), en Punta Arenas,
entre el secretario general de la Fuerza Aérea argentina, Lami Dozo, y el
general Pinochet. El encuentro había sido solicitado por el propio
presidente argentino, justo cuando Pinochet se encontraba visitando la
zona austral y allí se convino que la redacción final de lo acordado fuera
realizada en la reunión del 15.204

El Acta debía ser firmada por ambos mandatarios y se fijó día y lugar: el
20 de febrero en la base aérea El Tepual de Puerto Montt. Una vez más un
recinto militar sería sede para buscar soluciones al conflicto.

Según relata el hoy general en retiro Ernesto Videla Cifuentes, “para su


sorpresa, cuando el ministro Carvajal invitó al canciller argentino a
participar en la revisión del Acta, Montes le respondió: ‘Si quieres hazlo
tú. Yo no concurriré, porque no tengo nada que hacer en esto’. No expresó
la razón de su molestia, ni el ministro chileno se la preguntó. Parecía
evidente que el acuerdo alcanzado se apartaba de las pretensiones del
ministro marino”.205

En lo fundamental el Acta —en adelante llamada de Puerto Montt—206 se


establecía un sistema de negociaciones en tres fases, que tenía como
objetivo hacer posible “los entendimientos directos sobre las cuestiones
fundamentales” y, en particular, “los asuntos que a juicio de uno u otro
gobierno” se encontraban pendientes en la zona austral. En definitiva, se
frenaba la guerra, al menos por un tiempo.207

68
Antes de realizarse la ceremonia en que se dio a conocer el Acta de Puerto
Montt, los numerosos periodistas que se encontraban presentes consultaron
si habría discursos. La respuesta oficial fue que éstos no estaban
contemplados. Por ello la sorpresa fue grande cuando, una vez firmado el
documento, Pinochet tomó la palabra y comenzó a leer un texto de seis
carillas. En parte de su alocución destacó los esfuerzos de los dos países
por llegar a una “solución de la controversia de manera amistosa”.208

Hasta ahí todo iba bien. Pero la sorpresa fue mayúscula, especialmente
para los argentinos, cuando a continuación Pinochet señaló: “quiero
afirmar, muy claramente en esta ocasión solemne, que Chile no tiene
ningún propósito expansionista ni pretende arrogarse títulos sobre tierras,
espacios marítimos o plataformas submarinas ajenas, pero también con el
mismo énfasis proclamo que mi Gobierno ha de cumplir cabalmente la
responsabilidad de defender el patrimonio que le corresponde por
derecho”. Y en esa misma línea, agregó: “el laudo arbitral no está en
discusión, ya que cualquier acuerdo al que se llegue no afectará los
derechos reconocidos a Chile por el laudo”.209 Para los trasandinos, el
discurso sólo admitía una lectura: Pinochet estaba borrando con el codo lo
que escribía con la mano.

Si bien toda la delegación argentina quedó descolocada con el tono y el


contenido de la alocución, el más sorprendido fue el presidente Videla,
quien —con tono conciliador— improvisó algunas palabras y se refirió a
la hermandad chileno-argentina.

A su regreso a Buenos Aires, el mandatario enfrentó una dura embestida


por parte de sus colegas de la Junta militar. No le perdonaban que hubiese
permanecido impávido, mostrando signos de debilidad ante Chile. El más
duro fue Massera, quien le espetó fuertes e hirientes improperios al jefe de
Estado: “¿A vos cualquiera te hace quedar como un boludo?”, “¿pero te
das cuenta de que lo que pasa es que sos un pelotudo?”, fueron algunas de
las frases usadas por el marino. Fue el brigadier del aire Ramón Agosti
quien logró conciliar los ánimos y poner fin a la discusión.210

Sin embargo, Massera no quedó tranquilo y prosiguió con su campaña


antichilena. Sólo dos días después de la cumbre en El Tepual, el 22 de
febrero, el almirante viajó a Río Grande para participar en la ceremonia de
relevo de las unidades de Infantería de Marina que se encontraban
estacionadas en el extremo sur argentino.211 La ocasión era propicia para
una arenga: se trataba de despedir a los contingentes que habían sido

69
desplegados en la zona desde diciembre de 1977, cuando la situación entre
Chile y Argentina había comenzado a escalar peligrosamente. El marino
recibió a los relevos señalando que éstos “están llegando para cubrir una
tensa vigilia de armas que, como los hechos recientes lo demuestran, no
admite pausas ni justifica decaimientos”. Más adelante recalcó que las
horas que se estaban viviendo eran cruciales para las Fuerzas Armadas
argentinas: “Como las unidades del Ejército y de la Fuerza Aérea, todos
los componentes del Poder Naval están listos para cumplir con el mandato
de un pueblo que no admite más tergiversaciones, consciente, asimismo,
de que nuestro potencial bélico no estará nunca al servicio de la agresión,
sino de la razón, porque como país maduro no nos dejamos llevar por el
arrebato pueril de las emociones circunstanciales. Y eso hace más firme
nuestro convencimiento, más sólida y honda nuestra decisión. Que nadie lo
olvide. Se está agotando el tiempo de las palabras”.212

Estas palabras fueron analizadas213 como una respuesta a una columna


editorial que por esos días había sido publicada en Chile en la revista Qué
Pasa. Al parecer, el almirante tuvo conocimiento del contenido del
artículo, el cual le habría indignado. En efecto, con el título de “La derrota
del masserismo”, el semanario afirmaba que “el gran derrotado por el
contenido del reciente acuerdo (de Puerto Montt) es el almirante Massera,
quien deberá prescindir de sus gestos tartarinescos ojalá para siempre”.214

Pero Massera no estaba sólo. Con ocasión del 62° aniversario de la


creación de la Aviación Naval, el comandante de Operaciones Navales,
vicealmirante Antonio Vañek, se había expresado en términos tanto o más
duros.215 En su alocución señaló que “la Aviación Naval está lista para el
combate; es nuestra razón de ser y lo que el país debe exigir de nosotros.
No busquen mensajes que no existen en mis palabras; es decir, con
crudeza la permanente realidad. Nuestro país está viviendo el proceso de
definición para lograr un acuerdo final sobre nuestra soberanía en la región
austral y la Armada será celosa custodia de nuestro patrimonio: a esa
sagrada responsabilidad responderemos como argentinos y marinos. No
hay más palabras. No es declamación de tribunas”.216

Para Videla, era muy difícil frenar los ímpetus de la Marina de Guerra
argentina. Sin embargo, tras reunirse con los altos mandos del Ejército,
convinieron bajarle el perfil a los dichos de Massera y Vañek y
contrarrestarlos con una alocución a través de una cadena de radio y
televisión. Allí reafirmó la intención del Gobierno argentino de seguir

70
transitando “el camino de la negociación”.217

Así y todo, en la zona sur la población comenzó a experimentar en carne


propia los efectos del conflicto en ciernes. Los chilenos que vivían en las
localidades argentinas cercanas al Beagle comenzaron a sufrir una
creciente persecución y hostilidad por parte de las autoridades. Muchos de
ellos fueron expulsados indiscriminadamente hacia Chile, recurriéndose a
todo tipo de pretextos para hacerlo efectivo: no tener permiso para
radicarse en Argentina, ocupación ilegal de terrenos, y otros argumentos
de esa clase. Otros tuvieron que experimentar el hostigamiento de las
fuerzas policiales y militares, las cuales llegaban sorpresivamente a sus
casas, a las horas más insólitas, para proceder a su allanamiento, bajo el
subterfugio de estar realizando una “redada” en busca de “extremistas
montoneros”. A muchos se les comunicó que tenían dos horas para
empacar y cruzar la frontera.

Sólo en enero de 1978, mediante diversos operativos realizados bajo las


órdenes del jefe del Escuadrón N° 43 de Río Turbio, la Gendarmería
expulsó a 128 chilenos, los que tuvieron que trasladarse a Puerto Natales.
Algunos de ellos llevaban 30 años viviendo y trabajando en territorio
argentino. A los expulsados se les sumó otro grueso número que, ante el
deterioro de las relaciones entre ambos países, prefirieron volver a su
patria.

Donde la tensión se hizo sentir con mayor fuerza fue en Puerto Williams.
En ese lugar, la población local pronto comenzó a acostumbrarse a los
frecuentes movimientos y ejercicios que realizaban las tropas estacionadas
en la zona. Particularmente, los habitantes tuvieron que familiarizarse con
los códigos propios que manejan los militares para situaciones de
emergencia. Las alarmas que frecuentemente se daban a conocer iban
desde “simple” hasta “roja dos”, término que significaba “guerra”.218 Pero,
sobre todo, la gente de Puerto Williams era testigo de los permanentes
ataques antichilenos emitidos por las estaciones de radio de Ushuaia.219

La decisión de la Casa Rosada de declarar insanablemente nulo el laudo


también provocó revuelo más allá del Cono Sur. El 10 de marzo de 1978,
sesionando en La Haya, Holanda, la Corte Arbitral calificó de inadmisible
el rechazo del fallo por parte de Argentina, señalando que los trasandinos
no habían hecho uso del “derecho de revisión” que tenían a su disposición.
El tribunal explicó que esta prerrogativa estuvo vigente durante los nueve
meses posteriores al conocimiento público del fallo. En lo sustancial, el

71
dictamen expresaba que, por lo tanto, la sentencia se convertía en
definitiva, de acuerdo a los artículos 12 y 13 del Tratado General de
Arbitraje chileno-argentino del 28 de mayo de 1902.220

La Escuadra se desplaza

La incertidumbre del momento, atizada por la actitud cada vez más


beligerante de los “duros” argentinos, hacía temer lo peor. Se imponía la
necesidad de tomar medidas preventivas en el terreno militar, más aún
cuando las negociaciones diplomáticas, a pesar del Acta de Puerto Montt,
parecían enfrentar obstáculos crecientes. Es por ello que acelerar la
preparación de las unidades castrenses frente a una eventual guerra pasó a
ser un asunto de alta prioridad para los altos mandos de las Fuerzas
Armadas chilenas.

El lunes 21 de marzo, el comandante en jefe de la Escuadra, Raúl López


emitió la orden R. 211120, la cual disponía la movilización de sus
efectivos con rumbo al extremo sur, área designada como Teatro de
Operaciones Austral. Para ello, el almirante decretó que todos los
tripulantes, sin excepción, suspendieran los cursos que estaban realizando
en tierra y se presentaran cuanto antes en sus respectivas naves.221

Sobre esa decisión, el “Historial del destructor Williams” consigna la


siguiente anotación: “Con motivo del agravamiento en las relaciones
internacionales del país, derivado de la posición argentina ante los
resultados del laudo arbitral del canal Beagle, la Comandancia en Jefe de
la Escuadra dispuso la suspensión de los períodos de permiso por iniciar el
apresto de las unidades con miras a un futuro desplazamiento al Teatro de
Operaciones Austral”.222

Quien fuera por entonces comandante del Blanco Encalada, capitán de


fragata Jorge Fellay, recuerda lo inusual de la orden recibida por su
superior: “Nunca, que yo recuerde, habíamos hecho una navegación al
TOA, en marzo o en abril. Generalmente se hace un ejercicio a la altura de
Tongoy y después se va al norte para el 21 de mayo, se vuelve y recién en
septiembre se va al TOA”.223

Las razones de este repentino desplazamiento eran básicamente


preventivas. El almirante recuerda que la actitud asumida por los
argentinos ameritaba adoptar medidas de este tipo. “Por informaciones de
la Comisión Mixta, creada luego del Acta de Tepual, supimos que las

72
exigencias argentinas para negociar eran inaceptables. Entonces, se nos
ordenó desplazarnos al sur, evitar ser evidenciados y permanecer, no en
Punta Arenas ni mostrarse sino en los fondeaderos de guerra, listos para
actuar, listos para demostrar la voluntad de oponerse en caso de que fuese
necesario”. No obstante, las instrucciones recibidas eran igualmente
enfáticas en cuanto a evitar cualquier incidente que pudiera generar una
crisis mayor: “Había en el Gobierno el mayor interés de no crear una
situación conflictiva, ni provocar nosotros una situación de crisis”.224

El jueves 23, el propio almirante Merino inspeccionó la Escuadra en


Valparaíso. A las 3 de la tarde, a bordo del Prat, sostuvo una reunión con
todo el personal, a la que también asistieron delegaciones enviadas por los
restantes buques. Allí dio a conocer la misión que se le había
encomendado a la Escuadra “en resguardo de nuestra soberanía”.225

Quien por esas fechas era teniente segundo en el destructor Williams,


almirante Alexander Tavra, recuerda que más o menos “a mitad de marzo
la cosa se puso mala. Y nos llegó la orden de zarpar rumbo a Talcahuano,
porque teníamos que cargar misiles a bordo y el buque no tenía toda su
munición. Zarpamos entonces rumbo a ese puerto. Nos fuimos muy
rápido, a 25 nudos por lo menos, y llegamos de amanecida”.226

El operativo de despliegue se inició el domingo 26 de marzo y participaron


los buques Prat, Riveros, Condell, Lynch, Blanco y Portales.227 Mientras,
el Williams los esperaba en Talcahuano.228

Siguiendo las instrucciones, el desplazamiento de las naves se realizó en el


más absoluto secreto. La idea era evitar ser detectados por la inteligencia
trasandina e incluso se montó una “finta” para engañarla. Según cuenta el
capitán de navío Erwin Conn, comandante de la Condell, “los argentinos
no sabían dónde estaba la Escuadra chilena. El jefe de Estado Mayor
General de la Armada, almirante Charles Le May partió al norte, con
mucha publicidad, a ver los ejercicios de la Escuadra, cuando en realidad
estábamos en el sur”.229

El trayecto hacia el sur se hizo de manera escalonada.230 Durante la


travesía se realizaron continuos ejercicios y prácticas para poner a punto a
sus dotaciones y probar su capacidad de respuesta en situaciones de crisis.
Para ello, hubo que cambiar el modus operandi con que funcionaban las
naves en tiempos de paz.

73
“Teníamos el sistema de ‘guardia de guerra’ como se le dice en términos
navales”, recuerda Tavra. “Normalmente, los buques navegaban, en esa
época, con un sistema en que las dotaciones se dividían en tres guardias:
azul, blanca y colorada, las cuales se iban rotando. El defecto era que sólo
un tercio del barco estaba alerta, lo que no era bueno en una situación
como ésa. Es por ello que pasamos a un sistema de dos guardias, en el que
la mitad de la tripulación estaba de servicio y la otra mitad hacía
mantención, reparaciones y dormía. Pero era agotador, ya que se perdía la
noción del día y de la noche”.231

El primer punto donde se arribó —a las 2 de la tarde del 27 de marzo—


fue Talcahuano. Allí, las diferentes unidades se abastecieron de todos los
elementos que serían necesarios, particularmente municiones, para llevar a
cabo los ejercicios. Así, en el Riveros se cargaron cuatro misiles Exocet,
misiles Seacat y se completó su armamento.232 En el Prat, en tanto, se
recargaron también pertrechos, enterando el 98% de su capacidad. Este
último buque también embarcó víveres secos para 60 días y frescos para
30.233

Tras permanecer 33 horas en la bahía, a las 11 de la noche del 28 de


marzo, la Escuadra inició el zarpe a la zona en litigio. Una vez en el mar,
se reiniciaron los entrenamientos. Durante la mañana del martes 29 se hizo
un ejercicio antiaéreo, en el que participaron aviones C-95 de la
Armada.234Una vez concluido éste, López dio la orden de que las unidades
se dividieran en dos agrupaciones: una formada por el Lynch, Riveros y
Blanco, y la otra por el Prat, el Williams y la Condell, ello con el fin de
practicar el lanzamiento de misiles.235

Los ejercicios llevados a cabo consideraron los aspectos más relevantes en


situaciones de guerra. Quizás uno de los más difíciles y vitales es el
aprovisionamiento de combustible en alta mar. De allí que el miércoles 30
correspondió el turno de practicar lo que en jerga marinera se conoce como
“maniobra Logos”.

Fellay recuerda las dificultades que se debieron enfrentar en esa


oportunidad. “No le capeábamos al mal tiempo, porque se presenta sin
aviso. No es que uno diga mañana no vamos a hacer tal cosa porque hay
malas condiciones meteorológicas. Si había mal tiempo, igual se hacía lo
que estaba planificado, independiente de que aumentaran las dificultades.
Por ejemplo, una maniobra Logos, o sea cargar petróleo en alta mar, ya es
difícil en buenas condiciones, puesto que hay que ubicar a los buques a un

74
costado del petrolero, a no más de 20 a 30 metros de separación entre sí. El
canal que se forma entre ambos, no es para la risa. Es una maniobra muy
complicada, pero hay que hacerla y punto”.236

El jueves 31, los seis buques de la Escuadra ingresaron en la zona de los


canales. Dos días después, el sábado 2 de abril, llegaron hasta el sector de
Faro Evangelista. Allí las tripulaciones estuvieron atareadas realizando
prácticas de tiro. Al día siguiente, ingresaron en el estrecho de Magallanes,
llegando a Puerto Porvenir al mediodía. El Riveros y la Lynch continuaron
la navegación al sur, mientras que el resto permaneció allí.1237

Durante la recalada en dicho puerto —del 8 al 11 de abril— no hubo


descanso. Ante la posibilidad de ser atacados por la aviación argentina,
López ordenó que los buques se mantuvieran en tercer grado de
alistamiento antiaéreo. Siguiendo las instrucciones del almirante y
desplazándose por la zona, las tripulaciones estuvieron realizando todo
tipo de prácticas y ejercicios de entrenamiento.238

El comandante del Williams, capitán de navío Ramón Undurraga, recuerda


que “lo más significativo de ese viaje fue el entrenar a las nuevas
dotaciones. Todos los años hay relevos. Se releva alrededor del 25% de la
gente de la Escuadra, y es por ello que hay que reiniciar los entrenamientos
para incorporarlos y llevarlos al nivel de los antiguos”.239

Pero para López, junto con acondicionar a las tripulaciones para un


eventual enfrentamiento con la FLOMAR, este viaje tenía otro objetivo. Se
trataba de realizar un reconocimiento y prueba en terreno de los
fondeaderos de guerra en la zona ubicada al sur del Estrecho de
Magallanes. Dicho reconocimiento resultaba vital para el despliegue de la
flota en el Teatro de Operaciones Austral, pues tales sitios debían ser como
“trajes a la medida” para cada buque. Era necesario probarlos y ver in situ
si cumplían o no con todos los requerimientos. Además, había que
verificar los recursos logísticos existentes en cada uno de ellos.240

Por otra parte, López ordenó poner en práctica los planes de operaciones
en las extremas condiciones climáticas del mar de Drake. Así, cada uno de
los buques comenzó a realizar ejercicios de combate y prueba de
armamentos, comunicaciones, contramedidas electrónicas y empleo de
helicópteros.241

Undurraga recuerda que, si bien “todos estos viajes son siempre de

75
entrenamiento, la novedad estaba en la época del año y en que se estaban
haciendo en el centro de gravedad de la zona en la que podía desatarse un
conflicto”.242

Tras este intenso período de tres semanas, López ordenó el regreso de la


Escuadra a Valparaíso, que se hizo también de manera escalonada. El
arribo al puerto se produjo el 20 de abril.243

Este primer desplazamiento al extremo sur fue de gran utilidad, pues


permitió detectar algunas deficiencias tanto en las existencias logísticas en
los fondeaderos de guerra como en el equipamiento del personal y
comportamiento del material para afrontar adecuadamente, durante
períodos prolongados, las severas condiciones generales imperantes en el
área.244 Con la experiencia obtenida se perfeccionaron los planes vigentes.

A pesar de que el conjunto de maniobras realizado en los canales australes


fue exitoso, la planificación hecha por López tuvo un gran ausente. Se
trataba del crucero ligero Latorre, el cual no pudo participar en el
entrenamiento, puesto que llevaba meses en reparaciones mayores en los
astilleros de Talcahuano. Por esas fechas, el personal de ASMAR hacía
ingentes esfuerzos para reemplazar todo el circuito de vapor del barco,
pues éste se había oxidado y no se encontraba operativo. Que el Latorre, su
comandante y su tripulación se hubiesen mantenido al margen de las
pruebas en el extremo sur resultaba más que contraproducente en aquellos
momentos difíciles.245

Pero si la Armada chilena se esmeró en acelerar el entrenamiento de sus


unidades y dotaciones, su símil argentina tampoco se quedó atrás. Pocos
días después de que López llegara con la Escuadra a Valparaíso, el 26 de
abril de 1978, la FLOMAR inició su propio zarpe rumbo al sur. Operando
también en estricto silencio, los buques se tomaron una semana para salir
de la base naval de Puerto Belgrano, donde la flota argentina tiene su
asiento. Las naves partieron al amanecer con toda su capacidad en víveres,
municiones y material de guerra.

La flota argentina iba precedida de buques barreminas, los que tenían el


objetivo de despejar el canal de salida del puerto de cualquier obstáculo
que pudieran haber puesto los chilenos. A bordo del buque insignia, el
portaaviones 25 de Mayo, viajaba el jefe de la FLOMAR, almirante
Barbuzzi, acompañado por su Estado Mayor. Durante el trayecto se
mantuvo la formación más adecuada para enfrentar ataques aéreos y

76
submarinos.

Al igual que López, Barbuzzi tuvo como orden del día el entrenamiento de
las tripulaciones. En el portaaviones se realizaron ejercicios de despegue y
aterrizaje de aviones antisubmarinos Tracker S-2A, los cuales incluso se
ejecutaron de noche. Otras prácticas incluyeron a los helicópteros Alouette
III, los que eran utilizados para tareas de apoyo a unidades menores en
guerra submarina. Ensayos de ataques con bombas y cohetes, así como
adiestramientos de tiro, fueron parte de las maniobras de combate
ordenadas por Barbuzzi.246

Problemas en el norte

En los meses posteriores a los ejercicios realizado en el TOA, la Escuadra


continuó su preparación. Como recuerda López, “debido a aparentes
progresos logrados en el trabajo de la Comisión Mixta, de abril a octubre,
se vive un período de relativa calma. (Ello le permitió) a la Escuadra
continuar su entrenamiento en la zona central y hacerse presente en los
puertos del norte, con una demostración del poder naval, en ocasión del
aniversario de la epopeya de Iquique”.247

Pero esta vez la presencia de la Escuadra en el norte tenía un objetivo que


iba más allá de lo ceremonial. El Gobierno no sólo estaba preocupado por
la situación con Argentina, sino que también por los vecinos del norte.
Particularmente entre los militares, existía una razonable inquietud ya que
se acercaba el centenario de la Guerra del Pacífico y tanto Perú como
Bolivia no ocultaban sus afanes revanchistas.

En el caso de Perú, las informaciones de inteligencia señalaban que entre


1973 y 1975, la intención de iniciar una guerra contra Chile había rondado
en la mente de los mandos militares en Lima. De hecho, durante los
convulsionados meses que marcaron el fin del gobierno de la Unidad
Popular y con posterioridad al 11 de septiembre de 1973, los militares
peruanos presionaron de manera constante al presidente Juan Velasco
Alvarado, para que aprovechara la delicada situación interna existente en
el país.

Conocido era además el ambicioso programa de compra y renovación de


material de guerra que Perú venía realizando desde fines de los años 60. La
principal fuente de suministros era la Unión Soviética, donde habían
adquirido cerca de 150 tanques T-54 y T-55 de última generación, y 300

77
que venían en camino. A ellos se sumaba un numeroso contingente de
blindados de mayor antigüedad, compuesto por tanques Sherman M-4,
provenientes de EE.UU, y AMX, de origen francés.

Frente a ello, el Ejército chileno sólo poseía unos 100 tanques Sherman, la
mayoría de los cuales se acercaba a la senilidad. En materia aérea Perú
también presentaba superioridad, puesto que su flota de aviones de
combate estaba compuesta por 24 cazas Mirage, 24 bombarderos Canberra
y cerca de 50 cazabombarderos soviéticos, modelo SV-22.

En los días posteriores al 11 de septiembre de 1973, las tropas ubicadas en


la región septentrional de Chile —que conforman el llamado Teatro de
Operaciones Norte (TON)— habían presenciado con alarma el despliegue
militar que estaban realizando los peruanos en la zona de Arequipa. Ello
obligó a los mandos militares ordenar a toda marcha la construcción de
diversos tipos de trampas y obstáculos —como fosas, tetrápodos de
concreto y rieles enterrados en ángulo— para enfrentar una posible
arremetida de los tanques peruanos, que se calculaban en unos 200.

El general Pinochet, que conocía la región como la palma de su mano,


había ordenado —entre 1974 y 1975— reforzar la zona fronteriza con el
fin de conjurar el peligro. Para ello, unidades de ingenieros militares
iniciaron la construcción de instalaciones subterráneas y caminos
interiores, sembrando con minas amplios sectores. Cuando cayó Velasco
Alvarado, agosto de 1975, y fue reemplazado por Francisco Morales
Bermúdez, las relaciones entre ambos países dieron signos de mejoría,
gracias a que ambos mandatarios lograron un mejor entendimiento.

Respecto a Bolivia, en febrero de 1975, Pinochet y el general Hugo Banzer


se reunieron en un histórico encuentro en la localidad de Charaña. Luego
de un “cariñoso abrazo”, ambos gobernantes decidieron buscar una
solución pacífica al problema de la mediterraneidad boliviana. Ello tuvo
como efecto la reanudación de las relaciones diplomáticas plenas. Sin
embargo, las negociaciones para materializar ese espíritu llegaron a un
punto muerto y en noviembre de 1977, sin mediar explicación alguna, La
Paz retiró a su embajador de Santiago. La respuesta de Pinochet no se hizo
esperar y le envió una carta personal a Banzer, en la que lo instaba a
continuar las conversaciones. Para Chile no era positivo abrir otro frente
de conflicto. Sin embargo, la respuesta nunca llegó.

El golpe final de Bolivia fue propinado el viernes 17 de marzo de 1978.

78
Ese día, el canciller de La Paz, Óscar Adriazola, citó a su despacho al
encargado de negocios de Chile, Fernando Cousiño. En la reunión le
comunicó oficialmente la decisión de su Gobierno de romper relaciones
con Chile. Pedro Daza, entonces embajador en la capital boliviana, se
enteró del asunto encontrándose en Santiago, y calificó la actuación como
un hecho de “antología para cualquier curso de Historia Diplomática”.

En el fracaso de las negociaciones con Bolivia, Perú había jugado un rol


importante. De acuerdo al Protocolo Complementario al Tratado de 1929
—el cual zanjó los problemas limítrofes existentes entre Chile y Perú— se
necesitaba el consentimiento de este último para ceder territorio y los
peruanos no estuvieron dispuestos a ello. Así, en los hechos, la ruptura con
La Paz, el enfriamiento de las relaciones con Perú, la cercanía del
centenario de la Guerra del Pacífico y los cada vez más graves problemas
con Argentina estaban configurando el escenario más crítico para las
Fuerzas Armadas chilenas: enfrentarse a la eventualidad de una guerra
simultánea con los tres países limítrofes, lo que en jerga militar se conoce
con el nombre de “hipótesis vecinal 3”.

En Picton

Para la Armada, el problema mayor se concentraba en el sur. Mientras la


Escuadra continuaba con sus entrenamientos en la zona central, en Punta
Arenas el Destacamento Cochrane de la Infantería de Marina estaba
movilizado completamente. Sus hombres, bajo el mando del capitán de
navío Pablo Wunderlich, habían sido desplegados principalmente en la isla
Navarino y archipiélagos adyacentes y estaban plenamente conscientes de
la difícil misión que les correspondía llevar a cabo: rechazar cualquier
intento trasandino de ocupar las islas en disputa.

Desde que en abril de 1977 había llegado a la zona, Wunderlich estaba


dedicado a recibir nuevos contingentes y a prepararlos para la acción.
“Sabíamos que si se llegaba a producir un enfrentamiento con los
argentinos, iba a ser, literalmente, una ‘carnicería’. Había que entregarse
por entero, ya que nosotros íbamos a sacar a los argentinos en ataúdes de
las islas. Pero la moral de la gente era extraordinariamente alta y se basaba
en tres confianzas: La primera, confianza en sí mismos, cada uno debe
saber qué tiene que hacer y cómo tiene que hacerlo; la segunda, confianza
en su equipo y armamento, el combatiente debe saber que el fusil le va a
responder, que la ametralladora va a funcionar y que el equipo de radio
que maneja no le va a fallar; pero también es muy importante la confianza

79
en el mando, el conscripto en su cabo, el cabo en su sargento y así para
arriba. Yo, por ejemplo, le tenía confianza ciega, absoluta, al general
Floody”.248

Dadas las circunstancias, los infantes de Marina fueron sometidos a un


estricto régimen de preparación y entrenamiento. Permanentemente debían
estar chequeando las condiciones del material de guerra, los vehículos de
las unidades y haciendo ejercicios prácticos. Sin importar que se
encontraran en campaña, debían mantener sus hábitos de higiene como si
estuvieran en sus cuarteles. Ello implicaba baños diarios, afeitarse y
mantener impecables sus tenidas de combate. Mientras más alto fuera el
cargo, las exigencias impuestas por Wunderlich eran aún más severas: “En
realidad, el menos exigido de todos era el conscripto. Pero el cabo que lo
mandaba ya tenía mayores responsabilidades”.249

En mayo de 1978, el jefe del TOA, general Nilo Floody, ordenó aumentar
la presencia de estas tropas de élite en las tres islas en conflicto. Hasta ese
momento se habían desplegado destacamentos pequeños, de no más de 20
hombres en cada una de ellas. Cada unidad debía operar bajo las más
estrictas normas de seguridad, por lo que se ordenó también completo
silencio radial. “La orden que yo impartí —recuerda Wunderlich— era que
tenían que resistir hasta el último hombre. No hasta el último tiro, porque
si se acababan las municiones tenían que ocupar las bayonetas”. Para el
comandante Wunderlich fue un momento tremendamente duro y difícil. A
cargo de una de esas unidades iba su hijo.250

Una vez enteradas las dotaciones en las islas, la tarea fue construir Puestos
de Vigías y Señales (PVS) en las distintas caletas y sus respectivos anillos
defensivos.

En Picton, Nueva y Lennox, los infantes de Marina tuvieron que enfrentar


estoicamente los rigores del clima y la soledad. En estado de permanente
alerta, debían tener especial cuidado de no provocar a los argentinos. El
material de guerra de que disponían se limitaba a armamento menor, como
morteros, algunos cañones, ametralladoras y explosivos plásticos. Aun con
buen tiempo, la temperatura no pasaba de los 4°C. Muchas veces debían
soportar la embestida de los frecuentes temporales que azotan la zona del
Beagle.

El teniente Lautaro Mansilla Clavel fue enviado a Picton, donde vivían por
esas fechas alrededor de 25 colonos, los que se dedicaban principalmente a

80
la cría de ganado. Se suponía que su estadía sería breve —15 días—, sin
embargo, su permanencia allí se prolongó durante ocho meses. Al partir,
en mayo del 78, recibió una orden de operaciones: “Ésta decía ‘situación,
misión, ejecución’, o sea, lo que hay que hacer en caso de guerra. La orden
contenía todos los detalles que se necesitaban para enfrentar una situación
de combate. Por ejemplo, en caso de ataque, repelerlo con todo lo que
tenga uno a mano. Las instrucciones eran igualmente claras en cuanto a
que había que tener mucho cuidado y tacto para no provocar un
conflicto”.251

Al llegar a la isla se encontró con que sus antecesores ya habían construido


una serie de posiciones defensivas, emplazadas como anillos concéntricos
que avanzaban desde la costa hacia adentro. La idea era que, en caso de ser
atacados, pudieran retroceder progresivamente hacia el centro de la isla. La
planificación contemplaba que la batalla final se daría en ese lugar,
recurriendo a tácticas propias de la guerra de guerrillas.252

Mansilla instaló su puesto de mando en Rada Picton, en una casa que


pertenecía a un cuidador de la Corporación de la Reforma Agraria
(CORA). Allí se ubicó el centro de comunicaciones y la enfermería.
Además, en la vivienda funcionaba el único baño que tenían a su
disposición las tropas para ducharse. Las tiendas de campaña estaban a 2
kilómetros de distancia.

La rutina diaria era monótona. Los infantes debían hacer guardias durante
las 24 horas. Como oficial al mando, a las 7:30 iniciaba el día pasando
revista a la compañía. Luego, comenzaban las actividades destinadas a
preparar el terreno para dificultar la invasión —construcción de trampas
ingeniosamente ocultas, despejar campos de tiro, probar las fajas de tiro
nocturno, hasta se instalaron unos lanzallamas hechizos usando balones de
gas—.

Como era necesario mantener siempre en alto la moral y disciplina de su


gente, el teniente tenía que mantenerlos ocupados, inventándoles
actividades siempre nuevas. Un día prueba de armamento, otro una
conferencia, luego ejercicio de primeros auxilios, competencias deportivas
y, en todo momento, exigencia de aseo personal y limpieza en las
instalaciones. También se “urbanizó” la isla, construyendo senderos de
enlace —algunos eran de madera, porque el terreno es húmedo y blando
—, a los que se bautizó con distintos nombres, ideados por los propios
infantes: sendero de la locura, sendero de la muerte, sendero de la victoria,

81
etc.

Pero quizás la tarea más grata que realizó la compañía de infantes fue la de
construir una capilla, para lo cual se usó madera de la isla y tarugos en vez
de clavos. Un Cristo tallado a punta de machete se ubicó en el centro de la
construcción, donde la mayoría de ellos se acercaba a alguna hora del día o
de la noche a rezar. La labor les llevó cerca de un mes. “Cuando
terminamos la construcción de la capilla, yo hacía el servicio religioso.
Algunos oficiales llevaron hostias consagradas y daban la comunión”,
cuenta Mansilla.253

Una de las mayores dificultades que debieron superar fue la escasez de


víveres. Las provisiones que llevaban estaban calculadas para tres meses,
pero a medida que la estadía se prolongaba surgieron problemas. Primero
se apeló a los “recursos de la comarca”, sacrificando el ganado vacuno
existente en la isla, después se salió a mariscar, pero en más de alguna
ocasión el menú incluyó perquenes —una especie de ganso salvaje— y
castores. A pesar del estricto silencio radial que imperaba, Mansilla
decidió pedir auxilio, para lo cual se desplazó al PVS ubicado en Caleta
Picton, al otro lado de la isla: “Mandé dos o tres mensajes. En el último
coloqué un S.O.S. de supervivencia”.

Así como escaseaban los víveres, faltó también el tabaco. Al principio se


racionaron los cigarrillos, compartiéndolos entre dos fumadores. Cuando
se terminaron, se recurrió a las hojas de té: “Les había hecho secar las
hojas de té y cuando ya no hubo tabaco, las usamos para fumar. Yo había
tallado una pipa y me fumaba las hojas de té”.254

Pese a las dificultades, las muestras de humor —aunque negro— también


estuvieron presentes. Mansilla recuerda que “en una oportunidad, hice
entrenamiento de primeros auxilios a lo largo de varios días. Se
impartieron instrucciones de cómo cuidar a un herido; de cómo
transportarlos usando camillas improvisadas con fusiles y palos, y cosas
por el estilo. Un día, llamé a un cabo llamado Rolando Calderón y le dije
que se hiciera el herido, para que los soldados pudieran practicar lo
aprendido. Era de noche y el chiquillo este se acercó a la fogata donde
estaban sus compañeros con una cara muy triste. Yo estaba ahí y le
pregunté: ‘¿Qué le pasa mí cabo que anda tan triste?’. Él me respondió: ‘la
vida no vale la pena, porque mí señora me engaña y así no vale la pena
vivir’. Y se fue a dormir. Previo a eso, había llevado sangre de cordero en
una bolsa, y cuando entró en su carpa tomó su fusil y disparó por el

82
respiradero de ésta. Inmediatamente se echó la sangre encima y cuando
llegaron sus compañeros éstos pensaron que se había suicidado. Calderón
actuaba y daba saltos como si fueran temblores. La cosa es que los
soldados lo llevaron a la enfermería”.

Pese al cuidado puesto en el traslado, el “herido” se les cayó de la camilla


un par de veces. Una vez en la enfermería, el práctico —que estaba al tanto
del simulacro— hizo todo un show. Igual cosa hizo el operador de las
comunicaciones, quien con la angustia del caso simuló que pedía ayuda. El
enfermero, a través de la ventana, les dio a entender a sus compañeros que
el soldado no viviría por mucho tiempo. Sus amigos pidieron permiso para
despedirse del moribundo, quien les hizo toda clase de encargos, algunos
de ellos bastante ridículos.

Pero la sorpresa de Mansilla fue grande cuando llegaron unos soldados a


avisarle que una embarcación había llegado para llevarse a Calderón. El
oficial se asustó porque vio que la “broma” se le estaba escapando de
control e increpó al operador de radio. Sin embargo, éste le aseguró que en
ningún momento había encendido el aparato radial. Se dio la coincidencia
que un bote con un par de infantes del otro lado de la isla traían una nota
con información para el teniente. Todo quedó en nada, pero a Calderón le
llegaron una serie de improperios.

El mando confiaba en la iniciativa y el carácter de los jóvenes oficiales,


que debían poner a prueba periódicamente lo aprendido con Wunderlich.
“Cerca de la isla Picton, siempre navegaba un pesquero argentino y pasaba
a unos 40 metros de la playa. Yo veía cómo sus oficiales miraban con
prismáticos cuál era nuestra reacción, o tomaban fotos. Nosotros teníamos
un cañón de 106 mm con el que le apuntábamos y el encargado me
preguntaba. ‘¿Disparo mí teniente?’. ‘No’, le respondía yo. Insistía,
‘¿disparo?’. ‘Negativo’. En realidad uno tenía muchas ganas de disparar,
pero la prudencia decía que había que aguantarse, porque si no, hubiera
quedado la debacle”.255

Aunque la ocupación militar de las islas no podía pasar inadvertida, se


tomaron medidas para impedir que la inteligencia argentina advirtiera el
número de los efectivos y sus emplazamientos. Era necesario ser
cuidadosos porque lo cierto es que —como hemos señalado— el número
de tropas en ellas había aumentado significativamente. Para ello, la
jefatura de la III Zona Naval recurrió a una serie de “trucos”. Uno de ellos
consistió en camuflar el transporte que se usaba para desplazar a las tropas

83
a la zona. Se trataba de una pequeña embarcación llamada Clarencia, que
al tener una quilla poco profunda le permitía acercarse considerablemente
a las playas, facilitando el desembarco de los infantes. Con el fin de
disfrazar su verdadera misión se alteró el perfil del barco —hasta
chimenea falsa tuvo— y se le pintó como si se tratara de una barca de
pasajeros. Naturalmente, el personal vestía de civil y alguna vez se lució
un grupo disfrazado de señoras para justificar un raid turístico. Por lo
general, los infantes iban acostados en el suelo para no ser vistos.256

A toda marcha

Como adelantábamos, entre los meses de abril y octubre la Escuadra


prosiguió a toda marcha con sus ejercicios de entrenamiento y preparación
para la guerra. No todas las unidades se encontraban en buen estado.
Debido a la vetustez de algunos buques, la mantención era un problema
que tenía permanentemente ocupados a los ingenieros y técnicos de la
Armada, pero no evitaba que se siguiera con los preparativos. De hecho,
comenta Ramón Undurraga, “se hicieron varios desplazamientos a la zona
de Coquimbo, Puerto Aldea, Tongoy, que es también otro lugar normal de
ejercicios”.257

Un aspecto que resultaba clave era mejorar los rendimientos en las


prácticas de tiro. En el trayecto hacia Iquique —al asistir a la
conmemoración del Combate del 21 de mayo— “empezamos a disparar no
más”, recuerda el entonces teniente segundo del Williams, Alexander
Tavra. “Había que practicar mucho y esmerarnos en ser eficientes”.258 Pero
si bien el viaje cumplió su cometido, la estadía en el puerto nortino no
estuvo exenta de sobresaltos.

En efecto, a las 3 de la madrugada del 22 de mayo se produjo un incendio


en el destructor-transporte Uribe que encendió las alarmas de la flota. El
Uribe se encontraba atracado a un costado de la fragata Lynch. El
comandante de este último, Humberto Ramírez, recuerda haberse
despertado, cuando sintió un fuerte olor a quemado. Inmediatamente
ordenó el toque de zafarrancho y movilizar todos sus recursos. Enterado de
esta situación, el almirante López instruyó a Ramírez para que sacara a
remolque al Uribe, con el fin de evitar que la Lynch sufriera daños. “Este
hecho refleja la preocupación del almirante por que a sus buques no les
fuera a suceder ningún percance que atenuase su capacidad combativa”,
comenta el comandante. Pasó poco tiempo para que el incendio fuera
controlado. Ayudó a ello el hecho de que Ramírez conocía al dedillo el

84
Uribe, puesto que, con anterioridad, había estado bajo su mando. Ordenó
inundar la santabárbara de la nave con 40 mm de agua y enfriar los
mamparos del departamento de máquinas, mientras que una partida de
ataque combatía el foco del incendio con los colchones que usan los
infantes de Marina, cuando son embarcados en el transporte.259

Erwin Conn, quien por esas fechas era comandante de la Condell, cuenta
que, hasta ese entonces, la preparación de la Escuadra se había adaptado
principalmente para operar en el norte del país. Ahora, frente a la
emergencia, había que acondicionar buques y tripulaciones a las
circunstancias propias del extremo sur. “Es decir estos buques y estos
comandantes, que habían estado entrenándose para hacer la guerra en el
norte, ahora debían prepararse para el combate en el sur. Las condiciones,
no sólo las de mar, sino las condiciones de tiempo atmosférico, de
temperatura, son diferentes. Hay que usar lubricantes especiales, sobre
todo en los helicópteros y aviones. En los cañones es más conveniente usar
aceites más delgados, grasa más delgada”.260

Pero los entrenamientos no sólo se hacían en alta mar. Durante este


período, López ordenó que los comandantes fueran sometidos a intensivos
ejercicios en el Centro de Entrenamiento Táctico de la Academia de
Guerra Naval, en Valparaíso. Para ello se usaba el simulador electrónico,
también conocido como Redifon. “Desde hacía muchos años que la
Marina tenía este simulador en tierra. El simulador reproduce los barcos de
manera ficticia y los oficiales pueden entrenarse sin gastar petróleo u otros
medios, ya que esas cosas eran caras y había que ahorrarlas”, recuerda
Ramón Undurraga.261

El Redifon estaba compuesto por una serie de cubículos, en cada uno de


los cuales se encontraba reproducido con bastante detalle lo que era un
Centro de Información de Combate tipo de un buque de la Escuadra. En
ellos, los oficiales se encerraron muchas horas y practicaron hasta el
cansancio diferentes misiones de combate. Paralelamente, los profesores y
expertos en guerra naval observaban en una pantalla gigante los
movimientos simulados de las naves, lo cual les permitía conocer el
comportamiento de los distintos comandos de la flota de guerra.262

Estos entrenamientos se hacían con una frecuencia de tres veces a la


semana. El almirante López destaca la importancia que tenían las prácticas
para evaluar la efectividad de los oficiales en situaciones de guerra. Ellas
permitían conocer “tanto la conducción individual de los comandantes de

85
unidades con sus respectivos equipos de puente, como el empleo táctico de
conjunto de éstos, dirigidos por el comandante en jefe de la Escuadra y su
Estado Mayor de la Escuadra. Allí se ensayan y se verifican los resultados
de los diferentes planes de combate, elaborados para enfrentar las
posibilidades del adversario y adoptar aquéllos que, teniendo las mayores
posibilidades de éxito, fuesen de más simple ejecución”.

López señala que había un aspecto que fue crucial en estos ejercicios,
respecto del cual existían pocos antecedentes en las guerras navales
modernas: “estas prácticas fueron especialmente importantes debido a que
sobre tácticas de combate empleando y enfrentando unidades misileras no
existían antecedentes ni experiencia real alguna de las armadas más
modernas, siendo éste el método más práctico para obtener conclusiones
acorde con nuestra realidad”.263

En ese sentido, el simulador también sirvió para que López y sus


comandantes pudieran probar las mejores alternativas de formación de las
unidades de la Escuadra frente a un hipotético enfrentamiento con la
FLOMAR en los mares australes. Ello resultaba crucial, puesto que ésta
sería la primera vez en que gran parte de la suerte de una batalla naval
estaría decidida por el uso de misiles. “Entonces, colocábamos todos los
misileros adelante y los artilleros atrás. Se probaba la situación y se
detectaban las ventajas y vacíos de la formación”.264

En estas prácticas, el comandante en jefe de la Escuadra apreciaba todos


los escenarios en los que podría verse involucrada la flota chilena: “Si era
una guerra de objetivo limitado, su función era oponerse a cualquier acción
que, a través de una operación anfibia, fuera a ocupar las islas. Para
oponerme a eso, la única forma, como Escuadra, era interferir la
protección que la FLOMAR tenía que darle a su fuerza de desembarco.
Pero si se miraban las cosas con mayor amplitud —como sin duda hacían
los argentinos— en realidad debíamos prepararnos para lo que en
estrategia se conoce por una disputa del dominio del mar. En cualquier
caso, dada la precariedad de apoyos en esa zona, a fin de cuentas el
dominio del mar resultaría esencial para lograr capturar algo en el sur y
defenderlo o mantenerlo después, porque si se le capturaba, y no se tenía el
dominio del mar, esa posición quedaría aislada y muy vulnerable, entonces
no sería tan difícil volver a recuperarla”.265

Tanto López como Merino estaban de acuerdo en el diagnóstico: para


neutralizar la amenaza sobre las islas era necesario procurar “la conquista

86
del dominio del mar”. El jefe de la Escuadra explica que ese escenario se
da “cuando uno trata de aniquilar al adversario, o quitarle potencialidad
para ejercer el dominio del mar”.266 Ambos almirantes eran conscientes de
que “—y en esto creía interpretar al comandante en jefe de la Armada,
señala López— era esencial buscar cuanto antes una decisión de los
argentinos”. En síntesis: había que buscar una batalla con resultado
decisivo.

Hacerlo resultaba determinante, dado que las fuerzas militares chilenas


presentaban una gran desventaja en la zona en disputa: “Teníamos un
factor en contra tremendo, el del peligro aéreo. Había una gran
concentración de aviones en Ushuaia, en Río Grande, en Río Gallegos. Si
tomábamos una posición de refugiarnos en los canales, quedando en
espera, creo que a posteriori eso podría habernos perjudicado. No
podíamos quedarnos en los canales mientras ellos, seguramente, se
tomaban Picton, Lennox, Nueva, Navarino y Tierra del Fuego. ¿Y
nosotros, qué?, ¿esperando qué cosa?, ¿que se desgastaran?, ¿que nuestra
Fuerza Aérea les hundiera algún buque que nos permitiera salir más
tranquilos?, ¿o que nuestra Fuerza Aérea atacara sus bases en Río
Gallegos, en Ushuaia, o los disminuyera en tal forma que nos permitiera
salir? De esa manera íbamos a estar esperando, ¿hasta cuándo? Y a lo
mejor íbamos a perder la guerra con una flota intacta, con una flota que ni
siquiera había disparado un cañonazo”.267

Para López, las perspectivas eran claras y la historia también había dejado
lecciones que era necesario considerar. “(En la Armada) tenemos una
tradición. No somos iguales al Ejército, siempre vencedores, jamás
vencidos. A nosotros nos vencieron, si uno analiza el combate de Chipana,
el mismo combate de Iquique, bueno, perdimos, pero había que
arriesgarse. En mi concepto, había que buscar una decisión cuanto antes y
por eso la mejor oportunidad para tener éxito era que nosotros iniciáramos
la guerra en el mar. Y me imagino que la Fuerza Aérea, tiene que haber
pensado lo mismo. Para la Fuerza Aérea su mejor oportunidad —con la
frontera que tenemos, que permite que en cinco minutos estén encima de
nosotros—, lo primero era atacar las bases de ellos y tratar de anularles
todo lo que se pudiera de su poder aéreo. Ése era el pensamiento que creo
que nos dominaba, como chilenos, como estadistas, a los que estaban
gobernando el país, como marino, al comandante en jefe, y a mí, como un
operador, un comandante en jefe operacional en la mar”, concluye
López.268

87
Entre los meses de junio y julio de 1978, los buques de la Escuadra se
mantuvieron en Valparaíso, preparándose para el combate que se veía
venir. A pesar de las restricciones económicas que enfrentaba la Armada
por esas fechas, López recibió un gran apoyo de Merino para dotar a las
unidades de todo el material que fuera necesario para encarar a la
FLOMAR. “Desde que me recibí de la Escuadra, el almirante Merino me
completó las dotaciones, la munición —la de ejercicio y la de guerra—, y
también todo el equipo que nos faltaba”. Con todo, una de las restricciones
más fuertes era la del gasto en petróleo. “Es una de las graves falencias del
presupuesto naval, porque siempre se gasta gran parte del presupuesto en
el personal y queda muy poco para las misiones operativas. Entonces, los
buques siempre se tienen que mover a velocidad económica. Pero cuando
uno va a combatir a todo lo que dé, teníamos que por lo menos, de vez en
cuando, usar la velocidad máxima, y consumir cuatro o cinco veces más la
cantidad de petróleo. Y todo eso lo había dado el almirante Merino para
que nos preparásemos adecuadamente para la guerra”.269

En ocasiones la escasez de petróleo se hizo dramática. “Teníamos un solo


petrolero y hubo un período en el año en que no lo tuvimos, porque hubo
que ir a rellenar petróleo al extranjero. Entonces estuvimos entrenando con
unos buques petroleros mercantes y fue bastante exitoso. Aunque el
sistema disciplinario de los marinos mercantes es distinto, comparado con
el que tenemos nosotros, fueron ejercicios estupendos los que hicimos con
ellos, porque le pusieron un ‘pino’, como si hubieran trabajado toda la vida
con la Marina de Guerra”.270

Durante estos meses, los marinos de la Escuadra notaron que, producto de


los preparativos en que estaban inmersos, algo había cambiado en el
ambiente general de Valparaíso. Según recuerda Tavra, “se empezó a vivir
un poquito más un clima de guerra, porque los buques en el puerto tenían
‘armamento cubierto’, que significa cañones, ametralladoras y misiles
cargados para reaccionar a un ataque sorpresivo que podía venir de
Mendoza. Teníamos todo un sistema de alerta con los carabineros que
custodiaban la frontera. Si ellos veían pasar aviones argentinos, que tenían
que volar de día, porque no podían atacar de noche, alertaban
inmediatamente a la Fuerza Aérea y a la Escuadra. Pero nosotros
estábamos amarrados, y en los buques no es cuestión de llegar y salir como
si fuera un auto. Todo el proceso dura cuatro horas en tiempo normal, y
dos horas y media en caso de emergencia. Es lo que demora un buque, que
funciona a base de vapor, en calentar sus turbinas. Entonces nuestras

88
guardias eran bastante pintorescas, ya que teníamos ametralladoras en
todas partes, y estábamos conscientes de que si se producía un ataque
aéreo de los argentinos, esto iba a ser como Pearl Harbour”.271

Un episodio que quedó especialmente grabado en la memoria de López y


sus comandantes se produjo el 3 de julio de 1978. Ese día, mientras la flota
se encontraba en un puerto del norte chico, llegó de manera inesperada el
presidente Pinochet. Invitado por el almirante Merino, el mandatario venía
a pasar revista a la Escuadra y ver en terreno el ánimo que reinaba entre las
tripulaciones. Erwin Conn —comandante de la Condell— recuerda que
Pinochet se trasladó en un bote al buque insignia Prat, donde se celebró
una reunión en la que estuvieron presentes Merino, López, Le May y los
comandantes de todos los buques de la Escuadra. “Antes del almuerzo, el
general Pinochet nos preguntó: ‘¿Ustedes están listos para ir a la guerra?’.
La respuesta de los presentes fue unánime: ‘¡Sí, estamos listos para ir a la
guerra!’. Esto, porque el almirante Merino le estaba insistiendo a Pinochet
que tenían que empezar a moverse los refuerzos hacia el sur, sobre todo la
aviación, porque no sacábamos nada con mandar la Escuadra si no
teníamos aviación. Entonces, Pinochet se levantó y sobre la mesa le dio la
mano a Merino, diciendo: ‘¡Conforme, vamos!’”.272

Lo cierto es que la preocupación de Merino por que se trasladaran


refuerzos de la FACH al Teatro de Operaciones Austral no era casual. Los
altos mandos de la Fuerza Aérea habían tenido que lidiar durante un buen
tiempo con una situación claramente angustiosa. En sus memorias, el
entonces comandante en jefe de la FACH, Fernando Matthei, recuerda que
la situación de esa rama castrense estaba lejos de ser óptima en caso de
tener que enfrentar una guerra con Argentina. Si bien en 1974 se habían
emprendido algunas mejoras y adquisiciones —se recibieron una serie de
cazas F-5 con la finalidad de contrarrestar la amenaza que representaba
Perú bajo el gobierno de Velasco Alvarado—, los problemas y carencias
seguían siendo agudos. Así, existía una gran necesidad por más radares,
artillería y misiles antiaéreos. Pero lo más preocupante para la Fach era el
embargo al que estaban sometidos por parte de Gran Bretaña. Ello tenía
sin repuestos a los Hawker Hunter, los que constituían el grueso de las
formaciones de combate. De los 30 aviones existentes, sólo una docena
estaba en condiciones de volar. Y dado el curso que habían tomado las
relaciones con los vecinos del norte, prácticamente todo su material de
guerra estaba concentrado en esa zona.

89
“La situación en Punta Arenas era una verdadera pesadilla. Más aún
cuando lo que no se había hecho planificadamente, sólo se podía
improvisar en ese momento. Los aviones estaban a la intemperie y sin
protección de ninguna especie, de manera que cualquier aparato argentino
podía verlos y ametrallarlos. Y la calidad del terreno no nos permitía
sacarlos sin que se hundieran. Por otra parte, había que armar una defensa
antiaérea digna de ese nombre y preocuparse de contar con los elementos
necesarios para alertar de una posible agresión. En síntesis, el sur estaba
indefenso”, comenta Matthei.273

La Fach tuvo que recurrir a toda clase de subterfugios para suplir sus
carencias. Para poder levantar una Fuerza Aérea realmente operativa, se
tuvo que recurrir al reciclaje de aviones, ocupar los sistemas de
armamentos de las aeronaves dadas de baja, contratar la fabricación en el
país de municiones y bombas a empresarios locales, como Carlos Cardoen,
realizar prácticas de bombardeos nocturnos, entre otras medidas.274

A todos estos graves problemas se sumó la salida del general Gustavo


Leigh de la Junta de Gobierno y la renuncia de buena parte del generalato.
Corría el mes de julio y en muy pocos meses, con Matthei a la cabeza, la
FACH logró colocarse en un plano de igualdad frente a su símil
argentina.275

Por su parte, con el objeto de reforzar el vital apoyo aéreo a sus unidades
en la zona en conflicto, la Armada inició en el mes de agosto el despliegue
de sus propios medios aeronavales hacia el sur, contando con el Grupo de
Apoyo Logístico (Gratran). Una vez en el Teatro de Operaciones Austral,
se inició un intensivo proceso de entrenamiento de las dotaciones de
pilotos navales más jóvenes.276

Entre las unidades de la Escuadra, el rearme y los preparativos de todo tipo


continuaban a marcha acelerada. Un hecho que reflejaba la gravedad de la
situación y que dejó su impronta en las tripulaciones de los buques, fue la
llegada de un grupo de médicos navales. Era la innegable evidencia de que
habría bajas en el combate y que ciertamente no serían pocas.

Al respecto, el entonces capitán de fragata Mariano Sepúlveda,


comandante de la DD Portales, recuerda la llegada a su buque del médico
que les correspondía. Éste arribó vistiendo uniforme de teniente primero,
con galones con fondo rojo, que es la característica de los oficiales de
Sanidad. Sin embargo, a poco andar, se dio cuenta de que era civil. Había

90
quedado a la vista cuando se sacó la gorra para saludar. “Sin embargo, se
incorporó rápidamente al funcionamiento del buque y con eficiencia
comenzó a preparar el sistema de sanidad”.277

En tanto, López estaba preocupado porque varios de los buques de la


Escuadra debían realizar su mantención anual, o, derechamente,
emprender reparaciones mayores. Si bien se trataba de procedimientos
habituales, no lo eran en este delicado momento. La fragata Condell, por
ejemplo, esperaba, desde diciembre de 1977, entrar a los diques de
ASMAR en Talcahuano. Había que revisarlo completo, incluyendo su
equipamiento electrónico, y sólo esta refacción podía durar entre dos
semanas y un mes. Su comandante, Erwin Conn, recuerda que le dieron la
orden de acelerar al máximo la revisión: “Usted va a reparaciones con su
buque pero tiene que estar listo en una semana”.278

La situación del Latorre —al que llamaban el Bello Antonio— era


muchísimo más complicada, pues ya llevaba varios meses en reparaciones.
La verdad es que Merino no estaba para nada contento con la demora y
presionó para que se tomaran medidas drásticas. En septiembre de 1978,
designó comandante al capitán de navío Sergio Sánchez Luna dándole la
tarea de terminar lo antes posible con las reparaciones, a pesar de lo
complejo que era colocarle nuevas cañerías. Estas tuberías formaban parte
del serpentín o circuito de vapor principal, el que con el paso del tiempo
—y también por deficiencias en la construcción de la nave— se había
oxidado o tapado. El problema era serio ya que, hasta la fecha, llevaba más
de seis meses fuera de servicio, por lo que no había participado en ninguno
de los intensivos entrenamientos y ejercicios realizados por la Escuadra.279

Sánchez Luna explica que los trabajadores, técnicos e ingenieros de


ASMAR enfrentaban un reto mayor. “La instalación de un circuito
principal de vapor, en un barco de 8000 toneladas, como lo es el Latorre,
no es un trabajo de gasfiter. Es un tremendo trabajo de ingeniería”.280 Pero
tenía la orden de Merino de sacarlo adelante como diera lugar y así lo hizo.
El costo fue imponerle una intensísima carga de trabajo a la tripulación y a
la gente de ASMAR. “Yo vi pasar dos veces a la Escuadra hacia el sur
mientras trabajaba soldando partes del buque con mi gente y la de
ASMAR. Soldando cañerías, midiéndolas. Unas veces quedaban cortas,
otras largas. Estamos hablando de cañerías de 16 pulgadas. Así que cuando
se empieza a tender una cañería de 200 metros con vueltas para arriba y
para bajo, y llega al extremo donde debe ser soldada, y le sobra un metro y

91
medio, el problema no es llegar y cortar. Hay que empezar todo
nuevamente”.281 No es extraño que, dedicados full time a ese trabajo, el
propio comandante estimara que el rendimiento de la tripulación, en
materia de entrenamiento bélico, no llegara al 40%.282

A partir del 26 de septiembre, parte de la flota chilena participó en la


Operación Unitas, quedando al margen los cruceros y fragatas. Sin
embargo, el 20 de octubre llegó la orden de terminar con la operación, al
mismo tiempo que se suspendieron todos los permisos para las
tripulaciones. Se ordenó a los barcos de la Escuadra completar al 100% sus
dotaciones.

Cambios en la cúpula militar argentina

Mientras los hombres de López se preparaban a todo vapor, al otro lado de


la cordillera las actitudes beligerantes hacia Chile estuvieron lejos de
disminuir. El espíritu del Acta de Puerto Montt y las fases de negociación
contempladas en ella, se estrellaron con la indiferencia que mostraban los
“halcones” de las Fuerzas Armadas trasandinas. Entre marzo y octubre,
tanto la FLOMAR como los cuerpos del Ejército y brigadas aéreas no
cesaron de ejercitarse y de hacer aflorar demostraciones de su poderío.

Paralelamente, el hostigamiento hacia los chilenos se dejaba sentir con


fuerza. En especial fueron víctimas de esta actitud los cientos de
camioneros que a diario transportaban mercancías de uno a otro lado de la
frontera. En mayo, funcionarios de la aduana trasandina comenzaron a
exigirles un pago de 1000 dólares para ser “protegidos” por escoltas en sus
trayectos por territorio argentino. El mismo mes, el Gobierno decidió la
implantación de una serie de trabas y reglamentaciones a la importación
del té283 y en junio, de manera unilateral, Argentina decidió terminar con la
venta de repuestos para los ferrocarriles chilenos. El argumento utilizado
fue que eran “productos estratégicos”. Ello significó buscar el
abastecimiento en países tan distantes como Japón e Italia.284

No faltaron tampoco las declaraciones altisonantes y las amenazas, ya


veladas, ya explícitas. Un ejemplo lo dio el entonces ministro de Defensa,
brigadier mayor José María Klix, quien, con motivo de la celebración en
junio del Día de la Reafirmación de la Soberanía Nacional, amenazó con
tomar posesión definitiva de los territorios en disputa en el Beagle. En la
ceremonia, realizada en Comodoro Rivadavia, señaló que “el Gobierno
tomará las acciones pertinentes para reintegrar al país las islas del canal

92
Beagle, así como las Malvinas”.285 Los dichos de Klix merecieron el
rechazo inmediato por parte de la Cancillería chilena.286

A mediados de agosto, la totalidad de la FLOMAR zarpó desde Puerto


Belgrano al sur para continuar sus ejercicios. El almirante Massera no
perdió oportunidad para arengar a sus tropas y proclamó que la Argentina
no estaba dispuesta a “que terceros juzguen y decidan sobre lo que es
nuestro”.287

La creciente animadversión hacia Chile se manifestó en ámbitos hasta ese


entonces impensables. En septiembre, un avión de Lan Chile se vio
forzado a aterrizar en Río Gallegos, pero las autoridades aeronáuticas le
negaron la ayuda solicitada, combustible incluido, viéndose obligado a
despegar en malas condiciones mecánicas.288 Ese mismo mes, en las
localidades argentinas comenzaron a ser frecuentes las prácticas de
oscurecimiento, lo cual no hacía más que aumentar la paranoia entre la
población civil.

Septiembre también fue el mes en que se produjeron importantes cambios


en la conducción militar de Argentina. En efecto, el almirante Massera
dejó la comandancia en jefe de la Armada, retiro que había sido motivo de
discusión y negociaciones en los círculos gobernantes. Detrás de la idea
estaba el propio Massera, quien propugnaba la tesis del “cuarto hombre”.
Lo cierto es que prácticamente desde los inicios del Gobierno militar había
una soterrada pugna por el poder entre las ramas castrenses y sus máximos
representantes. Ella se expresaba en la discusión que se venía dando al
interior de la Junta militar, en cuanto a la necesidad de que la Presidencia
del país fuera ejercida por un militar retirado y no por uno de los
comandantes en jefe “activos”, quien debería estar sometido a las
decisiones de la primera. Así lo señalaba también el Estatuto para la
Reorganización Nacional”.

La designación de este “cuarto hombre” como primer mandatario debía


hacerse no más allá del 24 de marzo de 1979, fecha en que debían
reglamentariamente pasar a retiro los comandantes en jefes de las tres
ramas. 289 Y para allá había presionado persistentemente Massera, quien
siempre había aspirado a ocupar la Casa Rosada. Finalmente, en febrero de
1978, Videla cedió a las presiones del almirante, pero puso una condición:
que el retiro del marino se produjera en agosto de ese mismo año, la
misma fecha en que el jefe del Ejército pensaba pedir su propio retiro.290

93
Así, Videla dejó la Comandancia en Jefe del Ejército el 1 de agosto,
permaneciendo como presidente de la República.291 Fue reemplazado por
el general Roberto Viola.292 La entrega del mando en la Armada se produjo
poco después, el 15 de septiembre, asumiendo en reemplazo de Massera el
almirante Armando Lambruschini, quien pasó de inmediato a integrar la
Junta militar.293 A su vez, el vicealmirante Antonio Vañek fue el nuevo
jefe del Estado Mayor General de la Armada, mientras que el
vicealmirante Julio Torti se hizo cargo del Comando de Operaciones
Navales, es decir, la FLOMAR.294

Las intenciones de Massera de llegar a ser el “cuarto hombre” no pasaron


desapercibidas para la opinión pública trasandina. Incluso se supo de una
intensa campaña en el exterior montada por el almirante, con el objeto de
mostrarse como un militar aperturista. Ella incluso comprendió contactos
con enemigos declarados de la Junta militar como lo fueron sus encuentros
en Europa con representantes de los Montoneros295 —la guerrilla
izquierdista del peronismo— y con diplomáticos estadounidenses de la era
Carter.

Su retiro de la Armada no impidió que siguiera manejando los hilos de la


institución. A su oficina eran frecuentemente citados almirantes y
comandantes con el objeto de darles las instrucciones del día. Esta
situación se prolongó al menos durante seis meses, pasando en más de una
ocasión por encima de su sucesor.296 Así, su retiro no implicó un cambio
mayor en las “duras” posiciones de la Armada argentina frente a Chile.297

Al despedirse de la FLOMAR, Massera señaló: “La patria necesita de sus


hijos hoy más que nunca, porque la ambición ajena intenta mutilarla. Sólo
la cordura puede hallar soluciones, y la cordura comienza cuando no se
exige aquello a lo que no se tiene derecho. La Armada, junto con todo el
país sabrá cumplir su rol en este caso y como siempre”.298

Poco tiempo después de producido el relevo, Lambruschini hizo su


primera inspección a la Flota de Mar argentina, al Área Naval Austral, con
sede en Ushuaia, a la Infantería de Marina —Fuerza N° 1 de Río Grande—
y el Batallón de Infantería de Marina N° 5.299

Mientras tanto, los sectores más lúcidos de la sociedad argentina, en


particular sus intelectuales, mostraban una creciente preocupación por el
rumbo incierto que tomaban las relaciones con Chile. Ese mismo mes de
septiembre, la opinión pública siguió una polémica que se desató entre el

94
periodista del diario La Prensa, Manfred Schönfeld y el prestigioso poeta
y novelista Jorge Luis Borges.

Borges había estado durante el mes de agosto de visita en Santiago,


ocasión en la que calificó la posibilidad de una guerra entre Chile y
Argentina como una “insensatez” y un “crimen”, además de sostener que
el problema del Beagle ya había sido decidido. Como era de esperar, estos
comentarios causaron un gran revuelo en Buenos Aires. Schönfeld le
respondió con un duro artículo, en el que le recordaba al escritor la frase
“right or wrong, my country” (“tenga o no razón, es mi país”). Más
adelante, cuestionaba la oposición de Borges a la guerra pues lo conducía
“hacia actitudes opuestas al sentir colectivo de su país y el de sus
compatriotas”.300 El periodista hacía todo un análisis de la obra del
escritor, a través del cual intentaba demostrar que nunca había sido
contrario a la guerra, sino que incluso “glorificaba el espíritu guerrero”.
Terminaba su artículo preguntando: “Si algún día, en un punto de alguna
frontera, que preferimos no precisar, un soldado argentino que quizás no
haya leído el ‘Poema conjetural’301 sintiese un ‘intimo bayonetazo’ en su
garganta, dirá Jorge Luis Borges que la guerra es un crimen, o dirá que ese
soldado se ha encontrado, por fin, con ‘su destino americano’?”.302

La respuesta de Borges no se dejó esperar y en un artículo de prensa señaló


que si la frase “right or wrong, my country” tuviera validez, “ambos
bandos tendrían razón en cualquier guerra”. Luego agregaba en alusión a
la condición de judío de Schönfeld que “en el caso de la Guerra de los Seis
Días, por ejemplo, creo que los israelíes tenían razón de defender a su país,
no así los egipcios y los árabes, que fueron arrastrados a la batalla por la
radiotelefonía y los demagogos. En lo que se refiere a la Guerra de la
Independencia, en la que fuimos compañeros de armas chilenos y
argentinos, entiendo que no hay motivo alguno para avergonzarnos de las
jornadas de Chacabuco y de Maipú. Yo afirmé que la guerra que nos
amenaza sería una insensatez y un crimen, no que todas las guerras lo
sean. Creo que el señor Schönfeld nos calumnia cuando supone que ‘el
sentir colectivo de nuestro país’ anhela una guerra. Ésta constituiría doble
suicidio, que sólo sería saludado con entusiasmo por el enemigo común”.
Y finalizaba diciendo: “Precisamente si me opongo a una guerra es para
salvar a ese joven argentino o chileno (los hombres no se miden con
mapas) de la bayoneta que el señor Schönfeld agrega a su considerable
panoplia”.303

95
Almirante Raúl López Silva con el canciller chileno Hernán Cubillos

96
(1978)

97
TERCERA PARTE
VIGILIA DE ARMAS

98
Cambios en Chile

Cuando el 20 de octubre de 1978 Merino emitió la orden de suspender la


Operación Unitas, los esfuerzos por encontrar un arreglo diplomático al
conflicto del Beagle estaban entrando en una fase crítica. Atrás quedaban
las reuniones que habían sostenido las comisiones mixtas después de la
firma del Acta de Puerto Montt. La primera de ellas —denominada Comix
1— había logrado en parte ponerle paños fríos al clima prebélico que se
vivía en Argentina, pero las conversaciones en la segunda Comisión Mixta
—cuyo funcionamiento se inició el 2 de mayo de 1978— no arribaban a
ningún puerto. Encabezada por el diplomático Francisco Orrego Vicuña,
por el lado chileno, y por el general Ricardo Etcheberry Boneo, por el
trasandino, estaban entrampadas en el tema de la delimitación de las
jurisdicciones marítimas y el establecimiento de las llamadas “líneas de
base recta”.

Durante los meses anteriores, la diplomacia chilena había enfrentado


profundas transformaciones, las que modificaron la estrategia seguida por
la Cancillería. El cambio más importante fue la llegada, el 14 de abril de
1978, de Hernán Cubillos304 —ex marino y destacado empresario— como
nuevo ministro de Relaciones Exteriores, reemplazando en el cargo al
almirante Patricio Carvajal.

De inmediato, Cubillos inició una serie de reformas estructurales dentro de


la Cancillería. Sabiendo lo difícil que sería destrabar la relación con
Argentina, se dejó asesorar por una serie de diplomáticos “de carrera”,
prescindiendo de las ideas políticas que éstos pudieran sustentar. A esta
instancia se le denominó “Consejo Asesor del Ministro”,305 que permitió la
participación en las negociaciones de destacados juristas como Enrique
Bernstein y Santiago Benadava, cuya cercanía a la oposición al gobierno
del general Pinochet era conocida.306

El consejo se completaba con los nombres de Helmut Brunner, Carlos


Valenzuela, Pedro Daza, Francisco Orrego, Patricio Pozo, Patricio Prieto y
Julio Philippi. De este último algunos militares no tenían buena opinión y
en ocasiones se hacían comentarios sobre sus “duras” posturas: “Este señor
nos va a llevar a la guerra”.307

El grupo sesionaba de manera permanente. Según ha recordado Santiago


Benadava, Cubillos logró inspirar un particular estilo de liderazgo a sus

99
miembros, aún en los momentos más críticos. Así, durante las reuniones,
el canciller no perdía la serenidad, al tiempo que mostraba ser un hombre
resuelto cuando la ocasión lo ameritaba. A los presentes les inspiraba
tranquilidad y confianza. Una de las pocas cosas que lo impacientaban
eran “las intervenciones largas y las frases verbosas”. Cuando pedía una
opinión, exigía respuestas breves y claras. Sus intervenciones eran “lúcidas
y coherentes” y sus instrucciones “precisas”, al tiempo de ser cortés y
extremadamente franco. Pero sabía ser “duro”, cuando el caso lo
requería.308

El colaborador más cercano al nuevo canciller fue el director de


Planificación de la Cancillería, coronel Ernesto Videla Cifuentes, quien se
hizo cargo de la coordinación del Consejo Asesor. Entre sus funciones
debía mantener informados a los Estados Mayores de las Fuerzas
Armadas, y a las embajadas chilenas en el extranjero sobre el rumbo que
adoptaban las negociaciones.

Cubillos sabía que tenía una ardua tarea por delante. Tres eran los
obstáculos que, a su juicio, complicaban llegar a una solución pacífica en
el diferendo austral. El primero radicaba en la lejanía de las posturas
asumidas por ambos países. Mientras Chile sólo estaba dispuesto a discutir
sobre la delimitación de las aguas en la zona en conflicto, Argentina
insistía en su pretensión de negociar la soberanía y posesión de las islas
ubicadas al sur del canal Beagle. No hay que olvidar, recuerda el propio
Cubillos, “que el laudo tenía por misión definir el curso del canal Beagle y
no otras cosas”.309

La segunda valla era interna. Tenía que superar la desconfianza que —en
el seno del propio Gobierno y en especial de Pinochet— existía hacia el
personal de carrera del Ministerio. Entre los círculos castrenses
preocupaba especialmente el hecho de que algunos miembros de la
Cancillería estuvieran “fichados” por no ser adictos al régimen. De hecho,
al momento de asumir el cargo, Cubillos recibió la visita de una “persona
distinguida”, la cual le llevó una lista de 220 diplomáticos “que tenían que
salir, porque eran ideológicamente peligrosos. Fue un continuo tira y
afloja, hasta que al fin los militares aprendieron a trabajar con la
Cancillería”.310

La actitud negativa hacia los “empolvados” generaba muchas dificultades.


Traía aparejada —de partida— la ilusión de que era posible obtener
mejores resultados por el expediente de la “diplomacia de las vías

100
paralelas”. La “negociación directa” entre militares había sacado el
conflicto del terreno jurídico, llevando a Chile a cometer errores que lo
introducían en una peligrosa área gris, como fue la cumbre en Mendoza.

Cubillos creía que esa forma de encarar el asunto era a todas luces errónea
y procuró reconducir el proceso hacia su cauce natural: el diplomático y
eminentemente jurídico. Afortunadamente, el propio presidente Pinochet
pronto reconoció la inutilidad de tratar de buscar un entendimiento directo
entre militares. Ya en Puerto Montt, durante la cumbre con su par
trasandino, buscó enderezar las cosas. Prueba de ello es que —como vimos
— en su alocución de cierre volvió a la línea jurídica y dejó en claro que el
“laudo no estaba en discusión”. El discurso se lo habían preparado Julio
Philippi y Brunner.311

El tercer obstáculo aparecía como insalvable: su interlocutor, el Gobierno


argentino. Todo indicaba que el presidente Videla no tenía poder de
decisión alguno y parecía estar constantemente sometido al diktat de la
Junta militar. Y más grave aún, el canciller chileno pronto se dio cuenta de
que en el seno de las Fuerzas Armadas argentinas había un sector muy
influyente que sí quería la guerra.312 En una comida en la casa del general
Forestier, uno de los invitados, el general argentino Carlos Suárez Mason
—con unos whiskys de más— le señaló: “Ministro, usted está peleando
por tratar de conseguir la paz. Pero está totalmente perdido y equivocado.
Usted no ha querido entender que los argentinos vamos a ir a la guerra de
todas maneras, porque el Ejército necesita pelear una guerra limpia”.313

Otra gran preocupación de Cubillos era el evidente deterioro que


presentaban las relaciones con los vecinos del norte. El canciller sabía que,
lo más probable, era que una guerra con Argentina desembocaría en el
escenario más exigente: la temida hipótesis vecinal 3. Este diagnóstico
explicaba por qué algunos uniformados creyeran que lo más adecuado era
ceder ante Argentina, para ganar tiempo y estar mejor preparados para
combatir en el norte. Cubillos también tuvo que encarar ese problema.

Así, en una de las primeras reuniones del Consejo Superior de Seguridad


Nacional (Consusena) en la que le tocó participar como ministro y donde
asistieron el presidente Pinochet, otros miembros del gabinete, los
integrantes de la Junta y los jefes de los Estados Mayores, uno de los
generales propuso llegar a un rápido arreglo con Argentina, o que al menos
se les diera más tiempo para completar el alistamiento. “Por lo menos
negocie una letra como si fuera de 30 días. Ahora, mucho mejor sería una

101
a 90 días porque, entienda, no estamos preparados”.

Cubillos recuerda que en esa postura estaban el Ejército y la Fuerza Aérea.


Menciona también que en una reunión sostenida con altos oficiales de la
Fach, un general le hizo ver que los civiles “teorizaban” sobre la guerra,
sin darse cuenta de que para enfrentarla se necesitaban medios y que, por
tanto, había que negociar: “Ministro —le dijo uno de ellos—, usted con su
intransigencia nos va a llevar a la guerra. Y nosotros no estamos
preparados. Ceda y así se nos acaba el problema”. Años más tarde, el
canciller comentaría: “Ésa era la actitud de uno de los miembros del
Estado Mayor de la Fach, a quien le hice la cruz en ese mismo momento.
Eso demuestra un poco hasta qué punto habían llegado las negociaciones
paralelas”.314

Distinta era, sin embargo, la posición que manifestaba la Armada, con


Merino a la cabeza, pese a que se encontraban en las mismas condiciones
que las otras dos ramas. Ellos confiaban en su capacidad. “En realidad, me
empujaban a ser duro, porque estaban convencidos de que le ganaban a los
argentinos, cosa que yo también creo que hubieran hecho. Pero lo que les
costó mucho entender —incluso a Merino, por lo menos de la boca para
afuera—, era que si teníamos guerra con Argentina ésta no se iba a limitar
a las islas; iba a ser una guerra con Perú y Bolivia”.315

Vencida la desconfianza de Pinochet por los “empolvados”, Cubillos y el


presidente comenzaron a reunirse periódicamente para analizar la
situación.316 En las citas, el general siempre mantuvo una gran serenidad y
confianza de que el conflicto limítrofe terminaría por resolverse de manera
pacífica. Él, más que nadie, sabía los costos que una guerra podría implicar
para ambos países. “Sería una degollina”, le comentó en una ocasión a
Santiago Benadava.317 En otra oportunidad comentó que “sólo los militares
saben lo que es verdaderamente una guerra y por ello son los menos
propensos a hacerla”.318

Pero eso no obstaba para que en la mente de Pinochet también estuvieran


claras las medidas militares que tendrían que ser adoptadas. El general era
un convencido de que la victoria —porque creía que, pese a todo,
ganaríamos— en un enfrentamiento bélico con Argentina dependería, de
manera fundamental, de la capacidad de combate que mostraran las tropas
terrestres. En más de una ocasión, Cubillos conversó sobre el punto con el
comandante en jefe del Ejército. Éste le transmitía su decidida confianza
en la Infantería chilena. Más aún cuando la experiencia mostraba que

102
países como Chile, por más que se esforzaran por dotarse de sistemas de
armas de última tecnología, nunca estarían en condiciones de asegurar un
flujo adecuado de suministros. “Al final, siempre se termina en una guerra
de Infantería. No se gana una guerra sin ocupar el territorio del otro, y eso
se hace con infantes”, era la reflexión de Pinochet.

Ante la imposibilidad de obtener armamento sofisticado, su principal


preocupación “fue la de abastecer a su Ejército para una guerra de
Infantería, concentrándose fundamentalmente en Famae y ordenando la
fabricación de fusiles. Además, volvió a incluir el ‘corvo’ en el
equipamiento de los infantes. El ‘corvo’, usado en la Guerra del Pacífico,
arma cuyo uso todavía infunde temor. Su idea era que habría —en caso
dado— una campaña larga de Infantería”. También, recuerda Cubillos,
“comenzamos a infiltrar a los chilenos que estaban en la Patagonia, donde
se calculaba que había unos 500 mil. En verdad, los argentinos no estaban
tan seguros, porque conocían la capacidad del Ejército chileno, que no
había perdido nunca una guerra. Eran cuerpos armados muy distintos: el
nuestro, un Ejército muy profesional; el de ellos, muy poco profesional.
Los argentinos, creo yo, le tenían miedo a eso”.319

Junto con el cambio de canciller, en mayo de 1978 también hubo relevo en


la embajada de Chile en Buenos Aires. Salió René Rojas Galdames y
asumió Sergio Onofre Jarpa, quien hasta ese momento encabezaba la
representación chilena en Colombia. Al ser convocado por Pinochet, Jarpa
recibió dos precisas instrucciones: “Primero, evitar la guerra. Segundo, por
ningún motivo ceder soberanía”.320

En Buenos Aires, Jarpa fue citado en más de una oportunidad al despacho


del canciller Oscar Montes, para dar explicaciones sobre algunos
incidentes que afectaban las relaciones. Uno de ellos involucró a
funcionarios chilenos que fueron detenidos, acusados de espionaje.
Cubillos recordaría que en un episodio, personal del Banco del Estado y de
LAN estuvo implicado en los hechos, a los cuales se les encontraron
documentos incriminatorios.321

Durante esos tensos meses de 1978, Jarpa conoció y trató frecuentemente a


varias de las figuras de mayor poder e influencia dentro de las Fuerzas
Armadas y del Gobierno trasandinos. Uno de los que se convirtió en
asiduo visitante de la embajada chilena fue el general Suárez Mason, quien
solía quedarse hasta altas horas de la madrugada conversando en torno al
conflicto. Su interés era “instruir” a Jarpa sobre qué era lo que tenía que

103
hacer Chile para resolver el litigio. “Ustedes tienen tantas islas. Qué les
cuesta ceder un islote para marcar el límite”, le dijo una vez.322

Otro de los interlocutores del embajador chileno fue Massera, que en más
de una ocasión trató de convencerlo de que se había creado una “leyenda
negra” sobre su persona y su actitud hacia Chile, y que estaban
completamente equivocados quienes lo presentaban como un firme
partidario de la guerra. Sus contactos incluyeron además al general
Roberto Viola. En un encuentro, en tono de broma, el uniformado le dijo a
Jarpa que parecía candidato en campaña, por sus frecuentes “giras” por
territorio argentino. La respuesta del diplomático fue que andaba
“proponiendo la paz, en vez de la guerra”.323

Tampoco le faltaron oportunidades para conversar con Videla, al que


recuerda como un hombre “caballeroso, siempre muy atento”. En una
ocasión —invitado a tomarse un “mate cocido”—, Videla le señaló que
Argentina necesitaba colocar un hito en la isla Nueva para marcar la
frontera. De inmediato, Jarpa le respondió con voz firme que las islas eran
chilenas, así “como también la proyección marítima” correspondiente.
Nada más escuchar estas palabras, Videla se enfureció y le espetó: “El
error nuestro ha sido no poner 50 mil hombres al otro lado de la cordillera
y entonces negociar”. Conocido por no amilanarse en este tipo de
situaciones, Jarpa se puso de pie y lo desafió: “Hagan la prueba. No se
anden con amenazas. Ignoro cómo van a abastecer a esas tropas cuando
llegue el invierno, si es que logran pasar. Tal vez no necesiten hacerlo,
porque a esas alturas tendrán 50 mil muertos”. La vehemencia del ex
senador, quien quiso dar por terminada la conversación, serenó al
gobernante, adoptando en adelante una posición más conciliadora durante
el encuentro.324

Jarpa estaba siendo un testigo privilegiado de los actos de


amedrentamiento que realizaban los argentinos en contra de Chile. Él
mismo comenta en sus memorias que “muchas de esas acciones fueron
espectaculares, pero no reales. Mandaron tropas al sur, las mujeres
llorando en la estación, pero se fueron sin uniformes de invierno y poco
abastecimiento”. En una ocasión, un estanciero le comentó que el Ejército
argentino tenía ocupada su casa y que las condiciones de equipamiento que
presentaban los uniformados eran de las peores, por lo que tenían que
pedir prestadas frazadas para abrigarse y corderos para alimentarse.325

Mientras tanto, la propaganda diaria a favor de un enfrentamiento con

104
Chile era feroz. Cubillos recordaría sobre el punto que “a diferencia
nuestra —y eso fue planificado—, los argentinos se embarcaron en una
campaña a favor de la guerra que levantó a la población. El efecto que eso
tuvo fue, en el fondo, limitarle la capacidad de acción a su propio
Gobierno, porque habían entusiasmado tanto al pueblo, que después no
estaban en posición de ceder”.326

Era tal el ambiente prebélico que cada palabra de Pinochet o de cualquier


miembro de la Junta de Gobierno solía ser mal interpretada. Ello obligaba
a Jarpa a tener que explicar constantemente el sentido de esos dichos. Un
ejemplo de ello se vivió cuando, en julio, el presidente chileno con ocasión
de la visita inspectiva que realizó a la Escuadra cuando se ejercitaba en las
costas de la IV Región, señaló “que hay países que pretenden atentar
contra nuestra soberanía”, advirtiendo a continuación que “Chile defenderá
su integridad territorial cueste lo que cueste”. Merino —quien obviamente
se encontraba presente— reforzó la idea al afirmar a su vez que la
Escuadra estaba lista “para actuar en defensa de los intereses del país”.327

En la prensa trasandina, las palabras de Pinochet causaron revuelo. Jarpa


tuvo que salir a responder las notas y artículos publicados, explicando que
el mandatario no había dirigido afirmación alguna en contra de Argentina
y que el blanco de sus dichos eran las “grandes potencias”, las que estaban
realizando “presiones” sobre los “países en desarrollo”, aludiendo con ello
a la política seguida por Estados Unidos en materia de derechos
humanos.328

Cubillos estaba consciente de que una guerrilla de declaraciones traería


efectos indeseados para la postura chilena, por lo que aconsejó no caer en
el juego: “Pinochet nos hizo caso y nosotros tratamos el tema con una
frialdad casi completa”.329

La salida de Leigh

Al igual que en Argentina, donde el cambio de comandantes en jefe tanto


del Ejército como de la Armada no varió sustantivamente la posición de la
Junta militar con respecto al conflicto, en Chile, la salida del general
Gustavo Leigh de la Comandancia en Jefe de la Fuerza Aérea y de la Junta
de Gobierno tampoco provocó alteraciones mayores. Un mes antes que en
el país trasandino —allá fue en agosto, acá en julio— la soterrada pugna
por el poder que mantenían el general Pinochet y el general Leigh llegó a
un punto sin retorno.330

105
Lo cierto es que desde prácticamente el 11 de septiembre, Leigh había
estado cuestionando, a través de diversos actos y gestos, la permanencia de
Pinochet en la Junta. Su postura era apoyada por buena parte del
generalato de la Fach. A medida que pasaba el tiempo, la situación se fue
haciendo insostenible e, incluso, no faltaron las conspiraciones. Sin
embargo, la intentona contra Pinochet —que debía llevarse a cabo el 1 de
mayo de 1978—, fracasó cuando los propios aviadores se dieron cuenta de
que el asunto podía escapárseles de las manos.331

El desenlace del duelo entre ambos generales comenzó a gestarse con una
entrevista que el entonces comandante en jefe de la Fach otorgó al
periódico italiano Il Corriere della Sera, publicada el 18 de julio. En ella,
Leigh planteó la necesidad de adoptar un itinerario —de máximo cinco
años— que llevara a una plena normalización de la vida política en Chile.
Pidió que se dictara un estatuto para el funcionamiento de los partidos, que
se restauraran los registros electorales, que se promulgara una nueva ley
electoral y que se preparara una nueva Constitución.

En esa oportunidad también fue consultado sobre el curso de la


investigación en Estados Unidos del asesinato del ex ministro de Salvador
Allende, Orlando Letelier. Sobre el punto, Leigh manifestó que no creía
que el Gobierno chileno hubiese estado involucrado en el hecho, para
posteriormente agregar que si se llegaba a comprobar lo contrario, tendría
que replantearse su permanencia en la Junta de Gobierno. La imagen de
Chile, señaló, sólo mejoraría si se normalizaba la situación en el país, pues
ya no se podían seguir negando espacios de libertad.332 Si estos dichos ya
eran complicados, más aún lo fueron sus palabras finales:
“Desgraciadamente, para todo esto no hay comprensión en la autoridad,
que debería comprenderlo mejor que nadie”. La frase, obviamente,
apuntaba al presidente Pinochet.333

Apenas apareció publicada en Italia, la prensa en Santiago dio cuenta del


contenido de la entrevista provocando las iras de Pinochet. El almirante
Merino vio la gravedad del asunto y decidió visitar a Leigh. En la cita,
para evitar el quiebre de la Junta, trató de convencerlo de la necesidad de
que desautorizara sus dichos. Sin embargo, el general no dio su brazo a
torcer.334

Por supuesto, el almirante no fue el único en reaccionar. Los ministros del


gabinete también hicieron lo propio. Encabezados por el titular de Interior,
Sergio Fernández, y el de Hacienda, Sergio de Castro, sostuvieron una

106
reunión durante la tarde del 19 de julio, en el edificio Diego Portales. En la
ocasión, aprobaron una dura carta dirigida al general Leigh,
representándole lo inconveniente de sus declaraciones.335

La misiva no fue suscrita por el general Fernando Matthei, quien por


entonces se desempeñaba como ministro de Salud. Esa mañana —según
relata en sus memorias— se encontraba en el Diego Portales, cuando
Fernández se le acercó y le dijo: “Mira, Fernando, los ministros vamos a
redactar una carta al general Leigh para ponerlo en su lugar. Todos vamos
a firmarla, pero a ti, general de la Fuerza Aérea, no podemos ponerte en
una situación imposible. ¿Qué te parece que no podamos encontrarte?”.336

De ahí en adelante los hechos se desarrollaron con una rapidez fulminante.


Durante el fin de semana, Pinochet, Merino y Mendoza, director general
de Carabineros y también miembro de la Junta, se reunieron y le enviaron
un mensaje a Leigh, sugiriéndole que renunciara. Sin embargo, el jefe de
la Fach se negó. En ese minuto, su suerte en el Gobierno quedó sellada.

El día 24 de julio todas las instalaciones de la Fach amanecieron


custodiadas por efectivos del Ejército; pero Leigh llegó al Ministerio de
Defensa y subió al quinto piso con la intención de proponerle a Pinochet,
Merino y Mendoza que la Junta se declarara en sesión permanente. Sin
embargo, sus pares lo esperaban con un decreto de destitución de todos sus
cargos, disposición que él mismo debía firmar. La cita fue más que tensa y
hubo un duro intercambio de palabras entre Pinochet y Leigh, hasta que
este último abandonó indignado el salón.337 De inmediato, se procedió a
nombrar al general Fernando Matthei en su reemplazo, lo cual implicaba la
salida de los ocho generales que le precedían en antigüedad. Apenas
nombrado, Matthei se dedicó a preparar la institución para el conflicto que
venía. “Decidí que daríamos la pelea utilizando todo lo que pudiera volar.
Hasta el último avión civil y la última avioneta”.338

Gestiones ante el Vaticano

A medida que las negociaciones diplomáticas entre Chile y Argentina se


empantanaban, entró en escena un actor, que a la larga resultaría vital para
resolver el litigio del Beagle: la Iglesia católica. De manera sigilosa y fiel a
su estilo, tanto en Buenos Aires como en Santiago, las cabezas de los
respectivos arzobispados y las nunciaturas locales comenzaron a mover
sus hilos. Lo cierto es que la curia estaba preocupada desde hacía tiempo
por las graves consecuencias que un conflicto bélico acarrearía para ambas

107
naciones. Existía conciencia de que algo debía hacerse.

En el correr de 1978, los obispos habían activado sus contactos en el


Vaticano, para que el prestigio e influencia moral del papa —en ese
entonces, Pablo VI— sirviera como un firme apoyo en la resolución
pacífica del diferendo. Por su parte, Cubillos creía que la Santa Sede
podría ejercer esa influencia dado el carácter de católicos de ambos países.

Pero la tarea no era fácil. El canciller conocía la desconfianza de Pinochet


hacia el cardenal Raúl Silva Henríquez, provocada por el apoyo de la
Iglesia a los denunciantes de violaciones a los derechos humanos, y los
círculos militares no vieron con buenos ojos el acercamiento del ministro a
ésta. “Las cosas estaban confundidas por las peleas que tenía la Iglesia
local y Pinochet y les costaba entender que la Santa Sede manejaba sus
relaciones con los gobiernos en forma independiente, de Estado a
Estado”.339

Con todo, se hizo un trabajo preparatorio muy cuidadoso, donde jugó un


importante rol Angelo Sodano, recién nombrado nuncio en Santiago y que
estuvo dispuesto a cooperar. Si bien nadie pensaba aún en que Pablo VI
pudiera convertirse en mediador, Sodano arregló una entrevista privada y
secreta entre Cubillos y el papa, a fin de explicarle la gravedad de la
situación. Las gestiones se vieron reforzadas por la inmejorable red de
contactos que tenía el embajador de Chile en la Santa Sede, Héctor Riesle,
quien llevaba varios años en esa función.340

Sin embargo, una semana antes del encuentro —el 6 de agosto de 1978—
el papa, que estaba muy delicado de salud, murió. La noticia cayó como un
balde de agua fría, pero Cubillos se las arregló para que la entrevista que
había acordado con Pablo VI se hiciera con el nuevo papa, Juan Pablo I.
Sodano inició las gestiones y el canciller viajó a Roma el 10 de agosto,
presidiendo la delegación chilena a la ceremonia de entronización.

Para ese entonces, Cubillos había logrado una cierta cercanía con el
secretario de Estado del Vaticano, cardenal Agostino Casaroli —su
contraparte— quien, al tanto de la problemática situación que se vivía
entre Chile y Argentina, mostró su mejor disposición para programarle un
encuentro con Juan Pablo I. Ésta tuvo lugar al día siguiente, 11 de agosto.
Fue una de las pocas reuniones que ese papa pudo dar y la única que
oficialmente tuvo con un ministro de Relaciones Exteriores. El resultado
fue muy positivo ya que el pontífice envió un comunicado a las

108
conferencias episcopales de ambos países para que realizaran todos los
esfuerzos necesarios para evitar la guerra: “El documento es muy bonito y
uno de los pocos textos que alcanzó a redactar”.341

En ese viaje, Cubillos tuvo también la posibilidad de conversar con Videla,


quien había asistido a la ceremonia en representación de Argentina. El
diálogo se produjo en un cóctel que —por primera vez en la historia— se
realizaba en la Capilla Sixtina. Con un whisky en la mano, departieron
amigablemente, aunque ahí el canciller chileno se dio cuenta de que
negociar con Videla no generaría mayores avances. En verdad, recuerda,
“si bien yo no era Pinochet, yo sentía toda la autoridad de él atrás. Pero
Videla no mandaba para nada, estaba controlado por la Junta, por el
Consejo General, por las cúpulas militares. Su poder de decisión era casi
nulo”.342

Paralelamente, preocupado por el recrudecimiento del clima prebélico


entre Chile y Argentina, el cardenal Silva Henríquez decidió intervenir. La
ocasión se le presentó el 3 de septiembre en Roma, cuando viajó a la
ceremonia de “prestación de obediencia” de la curia ante Juan Pablo I. De
manera sorpresiva, cuando a Silva Henríquez le tocó el turno de
arrodillarse y besar el anillo del nuevo pontífice, le “robó” unos minutos
para ponerlo al tanto del peligro inminente de una guerra entre ambos
países. El papa no sólo prestó oídos a lo que le estaban relatando, sino que
también le pidió al cardenal más antecedentes de lo que estaba sucediendo.

Días más tarde, el 11 de septiembre, los comités permanentes de los


episcopados de Chile y Argentina se reunieron en Mendoza. Durante el
cónclave, se redactó un comunicado conjunto haciendo ver la
preocupación por el conflicto. En el texto, los obispos pedían el cese de la
carrera armamentista y que se privilegiara el diálogo y la comprensión,
para resguardar la soberanía de las dos naciones.343 Con todo, fueron
necesarios cuatro borradores antes de que se le diera el visto bueno a la
declaración. La opinión pública pudo conocerla el 13 y los párrocos a los
dos lados de la cordillera fueron instruidos para que realizaran actos en
favor de la paz.

Esta ofensiva de las Iglesias locales se vio reforzada el 20 de septiembre,


cuando se conoció la misiva enviada por Juan Pablo I a las respectivas
Conferencias Episcopales. En la carta, el pontífice exhortaba al clero a
realizar “obra de pacificación” para evitar un conflicto. Se trataba, como
vimos, de una consecuencia directa del encuentro entre Cubillos y Juan

109
Pablo I, así como de las gestiones personales de Silva Henríquez.

No obstante, sorpresivamente, el 29 de septiembre falleció el recién


asumido papa. Cubillos se enteró mientras cumplía una misión en China.
Llamó de inmediato a Riesle para conocer los detalles, pues las
autoridades de Beijing no colaboraban demasiado, aduciendo que ese tipo
de noticias no tenían, para ellos, mayor interés. El canciller entendía la
importancia de retomar el contacto apenas fuese posible con el nuevo
pontífice y pensaba en ello cuando un télex enviado de Santiago le advirtió
el inminente fracaso de las negociaciones en la Comisión Mixta.344

A los pocos días y a miles de kilómetros de distancia, salía humo blanco


en el Vaticano. Había sido elegido el cardenal polaco Karol Wojtyla como
nuevo papa de la Iglesia católica, con el nombre de Juan Pablo II. Apenas
supo del nombramiento, desde su hotel en la capital china, Cubillos trató
de comunicarse con el cardenal Casaroli, para conseguir una entrevista con
su santidad.

La relación entre ambos era muy buena. Tanto así que al saber Casaroli
que estaba en China le pidió un par de favores: que visitara a un obispo
que se encontraba enfermo y del cual se tenían pocas noticias y que
averiguara en qué iba el estatuto sobre libertad de culto en la nueva
Constitución, que por ese entonces se estaba elaborando. Le indicó que
anotara la respuesta palabra por palabra, ya que en la diplomacia de ese
país todo término cuenta. Al entrevistarse con el primer ministro Deng
Xiaoping, Cubillos le preguntó sobre el asunto y la respuestas que recibió
fue escueta: “En nuestra nueva Constitución habrá libertad para creer y
libertad para no creer”.345 Mientras tanto, Casaroli le había fijado la fecha
de la entrevista con el papa para el 30 de octubre de 1978.

Paralelamente, la coordinación entre las Iglesias de Chile y Argentina se


acentuó. El 19 de octubre los cardenales Raúl Silva Henríquez, Raúl
Primatesta y Juan Carlos Aramburu, de Argentina, le enviaron un
memorándum al papa Juan Pablo II, en el que le solicitaban que
intercediera ante las autoridades de ambos países.346 La apuesta por lograr
una participación activa del Vaticano comenzaba a mostrar sus frutos.

Despliegue de fuerzas al TOA

La noticia del inminente fracaso de la Comisión Mixta no sólo alertó al


canciller Cubillos. También encendió las alarmas en las Fuerzas Armadas

110
chilenas.

Había que reaccionar rápido y de la mejor forma posible para conducir un


conflicto que se veía cada vez más cercano.

Como era de esperar, el escenario más probable era que las hostilidades se
iniciaran en el extremo sur del país, por lo que los movimientos militares
se intensificaron especialmente en los cientos de kilómetros de frontera
con Argentina en la XII Región. Así, el Ejército inició el desplazamiento,
hacia Punta Arenas y la isla de Tierra del Fuego, de todos los blindados y
vehículos mecanizados que pudo asignar sin desguarnecer el norte.
También fueron almacenados en las instalaciones militares de la zona, el
armamento y equipamiento bélico que habrían de ocupar las tropas de
refuerzo que serían enviadas al Teatro de Operaciones Austral desde la
zona central.347

Todas estas acciones eran supervisadas directamente por el general Nilo


Floody, que en su calidad de jefe de la Región Militar Austral, respondía
de la implementación del Plan de Campaña del Teatro de Operaciones
Conjunto, recientemente actualizado para asegurar el “objetivo político-
estratégico de Chile en la región marítima austral”, es decir, “mantener la
integridad territorial ante una agresión argentina”.348

El plan de campaña de Floody consideraba la organización de la defensa


de todos los posibles frentes de combate. Hasta ese minuto, esa función
debía realizarse con las tropas asignadas permanentemente a la zona. Pero
a medida que las negociaciones no mostraban resultados y se hacía
evidente la proximidad de una guerra, fue necesario el envío de refuerzos
desde el norte y centro del país, lo cual permitió completar las dotaciones
de las unidades de artillería, Infantería, ingenieros y blindados de la V
División.349

El número de tropas involucradas constituía un serio desafío a las


capacidades de coordinación de los mandos del Ejército. Era necesario
contar con una planificación de relojería, que incluyera hasta el más
mínimo de los detalles. Había que elegir los lugares más adecuados para el
desembarco de los contingentes, las horas más convenientes para hacerlo,
satisfacer las necesidades de transporte, equipamiento y alimentación,
entre muchos otros aspectos. A ello se agregaba la exigencia prioritaria de
que todos estos desplazamientos se realizaran en el mayor de los sigilos y
bajo las más estrictas medidas de seguridad, por lo que la mayoría de las

111
veces fueron realizados de noche. Más de algún civil vio por esos días a
soldados durmiendo en la plaza de armas de Punta Arenas, agotados tras el
primer vuelo de su vida, mientras esperaban ser transportados a sus
posiciones definitivas.

No sólo el fracaso de las negociaciones aconsejaba adoptar estas medidas.


Las cada vez más belicosas y frecuentes declaraciones de los generales y
almirantes argentinos habían llevado a la región un clima de alta tensión.
Pero los trasandinos no sólo se quedaban en las palabras: Sus reales
intenciones eran reveladas por los informes de inteligencia que llegaban a
los despachos de los altos mandos de las Fuerzas Armadas chilenas, los
cuales no dejaban espacio a la duda. Así, durante octubre se detectó que al
otro lado de la cordillera habían comprado al menos 25 aviones de
combate, 17 tanques, que fueron ubicados en las cercanías de Bariloche, y
dos corbetas misileras. A ello se agregó la convocatoria de 500 mil
reservistas.350

Por esas fechas, los militares argentinos trataron de hacer un “frente


común” con Bolivia, lo cual agregaba mayores motivos de preocupación
para los mandos en Santiago y en Punta Arenas. El 12 de octubre se supo
que el III Cuerpo de Ejército argentino iniciaba “ejercicios conjuntos” con
la Fuerza Aérea en “solidaridad con los reclamos bolivianos”. Poco tiempo
después, el general Roberto Viola sostenía en Venezuela una entrevista
con el presidente de Bolivia, Juan Pereda, con la finalidad de darse “apoyo
mutuo en la defensa de sus soberanías”.351

No es de extrañar que, durante ese tenso mes de octubre, Floody recibiera


una escueta, pero firme instrucción de su superior directo, el comandante
en jefe del Ejército: “Ante agresión de fuerzas argentinas, defenderá
soberanía de su zona jurisdiccional, combatiendo hasta el último
hombre”.352Con la llegada de esta orden, Floody pasó de ser jefe de la
Región Militar Austral a jefe del Teatro de Operaciones Austral Conjunto,
lo que lo convirtió en la autoridad suprema, civil y militar, de esa zona.

Para cumplir su misión, el general Floody ordenó la construcción de


posiciones defensivas con el fin de proteger a toda costa Punta Arenas.
Estas defensas se levantaron en el área conocida como “cabeza de mar”,
ubicada a unos 56 kilómetros al norte de la ciudad y a unos 150 kilómetros
de la frontera con Argentina. La línea defensiva se extendía, por el oeste,
desde el seno Otway, hasta tocar las aguas del estrecho de Magallanes, por
el este.353 De acuerdo a sus instrucciones se creó un dispositivo en

112
profundidad, escalonando las posiciones de “erizo” que serían ocupadas
por los tiradores, aquellas que estaban destinadas a las armas automáticas
de mayor calibre y los lugares en donde se ubicaría la artillería y los
morteros. Se definieron las zonas “a batir”, esto es, aquellas que estarían
sujetas a un intenso fuego de artillería, con el objeto de lograr el máximo
efecto y poder destructor así como impedir la irrupción masiva de
vehículos blindados. En los pasos más probables se construyeron zanjas
antitanques y se sembraron campos minados.354

Paralelamente, se afinó una maniobra denominada “Escorpión”, que


consistía en ataques de contragolpe que debían lanzar las unidades
blindadas chilenas buscando el aniquilamiento de sus similares
argentinas.355 Se preveía que “Escorpión” sería un movimiento sumamente
violento destinado no sólo a destruir o capturar el material argentino, sino
a desmoronar la voluntad de combate de la fuerza invasora.

Junto a Punta Arenas, la otra zona crítica era Puerto Natales. Esta
condición se debía a su cercanía de la frontera —distante a no más de 15
kilómetros—, a la escasa profundidad del terreno, su proximidad al mar y
su aislamiento, distante como estaba —a más de 250 kilómetros— del
grueso de la V División. Ahí se montó un dispositivo defensivo semejante
al de Punta Arenas. Y para el caso de que los efectivos chilenos se vieran
superados numéricamente por los argentinos, el comandante recibió la
orden de continuar la lucha, mediante una guerra de guerrillas. Con ese fin
se escondieron diversos depósitos de armas y municiones.

Los análisis estratégicos indicaban que Porvenir y Tierra del Fuego no


serían un objetivo prioritario para los argentinos una vez que estallaran las
hostilidades. Aunque también se organizaron posiciones defensivas, las
unidades existentes en el área recibieron la orden de estar preparadas para
movilizarse a otros lugares y cumplir otras misiones.356

Así como el Ejército, la Fuerza Aérea también realizó intensos


preparativos con el fin de organizar la defensa aérea del Teatro de
Operaciones Austral. Esta tarea fue dirigida por el general Nelson
Sepúlveda y el coronel Leopoldo Porras.357 Para ello se acondicionaron los
aeródromos existentes en el área y se instalaron defensas antiaéreas —muy
débiles, por lo demás—. También se implementó un eficiente sistema de
comunicaciones y enlaces.358

Entre las misiones que les fueron encomendadas por el general Floody,

113
estaba la protección del aeropuerto Presidente Ibañez y las pistas de
aterrizaje existentes en Puerto Natales y Porvenir. En el primero, la Fach
construyó refugios subterráneos para los aviones de combate, los cuales
tenían salidas mimetizadas. Los hombres bajo el mando de Sepúlveda y
Porras también seleccionaron algunos tramos de la carretera de Puerto
Natales, con el objeto de usarlos como alternativas de despegue y
aterrizaje.359 Para suplir la falta de radares, para detectar tempranamente
irrupciones argentinas en el espacio aéreo chileno, se recurrió al ingenio,
enviando a posiciones adelantadas a suboficiales dotados de equipos de
comunicación que les permitieran informar cuando un avión argentino
cruzara la frontera.360

Lo cierto es que, para ese entonces, la FACH ya se había recuperado del


golpe que implicó la salida del general Leigh. Así, el nuevo comandante en
jefe, Fernando Matthei, pudo concentrarse en acelerar los preparativos de
la institución para enfrentar una emergencia de guerra. Por ejemplo, se
“reciclaron” los aviones dados de baja, adaptando sus ametralladoras como
cañones antiaéreos. Por esas fechas, Matthei tomó personalmente contacto
con el empresario Carlos Cardoen, quien en menos de 15 días diseñó una
bomba liviana que se podía dejar caer desde cualquier avión. La munición
fue bautizada como “Pj-1”. Ello, porque cuando Cardoen le preguntó al
comandante en jefe para qué la quería, éste le respondió con un lacónico:
“Para joder”.361

Los intensos preparativos de las distintas ramas en la zona austral contaron


con la espontánea colaboración de la población civil de Magallanes. En
todo momento, a lo largo de tantos meses de crisis, los magallánicos se
mantuvieron serenos, comportándose admirablemente. A diferencia de lo
que ocurría al otro lado de la frontera, parecía que la inminencia de la
guerra no les sorprendía demasiado. Muchos civiles colaboraron
activamente en la movilización. Así, gran parte de los vehículos y
maquinaria pesada que se usó en la construcción de trincheras, refugios,
puestos de vigilancia y zanjas antiblindados, fue facilitada por empresarios
de la zona. A su vez, los estancieros pusieron a disposición de los
uniformados galpones donde alojar a las tropas y almacenar equipos y
pertrechos.

En las ciudades, en tanto, había que cumplir un amplio abanico de tareas.


Numerosos civiles se prepararon para realizar labores auxiliares, como
control y distribución de alimentos, reparto de agua, mantención de los

114
servicios básicos y funcionamiento de los centros hospitalarios.362 Otros
fueron movilizados al frente, en calidad de reservistas, dispuestos a
cumplir misiones de combate.

Nuevo zarpe al sur

Las novedades que ocurrían en el frente diplomático eran seguidas con


atención por el almirante Merino y el comandante en jefe de la Escuadra,
Raúl López. La sensación de fracaso de las negociaciones encontró al alto
mando naval en posesión de la información de inteligencia necesaria para
anticipar lo que se venía y actuar en consecuencia. El Estado Mayor
General de la Armada, cuya cabeza era el almirante Charles Le May,
mantenía desde el mes de abril un cuadro actualizado que fue conocido
como “Indicadores de Peligro de Guerra”.

El instrumento “estadístico” consideraba las variables y sucesos que


ocurrían al otro lado de la cordillera en el campo político, militar y
diplomático. En éste quedaban consignados desde las adquisiciones de
material de guerra hasta los cada vez más frecuentes entrenamientos y
movimientos de las Fuerzas Armadas argentinas. Uno de los oficiales que
tuvo acceso a este cuadro recuerda que “se actualizaba permanentemente,
en cuanto al porcentaje de su desarrollo. En octubre de 1978, el cuadro,
que se llenaba de marcas de color rojo, tomó ese color casi por completo.
El conflicto se consideró altamente probable”.363

En la zona de los canales en disputa, los mandos de la III Zona Naval


intensificaron los entrenamientos de las torpederas. Incluso hubo un
intento por adquirir otras unidades de este tipo (Casma y Chipana), pero
éstas recién llegarían al país entre 1979 y 1980. A su vez, en Talcahuano,
los astilleros de ASMAR y sus trabajadores y técnicos se afanaban para
concluir cuanto antes las reparaciones al crucero Latorre.

La Escuadra, por su parte, seguía optimizando su preparación en


Valparaíso y sus alrededores. El almirante López no tenía descanso.
Mientras supervisaba los ejercicios de la Operación Unitas, el 20 de
octubre recibió un sorpresivo llamado del almirante Merino ordenándole
zarpar de manera escalonada al sur: “Ándate de inmediato —le dijo— y
recala en Talcahuano. Que los buques que estén ahí practiquen deportes y
desafíen a los militares que están en Concepción, para dar la sensación de
tranquilidad. Y de ahí te vas desplazando lentamente más al sur, pasando
por Corral, por Valdivia, por Puerto Montt, Aysén”.364 La orden era

115
terminante: no debía sobrepasar la latitud del golfo de Penas.365

López convocó a todos los comandantes de las unidades bajo su mando e


informó sobre las instrucciones que había recibido de Merino. La cita fue a
bordo de la Condell y su comandante, Erwin Conn, recuerda que López les
señaló que había que avanzar “despacito, porque estamos negociando”. A
pesar de lo que podrían enfrentar en los canales australes, el almirante y
sus oficiales se mostraron serenos y juntos discutieron los ejercicios que se
tendrían que realizar en el mar.366

El desplazamiento de la Escuadra tenía como finalidad estar más cerca de


la zona del litigio, pero también infundir confianza en la población, pues
en algunas ciudades y puertos sureños había surgido inquietud. La
presencia de los buques podía ayudar notablemente a levantar los ánimos.
López recuerda que en Puerto Montt, por ejemplo, comenzaron a aparecer
avisos en las vitrinas de los negocios en los que se leía: “‘Si ve volar un
avión con esta silueta, de este tipo, avise a tal teléfono’. Y al lado
aparecían las siluetas de los aviones argentinos. Ahí comenzó, por
influencia de la Fuerza Aérea, a difundirse una especie de alerta a la
población, para que estuviera consciente de que si veían aviones
argentinos, los denunciaran. Otro episodio que explicaba cierta alarma en
la gente del sur fue el hecho de que se ordenara pintar los techos de los
hospitales con la cruz roja”.367

El zarpe de la Escuadra fue repentino y tomó por sorpresa a la mayoría de


sus oficiales. Alexander Tavra, teniente segundo del Williams, recuerda
que se encontraba celebrando su cumpleaños cuando le llegó el aviso de
embarcarse. La orden era recogerse inmediatamente, por lo que tuvo que
despedirse de los invitados y partir a paso acelerado. Al llegar a la nave
notó que el ánimo entre los tripulantes era de expectación: “El nivel de
adrenalina estaba muy alto. La gente quería acción. Nos dimos cuenta de
que venía un cambio, porque a los buques llegó más personal que el de
costumbre. Llegaron marineros nuevos, que venían directamente de cursos
que estaban haciendo en tierra. Eran ‘cabritos’ que no tenían mucha idea,
pero que se veían animosos. Salimos con dotación completa”.368

Pero hubo un episodio que impactó a más de algún miembro de la


tripulación del Williams. El buque contaba con cuatro cañones que eran
automáticos y cada uno estaba cargo de un operador. Uno de ellos,
recuerda Tavra, era un suboficial inmenso, que tenía fama de corajudo, “el
típico ‘choro’ de pelea”. Pero apenas comenzaron las maniobras de zarpe

116
tuvo una crisis que llevó al comandante a conversar con él y, en definitiva,
desembarcarlo: “Quedó en tierra, porque la decisión era que nadie se
embarcaba si contribuía a bajar la moral”.369

Para este desplazamiento, el almirante López eligió como buque insignia a


la fragata Lynch, la cual estaba al mando del capitán de fragata, Humberto
Ramírez. Desde el Centro de Informaciones de Combate de la nave, López
supervisó, junto a su Estado Mayor, todas las operaciones.

El zarpe se realizó por parcialidades, entre el 22 y 24 de octubre.370 El


almirante había dado instrucciones de no viajar en una sola formación y
navegar en agrupaciones que levaron anclas en distintos momentos.
Ramírez recuerda que las órdenes de López tenían como propósito usar “lo
menos posible la ruta comercial, para no ser evidenciados”.371 Las
unidades que participaron en esa ocasión fueron el Prat, Williams, Riveros,
Lynch, Condell, Portales y Blanco. Este último presentó una falla en las
calderas, por lo que tuvo que permanecer en Valparaíso para que le
realizaran las reparaciones pertinentes. Por ello salió con retraso y recién
pudo alcanzar al resto de la Escuadra cuando ésta se encontraba a la altura
del golfo de Penas.372

Las tripulaciones de los barcos tuvieron varios indicios de que esta vez las
cosas podían tomar un curso muy diferente a los viajes anteriores. “Nos
dimos cuenta de que la cosa iba en serio, porque navegábamos estancos”,
recuerda Tavra. En la práctica eso significaba que el personal iba en sus
puestos de combate, sin poder moverse de ellos, porque las puertas estaban
cerradas. Esas medidas se toman para aumentar la resistencia de las naves,
en caso de ser impactadas por fuego enemigo. Hacer esto demora más o
menos media hora, desde el momento en que el buque entra en combate.
“Esto es lo que permite, por ejemplo, que a un buque al que le vuelan la
proa pueda seguir funcionando”.373

En cada una de las secciones estancas de las naves había efectivos que
debían actuar como enfermeros de combate, para lo cual habían recibido
instrucción básica. Sabían colocar inyecciones para aliviar a los posibles
heridos, aplicar vendajes y torniquetes. Todo ello había sido enseñado por
los médicos embarcados a bordo. En el caso del Wiliams, el doctor era
García Tozo, traumatólogo que había estudiado en España. Cuando subió
al buque llevaba consigo una cantidad de bolsas de plasma sanguíneo y
material médico que por primera vez se veía en este buque, que no
acostumbraba tener médico a bordo. Para el caso de entrar en combate, los

117
oficiales recibieron, a su vez, instrucciones muy precisas de qué hacer con
los heridos.

López ordenó que la navegación hacia Talcahuano se hiciera a velocidad


económica, con el objeto de ahorrar combustible. Durante el trayecto, el
almirante pudo evaluar el desempeño de los hombres y unidades bajo su
mando, en las distintas maniobras de entrenamiento. El “Historial del
crucero Prat” señala que en la oportunidad se “realizaron ejercicios entre
las Centrales de Información de Combate, de artillería, inclinación y
control, y evoluciones de ataque aéreo por sorpresa”.374

Mientras la Escuadra zarpaba de Valparaíso, el ánimo prebélico entre la


población civil trasandina iba en aumento. Ello era culpa de las medidas
adoptadas por sus propias autoridades. En Buenos Aires, el día 24 de
octubre de 1978, exactamente a las 21:45 horas, las 780 manzanas
comprendidas entre las avenidas Santa Fe, Cabildo, General Paz, Lugones,
vías del Ferrocarril Belgrano, vías del Mitre, Austria, Figueroa Alcorta y
Pueyrredón, quedaron sin luz. Se daba comienzo al Operativo
Oscurecimiento, que contó con la participación de numerosas
instituciones, como la Cruz Roja, la Defensa Civil, el cuerpo de bomberos
y los boy-scouts, entre otros. El ejercicio se extendió por 60 minutos,
durante los cuales tres helicópteros sobrevolaron la ciudad, apuntando con
grandes focos a aquellos edificios que no se habían oscurecido lo
suficiente. Una vez concluido el operativo, el brigadier mayor Orlando
Capellini, de la Fuerza Aérea, evaluó sus resultados: “No se detectaron
infracciones, no hubo reflejos que pudiesen ser observados por el invasor
aéreo, no hubo peatón visible a ningún nivel de vuelo, aunque en varias
oportunidades se hicieron rasantes”.375

Mientras duró el apagón “voluntario”, muchos curiosos se dirigieron a la


sede de la embajada de Chile para ver si apagaba las luces. El recinto
permaneció custodiado por la policía y se impidió a la prensa tomar
fotografías. La sede diplomática acató las órdenes.376 En sus memorias, el
ex embajador Sergio Onofre Jarpa, describe el episodio: “Hubo medidas
que claramente fueron de opereta, tales como el oscurecimiento de Buenos
Aires. (...) Las autoridades argentinas sabían que Chile no podía
bombardear Buenos Aires, porque no contaba con los aviones adecuados.
No tenían suficiente capacidad de combustible como para ir hasta Buenos
Aires, bombardear y regresar a Chile. (...) La gente se reía de los apagones.
Recuerdo un diario que informó que la embajada de Chile no apagó la luz,

118
faltando a las instrucciones. Le contesté que fuimos los primeros en
cortarla, porque era un buen sistema para economizar energía”.377

Una vez que la Escuadra arribó en Talcahuano, los buques y sus


tripulaciones alternaron el régimen de campaña con el otro propósito que
perseguía el desplazamiento: dejarse ver por la población civil y darles una
señal de tranquilidad. Así, los hombres al mando de López pudieron gozar
de permisos para bajar a tierra, distraerse en el cine y fue organizado más
de algún partido de fútbol. De esa manera, se cumplió lo previsto por el
almirante Merino y la flota permaneció en ese lugar hasta el 29 de
octubre.

El viaje prosiguió rumbo a Puerto Montt. En el trayecto, López ordenó que


se practicaran las formaciones y maniobras propias de una batalla.378 Los
ejercicios eran fundamentales, puesto que para ese entonces la Escuadra
había recibido informaciones de inteligencia que mostraban un aumento en
los aprestos de la Flota de Mar argentina. De hecho, por esas fechas el
comandante de la FLOMAR había realizado una inspección a las diversas
unidades. A ello se agregaba que a bordo del portaaviones 25 de mayo se
evidenciaba una gran actividad. Los informes mostraban que las prácticas
de aterrizaje y despegue de los cazabombarderos eran cada vez más
frecuentes y que su radio de acción había sido ampliado.379 Las unidades
apostadas en Puerto Belgrano, en tanto, habían partido rumbo al sur,
mientras que los submarinos fondeados en Mar del Plata hacían lo
propio.380

Cuando la Escuadra llegó al área de Puerto Montt, los buques atracaron en


distintas bahías del canal del Chacao. Una vez más, las naves y sus
tripulaciones se dejaron ver por la población. Para ello se organizaron
competencias deportivas, se permitió la visita de autoridades locales a los
barcos y se autorizó el desembarco del personal para distraerse en tierra.

López sabía que esa calma no se condecía con el curso que estaban
tomando las negociaciones diplomáticas. Estaba perfectamente consciente
de que, en Santiago, el trabajo de la Comisión Mixta estaba próximo a
finalizar. El plazo que se había fijado vencía el 2 de noviembre y aunque
las delegaciones de ambos países trataban de infundir optimismo ante la
opinión pública, la prensa especulaba sobre lo que ocurriría después de esa
fecha.381 Y los augurios no eran buenos.

Cuando faltaban dos días para que concluyera el plazo, el brigadier

119
argentino Basilio Lami Dozo sostuvo una reunión con la delegación de su
país en la casa del agregado aéreo en Santiago. A los asistentes les informó
que existía un principio de acuerdo: el asunto se pondría en manos del
papa. Por lo tanto, la instrucción fue que en el acuerdo final se especificara
ese punto. Un día más tarde, el 30 de octubre, los representantes chilenos y
argentinos se volvieron a reunir. Pero en la cita, el diplomático chileno
Francisco Orrego negó que existiese tal aproximación entre las partes. La
reacción argentina no se dejó esperar y el jefe de la delegación, Ricardo
Etcheberry Boneo, viajó de inmediato a Buenos Aires para informar a la
Junta militar.

Mientras ello ocurría, Lami Dozo sostuvo un encuentro con el general


Pinochet, advirtiéndole que de no llegar a un acuerdo, pondría en peligro la
estabilidad del Gobierno argentino, lo que podría acarrear la caída del
presidente Videla. Pinochet rechazó la “amenaza” por impropia y le
respondió que ése no era un argumento válido para temas en que estaba en
juego la soberanía de dos países.

El canciller Cubillos, que había conseguido una audiencia con el papa


recién electo, Juan Pablo II, viajó desde China directamente a Roma. Sin
embargo, su arribo a Italia estuvo a punto de fracasar por la cercanía del
devastador huracán Rita que se acercaba a Asia.

Una vez en Roma, le informaron que en la cita no habría intérpretes y que


la conversación con el papa se mantendría en inglés. El hecho agradó al
canciller, puesto que consideraba que los traductores solían entorpecer el
diálogo. Apenas entró al salón del Vaticano en donde se llevaría a cabo la
entrevista, Juan Pablo II se disculpó por no hablar español y prometió que
sí lo haría la próxima vez que se vieran. El papa mostró estar sumamente
preocupado por lo que estaba ocurriendo entre Chile y Argentina, e incluso
hizo que su asistente le trajera mapas para hacerse una mejor idea de la
zona que estaba en litigio. Cubillos se llevó una sorpresa mayúscula
cuando advirtió que las cartas habían sido elaboradas por la Armada de
Chile. Al terminar la cita, el pontífice le dijo: “Váyase tranquilo. Si no
logran arreglar el asunto y la situación hace crisis, usted me llama y yo
alguna medida tomaré. Voy a pensarla desde ahora con el cardenal
Casaroli”. El canciller retornó a Chile más aliviado.382

Cumplido el 2 de noviembre, plazo fijado en el Acta de Puerto Montt para


la labor de la Comisión Mixta, las delegaciones de ambos países tuvieron
que enfrentar a la prensa y dar cuenta de que no habían llegado a acuerdo.

120
Sólo había aproximaciones en temas tangenciales, pero nada concreto en
lo substancial, de manera que el trabajo de meses concluía en un rotundo
fracaso.

Pinochet, con la aprobación de la Junta, autorizó a Cubillos para que le


enviara una nota al Gobierno argentino. En ella se insistía en la propuesta
de resolver las cuestiones relacionadas con la delimitación marítima de la
zona austral ante la Corte Internacional de La Haya. Si ello era rechazado,
se planteaba la alternativa de llevar el asunto a una mediación, encargo que
se dejaría en manos de un Gobierno amigo.

Esta última idea había sido propuesta por Enrique Bernstein, previendo
que era muy difícil que los argentinos aceptaran ir a La Haya. Los
negociadores chilenos sabían que para su contraparte ese tribunal no tenía
legitimidad, por tratarse de prácticamente los mismos jueces que
previamente habían fallado el laudo arbitral.383 “Cada vez que
mencionábamos la Corte de Justicia era un paño rojo delante de ellos. Les
cargaba el tema”, recordaría el ex canciller.384 La misiva fue despachada
durante la tarde del 2 de noviembre.385

La respuesta tardó menos de 24 horas en llegar. Firmada por el canciller


subrogante, general Albano Harguindeguy, dejaba en claro que Argentina
se negaba terminantemente a concurrir a La Haya. Además, dejaba
entrever que si Chile lo hacía unilateralmente, ese paso sería considerado
por la Casa Rosada un casus belli. Terminaba insistiendo en que las
negociaciones directas no estaban agotadas, y que éstas eran el único
camino para solucionar el problema. Sobre la posibilidad de recurrir a un
mediador, Harguindeguy ni siquiera se pronunció.386

El canciller chileno replicó el 8 de noviembre. En su respuesta manifestó


que el camino de buscar directamente acuerdos entre las partes estaba
agotado, por lo que reiteraba el ofrecimiento de dejar el asunto en manos
de La Haya o de un mediador.387 Previamente, el punto había sido
discutido con intensidad al interior del Gobierno. La cuestión era delicada,
puesto que desahuciar las negociaciones directas —en las que se
empecinaban los argentinos—, podía traer como consecuencia un quiebre
definitivo y, fatalmente, la guerra.

Ello obligaba a reaccionar con rapidez en todos los frentes, incluyendo el


militar. El almirante Merino era uno de los más preocupados. En sus
manos tenía informes de inteligencia que señalaban que los argentinos

121
estaban dispuestos a intentar la ocupación de las islas en litigio.388 De
inmediato ordenó el zarpe a toda máquina de la Escuadra hacia el Teatro
de Operaciones Austral.

La flota y su comandante se encontraban en ese momento en el golfo de


Penas, en el área de San Quintín. El 7 de noviembre, López recibió las
nuevas órdenes. En esa fecha, recuerda el almirante, se “recibe la
información de que el presidente Videla había rechazado la invitación del
presidente Pinochet a acudir a la Corte Internacional de Justicia de La
Haya, advirtiéndole que si lo hacía unilateralmente, lo consideraría un
casus belli. Consecuentemente, la Escuadra se desplaza por agrupaciones y
por diferentes rutas hacia los fondeaderos de guerra en el TOA”.389

Los buques de la Armada habían llegado al área el 4 de noviembre y


permanecido en ella a la espera de instrucciones.390 Durante ese tiempo,
López acentuó el estricto régimen de entrenamiento de los buques y sus
dotaciones y procuró visitar cada una de las naves. En estas inspecciones
aprovechaba de tomarle el pulso al estado anímico de las tripulaciones.
Sabía que la presión a la cual estaban sometidos sus hombres era enorme y
que su sola presencia constituía un motivo de aliento y servía para
mantener en alto la moral. Así, por ejemplo, el 6 de noviembre llegó al
petrolero Araucano, transportado por un helicóptero. Según uno de los
oficiales que se encontraba presente en esa ocasión, y que prefiere
mantenerse en el anonimato, durante la inspección se produjo un enorme
impacto en la tripulación, particularmente por el discurso que les
pronunció: “Quería dirigirse personalmente a la dotación y explicar la
situación con Argentina, las acciones que este país podía adoptar y cómo
reaccionaría Chile. Y especialmente la Escuadra, que estaría en la primera
línea si Argentina pretendía usar las armas. Raúl López era un hombre que
sabía llegar al alma de la gente, e hizo una arenga que caló muy hondo. La
tripulación quedó muy motivada, muy emocionada”.

Por su parte, Erwin Conn recuerda que el almirante López, estando en


alerta en el golfo de Penas, decidió trasladar su puesto de mando a la
fragata Condell que él comandaba. Cuando éste le anunció que se
embarcaría en su buque, no recibió con agrado el anuncio: “A nadie le
gusta viajar con el comandante en jefe de la Escuadra. Primero, porque usa
el camarote del comandante. Segundo, porque siempre hace una pregunta
molesta y se altera el régimen normal de la nave. Es como cuando llega la
suegra a la casa. Entonces le dije: ‘Almirante, en realidad es un honor para

122
mí llevarlo a bordo, pero debo informarle que tengo dos casos de rubéola.
Tengo un marinero y un subteniente, el subteniente Merino, sobrino del
almirante Merino. Ahora, yo sé que la rubéola, generalmente, le da a la
gente joven. Pero no sería bueno que el comandante en jefe de la Escuadra,
en esta situación tan crítica, se vaya a contagiar’”.391 López reaccionó de
inmediato: “En la situación en que estamos viviendo, el comandante en
jefe de la Escuadra no puede arriesgarse a un contagio. Me quedo en la
Lynch”.392

Otra señal de que las cosas venían en serio se dio por esas fechas, cuando
López dio instrucciones para que los buques de guerra comenzaran a
camuflarse. Ramón Undurraga, entonces comandante del Williams,
recuerda que la orden debió ser cumplida a toda prisa: “Navegábamos en
los canales con lluvia, y seguíamos pintando. Incluso, en una ocasión en
que estaba pasando ronda por cubierta, me encontré con un sargento, quien
se desempeñaba como contramaestre y era un tipo muy simpático. Y vi
que andaba con un galón de pintura en la mano izquierda y una brocha de
4 pulgadas en la mano derecha. Y le pregunte: ‘¿Qué estás haciendo?’. Y
él me contestó con gesto de artista: ‘Yo estoy a cargo de los detalles de la
pintura’”.393

Tal como se había hecho unos meses atrás, la Escuadra avanzó hacia los
canales australes en formaciones independientes. La idea era que los
argentinos no tuvieran la oportunidad de detectar su ubicación una vez que
llegaran al Teatro de Operaciones Austral. Según cuenta el comandante
Ramírez, de la Lynch, se navegó entonces bajo silencio radial, con
excepción de los mensajes más urgentes dirigidos a los aviones que
sobrevolaban a los buques.394

La Armada había adoptado este sistema de comunicaciones de la Marina


estadounidense. Para no enviar mensajes a tierra por radio —lo cual
presenta el riesgo de que el enemigo pueda triangular la ubicación de la
nave emisora y, por ende, de la flota—, un avión naval se acercaba a un
buque y, mediante una onda especial, las comunicaciones destinadas a
tierra se enviaban a un computador a bordo de la aeronave, lo cual, en
jerga naval, se denomina “cargar tráfico”. Terminado el procedimiento, el
avión se dirigía a tierra y “descargaba” la información sobrevolando un
puesto elegido para este propósito, recibiendo a su vez los mensajes
dirigidos a la Escuadra. Con el objeto de facilitar los encuentros entre los
aviones y los buques, en las “cargas” y “descargas”, se le indicaba al piloto

123
un punto de encuentro. Este sistema hacía literalmente invisible a la
Escuadra, a tal punto que ni siquiera el comandante en jefe de la Armada
habría podido indicar con exactitud su ubicación. Para el comandante de la
flota, ello implica tener que cargar una enorme responsabilidad, puesto que
las decisiones críticas —como resolver si entra o no en combate— las
tiene que adoptar solo.

Pero los aparatos de la aviación naval también cumplían con otra


importante función, clave para las tripulaciones: mantenerlas al tanto de lo
que ocurría en el país y en contacto con sus familias. “Nosotros recibíamos
algo de prensa cuando pasaba el avión. Éste tiraba en paracaídas la
correspondencia que, a veces, se desprendía y se iba a pique”.395 Por
supuesto, se aplicaban estrictas medidas de seguridad. Así, las cartas que
eran remitidas desde Valparaíso venían censuradas y sin fecha. Igual cosa
ocurría con los diarios. Sin embargo, en los ratos libres, especialmente en
las noches, oficiales y marinos tenían la oportunidad de escuchar la radio.
Según recuerda Alexander Tavra, a veces se escuchaban mensajes que
evidentemente estaban dirigidos hacia las tropas argentinas, en los que se
decía que “la guerra entre países hermanos sería una locura. Chile y
Argentina nacieron juntos”.396

Mientras avanzaba hacia el extremo sur, se vivió un momento de alta


tensión en la Escuadra. El almirante López, que iba a bordo de la Lynch
había dispuesto que el buque avanzara por la Angostura Alemana. Se trata
de un canal paralelo a la llamada Angostura Inglesa usada con mayor
frecuencia, y cuyo acceso norte es el Seno Albatros. Los otros buques
navegaban por otras rutas, en formaciones de parejas o tríos. Debido a la
peligrosidad de estos canales, la Lynch se desplazaba en condiciones de
“navegación de precisión”. Ello exigía que en el puente se realizaran cada
cinco minutos mediciones visuales. Esa información era cotejada con los
datos que entregaban los radares de la Central de Informaciones de
Combate y con las líneas de sondas marcadas en las cartas náuticas.
Faltaban apenas unas 8 millas para arribar a la Angostura Alemana,
cuando a bordo se sintió un fuerte remezón. Se pensó que el buque había
varado. Su capitán —Ramírez— se encontraba en el puente y de inmediato
tomó el control ordenando parar las máquinas. En ese minuto, López
estaba bajo cubierta, reunido con los oficiales que no estaban de guardia.

Ante la posibilidad de que pudiera estar entrando agua al buque, el


comandante ordenó que se cerraran todas las puertas estancas —

124
herméticas—.397 El comandante en jefe de la Escuadra quedó así, durante
un largo rato, encerrado varias cubiertas más abajo del puente. Recién
cuando la Central de Reparaciones y Averías (CRA) verificó que no
existían entradas de agua, se autorizó la apertura de las puertas estancas y
el almirante López pudo salir de su encierro.

¿Qué había ocurrido? Cuando se escuchó el estruendo se pensó que se


trataba de una mina submarina, lo cual fue descartado a los pocos minutos.
Lo cierto era que, como los canales no habían sido sondeados metro a
metro, la Lynch topó con una roca que no figuraba en la carta náutica, lo
que dañó el eje de la hélice de babor de la nave. “Quedó como un repollo”,
relata Ramírez.

La nave fondeó en una bahía protegida y se enviaron buzos para revisar las
averías. Como el daño no era menor, López ordenó que lo trasladaran en
helicóptero al Prat.398 Mientras, la Lynch debió retornar a Talcahuano para
que le realizaran las reparaciones pertinentes. Antes de ser recogido, el
almirante dijo a Ramírez que el accidente debía pasar desapercibido para
los argentinos. Para ello, le ordenó que en su trayecto a Talcahuano le
avisara radialmente de su llegada al comandante de la II Zona Naval y que
lo invitaban a una celebración en el buque.

El incidente generó toda clase de rumores. Una de las versiones que


circuló fue que la Escuadra había sostenido un enfrentamiento con la
FLOMAR, batalla en que la flota chilena había salido victoriosa y había
hundido al menos dos destructores argentinos.399

A pesar de todo, el ánimo y el ambiente entre los oficiales y marinería de


la Escuadra era bueno. Junto al trabajo duro y los ejercicios diarios había
que mantener en alto la moral y tener momentos de distensión. Es por ello
que Erwin Conn, apenas supo que la Lynch debía volver a Talcahuano
para reparaciones, se apoderó del equipo de video de esta última. “Había
un buen ambiente de cámara. El equipo de oficiales era bastante alegre.
Después de la comida, veíamos una película. Eran unas cintas mexicanas e
italianas espantosas”, relata el oficial.400 Una vez que concluía la
“función”, era costumbre tomarse un trago y preparar un “filibustazo”. Así
le decían a los platos preparados por los propios oficiales. En otras
ocasiones, se invitaba a las dotaciones de otros buques a cenas de
camaradería. En ellas, los miembros de la Condell desafiaban a sus
compañeros de armas a un competencia que ya se había hecho habitual en
el buque: tirar la cuerda. “Dentro de la cámara de oficiales se pasaba una

125
cuerda y la prueba siempre la ganaba la Condell. La trampa era que por el
ventanuco del repostero se pasaba el extremo de la cuerda y se amarraba a
un grifo de incendio. Entonces, empezábamos a hacer fuerza con el equipo
de los submarinos —que eran todos campeones para tirar la cuerda— y
nunca pudieron con nosotros. Ésta era una tradición que heredó la Condell
de los ingleses”.401

Mientras la Escuadra avanzaba hacia el Teatro de Operaciones Austral, en


Punta Arenas ya se encontraba el Hyatt. Por esas fechas era el único
submarino de su tipo que estaba en condiciones operativas. La otra unidad
gemela, el O’Brien, se encontraba en el dique de Talcahuano.

Alexander Tavra, quien años más tarde sería secretario general de la


Armada, afirma que en esos submarinos las dotaciones tenían que
enfrentar condiciones de vida durísimas a bordo: “Al lado de ellos,
nosotros llevábamos vidas de príncipes”. Sin embargo, los propios
submarinistas alaban las condiciones guerreras de esas unidades
construidas especialmente para la Armada chilena en Escocia. El
comandante del Williams cuenta que cuando se encontraban en aguas
tranquilas con un submarino, enviaban una señal diciendo: “Envío
embarcación. Ofrezco ducha” y al instante comenzaban a alinearse los
submarinistas sobre cubierta, toalla en mano en espera de la embarcación.

A medida que corría noviembre, los preparativos militares se


intensificaron en todo el país. Mientras la Escuadra seguía con su
navegación hacia el TOA, la Academia de Guerra Naval en Valparaíso
preparaba la movilización secreta de la institución. El hoy almirante en
retiro Jorge Martínez Busch recuerda que “a medida que fue creciendo la
tensión en noviembre de 1978, el almirante Merino ordenó llevar a cabo la
movilización secreta”. Esto trajo consigo la suspensión de las actividades
docentes, pasando los oficiales y personal de la Academia a integrarse a
las dotaciones de guerra. “Así, muchas cosas administrativas que se hacen
en tiempo de paz se dejan de hacer, porque no tienen sentido. Entre ello, la
docencia. También se constituyen los Centros de Recepción de
Reservistas, los que serían llamados a servicio cuando se hiciera la
movilización pública”.402 El mismo Martínez fue enviado al Prat para
asumir como segundo comandante del buque.403 En la práctica, la orden
significó poner en máximo estado de alerta a la institución y que se
paralizaran todas las escuelas de la Armada, movilizando hacia sus
destinaciones de guerra a todos sus efectivos. Esto afectó hasta a la

126
Esmeralda, que en tiempos de guerra cumple la función de buque
hospital.404

Antes de que la Escuadra arribara a Punta Arenas, López ordenó que se


extremaran las medidas de seguridad y que los barcos llegaran de manera
alternada al puerto, divididos en agrupaciones para despistar a la
inteligencia adversaria.405

No era suficiente borrar los números que identificaban a las naves en la


proa; se alteraron incluso las comunicaciones radiales, haciendo que cada
unidad se hiciera pasar por otra. Así, por ejemplo, a veces, el comandante
del Williams decía que su barco era el Riveros y el de la Condell se hacía
pasar por la Lynch. Tavra explica que las intenciones de López eran
“confundir, a como diese lugar, a los argentinos, porque estaba lleno de
espías trasandinos por todas partes. De hecho, el consulado argentino en
Punta Arenas funciona en una casona que tiene vista a ASMAR y al
muelle. Entonces, desde ahí, su gente informaba de todos los movimientos
de los buques nuestros. Hasta el día de hoy es así”.406 En tierra, las
tripulaciones hacían el mismo juego. Cuando les preguntaban de qué barco
eran, respondían cualquier cosa, menos la verdad.

Al desembarcar en Punta Arenas, los marinos comprobaron un notable


cambio en el ánimo en la población civil. Normalmente su llegada pasaba
prácticamente desapercibida, como algo rutinario. Esta vez la cosa fue
diferente. Y es que los ciudadanos comunes y corrientes sabían que de
esos buques dependía, en gran parte, la conservación del territorio que
habían colonizado con el esfuerzo de generaciones. Por ello, las muestras
de aliento fueron numerosas. No sólo les ofrecían cócteles y comidas,
también recibieron entradas gratis para los cines de la ciudad.

Otra situación que pudo advertir la población fue que los preparativos
militares se intensificaban. Por su envergadura habían alterado el ritmo
normal de vida en la zona. Por donde se transitaba se veía la presencia de
uniformados. “Uno miraba los vehículos militares en las calles y estaban
todos tapados con malla de camuflaje. Se veía un ambiente distinto. Había
mucha Infantería de Marina”.407

Para asegurar el objetivo de la Escuadra era indispensable vigilar los


movimientos de la FLOMAR, responsabilidad que se dejó en manos de la
aviación naval.408 No era ciertamente una misión sencilla y la institución se
había enfrentado, durante todo 1978, al problema de la falta de medios con

127
los cuales realizar la exploración.409

La carencia de medios aeronavales se debía a que no había contado con los


recursos necesarios para desarrollarse adecuadamente. A la hora de las
decisiones estratégicas, la aviación naval no era mayormente considerada,
quizás porque su rol no era comprendido por el nivel político. Incluso
reinaba cierta confusión conceptual sobre su misión en relación a los
medios aéreos de la Fach y del Ejército. Pero a medida que el conflicto con
Argentina comenzó a agravarse, el alto mando de la Armada le dio
prioridad a la renovación de su flota de aviones y helicópteros. Así,
durante 1978 la aviación naval recibió importantes refuerzos, como los
aviones P111, destinados al reconocimiento aéreo, los transportes aéreos
CASA 212, y helicópteros Alouette III, destinados a tareas de rescate y
vigilancia.410 Estos elementos fueron enviados de inmediato a la III Zona
Naval para integrarse a la Fuerza Aeronaval N° 2, con base en Punta
Arenas. “A mediados de noviembre comenzaron a aparecer los nuevos
helicópteros de la Escuadra, lo que fue una sorpresa para nosotros y la
ciudadanía. Eran del modelo Alouette y se recibieron junto a los aviones
P111, que eran de exploración aeromarítima adquiridos a Embraer. Para
los argentinos esto fue una sorpresa”.411

Lo cierto es que el asombro de los trasandinos fue mayúsculo. Sus


estrategas siempre habían partido del supuesto de que una de las
principales falencias de la Escuadra era su Aviación Naval. Y contaban
con que ello se traduciría en una ventaja para las operaciones de la
FLOMAR, ya que así sus unidades podrían acercarse a las costas chilenas
con mayores probabilidades de no ser detectadas.412

En Punta Arenas, las dotaciones de la Escuadra participaron en el


tradicional desfile que se realiza los días domingo en la plaza de armas de
la ciudad. En esa ocasión, los uniformados dieron muestras de júbilo
cuando vieron surcar por los aires una formación de seis aviones P111,
diez helicópteros Alouette y otros aviones más antiguos. También marchó
un destacamento de Infantería de Marina, cuyo uniforme y equipamiento
había sido renovado por completo. Se trataba de una fuerte señal para los
trasandinos, cuyas autoridades no deben haber demorado mucho en recibir
los informes respectivos del consulado de la ciudad.

Aunque el conflicto con Argentina se encontraba en ese entonces en uno


de sus momentos de máxima tensión, las formalidades protocolares se
mantenían. Y la Armada debía cumplir su parte en ello. Así, mientras la

128
Escuadra se encontraba en las inmediaciones del Teatro de Operaciones
Austral, López recibió un mensaje del almirante Merino. El 21 de
noviembre se celebraba un nuevo aniversario de la fundación de Puerto
Williams. El comandante de la flota recibió la instrucción de concurrir
representándolo en la ceremonia, puesto que además de las autoridades
locales asistiría una delegación argentina.

Para López se trataba de una tarea más bien incómoda y la respuesta a su


superior fue un tanto ruda: “Almirante, yo no puedo ir. Estoy con la
Escuadra y me paso todo el día aleonando a mi gente. No quiero salir
mañana en televisión dándole un abrazo y la mano a un almirante
argentino”. Sin embargo, Merino reiteró su orden y el almirante tuvo que
asistir muy a su pesar.

Así las cosas, el día de la ceremonia López llegó en avión a Puerto


Williams. Apenas se bajó del aparato habló con los periodistas que se
encontraban ahí presentes. Sabía que su colaboración era vital para que su
imagen no sufriera daño ante las unidades y dotaciones que estaban bajo su
mando. A los profesionales de la prensa y de la televisión les pidió
expresamente que no lo fotografiaran o grabaran imágenes suyas
saludando al almirante argentino: “No quiero aparecer como un judas
frente a mi gente, ya que no puede ser que, por un lado, les estoy
predicando en contra del enemigo argentino y, por el otro, les esté dando
abrazos y pasando la mano”.

Para López la ocasión fue una molestia. Pero lo fue aún más para el
representante de la Marina trasandina, almirante Juan Carlos Malugani.
Ambos personajes ya se habían visto las caras, un año antes, cuando se
produjo el incidente de la Barnevelt, en mayo del 77. Malugani tuvo que
soportar que nadie quisiera estar a su lado mientras se desarrolló el acto.

Como se estila en este tipo de ocasiones, durante el almuerzo Malugani


hizo un pequeño discurso. López recuerda que el almirante señaló que en
ese momento ambos países podían estar separados por el Beagle, pero que
éste “no debía ser un abismo, un accidente geográfico que nos separa, sino
una vía de comunicación que nos uniera”. La respuesta estuvo a cargo del
comandante de la base de Puerto Williams, quien dijo que dicha “vía de
unión tendría que ser acordada por ambos lados, porque había que
establecer ciertas reglas de tránsito: quién iba para allá, quién transitaba
para acá, y por qué lado se iba”.413

129
Durante su permanencia en el Teatro de Operaciones Austral, López
intensificó los ejercicios y entrenamientos de sus hombres. El almirante
estaba en la obligación de que su desempeño se diera al máximo de sus
capacidades. Sólo así, pensaba, tendría éxito un eventual enfrentamiento
con la FLOMAR. Los resultados lo dejaron más que contento. Años más
tarde escribiría que se apreció “un notable mejoramiento en el rendimiento
de los encuentros tácticos, que repetidamente se llevaban a cabo,
obteniendo valiosas experiencias al efectuarlas en las condiciones reales
del teatro de operaciones, y percibiendo en las dotaciones un gran
entusiasmo y deseos manifiestos, aunque reprimidos, de llegar pronto a
una medición de fuerzas”.414

Más adelante, el almirante agregó —a modo de resumen de lo que fue el


período— que en este “segundo desplazamiento operativo, en el máximo
grado de alistamiento, como en el anterior, no se tuvo evidencia de
actividad de la Flota de Mar en el área austral y la posibilidad de un
desenlace bélico no se percibió en estas oportunidades como inmediato, lo
que se aprovechó para mejorar la capacidad logística de los fondeaderos de
guerra. Para contribuir a mantener en alto la moral de las tripulaciones, en
situación del prolongado alistamiento en la zona de operaciones, viviendo
en las confinadas condiciones de vida propias de los buques de guerra, el
comandante en jefe de la Escuadra las visitaba continuamente, las
orientaba y las informaba en detalle de la situación vecinal existente,
motivándolas personalmente a mantener su espíritu combativo y su
entusiasmo. El espíritu de cuerpo y la cohesión interna en cada unidad se
estimulaban celebrando semanalmente cumpleaños, santos, efemérides,
competencias de ingenio y deportivas con lo que además se vencía el tedio
natural que se produce en estas situaciones de incertidumbre,
preocupándose en todo momento sus comandantes de todos aquellos
aspectos que sirvieran para incrementar el bienestar de la vida a bordo”.415

La Escuadra permaneció en la zona austral desde el 19 al 23 de noviembre.


Ese día, López recibió la orden de retornar a Valparaíso.416 El regreso no
estuvo exento de dificultades, porque operar en el extremo sur siempre
será peligroso. Así, el día 25, la flota tuvo que enfrentar el paso de dos
temporales y luego, por razones operativas, retromarcharon hacia el sur,
retomando su trayecto el día 29. Mientras se desplazaban hacia la zona
central, López mantuvo el estricto régimen de prácticas de combate y el
avance se hizo en agrupaciones.417

130
Nuevamente, el ritmo de los acontecimientos diplomáticos había marcado
el curso de los movimientos de la Flota de Guerra chilena. Mientras los
buques se desplazaban hacia la zona austral, la Cancillería había redoblado
sus esfuerzos por solucionar de manera pacífica el litigio con Argentina.

Tras la nota del 8 de noviembre, en la cual Chile reiteraba su disposición a


poner el asunto en manos de la Corte Internacional de Justicia de La Haya,
el coronel Ernesto Videla Cifuentes propuso recurrir al Tratado
Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR). Era un punto interesante
porque introducía un nuevo factor en la contienda diplomática: la actitud
trasandina estaba generando un cuadro de peligro para la paz ya no sólo
con Chile, sino que para toda la región. Una vez que el planteamiento de
Videla Cifuentes fue aceptado al interior del Gobierno, Enrique Bernstein
fue enviado para iniciar las negociaciones con la Organización de Estados
Americanos.

Hasta ese minuto, la postura del Palacio San Martín era insistir en las
negociaciones directas. Sin embargo, a mediados de noviembre se produjo
un “ablandamiento” en dicha posición. El cambio se tradujo en que
Argentina comenzaba a aceptar la posibilidad de recibir la “ayuda” de un
Gobierno amigo en las negociaciones. La condición era que ambas
naciones resolvieran conjuntamente las materias que se le someterían a su
análisis. En vista de ello, el 17 de noviembre Hernán Cubillos envió una
nota a su par trasandino, proponiéndole una reunión para discutir cuál
podría ser ese Gobierno amigo.418

Sin embargo, de inmediato surgieron obstáculos para la realización de la


cita. A esas alturas, Montes había sido reemplazado419 por Washington
Pastor en la Cancillería argentina.420 Protocolarmente le correspondía a
este último viajar a Chile, puesto que en el anterior encuentro había sido
Cubillos quien se desplazó a Buenos Aires. Pero Pastor no quería hacerlo.
Dando muestras de su conocido pragmatismo, el canciller chileno tomó el
teléfono y llamó a su contraparte. En la conversación le expresó que no le
importaba ser él quien tuviera que viajar: “Lo que deseo es que nos
reunamos personalmente para ponernos de acuerdo”, le señaló. La cita
quedó fijada para el 12 de diciembre.421

En tanto, en los astilleros de ASMAR en Talcahuano, el comandante del


Latorre, Sergio Sánchez Luna, hacía esfuerzos sobrehumanos por concluir
las reparaciones del crucero. A fines de noviembre, los avances le
permitían tener cierto grado de optimismo. Pero subsistían problemas

131
graves. El más serio de todos era calibrar adecuadamente la artillería del
buque. A pesar de ello, cuando corrían los primeros días de diciembre,
Sánchez decidió levar anclas y probar el estado del buque. Navegó hasta
Valparaíso, lo que le valió una felicitación de Merino, quien vio entrar la
embarcación al puerto, mientras participaba de la ceremonia de graduación
de la Escuela Naval. Su sorpresa fue grande, ya que no esperaba ver en
condiciones operativas a ese crucero. Corrió al teléfono y citó a Sánchez a
su oficina, donde le agradeció el trabajo realizado, “en un momento que
era muy difícil” para Chile.422

A comienzos de diciembre, López y las unidades de la Escuadra tuvieron


que enfrentar, nuevamente, una tensa espera. La incertidumbre era enorme
y las esperanzas descansaban en el resultado que pudiera arrojar la cita
entre Cubillos y Pastor, por lo que ordenó que la mitad de las dotaciones
de los buques permanecieran en servicio, por si había que zarpar de
manera repentina. Mientras tanto, el almirante instruyó que se extremaran
las medidas de seguridad en el puerto, como mantener alistado el
armamento antiaéreo, por si se producía un sorpresivo ataque argentino, y
redoblar la vigilancia para evitar sabotajes o incursiones de submarinos.423

En la Cancillería la tarea más urgente era la búsqueda de un eventual


mediador. El que concitaba mayor adhesión era el papa Juan Pablo II, pero
tampoco se descartaba como alternativa el nombre de Juan Carlos I de
España. Internacionalmente, la idea había tenido una alta recepción. Los
nuncios Angelo Sodano, en Chile, y Pío Laghi, en Buenos Aires,
redoblaban sus esfuerzos por conseguir la intervención de la Santa Sede en
el conflicto.

En vísperas de la reunión de Cubillos y Pastor, el nuevo papa realizó una


de las primeras acciones que más tarde lo convertirían en pieza clave en la
resolución del conflicto. Ese 11 de diciembre envió una carta a los
presidentes Pinochet y Videla, en la que los exhortaba a retomar el
diálogo.424La misiva era consecuencia directa de un encuentro que había
sostenido con el cardenal Primatesta, quien le describió el curso alarmante
que estaba adoptando la relación entre Chile y Argentina. Ese mismo día y
por los mismos motivos, el Departamento de Estado de Estados Unidos
convocaba a los embajadores de ambos países para expresarles la
preocupación del gobierno de Carter.425

En la Cancillería, Hernán Cubillos preparaba el viaje. Designó a Ernesto


Videla Cifuentes, Helmut Brunner, Francisco Orrego y Enrique Bernstein

132
como su comitiva, mientras que Rolando Stein lo acompañaría en calidad
de secretario. Los ojos de todo el país estaban puestos en ese trascendental
encuentro. Era evidente que del resultado de la reunión dependería la paz o
el estallido de la guerra.

133
Vista aérea del crucero Prat (1978)

134
CUARTA PARTE
“MOVIMIENTOS” EN SANTIAGO

135
Durante los días previos al martes 12 de diciembre, fecha en que se
sostendría la decisiva reunión entre Cubillos y Pastor, muchos gobiernos
hicieron llegar sus buenos oficios y deseos de que el conflicto se resolviera
de manera pacífica. Pero la tensión en ambas capitales era evidente y ella
se reflejaba hasta en los detalles más cotidianos.

En la capital chilena corrían numerosos rumores. Algunos “bien


informados”, aseguraban que el Metro había sido acondicionado como
refugio antiaéreo; otros escucharon que las comunas que tenían más
probabilidades de ser blanco de bombardeos eran Las Condes y Lo
Barnechea, por su cercanía con la cordillera. También había versiones que
señalaban que en unos días más habría movilización, hubo testigos de que
los techos de hospitales y clínicas fueron pintados con grandes cruces rojas
y que el número de carabineros en las calles había disminuido.426 El rumor
de que Pinochet y la Junta dirigirían la guerra desde Isla de Pascua fue
echado a correr, a su vez, en algunos círculos. Pero, los “informados” eran
más bien conocidos y familiares de miembros de las Fuerzas Armadas,
pues el grueso de la población sólo seguía con atención las noticias
oficiales, que, en verdad, no daban mayores luces de la situación que se
estaba viviendo.

Al interior del Gobierno se discutían los pasos a seguir. Según recuerda


Sergio Fernández, en ese entonces ministro del Interior, “el planteamiento
del general Pinochet era evitar que se extendiera una sensación de pánico
en la población y ese fue uno de sus grandes méritos”, pero la tarea no le
era fácil: “La Marina tenía una postura dura, bastante dura, y también
algunos generales. Yo recuerdo que en una reunión, uno de ellos solicitó
que se convocara a todos los solteros entre 20 y 25 años y Pinochet replicó
con un golpe en la mesa y un rotundo ¡no!”.427

En todo caso, las medidas se estaban tomando. A estas alturas, buena parte
de las fuerzas chilenas que estaban concentradas en el norte habían sido
redesplegadas al sur. La reubicación de las tropas y material bélico había
tenido que hacerse de tal manera que el Teatro de Operaciones Norte
(TON) no quedara desguarnecido ni debilitado en exceso.

Se trató de un esfuerzo de coordinación y logístico de gran envergadura,


que había tenido que tomar en cuenta una serie de complejas necesidades y
en el que se puso a prueba el talento organizativo de los mandos de las
distintas ramas castrenses. No sólo había que determinar los lugares donde

136
serían instaladas las tropas, sino también la forma en que se realizarían los
desplazamientos, asegurando el abastecimiento de pertrechos y de
municiones. Además, había que salir a comprar armamentos, construir
pistas aéreas, levantar un sistema de comunicaciones seguro a lo largo del
país y, en general, orientar la actividad de las empresas públicas —y a
veces de las privadas— hacia el esfuerzo de guerra. Todas estas tareas
debían, además, realizarse bajo la más estricta reserva, no sólo para que no
fueran detectadas por la inteligencia trasandina, sino que también para no
provocar alarma en la población.

Gran parte de esta responsabilidad recayó sobre los hombros de los


integrantes del Estado Mayor de la Defensa Nacional (EMDN). Desde el
mes de julio, el organismo estaba encabezado por el almirante Roberto
Benavente, en reemplazo del general del Aire Nicanor Díaz Estrada, quien
pidió su retiro como consecuencia de la salida de Leigh. La designación
tomó por sorpresa al marino, quien hasta esa fecha era el segundo en el
EMDN y era uno de los almirantes más nuevos.

Como la situación con Argentina se hacía cada vez más crítica, el


organismo entró en una fase que se conoce como planificación extra
militar, que abarca lo que en jerga castrense se denomina “frente de acción
en una situación de conflicto”. Ella incluía los objetivos que debían ser
cumplidos en distintos ámbitos, como el diplomático, el económico, el
frente bélico propiamente tal y el interno. La idea era que cada uno de
ellos asumiera las responsabilidades respectivas “en una situación tan
grave como es la guerra”. Al respecto, Benavente explica que “la gente
habla de la guerra en una forma simple, como si fuera un partido de fútbol
o una cosa transitoria, cuando en realidad la guerra es lo más complicado y
delicado del mundo. De modo que nos dedicamos a perfeccionar la
planificación de la guerra del frente bélico, que era el nuestro, y además a
llamar “la atención del Gobierno, para que los demás frentes hicieran su
propia contribución”.428

A cargo de la coordinación de las tareas en el campo civil estaba el


ministro del Interior, Sergio Fernández, quien debía seguir las directrices
que emanaban del Estado Mayor de la Defensa Nacional. Una de las
primeras acciones que tuvo que llevar a cabo fue pedirle a los ministerios
sus respectivas planificaciones para ser analizadas en el Estado Mayor de
la Defensa. “Muchas de ellas fueron devueltas —recuerda Benavente—,
ya sea porque estaban incompletas o porque carecían absolutamente de

137
sentido real. Ello ocurrió porque sencillamente nunca habían hecho una
cosa así. Nunca habían hecho un plan para enfrentar una contingencia que
fuera de hipótesis bélica”.429 Por su parte, comenta Sergio Fernández, “yo
tenía en mi escritorio un alto de papeles con los decretos listos para los
cambios de intendentes y autoridades y la delegación de facultades a los
ministros. Y es que Pinochet se ocuparía personalmente de conducir la
guerra, como comandante en jefe de todas las Fuerzas Armadas”.430

En el frente militar había disparidad de criterios respecto del lugar en


donde se iniciarían las hostilidades, ya que podía darse la hipótesis vecinal
3, como también que el conflicto fuera exclusivamente con Argentina.
Pero como ellos tenían la iniciativa, podían escoger cualquier punto de la
frontera y no necesariamente la zona austral. “Al respecto —señala
Benavente— yo tenía una determinada visión del problema. Mi opinión
como jefe de Estado Mayor era que debíamos fortalecer, lo que más se
pudiera, nuestra posición en el sur, que era el lugar en que a mi juicio se
iniciarían las operaciones”.431

Sin embargo, la mayoría de los generales del Ejército tenían temor a


desguarnecer el TON. Algunos de ellos, con un criterio más bien
económico, argumentaban que lo que había que evitar a toda costa era
perder las riquezas mineras del norte, lo que habría arruinado al país. El
sur era importante, pero no vital. “Yo pensaba que si éramos lo
suficientemente fuertes en el sur, podíamos sujetar el conflicto en el norte.
Nunca nos pusimos de acuerdo”.432

En más de una oportunidad, Benavente tuvo que exponer ante Pinochet,


los comandantes en jefes y los cuerpos de generales y almirantes la
información y apreciaciones de inteligencia que manejaba el organismo.
Clave resultaba saber con exactitud la relación de fuerzas existentes.
“Comparativamente, estábamos en una situación muy desmedrada,
especialmente en el Ejército y Fuerza Aérea. Las únicas fuerzas que
andaban más o menos equiparadas eran las de las armadas. No sabíamos
que los argentinos tenían misiles en los helicópteros, así que, a lo mejor,
estaban mejor que nosotros. Pero teníamos a nuestro favor otros factores
que considerábamos importantes, factores de fuerza, como el alto espíritu
de nuestros soldados y marinos, que era superior al del otro lado. Y eso era
algo a lo que nadie puede dejar de darle importancia”.433

Entre el sinnúmero de problemas e incidentes que debía enfrentar,


Benavente recuerda que a fines de noviembre, comienzos de diciembre,

138
recibió pasadas las 10 de la noche, en su casa, un urgente llamado del jefe
del Estado Mayor del Ejército, general Washington Carrasco, quien citó a
una reunión de emergencia en el Diego Portales. Se trasladó de inmediato
a la oficina, donde lo esperaba el general Héctor Orozco, director de la
Dirección de Inteligencia Nacional del Ejército (DINE) junto a otros altos
oficiales. Orozco informó que, ese día, un grupo de vehículos militares
argentinos había penetrado en territorio chileno. Las fuerzas que
custodiaban la frontera se dirigieron al lugar y persuadieron de manera
pacífica a los trasandinos para que se retiraran. Pero en el momento de
hacerlo, de uno de los vehículos cayó un documento, que era nada menos
que un plan de invasión.

“El documento fue recogido e informado a los mandos militares. Frente a


esto, la Dirección de Inteligencia decía que la invasión sería al día
siguiente. Fue muy impresionante lo que relató Orozco, ya que el
documento era una especie de mapa con líneas de operaciones, que
indicaban por dónde podían penetrar. Se puso en alerta a todas las Fuerzas
Armadas. Como jefe del Estado Mayor de la Defensa, mandé un mensaje,
indicando que se había detectado este documento y que había que poner
atención en los puestos fronterizos y avisar, de inmediato, cualquier
novedad. Frente a una actitud ofensiva de Argentina, se debía reaccionar
con la mayor violencia, con toda la fuerza, sin ninguna contemplación y no
mostrar debilidad frente al enemigo. Finalmente no pasó lo que se suponía
que podía pasar. Lo probable era que haya sido un documento falso”.434

Aparte del trabajo realizado por el Estado Mayor de la Defensa Nacional,


los distintos jefes de Estado Mayor de cada una de las ramas de las Fuerzas
Armadas, debían desplegar también una intensa actividad, sobre todo
planificando los complejos aspectos operacionales. En el Ejército, como
dijimos, ese cargo lo desempeñaba el general Washington Carrasco.

Una de las misiones más delicadas que le cupo cumplir fue conseguir
proveedores para comprar armamentos, en momentos en que la situación
internacional chilena era bastante precaria: “Teníamos todos los mercados
cerrados. Hice compras en Brasil, Corea del Sur, Singapur, Israel, Taipei y
en Francia, claro que antes de que asumiera Mitterrand. En este último país
nos vendieron 30 tanques, pero después se dieron vuelta la chaqueta. En
ese momento, comprábamos todo lo que podíamos, y a medida que llegaba
el material, conformábamos las unidades. Me tocó ir a buscar tanques a
varios países. Me ofrecían en España, en Marruecos, en Austria, en

139
Inglaterra, pero todos eran a uno o dos años plazo. Lo único disponible
eran los tanques que estaban en Israel, que eran unos 250, de la Segunda
Guerra Mundial. Usaban motores a bencina y tenían 95 para la venta. Eso
fue lo que compramos. Después, se les cambiaron los cañones y los
motores”.435

Junto al abastecimiento de equipamiento bélico, el general Carrasco debía


supervisar y planificar la labor y la presencia del Ejército en los distintos
teatros de operaciones en que estaba dividido el país. Especial
preocupación constituía el TON, que abarcaba la zona comprendida entre
Arica y Antofagasta. El reforzamiento de las defensas en ese área era
considerado vital para el Ejército, quien destinó al lugar al general Julio
Canessa, sin perjuicio de sus funciones como ministro de Conara. El
general a cargo de la VI División era, por su parte, Guillermo Toro Dávila.

El Ejército tampoco podía descuidar el Teatro de Operaciones Centro, una


de cuyas áreas críticas era el valle del río Aconcagua. El Teatro de
Operaciones Sur, en tanto, comprendía de la VIII a la X Región, las cuales
eran cubiertas por la II y III División, cuyos comandantes eran los
generales Enrique Morel Donoso y Rigoberto Rubio Ramírez. Esta última
División incluía las líneas de operaciones Lonquimay y Puyehue, las
cuales resultarían ser campos de batalla en caso de una irrupción de
fuerzas trasandinas. La inteligencia chilena había detectado que el grueso
de las tropas del Ejército argentino se encontraba a la altura de esa zona,
apreciación que más tarde resultó ser correcta.436 El plan de combate
trasandino contemplaba que toda su masa operativa cayera, a través de
Puyehue, sobre Osorno y luego Puerto Montt, cortando de esa manera las
comunicaciones y el territorio en dos. “No se dio lo que se pensaba
originalmente, esto es, que avanzarían con todo hacia el Teatro de
Operaciones Austral, en dirección a Punta Arenas”.437

El general Martín Balza, que más tarde llegaría a ejercer el cargo de jefe
del Ejército argentino durante nueve años (1990-1999), escribió en sus
memorias que, en 1978, “cuando casi vamos a la guerra con Chile, escuché
decir a un comandante que bien podría tildarse de ser un seudo Patton:
‘Cruzaremos los Andes, les comeremos las gallinas y violaremos a las
mujeres’. También vi cartelitos que decían: ‘Ahora vamos al mundial del
Beagle’. Esto lo presencié personalmente, pues movilicé una unidad de
artillería con motivo del conflicto. En oportunidad de hacer un
reconocimiento en la zona del Paso de Puyehue, cerca de Bariloche, dije

140
que todo el plan era un disparate. Chile, con una actitud defensiva, estaba
militarmente en una posición más fuerte que nosotros, que iniciaríamos
una insensata ofensiva. Políticamente seríamos considerados invasores en
el contexto internacional y condenados en consecuencia. Hasta el TIAR
actuaría contra nosotros. (...) Pero lo más caótico y ridículo era que los
medios más poderosos, los también viejos tanques AMX-13, iban a ser
empleados en la zona de Pino Hachado, en la provincia de Neuquén, donde
penetrarían en un área conocida como La Horqueta, por la boca ancha de
un embudo, para terminar saliendo —encolumnados y desfilando— por la
boca pequeña del embudo, por un desfiladero montañoso que permitiría al
adversario destruir fácilmente a nuestros blindados, empleando efectivos
de poca magnitud, dotados de armas antitanques. Una vez más, quienes
concibieron el plan se olvidaron de los manuales y de la elemental
doctrina”.438

Dada su importancia, el Teatro de Operaciones Sur fue preparado de tal


manera que, como reconoce Balza, los argentinos se habrían llevado una
gran sorpresa. A todos los puentes se les instaló cargas explosivas, se
adelantaron unidades de caballería armadas con cohetes antiblindaje y se
prepararon campos de tiro nocturno debidamente “jalonados” y pintados
para evitar confusiones.

El Ejército encontró una gran colaboración entre la población. Incluso se


organizó un contingente de caballería formado por civiles, llamado Los
Bueras, en recuerdo del héroe huaso de la Independencia, Santiago Bueras.
Su misión era apoyar en la exploración a las tropas y cooperar en aquellos
pasos fronterizos, que contaran con menor cantidad de medios.439

Aunque los informes de inteligencia señalaban que el centro de gravedad


de un eventual ataque argentino se daría en este teatro de operaciones, el
jefe del Estado Mayor del Ejército tuvo especial preocupación por dotar
con los medios necesarios a las unidades y efectivos del Ejército que se
encontraban en el Teatro de Operaciones Austral. “Yo le mandaba a
Floody todo lo que podía. Yo había sido comandante de la V División y
conocía la zona. Sabía perfectamente lo que le faltaba”.440

Otro de los organismos claves por estas fechas fue el Comité de


Apreciación Política Estratégica (CAPE), creado por orden del presidente.
A partir del mes de noviembre, el organismo se reunía todas las tardes en
el edificio Diego Portales, analizando los distintos escenarios que se iban
presentando. Presidía el Comité el general Fernando Matthei y lo

141
integraban los jefes de los estados mayores de las Fuerzas Armadas, el
Estado Mayor de la Defensa y los jefes de gabinete de la Junta de
Gobierno.441 Matthei señala que tenían como misión cooperar a la
planificación estratégica y asesorar a Pinochet, que era el generalísimo de
las Fuerzas Armadas. “También recibíamos y confrontábamos la
información de inteligencia que nos entregaban todas las ramas de la
defensa”.442 El almirante Roberto Benavente se acuerda de que a las citas
de este “Comité de Inteligencia del más alto nivel”, concurría también el
canciller Cubillos de quien era amigo desde hacía muchos años. “En esas
reuniones se analizaba la situación de inteligencia, previendo lo que podía
suceder. De acuerdo a ello se tomaban ciertas determinaciones a nivel de
las instituciones involucradas”.443En representación del almirante Merino,
asistía el almirante Ronald Mc Intyre.

Por otra parte, el Consejo Superior de Seguridad Nacional (Consusena)


también era escenario de periódicos encuentros, a los cuales asistían
algunos de los ministros del gabinete. Las sesiones solían ser tensas y en
más de alguna oportunidad se produjeron desencuentros por los recursos
económicos que había que destinar para el caso.

El titular de Hacienda, Sergio de Castro, se había hecho impopular entre


algunos mandos militares por la aplicación de una política económica
considerada demasiado liberal para la mentalidad estatista que todavía
imperaba en muchos de sus miembros. Normalmente, y apoyado en esto
por Pinochet, se negaba a aceptar las insistentes presiones para que
entregara recursos adicionales. Desde un comienzo fue claro: no se sacaría
ni un solo centavo del presupuesto nacional para compras de armamentos,
y si ellas se producían, las distintas ramas de las fuerzas armadas debían
endeudarse con cargo a las utilidades que recibían de Codelco. “Se va a la
guerra con lo que se tiene, había dicho Pinochet, en más de una
ocasión”.444

La actitud de De Castro mereció incluso un par de salidas “humorísticas”


por parte de algunos uniformados. En una ocasión, el general Carlos
Forestier le señaló que “si había guerra él sería el primero en ser
fusilado”445 y en otra oportunidad, cuando algunos almirantes le
reclamaron porque no había liberado ciertos recursos que habían sido
previamente autorizados por Pinochet, se produjo el siguiente diálogo:
“Ministro, ya llevamos varias reuniones y yo tengo una duda”. De Castro
le contestó: “¿Cuál es su duda?”, “Usted nos ha prometido que nos va a

142
entregar los recursos económicos oportunamente. Yo quiero saber si usted
los va a entregar en monedas o billetes”. “¿Qué quiere decir con eso,
almirante?”, preguntó un extrañado De Castro. “Muy sencillo. Los billetes
no nos van a servir para nada, pero las monedas se las podemos tirar al
enemigo”. Todos se distendieron y aplaudieron la salida.446

Por otra parte, el desarrollo de la crisis era seguido, día a día, en la


Cancillería. Consciente de que la situación era cada vez más grave, ya en
septiembre Cubillos había enviado secretamente a distintos emisarios a
explicar la postura chilena y conseguir apoyo ante los diversos gobiernos
de la región. Así, por ejemplo, Enrique Bernstein y Patricio Pozo viajaron
a Brasilia, para entrevistarse con el canciller Antonio Azeredo Da Silveira.
La petición fue que el brasileño —quien por esas fechas viajaba a
Washington— alertara al Departamento de Estado, respecto del peligro de
que una guerra entre Chile y Argentina se convirtiera en un conflicto
regional.

Como consecuencia de estos buenos oficios, el 22 de octubre, el


embajador de Estados Unidos en Chile, George Walter Landau, se reunió
con Pinochet en el edificio Diego Portales. En la cita, el diplomático le
entregó un mensaje del presidente Carter, en el cual abogaba por una
solución pacífica al conflicto. También le informó que, en ese mismo
instante, su colega en Buenos Aires hacía igual cosa ante el general Videla.
Landau agregó: “Yo sé que usted quiere la paz, general. Y espero que
traspase este mensaje a las Fuerzas Armadas chilenas”.447 A esas alturas,
los norteamericanos daban por hecho que estallaría la guerra entre ambos
países.448 La visita de Landau a Pinochet constituyó la primera acción de
una fuerte ofensiva de Estados Unidos para evitar el conflicto.449

Lo cierto es que, previamente, el embajador estadounidense había sido


blanco de un fuerte lobby por parte de algunos de los negociadores
chilenos. Se le había invitado a varias reuniones-almuerzo en la casa del ex
canciller Germán Vergara Donoso, cuyos contertulios eran Julio Philippi,
Helmut Brunner, Enrique Bernstein, Santiago Benadava y el coronel
Ernesto Videla Cifuentes. Los diplomáticos chilenos usaron todos sus
talentos argumentativos para “ganar” a Landau para la causa chilena,
hecho que al parecer había dado buenos resultados.450 Fueron frecuentes
los informes del embajador a sus superiores en el Departamento de Estado,
en los cuales advertía que la intransigencia de la Junta militar trasandina
—y en especial de la Armada de ese país—, estaba llevando a ambas

143
naciones al borde de una guerra de consecuencias nefastas. “A partir de
octubre comencé a mandar mensajes cada vez más negativos, señalando
que no veía ninguna esperanza de arreglo entre Chile y Argentina”,
recordaría más tarde el propio Landau.451

Durante el tenso mes de diciembre, cuando la gravedad de la crisis


comenzó a hacerse cada vez más evidente, Landau se reunía por lo menos
dos veces a la semana con el canciller Cubillos. En esos encuentros, el
diplomático no cejó en transmitirle el “apoyo moral” de Estados Unidos a
la posición defendida por Chile.452

Fracasan las conversaciones

Durante la mañana del 11 de diciembre de 1978, el canciller Hernán


Cubillos revisaba, en su casa de la comuna de Vitacura, los últimos
detalles para su viaje a Buenos Aires. Confirmó que en la maleta que le
había preparado su nana Hortensia, se encontraran las dos bolsas de tabaco
holandés y el set de pipas, de las cuales rara vez se separaba. Aunque sabía
que sobre sus hombros recaía una enorme responsabilidad, mantenía la
calma que lo caracterizaba. Su formación de marino y el conocimiento que
tenía de las Fuerzas Armadas chilenas le daban tranquilidad. Sabía que
podía confiar en su profesionalismo y valentía, lo que le permitía ubicarse
frente a Pastor en una posición de fuerza.

Al otro lado de la cordillera, y a la misma hora, el recién nombrado


canciller argentino Washington Pastor y cuñado de Videla, se reunía con la
Junta militar. La cita se llevaba a cabo en el despacho del comandante en
jefe del Ejército, Roberto Viola. Se encontraban presentes los máximos
representantes del poder político y militar trasandino, entre ellos el
presidente Videla, el almirante Lambruschini, el brigadier mayor Miguel
Ángel Osses —quien concurrió en reemplazo de Agosti, que se encontraba
en Caracas—, el subsecretario de Relaciones Exteriores, Pablo Apella;
además de los secretarios generales de cada una de las tres ramas
castrenses, general Reynaldo Bignone, contralmirante Eduardo Fracassi y
el brigadier Basilio Lami Dozo.

Por espacio de una hora y media, Pastor recibió las instrucciones de sus
superiores de cómo debía llevar adelante las conversaciones que sostendría
al día siguiente con Cubillos.453 La idea era que el canciller propusiera a la
persona de Juan Pablo II como “ministro de fe” en el conflicto. Pero debía,
por sobre todas las cosas, evitar que el papa actuara como mediador

144
abierto. Su rol, le insistieron, debía ser sólo de “notario”.

Previamente, Pinochet y Videla habían recibido una carta del pontífice, en


la cual expresaba sus deseos de que las diferencias entre las dos naciones
pudieran solucionarse en la cita en que Cubillos y Pastor se verían
finalmente las caras.

A las 15:50, Hernán Cubillos y su comitiva abordaron el vuelo 921 de


Varig con rumbo a Buenos Aires.454 El canciller ocupó el asiento 1A, en la
sección de primera clase. Sin embargo, los minutos pasaban y el avión no
se movía. La delegación chilena comenzó a impacientarse. Al cabo de un
rato, el comisario de a bordo se acercó a Cubillos y a su comitiva para
pedirles que bajaran del aparato. Nervioso, el funcionario les explicó que
la seguridad del aeropuerto Comodoro Arturo Merino Benítez, a través de
una llamada anónima, había sido alertada de la posibilidad de que grupos
extremistas hubiesen colocado una bomba en la nave.

La espera se hizo tensa en el salón VIP del terminal aéreo y sólo después
de más de una hora, tiempo en que se revisó el avión y el equipaje, los
pasajeros pudieron retornar al Varig. De inmediato se iniciaron las
maniobras de despegue y pasados algunos minutos la aeronave iniciaba el
cruce de la cordillera.

Mientras tanto, en el aeroparque Jorge Newbery se realizaban los


preparativos para recibir a la delegación chilena. En la pista esperaba en
perfecta formación un destacamento de la Policía Militar Aeronáutica,
mientras la banda de la Jefatura Militar del Comando en Jefe de la Fuerza
Aérea afinaba sus instrumentos. Avisado de que el vuelo de Cubillos venía
con retraso, el canciller Washington Pastor llegó al lugar 15 minutos más
tarde. Pero aún habrían de esperar un largo rato.

Recién cuando faltaban 10 minutos para las 7 de la tarde, el tren de


aterrizaje del DC-10 de la Varig que traía a Cubillos tocó la loza del
aeropuerto internacional Ministro Pistarini en Ezeiza. Minutos después, el
canciller ingresaba al terminal, donde lo esperaba el embajador de
Argentina en Chile, Hugo Miatello, y su contraparte en Buenos Aires,
Sergio Onofre Jarpa, además de otras autoridades trasandinas.

El atraso obligaba a moverse rápido. Cubillos pasó volando por las casetas
de inmigración del aeropuerto, sin realizar trámite alguno. De inmediato
abordó el avión Fokker F 28 Tango 02 de la Fuerza Aérea argentina, para

145
ser transportado al aeroparque donde lo esperaba Pastor. Apenas alcanzó a
sentarse, cuando las dos turbinas comenzaron a rugir y la nave, pintada con
las franjas de la bandera albiceleste, comenzó a elevarse. En el trayecto,
según recuerda Ernesto Videla Cifuentes, Cubillos le dijo al embajador
Miatello: “Estuve por cancelar el viaje. Los aprestos militares que informa
la prensa constituyen una actitud inamistosa”. El diplomático le contestó:
“No están dirigidos hacia Chile”. Ante lo cual, el canciller le replicó:
“¿Entonces son para presionar al general Videla porque sigue negociando
con Chile?”.455

15 minutos más tarde, el avión se posó en el aeroparque. Cubillos


descendió de inmediato y al caminar sobre la alfombra roja de 120 metros,
que había sido colocada para la ocasión, se dirigió hacia las autoridades
que lo esperaban. “¿Es usted Pastor? Mucho gusto”, le dijo a su colega
argentino, mientras le daba la mano. Se disculpó con el trasandino por el
atraso, sin entrar en detalles sobre lo que había sucedido en Santiago.

Luego de los saludos protocolares y de revistar las tropas, Cubillos se


subió a uno de los automóviles de la embajada, el cual partió raudo en
dirección a la residencia del embajador de Chile, ubicada en la calle Tagle,
a pocos metros del cruce con la avenida Figueroa Alcorta. Eran las 19:24.
Al acercarse al lugar, Cubillos se percató de que el recinto estaba
fuertemente custodiado por efectivos de la policía federal y de la
bonaerense.

No habían pasado ni 15 minutos cuando sorpresivamente recibió una


llamada de Pastor, quien a nombre del presidente Videla lo invitaba a
participar en la tradicional cena de fin de año que ofrecía el mandatario al
cuerpo diplomático.456 Obviamente, parecía una falta protocolar, pero
como la visita había sido programada de manera intempestiva su nombre
no había sido considerado al momento de cursarse las invitaciones.457 Para
el canciller se trataba de una oportunidad única de conocer el ambiente que
se respiraba en la capital y aceptó de inmediato.

Casi no tuvo tiempo de quitarse el traje gris que llevaba puesto y


cambiarlo por uno azul. El smoking, la tenida obligatoria para esta clase de
eventos, había quedado en su residencia de Vitacura. La cena era en la
Quinta de Olivos, lugar al que partió acompañado de Sergio Onofre Jarpa.
Una vez allí, fue sentado en la mesa de honor, entre el presidente Videla y
Pastor. Los acompañaba también el nuncio Pío Laghi, decano del cuerpo
diplomático acreditado en la capital trasandina.458

146
En un momento en que quedaron a solas, Cubillos y el representante del
Vaticano aprovecharon de intercambiar opiniones sobre la crisis. El
canciller chileno le manifestó que tenía pocas esperanzas de llegar a un
acuerdo con los argentinos: “Después de haber conocido a Videla en
Roma, creo que voy a perder el tiempo hablando con ellos, porque los
acuerdos a que lleguen no se van a cumplir”, le dijo.459 Más adelante le
agregó: “Monseñor, mañana y pasado vamos a trabajar con el canciller
Pastor en la elaboración de una carta, en la que le pediremos al papa que
sea mediador. Pero yo quiero hacerle una pregunta: ¿Puedo tener
confianza? ¿No puede darse la situación de que yo ponga la firma en el
documento y que éste, después, sea desautorizado por la Junta militar o por
los altos mandos? Usted lo sabe, en Argentina el poder está muy
atomizado”. De inmediato, el prelado trató de convencer a Cubillos de la
rectitud de Videla y de que éste cumpliría con los compromisos. “Tenga
confianza, señor ministro. Vaya adelante, porque no hay otra solución. Y,
además, yo estoy convencido de que ni Videla ni Viola quieren la
guerra”.460

A las 8:30 del martes 12 de diciembre, Cubillos estuvo listo para subirse
junto a Jarpa al vehículo que los llevaría al Palacio San Martín, en el barrio
de Retiro. Era una visita protocolar y sólo permaneció allí 20 minutos, ya
que tenía programada una reunión con el presidente Videla en la Casa
Rosada.

Ésta se desarrolló en uno de los salones del segundo piso del palacio de
Gobierno y a ella asistieron también el embajador chileno y Pastor.
Mientras Videla hablaba, Cubillos seguía preguntándose sobre el
verdadero poder del presidente argentino para respetar un eventual
acuerdo. En algún minuto de la charla, el mandatario hizo una crítica
solapada al legalismo e inflexibilidad de los chilenos. Fue la oportunidad
para que Cubillos replicara y le planteara derechamente su “obsesión”:
“Bueno —le dijo—, si se trata de críticas, yo también tendría que hacerle a
usted una. Me dicen que usted no manda en Argentina y que no tiene
poder para decidir”. Según recuerda él mismo, Videla estiró su delgado
cuello hacia arriba y le contestó: “Canciller, ésa es una pregunta
impertinente. Si no fuéramos tan amigos, yo lo saco de la sala”. Después
de eso, el mandatario gastó una hora en tratar de demostrarle que él, de
todos los mandatarios en el mundo, era el que más poder ostentaba.
“Entonces, al final me dijo: ‘Reúnase con mi canciller y acuerdo al que

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usted llegue con él, vale’”.461

De vuelta en el Palacio San Martín, Jarpa y Cubillos tuvieron que enfrentar


una lluvia de piedras e improperios por parte de un grupo de fanáticos allí
congregados: “El ambiente en Argentina era de guerra. La gente estaba
convencida de que yo había provocado la guerra. Me gritaban de todo: que
era un nazi y cosas por el estilo”.462

Ya en el interior y luego de las fotos de rigor, Pastor y Cubillos quedaron


solos. De acuerdo a la versión del periodista Bruno Passarelli, el diálogo lo
habría iniciado Pastor en los siguientes términos: “Señor canciller, el
Gobierno argentino le propone formalmente al Gobierno chileno que, dada
la gravedad que ha alcanzado la situación, y como último recurso para
evitar un enfrentamiento armado, pidamos a su santidad, el papa Juan
Pablo II, que acepte intervenir como mediador para solucionar nuestros
problemas en el mar austral”.

Cubillos, que junto con Pinochet habían elaborado una lista de al menos
cinco posibles gobiernos463 y en la que la Santa Sede ocupaba el primer
lugar, no tardó en responder: “Mi Gobierno no puede sino estar de
acuerdo, nos parece una elección inteligente. El santo padre ofrecerá toda
su sabiduría para que podamos superar nuestras diferencias en forma
pacífica. Con esta aceptación, Chile demuestra hasta dónde ha llegado su
buena voluntad”.464

El propio Cubillos recordaría años más tarde que su respuesta afirmativa


dejó descolocado a su colega argentino. Pastor “fue incapaz de continuar la
conversación. ¡No pudo seguir hablándome! Se le produjo un
congelamiento. Estaba preparado para que yo le dijera no. No estaba
preparado para que yo le dijera que sí. Los argentinos se habían tragado el
asunto de que para nosotros era inaceptable una mediación del papa, por el
problema que el Gobierno tenía con la Iglesia local”.465

Continuando con la versión de Passarelli, una vez que Pastor se recuperó


de la impresión, las sorpresas no terminaron. Cuando el ministro
trasandino le propuso que se reconociera “la permanencia del sistema
derivado del Acta de Puerto Montt”, lo cual implicaba seguir con las
negociaciones bilaterales, pero bajo la atenta mirada del santo padre,
Cubillos también le manifestó estar de acuerdo. Enseguida, le planteó que
había que acordar los temas que se le pondrían al pontífice sobre la mesa.
En ese punto, Cubillos le dijo: “¿Cuáles, por ejemplo?”. Ante lo cual, el

148
argentino le respondió: “lógicamente, la fijación de límites definitivos en
la zona en cuestión y la existencia del principio ‘Atlántico para Argentina
y Pacífico para Chile’”.

La reacción del canciller chileno fue categórica. Chile no se avenía a


“discutir esa materia, ya que no es objeto de debate”. Pastor insistió: “Éste
es el punto vital en el que deben centrarse las discusiones, el Gobierno
argentino no puede ni debe desconocer actas y protocolos aceptados y
firmados por ambos gobiernos. Para mi país, como usted bien sabe, el
diferendo no versa sólo sobre la cuestión del Beagle y sobre las islas en
litigio. Versa, lamentablemente, sobre el destino permanente de nuestra
nación en el Atlántico”.

En adelante el diálogo comenzó a ponerse cada vez más tenso y Cubillos


argumentó firmemente en contra de la intención argentina: “Señor
canciller Pastor, la posición de mi país en ese sentido es irreductible, el
mediador deberá decidir acerca de ello”. “Nos parece que se confunden los
términos, argumentó Pastor, ambas partes quieren un mediador, no un
árbitro. El mediador podrá formular sugerencias, limar asperezas, acercar
posiciones, pero los países deben llevarle los temas en discusión y podrán
o no, al final, aceptar estas sugerencias. Lo que su Gobierno propone, y
entiendo que esto también se desprende de sus palabras, es buscar
nuevamente un árbitro. Y eso escapa a la filosofía del Acta de Puerto
Montt que nuestros presidentes firmaron hace pocos meses”. “Señor, lo
siento mucho, pero ésa es la posición del Gobierno de Chile y ella es
definitiva”.466

Ernesto Videla Cifuentes, por su parte, agrega nuevos detalles de esta


importante reunión. Señala que Cubillos le había manifestado su molestia
a Pastor por cuanto la posible mediación del papa “se venía filtrando a los
medios y para el Gobierno de Chile había sido muy desagradable, pues
dicha elección aparecería fruto de una imposición argentina. El papa
también debería sentirse incómodo porque se le involucraba sin siquiera
habérsele consultado. Pastor negó que el Gobierno influyese en los
medios. Le confidenció que no tenía problemas ni con el presidente
Videla, ni con el comandante en jefe del Ejército, Roberto Viola, ni con el
de la Fuerza Aérea, brigadier Agosti. Los tenía ‘tan solo’ con el almirante
Lambruschini y un pequeño grupo de la Armada y el Ejército. Muy
contento se ausentó para informar telefónicamente al presidente”.

Al regresar le manifestó que al Comité Militar le preocupaba llevar de

149
manera indeterminada el problema al mediador y, por lo tanto, era
partidario de que el marco de referencia fuera el Acta de Puerto Montt.
Cubillos respondió que estaba dispuesto, si la voluntad del Gobierno
argentino era alcanzar en esa precisa reunión un acuerdo, pero en el claro
entendido de que Chile conservaba en plenitud las reservas establecidas en
toda la correspondencia intercambiada entre ambos países.

Pastor agradeció a su colega haber aceptado los “dos puntos


fundamentales” de la posición de su Gobierno y le consultó las
condiciones que debían convenirse. Cubillos sostuvo que sería una
descortesía para el mediador fijarle condiciones, menos aún sin haber
solicitado su intervención.

El canciller argentino pidió “adornar” el acuerdo con “gestos de buena


voluntad” como concretar las “aproximaciones” alcanzadas por la
Comisión 2. Cubillos le dijo haber leído minuciosamente el informe final y
las únicas eran los “criterios sobre la línea de equidistancia” (para la
delimitación marítima), y de seguro al Gobierno argentino no le gustaría
hacer referencia a ellos. Por eso estimaba mejor llevar todos los
antecedentes al mediador y así aprovechar el trabajo previo. Pastor
coincidió y no hizo más comentarios.

Al entrar al tema de fondo, Pastor preguntó: “¿Suponiendo que el laudo se


reconozca, crees que el papa nos daría simbólicamente una roca?”.
“Imposible”, le respondió Cubillos. Pastor dijo pensar lo mismo y en
consecuencia la solución sería una línea de delimitación marítima. Por lo
mismo debía “dársele más color a los acuerdos y poner otras cosas”.
Aunque estaba seguro de que recibiría una respuesta negativa, deseaba
saber si Argentina podía instalar un Puesto de Vigías y Señales en alguna
isla. Cubillos se negó porque estaban instalados en territorios donde Chile
había ejercido soberanía desde hacía muchos años. El ánimo de Pastor
decayó. Los “dos puntos fundamentales” acordados y que habían
despertado su entusiasmo ahora eran insuficientes. Al Comité Militar le
parecerían poco. Planteó la idea de aplicar el concepto de “desactivación
militar”. Significaba el regreso de los soldados de ambos países a pasar
Navidad con sus seres queridos. “Es lo que el Gobierno chileno viene
pidiendo desde hace tiempo”, replicó Cubillos. Aunque no siguió tratando
el tema, la idea de Pastor era que como nosotros no aceptaríamos la
presencia de fuerzas argentinas en las islas, la “desactivación militar”,
permitiría el retiro de las nuestras. Volvía a estar presente lo planteado por

150
el almirante Eduardo Fracassi en Mendoza respecto al “equilibrio”. Había
tropas chilenas y argentinas en las islas o no había de ningún país.

“Cubillos desechó la idea de fijarle un plazo al mediador por considerarlo


una descortesía. Pastor jugó su última carta. Le consultó, sin mucha
convicción, si podían hacer un acuerdo secreto, lo que el canciller rechazó
de plano”.467

Llegado a ese punto, los dos cancilleres dieron por terminada la reunión e
hicieron pasar a la sala a sus respectivas comitivas, para que comenzaran a
trabajar en el texto del acuerdo. Según relata Videla Cifuentes, “la reunión
había durado una hora, aunque los acuerdos sustanciales fueron logrados
en menos de 15 minutos”. Es por ello que Pastor le pidió a Cubillos
“permanecer más tiempo, pues nadie entendería que en tan poco rato
hubiesen solucionado un problema que tenía a ambos países al borde de ir
a la guerra. Siguieron conversando sobre sus respectivas vidas. Quedaron
de juntarse a las 16 horas para firmar el acuerdo y hacer una
declaración”.468

Ambos ministros convinieron el procedimiento para elaborar la


declaración. Cada delegación redactaría un borrador y a continuación se
reuniría un representante de cada una de las partes para dar a luz al texto
definitivo.469

Sin embargo, tras las bambalinas del poder trasandino comenzaba a


moverse lo que Cubillos temía desde un principio: que la decisión final
sobre lo acordado por los cancilleres no recayera en el presidente Videla,
sino que en los miembros de la Junta militar. Y lo cierto es que mientras se
desarrollaban las conversaciones en el Palacio San Martín esta última ya se
encontraba operando.

Pastor ya le había dado pistas a Cubillos de lo que estaba pasando. En


algún minuto de la entrevista, como hemos visto, le señaló que él no veía
obstáculos para que el Ejército y la Fuerza Aérea de su país alcanzaran un
entendimiento con Chile, pero que había problemas con la Armada. De
hecho, apenas concluyó la cita, los asesores de Pastor le enrostraron como
un error el haber aceptado una mediación “abierta”, puesto que ello se
salía de las instrucciones dadas por la Junta militar. Dado que la
Cancillería era un “feudo” de la Armada, Pastor debía estar
constantemente bregando con los seguidores de la “filosofía” belicista de
Massera.

151
Tras ser “aleccionado” por sus colaboradores, el jefe de la diplomacia
trasandina tuvo que dirigirse al Salón Verde, donde Cubillos estaba
reunido con su comitiva. Pastor interrumpió la reunión y le pidió a su
colega una nueva entrevista en privado.

Cuando volvieron a encontrarse, Pastor le informó al canciller chileno las


consecuencias que podría tener la mala recepción que había tenido el
previo acuerdo entre sus asesores y le señaló que iría de inmediato a la
Casa Rosada, para solicitarle respaldo a Videla. De no lograrlo, presentaría
su renuncia sin demora.470

Cubillos tuvo que esperar cerca de 45 minutos. “Obviamente, hubo


problemas entre los dos, y Videla se debe haber ofuscado. Pero cuando
vuelve, llega radiante y me dice: ‘Qué bueno. A Videla me costó
encontrarlo, pero al final pude hacerlo. Está feliz. Entonces, pongamos a
nuestras comisiones a redactar el acuerdo que vamos a firmar esta tarde,
pidiéndole a su santidad que sea el mediador en este caso. Especifiquemos
ahí los términos y todo”.471

Según recuerda Enrique Bernstein, miembro de la delegación chilena,


pasaron pocos minutos antes de que nuevos problemas surgieran en el
camino. De acuerdo a su relato, mientras Cubillos se encontraba
trabajando con sus asesores en la declaración, se produjo una nueva
interrupción. Esta vez fueron cinco los funcionarios argentinos que
irrumpieron. El grupo estaba encabezado por el subsecretario de
Relaciones Exteriores, comandante Walter Allara, quien invitó a los
presentes a conversar en otro salón.

Una vez en el lugar, Bernstein propuso redactar la declaración definitiva.


No alcanzó a terminar sus palabras, cuando Allara lo interrumpió y, para
estupor de los chilenos, dijo que no habría tal texto, porque el documento
tendría partes secretas, las que no podían ser dadas a conocer
públicamente. La respuesta de la delegación fue inmediata: Chile jamás
suscribía convenios secretos y no entendían qué puntos del acuerdo podían
ser reservados. En seguida, Bernstein leyó el borrador que había sido
redactado por la delegación chilena. Ante ello, Allara se limitó a pasarles
una copia del texto afinado por la diplomacia trasandina.

Las conversaciones se retomaron poco después. De inmediato, Allara


insistió en que la declaración debía contener una parte secreta. Nueva
negativa de los chilenos. En ese momento, tomó la palabra el profesor

152
Guillermo Moncayo, integrante de la delegación argentina, quien de
manera bastante confusa dio a entender que la parte secreta “contendría
una distribución anticipada de las islas situadas al sur del canal
Beagle”.472 Junto a ello señaló que, luego de leer la propuesta de la
delegación chilena, no existía posibilidad alguna de llegar a acuerdo sobre
la mediación, por lo que ni siquiera consideraban la posibilidad de
presentarle la proposición a sus superiores.

Como era de esperar, de inmediato estalló la discusión entre ambas partes.


Los argentinos insistían en que la mediación del papa debía limitarse a
sancionar un acuerdo previamente logrado entre Chile y Argentina. Frente
a ello, los chilenos contraargumentaron que tal cosa desnaturalizaba el
papel de mediador que se le asignaría a Juan Pablo II. Pero las objeciones
trasandinas no terminaron ahí. También rechazaban que la declaración
consignara un compromiso de no recurrir a la fuerza ni a las amenazas de
su uso, calificando la cláusula de “irritativa”. Por todos los medios, se trató
de convencer a los argentinos de la conveniencia de disminuir el clima de
tensión existente a ambos lados de la frontera y así facilitar la labor del
mediador. Una vez más, ante la ausencia de entendimiento, se decidió
interrumpir la negociación.

A esas alturas, el genio de Cubillos y el resto de la delegación comenzó a


descomponerse. Y es que la postura antibélica expresada por Chile tenía
sólidos fundamentos jurídicos, la cual se encontraba refrendada tanto en
las Cartas de las Naciones Unidas, como en la de la Organización de
Estados Americanos y en el Pacto Antibélico, suscrito en 1933, y que fue
iniciativa de Argentina.473

Tuvieron que pasar otros 45 minutos para que se retomaran las


negociaciones. Claro que en esta oportunidad ya comenzaba a quedar en
evidencia que sería muy difícil llegar a un acuerdo. Para entonces,
Cubillos se encontraba más que malhumorado y decidió regresar a la
embajada, lugar en el que almorzó y, siguiendo su costumbre, aprovechó
de dormir una corta siesta.474

Eran cerca de las 15:30 cuando fue despertado por un llamado urgente de
Pastor. “Compungido, me dice por el teléfono: ‘Ministro, no hay arreglo.
El presidente Videla ha sido desautorizado por la Junta. Yo he sido
desautorizado por el presidente Videla. Y no vamos a poder firmar, así es
que se acabó el tema’. Yo le dije: ‘No puede ser’, y todo lo demás que uno
puede decir en una situación como ésa”.475 Lo cierto es que el argentino se

153
deshizo en disculpas. Ante lo cual, Cubillos le preguntó qué puntos habían
sido objetados por la Junta militar. “Todos”, le respondió.476 Quedaron de
volver a reunirse en la Cancillería a eso de las 16:30.

Mientras Cubillos se encontraba en la embajada, Pastor había retornado a


la Casa Rosada, con el objeto de recibir instrucciones de Videla. Y fue en
ese mismo lugar donde el mandatario fue notificado de la decisión tomada
por sus colegas de la Junta militar.477

Cubillos reaccionó rápidamente. Lo primero que hizo fue tratar de


comunicarse con el Palacio San Martín para informar a su gente. Sin
embargo, los integrantes de la delegación no pudieron atenderlo porque
estaban en medio de una reunión y no podían ser interrumpidos. El
canciller no insistió, puesto que supuso que a esas alturas la contraparte ya
les habría puesto en aviso de lo que estaba sucediendo. Pero tal cosa no
ocurrió.

A continuación se comunicó con Santiago, para hablar con el presidente


Pinochet y ponerlo al tanto del grave impasse. Luego, Cubillos logró
hablar con el nuncio en Argentina, Pío Laghi, quien quedó impactado con
el hecho. Incluso se trasladó hasta la embajada para recabar mayores
antecedentes.478 Fue tal su conmoción que posteriormente se dirigió a la
Casa Rosada para tratar de convencer a Videla de la necesidad de que
aprobara el acuerdo al que se había llegado en la mañana. Pero sus
gestiones se toparon con un muro de negativas.

Exactamente a las 16:26 se subió al automóvil que lo llevó de vuelta al


Palacio San Martín. 15 minutos más tarde, volvía a verle la cara a Pastor
en el Salón Dorado. Al verlo llegar, los pocos periodistas que se
encontraban en la sede de la Cancillería advirtieron el mal talante que
reflejaba el rostro del chileno y que, por lo tanto, algo grave estaba
ocurriendo.479

Siguiendo las instrucciones conversadas previamente con Pinochet,


Cubillos le informó a Pastor que la posición de Chile era inamovible. La
respuesta del jefe de la diplomacia trasandina fue: “¿Pero se da cuenta de
que así vamos derecho a la guerra?”.480

Pero ambos cancilleres no vieron todavía fracasados los intentos de llegar


a un acuerdo. Así, a última hora, se logró consensuar un nuevo borrador de
la declaración, el que estuvo listo a las 19:30. Nuevamente, Pastor debió

154
partir a la Casa Rosada, donde lo esperaban Videla y los miembros de la
Junta. Sin embargo, tanto Viola, Lambruschini como Osses, quien, como
dijimos, reemplazaba a Agosti, rechazaron de plano el texto. Viola fue el
que se vio más complicado de todos, ya que tuvo que aparecer como
“duro”, frente a los sectores realmente “duros” que existían dentro del
Ejército argentino. Sabía que en esas circunstancias cualquier signo de
“debilidad”, tanto suyo como de Videla, podía dar pie para un golpe de
Estado.481

Así las cosas, Pastor retornó al Palacio San Martín. Allí le comunicó a
Cubillos el lamentable final de sus gestiones. Para esa noche estaba
contemplada la celebración de un banquete en honor a la delegación
chilena en el elegante hotel Alvear, ubicado en La Recoleta. Para los
asistentes la comida fue más un “funeral” que otra cosa. Eran notorias las
caras largas y cansadas. Allí, Cubillos le comentó a uno de los
diplomáticos presentes: “Tengo la sensación de no estar hablando con el
dueño del circo”.482

Durante la cena, el canciller argentino se deshizo en disculpas y en gestos


conciliatorios hacia los chilenos. Como anécdota, vale la pena consignar
que los argentinos olvidaron comprar el regalo que Pastor tenía que
entregarle a su colega. Ello obligó a que, a última hora, tuvieran que salir
corriendo a buscar un presente, para no caer en el colmo de la descortesía.

Ese mismo día, el embajador de Chile en Washington, José Miguel Barros,


había concurrido a una reunión con el secretario de Estado, Warren
Christopher. La cita fue a las 4 de la tarde y, en ella, Christopher le
manifestó la preocupación del Gobierno estadounidense por el cariz que
estaban tomando los acontecimientos. Astutamente, Barros le señaló que
Estados Unidos no podía equiparar la postura de Chile con la de
Argentina, puesto que nuestro país invocaba una legítima sentencia
internacional, mientras que los trasandinos sólo se amparaban en el uso de
la fuerza.483

Mientras se realizaba la melancólica cena en Buenos Aires, en Ushuaia —


frente a Puerto Williams—, se daba inicio a un ejercicio de alistamiento
acatado de manera rigurosa por sus habitantes. La circulación por las calles
fue prohibida y cerca de la medianoche se sintieron fuertes explosiones.
Más de alguno pensó que la guerra ya había estallado, pero se trataba de
una práctica de tiro. Para esas fechas, cerca de 1000 civiles habían
abandonado el lugar. Además de la angustia por el estallido del conflicto,

155
los serios daños económicos motivados por el cese de la actividad turística
los había alejado de la ciudad. En su lugar, llegaron más de 6000 efectivos
militares.484

Cubillos regresó a Chile el miércoles 13 de diciembre y se dirigió


inmediatamente a las oficinas de Pinochet. Éste escuchó con atención el
relato de su canciller y le dio la instrucción de que redoblara los esfuerzos
para asegurar la paz. Le pidió que buscara alguna manera de enviarle a los
trasandinos alguna señal que permitiera retomar las conversaciones.

De vuelta a su oficina, tomó contacto con el embajador estadounidense,


George Walter Landau, a quien le narró en detalle lo sucedido en Buenos
Aires. El diplomático estaba preocupado por saber la veracidad de una
serie de rumores que habían llegado a su despacho. Éstos señalaban que
Argentina habría derribado un avión chileno; que el Gobierno había
dispuesto el cierre de las fronteras y la paralización de los vuelos de LAN.
Cubillos desmintió las versiones y le indicó que la autoridad sólo estaba
atenta a los incidentes que los trasandinos pudieran provocar.

Al día siguiente, Cubillos volvió a reunirse con Pinochet y sus asesores del
Ministerio. Allí se analizó la conveniencia de recurrir a la Organización de
Estados Americanos, idea que Julio Philippi recomendó rechazar puesto
que ello podía generar “irritación” a nivel internacional. Ernesto Videla
Cifuentes, en tanto, señaló que tras la negativa argentina al acuerdo,
cualquier cosa podría ocurrir y que una intervención de la OEA no tendría
mayores efectos. El planteamiento, al final, fue insistir con los argentinos
para acordar una mediación. Si ello fracasaba, estaba la última instancia de
recurrir a la Corte Internacional de La Haya. Pinochet decidió tomarse un
día para resolver el dilema.485

Paralelamente, en Nueva York, el embajador ante la ONU, Sergio Diez,


fue citado por Kurt Waldheim, el secretario general del organismo. El
austríaco le manifestó su preocupación por el fracaso de la reunión entre
Pastor y Cubillos y los peligros que entrañaba no dialogar. Diez tuvo que
gastar un buen tiempo para aclararle lo que realmente había pasado en
Buenos Aires, puesto que Waldheim manejaba la versión que previamente
le había entregado el representante trasandino.

La Escuadra a la guerra

Un día después del arribo de Cubillos a Santiago, el jueves 14 de

156
diciembre, en el Estado Mayor de la Defensa Nacional ocurrieron una serie
de acelerados movimientos. Al despacho de su nuevo jefe, el general Luis
Joaquín Ramírez —quien ese mismo día había asumido el cargo en
propiedad—,486 llegaron alarmantes informaciones de inteligencia.

Eran cerca de las 11 de la noche, cuando el coronel Ernesto Videla


Cifuentes recibió un urgente llamado de Ramírez para enterarlo de lo que
estaba sucediendo. En la conversación el general le dijo que tenía en sus
manos reportes que indicaban que la FLOMAR estaba a 200 millas de la
zona del Beagle y que existía la posibilidad de que intentara realizar un
desembarco en algunas de las islas en disputa.

Pero no sólo el Estado Mayor de la Defensa Nacional había recibido esa


noticia. Según recuerda Videla Cifuentes, sólo 15 minutos más tarde, el
embajador de Chile en Brasil, Fernando Zegers, se comunicaba con el
canciller Cubillos para decirle que había recibido informaciones, de buenas
fuentes, que señalaban que la flota trasandina intentaría el desembarco.
Poco rato después, un llamado de la embajada de Estados Unidos
comunicaba que Argentina ocuparía las islas Evout, Barnevelt y Hornos,
operativo que se realizaría alrededor de las 4 de la mañana.

Si bien la noche fue tensa, el desembarco nunca llegó a producirse. Lo


cierto es que la FLOMAR efectivamente se encontraba en la zona, pero
seguía un derrotero que consistía en un ir y venir entre la Isla de los
Estados y el cabo de Hornos, manteniéndose fuera del alcance y de la
vigilancia de los aviones de la Fach y de la aviación naval.487

El episodio puso en máximo estado de alerta a todas las ramas de las


Fuerzas Armadas. El almirante José Toribio Merino había seguido con
atención las negociaciones en curso y si bien el 21 de noviembre había
instruido a López para que regresara con la Escuadra a Valparaíso, pronto
se dio cuenta de que había sido un error. El sábado 9 de diciembre, la
inteligencia naval le había informado que la FLOMAR había salido de
Bahía Blanca y todo hacía presumir que esta vez el despliegue tendría un
carácter muy distinto, ya que existían indicios de que los argentinos
intentarían ocupar islas chilenas.488

Ese mismo día, el comandante de la Escuadra, Raúl López, fue citado al


despacho de Merino. Una vez allí, el Estado Mayor hizo una completa
exposición de la situación existente. López recuerda que Merino le señaló
que “si la reunión de cancilleres, a realizarse en dos o tres días más en

157
Buenos Aires para buscar un mediador, fracasa por la intransigencia del
Comité Militar, el enfrentamiento bélico será inevitable”. En tono serio y
solemne, terminó diciéndole: “Ándate al sur y gana la guerra, confío en
ti”.489

López inmediatamente se dirigió al buque insignia, el Prat, para ordenar y


supervisar personalmente la maniobra de zarpe. Tal como se había
realizado en el desplazamiento anterior, la navegación hacia la zona austral
se haría de manera escalonada. Las instrucciones eran llegar hasta el golfo
de Penas y mantenerse en el área a la espera del desenlace de lo que
ocurriera en Buenos Aires.490

El jefe de la Escuadra asumió la premura de las órdenes con tranquilidad.


Sabía que contaba con la confianza del comandante en jefe y,
personalmente, conocía ya de sobra la capacidad de las unidades a su
mando. A lo largo del año había visto cómo las tripulaciones habían
mejorado notablemente su desempeño y ello le daba la seguridad de que si,
finalmente, se producía un enfrentamiento, la flota chilena saldría airosa.
Formaba parte de la tripulación del Prat, el marinero segundo, Héctor
Yévenes, quien recuerda emocionado el momento del zarpe: “Nos
percatamos de que la situación iba a ser muy complicada cuando vimos
aparecer al almirante Merino y toda una delegación a despedirse de
nosotros. Eso no era común, no era habitual, pero estábamos preparados
para enfrentar lo que viniera”.491

Jorge Fellay, comandante del Blanco, recuerda por su parte que “el zarpe
fue más imperioso, de mucha premura. Habíamos llegado hacía poco del
sur y habíamos confiado que la situación podría volver a la normalidad.
Pero de repente la FLOMAR sale para el sur, en una actitud más agresiva.
Fue absolutamente imprevisto”.492

En esta ocasión hubo muestras de apoyo por parte de la población civil


tanto al momento de salir de Valparaíso como al llegar a Talcahuano.
“Pudimos percibir el afecto, la solidaridad y el patriotismo que la
ciudadanía le demostraba al personal de la Escuadra. Éste era llevado por
los buses en que se recogían a bordo, algunos llenos de pasajeros, hasta el
costado mismo de los buques, deseándoles buena suerte; los obreros del
arsenal trabajaron a jornadas extraordinarias para acelerar la vuelta al
servicio de la fragata averiada y poner en condiciones operativas al crucero
Latorre cuanto antes”.493

158
En el trayecto a Talcahuano, López dio la orden de concluir
definitivamente con los diseños de mimetismo y camuflaje de los buques.
Por ese entonces, Jorge Martínez Busch había asumido como segundo
comandante del Prat y recuerda que esto tuvo “un impacto extraordinario
en la marinería, porque se dieron cuenta de que escalábamos un paso más
hacia la guerra”. La tarea fue cumplida con esmero y los buques
destacaron por el ingenio mostrado en su cumplimiento. “Ocho horas
después del zarpe, cuando tuvimos el primer encuentro para
reaprovisionarnos, de repente vimos aparecer un buque mercante. ¡Y era el
Araucano! Se había convertido en petrolero mercante, con una bandera
extrañísima que se había colocado en el mástil. Le agregaron chimeneas, le
agregaron un puente hecho de cholguán, bastante firme, porque después
les aguantó mucho. En realidad, le cambiaron la fisonomía. Además, lo
que nos llamó la atención era que la marinería estaba vestida de civil”.494

Una vez en Talcahuano, las naves terminaron de completar su apresto y se


abastecieron del material de guerra que les faltaba. El comandante del
Blanco recuerda que en esa oportunidad hubo una gran diferencia “entre el
viaje de noviembre y el de diciembre: el apresto. Esto es la entrega, la
recepción o la movilización de todos los medios para que el buque tenga
dotación completa, tanto de su personal, de sus oficiales, como de su
munición, torpedos, petróleo y alimentos. No era una entrega de medios
para una comisión al sur, como en otras ocasiones. Aquí era la entrega de
todos los medios disponibles que tenía la Armada para ir a la guerra. Me
acuerdo que en Talcahuano se embarcó un médico civil, el doctor
Hernández, el cual tuvo que dejar a toda su clientela. Igual cosa ocurrió en
los otros buques”.495

Clave resultaba para las naves contar con el máximo de munición y


capacidad de fuego. “Cuando zarpamos de Talcahuano íbamos llenos de
munición. Habían llegado pertrechos comprados en alguna parte. Fueron
tantos, que tuvimos que amarrar misiles en cubierta; misiles antiaéreos que
venían en sus contenedores de fibra. Llevábamos muchos más misiles de
los que cabían en la santabárbara. A esas alturas, las precauciones ya no
importaban, llevábamos seis u ocho misiles más, lo que vulneraba todas
las normas de seguridad”.496

Como medida de precaución, ante la posibilidad de un ataque aéreo, López


ordenó que el apresto de las unidades se hiciera de noche y guardando las
más estrictas medidas de seguridad.497 Caupolicán Cartes, marinero del

159
Riveros, comenta que “allí se vio la capacidad de la II Zona Naval para
cumplir su tarea. El apresto se hizo con gran celeridad, en la noche, en
total reserva. Íbamos a cumplir con nuestro deber”.498

Una vez que las naves se hicieron a la mar, el almirante dispuso que el
desplazamiento se hiciera en línea. “Zarpamos de noche, porque no
teníamos certeza de que no hubiera argentinos espiando”.499 En total,
sumados todos los buques, había alrededor de 4000 tripulantes y 200
oficiales embarcados.500

Mientras la Escuadra concluía sus preparativos en Talcahuano, en las


costas peruanas se producía un incidente que vino a agravar la situación en
el norte. Un buque petrolero de la Armada, el Beagle, había llegado hasta
el puerto de Talara con el objeto de abastecerse de combustible. Al llegar,
bajaron a tierra el comandante de la nave, capitán de fragata Sergio Jarpa
Gerhard —hijo del embajador Sergio Onofre Jarpa— y el teniente Alfredo
Andonaegui, siendo arrestados por las autoridades de ese país, acusados de
actividades de espionaje. Recién tras dos días de intensas gestiones,
realizadas por la embajada chilena y el propio almirante Merino, se logró
la libertad de los oficiales, los que fueron enviados a Chile en avión. El
hecho contribuyó a exacerbar los ánimos de los peruanos. Pero también
permitió dejar en claro que si estallaba una guerra con Argentina, lo más
probable era que Perú se uniría al ataque.

Mientras la Escuadra se desplazaba con rumbo al golfo de Penas, el


comandante del crucero Latorre, capitán de navío Sergio Sánchez Luna, no
podía contener la furia. Su barco seguía amarrado a los diques de ASMAR,
en espera de que concluyeran las reparaciones que se le estaban
efectuando. Sentía una profunda frustración por no poder zarpar en ese
momento tan crítico. “La Escuadra zarpa de Valparaíso. Y yo estoy
todavía amarrado, con toda clase de problemas. En ese momento, no le
podía decir al almirante López que me iba con ellos, porque el buque no
dependía de la Escuadra, sino de la II Zona Naval, ya que estaba en
reparaciones. De no haber sido así, López me habría dicho ‘vengase
inmediatamente’. Pero el comandante de la Zona me decía: ‘¡No!, usted no
puede salir mientras no cumpla con las exigencias de las reparaciones’. No
es cosa de tirar un buque con 400 hombres a la mar y de repente a ése le
pase cualquier barbaridad. Eso era responsabilidad del mando de tierra, el
cual debe asumir el riesgo de permitir el zarpe de un barco que no está en
condiciones”.501

160
Impaciente, Sánchez Luna decidió no quedarse de brazos cruzados
mientras sus camaradas de toda la vida iban a hacer aquello para lo que se
habían entrenado desde el día que entraron a la Escuela Naval: la guerra en
el mar. Saltándose el conducto regular, tomó el teléfono y se comunicó
directamente con Merino para exponerle el problema: “Almirante, sigo
entrampado y quieren ahora que haga nuevamente una prueba en el mar,
pero hacia el norte. Mi sugerencia es hacer esas pruebas, pero hacia el sur,
acercándome a la Escuadra lo más que pueda. Si la prueba sale buena,
continúo con mi gente y los obreros de ASMAR hacia el sur, para
reunirme con mis camaradas. Y en el camino vamos solucionando los
problemas que se vayan presentando”. La respuesta de Merino fue escueta:
“Sí, hágalo así”. “A continuación, Merino llamó al comandante de la II
Zona y le dijo: ‘El Latorre se va al sur en su prueba hasta donde llegue’. Y
partí al sur solo, detrás de la Escuadra”.502

Pero hacerlo no era nada de fácil. No sólo había que enfrentar los
problemas de la nave, también había que poner a punto a la dotación.
“Debido al tiempo que habíamos estado en tierra, no estaba bien
entrenada. Su rendimiento era de un 50% y tenía tan sólo tres o cuatro días
en alta mar, para trabajar con ellos. Era una situación tragicómica.
Tocábamos zafarrancho de combate y la gente se equivocaba. Había
problemas graves en algunas áreas. Pero son cosas que a fuerza de
repeticiones se sacan adelante, incluso en dos o tres días, haciendo trabajar
a la gente las 24 horas del día. Dale que dale, zafarrancho de combate,
acostarse a las 10 de la noche, timbre de nuevo. Si no están listos, de
nuevo alarma a las 3 de la mañana. Hasta que logramos los tiempos que
nos habíamos fijado. Lo máximo que debe demorarse un combatiente a
bordo en llegar a su puesto de combate son dos minutos. Se ‘cae’ de su
litera, se pone el casco, su salvavidas y tiene que estar en su puesto en no
más de dos minutos”.503 Había tal mística y entusiasmo en la tripulación
que se soportó estoicamente esta presión.

Otro buque que se encontraba en reparaciones era el crucero O’Higgins, al


mando del capitán de navío Eduardo Angulo. Brasil, que había dado de
baja dos naves similares traspasó a la Armada chilena todo aquello que
pudiera aprovecharse como material de repuesto, pero, pese a ello, no
estuvo lista. “La idea inicial era dejar al O’Higgins en la isla Quiriquina
como batería antiaérea, para proteger los tanques de petróleo que allí
había. Pero después, con las reparaciones, el buque pudo navegar. Lo
botaron usando gente de la reserva, pero nunca llegó al sur. A lo más

161
estaba contemplado que se desplazara cerca de la isla de Santa María, para
protegerla de un ataque sobre Talcahuano”.504

La Escuadra llegó a Chiloé el lunes 11 de diciembre y aguardó órdenes en


la zona del golfo de Corcovado. Martínez Busch recuerda que “en las
diferentes bahías que existen en el área los buques se fueron estacionando
a la espera de nuevas órdenes”. La idea era sincronizar las acciones con el
desarrollo de las gestiones diplomáticas y realizar un desplazamiento
escalonado. Un movimiento masivo a la zona en conflicto habría sido “una
señal muy fuerte para el adversario, y como no sabíamos si estábamos
siendo seguidos por los aviones de guerra electrónica argentinos, era mejor
no correr riesgos y cuidarse de no agravar las cosas”.505

El destructor Blanco Encalada, que había sufrido un retraso en Valparaíso


y se había rezagado un día en relación al resto de la flota, marchaba a toda
máquina para unirse a sus compañeros. El almirante López instruyó a su
comandante, Jorge Fellay, para que se desplazara a unas 100 millas fuera
de la costa, para evitar ser detectado por los argentinos. “Mi principal
problema era recordar que, en la Segunda Guerra Mundial dos o tres
destructores Fletcher se dieron vuelta de campana por problemas de
estabilidad, porque el petróleo llegó a un nivel mínimo. Llamé al ingeniero
de la nave y le dije: ‘Tenemos que navegar a 25 nudos hacia el sur. Nos
vamos a demorar entre dos y tres días, así que vamos a tener que lastrar los
estanques vacíos con agua de mar’. Las cañerías de lastre de este buque
viejo estaban en mal estado. Pero, a pesar de varios problemas, logramos
lastrar y llegar a encontrarnos con el petrolero Araucano”.506

El almirante López recuerda que el martes 12, día del encuentro entre
Pastor y Cubillos en Buenos Aires, las unidades de la flota se encontraban
abasteciéndose de petróleo en Chiloé. Fue allí donde recibieron la noticia
del fracaso de las negociaciones y que la FLOMAR había zarpado de su
base en Puerto Belgrano. De inmediato, el almirante dispuso “continuar al
TOA a la máxima velocidad, a 250 millas de la costa”.507

Tavra recuerda cómo se vivió esa orden a bordo del Williams. “Nos
fuimos a toda velocidad. Fue la navegación más rápida de mi vida. Íbamos
a 25 nudos. No podíamos más, porque si consumíamos más combustible
nos quedábamos botados, ya que el petrolero Araucano estaba más al sur.
Llegamos casi sin petróleo. El buque se iba golpeando contra la mar con
fuerza porque en esa estación del año, la mar y los vientos son del sur, y el
buque se golpeaba y se golpeaba. El buque tuvo algunas averías, las que se

162
repararon sin mayores problemas”.508

En el trayecto, el almirante López ordenó a los comandantes de las


unidades que se prosiguiera con las prácticas y entrenamientos de
combate, mientras se aproximaban a los fondeaderos de guerra.509 También
se perfeccionó el camuflaje de los buques, para distorsionar sus figuras.
Fellay explica que existen ciertos tipos de pintura que pueden acortar o
sombrear visualmente a las embarcaciones, “de tal manera, que los
telemetristas confunden el buque y también los artilleros el ángulo en que
está avanzando el blanco. Es una ilusión óptica”.510

El marinero Cartes, del Riveros, recuerda que la labor se finiquitó mientras


se navegaba por los canales: “El color era un negro oscuro, al que se le
hacían siluetas con plomo. Hay que recordar que el buque era de un color
plomo claro, que era el color tradicional. Después se hicieron figuras
dentro del plomo, un poco más claro o un poco más oscuro. Se seguía un
plano previamente dibujado”.511

El jueves 14 de diciembre, López ordenó que la Escuadra se fondeara en


los alrededores del estrecho de Magallanes. Sabía que había que darle
tiempo a los últimos intentos de la diplomacia por encontrar una solución
pacífica. Pero en esas tensas horas, mientras esperaba nuevas
instrucciones, le preocupaba no saber con exactitud los movimientos y
posición exacta de los trasandinos, hecho que se desconocía desde hacía
varios días.

Afortunadamente, el día anterior, unidades P-111 de la Aviación Naval


habían encontrado a la FLOMAR. Y es que el alto mando de la Armada
compartía la preocupación de López y tenía la sospecha de que la flota
trasandina intentaba pasar desapercibida, confundiéndose entre numerosas
flotillas pesqueras, que operaban cerca de las islas Malvinas. Y,
efectivamente, allí estaba. López recuerda que ese día “aviones de la
Aviación Naval, premunidos de modernos equipos para la guerra
electrónica, comenzó a plotear la Flota de Mar, desde el norte del paralelo
del estrecho de Magallanes y la mantuvo ploteada hasta el término de la
crisis, enviando a la Escuadra frecuentemente informes sobre su ubicación
y actividad”.512

El comandante en jefe de la Escuadra no desconocía la importancia de la


Aviación Naval. De hecho, era aviador naval al igual que su jefe de Estado
Mayor, Hernán Rivera y quizás por ello temían —más que otros— que sus

163
buques sufrieran un ataque aéreo.

En este sentido, lo que más le inquietaba era una agresión proveniente del
portaaviones 25 de Mayo. Para contrarrestar el peligro, dispuso que
hubiese vigías permanentes en cada una de las unidades.513 Además, desde
el mismo momento en que asumió el mando de la Escuadra, López se
había preocupado de realizar constantes ejercicios de coordinación con la
Aviación Naval. El capitán Sergio Cabezas, que se desempeñaba como
jefe de Operaciones del Estado Mayor de la Armada, recuerda que “el
almirante, desde que ocupaba el cargo de comandante de la Aviación
Naval, estaba interesado en planificar prácticas con la Escuadra en el sur, y
que fuéramos con todos los medios que teníamos de ala fija, no sólo
helicópteros, y que participáramos en todos los ejercicios”.514 Esta actitud
se vio reforzada cuando llegó a la Comandancia de la Escuadra,
considerando siempre en su planificación el apoyo vital de esta
especialidad.

En todo caso, la vigilancia del espacio aéreo de la zona austral también


recaía en la Fach, la cual hacía patrullajes permanentes para detectar
barcos argentinos, en especial el portaaviones.515

El profesionalismo alcanzado por las tripulaciones de la Escuadra se


reflejaba en que, a pesar de los tensos momentos, al interior de las distintas
unidades se respiraba un ambiente de gran serenidad. López y sus
comandantes tenían conciencia de ello. Según relata Ramón Undurraga,
comandante del Williams, prácticamente todos los tripulantes eran
especialistas, lo que significa seis o siete años de servicio como mínimo.
“Entonces, esta situación resultaba algo hasta natural. Todo se hacía con
una tranquilidad enorme. Y eso fue muy agradable, porque nos permitía
trabajar mejor”.516

Mientras la Escuadra aguardaba su hora, el frente terrestre se ponía a


punto. El general Santiago Sinclair, director de Operaciones del Ejército,
viajó por estas fechas a Punta Arenas para comprobar en terreno el espíritu
de las tropas que ya se encontraban apostadas en las líneas defensivas.
“Partí hasta donde estaban las posiciones de Cabeza de Mar. Ahí me
encontré con que los soldados estaban en las trincheras, en medio de la
nieve, hundidos en el barro, en las peores condiciones: con muy mal
equipo y algunos con enfermedades en los pies. Estando en eso, me
encuentro con un sargento, que tenía los labios partidos, al que se le notaba
el castigo del clima. Y le digo: ‘Sargento, ¿cómo está su unidad?’. Y me

164
responde: ‘Estamos bien, mi general. Y tenemos muy clara una cosa.
Nosotros aquí estamos en la primera línea. Todos vamos a morir, pero
tenga la seguridad de que por cada uno de los nuestros que muera, van a
morir diez argentinos’. Y eso me lo dijo vibrando”.

Sinclair sostiene que la motivación de las tropas chilenas era radicalmente


distinta a la argentina: “Allá, mucha juventud se había arrancado a
Uruguay para no ser alistada, desaparecían, no querían que los
movilizaran. En las conversaciones cotidianas decían: ‘Che, los chilenos
no matan, asesinan’. Lo que terminó por liquidarles la moral. Los soldados
que estaban en el sur, en la zona de Neuquén, presenciaron la llegada de
más de 1000 ataúdes. Entonces les entró el pánico. Y se produjeron
deserciones. Ese factor psicológico fue muy importante en la disuasión”.517

Como se ha dicho, los preparativos en la zona eran supervisados por el


general Nilo Floody, en su triple calidad de jefe del TOA, comandante de
la V División del Ejército e intendente de la XII Región.

En Porvenir —zona occidental de la Isla Grande de Tierra del Fuego—, el


coronel Óscar Vargas, al mando del Regimiento de Infantería Caupolicán,
también se preparaba para repeler el ataque argentino. A diferencia de
otros comandantes, Vargas tenía un plan de batalla diferente: en el
momento en que estallara la guerra, su misión era invadir la zona
argentina. “El hecho de estar en una isla me hacía caer dentro de la
estrategia naval. Para nosotros era fundamental el rol de la Escuadra,
porque si ella era derrotada, la isla caía por su propio peso. De manera que
el destino de las tropas que ahí había, dependía de la batalla naval.
Mientras la Escuadra tuviera el control del mar yo no tenía problemas,
pero si la Escuadra perdía el control de las comunicaciones marítimas,
después caía la isla”.518 La situación que planteaba Vargas era válida no
sólo para Porvenir, sino también para todas aquellas islas que estaban
ocupadas por tropas chilenas al sur del Beagle. De ahí que el
enfrentamiento entre ambas flotas era algo de vida o muerte.

Además de las medidas militares que conversaba con los mandos de las
otras fuerzas, el general Floody, para entonces, había solicitado la
cooperación de numerosos civiles para que cubrieran las necesidades de
las tropas, que a esas alturas sumaban los miles de hombres. Floody sabía
que el apoyo y la colaboración de la población civil era vital y que para
ello era necesario no esconderles la gravedad de lo que se venía encima.

165
Dado que la situación se había hecho crítica, dispuso una reunión
informativa de carácter abierto en el Teatro Municipal de Punta Arenas, el
cual se repletó. El marinero Julio Larrañaga, enfermero anestesista que
trabajaba en el hospital de las Fuerzas Armadas de la ciudad, recuerda que
“allí concurrió mi señora y le informaron de lo crítico de la situación.
Había que empezar a guardar víveres, comprar velas, fósforos y todo lo
necesario para pasar un momento extremo. Nuestro hijo estaba movilizado
en el Regimiento de Infantería y ya había partido a la frontera”.519

El propio Floody cuenta que en esa oportunidad explicó que las


hostilidades podían estallar en cualquier momento, “y que eso significaba
la ofensiva en los frentes de Punta Arenas y Natales. Que las ciudades
podrían ser bombardeadas con trágicas consecuencias: destrucción de
hogares, falta de alimentos, heridos y muertos. Que si alguno no tuviera la
tranquilidad y el valor para soportar los rigores de una guerra, que
abandonara la región. Acá se viene la guerra y va a ser dura, así que el que
no esté en condiciones, mejor que se vaya a otra parte”.520 Sin embargo,
prácticamente ningún magallánico abandonó su ciudad.

Argentina le pone fecha a la guerra

El 14 de diciembre también fue escenario de intensos movimientos en


Buenos Aires. Algunos diarios trasandinos insistían en que el camino de
las negociaciones entre ambos países no se encontraba completamente
agotado. Así, uno de los periódicos más influyentes, La Prensa,
argumentaba en sus páginas a favor de la paz. Pero ello contrastaba
fuertemente con las arremetidas belicistas que promovían otros medios,
cercanos a la postura “dura” que imperaba en amplios sectores de los
uniformados argentinos.521

Bajo ese clima, en la sede del comando del Ejército en Buenos Aires,
ubicado en la avenida Libertador, se desarrolló una especie de consejo
militar de trascendental importancia. La cita, que comenzó a las 9:30, fue
presidida por el comandante en jefe del Ejército, Roberto Viola, y a ella
asistieron los comandantes del I y III Cuerpos de Ejército, generales
Suárez Mason y Menéndez, además del general Harguindeguy, todos
representantes del sector “duro” de esa rama castrense. Participaron
también los generales de división Santiago Riveros, comandante de los
institutos militares, y Fernando Santiago, quien estaba a la cabeza de
Gendarmería.

166
El bando de los “halcones” aglutinaba a la mayoría de los generales de
brigada del Ejército argentino, los cuales controlaban directamente las
unidades de combate desplegadas a lo largo del país. Tal era, por ejemplo,
el caso de los generales Sasiaiñ y Centeno, quienes tenían una fuerte
influencia sobre Menéndez. Este último, considerado el más “duro de los
duros” dentro del Ejército, había instado a sus compañeros para terminar
con la “pérdida de tiempo” que significaban las negociaciones. Y, en
momentos en que las conversaciones habían mostrado su fracaso, bregaba
para que se fijara, de una vez por todas, la fecha del inicio de la guerra. La
reunión en el Edificio Libertador tenía precisamente ese fin.

En ese momento la postura “moderada” de Viola se encontró en una clara


desventaja. Contaba con escasos apoyos, entre los que destacaban los
generales Cristino Nicolaides (Estado Mayor), Reynaldo Bignone
(secretario general del Ejército), José Montes (Estado Mayor), Rogelio
Villareal (secretario general de la Presidencia), Eduardo Crespi (segundo
del anterior) y Carlos Martínez, además de algunos pocos comandantes de
brigada. Curiosamente, Viola tenía el soporte de Leopoldo Galtieri
(comandante del II Cuerpo de Ejército). Claro que los motivos de este
último eran de índole personal, puesto que aspiraba a ser el próximo
comandante en jefe del Ejército, una vez que Viola llegara a la Casa
Rosada, hecho que, por lo demás, se daba por descontado.

Pero lo cierto fue que la postura favorable a iniciar acciones bélicas


predominó desde un principio. Alarmado por la inferioridad numérica,
Galtieri incluso salió de la sala para llamar al general Vaquero, quien a esa
hora estaba realizándose un examen médico. Le pidió que por favor se
apurara, ya que a Viola lo estaban literalmente destrozando. Para cuando
volvió a la sala, la batalla ya estaba perdida: el grueso de los generales del
Ejército argentino había votado a favor de la guerra.

Durante la tarde, fue la Junta militar la que sesionó para decidir el asunto.
La discusión se inició a las 17:30, y en ella participaron Videla,
Lambruschini, Agosti y Viola. También se encontraban presentes el
canciller Pastor, los secretarios generales de las tres ramas de las Fuerzas
Armadas, el jefe del Estado Mayor Conjunto, brigadier Pablo Apella, y el
subsecretario de Relaciones Exteriores, comandante Walter Allara.

Para sorpresa de los asistentes, la Marina, a través de Lambruschini, se


mostró en una posición conciliadora y menos belicosa de lo acostumbrado.
Más de alguno pensó que detrás del cambio de actitud estaba la mano de

167
Massera, quien a pesar de haberse retirado seguía moviendo los hilos en la
Armada y era otro de los candidatos a suceder a Videla en la Casa Rosada.
Lo cierto es que en la cita se decidió postergar la decisión sobre la fecha en
que se iniciarían las hostilidades, aunque no más de una semana. Pero se
dio luz verde al Operativo Soberanía, que constituía el plan de guerra
preparado por los estrategas trasandinos.

A su regreso de la reunión con la Junta militar, Viola informó a sus


generales de las decisiones adoptadas. Aunque se conformaron con lo
resuelto a nivel político, fueron enfáticos en señalar que la decisión final
no debía dilatarse más allá de siete días.

Quien quedó en la posición más “incómoda” con lo sucedido ese día, fue
el presidente Jorge Rafael Videla. El mandatario sabía que, dentro de los
vericuetos del poder en Argentina, un conflicto bélico fortalecería a los
comandantes con mando efectivo sobre las tropas. Tal escenario era
propicio para personajes como Massera, Menéndez —quien también
aspiraba a la banda presidencial— y Galtieri. En un contexto tal, lo cierto
es que no quedaba espacio para él ni para Viola. La única manera de
evitarlo era ganar la paz.522 Y a partir de ese minuto Videla hizo lo
imposible por llegar a un entendimiento con Chile.

Pero los preparativos para la guerra ya estaban en marcha, cumpliéndose


paso a paso el detallado plan que con sus respectivas fases formaban parte
de “la estrategia nacional y militar” planificada por Argentina. La primera
se había iniciado cuando Argentina declaró, el 25 de enero de 1978,
insanablemente nulo el laudo británico, con su respectivo período de
respuesta-reacción entre ambas naciones. La segunda fase tenía como
objetivo presionar a Chile de manera indirecta, mediante el despliegue de
fuerzas militares, para obligar a nuevas negociaciones sobre lo ya resuelto.
De no prosperar estas últimas, se iniciaba la tercera etapa, usando
demostraciones de fuerza, las que incluirían movilizaciones de tropas y
violaciones sistemáticas de los espacios aéreos, marítimos y terrestres
chilenos. Todas rodeadas de un gran aparato publicitario, que diera cuenta
de las acciones a la opinión pública.

La cuarta fase contemplaba la aplicación del Operativo Soberanía, el que


fue elaborado por el Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas
argentinas, cuyo subtítulo, inequívoco era Planeamiento Conjunto de
Operaciones Previstas contra Chile.523

168
El plan que buscaba asegurar el objetivo político de apoderarse de las islas
inmediatamente al sur del Beagle se basaba en dos premisas: la primera
suponía que, como consecuencia de las acciones militares que se llevarían
a cabo, Chile se rendiría en un tiempo breve. Ello llevaba a la segunda,
esto es, la aceptación por parte de Chile de los reclamos territoriales
formulados por Argentina.

Posteriormente se elaboró una Directiva Estratégica Militar, aprobada por


la Junta militar, donde se establecían el “concepto general de la guerra”, el
“objetivo político de guerra bélico” y la “organización de las fuerzas”.
Como anexos se formularon otras planificaciones, entre ellas un Plan de
Movilización, un Plan de Inteligencia y un Plan de Intrusión. Este último
incluía la ocupación militar —a cargo de la FLOMAR y la Infantería de
Marina— de las islas en disputa, además de Wollaston y cabo de Hornos.
Todo ello, antes de que se iniciara la hora H, esto es, previo al ataque
terrestre en diversos puntos de la frontera.

En paralelo a la invasión se contemplaba realizar una presentación de la


diplomacia argentina ante el Consejo de Seguridad de la ONU, para
protestar por el emplazamiento en esas islas de efectivos militares
chilenos, equipados con artillería. Como se esperaba que las acciones
bélicas provocaran la reacción inmediata del organismo y de Estados
Unidos y otros países, los argentinos planificaron llevar a cabo la invasión
de manera fulminante, “lo más rápida y violenta” posible. El objetivo era
apoderarse —en muy pocos días— de la mayor cantidad de espacio
territorial chileno, para luego aceptar un cese de hostilidades y la
mantención de un statu quo, que seguramente sería impuesto por la ONU.
De esta manera, Argentina quedaría en una “posición de fuerza” para
posteriormente negociar los territorios ocupados. El plan preveía aceptar la
presencia de fuerzas de paz de las Naciones Unidas para separar a ambos
ejércitos.

Los estrategas trasandinos también preveían la posibilidad de que Perú


interviniera en el conflicto. Al respecto, parece haber existido un plan
elaborado por el general Edgardo Mercado Jarrín, considerado el máximo
teórico militar del Rimac, que contemplaba una ofensiva militar contra
Chile, apenas se iniciaran las hostilidades en el extremo austral. En lo que
no hay dudas es que funcionarios de la embajada trasandina en Lima
hablaron con el canciller peruano, José de la Puente, para conseguir que
ese país firmara un acuerdo secreto con Argentina. De la Puente, lejos de

169
aceptar, les sacó en cara el hecho de que, un siglo antes, Argentina había
desechado participar en el Tratado Secreto de 1873, firmado entre Perú y
Bolivia. También les dijo que mientras estaban en guerra con su vecino del
sur, los trasandinos aprovecharon para llegar a un entendimiento con Chile
respecto a la Patagonia. Más tarde, De la Puente puso en conocimiento de
Cubillos lo ocurrido, asegurándole que Perú no intervendría si se llegaba a
producir la guerra en el extremo austral.524

En lo que respecta a Bolivia, los militares argentinos también imaginaron


la posibilidad de que ese país se sumara a la ofensiva, teniendo en cuenta
su permanente reivindicación de obtener una salida a ese “mar metafísico”,
del que hablaba Massera. Pero el temor latente en las Fuerzas Armadas
trasandinas era que Ecuador y Brasil, en un escenario así, intervinieran
apoyando a Chile.

El jueves 14 de diciembre de 1978 se había cumplido la etapa de


movilización de las fuerzas regulares de las tres ramas y la fase de
movilización parcial de los reservistas, estos últimos al grito de “¡Viva la
patria, mate un chileno!”.525

La Operación Soberanía contemplaba que la ofensiva militar sobre Chile


se iniciaría el viernes 22 de diciembre de 1978, a partir de las 8 de la tarde
(hora H-2). En ese minuto, la FLOMAR y la Infantería de Marina
ocuparían las islas Wollaston y Hornos. A las 10 de la noche (hora H) se
ocuparían las islas Picton, Nueva y Lennox, logrando además el control
del canal Beagle. La ofensiva terrestre se iniciaría a las 12 de la noche
(hora H+2). Para ello, el V Cuerpo de Ejército atacaría desde la zona de
Santa Cruz, tratando de conquistar el máximo territorio chileno de la zona
patagónica. Simultáneamente, la Fuerza Aérea trasandina realizaría
bombardeos estratégicos y a las 6 de la mañana (hora H+8), del sábado 23
de diciembre, se procedería a la destrucción de su símil chilena en tierra.

En un momento posterior se contemplaba lanzar una ofensiva terrestre, a


cargo del III Cuerpo de Ejército, a través de los pasos Los Libertadores,
Maipo y Puyehue, con el propósito de cortar la línea de comunicación
interna del territorio de Chile continental. Además, se preveía la conquista,
con el apoyo de la FLOMAR, de una ciudad del litoral, probablemente
Puerto Williams, mientras que la Fuerza Aérea apoyaba las operaciones
marítimas y terrestres.

Para ello, a las distintas ramas de las Fuerzas Armadas se les asignaron

170
diversas misiones. En lo tocante al Ejército, el V Cuerpo de Ejército, al
mando del general José Antonio Vaquero, debía atacar y conquistar —a
partir de las 12 de la noche (hora H+2)— Puerto Natales y Punta Arenas.
Luego, apoyaría al III Cuerpo en su avance por Puyehue, hacia Osorno y
Puerto Montt. El III Cuerpo de Ejército, a cargo del general Luciano
Benjamín Menéndez, tenía que cruzar la cordillera a la altura de Mendoza,
para cortar las comunicaciones en el centro del país, conquistando los
alrededores de Santiago y Valparaíso. Al II Cuerpo de Ejército, mandado
por Galtieri, se le encomendó la tarea de proteger la frontera norte con
Brasil y detener cualquier ofensiva que ese país pudiera montar en contra
de Argentina. Como reserva estratégica se dejó a la II Brigada de
Caballería Blindada, con asiento en Comodoro Rivadavia.

La Armada recibió como misión principal oponerse a la acción de la


Escuadra chilena y apoyar la conquista de las islas Picton, Nueva y
Lennox. Para ello, la FLOMAR se organizó en dos grupos de tareas: el
G.T. N° 1, que apoyaría la conquista de las islas ubicándose en la boca
oriental del canal Beagle; y el G.T. N° 2, que se situaría en la boca oriental
del estrecho de Magallanes, cuyo objetivo posterior sería apoderarse de
alguna ciudad marítima, que, como se ha dicho, probablemente sería
Puerto Williams. La FLOMAR había pedido, en noviembre, asistencia y
apoyo de la Fuerza Aérea, puesto que uno de sus temores eran los
helicópteros artillados de que disponía la Escuadra chilena.

El Batallón N° 5 de la Infantería de Marina era el que tendría a su cargo la


ocupación de las islas Freycinet, Hershell, Wollaston, Deceit y Hornos a la
hora H-2. A su vez, los batallones N° 3 y N° 4 se harían cargo de la
ocupación de las islas Picton, Nueva y Lennox a la hora H.
Posteriormente, intentarían desembarcar en isla Gable, rumbo a Puerto
Williams.

A la Fuerza Aérea, por su parte, le correspondía, primero, iniciar


bombardeos contra objetivos militares en Punta Arenas y Puerto Williams,
proceder después a la destrucción de la Fach, usando una técnica muy
semejante a la utilizada por los israelíes en la Guerra de los Seis Días
(1967).526

El plan estimaba que las fuerzas comprometidas entre ambos países


llegarían a 200 mil hombres y que las bajas argentinas llegarían
aproximadamente a los 5100 hombres. Las chilenas, en cambio, si
adoptaban una postura defensiva llegarían a 3200.527

171
Pero no sólo en Buenos Aires se tomaban decisiones al más alto nivel para
enfrentar la guerra que venía. En Santiago, el viernes 15 de diciembre, el
general Pinochet, decretó la movilización secreta de las Fuerzas Armadas,
lo que implicó que cada oficial asumiera su puesto de guerra. Entre otras
medidas, los alumnos de las academias de guerra y politécnicas, fueron
destinados a los distintos teatros de operaciones, al igual que los alumnos
de las escuelas de suboficiales y de armas, a excepción de la Escuela
Militar que sólo movilizó una compañía de alféreces. El 100% de los
reservistas con instrucción debió presentarse antes de 24 horas en sus
respectivas unidades. Con ello se asumía como posibilidad cierta que el
conflicto era, a esas alturas, inevitable. Pinochet, incluso, tenía guardado
en su escritorio el discurso que dirigiría a la nación una vez que estallaran
las hostilidades con Argentina.

Las autoridades de Gobierno pusieron en ejecución, a un ritmo febril, las


instrucciones que se habían preparado para enfrentar esta difícil situación.
Sin dejar traslucir la gravedad del momento, el Banco Central tomó las
medidas necesarias para evitar una corrida bancaria; las regiones dejaron
de ser un ente administrativo para convertirse en “zonas y subzonas de
comunicaciones”, salvo, naturalmente, los teatros de operaciones, con lo
cual todos los servicios de utilidad pública pasaron a depender de la
autoridad militar correspondiente. Además, se previó el racionamiento de
electricidad y de agua, el control de las comunicaciones telefónicas y de
los medios de transporte, incluso privados. Se dispuso también el momento
en que entraría en vigencia el toque de queda y se prepararon las órdenes
para utilizar el Metro como refugio antiaéreo.528

Por otra parte, los cuarteles generales dejaron el edificio de las Fuerzas
Armadas, en calle Zenteno, y fueron trasladados fuera de la capital, a los
lugares que habían sido acondicionados para esta eventualidad.

La orden de movilización secreta también consideró a Carabineros.


Muchos de sus efectivos habían sido entrenados en el último año por
personal del Ejército para que se incorporaran como suboficiales a la
campaña. Naturalmente, el grueso de la institución debía continuar
realizando sus tareas normales en el resguardo de fronteras, pero, ahora,
muy reforzados.

De esta manera, el Ejército movilizado alcanzó a 125 mil hombres,


debidamente encuadrados y equipados, listos para combatir hasta la muerte

172
si fuera necesario.529

El Gobierno también solicitó a los medios de comunicación que


colaboraran en el esfuerzo nacional y que se abstuvieran de difundir
noticias que pudieran alarmar a la población. No fue necesario implantar la
censura previa. Por propia decisión, nadie publicó una nota siquiera que
pudiera favorecer a los argentinos o generar problemas al interior del país.
Eduardo Frei Montalva, quien representaba en esos momentos a la
oposición, fue advertido por Cubillos de la gravedad del momento y
ofreció toda su colaboración.530 Incluso, los exiliados por el régimen
prestaron un importante servicio enviando información.531

En el Teatro de Operaciones Austral estaba prácticamente todo listo para


enfrentar a los argentinos. La mayor parte de las líneas defensivas ya
estaba organizada y dispuesta al combate. El general Nilo Floody había
entregado el mando de la V División al general Carol Lopicich y él estaba
totalmente concentrado en la dirección del operativo conjunto. Sólo había
que esperar.

La Infantería de Marina había organizado todo un sistema de sanidad. “En


la compañía de sanidad —recuerda Wunderlich— teníamos 11 cirujanos y
cuatro cirujanos maxilofaciales. Se construyeron siete trailers, los que
podían ser arrastrados por camionetas o ser embarcados en cualquiera de
las barcazas. Cada uno de ellos tenía un departamento con dos quirófanos
completos, en los que se podía realizar cualquier tipo de operación, salvo
neurocirugía. No teníamos neurocirujano, ya que un tiro en la cabeza es
mortal. Entonces, nuestros hombres sabían y eso influía en su moral, que si
caían, iban a ser recogidos y tratados de inmediato. Por norma, si hay
heridos los que están al lado no se preocupan de ello, porque detrás vienen
los camilleros. De hecho, si uno se preocupa por el herido, lo probable es
que en lugar de haber uno menos sean dos menos. Para eso están los
camilleros. Lo otro que influyó mucho en la moral de la gente —y esto lo
leí de la Segunda Guerra Mundial, sobre el Ejército alemán— es que
aunque se estuviera viniendo el mundo abajo si a un hombre le
correspondía hacer su permiso, se iba a cumplirlo. Y eso levanta la moral.
Resulta que el almirante Merino fue a pasar revista en esos días, y yo le
dije que tenía tres hombres con permiso. ‘¿Pero cómo con permiso?’, me
dijo. ‘Sí’, le contesté. ‘Porque a dos se les murió un hijo y a otro se le
murió su esposa’. ‘¿Y por cuantos días?’ ‘Por el tiempo que ellos
necesiten, almirante’. A ninguno le puse fecha de regreso. Ninguno estuvo

173
más de cinco días afuera. Porque lo que querían era volver para retomar
sus funciones y no frustrar a su comandante”.532

Mientras tanto, el embajador Sergio Onofre Jarpa no cesaba de reunirse


con las autoridades trasandinas. En la misma tarde del día 15 informó a la
Cancillería que se había reunido con el general Roberto Viola, quien le
había señalado que la situación era “muy delicada”. En su opinión no se
podía ir a la mediación “sin algunas condiciones previas” para evitar otro
desastre como el del laudo arbitral: “Usted tiene que entender que todo
esto más que un problema de límites es, ahora, un problema de imagen.
Nosotros no podemos afrontar otro fracaso. Déjennos por lo menos
algunas rocas para salvar las apariencias”.533

Jarpa dio además cuenta de un atentado sufrido por el consulado de Chile


en Comodoro Rivadavia y de la concentración de aproximadamente 15 mil
efectivos en Río Gallegos. Al oriente de la ciudad, en la hacienda
Buitreras, se habían desplegado 200 tanques, vehículos blindados y piezas
antiaéreas y se iniciaba la evacuación de civiles.534 Un poblador de Puerto
Toro, José Catril, recuerda que “a partir del 15, las cosas se pusieron muy
malas. Sabíamos que teníamos que defendernos con todo porque eran ellos
o nosotros. La gente estaba en el monte, en las trincheras, ubicada y lista
para disparar. Esperábamos el puro grito no más y a luchar. Pero nos
dijeron que debíamos esperar que ellos lanzaran el primer tiro, nos tenían
bien disciplinados”.535

Ese mismo día 15 de diciembre también se vivió un clima anormal en la


frontera norte del país. Aprovechando el agravamiento de la relación entre
Chile y Argentina, el Gobierno de Perú adoptó una serie de medidas
inquietantes. Por un lado, se ordenó el zarpe de la flota al sur, el cierre del
aeropuerto Jorge Chávez en Lima, para facilitar maniobras de la Fuerza
Aérea, y se puso en alerta al Ejército. Hasta ese momento, la tensión con
Perú se había percibido casi exclusivamente en la II Región Militar, con
sede en Arequipa, que había dispersado cuidadosamente sus depósitos de
combustible y pertrechos militares para evitar su eventual destrucción por
un ataque aéreo o una incursión de comandos chilenos. Ahora era la
totalidad del Ejército peruano el que se movilizaba. Por si ello fuera poco,
en la localidad de Santa Cruz, Bolivia, se realizó una reunión de mandos
militares peruanos y bolivianos.

Con todo, las noticias verdaderamente preocupantes provenían del Teatro


de Operaciones Austral. Luego de una reunión del Comité Asesor Político

174
Estratégico, realizado en Santiago, Pinochet decidió movilizar el grueso de
las Fuerzas Armadas hacia el sur. Ello implicaba que el Teatro de
Operaciones Norte debía arreglárselas con sus propios medios. La poca
ayuda que se le pudo enviar se trasladó en aviones comerciales que
volaban de noche. La defensa de la extensa costa norte estaría a cargo sólo
de dos misileras, dependientes del Distrito Naval Norte, que estaba al
mando del comandante Francisco Johow Heins. La misión de estas
misileras era interferir un eventual desembarco de fuerzas peruanas al sur
de Arica.

A pesar de las dificultades, el general Guillermo Toro Dávila, comandante


de la VI División, daba muestras de relevantes dotes organizativas e
ingenio para mantener las defensas a punto y en alto el espíritu de combate
de las tropas. Su puesto de mando, a cargo del general Dante Iturriaga, fue
instalado en una mina abandonada. Se creó, por ejemplo, un grupo de
motociclistas armados —todos ellos reservistas— que en caso de estallar
el conflicto debían realizar operaciones de tipo guerrilla detrás de las filas
enemigas. Para impresionar a los peruanos y tonificar el espíritu de los
ariqueños, durante las fiestas patrias se había realizado un impresionante
desfile, presentando a todas las fuerzas del TON, algunas de las cuales, a
estas alturas, ya habían sido trasladadas al sur.536

Lo cierto es que ante la escalada de la crisis, ese viernes 15 de diciembre la


comunidad internacional se activó significativamente. Ese día, el
embajador George Walter Landau le entregó al general Pinochet una nota
del presidente Carter, en que éste le expresaba la inquietud de Estados
Unidos ante el más que probable estallido del conflicto. A la misma hora,
el presidente Videla recibía una misiva similar en la Casa Rosada.

Luego, enterados de que Argentina seguía dispuesta a iniciar las


hostilidades a más tardar en una semana, el sábado 16 se reunieron en
Buenos Aires el nuncio Pío Laghi y el embajador de Estados Unidos, Raúl
Castro, y acordaron enviar a sus respectivos superiores un informe que
daba cuenta de las intenciones bélicas de los militares argentinos. El
periodista Bruno Passarelli señala que los textos contenían tres puntos
básicos: El primero expresaba que “la guerra es inminente y puede estallar
en cualquier momento, pues las instancias negociadoras se consideran
agotadas”; en segundo término se manifestaba que “va a morir mucha
gente inútilmente, pues se habla de ‘guerra total’, y existe la posibilidad de
una extensión a buena parte de Sudamérica”; finalmente, se concluía que

175
“sólo una mediación urgente del Vaticano, con la intervención
extraordinaria del papa, previo ofrecimiento de sus ‘buenos oficios’ para
convertirse en el ‘garante personal’ de una solución negociada, podría
impedirla”.537

Ambos diplomáticos coincidían en que había que lograr que el papa


tomara la iniciativa y se ofreciera como mediador, sin esperar una petición
formal por parte de Chile y Argentina. Ello lo daban por descartado, por
parte de Argentina, dados los resultados adversos que había tenido el
encuentro de los cancilleres Pastor y Cubillos el día 12. Ahora sólo les
restaba esperar que sus gestiones arribaran a buen puerto. Tan interesado
estaba el Gobierno norteamericano en que Juan Pablo II interviniera por
propia iniciativa que hizo llegar a la Secretaría de Estado del Vaticano una
copia del informe del embajador Castro.

Para ese entonces, la población argentina estaba completamente consciente


de que la guerra con Chile estaba ad portas. El clima era de nerviosismo y
preocupación. Los síntomas de este estado de ánimo eran evidentes, sobre
todo en las provincias del sur. En ellas, los supermercados comenzaron a
vaciarse e igual cosa ocurría en las farmacias. Columnas de vehículos
esperaban, por su parte, su turno en las gasolineras. Por lo demás, quienes
tenían parientes militares sabían que todas las licencias de las dotaciones
en servicio habían sido canceladas y que se había convocado a los oficiales
en retiro. Una medida similar se había adoptado respecto de médicos y
personal sanitario de hospitales y servicios de salud.

Los traslados de tropas hacia la zona de la cordillera eran visibles. De las


estaciones de ferrocarriles, periódicamente salían convoyes de tropas con
destino al sur. Se comentaba que en cada tren, por cada 100 soldados, iban
30 ataúdes.

La prensa trasandina estaba muy controlada y, al igual que en Chile, no


recogía informaciones sobre los desplazamientos militares. Ello daba pie
para que circulara toda clase de rumores: que los ferrocarriles argentinos
pasarían a control militar el 20 de diciembre, y que toda la información de
televisión sería centralizada en el canal 9.538 Como dijo el senador
norteamericano, Hiram Warren Johnson, en 1917: “Al comenzar la guerra,
la primera baja es la verdad”.

Submarino en patrulla de guerra

176
En tanto, no sólo las unidades de la Escuadra estaban en la zona. El 16 de
diciembre, el submarino Simpson, al mando del comandante Rubén
Scheihing, se encontraba en las profundidades de los canales australes
esperando instrucciones. Había zarpado días antes desde Valparaíso junto
con el Hyatt. Para entonces, las tripulaciones de ambas naves habían
realizado un riguroso plan de entrenamiento y prácticas de combate y
estaban con sus dotaciones completas. El O’Brien, la tercera unidad que
conformaba la Fuerza de Submarinos, estaba lamentablemente en dique.

Al igual que los buques de superficie de la Escuadra, el Simpson y el Hyatt


habían recibido repentinamente la orden de zarpar. Sin embargo, no les
tomó por sorpresa. Ya en los primeros días de diciembre se les había
instruido estar alertas y rápidamente “ubicables”, por si había que salir de
manera imprevista a la mar. A cada tripulante se le recomendó tener al
menos dos mudas listas de ropa interior.

Tal cual se esperaba, el momento llegó a los pocos días. Al abordar el


Simpson, el comandante Scheihing era esperado por el jefe del Estado
Mayor del Comando de Submarinos, quien le comunicó que debía
prepararse para zarpar a la medianoche. Scheihing le preguntó por el
destino al cual deberían dirigirse, pero éste escuetamente le respondió
“aquí tiene sus instrucciones”, y le entregó un sobre sellado, el que debía
ser abierto a 7 millas del puerto. “Llamé al segundo y le indiqué que
teníamos que zarpar a las 23:45, es decir, en dos horas. Su cara de
pregunta era para el bronce: ‘¿Hacia dónde vamos?’ ‘No lo sé aún’, le
respondí. A bordo, se pasó la lista de víveres conforme y se llenaron los
pañoles con verduras desde el buque madre. La actividad era intensa y las
conjeturas iban en aumento. El oficial torpedista, para tirarme la lengua,
me preguntó: ‘¿Cómo ajusto las espoletas, mi comandante? ¿Latitud norte
o sur?’. ‘¡Aún no lo sé!’, respondí, y era verdad”.539

Una vez fuera del puerto, ambos comandantes procedieron a abrir las
instrucciones. Éstas eran claras: debían dirigirse hacia la zona austral y
realizar una “patrulla de guerra”. “Rápidamente avanzamos en dirección
sur y a medida que ganábamos latitud —recuerda Scheihing— el clima se
ponía más adverso y la temperatura descendía. Los que estaban de guardia,
en el puente, se helaban. Dentro del submarino, la tripulación se mojaba
con el agua generada por la transpiración que se producía por la diferencia
de temperaturas experimentadas por el casco; entre la temperatura interior
y la del agua de mar”.540

177
Ambos submarinos viajaban coordinados. La orden era desplazarse en el
más absoluto silencio. En el trayecto, los comandantes mantuvieron
ocupadas a las tripulaciones, realizando inmersiones de combate y
controlando el tiempo empleado por las distintas guardias, las cuales
competían entre ellas.

De manera insistente, los miembros de las tripulaciones preguntaban por el


destino de los submarinos. “Al igual que sus oficiales, ellos estaban muy
interesados en saber adónde nos dirigíamos y cuáles eran nuestras órdenes.
Los oficiales de división, durante las guardias, se encargaban de difundir al
máximo las informaciones que teníamos, las cuales completaban con la
prensa naval; además, se escuchaban las noticias de algunas radios
chilenas y argentinas”. El espíritu entre los marinos era alto, recuerda
Scheihing: “La mayoría quería que la tensa situación entre ambos países se
resolviera pronto y opinaban que si era necesario entrar en combate, se
encontraban bien preparados y listos para la acción”.541

Los submarinos mantenían una permanente vigilancia, tanto del mar como
del cielo, con el fin de detectar la presencia de aviones y buques de
superficie. Esa tarea, no obstante, se veía complicada, puesto que no
podían hacer uso de los radares, ya que ello permitiría al enemigo detectar
la posición de las naves.542

Sin embargo, los problemas surgieron al poco andar. Cuando se


encontraban ingresando a los canales australes, el Hyatt sufrió una avería
mecánica que lo obligó a retornar a su base en Talcahuano.543 A partir de
ese momento, el Simpson continuó en solitario la navegación.

Una vez que el Simpson llegó a la zona austral, Scheihing ordenó que se
intensificaran las prácticas de combate. Al menos dos veces al día se
realizaban estos ejercicios, los que podían efectuarse a cualquier hora,
puesto que en un submarino siempre se trabaja con luz artificial, siendo
irrelevante si es de día o de noche. “Elegíamos horarios aleatorios, para
mantener un alto grado de alistamiento. Por razones de espacio, un tercio
de la dotación estaba de guardia, el segundo tercio se dedicaba a la
limpieza y manutención de equipos y el tercio restante debía permanecer
acostado en su literas”.544 Día por medio se proyectaban películas, las que
se repetían continuamente, porque con la premura del zarpe no hubo
tiempo para conseguir más títulos. “De tal suerte que una cinta interpretada
por Raphael de España, la vimos como 20 veces durante la patrulla. A
partir de la cuarta función, todo el mundo cantaba a coro las canciones del

178
‘chaval’. Para esa dotación será muy difícil olvidar ésa y otras
películas”.545

La alimentación se completaba con lo que se pudiera mariscar en la zona,


y las partidas que se enviaban a esta labor debían permanecer al alcance
visual del submarino, por si había que salir “arrancando”, ya que estaban
prohibidas las comunicaciones electrónicas. Entre los tripulantes se
discutían intensamente las informaciones sobre el conflicto, que eran
captadas por los aparatos radiales. En particular, las gestiones del canciller
Cubillos fueron seguidas con gran interés. El Comando de Submarinos, en
tanto, también les proveía de noticias sobre lo que ocurría en el país y en el
extranjero.

Cada cierto tiempo, el submarino era abastecido discretamente por


barcazas de la Armada, las cuales traían alimentos y otras provisiones. Se
trataba de una ocasión muy esperada, más que nada, por las raciones de
cigarrillos. Sin embargo, a la tripulación se le prohibió enviar cartas a sus
respectivos hogares usando este medio. No se quería, obviamente, que se
delatara la presencia de la nave en el sur.

En los fondeaderos de guerra

El 16 de diciembre ya los buques de guerra que conformaban la flota


chilena se encontraban en los fondeaderos de guerra, ubicados entre el
estrecho de Magallanes y el mar de Drake.546 El almirante Raúl López
había ordenado a las unidades que debían mimetizarse de tal manera que ni
los aviones chilenos fueran capaces de reconocerlos. Para cumplir con la
instrucción, cada comandante debía ocupar su experiencia y
conocimientos.

Humberto Ramírez, comandante de la Lynch, recurrió a lo que había


aprendido estando a cargo de la torpedera Fresia. Dispuso que su nave se
hiciera invisible en un atracadero que presentaba características especiales.
Estaba pegado a “un inmenso murallón, que cae a pique al mar. De las
grietas de granito aflora una vegetación arbustiva y el buque quedaba
debajo de ella. De otros lugares del área se sacaron ramas, para cubrirlo y
mimetizarlo con el entorno. Además caían chorrillos de agua purísima que
se aprovechaban para los evaporadores, economizar combustible y beber
un agua deliciosa. Cada cierto tiempo despejábamos la cubierta de vuelo,
para recibir al almirante López, quien visitaba periódicamente los
buques”.547

179
En los fondeaderos, a veces las naves se fondeaban en parejas, ya que ello
facilitaba el zarpe. Así, una de las naves se demora algo más de tiempo en
salir a la mar, mientras la otra sólo tiene que soltar las amarras,
ahorrándose tiempo en las maniobras. “Además tiene la ventaja de que en
la tarde se intercambiaban visitas. Los amigos de un buque pasaban al
otro; es una forma de cambiar de conversación y de entretención”.548

A bordo del Riveros, el marinero Caupolicán Cartes esperaba impaciente


la llegada del “azúcar”, como le llamaban a las cartas que provenían de sus
hogares y que eran tiradas en saco por helicópteros. “Tuvimos la suerte de
mantener esa comunicación, aunque nadie ponía lugar ni fecha. Yo en
agosto de ese año 78 me había puesto a pololear, o sea, llevaba cuatro
meses pololeando y quería tener alguna noticia. Cual más, cual menos, a
todos nos afectaba el hecho de estar lejos de los seres queridos. A lo mejor
no íbamos a volver”.549

Pero, pese a todo, el ánimo estaba altísimo. Las tripulaciones tenían


conciencia de la gravedad de lo que se vendría encima y sabían que el
éxito frente a Argentina dependería de su desempeño y profesionalismo. Si
bien la espera y la expectación eran altas, ahora que todo estaba listo para
el combate había que mantenerse ocupados. En ello, los comandantes
jugaban un rol vital, desde el almirante López hacia abajo.

Ramírez recuerda que la moral a bordo de la Lynch era inmejorable, así


como en todas las otras unidades. No era grato estar en un buque
oscurecido e inactivo y había que buscar manera de encontrar entretención.
Los oficiales y jefes de departamentos eran de gran ayuda, pues
incentivaban a que se organizaran múltiples juegos: “Hubo campeonatos
de todo: dominó, brisca, cacho, ajedrez”, buscándose los más increíbles
premios para las divisiones ganadoras: desde una cabeza de cerdo hasta un
curanto. Se impartían, además, clases de inglés y matemáticas y charlas
sobre los más diversos temas. “Así se mantenía la mente ocupada,
intentando olvidar fechas sensibles: cumpleaños y santos de familiares, la
cercanía de Navidad, etc”. Por otra parte, recuerda el oficial,
“recientemente la Armada había organizado un procedimiento de pagos
mensuales, que permitía que las señoras disfrutaran de la independencia de
disponer del sueldo. Ellas siempre han sido mejores administradoras que
sus maridos, los que no teníamos en nada que gastar. Triste eran sí las
malas noticias, como el del fallecimiento de un ser querido; se hacían
presente. En estas oportunidades se desplegaba el tradicional sentido de

180
compañerismo del chileno que acompañaba al afectado y lo entretenía en
forma especial”.550

Para el almirante López resultaba vital que se reforzaran en cada una de las
naves las prácticas de guerra, por lo que a cualquier hora se interrumpía
cualquier actividad con la llamada a zafarrancho de combate. Cuando ella
se producía, toda la tripulación debía correr, con su tenida correspondiente,
a los puestos que tenían asignados de acuerdo a su especialidad. A algunos
les tomaba sólo segundos llegar debido a que trabajaban en las cercanías.
Los que se encontraban realizando guardias, podían demorarse dos o tres
minutos, a medida que iban siendo relevados de los puestos que estaban
ocupando. Durante estos ejercicios, los buques entraban en “condición Z”,
vale decir, de máximo estanco, lo que implicaba el cierre de todas las
escotillas, con el fin de minimizar los daños de los posibles impactos. Tal
fue el tesón demostrado en las prácticas por los hombres al mando de
López que el tiempo de alistamiento para el combate se disminuyó a un
minuto y medio.

Una invaluable ventaja para la Escuadra chilena fue contar con numerosos
fondeaderos de guerra en la zona del conflicto. Según explica Jorge Fellay,
“la ventaja nuestra era la posición y el clima. Los argentinos no tenían
fondeaderos en la zona, mientras nosotros escuchábamos y esperábamos
sus movimientos. Ellos llevaban navegando varios días en aguas que son
bastante movidas. Y nosotros tranquilos, esperando un pronunciamiento
por parte de ellos. Pero el gasto lo hacían ellos. Estaban cansados, y
cuando vino el mal tiempo, muy desmoralizados”.551

Como estaban prohibidas las comunicaciones radiofónicas, entre las


embarcaciones se intercambiaban mensajes mediante señales. Pero el
aislamiento nunca llegó a ser un factor negativo porque el almirante López
pasaba revista a cada una de las naves, manteniendo al personal informado
de los acontecimientos en el plano político diplomático. En esos críticos
días las visitas eran permanentes. Solía aparecer en helicóptero y como no
todos los buques tenían plataformas de aterrizaje, a veces tenía que
colocarse un arnés y ser bajado por cable a cubierta.

Cartes recuerda que a mediados de diciembre, López llegó al Riveros.


Frente a la tripulación formada, el almirante les dijo: “‘En estos días
probaremos nuestras capacidades. Igual que ustedes he jurado rendir la
vida por la patria y sé positivamente que la preparación y valentía que
hasta ahora han demostrado tendrá por resultado una magnífica victoria’.

181
Todos quedamos emocionados. Ahí se veía al líder. Era posible que
materialmente ellos fueran superiores, pero nosotros teníamos todas las
ganas de luchar y vencer”.552

Mientras López mantenía en alto el espíritu de sus hombres, la Aviación


Naval hacía lo suyo. Debía estar constantemente preocupada de informar
al alto mando el derrotero que estaba siguiendo la FLOMAR. Claudio
Aguayo, comandante del grupo Aeronaval, recuerda que intensificaron el
plan de exploración “adentrándose más hacia el este y llevando el material
al límite de sus capacidades”.553

El viernes 15, un P-111 había salido de su base en Punta Arenas en


dirección al Atlántico. “Las condiciones eran buenas y la visibilidad
ilimitada. Mala suerte para un explorador, pues facilita cualquier
avistamiento y eventual interceptación. Sin embargo, había un frente
anunciado para la zona del Martillo,554 que pronto dejaría sentir sus efectos
(...) Efectivamente, en dicho sector el viento en superficie y en altura era
fuerte. El frente se estaba haciendo presente y grandes masas nubosas,
algunas de buen desarrollo vertical, adornaban el área”. Al poco rato el
piloto avistó a un petrolero mercante. No había duda, era parte del tren
logístico de la FLOMAR. Concordó con su copiloto que era una buena
demostración de pericia marinera reabastecerse bajo esas condiciones
climáticas y sin ser éste un petrolero de flota. Pero, por otro lado,
coincidieron en que era una vulnerabilidad de la FLOMAR depender de
este tipo de unidades. Esperaron un rato para apuntar en la dirección que
llevaba ese buque y pasados unos minutos sintieron un verdadero “festival
de emisiones”. Había que actuar rápido, las condiciones no eran buenas y
podían ser interceptados. La información, sin embargo, era demasiado
importante. Nada menos que la posición de las unidades enemigas que
peligrosamente amenazadoras avanzaban hacia la Isla de los Estados. “No
nos quedó más remedio que informarla, desde un sector que nos pareció
más seguro, pues se nos estaba acabando el combustible”.

Para no perder el contacto visual con la FLOMAR, el avión aterrizó en


Puerto Williams y su tripulación abordó rápidamente un CASA (CS-12),
equipado con un radar Bendix, que estaba escondido bajo unos árboles,
listo para despegar.555

De manera repentina, mientras continuaba el patrullaje, a eso de las 14:40


un poco más al sur-este de la Isla de los Estados (latitud 55° 55’, longitud
63° 48’ oeste, aproximadamente), el piloto vio, a metros de distancia, un

182
caza A-4Q argentino, proveniente del portaaviones 25 de Mayo, que lo
adelantó por la derecha y luego viró a la izquierda, elevándose. El avión
chileno se estremeció por la turbulencia provocada por la aeronave
argentina. El piloto chileno inició de inmediato maniobras de evasión.
Puso la proa hacia las nubes más densas y volando por instrumentos
cambió de altura. La maniobra era peligrosa, ya que si el caza los seguía y
no tenía radar, debía avistarlos para poder dispararles, lo que aumentaba la
posibilidad de un choque en el aire entre ambas aeronaves. El piloto de la
nave trasandina comenzó a llamar a su controlador, informando de la
presencia del avión enemigo y pidiendo instrucciones. El avión chileno
volvió a su base.556

A pesar de los minutos de nerviosismo que supuso el incidente, éste le


permitió a los mandos militares chilenos tener acceso a información vital
en esos críticos momentos. Por un lado, se pudo saber cuáles eran las
reglas de enfrentamiento que estaba aplicando la FLOMAR. Pero, por
sobre todo, el almirante López y la Escuadra pudieron conocer con
exactitud la ubicación de la flota trasandina y que en ella navegaban el
portaaviones 25 de Mayo, el crucero Belgrano y otros nueve destructores.

Mientras tanto el crucero Latorre probaba sus máquinas y avanzaba rumbo


al sur. A bordo iban unos 14 obreros y técnicos de ASMAR, los que se
encontraban afinando aquellos detalles que no se habían alcanzado a
concluir en Talcahuano. Se trataba de reparaciones menores que podían ser
efectuadas en la maestranza de la nave, como las bombas de agua o la
rectificación de ejes pequeños.557

El buque avanzaba en total silencio radial, a unas 80 millas de la costa.


Sólo estaba previsto comunicarse con el almirante en caso de que sufriera
una avería mayor, que le imposibilitara seguir navegando, pero, al fin, el
domingo 17 de diciembre logró llegar a su fondeadero de guerra.

Su comandante, Sánchez Luna, recuerda que al llegar la tensión se hizo


extrema: “Cuando estábamos recalando se produjo una situación bien
grave, porque al mismo tiempo venía entrando el petrolero Araucano, al
mando del capitán Jorge Grez. Entonces, estábamos más al sur del
estrecho de Magallanes y el petrolero venía a los fondeaderos a abastecer
de petróleo a toda la agrupación, cosa que yo no sabía. Se produjo una
clara descoordinación en lo que se llama ‘Planes de Interferencia Mutua’.
Ni Grez ni yo sabíamos de la presencia del otro, en el mismo día, a la
misma hora y en el mismo lugar. La cosa es que nos vamos aproximando

183
al sitio de recalada, por un canal grande. Eran más o menos las 7 u 8 de la
mañana, y me avisan: ‘Comandante, tenemos un contacto a 15 millas’.
Miramos el informe de los buques mercantes, que recibíamos todos los
días por radiodifusión, y que abarcaba el área del estrecho de Magallanes y
el cabo de Hornos. No había nadie navegando. Entonces tuvimos que tocar
zafarrancho de combate. Nos colocamos los cascos, buzos y protectores y
nos preparamos para la lucha. El día estaba muy feo, con mucha neblina y
viento. A 20 mil yardas estábamos a distancia de tiro. Ordené cargar los
cañones. Pero había algo que me daba vueltas en la cabeza, que me hacía
temer dispararle a un blanco que podía ser amigo. Entonces, corrí el riesgo
de acercarme más y ver si era posible identificar el buque. En ese tiempo
no teníamos sonar o identificadores de ruido, que permitían leer el batido
de las palas de las hélices y con eso identificar el contacto. Finalmente,
desde el puente distinguí el buque. Estábamos a una distancia suicida,
porque a las 8000 yardas un cañón de 6 pulgadas no puede errar, salvo que
los otros estén absolutamente locos. Pero, empiezo a ver bien la silueta del
barco. Y mi gente me dice: ‘Comandante, ésa es una silueta conocida.
Parece el Araucano’. La duda se mantuvo todavía por unos segundos.
Estaba todo pintado de negro, con los colores típicos de una línea naviera
alemana. Entonces, a 7000 mil yardas, ordeno que con los proyectores se
le enviara la señal de ‘identifíquese’. Y el buque me contesta: ‘Araucano’.
‘¡Cresta!’, dije yo. Ordené parar todo y lancé un suspiro de alivio,
agradeciendo por no haberme precipitado. Y ahí sí que habría sido un
escándalo gigantesco, porque yo me hubiera cargado al Araucano, y
hubiera dejado a la flota sin petróleo para moverse”.558

Pasado el incidente, la alegría cundió en el fondeadero, pues la llegada del


Latorre constituía un gran refuerzo. Tavra, quien se encontraba a bordo del
Williams, recuerda que cuando éste apareció “estábamos formando en
cubierta. Y cuando lo vimos llegar, todos pensamos, ‘todos llegan a esta
cita, y aquí está el que nos faltaba’. El buque venía lindo, aunque
camuflado”.559

Para entonces, el almirante López había ordenado que la Escuadra se


dividiera en dos agrupaciones. La primera recibió el nombre de “Alfa o
Acero” y estaba compuesta por las unidades artilleras, es decir, el Prat, el
Cochrane, el Blanco, el Zenteno y el Portales. Ubicada en las cercanías de
puerto Porvenir, su misión era vigilar las aguas del estrecho de
Magallanes, para estar presentes por si la flota trasandina intentaba
ingresar por su boca oriental.

184
La otra agrupación, denominada “Bravo o Bronce”, la integraban los
buques misileros, esto es, el Williams, el Riveros, la Lynch y la Condell, a
la que se le incorporó el Latorre, el que pasó a encabezarla. Ella se
encontraba en las cercanías de cabo de Hornos y su misión era custodiar
las aguas del mar de Drake, el área de bahía Nassau, el canal Beagle y las
zonas adyacentes a las islas Hornos, Barnevelt, Evout, Picton, Nueva y
Lennox.

Esta división obedece a un concepto táctico, el de grupos de combate, que


según las características del armamento principal de los buques cumplen
una función distinta en la batalla. Fellay, señala que “eran dos formaciones
que se distribuían de esa manera para ir a los fondeaderos. Artilleros por
un lado y misileros por el otro”.560

El almirante López anotaría más tarde sobre ese día: “El 17 de diciembre,
la Escuadra en los fondeaderos de guerra, dividida en dos agrupaciones,
una de apoyo inmediato a la III Zona si lo requiriese y una segunda de
choque, para operar separada o conjuntamente con la anterior, contra la
flota argentina, en busca del dominio del mar. Recala ese día el crucero
Latorre, aún con algunos obreros de ASMAR a bordo, dando término a las
reparaciones, se le da la bienvenida y se le embarca un grupo de
inspectores del crucero Prat, saliendo acto seguido a la mar, a ejercicios
para que comience a ponerse aceleradamente al nivel de entrenamiento del
resto de los buques”.561

A esas alturas, la Escuadra no estaba sola en el área. Contaba con el apoyo


de otros 18 buques, anfibios o auxiliares, que dependían de la III Zona
Naval y cuya función era apoyar a las unidades de la flota de guerra y al
submarino Simpson.562 El petrolero Araucano, en tanto, se mantenía en un
fondeadero que estaba ubicado en un punto intermedio entre ambas
agrupaciones.

El ingenioso camuflaje de la nave no sólo había sorprendido al Latorre,


sino a los otros buques de la Escuadra. En el Williams, “casi nos morimos.
Un buque mercante, casco negro, superestructura blanca o amarilla,
chimenea con colores mercantes, con bandera extranjera. Y el buque viene
acercándose y nosotros quietos. Y era nuestro petrolero Araucano. Le
habían pintado otro nombre y la tripulación estaba de civil. Ahí también
nos dimos cuenta de que la cosa se venía en serio, porque nuestro petrolero
era el más vulnerable, era nuestra bomba de gasolina flotante. La gente del
Araucano, usando la imaginación, buscó en unos libros especializados

185
sobre buques mercantes del mundo. Y descubrieron que había un petrolero
gemelo al nuestro en Alemania. Entonces, lo pintaron con los mismos
colores de su gemelo, con el fin de que los argentinos creyeran que se
trataba de un buque de ese país”.563

A bordo del Araucano reinaba un tranquilo optimismo. La tripulación


incluso se daba tiempo para bromear. Una de las víctimas favoritas de las
chanzas era el médico. Según cuenta un oficial, en una ocasión lo
mandaron a cubicar la cámara frigorífica del buque, para saber cuántos
cadáveres podían ser almacenados en el lugar. El galeno partió muy serio,
premunido de una huincha, vistiendo parka y bufanda. Luego de un buen
rato, volvió donde sus compañeros y muy circunspecto les informó que en
la cámara podían alojar exactamente 550 cuerpos.

Mientras tanto, en Santiago, los intentos por acercar posiciones no cejaban.


De uno de ellos fue testigo el comandante en jefe de la Fach, Fernando
Matthei, quien ese domingo 17 recibió la visita en su casa del brigadier
argentino Basilio Lami Dozo, a quien había conocido en Mendoza. La
intención del uniformado trasandino era tantear el grado de unidad que
presentaban las Fuerzas Armadas chilenas. “En otras palabras, comprobar
si la Fuerza Aérea tenía una posición distinta. Nos sentamos en la terraza y
estuvimos varias horas conversando”, señala Matthei en sus
memorias.564 El aviador chileno aprovechó la ocasión para reprocharle a
Lami Dozo la negativa de la Junta argentina a aceptar un mediador sin
condiciones.

El lunes 18 de diciembre ya era evidente que el inicio de la guerra entre


Chile y Argentina era inminente. En la Escuadra había tensión, pero gran
fortaleza. Undurraga, en el Williams, esperaba: “Sabíamos que la cosa
venía, que era cuestión de horas, tal vez 12 o 24 horas más. Estábamos con
todo, listos para zarpar. Yo daba mis vueltas en el buque, por el
entrepuente, por cubierta, por abajo, y me topaba con cabos y sargentos.
En el buque la disciplina es una cosa muy diferente que en tierra, y cuando
pasaba por el entrepuente me saludaban con una cara como diciendo: ‘La
escoba que vamos a dejar mañana’. Ésa era la sensación”.565

Pero las horas de espera no se desaprovechaban. Convenía tener a punto


los sistemas de armas y las naves misileras, como el Williams, tuvieron
oportunidad de lanzar algunos de sus cohetes. “El buque tenía capacidad
máxima de 28 misiles en la Santa Bárbara, que es el depósito. La patrona
de los artilleros es santabárbara. Cuenta la leyenda que ella se negó a

186
abjurar del cristianismo y su padre la amarró en la boca de un cañón y
disparó. Y no quedó nada de ella. Por eso, hasta el día de hoy en todo el
mundo, santa Bárbara es la patrona de los artilleros. La verdad es que por
razones económicas nunca habíamos tenido suficientes proyectiles para
practicar. Habíamos lanzado un par en las navegaciones previas al sur,
pero nada más”.566

Mientras tanto, en Valparaíso, ese lunes 18, un nuevo buque se preparaba


para zarpar. Se trataba del buque escuela Esmeralda. La nave, que en
tiempos de paz sirve para la instrucción de los recién graduados
guardiamarinas y marineros de la Armada, en tiempos de guerra tiene
asignada la misión de servir como hospital. Aunque es poco sabido, la
embarcación está perfectamente equipada para operar en el cabo de
Hornos, lugar que suele cruzar a vela en los viajes de instrucción.

Cuando llegara el momento, al capitán de navío Víctor Larenas, quien se


desempeñaba como jefe del Estado Mayor de la I Zona Naval, le
correspondía asumir el mando de la nave y partir con ella al sur, para
unirse a la Escuadra. Larenas conocía de sobra las capacidades del
almirante López y cuando éste fue designado por Merino como jefe de la
flota pensó que la decisión había sido la mejor. “Si yo hubiera sido el
almirante Merino, no habría dudado ni un segundo en nombrar al almirante
López para que ejerciera esa dificilísima misión. A mi juicio, él reunía
todas las condiciones para ir y ganar la guerra”.567

Durante los primeros días de diciembre, el buque escuela había sido


equipado con todos los implementos médicos necesarios y quedó listo para
partir en cualquier momento al Teatro de Operaciones Austral. Las
órdenes eran, una vez estallado el conflicto, zarpar de inmediato y navegar
a máximo andar, hasta llegar a un fondeadero de guerra, donde recibiría y
atendería a los heridos. La espera en la Esmeralda, también era tensa.

Alerta máxima

Al despuntar el martes 19 eran numerosos los “bien informados” en


Buenos Aires que sabían que al día siguiente se reuniría la Junta militar
para decidir si pondría o no en marcha el plan de guerra conocido como
Operativo Soberanía. Se suponía que el preludio del conflicto bélico sería
una ofensiva diplomática ante el Consejo de Seguridad de Naciones
Unidas. La tarea estaba a cargo del embajador Enrique Ros, quien
denunciaría “las medidas ilegales chilenas que, por su carácter militar,

187
entrañaban un renovado peligro para la paz y la seguridad internacionales,
pues alteran el statu quo de la región”.568

A continuación, Ros entregaría antecedentes sobre la ocupación por tropas


chilenas de las islas en conflicto —incluyendo a los archipiélagos Deceit,
Freycinet, Herschel, Wollaston y Hornos—, cuyas costas orientales
Argentina reclamaba para sí. Junto a ello, alegaría la ilegalidad del Decreto
de “Línea de base rectas” que el Gobierno chileno había promulgado el
año anterior. El objetivo era presentar al Consejo la idea de que Chile se
encontraba ocupando territorio argentino y que, por lo tanto, existía casus
belli, ya que Argentina se disponía a recuperar lo suyo por vía de la fuerza.

Ese martes 19, en los fondeaderos de guerra, el almirante López seguía con
atención los acontecimientos en el campo político y diplomático. Muy
temprano en la mañana, en la radio a pila que tenía en su camarote,
escuchó el informativo de Radio Minería. El canciller argentino declaraba
“que se había agotado el tiempo de las palabras y comenzaba el tiempo de
la acción en las relaciones con Chile”. Su reacción fue inmediata: “Ordené
a todos los buques comenzar a prepararse para el zarpe, que se esperaba
por fin fuese el definitivo”.569

En eso estaba, cuando llegó un mensaje urgente del comandante en jefe de


la Armada. El texto era breve y contundente: “Prepararse para iniciar
acciones de guerra al amanecer, agresión inminente. Buena suerte”. La
orden no sorprendió al almirante y el “mensaje, que coincidía con la
suspensión de las negociaciones diplomáticas, fue transmitido a todas las
unidades”.570

Antes de zarpar, siguiendo los preparativos usuales para el combate, López


ordenó a las unidades que se despojaran de “todo lo superfluo que fuese
combustible y de los botes. Esto produjo un momento muy emotivo, al ver
cómo quedaban atrás los elementos que nos habían proporcionado
comodidad y servicios durante la vida a bordo, augurando de esta manera
la proximidad de la acción”.571 Ciertamente, para las tripulaciones se
trataba de la señal más evidente de que faltaban pocas horas para la batalla.

A bordo del Williams, Ramón Undurraga se reunió con sus oficiales y les
dijo: “Las cosas se están poniendo malas”, y ordenó bajar todo lo que
constituyera “peso muerto”. En el fondeadero se encontraba también un
petrolero muy viejo, el Montt, que era usado como gasolinería flotante, al
que se traspasó el material no indispensable.

188
El resto de las naves también desembarcó el material superfluo y
combustible. El comandante del Portales, Mariano Sepúlveda, explica que
ello se hacía para evitar incendios en caso de ser impactados por un
proyectil enemigo. “Todo lo que es madera y combustible se baja del
buque. Porque, evidentemente, cualquier riesgo de incendio es muy
peligroso. Cualquier incendio puede provocar la explosión de la
santabárbara. Así que hay que minimizar todos los riesgos de incendio y,
por lo tanto, evitar que exista cualquier elemento combustible que esté en
condiciones de facilitar una generación o propagación de fuego”.572

El Latorre optó por dejar todo en la playa de su fondeadero. “Todo lo que


era superfluo se dejó ahí, mucho material combustible, muchas
embarcaciones, mucho material que no íbamos a usar, o que no se usaría
más, y que iba a entorpecer el tráfico dentro del barco”, recuerda su
comandante, Sánchez Luna.573

Antes de zarpar, Erwin Conn, en la Condell, ordenó aprestar la artillería de


la nave. “Nosotros partimos con la artillería lista, ya que en alta mar, en el
mar de Drake, cargar los cañones no es tan fácil”.574

El Simpson, por su parte, merodeaba algo más al norte. El problema se les


presentaba en las tardes, cuando tenían que subir a la superficie para
recargar las baterías. Debido a su antigüedad, el submarino no tenía mástil
de snorkel, por lo que debía emerger todos los días, al menos durante ocho
horas, operación que se realizaba de noche. Mientras estaba en la
superficie, utilizaba los motores diesel. La maniobra era peligrosa porque
la nave podía ser detectada, sobre todo en esa época del año, cuando la
noche austral es muy breve.

Además, Scheihing —como cualquier comandante de submarinos— debía


estar permanentemente lidiando para establecer con exactitud la posición
en la que se encontraba. Por el hecho de desplazarse bajo el agua, este tipo
de naves suele ser desviada imperceptiblemente por las corrientes
submarinas, por lo que la posición se estima de manera relativa, ya que no
cuentan con los puntos de referencia que tienen los buques. Tampoco
podían confiar en las mediciones de profundidad que señalaban las cartas,
ya que de la zona del cabo de Hornos existían muy pocos datos y
mediciones.

En el trayecto, no faltaron las alarmas que pusieron a la tripulación en


máximo estado de alerta. Scheihing recuerda que “me encontraba

189
recostado en mi litera cuando sonó el teléfono interno. Era el oficial de
guardia y me informó que el sonar había detectado un batido de hélice.
Dispuse caer en esa demarcación, para confirmar y clasificar el contacto.
Pasaron siete minutos y otra llamada por teléfono. El teniente me informó
que se trataba de un buque mercante, que navegaba de vuelta encontrada, a
unos 12 nudos. Ordené cubrir los puestos de combate y ataque, sin
lanzamiento, sobre dicho buque. Éste pasó navegando sobre el submarino
y una vez que se alejó lo suficiente, subimos a profundidad de periscopio
para observar y fotografiar el contacto. Resultó ser el buque oceanográfico
argentino Bahía Paraíso. Venía navegando desde la altura de Puerto Montt,
viajando siempre por aguas internacionales, y regresaba a su base en el
Atlántico. Constituía un blanco estupendo. La situación fue idéntica a la
que se podría haber planteado en un ejercicio de entrenamiento con
simulador, pero como aún no se habían roto las hostilidades, debimos
conformarnos con efectuar un buen ‘traqueo’. Después de que se
normalizaron las relaciones con Argentina, y al realizar el estudio y
evaluación de las operaciones, supimos que el Bahía Paraíso se encontraba
navegando en el Pacífico para obtener informaciones meteorológicas para
la aviación embarcada en el portaaviones 25 de Mayo, ya que el tiempo
atmosférico es vital para la operaciones de aeronaves en ese área y, en
situación de tensión internacional, estas informaciones son suspendidas
por las estaciones chilenas”.575

Mientras la Escuadra culminaba sus preparativos para el combate, en


Santiago la declaración del canciller argentino había merecido una
enérgica respuesta del canciller Cubillos, quien de manera inmediata
señaló: “Nosotros estamos dispuestos a ir a la guerra, si es que nos llevan a
la guerra, y pelear con todas las consecuencias que ello tiene, pero quiero
dejar en claro que nosotros no la vamos a iniciar”.576

Mientras esto ocurría, los mensajes entre la Santa Sede y las cancillerías
chilena y argentina iban y venían. El Vaticano hacía esfuerzos
sobrehumanos para desactivar la lógica que conducía fatalmente a un
desenlace armado. En Santiago, en tanto, el Ejército chileno decidió
suspender la ceremonia en que se impondría la condecoración Estrella al
Mérito Militar al agregado militar argentino, coronel Julio César Ruiz. En
Mendoza, unos 600 compatriotas permanecían imposibilitados de regresar
al país, debido a que el paso Los Libertadores estaba cerrado. En las
ciudades del sur de Argentina, la noche anterior se habían realizado los
oscurecimientos de rigor y el belicoso general Menéndez azuzaba a sus

190
tropas en Córdoba, sin medir sus palabras.

En Washington, el presidente Carter envió un nuevo mensaje a los


mandatarios de Chile y Argentina, en otro intento para evitar la guerra. Al
parecer era ya tarde. Simultáneamente, reconociendo la gravedad de la
situación, el secretario de Estado, Cyrus Vance, retornó apresuradamente a
su país.577 El Departamento de Estado trataba de lograr que Argentina
aceptara que la Organización de Estados Americanos interviniera en el
conflicto. Pero esta proposición encontró oídos sordos.

En las trincheras, mientras tanto, soldados de ambos lados de la frontera


improvisaban pesebres con lo que tenían a mano. Tal era el melancólico
ambiente que se respiraba esa mañana del 19 de diciembre de 1978.

En el Teatro de Operaciones Austral todo estaba dispuesto para darle la


“bienvenida” a los argentinos. Además de la presencia de la Escuadra, a lo
largo de la frontera común, los soldados del Ejército y de la Infantería de
Marina esperaban escuchar el primer disparo de cañón o fusil.

A las 10:20 de ese martes 19, Raúl López recibió un segundo mensaje del
almirante Merino. Las instrucciones eran igual de escuetas que las
recibidas previamente: “Atacar y destruir cualquier buque enemigo que se
encuentre en aguas territoriales chilenas”. Así, durante la madrugada del
miércoles 20, la Escuadra debía encontrarse en las cercanías del área
comprendida por el canal Beagle y bahía Nassau.

Consecuente con la situación que se vivía —comenta el almirante López—


“las divisiones de la Escuadra zarparon de sus fondeaderos de guerra el
mismo día 19 de diciembre, a un punto situado bastante mas al sur que el
cabo de Hornos, con la intención de rechazar cualquier intento argentino
de desembarco en la zona litigiosa, estuviera o no apoyada por la flota
naval argentina, y aprovechar cualquier situación favorable para derrotar
su poder naval. Al petrolero se le ordeno dirigirse a un punto en el
Atlántico, previamente acordado para el reabastecimiento de la
Escuadra”.578

Para ese entonces, las informaciones de inteligencia indicaban que la


FLOMAR se encontraba a unas 300 millas al este de Río Grande. Su curso
de navegación tenía rumbo sureste, manteniéndose siempre fuera del
alcance de los aviones de la FACH y de la Aviación Naval. No obstante, el
curso era errático, ya que avanzaba y retrocedía; incluso había llegado

191
hasta la altura de la isla Diego Ramírez, siempre fuera del alcance de la
aviación chilena.579

Más tarde, Raúl López comentaría que la FLOMAR con que hubiera
tenido que enfrentarse “estaba compuesta por un portaaviones, un crucero,
cuatro unidades misileras, cuatro unidades artilleras y antisubmarinas y
buques de reabastecimiento. Estaba al mando del contralmirante Humberto
Barbuzzi, al que había conocido en Londres. Esta flota se había mantenido,
durante los últimos días, desplazándose en una posición entre las islas
Malvinas y la isla de los Estados. Al atardecer del día 19 se evidenció un
desplazamiento a una velocidad cercana a los 20 nudos en dirección hacia
el sur, con rumbo a pasar al este de la isla argentina de los Estados, a la
zona de posibles operaciones. La Escuadra chilena, informada
periódicamente por sus aviones de exploración sobre su posición y
movimientos, proyectaba avanzar a alta velocidad en dirección general
noreste para ganar una posición favorable de interceptación, una vez que
se pudiera confirmar que la mencionada Flota de Mar mantenía su avance
hacia el sur”.580

Si las escuadras de ambos países mantenían la dirección de su avance y su


velocidad, en unas cuatro horas estarían a distancia de detección
electrónica y en unas seis horas a distancia de fuego.

Antes de zarpar, los comandantes del grupo “Acero” habían sostenido una
última reunión con el comandante en jefe de la Escuadra, en la cámara del
Prat, donde más que recibir instrucciones se analizó la situación. Cada uno
de los oficiales presentes, y López en primer lugar, tenían perfectamente
claro su deber. El comandante del Portales, Mariano Sepúlveda, recuerda
que “el almirante no tenía que dar ninguna instrucción. Cada uno de
nosotros sabía lo que tenía que hacer. Él nos explicó cómo había
evolucionado la situación política, y en qué medida nosotros éramos en
esos momentos instrumentos de esa situación. Nos iba a corresponder
actuar y, desde ese punto de vista, nosotros teníamos que estar listos para
proceder a la batalla naval”.581 El mismo momento también es recordado
por el segundo de López, el capitán de navío Hernán Rivera Calderón: “La
reunión fue solemne y se apreció la férrea decisión y voluntad de cada uno
de los comandantes de los buques. El almirante López, en forma muy clara
y elocuente dijo que había llegado el momento de la verdad. ‘La Armada
nos ha preparado para ganar la guerra en el mar. Hemos adquirido un
compromiso con la institución y con el país y no me cabe duda de que no

192
los defraudaremos’”.582

López señala, por su parte, que al momento del zarpe, “en silencio rogué a
Dios, con un fervor como nunca antes lo había hecho ni lo he vuelto a
hacer, que me ayudara para que mis decisiones fueran las más adecuadas y
que supiera guiar a todo este conjunto de fierros y de hombres, de los
cuales era responsable, con acierto y valor para conducirlos al éxito en las
acciones que emprenderíamos”.583

Entre las 18:30 y 19, el grupo “Acero”, encabezado por el Prat, comenzó a
atravesar los canales.584 El grupo “Bronce”, en tanto, con el Latorre a la
cabeza, recibió órdenes de salir unas horas más tarde, para posteriormente
reunirse con la primera agrupación.

Las tripulaciones de los buques de ambas agrupaciones iban descansadas y


altamente motivadas. El enfrentamiento con la FLOMAR había pasado del
plano de las posibilidades al de la realidad. Fue en esos momentos cuando,
en cada una de las unidades, se comunicó que la próxima vez que se tocara
zafarrancho de combate ya no sería una práctica más. Fue ése el instante
cuando el comandante Eri Solís, dijo en el Centro de Informaciones y
Combates del Prat, que al fin había llegado el momento de saber “cuántos
pares eran tres moscas”.585

Cerca de las 10 de la noche el comandante del Williams, Ramón


Undurraga, vivió un momento especialmente emotivo. “Yo recuerdo que
sentí una tremenda responsabilidad por lo que iba a pasar. Abrí con
emoción la caja de fondos y saqué la llave de la consola de los misiles
Exocet. Me la eché al bolsillo, ya que sabía que esa noche iba a ser
crucial”.586

El grupo “Acero” navegó desde la zona de Porvenir siguiendo las aguas de


algunos canales para salir al océano. Eran las 12:01 del día miércoles 20 de
diciembre.587 Esos momentos se vivieron con especial expectación a bordo
de las naves.

Sepúlveda recuerda que mientras iban navegando estaban con todo los
sistemas de seguridad y guardias que se usan cuando la batalla es
inminente. “Los oficiales que estaban en el puente eran de mi total
confianza. Entonces, recorrí el buque entero. Fui hasta el último rincón y
me preocupé de estar con cada una de las personas de la dotación. Esto me
tomó como hora y media. Lo que más me llamó la atención fue que nadie

193
tenía la más mínima expresión de anormalidad. Eran personas que estaban
haciendo las labores de todos los días, con serenidad y tranquilidad, sin
demostrar ansiedad en lo más mínimo. El aplomo de esa gente, que en tres
o cuatro horas podía estar combatiendo, era absoluto. Cuando terminé la
ronda, me dirigí al puente de mando, que por la disposición de las
habitaciones internas del buque me obligaba a pasar por la cámara de
oficiales. Ésta había sido convertida en enfermería de combate. Entonces
abrí la puerta y me encontré con el doctor Gustavo Valdés, con su delantal
blanco y gorro, convertido en un cirujano. Había un estante lleno de
instrumentos quirúrgicos y este hombre estaba totalmente concentrado, al
extremo de que no se dio cuenta cuando yo abrí la puerta. Y hacía una cosa
muy curiosa, que me impresionó mucho: acariciaba los bisturís, los
escalpelos. Los miraba y los dejaba cuidadosamente juntos. A su lado
estaba un enfermero, con cara seria, pero no asustado. Yo me quedé
mirándolos un buen rato. Entonces, me dije: ‘No tenemos ningún
problema, estamos listos, porque este hombre que lleva tres o cuatro meses
con nosotros, ya es una persona que no se diferencia en absoluto del resto
de la tripulación”.588

A esas alturas, López recibió la información de que la FLOMAR se


encontraba al este de la isla de los Estados. Desde la pista de despegue del
portaaviones 25 de Mayo, salían constantemente aviones para observar el
área del Beagle. Como los buques argentinos se mantenían fuera del
alcance de las aeronaves de la Fach, los aviones argentinos llegaban a la
zona en el límite de su combustible, lo que sólo les permitía permanecer un
breve tiempo sobre el lugar.

El submarino Simpson ya se encontraba en el área que sería escenario de


la batalla. Scheihing había ordenado a los radiotelegrafistas mantener una
vigilancia de todo el tráfico de comunicaciones entre la Armada y la
Escuadra, con el fin de captar los mensajes que tenían como destino al
submarino. Esa medida se adoptó para precaver interferencias.

El submarino se desplazó hasta un “santuario”, que es un área reservada


exclusivamente para las operaciones de ese tipo de naves. Allí
permanecieron sumergidos, esperando la orden de ataque.

A eso de las 2 de la mañana, Scheihing fue despertado por el oficial de


guardia, quien le dijo por el teléfono: “¡Mi comandante llegó un mensaje
del almirante, es muy importante”. Scheihing partió de inmediato a la
cámara de oficiales. A esas alturas la dotación del submarino dormía

194
vestida. Cuando llegó al lugar, le entregaron el mensaje: “Creo que ésa es
la orden que todo profesional que pertenece a una institución armada de
cualquier país, siempre espera recibir, para lo cual se ha preparado durante
su carrera: Impedir por las armas cualquier intento de desembarco en tierra
chilena”.

Scheihing miró a los oficiales presentes y les dijo: “¡Señores, se trata de


una orden de ejecución inmediata. Debemos defender la soberanía
nacional en esta parte de nuestro territorio, con todos los medios que
disponemos!”.589 De inmediato se dirigió al Departamento Central del
submarino —“1MC” en jerga marina—, y se comunicó con toda la
tripulación. Sus palabras fueron: “Habla el comandante. Se ha recibido el
siguiente mensaje del almirante”, el cual pasó a leer. “Esto significa que
estamos viviendo, a partir de este instante, una situación de guerra con
Argentina. Como todos sabemos, es posible que nos hundan, pero me
comprometo con ustedes a que antes que eso suceda a lo menos nos
llevaremos a dos de ellos”. Por unos breves segundos no se escuchó
ningún ruido en toda la nave. Hasta que entre la tripulación estalló, como
un potente rugido, el tradicional “¡Viva Chile, mierda!”.590

Acababa de terminar su arenga cuando el oficial de armamentos informó al


puente: “¡Tubos cargados e inundados, mi comandante!”. Igualmente se
reforzaron las guardias. La tripulación empezó a aplicar reglas de silencio
en sus desplazamientos dentro de la nave, ya que los ruidos podrían
distraer a los operadores de los sonares.

Paralelamente, en tierra y cuando aún no despuntaba el alba del 20 de


diciembre, el comandante de las unidades de Infantería de Marina
desplegadas en la región austral, Pablo Wunderlich, se encontraba en
Punta Arenas supervigilando y coordinando el despliegue de armamento y
tropas en las islas en disputa y las adyacentes. Para ese entonces, sus
hombres ya habían alcanzado su máximo grado de alistamiento y
esperaban con tranquilidad la ruptura de hostilidades. Wunderlich tenía
una confianza ciega en el profesionalismo de los infantes.

En horas de la madrugada del miércoles 20, la Escuadra proseguía a toda


velocidad su avance para encontrarse con la FLOMAR. A bordo del buque
insignia se produjo entonces un momento de gran tensión. A las 4 de la
madrugada los radares del Prat detectaron lo que parecían ser dos aviones
argentinos. Al detectarse el blanco aéreo se tocó rápidamente “zafarrancho
antiaéreo, que fue cubierto con una celeridad, silencio y eficiencia como

195
no se había hecho en práctica alguna”.591

Inmediatamente se transmitió la información a los restantes buques, que


prepararon misiles y cañones para derribarlos. Llegaba la hora. Durante un
largo rato, todos los hombres de la Escuadra se mantuvieron en sus
puestos, sin moverse, en una ansiosa expectación. Sin embargo,
exactamente a las 5 de la mañana, se escuchó por los parlantes internos la
orden de descanso. Se había tratado de una sonda meteorológica.

Algo similar había sucedido antes cuando, “al salir al océano por un
estrecho paso”, se supuso que era factible sufrir un ataque submarino. “No
sólo el armamento sino todos los cinco sentidos de las dotaciones
estuvieron en condiciones de máxima alerta”.

Mientras amanecía, durante la navegación en alta mar, el almirante López


enfrentaba el más difícil de los dilemas. Debía decidir si sería el primero
en atacar. Mientras no se materializara el ataque trasandino, el Gobierno
argentino conservaba la iniciativa para determinar el día y la hora para
iniciar las hostilidades. Así, el desplazamiento y la actitud de la flota
argentina condicionaba los movimientos iniciales de la Escuadra chilena,
hasta que se produjera el rompimiento de las hostilidades. Por otra parte,
los argentinos disponían de aviones en bases aéreas situadas en las
cercanías del teatro de operaciones y los del portaaviones con ocho
aviones de combate A4Q. En cambio, las bases aéreas chilenas más
cercanas estaban en Punta Arenas, lo que privaba a la Escuadra de
protección aérea y de apoyo directo de esta naturaleza. En esas
circunstancias, el almirante pensaba que si esperaba que los buques
argentinos se adentraran en la zona Beagle-Nassau, buscando posicionarse
para iniciar una ofensiva en ella, existía el riesgo de que antes de que se
produjese el encuentro entre las fuerzas navales de superficie, la aviación
argentina se adelantara a atacar a la Escuadra, dañando algunos de sus
buques y dejándola en condiciones desfavorables para enfrentar a la flota
enemiga en una batalla decisiva.

La alternativa de ser el primero en atacar le otorgaba una ventaja táctica


inmejorable: “mientras yo estuviera con mis buques intactos,
aprovechando las malas condiciones meteorológicas reinantes, podía
atacar con misiles y artillería a los buques argentinos, antes de que ellos
iniciaran las hostilidades. Esto me daba la posibilidad de dañar seriamente
el poder naval adversario en circunstancias ventajosas que difícilmente
volverían a repetirse una vez iniciada la guerra. Al hacerlo, tomaría la

196
grave responsabilidad de iniciar el conflicto, dando pábulo a que Chile
fuera acusado de ser el país agresor. Pero las consecuencias que se
derivarían de obtener una clara superioridad inicial en el mar podrían
contribuir a crear aceleradamente condiciones apropiadas para imponer la
paz, o para facilitar la futura conducción de una guerra exitosa”.592 Pocas
veces un jefe militar se había enfrentado a una disyuntiva de tamaña
trascendencia.

A las 5:35 del miércoles 20, la agrupación “Acero” avistó al grupo


“Bronce”, que salía a mar abierto.593 El Latorre venía con retraso; su
comandante había leído mal un mensaje, pero el segundo de a bordo se dio
cuenta del hecho y lo previno. Decidió entonces avanzar un poco más
rápido en los canales, a 18 nudos, en vez de los 12 que era lo
prudente.594 Desde el puente de mando en el Prat, López se llevó una gran
sorpresa al verlos acercarse, puesto que según el plan de combate el
Latorre debía estar un poco más adelante que la agrupación “Acero”. El
retraso no tuvo consecuencias.

Ambas agrupaciones pusieron en marcha las medidas antisubmarinas.


Mientras tanto, en las pantallas de los radares de las distintas naves,
ubicadas en las Centrales de Información de Combate (CIC), comenzaron
a percibirse ruidos electrónicos. Éstos anunciaban la presencia del
enemigo. El hecho fue inmediatamente informado al jefe de la Escuadra.
El comandante de la Lynch, recuerda que “de esa ‘bulla’, teníamos sólo la
demarcación 060°, pero no la distancia, que era débil por lo lejana.
Analizada en el laboratorio del buque, por su frecuencia, ondeo de pulso,
ésta resultó ser emitida por un radar aéreo ANSPS6, equipos que están
presentes tanto en los cruceros chilenos como argentinos. Pero los nuestros
estaban apagados”.595 La proximidad de los argentinos ya era
incuestionable.

El entusiasmo de los tripulantes no decaía. Por el contrario, todos querían


estar presentes en ese histórico trance. De hecho, a bordo del Williams,
tres marinos se lesionaron cuando una ola los arrastró, golpeándolos contra
los lanzadores de los misiles Exocet que se ubicaban en cubierta. Uno de
ellos, encargado de los radares de control de fuego, terminó con tres
costillas quebradas. Su nombre era Santiago López. Tavra, que era su
superior, debió buscar rápidamente un reemplazo y le mandaron un
individuo que tenía el mismo nombre del herido. “Éste, a quien apodaban
el Choro López, llegó con dos fusiles M-16 y muchos cargadores. Y

197
entonces le digo: ‘¿Qué va hacer con todo esto?’. ‘Mi teniente, me dijo, es
que cuando vengan los aviones argentinos yo voy a salir a dispararles’.
‘Bueno ya’, le dije, pensando que sería algo bueno para la moral”.

El otro Santiago López, el que se encontraba lesionado, debía ser


trasbordado a uno de los petroleros para ser atendido. Pero le dijo a Tavra:
“¡No!, yo no me pierdo esto”. El teniente intentó hacerlo desistir, pero
López insistió: “Métame en la camilla a la central y yo le daré las
instrucciones para que opere el sistema de fuego”. Al ver la insistencia del
marino, el segundo comandante autorizó la petición. “El hecho es que lo
pusimos en la camilla, y este hombre se pasó ahí más de un día. Postrado
daba las instrucciones para dirigir el tiro. Esto fue muy impactante para
nosotros”.596

En Punta Arenas, mientras tanto, Floody tenía listos los preparativos para
enfrentar una incursión argentina. El general había decidido —y así lo
había hecho saber públicamente— que en caso de que los argentinos
llegaran hasta la ciudad, ésta iba a ser defendida calle por calle, casa por
casa, palmo a palmo. La idea era que quien pudiera tomar un fusil, lo
tomara. John Howard señala que la defensa de Punta Arenas habría sido
“como Stalingrado, durante la Segunda Guerra Mundial. La ciudad se iba a
defender totalmente y los argentinos, sabedores de esto, no estaban muy
contentos. Entonces, del lado argentino empezó a desertar mucha gente,
los que cruzaban la frontera hacia Chile. Muchos de ellos habían llegado
de guarniciones del norte de Argentina, y no estaban acostumbrados al
frío, a pasar hambre. Y el desertor es un buen elemento para que te cuente
una pila de cosas”.597

Cerca de las 8 de la mañana del miércoles 20, la agrupación “Acero” se


encontraba navegando con rumbo general sureste. La agrupación
“Bronce”, en tanto, se ubicaba a unas 300 millas de la FLOMAR. A esa
hora, ambos grupos iniciaron el avance en formación de cuña, encabezada
por la fragata Condell ya que tenía los mejores radares. Los restantes se
distribuyeron hacia atrás formando una V. A esa hora, el submarino
Simpson había llegado al punto en que esperaría a la FLOMAR.

Mientras tanto, a varias millas náuticas de distancia, la flota trasandina


enfrentaba un intenso temporal. El mal tiempo había afectado gravemente
la capacidad operativa del portaaviones 25 de Mayo, dificultándole en
extremo realizar maniobras aéreas. Además, las fuertes marejadas estaban
desgastando a las tripulaciones de la flota que sufría los efectos de un mar

198
tempestuoso. Como no tenían fondeaderos en el área —el más cercano
estaba en la isla de los Estados—, los marinos argentinos no tenían minuto
de descanso. En la sala de comunicaciones del Edificio Libertad, sede del
Comando Naval en Buenos Aires, comenzaron a recibirse informaciones
preocupantes desde el extremo sur. “Allá abajo, el tiempo era pésimo, con
borrascas, mar agitado y violentos chaparrones. Además, los pronósticos
meteorológicos no presagiaban nada bueno, ya que las condiciones no
mejorarían rápidamente. Las naves que alojaban a los infantes de Marina
que deberían tocar tierra tras abandonar sus lanchas de desembarco,
ondeaban violentamente y en el puente de vuelo del portaaviones 25 de
Mayo, los helicópteros artillados eran bañados por la lluvia y sacudidos
con fuerza por el viento ululante”.598

El contralmirante Barbuzzi narró tiempo después al nuncio Pío Laghi que


“las olas eran impresionantes, de 12 metros de altura, y el mar estaba tan
encrespado que era inimaginable siquiera intentar maniobras de
aproximación alguna a las islas”. Barbuzzi le dijo además que, aunque la
moral de los infantes de Marina era alta, “las olas causadas por el mal
tiempo también habían causado estragos entre ellos. Muchos estaban
descompuestos. La mayoría rezando o cantando en voz baja”.599

Dadas las circunstancias, la flota argentina resolvió retromarchar,


esperando que mejoraran las condiciones atmosféricas. Así lo detectó la
Aviación Naval chilena, informando de inmediato a la Escuadra. Eran las
8:15 del miércoles 20 de diciembre de 1978. “Los buques chilenos, una
vez confirmado este desplazamiento al norte de la FLOMAR, que hacía
imposible trabarla en combate, regresaron al abrigo de sus fondeaderos,
donde llegaron al atardecer de ese mismo día, con un profundo sentimiento
de frustración”.600

Los analistas argentinos han insistido mucho en que la tormenta obligó a


retirarse a ambas flotas porque el combate no podía producirse en esas
condiciones. Quizás esto sea válido para la FLOMAR, pero es falso
respecto a la Escuadra chilena. Ésta, en ningún momento, hasta que tuvo la
confirmación del retroceso de los buques argentinos, se encontró en una
situación que le impidiera trabar un combate naval. Por el contrario, les
daba una ventaja, ya que durante todo ese año el almirante López había
realizado prácticas de combate en similares condiciones de mal tiempo.

Con todo, el regreso a los fondeaderos no supuso una baja en la alerta de


las unidades chilenas. El almirante López sabía que ello podía ser

199
perfectamente sólo una pausa momentánea, y que bastarían unas horas
para que el rumbo de los acontecimientos volviera a hacer necesario salir a
la mar para enfrentar a los argentinos. No se equivocaba.

En Santiago, la Cancillería mostraba un ritmo de frenética actividad.


Cubillos y sus asesores preparaban un último mensaje, en el que junto con
invocar el espíritu navideño, proponían nuevamente a las autoridades
argentinas solicitar la mediación del santo padre.601 Pero no eran las únicas
gestiones diplomáticas que se estaban efectuando. En paralelo, “apelamos
al Consejo de Seguridad, a la OEA. Todos esos trámites diplomáticos no
sirvieron para nada. Una última cosa, a la desesperada, fue pedirle a los
principales países del mundo que mandaran observadores militares a la
zona, porque queríamos que quedara constancia de que la guerra no la
iniciaba Chile. Y ningún país quiso hacerlo. Nos preocupaba, además, que
Estados Unidos estuviera equiparando la posición chilena con la argentina,
poniéndolos en el mismo nivel. Pero el embajador Landau se estaba
portando bien y nos dio seguridades de que ellos distinguían las cosas y no
estábamos en el mismo ‘saco’. Entonces, la guerra iba de verdad”.602

Una vez que las agrupaciones llegaron de vuelta a sus fondeaderos, las
naves se abastecieron de petróleo, por si había que zarpar de improviso. En
eso estaban, cuando ocurrió un incidente. “Estábamos cargando petróleo y
entró una embarcación pesquera a la bahía. Uno de nuestros helicópteros
lo alcanzó y lo obligó a atracar. Los pescadores fueron apresados y subidos
a nuestro buque, el Williams. Fueron interrogados de manera dura,
creyendo que eran espías argentinos. Finalmente, después de muchos
chequeos y contrachequeos, los dejamos partir”. Eran chilenos.603

Mientras ello ocurría, las dudas y dilemas que rondaban por la mente del
jefe de la Escuadra se acrecentaban. No había momento de sosiego
posible. Pensó entonces en una entrevista que había leído en la que un
general argentino, Menéndez, “decía que estaba con sus tropas listas para
pasar sobre Santiago y tomar el aperitivo en Viña del Mar. Eso sólo podía
significar que lo que venía era una guerra general, no una limitada al
extremo sur”. López pensaba que “en la zona central, nos defenderíamos
con lo que tuviéramos o nos tirábamos de espaldas. Pero, conociendo a los
personajes que nos gobernaban, no nos íbamos a tirar de espaldas, sino que
íbamos a pelear hasta que termináramos con hondas y corvos”.604

Lo crítico para López era cómo interpretar fielmente las órdenes que había
recibido del almirante Merino. Una y otra vez se preguntaba lo mismo:

200
“¿Qué función debíamos cumplir? Si era una guerra de objetivo limitado,
teníamos que oponernos a cualquier acción que, a través de una operación
anfibia, intentara ocupar las islas. Para ello, la única forma era intervenir
para impedir la protección que la flota argentina tendría que dar a su fuerza
de desembarco. Entonces, lo que nos interesaba era buscar una decisión
cuanto antes con los argentinos. ¿Qué teníamos que perder? Íbamos a
perder las islas si no ganábamos la batalla, pero si le aniquilábamos su
flota, no sólo no perderíamos las islas, sino que calmaríamos cualquier
problema que pudiera producirse en el norte”. ¿Qué hacer? Ése era el
dilema del almirante.

López sabía que la gran ventaja trasandina era su poderío aéreo, que podía
golpear duramente a las unidades de la Escuadra. Pero dilatar una
definición por temor a un ataque aéreo le molestaba profundamente y se
repetía: “No podíamos quedarnos en los canales mientras ellos se tomaban
Picton, Lennox y Nueva, Navarino, Tierra del Fuego. ¿Y nosotros, qué?,
¿esperando qué cosa?, ¿que se desgastaran?, ¿que nuestra Fuerza Aérea les
hundiera algún buque que nos permitiera salir más tranquilos?, ¿o que
nuestra Fuerza Aérea atacara sus bases en Río Gallegos y Ushuaia? ¡Pero
íbamos a estar esperando esto hasta cuándo! Por eso, en mi concepto,
había que buscar una decisión cuanto antes: la mejor oportunidad que
teníamos para tener éxito era ser nosotros los que iniciáramos la guerra en
el mar”.605 Ésa fue su decisión estratégica.

El día D

La mañana del jueves 21 de diciembre comenzó con novedades en el


frente diplomático. A las 6:15, el embajador chileno ante la Santa Sede,
Héctor Riesle comunicó al canciller Cubillos el resultado de una reunión
que había sostenido con el cardenal Casaroli. El secretario de Estado
pontificio le había manifestado que el papa Juan Pablo II estaba dispuesto
a intervenir personalmente y así evitar la guerra entre Chile y Argentina.
Casaroli le ofreció enviar un representante a ambas capitales, “para tener
más directas y concretas informaciones sobre las respectivas
posiciones”606. Casaroli había hecho llegar esta misma propuesta al
Gobierno argentino.607 Al parecer, el planteamiento era fruto de gestiones
realizadas en Buenos Aires, por el nuncio Pío Laghi, así como de un cable
enviado al Vaticano, un par de días atrás, por el cardenal Raúl
Primatesta.608 Apenas terminó de hablar con Riesle, Cubillos informó del
hecho al presidente Pinochet, quien le dijo que debía responder de

201
inmediato y afirmativamente a la propuesta vaticana. Por el momento,
nada se supo de Argentina.

Lo que sí se supo fue el resultado del mensaje enviado por Cubillos el día
anterior a su colega trasandino. La respuesta llegó a las 13:30 del jueves 21
y provocó asombro en los negociadores de la Cancillería. Según recuerda
Enrique Bernstein: “Estábamos reunidos todos los miembros del comité
asesor con el ministro, cuando conocimos su texto. Al escucharlo, no pude
menos que recordar las notas cruzadas entre las cancillerías europeas en
vísperas de la Primera Guerra Mundial. No sólo se eludía contestar la
propuesta de Chile, sino que se lo culpaba de actos contrarios al derecho
para ‘intentar reivindicaciones sobre espacios insulares y marítimos de
soberanía argentina’. Lo culpaba también de ‘intransigencia y falta de
flexibilidad’ en la última negociación de Buenos Aires. Terminaba
expresando que nuestra nota, al persistir en la posición asumida, ‘no
permite hallar las fórmulas adecuadas para garantizar el proceso
negociador’”.609

Todavía no terminaban de recuperarse de la impresión cuando se enteraron


de lo que le había ocurrido al empresario Andrónico Luksic Abaroa, quien
tenía una representación de camionetas en Argentina. Cubillos relata que
ese día “debía recibir un buque cargado de camionetas Ford en Bahía
Blanca. Pero los argentinos llegaron con un decreto de confiscación, que
partía diciendo: ‘Por encontrarse la República en estado de guerra,
requísase’. Ahí comenzamos a darnos cuenta de que la situación no tenía
vuelta”. Paralelamente, Estados Unidos le entregaba al Gobierno chileno
fotografías de satélite que indicaban los desplazamientos de la
FLOMAR.610

Dada la gravedad de la situación, esa misma tarde la Cancillería optó por


enviar una nota a la OEA pidiendo —en virtud del Tratado Interamericano
de Asistencia Recíproca (TIAR)— una reunión urgente del órgano de
consulta, para que resolviera las medidas a tomar en caso de producirse
una agresión a Chile.611 El presidente Pinochet, a su vez, ordenó a sus
ministros poner en práctica todas las medidas que estaban contempladas
para cuando se iniciaran las hostilidades.

Ese jueves 21, materializando la fase correspondiente del Operativo


Soberanía, el embajador argentino ante la ONU presentó una nota ante el
Consejo de Seguridad, acusando a Chile de haber ocupado militarmente
las islas en conflicto.612 Sólo era cuestión de horas para que, de acuerdo a

202
lo previsto, se escucharan los primeros disparos en los zona austral.

En la tarde de ese mismo día, Wunderlich recibió la orden de trasladarse


de inmediato a la isla Nueva con una compañía de infantes de Marina,
unos 150 hombres. “Desde el momento en que recibí la orden tocaron la
diana, sacaron la munición, los despedí, se embarcaron y no se demoraron
más de una hora. Al momento de despedirlos, les dije que no iban a tener
ninguna clase de apoyo y que había que defender las islas hasta la muerte.
La gente lo comprendió y partió decidida a eso”.613 El zarpe fue a bordo
del destructor Serrano y el desplazamiento se realizó a la vista de los
argentinos, justamente para que supieran que se estaban reforzando las
islas. “Ellos se dieron cuenta de que tendrían que combatir, que las islas se
defenderían hasta el último hombre, que no iba a ser un desembarco de
tipo administrativo, donde iban a ser recibidos por una banda militar y
donde se coloca la bandera y punto. Iba a ser una carnicería”.614

Durante esas horas, López proseguía a la espera en los fondeaderos de


guerra. El Prat junto al resto de la agrupación “Acero” se encontraba en las
cercanías de bahía Porvenir, donde se le sumó el Blanco. El grupo
“Bronce”, en tanto, se mantenía cercano a las islas en disputa y se le
agregó la Yelcho.615 No muy lejos, las torpederas patrullaban los canales
cercanos al Beagle, listas para entrar en acción. Los vuelos del grupo
aeronaval eran intensos y se realizaban a muy baja altura. “Salían hacia el
este por la latitud del canal Beagle, y eran permanentemente relevados. La
FLOMAR sabía que su posición era conocida y más de alguna vez fueron
iluminados por los radares de control de fuego de los destructores clase 42,
cuyos parámetros eran automáticamente reconocidos por los equipos MAE
de los exploradores”.616

En el CIC del Prat, el jefe de la Escuadra esperaba con atención las


órdenes de Merino y aprovechaba de escuchar por radio las últimas
noticias sobre el curso que estaban tomando los acontecimientos en el
frente diplomático. Si bien existía una gran expectación, el ambiente en los
buques era de serenidad. La gran preocupación era el clima, porque el
temporal sobre la zona no cejaba; pero la flota chilena capeaba sus
embates sin mayor dificultad en los fondeaderos. Todos estaban a la espera
de que la FLOMAR reiniciara su desplazamiento hacia el sur.

No tuvo que pasar mucho tiempo para que se rompiera la expectación. A


las 10 de la noche de ese mismo jueves 21 de diciembre, el canciller
recibió un llamado del alto mando de la Armada. Cuando colgó, le dijo a

203
los presentes que “aviones de la Armada han detectado en la zona del cabo
de Hornos, navegando en posición de ataque, a la Flota de Mar
argentina”.617 Igual información recibía el general Pinochet, quien se
encontraba en la ceremonia de graduación de los nuevos oficiales en la
Escuela Militar.618

El almirante López y el resto de las unidades recibieron entonces un


mensaje de su comandante en jefe: “Zarpar de inmediato y entrar en
combate contra los argentinos”. Jorge Martínez Busch, a bordo del Prat,
afirma que las instrucciones “se mandaron en castellano, sin clave, sin
codificarlas, para que fueran escuchadas claramente por las radios
argentinas”619 La idea era dejarle en claro a la FLOMAR que la Escuadra
entraría en acción.

Durante las siguientes horas, la aviación naval detectó a la FLOMAR que


avanzaba en dirección al cabo de Hornos y se encontraba a la altura del
meridiano 59°, casi en frente de las islas. Eran las 19:19 del jueves 21. Lo
único que se interponía, en ese momento, en su camino hacia el
desembarco, era el submarino Simpson, el cual permanecía sumergido en
aguas del Atlántico, con sus torpedos listos para ser disparados. López era
informado minuto a minuto y sabía que se acercaba la hora en que su
decisión estratégica debía ponerse en práctica.

En Punta Arenas también se seguía al detalle cada movimiento de la


FLOMAR. En el Estado Mayor de la III Zona Naval, sobre varias mesas
unidas entre sí, se había desplegado un gran mapa, en el que estaban
indicadas las posiciones de los elementos que tenía la Armada en la región:
buques, torpederas, infantes de Marina, aviones, etc. El almirante Luis de
los Ríos estaba en permanente comunicación con el general Floody. Desde
ese despacho se avisó a los infantes de Marina que el desembarco era
inminente. Probablemente ocurriría cerca de las 4 de la madrugada del día
22 de diciembre.

A las 11 de la noche del jueves 21, un avión de exploración de la FACH


envió un mensaje que desconcertó a los presentes. La nave informaba que
naves argentinas se movían en las cercanías de las islas Picton, Nueva y
Lennox. Poco después, aseveraba que uno de los buques ya estaba
desembarcando tropas. Por algunos segundos, cundió el nerviosismo en el
lugar. Sin embargo, pronto se dieron cuenta de que el avión estaba
confundido y que, en realidad, había avistado a las torpederas chilenas
Fresia, Guacolda, Quidora y Tegualda, que estaban patrullando el área. La

204
Escuadra también fue informada del equívoco.

El mensaje enviado por el almirante Merino tuvo, necesariamente, que ser


escuchado en la FLOMAR. Mala noticia para ellos porque quería decir que
la Escuadra chilena conocía su posición y quedaban obligados a batirse
antes de poder intentar el desembarco en las islas. Howard asevera que
“cuando (los trasandinos) recibieron este mensaje no les debe haber
gustado nada. Porque si López estaba ahí, no podían acercarse más. Con la
Escuadra instalada en las islas era como jugar ajedrez. Cuando estás en
una muy buena posición, estás mandando el juego. En esas circunstancias,
pasaba a mandar la Escuadra. Ahora, que estuvieran las torpederas,
también era embromado para los argentinos”.620

Siguiendo las órdenes de su almirante, en los primeros minutos del viernes


22 de diciembre, la Escuadra inició su desplazamiento para salir al
encuentro de la flota trasandina. Caía una copiosa lluvia al momento en
que la agrupación “Acero” abandonó sus posiciones de abrigo. Iban a
hacer honor al lema de la Marina chilena,“Vencer o morir”, grabado en las
cañas de todos los buques.

Los ploteos de la aviación aeronaval sobre la FLOMAR continuaban y el


jefe de la Escuadra recibía los informes pertinentes. Ellos daban cuenta de
que las naves argentinas continuaban avanzando, a la velocidad de que
eran capaces, hacia la zona de cabo de Hornos. Las unidades del grupo
“Acero” se desplazaron para ir al encuentro de la agrupación “Bronce”,
que estaba más adelante, en las cercanías de bahía Nasseau.

En los buques, oficiales y gente de mar ocupaban sus puestos de combate


sin dar importancia a la inclemencia del tiempo. La mar estaba muy mala y
las olas pasaban por encima de quienes debían aventurarse por la cubierta
en el cambio de turno. Cada cañón y batería antiaérea se encontraba con
sus operadores muy atentos. El cansancio no hacía mella en la voluntad de
combatir.

Mientras avanzaban en dirección al mar de Drake, la mayor preocupación


del almirante López era la posibilidad de ser alcanzado por un ataque de
submarinos. De acuerdo a las informaciones de inteligencia, sabía que de
los cuatro sumergibles trasandinos, al menos dos de ellos se encontraban
patrullando la boca del estrecho de Magallanes, mientras los restantes
deberían estar haciendo lo propio en las cercanías de los fondeaderos de
guerra.

205
Frente al monitor que le entregaba la información sobre la disposición de
ese momento de las naves de la Escuadra, el almirante López supo que
esos tensos minutos constituían el reto más importante de su vida: sobre si
cargaba la responsabilidad de definir el curso de una guerra. Había llegado
el momento de la decisión suprema.

Ya en el océano, López ordenó formación de batalla. La agrupación


“Acero” marchó al frente, bordeando las islas en el mar de Drake. En esa
posición debían actuar como barrera, soportando la andanada argentina
antes de hacer fuego con su artillería. Los buques del grupo “Bronce”, en
tanto, lo harían más al sur. Desde esa posición responderían el ataque
argentino lanzando sus propios misiles, en un contraataque ojalá
devastador, que por sí sólo decidiría la suerte de la batalla naval. La suerte
estaba echada.

A la una de la madrugada del 22 de diciembre, la Junta militar argentina


ponía fin a una discusión que había comenzado en horas de la tarde. Esta
importante reunión había tenido por finalidad analizar la iniciativa del
Vaticano que proponía enviar un emisario personal del sumo pontífice, con
la misión de lograr un acuerdo entre ambas naciones.

A esa hora, la Escuadra proseguía inexorable su avance hacia la posición


desde la cual enfrentaría el choque con el enemigo. En la CIC de la III
Zona Naval se vivían momentos de alta tensión. Minuto a minuto se
reapreciaba la situación: condiciones meteorológicas, informes de
inteligencia y de los aviones que sobrevolaban la zona. En un momento
dado, el oficial de comunicaciones se acercó al almirante De los Ríos y le
entregó un mensaje recién interceptado, dirigido a la FLOMAR. “Era
como una sábana”, recuerda el capitán de navío Sergio Cabezas, quien se
encontraba allí desde la 6 de la tarde. “El almirante lo tomó, lo pegó en la
pared y le preguntó al encargado de claves: ‘¿Cuánto se demora en
descifrarlo?’. Había sido transmitido en tres frecuencias distintas y tenía
136 grupos de números. Había dos posibilidades: que fueran las
instrucciones para el ataque, que era lo más seguro, o que algo raro estaba
sucediendo. Mientras pasaban los minutos, De los Ríos ordenó hacer
despegar el 50% de los aviones de exploración aeromarítimos, que todavía
permanecían en tierra. Todos estábamos en máxima alerta. Exactamente a
la 1:22 uno de los aviones informó que la FLOMAR cambiaba de rumbo y
tres minutos más tarde que lo hacía también el grupo anfibio”.621

Casi simultáneamente, desde Valparaíso, se informó que la Junta militar

206
argentina, tras una larga deliberación, finalmente había decidido aceptar el
envío de un emisario papal. El mensaje cifrado, con toda certeza, había
sido la orden de retroceder enviada por los mandos militares trasandinos.

La FLOMAR, en definitiva, había rehuido el combate; pero su retirada no


se debía a la inclemencia del tiempo sino a una decisión política. Más allá
de toda duda, el Gobierno argentino estuvo dispuesto a conquistar con la
fuerza lo que no había logrado alcanzar a través del derecho. La
intervención del papa detuvo una maquinaria de guerra que ya se había
activado. De hecho, Oscar Camilión, embajador de Argentina en Brasil, ha
contado en sus memorias que, a través de un telegrama fechado el 20 de
diciembre, se le ordenó informar 48 horas después a Itamaraty que “en ese
momento se estaba produciendo el ataque de las Fuerzas Armadas
argentinas a Chile”.622

Inmediatamente se informó al comandante en jefe de la Escuadra: “La


flota argentina está cambiando repentinamente su curso y retrocede,
adoptando un rumbo nor-noreste”. López comprendió rápidamente que no
habría enfrentamiento. Respiró profundamente y tras un breve silencio se
comunicó con sus comandantes. La sorpresa pronto se convirtió en un
grito de victoria. “¡Viva Chile, mierda!”, fue la expresión que
espontáneamente salió de las gargantas de los 1200 hombres que
tripulaban el Prat, cuando fueron informados. La escena se repitió en todos
los buques. Eri Solís en el Prat, Sergio Sánchez Luna en el Latorre, Ramón
Undurraga en el Williams, Ernesto Huber en el Riveros, Erwin Conn en la
Condell, Humberto Ramírez en la Lynch, Arturo García en el Zenteno,
Mariano Sepúlveda en el Portales, Jorge Fellay en el Blanco, Carlos
Aguirre en el Cochrane, Rubén Scheihing en el Simpson, Jorge Grez en el
Araucano y Octavio Bolelli en el Sargento Aldea, sintieron una orgullosa
alegría. Habían compartido con el almirante López una verdadera misión
de guerra. Pese a la frustración de no haber culminado la batalla tan
largamente preparada, cada uno de los protagonistas de esas horas difíciles
sabía que con su profesionalismo y voluntad de lucha había conquistado el
objetivo final: ganar la paz.

Sin embargo, la Escuadra continuó todavía su desplazamiento en


condición de alerta. Cuando la retirada argentina se convirtió en certeza, el
almirante ordenó que sus buques volvieran a ocupar sus puestos en los
fondeaderos. A las 11 de la mañana del día 22 de diciembre, el Prat
ingresó a bahía Cook.

207
La exploración aeronaval habían confirmado que las naves argentinas
navegaban rumbo norte a unos 20 nudos, siendo trakeadas hasta más allá
de la boca oriental del estrecho de Magallanes. En Santiago, Cubillos y su
equipo podían sentirse satisfechos: habían logrado encauzar el diferendo
austral en los términos que el presidente Pinochet había dispuesto. En
Punta Arenas, el general Floody, en su Cuartel General Conjunto, pensó
emocionado: “¡misión cumplida!”. Las dotaciones de la Escuadra, los
infantes de Marina en las islas y las tropas en sus trincheras, se prepararon
para celebrar la Navidad. El 24 de diciembre, el almirante López visitó las
unidades bajo su mando. Ocurrió entonces algo extraordinario: tras
rendirle los honores de reglamento, espontáneamente un fuerte y entusiasta
aplauso lo despidió mientras se alejaba.

El 4 de enero de 1979, cuando miles de veraneantes disfrutaban las playas


de la V Región, los buques de la Escuadra, aún camuflados, entraron en la
bahía de Valparaíso. Seguramente ninguno de esos turistas tenía
conciencia de la gravedad del peligro que ese puñado de marinos había
contribuido a conjurar.

El fantasma de la guerra sólo se diluyó en noviembre de 1984, tras una


fatigosa negociación diplomática que gracias a la mediación del papa Juan
Pablo II concluyó en el Tratado de Paz y Amistad, que firmaron Argentina
y Chile. La soberanía y el honor de la nación chilena habían quedado
intactas.

208
Notas

1 Solís, Eri, “El encuentro naval que no fue”, Archivo General CIDOC,
Folio 50233, Universidad Finis Terrae. Documento inédito.

2 Vaccaro, Humberto, “Entrevista a Don Raúl López”, 29 de abril de 1998,


Archivo General CIDOC, Folio 50267,Universidad Finis Terrae.
Testimonio inédito.

3 Dentro de su jurisdicción están comprendidos además, Puerto Edén,


Puerto Natales y Punta Arenas, y, por supuesto, todas las islas, islotes o
equivalentes de la XII Región. En total, la superficie territorial que debe
cubrir la Zona es de un millón de kilómetros cuadrados; y el área de
Seguridad y Rescate Marítimo abarca los 12 millones de kilómetros
cuadrados. Ojeda, Arturo. “La Armada de Chile y su presencia en la XII
Región de Magallanes y la Antártica Chilena”, (clase magistral), en
www.armada.cl.

4 Ushuaia —que en yamana significa “bahía que mira al poniente”—, es la


capital de la provincia argentina de Tierra del Fuego y constaba de
alrededor de 27 mil habitantes en esa época. Ver más antecedentes en
Canclini, Arnoldo. La Armada Argentina en Tierra del Fuego, Buenos
Aires, Instituto de Publicaciones Navales, 1996.

5 López, Raúl, “El conflicto del Beagle. Operaciones navales”, Exposición


realizada en el seminario “La guerra que evitó Pinochet: Chile-Argentina
1978”, Santiago, 9 de agosto del 2001, Archivo General CIDOC, Folio
30857, Universidad Finis Terrae. Documento inédito. Benadava, Santiago,
“La guerra que no fue”, El Mercurio, Cuerpo de Reportaje, 23 de
diciembre de 2001.

6 López, Raúl, “El conflicto del Beagle...”, op.cit.

7 Bulnes S., Francisco, “Entrevista a John Howard Balaresque”, 18 de


diciembre de 2003, Archivo Audiovisual CIDOC, Cassette N° 463,
Universidad Finis Terrae. Testimonio inédito.

8 Ibid.

209
9 El Laudo tuvo su origen en 1971 cuando Chile y Argentina decidieron
recurrir al arbitraje británico invocando el Tratado de 1881 y el Convenio
de Arbitraje de 1902. Barros Van Buren, Mario, “Nuestras relaciones con
Argentina”, en Revista de Marina, Nº 842, Santiago, enero–febrero 1998.

10 José Miguel Barros se había dedicado a recopilar en distintos archivos


europeos, documentación referida al diferendo del canal Beagle que
apoyara la tesis chilena. Bajo la presidencia de Eduardo Frei Montalva fue
nombrado agente del caso Beagle, siendo confirmado en ese puesto por
Salvador Allende más tarde. Quintana, Sonia, “El fallo inapelable de su
majestad”, en revista Ercilla, Nº 2179, Santiago, 4-10 de mayo de 1978.

11 Frase citada en Cavallo, Ascanio; Salazar, Manuel y Sepúlveda, Oscar,


La Historia Oculta del Régimen Militar, Santiago, Editorial Grijalbo,
1997, p. 212. Al parecer Julio Philippi no entendió el significado de la
frase de Barros ya que hizo el siguiente comentario: “Todos estamos
tensos esperando el fallo, y nos vienen a hablar de fútbol”, en Vial,
Gonzalo, Pinochet, la biografía, tomo I, Santiago, El Mercurio- Aguilar,
2002, p. 312.

12 Del Valle, Jaime, Exposición realizada en el seminario “La guerra que


evitó Pinochet: Chile-Argentina 1978”, Santiago, 9 de agosto de 2001,
Archivo General CIDOC, Folio 030859, Universidad Finis Terrae.
Documento inédito.

13 Ibid.

14 Quintana, Sonia, “El fallo inapelable de su majestad”, op. cit.

15 Del Valle, Jaime, Exposición realizada en..., op. cit.

16 Citado en Escudé, Carlos y Cisneros, Andrés (directores), “Historia


general de las Relaciones Exteriores de la Argentina (1806-1989)”, Parte
III, Tomo XIV, capítulo 68: El Régimen Militar (1979-1983) en
www.argentina-rree.com.

17 Nacido en 1918, previó a su presidencia, había sido Embajador ante la


Santa Sede, subdirector de la Escuela Superior de Guerra del Ejército
Argentino, comandante de la I División de Caballería Blindada, y
presidente de la Junta de Comandantes en 1971. Ese mismo año asume
como presidente de facto de la República hasta 1973 cuando convocó a

210
elecciones y fue reemplazado por Héctor Cámpora (marzo).

18 La llegada de los militares argentinos al poder había traído una serie de


consecuencias en la política exterior de ese país que de alguna manera
implicaban un riesgo para la seguridad de Chile. Videla y la Junta
iniciaron conversaciones con Perú y Bolivia. En el caso del Perú, los
militares argentinos buscaron sacar provecho a la afinidad ideológica que
tenían con Francisco Morales Bermúdez (reemplazó a Velasco Alvarado
en 1975). Ayudaron a los peruanos a instalar un complejo atómico. Los
peruanos apoyaron a los argentinos en la disputa que mantenía con Brasil y
Paraguay en la Cuenca del Río de la Plata. Respecto a Bolivia, los
argentinos apoyaron el reclamo de los altiplánicos sobre la salida al mar, a
cambio Bolivia le dio su apoyo a Argentina respecto a las islas Malvinas.
Aun así, por lo menos hasta principios de 1977, las relaciones entre Chile
y Argentina eran cordiales. Escudé, Carlos y Cisneros, Andrés (directores),
“Historia general de las Relaciones Exteriores...”, Ibid.

19 Quintana, Sonia, “Los argentinos ante el fallo” en revista Ercilla, Nº


2180, 11–17 de mayo de 1977.

20 Montes hasta entonces se desempeñaba como jefe de Operaciones del


Estado Mayor General Naval y jefe de la Fuerza de Tareas 3.

21 Videla ascendió rápidamente dentro del ejército hasta llegar a ser


brigadier en 1971 (Había hecho estudios en la Escuela de las Américas).
En 1975, producto de la presión militar, la presidente Isabel Perón lo
nombró comandante en jefe. Desde ese cargo
inició la reorganización de las Fuerzas Armadas removiendo de sus
puestos a aquellos que simpatizaban con el peronismo.

22 Controvertido, histriónico, polémico había logrado ser el personaje del


que más se hablaba en Argentina, superando en ello a Videla. Ingeniero y
poeta frustrado, de familia de un alto nivel cultural, había ingresado a la
Marina en 1942. Los primeros años, de su carrera se habían caracterizado
por la indisciplina, lo que le valió numerosos arrestos. Ingresó a una de las
“logias” internas que existían dentro de la Marina (“Los luteranos”) cuyo
propósito, al igual que las otras, era tomar el control del arma naval. Para
ello se fusionaron con otra, llamada “Omnia”, entre cuyos objetivos
figuraba el “relajar” la dura disciplina existente dentro de la institución.
Fue mediante esta organización, que Massera comenzó a ascender dentro
de la Marina. En la misma “logia” participaban Armando Lambruschini y

211
Antonio Vañek, quienes harían carrera junto al almirante. Para que
Massera llegara a la Comandancia en Jefe de la Armada Argentina en
1973, habían quedado en el camino ocho vicealmirantes. Su designación
sorprendió a los círculos castrenses trasandinos. Uriarte, Claudio,
almirante Cero. Biografía no autorizada de Emilio Eduardo Massera,
Buenos Aires, Editorial Planeta, 1992, p. 19-20.

23 Al contrario de lo que ocurrió en Chile, donde el presidente Augusto


Pinochet quedó a cargo del Ejecutivo de manera temprana, y la Junta
asumió funciones legislativas, la Junta militar argentina actuó de otra
manera, ya que era el “órgano supremo” de la Nación, quedando el
presidente de la República subordinado a este organismo. Esto restringía
de sobremanera el actuar de Videla quien debía dar cuentas
periódicamente de sus actuaciones a la Junta militar.

24 Producto del “cuoteo militar” que realizaron las tres ramas de las
FF.AA. argentinas, esa repartición quedó en manos de la Marina. Fue en
ese terreno donde el enfrentamiento con Videla alcanzaría ribetes épicos.
El almirante se opuso de manera implacable a los embajadores
provenientes de partidos políticos, pues consideraba que eran
representantes de la “corrupción, mediocridad y decadencia” de la
República. En una visita a La Paz diría: “Hay un mar antiguo, casi
metafísico, que anda recorriendo la Historia esperando reencontrarse con
Bolivia”. Incluso llegó a mandar una misión naval a Washington con un
mensaje al presidente Jimmy Carter, diciéndole que él mismo era “la
alternativa democrática a la presente situación argentina”. Por supuesto
que los dos primeros cancilleres del régimen, Guzzetti y Montes,
suscribían ampliamente los “conceptos” geopolíticos del almirante
Massera, mostrando una escasa vocación por llegar a acuerdos tanto con
Chile, como con Brasil y Paraguay. Ver “Massera: genio y figura”, en
revista Ercilla, Nº 2218, 1-7 de febrero de 1978.

25 El mismo Videla denunció en 1977 la existencia de dos grupos dentro


del Gobierno argentino: “los blandos” o “palomas” y “los duros” o
“halcones”. Estos últimos estaban representados mayoritariamente por los
generales de división y comandantes de cuerpos. El líder del grupo en el
Ejército era el ministro del Interior, general Albano Eduardo
Harguindeguy, que se opuso desde un comienzo a cualquier tipo de
apertura política de Videla, “torpedeando” permanentemente los avances
en la materia. El grupo tenía una posición más ortodoxa, cargada al

212
nacionalismo. También eran partidarios de un Estado más intervencionista
y autoritario. Seoane, María y Muleiro, Vicente, El Dictador. La historia
secreta y pública de Jorge Rafael Videla, Buenos Aires, Editorial
Sudamericana, 2001, p. 26; “El 24 de marzo de 1976 la Junta militar
liderada por Jorge Videla asumió el poder en ese país”, en diario La
Tercera, Santiago, 24 de marzo de 2001; “Las reglas de los operativos
encubiertos”, en diario La Nación, Buenos Aires, 30 de junio de 1998;
“Suárez Mason: Di órdenes muy claras”, en diario La Nación, Buenos
Aires, 29 de junio de 1998; Passarelli, Bruno, El delirio armado, Buenos
Aires, Editorial Sudamericana, 1998, pp. 28-29; “Durante 54 años recibió
a 63 mil militares de 21 países del continente EE.UU. clausura hoy
polémica Escuela de las Américas”, en diario La Tercera, 15 de diciembre
de 2000; Costa, Eduardo José, Guerra bajo la Cruz del Sur, Buenos Aires,
Editorial Hyspanoamérica, 1988, pp. 39-40 y “Muere Galtieri, el
gobernante que llevó a Argentina a la guerra por las Malvinas”, en diario
La Tercera, 13 de enero de 2003.

26 Los dos primeros, Suárez Mason y Menéndez hacían una dupla temible.
A pesar de tener caracteres diferentes, el primero amable y extrovertido, el
segundo tosco y rudo, ambos pertenecían a la caballería (arma que según
ellos, estaba muy postergada por Videla y Viola, pertenecientes a la
Infantería) y estaban al mando de los dos cuerpos militares más poderosos
de la Argentina. Menéndez, en 1982, tendría a su cargo la defensa de las
Malvinas y jugaría un rol relevante en la caída del entonces presidente
Galtieri.

27 Reemplazado más tarde por Vaquero.

28 En el Ejército las “palomas” o “blandos” estaban encabezados por el


propio general Videla y el jefe del Estado Mayor del Ejército, general
Roberto Viola quien había sido el “cerebro” del golpe militar de 1976. En
materia de política interna, aunque respaldaban los métodos “duros”
usados para atacar la subversión, se identificaban con ciertas ideas
provenientes del pensamiento liberal, sobretodo en materias económicas.

29 Los marinos trasandinos siempre habían rivalizado con el Ejército.


Fuertemente influida por la Royal Navy británica —lo que los hacía
exagerar la caballerosidad, discreción y buenas maneras con el fin de
encubrir el origen no aristocrático de muchos de sus miembros— la
institución, a lo largo del siglo XX, casi no tenía logros “de guerra” que
mostrar. Su mayor interés era el provocar divisiones dentro de su rival, el

213
Ejército, con el fin de lograr la predominancia por sobre las restantes
ramas, y ejercer un mayor poder político dentro de Argentina. Bajo el
peronismo, habían sido calificados como el sector más opositor a Juan
Domingo Perón, y ellos mismos explotaban esta situación con la finalidad
de convertirse en una alternativa política. En la institución, la mayoría de
sus integrantes cerraba filas detrás del comandante en jefe y miembro de la
Junta, el almirante Emilio Massera. Uriarte, Claudio. Almirante Cero...,
op. cit. p. 16 y siguientes.

30 Escudé, Carlos y Cisneros, Andrés (directores), “Historia general de las


Relaciones Exteriores...”, op.cit.

31 Benadava, Santiago, Recuerdos de la Mediación Pontificia, Santiago,


Editorial Universitaria, 1999, p. 18.

32 Ibid.

33 Arancibia, Patricia y de la Maza, Isabel, Matthei, mi testimonio,


Santiago, La Tercera-Mondadori, 2003, p. 281.

34 Bulnes S., Francisco, “Entrevista a John Howard Balaresque”, op.cit.

35 Arancibia, Patricia, “Entrevista a José Catril”, Puerto Toro, 15 de


febrero de 2004, Archivo Audiovisual CIDOC, Cassette N° 494,
Universidad Finis Terrae. Testimonio inédito.

36 “Las conversaciones chileno-argentinas”, en revista Qué Pasa, Nº 326,


Santiago, 21–27 de julio 1977.

37 Floody tenía una extensa carrera militar. Oficial de Caballería, se había


desempeñado como director de la Escuela de Blindados, director de la
Escuela Militar, comandante de Institutos Militares y comandante de la III
División.

38 El general Carrasco había sido comandante del Regimiento Tucapel


(Temuco), intendente de Concepción, agregado militar en Washington,
vicepresidente de la Conferencia Interamericana de Defensa, antes de ser
enviado, con los mismos títulos que Floody a Magallanes.

39 Para efectos de este libro se usarán los términos “Región Militar


Austral” (RMA) y el de “Teatro de Operaciones Austral” (TOA) como si

214
fueran lo mismo, aunque este último concepto incluye la zona austral de
ambos países.

40 Floody, Nilo, “La crisis con Argentina que estuvo al borde de una
guerra en 1978”. Exposición realizada en el seminario “La guerra que
evitó Pinochet: Chile-Argentina 1978”, Santiago, 9 de agosto de 2001,
Archivo General CIDOC, Folio 30858, Universidad Finis Terrae.
Documento inédito.

41 Ibid.

42 Arancibia, Patricia; Baraona, Pablo; Bardón, Álvaro; Kelly, Roberto y


Vial, Álvaro, “Entrevista a Nilo Floody”, 4 de noviembre de 1998,
Archivo Audiovisual CIDOC; video N° 61, Universidad Finis Terrae.
Testimonio inédito.

43 Floody, Nilo, “La crisis con Argentina...”, op. cit.

44 Arancibia, Patricia; Doña, Ignacia y Reyes, Soledad, “Entrevista a Nilo


Floody”, 20 de mayo de 2003, Archivo Audiovisual, cassette N° 449,
Universidad Finis Terrae. Testimonio inédito.

45 Ibid.

46 La Elicura fue la primera barcaza construida en ASMAR en 1968 y su


armamento estaba compuesto por dos ametralladoras de 20 mm. Por su
parte, el Orompello que databa del año 1965, se fabricó con una capacidad
de 750 toneladas, tenía tres ametralladoras de 20 mm. El Piloto Pardo, del
año 1958, poseía un casco que estaba diseñado especialmente para operar
en la zona antártica, además contaba con cuatro ametralladoras de 20/63
mm, un cañón de 3/50 pulgadas y dos helicópteros. Por último el Aquiles
había sido solicitado por López al almirante José Toribio Merino. Hasta
ese momento había estado asignado a la I Zona Naval con asiento en
Valparaíso. Fue construido en Dinamarca en 1953, y vendido a Chile en
1967. disponía de seis ametralladoras antiaéreas. Véase
en www.armada.cl y Bulnes S., Francisco y Novoa, Andrea, “Entrevista a
Mariano Sepúlveda”, 29 de octubre de 2003, Archivo Audiovisual
CIDOC, cassette, Nº 470, Universidad Finis Terrae. Testimonio inédito

47 El desplazamiento de la Infantería de Marina ocurrió entre el 21 de


abril y el 10 de mayo de 1977. Vaccaro, Humberto, “Entrevista a don Raúl

215
López”, op. cit., Bulnes S., Francisco y Novoa, Andrea, “Entrevista a
Mariano Sepúlveda”, op. cit.

48 Vaccaro, Humberto. “Entrevista a don Raúl López”, Ibid.

49 Ibid., y Arancibia, et. als., “Entrevista a Nilo Floody”, op. cit.

50 Poco se conoce del aporte que hizo Carabineros de Chile en el


conflicto, los cuales estuvieron desde el primer día en la línea de fuego.
Carabineros, en caso de guerra no pasa a constituir una cuarta institución
de las Fuerzas Armadas, ya que su obligación en estos casos es el aportar
una fracción de su personal para intervenir en calidad de combatientes y de
policía militar. Durante el conflicto con Argentina, fueron movilizados
Carabineros provenientes de las escuelas de Carabineros y Suboficiales, de
la Prefectura de Fuerzas Especiales y de algunos grupos de instrucción y
prefecturas del país. Como los Carabineros, debido a su función, no tienen
enemigos a los que combatir, sino que se enfrentan en condiciones muy
distintas a infractores de la ley y de los derechos civiles, debieron
someterse a un entrenamiento militar básico y un adoctrinamiento y
preparación psicológica que los capacitara para cumplir funciones de
combatiente. Este entrenamiento lo realizaron en unidades del Ejército.
Humildemente aceptaron el tener que usar uniformes de combate del
Ejército, y no las tenidas ad hoc de la propia institución. Así mismo
asumieron que en caso de que estallara la guerra, debido a sus funciones en
la misma frontera, probablemente muchos de ellos morirían en las
primeras horas siguiendo el ejemplo del Teniente Merino. Muchos de los
efectivos, ya corriendo diciembre de 1978, fueron movilizados sin previo
aviso. Ni siquiera pudieron avisar a sus casas, y menos despedirse de sus
familias. En Miranda, Diego, “En la primera línea de fuego”, 26 de agosto
de 2002, Archivo General CIDOC, Folio 50265, Universidad Finis Terrae.
Documento inédito.

51 Vaccaro, Humberto, “Entrevista a don Raúl López”, op. cit.

52 Ibid.

53 Para calcular la distancia en millas náuticas hay que multiplicar los


kilómetros por 0.53959.

54 Tapia, Luis Alfonso, Esta Noche: La guerra, Viña del Mar, Ediciones
Universidad Marítima de Chile, 1997, pp. 77-78.

216
55 Vaccaro, Humberto, “Entrevista a Don Raúl López”, op.cit

56 Tapia, Luis Alfonso, Esta noche..., op. cit., p. 78.

57 Bulnes S., Francisco, “Entrevista a John Howard Balaresque”, op.cit.

58 Tapia, Luis Alfonso, Esta noche..., op. cit., p. 78.

59 Ibid., p. 79.

60 Vaccaro, Humberto, “Entrevista a Don Raúl López”, op.cit.

61 Benadava, Santiago, “La guerra que no fue”, op. cit

62 Vaccaro, Humberto, “Entrevista a don Raúl López”, op. cit.

63 Los incidentes entre Chile y Argentina en la zona austral no eran


nuevos. Las naves argentinas permanentemente incursionaban en aguas
chilenas. Prueba de ello fue lo que ocurrió con el ARA Fournier de la
Armada argentina. Esta nave penetró el 21 de septiembre de 1949 en los
canales chilenos sin conocer las condiciones de navegación. Como
resultado, la nave se dio vuelta producto de la corriente en el canal Gabriel
(según un artículo argentino fue en Punta Cono, accidente geográfico de
isla Dawson), muriendo todos sus tripulantes. La Armada chilena, a través
de la III Zona Naval, tuvo que desplegar todos sus recursos para ir al
rescate de los argentinos, logrando recuperar los cadáveres los que entregó
posteriormente a las autoridades trasandinas. Más tarde la tripulación del
patrullero chileno Lautaro fue condecorada por el Gobierno de la
Argentina. El Gobierno chileno, se limitó a expresar un “suave” reclamo
atendiendo el desenlace que había tenido la incursión. Sin embargo es un
hecho que la nave estaba haciendo investigaciones sobre las profundidades
de los canales de la zona. Alsina, Hugo, “Naufragio del ARA Founier”, en
www.revistamarina.cl y Solari, Benjamín, “El hundimiento del Fournier”,
en www.argemto.com.ar.

64 Bulnes S., Francisco, “Entrevista a Jorge Fellay”, 14 de noviembre de


2003, Archivo Audiovisual CIDOC, cassette N° 475, Universidad Finis
Terrae. Testimonio inédito.

65 Alsina, Hugo, “El incidente del islote Snipe relatado por su


protagonista”, en Revista de Marina, Nº 842, enero–febrero 1998, p. 89.

217
66 Pavlovic, Santiago, “El año en que vivimos en peligro”, programa
Informe Especial, Televisión Nacional de Chile, 1998.

67 Vaccaro, Humberto, “Entrevista a Don Raúl López”, op.cit.

68 Ibid.

69 En el camino al islote, varios infantes de Marina chilenos empezaron a


afilar sus bayonetas dándoles forma de corvo. La Armada censuró más
tarde a los infantes por este hecho. Cruz-Johnson, Rigoberto, “La crisis del
canal Beagle”, Archivo General CIDOC, Folio 50227, Universidad Finis
Terrae. Documento inédito.

70 Bulnes S., Francisco, “Entrevista a Pablo Wunderlich”, 14 de


noviembre de 2003, Archivo Audiovisual CIDOC, cassette N° 474,
Universidad Finis Terrae. Testimonio inédito.

71 Incidente relacionados con la pesca de la centolla, fueron frecuentes en


esa época. Las Armadas de Chile y Argentina vivían persiguiendo a los
pescadores de uno y otro lado. Ver en Arancibia, Patricia; Arancibia F.,
Claudia y de la Maza, Isabel, Jarpa. Confesiones Políticas, Santiago, La
Tercera-Mondadori, 2002, p.107.

72 Alsina, Hugo, “Torpederas en acción”, en Revista de Marina, Nº 860,


enero–febrero, 2001, p. 85.

73 Floody, Nilo, “La crisis con Argentina...”, op. cit.

74 Ibid.

75 Bulnes S., Francisco y Novoa, Andrea, “Entrevista a Mariano


Sepúlveda”, op.cit. Bulnes S., Francisco, “Entrevista a John Howard
Balaresque”, op.cit.

76 La nave Serrano de 2130 toneladas, contaba con seis ametralladoras de


20/63 mm, cuatro de 40/56 mm, un cañón 5/38 pulgadas y dos
deslizadores de profundidad. Había sido construido en Estados Unidos el
año 1942, donde prestó servicios bajo el nombre de USS APD 71 Odum.
Fue dado de baja en 1991. El escampavía Colo–Colo fue fabricado en
1929. Funcionaba a vapor originalmente, hasta que en 1971 se le instaló un
motor diesel. Dado de baja, actualmente cumple la función de museo en

218
Punta Arenas. Por último, la barcaza Aguila, del año 1945, tenía ocho
ametralladoras de 40 mm antiaéreas. Fue utilizada por el Comando Aéreo
de la Flota del Pacífico de los Estados Unidos para reparaciones de aviones
y helicópteros. Llegó a Chile a préstamo en 1963, siendo transferida el
mismo año. Véase en www.armada.cl.

77 Bulnes S., Francisco y Novoa, Andrea, “Entrevista a Mariano


Sepúlveda”, op.cit.

78 Ibid

79 Bulnes S., Francisco y Novoa, Andrea, “Entrevista a Victor Larenas”,


23 de octubre de 2003, Archivo Audiovisual CIDOC, cassette N° 468,
Universidad Finis Terrae. Testimonio inédito.

80 Ibid.

81 Ibid.

82 En la isla Nueva había al menos dos oficiales y 65 hombres de tropa


armados con lanzacohetes, ametralladoras y morteros. En el caso de
Picton, el número de oficiales era el mismo, reduciéndose a 41 hombres de
tropa. En cuanto a Lennox los efectivos de la Infantería de Marina
comprendían en total 1 oficial y 34 hombres de tropa con lanzacohetes y
morteros. Colón por su parte, era un Puesto de Vigilancia y Señales (PVS)
con al menos ocho hombres de tropa armados con lanzacohetes. En
Wilfredo (PVS), habían 11 hombres de tropa y lanzacohetes. Finalmente,
las islas Martial, Copihue y Eliana (PVS) estaban resguardadas por cinco
hombres de tropa. En “Situación operativa al 9 de febrero de 1979”,
Archivo José Toribio Merino Castro, CIDOC, Folio 39928, Universidad
Finis Terrae. Documento inédito.

83 Bulnes S., Francisco, “Entrevista a Pablo Wunderlich”, op.cit.

84 Hoy es la Academia Nacional de Estudios Políticos y Estratégicos


(ANEPE).

85 Ibid.

86 La Enmienda Kennedy (julio de 1976), prohibió la asistencia militar a


Chile. Bulnes S., Francisco, “Entrevista a Pablo Wunderlich”, Ibid.

219
87 Julio Philippi representaba a Chile en el conflicto del Beagle desde
1974. También había sido ministro de Justicia, Tierras y Colonización,
Economía y Reconstrucción y de Relaciones Exteriores durante el
gobierno de Jorge Alessandri (1958-1964).

88 Arancibia, Patricia; Bulnes S., Francisco y Milstein, Tatiana,


“Entrevista a Jorge Martínez Busch”, 31 de marzo del 2000, Archivo
Audivisual CIDOC, video Nº 80, Universidad Finis Terrae. Testimonio
inédito.

89 Helmut Brunner, abogado, había tenido hasta la fecha una amplia


trayectoria como negociador diplomático chileno. Era profesor de Derecho
Internacional Público y Privado, y había representado a Chile en distintas
negociaciones y organizaciones diplomáticas.

90 “¡No llores por mi, Argentina...!”, en revista Qué Pasa, Nº 347, 15-21
de diciembre 1977; Cavallo, Ascanio; et. als., La Historia Oculta..., op.
cit., p. 213; Vial, Gonzalo, “Pinochet decisiones claves”, fascículo V:
Guerra o paz con Argentina, serie publicada en diario La Segunda, 3 de
abril de 1998.

91 Ibid.

92 Vaccaro, Humberto, “Entrevista a Don Raúl López”, op. cit.

93 Ibid.

94 Ibid.

95 Benadava, Santiago, Recuerdos de la..., op. cit., p. 19.

96 Vaccaro, Humberto, “Entrevista a Don Raúl López”, op. cit.

97 En esa época sólo estaban sondeados los canales que eran usados como
rutas comerciales. Aún en estos las mediciones eran poco confiables,
debido a la tecnología existente en la época.

98 Una de las funciones de las Zonas Navales, independiente del lugar, es


prestar apoyo a la Escuadra en sus desplazamientos a las distintas zonas
del país. Esto es de vital importancia para la flota debido a que eso les
permite proveerse de alimentos, materiales y combustible de caso que sea

220
necesario. También en ellas se realizan reparaciones menores, por lo que
no es raro ver personal de ASMAR en ellas.

99 Bulnes S., Francisco, “Entrevista a John Howard Balaresque”, op. cit.

100 Comentario de Ramón Undurraga en Arancibia, Patricia; Doña,


Ignacia; Reyes, Soledad y Undurraga, Ramón, “Entrevista a Arturo
Troncoso”, 9 de mayo de 2003, Archivo Audiovisual CIDOC, cassette Nº
452, Universidad Finis Terrae. Testimonio inédito.

101 Bulnes S., Francisco. “Entrevista a John Howard Balaresque”, op. cit.

102 Floody, Nilo, “La crisis con Argentina...”, op. cit.

103 Así, durante el período de la guerra de Independencia —1810 a 1818


—, los españoles pudieron desembarcar en costas chilenas las veces que
quisieron; en la guerra con España, barcos de guerra de ese país se dieron
el lujo de bombardear impunemente el puerto de Valparaíso, en 1866; y al
momento de estallar la guerra del Pacífico, en 1879, el norte del país se
encontró aislado por no contar con una Escuadra eficaz.

104 Tromben, Carlos, “La Armada de Chile. Desde la alborada hasta el


final del siglo XX”, tomo V, Valparaíso, Revista de Marina, 2001, p. 1503.

105 Chile estuvo al borde de una guerra con el Perú en 1974. Ver
Rodríguez, Elizondo Chile-Perú. El siglo que vivimos en peligro,
Santiago, La Tercera-Mondadori, 2004, p. 59 y siguientes; Arancibia,
Patricia; Bulnes S., Francisco y Vial, Álvaro, “Entrevista a Odlanier
Mena”, 25 de abril de 2001, Archivo Audiovisual CIDOC, video Nº 101,
Universidad Finis Terrae. Testimonio inédito. Arancibia, Patricia y Bulnes
S., Francisco, “Entrevista a Odlanier Mena”, 11 de mayo de 2001, Archivo
Audiovisual CIDOC, video Nº 103, Universidad Finis Terrae. Testimonio
inédito.

106 Egresado de la Escuela Naval en 1942, se había especializado en


Telecomunicaciones. Había servido en el destructor Hyatt y en el Lynch.
Fue comandante del Prat, secretario general del la Armada y comandante
de la I Zona Naval antes de llegar a la Escuadra.

107 Arancibia, Patricia, et. als., “Entrevista a Arturo Troncoso”, op. cit.

221
108 Ibid.

109 Ibid.

110 Ibid.

111 Arancibia, Patricia; Doña, Ignacia y Reyes, Soledad, “Entrevista a


Alexander Tavra”, 15 de julio de 2003, Archivo Audiovisual CIDOC,
cassette Nº 460, Universidad Finis Terrae. Testimonio inédito.

112 Ibid.

113 Arancibia, Patricia, et. als., “Entrevista a Arturo Troncoso”, op. cit.

114 Bulnes S., Francisco, “Entrevista a Erwin Conn Tesse”, 14 de


diciembre de 2003, Archivo Audiovisual, cassette Nº 485, Universidad
Finis Terrae. Testimonio inédito.

115 Vaccaro, Humberto, “Entrevista a don Raúl López”, op. cit. En el


documento “El conflicto del Beagle. Actividades Navales”, López,
relatando el mismo evento señala: “A principios de enero de l978 asumí la
Comandancia en Jefe de la Escuadra (CJE), recibiendo la orden del CJA,
almirante J.T. Merino, de orientar y dirigir las actividades de ésta
exclusivamente a la preparación para la guerra que él veía venir, poniendo
especial énfasis en la preparación para un encuentro con la Flota de Mar,
debido a que las conversaciones sostenidas por los representantes de
ambos países para encontrar una solución satisfactoria a la delimitación
marítima que se desprendía del cumplimiento del laudo arbitral no hacía
vislumbrar ningún acuerdo a un plazo prudencial”.

116 Ibid.

117 Arancibia, Patricia y Bulnes S., Francisco, “Entrevista a Hernán


Rivera Calderón”, 14 de agosto de 2003, Archivo Audiovisual CIDOC,
cassette Nº 457, Universidad Finis Terrae. Testimonio inédito.

118 Arancibia, Patricia, et. al., “Entrevista a Arturo Troncoso”, op. cit.

119 Bulnes S., Francisco, “Entrevista a John Howard Balaresque”, op. cit.

120 Uriarte, Claudio, almirante Cero..., op. cit., p. 151.

222
121 Citado en Escudé, Carlos y Cisneros, Andrés (directores), “Historia
general de las relaciones exteriores...”, op. cit.

122 Ascanio, Cavallo, et. al., La historia oculta..., op. cit., p. 213.

123 Citado en Escudé, Carlos y Cisneros, Andrés (directores), “Historia


general de las relaciones exteriores...”, op. cit.

124 “Las operaciones navales en 1977”, en Gaceta Marinera, Buenos


Aires, 9 de febrero de 1978.

125 Ibid.

126 Amato, Alberto, “Fin de año frente al Beagle”, en revista Gente,


Buenos Aires, 5 de enero de 1978.

127 E.B.S., “El tema entró a la Universidad”, en revista Ercilla, Nº 2219,


8-14 de febrero de 1978.

128 Escudé, Carlos y Cisneros, Andrés (directores), “Historia general de


las relaciones exteriores...”, op. cit.

129 Arancibia, Patricia y Bulnes S., Francisco, “Entrevista a Roberto


Benavente”, 14 de agosto de 2003, Archivo Audiovisual CIDOC, cassette
Nº 459, Universidad Finis Terrae. Testimonio inédito.

130 Vial, Gonzalo, Pinochet, la biografía, op. cit., p. 309.

131 Cavallo, Ascanio, et al., “La historia oculta...”, op. cit., p. 154 y
siguientes.

132 Vial, Gonzalo, Pinochet, la biografía, op. cit., p. 315; Landívar,


Gustavo, “Después del Beagle, ¿qué?”, en revista Somos, Nº 72, Buenos
Aires, 3 de febrero de 1978.

133 Villegas estaba asesorado en materias limítrofes por el general Arturo


Corbetta, el almirante Casas y el brigadier Pablo Apella. Bignone,
Reynaldo, El último de facto. La liquidación del proceso memoria y
testimonio, Buenos Aires, Planeta, 1992, p. 47.

134 Passarelli, Bruno, El delirio..., op. cit., p. 51.

223
135 Ibid.; Bignone, Reynaldo, El último de facto..., op. cit., p. 47.

136 Vial, Gonzalo, Pinochet, la biografía, op. cit., p. 315.

137 Cavallo, Ascanio, et. als., La Historia Oculta..., op. cit., p. 213.

138 Bignone, Reynaldo, El último de facto..., op. cit., p. 47.

139 Carballo, Mauricio, “Diálogo de cancilleres”, en revista Hoy, Nº 30,


Santiago, 21-27 de diciembre de 1977; Benadava, Santiago, Recuerdos de
la..., op. cit., p. 19.

140 Milstein, Tatiana, “Entrevista a Ernesto Videla”, 5 de octubre de 1998,


Archivo Audiovisual CIDOC, cassette Nº 33, Universidad Finis Terrae.
Testimonio inédito.

141 “En espera de respuesta”, en revista Qué Pasa, Nº 353, 19-25 de enero
de 1978.

142 Escudé, Carlos y Cisneros, Andrés (directores), “Historia general de


las relaciones exteriores...”, op. cit.

143 Vial, Gonzalo. Pinochet, la biografía, op. cit., p. 314.

144 Landívar, Gustavo, “Chile negocia, pero sin imposiciones”, en revista


Somos, Nº 69, 13 de enero de 1978 y “En espera de respuesta”, op. cit.

145 Cavallo (obra citada) dice que fue Agustín Toro Dávila, pero Vial
(obras citadas), Bignone (obra citada) y Escudé (obra citada) dicen que fue
Contreras. Hernán Cubillos también se ha referido a Contreras y su
diplomacia paralela, aunque Vial no descarta que Toro Dávila haya
fungido como un segundo emisario.

146 Las relaciones del general Contreras con el almirante Massera se


habían estrechado a raíz de que cuando se produjo el golpe militar en
Argentina, el 24 de marzo de 1976, Massera le solicitó a Contreras que si
algo salía mal, protegiera a su familia en Chile. Arancibia, Patricia,
“Entrevista al general Manuel Contreras”, 23 de agosto de 2004.

147 Ibid.

148 Ibid.

224
149 La prensa se enteró de la misión de Contreras, pero fue desmentido
por el Gobierno chileno. El que quedó muy molesto con todo esto fue el
embajador de Chile en Argentina, René Rojas Galdames, quien descubrió
la reunión de Contreras con Videla y lo tomó como una señal de
desconfianza de Pinochet. La revista Somos confirmó el viaje de Contreras
a Buenos Aires, el que al principio fue considerado como inconveniente.
“Diálogo Videla-Pinochet: la última posibilidad de un acuerdo”, en revista
Somos, Nº 70, 20 de enero de 1978. Ver también Bignone, Reynaldo, El
último de facto..., op. cit., p. 47-48 y Vial, Gonzalo, “Pinochet, decisiones
claves”, op. cit.

150 Vial, Gonzalo, Pinochet, la biografía, op. cit., p. 316 y Escudé, Carlos
y Cisneros, Andrés (directores), “Historia general de las relaciones
Exteriores...”, op. cit.

151 Cavallo, Ascanio, et. al., La historia oculta..., op. cit., p. 214 y “En
espera de respuesta”, op. cit.

152 “En espera de respuesta”, Ibid.

153 Cerda, Mónica, “Se bajó el diapasón”, en revista Qué Pasa, Nº 354, 26
de enero-2 de febrero de 1978.

154 Arthur, Blanca, “El Beagle y los generales”, en revista Ercilla, Nº


2.217, 25-31 de enero de 1978.

155 “Dialogo Videla-Pinochet: la última posibilidad de un acuerdo”, op.


cit.

156 Arthur, Blanca, “El Beagle y los generales”, op. cit.

157 Pinto Rojas, Alberto, “La crisis militar entre Chile y Argentina en
1978”, en www.editorialbitacora.com.

158 Cavallo, Ascanio, et al., La historia oculta..., op. cit., p. 214.

159 Arthur, Blanca, “El Beagle y los generales”, op. cit.

160 Ibid.; Vial, Gonzalo. Pinochet, la biografía, op. cit., p. 316, y Escudé,
Carlos y Cisneros, Andrés (directores), “Historia general de las relaciones
exteriores...”, op. cit.

225
161 Túrulo, Carlos M., De Isabel a Videla. Los pliegues del poder, Buenos
Aires, Sudamericana, 1996, p. 115. Ver Pinto Rojas, Alberto, “La crisis
militar entre Chile y Argentina en 1978”, op. cit. Vial confirma en la
biografía de Pinochet ya citada, Tomo I, p. 317, la existencia de una serie
de croquis elaborados durante la reunión.

162 Bignone, Reynaldo, El último de facto..., op. cit., citado en Passarelli,


Bruno, El delirio..., op. cit., p. 52.

163 Videla, Ernesto, “Chile y Argentina, historia secreta del gran


conflicto”, serie 1, en diario La Segunda, 23 de julio de 2004.

164 Arancibia, Patricia; Góngora, Álvaro y Vial, Gonzalo, “Entrevista al


brigadier general Ernesto Videla”, agosto de 2001, Archivo Audiovisual
CIDOC, video Nº 106, Universidad Finis Terrae. Testimonio inédito.

165 Ibid.

166 Ibid., y Videla, Ernesto, “Chile y Argentina, historia secreta...”, op.


cit.

167 Arancibia, Patricia y de la Maza, Isabel, Matthei, mi testimonio, op.


cit., p. 281. Arancibia Patricia, “Entrevista al general Fernando Matthei”,
14 de julio de 1999, Archivo Audiovisual CIDOC, Universidad Finis
Terrae.

168 Videla, Ernesto, “Chile y Argentina, historia secreta...”, op. cit. Según
la versión entregada por Alberto Pinto Rojas en “La crisis militar entre
Chile y Argentina en 1978”, el marino que había propuesto la salida de los
infantes de Marina chilenos de la isla había sido Massera.

169 Ibid.

170 Vial, Gonzalo, Pinochet, la biografía, op. cit., p. 317.

171 Citado en Tapia, Luis Alfonso, Esta noche..., op. cit., p. 45 y


siguientes. Ver además Landívar, Gustavo, “canal Beagle: la instancia
decisiva”, en revista Somos, Nº 71, 27 de enero de 1978 y Landívar,
Gustavo, “El fallo no se rechaza: es nulo”, en revista Somos, Nº 71, 27 de
enero de 1978.

226
172 S.Q., “Tribunal en tela de juicio”, en revista Ercilla, Nº 2.218, 1-7 de
febrero de 1978.

173 “La Flota de Mar en el Atlántico sur”, en Gaceta Marinera, Buenos


Aires, 9 de febrero de 1978.

174 Este portaaviones, construido en Gran Bretaña, fue terminado en enero


de 1945. Tenía un desplazamiento máximo de 19896 toneladas y una
tripulación de 1509 hombres. En 1948 fue vendido a Holanda, la que la
modernizó entre 1955 y 1958, agregando una cubierta de vuelo en ángulo
y dándole capacidad para operar aviones de reacción. En 1968 sufrió un
incendio, lo que hizo que lo pusieran a la venta. Fue entonces cuando lo
compró Argentina, luego de ser reparado en Rotterdam. Ver
www.histamar.com.ar

175 “La Flota de Mar en el Atlántico sur”, op. cit. Barbuzzi, previamente a
la salida de las naves de guerra a alta mar, había arengado a los marineros.
Ver “El almirante Barbuzzi presidió la Ceremonia de Lista Mayor en la
Base Naval Puerto Belgrano”, en Gaceta Marinera, Buenos Aires, 9 de
febrero de 1978.

176 Reemplazado poco después por el capitán de navío Alberto C.


Barbich. “La Flota de Mar en el Atlántico sur”, op. cit.

177 Reemplazado poco después por el capitán de navío Hugo Remmotti.


Ibid.

178 Ibid., y “El almirante Barbuzzi presidió la Ceremonia de Lista Mayor


en la Base Naval Puerto Belgrano”, op. cit.

179 E.B.S., “El tema entró a la Universidad”, op. cit.

180 Arthur, Blanca, “Beagle II. Una macana que prenda”, en revista
Ercilla, Nº 2.218, 1-7 de febrero de 2003. Ver también Gaceta Marinera,
Buenos Aires, 9 de febrero de 1978.

181 Landíver, Gustavo, “Rojas le contesta a Pinochet”, en revista Somos,


Nº 70, 20 de enero de 1978.

182 Sheila Cassidy era médico y colaboraba con grupos terroristas. Fue
detenida por agentes del Estado.

227
183 S.Q., “Tribunal en tela de juicio”, op. cit.

184 Citado en Tapia, Luis Alfonso, Esta noche..., op. cit., p. 51 y


siguientes.

185 S.Q., “Tribunal en tela de juicio”, op. cit.

186 “Beagle III. Cortina de humo”, en revista Ercilla, Nº 2.218, 1-7 de


febrero de 1978.

187 E.B.S., “El tema entró a la Universidad”, op. cit.

188 Vaccaro, Humberto, “Entrevista a don Raúl López”, op. cit.

189 Ver “Historial del crucero Prat, 1978”, en Archivo de la Armada,


Museo Naval.

190 Vaccaro, Humberto, “Entrevista a don Raúl López”, op. cit.

191 Ramírez, Humberto. “Breve crónica de las actividades de la PFG


Lynch en el año 1978”, Archivo General CIDOC, Folio 50237,
Universidad Finis Terrae. Documento inédito.

192 Ibid.

193 Arguindeguy, Pablo E. y Rodríguez, Horacio, Las Fuerzas Navales


argentinas, Buenos Aires, Instituto Browniano, 1995, p. 287.

194 Ibid., p. 274.

195 Ibid., pp. 275-276.

196 E.B.S., “El tema entró a la Universidad”, op. cit.

197 Amato, Alberto, “La guerra sin balas de Río Gallegos”, en revista
Gente, Buenos Aires, 16 de febrero de 1978.

198 Pasarelli, Bruno, El delirio..., op. cit., p. 53.

199 “Puerto Belgrano: un bastión siempre listo”, en revista Gente, 9 de


febrero de 1978.

228
200 E.B.S., “El tema entró a la Universidad”, op. cit.

201 Uriarte, Claudio, almirante Cero..., op. cit., p. 192.

202 Monti, Jorge, “La cuestión entra en cuenta regresiva”, en revista


Somos, 10 de febrero de 1978; Vidal, Jorge, “La Cancillería no tiene
respiro”, en revista Somos, 10 de marzo de 1978.

203 Quintana, Sonia, “Dificultades en varios frentes”, en revista Ercilla,


Nº 2.220, 15 de febrero de 1978.

204 “El hermetismo que precede a las definiciones”, en revista Somos, Nº


74, 17 de febrero de 1978.

205 Videla, Ernesto, “Chile y Argentina, historia secreta...”, op. cit.

206 Ver texto completo del Acta en “Sistema de negociaciones


suscribieron los gobiernos de Chile y Argentina”, en diario El Cronista,
Santiago, 21 de febrero de 1978; “A las 16 horas se realizará ceremonia de
firma del Acta”, en diario El Cronista, 20 de febrero de 1978.

207 “Quieren alterar las fraternas relaciones chileno-argentinas”, en diario


La Tercera, 24 de febrero de 1978 y “A las 16 horas se realizará ceremonia
de firma del Acta”, op. cit.

208 Bignone dice que Pinochet le susurró al oído que iba a hablar.
Bignone, Reynaldo, El último de facto..., op. cit., p. 51.

209 Quintana, Sonia, “Establece condiciones de distensión”, en revista


Ercilla, Nº 2.221, 22-28 de febrero de 1978; “La sorpresa de Puerto
Montt”, en revista Gente, 23 de febrero de 1978 y Monti, Jorge, “Puerto
Montt: ¿un abuso de confianza?”, en revista Somos, Nº 75, 24 de febrero
de 1978.

210 Uriarte, Claudio, almirante Cero..., op. cit., pp. 194-195.

211 Ese mismo día asumió en Buenos Aires el contralmirante Roberto E.


Wulff, como titular de la jefatura de Infantería de Marina.

212 “Arenga del comandante en jefe”, en Gaceta Marinera, Buenos Aires,


23 de febrero de 1978.

229
213 “Almirante... ¿Por qué se va?”, en revista Gente, 9 de marzo de 1978.

214 “La derrota del masserismo”, en revista Qué Pasa, Nº 358, 23 de


febrero-1 de marzo de 1978.

215 El comandante de la Aviación Naval a partir de ese mes era el


contralmirante Rafael J. Serra. Respecto a los cambios que se hicieron en
la Armada argentina en el mes de febrero de 1978, ver “Asumieron sus
cargos autoridades navales”, en Gaceta Marinera, Buenos Aires, 23 de
febrero de 1978.

216 “La Aviación Naval está lista para el combate”, en Gaceta Marinera,
Buenos Aires, 23 de febrero de 1978.

217 “En el punto de partida”, en revista Hoy, Nº 40, 1-7 de marzo de 1978.

218 C.G.G.,“Convivencia difícil”, en revista Ercilla, Nº 2.220, 15-21 de


febrero de 1978.

219 Calm, Lillian, “Día a día sentando soberanía”, en revista Qué Pasa, Nº
357, 16-22 de febrero de 1978.

220 “Es inadmisible rechazo de Argentina al laudo”, en diario La Tercera,


11 de marzo de 1978.

221 Ver “Historial del crucero Prat”, op. cit.

222 La anotación fue hecha el día 22 de marzo, pero la orden es del 21.

223 Bulnes S., Francisco, “Entrevista a Jorge Fellay”, op. cit. Lo confirma
Ramón Undurraga en Doña, Ignacia y Reyes, Soledad, “Entrevista a
Ramón Undurraga”, 6 de junio de 2003, Archivo Audiovisual CIDOC,
cassette Nº 453, Universidad Finis Terrae. Testimonio inédito.

224 Vaccarro, Humberto, “Entrevista a don Raúl López”, op. cit.

225 Ver “Historial del crucero Prat”, op. cit.

226 Arancibia, Patricia, et. al., “Entrevista a Alexander Tavra”, op. cit.

227 El destructor Portales debió retrasar su salida hasta el día 29 de marzo,


debido a una falla de última hora que sufrió en su giroscopio. “Historial

230
del destructor Portales, 1978”, Archivo de la Armada, Museo Naval.

228 El Williams zarpó el día 22 de marzo rumbo a Talcahuano ya que


además de cargar munición necesitaba cambiar los sellos de aceite a la
antena de su radar ASW-1. Cuando llegó a Talcahuano tuvo un choque
menor en la proa con el molo 500, producto de la neblina que había en el
puerto. Debió entrar al dique N° 2 para solucionar los desperfectos. Los
trabajadores de ASMAR tuvieron que laborar a tres turnos, y reemplazaron
en menos de 24 horas la proa completa del barco. Ver “Historial del
destructor Williams, 1978”, Archivo de la Armada, Museo Naval;
Arancibia, Patricia, et. al., “Entrevista a Alexander Tavra”, op. cit y Doña,
Ignacia y Reyes, Soledad, “Entrevista a Ramón Undurraga”, op. cit.

229 Bulnes S., Francisco, “Entrevista a Erwin Conn Tesse”, op. cit.

230 Doña, Ignacia y Reyes, Soledad, “Entrevista a Ramón Undurraga”, op.


cit.

231 Arancibia, Patricia, et. al., “Entrevista a Alexander Tavra”, op. cit.

232 Ver “Historial del destructor Riveros, 1978”, Archivo de la Armada,


Museo Naval.

233 Ver “Historial del crucero Prat”, op. cit.

234 La Armada de Chile además había encargado una serie de aviones


EMBRAER (EMB-110/111) Bandeirantes a Brasil, los cuales fueron
equipados de acuerdo a especificaciones propias de la Marina chilena.
Llegaron al país en julio de 1976.

235 Ver “Historial del destructor Riveros”, op. cit.

236 Bulnes S., Francisco, “Entrevista a Jorge Fellay”, op. cit.

237 Ver “Historial del destructor Riveros”, op. cit.

238 Ver “Historial del crucero Prat”, op. cit

239 Doña, Ignacia y Reyes, Soledad, “Entrevista a Ramón Undurraga”, op.


cit.

240 López, Raúl, “El conflicto del Beagle...”, op. cit.

231
241 Ibid.

242 Doña, Ignacia y Reyes, Soledad, “Entrevista a Ramón Undurraga”, op.


cit.

243 Ver “Historial del crucero Prat”, op. cit.

244 López, Raúl, “El conflicto del Beagle...”, op. cit.

245 Bulnes S., Francisco, “Entrevista a Sergio Sánchez Luna”, 12 de


diciembre de 2003, Archivo Audiovisual CIDOC, cassette Nº 486,
Universidad Finis Terrae. Testimonio inédito.

246 Gaceta Marinera, Buenos Aires, 11 de mayo de 1978.

247 López, Raúl, “El conflicto del Beagle...”, op. cit.

248 Bulnes S., Francisco, “Entrevista a Pablo Wunderlich”, op. cit.

249 Ibid.

250 Ibid.

251 Arancibia, Patricia y Bulnes S., Francisco, “Entrevista a Lautaro


Mansilla”, 14 de agosto de 2003, Archivo Audiovisual CIDOC, cassette Nº
458, Universidad Finis Terrae. Testimonio inédito.

252 Ibid.

253 Ibid.

254 Ibid.

255 Ibid.

256 Ibid.

257 Doña, Ignacia y Reyes, Soledad, “Entrevista a Ramón Undurraga”, op.


cit.

258 Arancibia, Patricia, et. al., “Entrevista a Alexander Tavra”, op. cit.

232
259 Ramírez, Humberto, “Breve crónica de las actividades...”, op. cit.

260 Bulnes S., Francisco, “Entrevista a Erwin Conn Tesse”, op. cit.

261 Doña, Ignacia y Reyes, Soledad, “Entrevista a Ramón Undurraga”, op.


cit.

262 Ibid.

263 López, Raúl, “El conflicto del Beagle...”, op. cit.

264 Vaccaro, Humberto, “Entrevista a don Raúl López”, op. cit.

265 Ibid.

266 Ibid.

267 López, Raúl, “El conflicto del Beagle...”, op. cit.

268 Vaccaro, Humberto, “Entrevista a don Raúl López”, op. cit.

269 Ibid.

270 Ibid.

271 Arancibia, Patricia, et. al., “Entrevista a Alexander Tavra”, op. cit.

272 Bulnes S., Francisco, “Entrevista a Erwin Conn Tesse”, op. cit.

273 Arancibia, Patricia y de la Maza, Isabel, Matthei..., op. cit., pp. 282-
283.

274 Ibid., pp. 284-285.

275 Tapia, Luis Alfonso, Esta noche..., op. cit., p. 109.

276 Aguayo, Claudio, “El grupo aeronaval en 1978”, Archivo General


CIDOC, Folio 50232, Universidad Finis Terrae. Documento inédito.

277 Bulnes S., Francisco y Novoa, Andrea, “Entrevista a Mariano


Sepúlveda”, op. cit.

233
278 Bulnes S., Francisco, “Entrevista a Erwin Conn Tesse”, op. cit.

279 Bulnes S., Francisco, “Entrevista a Sergio Sánchez Luna”, op. cit.

280 Ibid.

281 Ibid.

282 Ibid.

283 Moreno, Jaime, “Negociaciones bajo tensión”, en revista Hoy, Nº 56,


21-27 de junio de 1978.

284 “Comprará repuestos en Japón o Italia”, en diario La Segunda, 30 de


junio de 1978.

285 Moreno, Jaime, “Negociaciones bajo tensión”, op. cit.

286 “Chile pide explicaciones a Gobierno de Argentina”, en diario La


Tercera, 14 de junio de 1978.

287 Cavallo, Ascanio, et. al., La historia oculta..., op. cit., p. 216.

288 Ibid.

289 Landíver, Gustavo, “El retiro de Massera”, en revista Somos, Nº 77,


10 de marzo de 1978.

290 Uriarte, Claudio, Almirante Cero..., op. cit., p. 197.

291 “Jorge Rafael Videla (RE), presidente de la nación”, en revista Gente,


4 de agosto de 1978.

292 “Quién es el nuevo comandante”, en revista Somos, Nº 98, 14 de julio


de 1978; “El nuevo jefe del Ejército”, en revista Gente, 13 de julio de
1978.

293 “Quién es el nuevo comandante”, en revista Gente, 7 de septiembre de


1978.

294 Gaceta Marinera, Buenos Aires, 21 de septiembre de 1978.

234
295 Cau, Dominique, “Qué hace Massera en Europa”, en revista Somos,
10 de noviembre de 1978.

296 Uriarte, Claudio, almirante Cero..., op. cit., p. 198 y siguientes. Ver
también “almirante... ¿Por qué se va?”, op. cit; Paredes, Eduardo, “El
cambio de la Marina deja intacto un proceso”, en revista Somos, 22 de
septiembre de 1978 y Landívar, Gustavo, “Las zonas grises no están
claras”, en revista Somos, 29 de septiembre de 1978.

297 Escudé, Carlos y Cisneros, Andrés (directores), “Historia general de


las relaciones exteriores...”, op. cit.; Gaceta Marinera, Buenos Aires, 7 de
septiembre de 1978; “Massera, ahora ciudadano”, en revista Somos, 15 de
septiembre de 1978 y “Qué hará Massera después de su retiro”, en revista
Gente, 24 de agosto de 1978.

298 “Massera: adiós a la Flota”, en revista Somos, 1 de septiembre de


1978.

299 Gaceta Marinera, Buenos Aires, 19 de octubre de 1978.

300 Schönfeld, Manfred, “Borges y el crimen de la guerra”, diario La


Prensa, Buenos Aires, 1 de septiembre de 1978, reproducido en Borges,
Jorge Luis, “Polémica sobre el Beagle, la guerra y la paz”, en revista
Gente, 14 de septiembre de 1978.

301 Se trata de un poema escrito por Borges en 1943 en recuerdo de


Francisco Laprida (prócer argentino), colaborador cercano del general José
de San Martín en la formación del Ejército de Los Andes y presidente del
Congreso General Constituyente de 1824, asesinado el 22 de septiembre
de 1829 por los montoneros de José Felix de Aldao, luego de derrocarlo.
En él, Borges imagina los últimos pensamientos de Laprida en cuya
primera parte dice “...a cielo abierto yaceré entre ciénagas; pero me
endiosa el pecho inexplicable un júbilo secreto. Al fin me encuentro con
mi destino sudamericano...”, al final dice: “Ya el primer golpe, ya el duro
hierro que me raja el pecho, el íntimo cuchillo en la garganta”.

302 Schönfeld, Manfred, “Borges y el crimen de la guerra”, Ibid.

303 Schönfeld, Manfred, “Los hombres no se miden con mapas“, diario La


Prensa, 6 de septiembre de 1978, reproducido en Borges, Jorge Luis,
“Polémica sobre el Beagle, la guerra y la paz”, Ibid.

235
304 Cubillos le pidió jurar a Pinochet más tarde, el 20, debido a que
Carvajal se encontraba fuera de Chile (en Tahíti) y le pareció una
descortesía no esperarlo, sobre todo porque cuando había servido en la
Armada lo había hecho bajo sus órdenes. Baraona, Pablo; Bardón, Álvaro;
Kelly, Roberto y Vial, Álvaro, “Entrevista a Hernán Cubillos”, 13 de
octubre de 1992, Archivo Audiovisual CIDOC, video Nº 27, Universidad
Finis Terrae.

305 Muñoz, Heraldo, Las relaciones exteriores del gobierno militar


chileno, Santiago, Ediciones del Ornitorrinco, 1986, p. 45.

306 Ver al respecto, Cavallo, Ascanio, et. al., La historia oculta..., op. cit.,
p. 216; Vial, Gonzalo, Pinochet, la biografía, op. cit., p. 318 y Benadava,
Santiago, Recuerdos de la..., op. cit., p. 9.

307 La anécdota la relata Pablo Baraona, en aquella época ministro de


Economía, en Baraona, Pablo, et. al., “Entrevista a Hernán Cubillos”, op.
cit.

308 Benadava, Santiago, Recuerdos de la..., op. cit., p. 30.

309 Baraona, Pablo, et. al., “Entrevista a Hernán Cubillos”, op. cit.

310 Cubillos, Hernán, “Los grandes problemas de la política exterior entre


1973 y 1986”, en Vial, Gonzalo (editor), Análisis crítico del régimen
militar, Santiago, Colección Universidad Finis Terrae, 1998, p. 217.

311 Baraona, Pablo, et. al., “Entrevista a Hernán Cubillos”, op. cit.

312 Ver al respecto Cubillos, Hernán, “Los grandes problemas de la...”,


op. cit., pp. 217-218.

313 Baraona, Pablo, et. al., “Entrevista a Hernán Cubillos”, op. cit.

314 Ibid.

315 Ibid.

316 Vial, Gonzalo, Pinochet, la biografía, op. cit., p. 318.

317 Benadava, Santiago, Recuerdos de la..., op. cit., p. 31.

236
318 Vial, Gonzalo, “Pinochet, decisiones claves”, op. cit., p. 3.

319 Baraona, Pablo, et. al., “Entrevista a Hernán Cubillos”, op. cit.

320 Arancibia, Patricia, et. al., Jarpa..., op. cit., p. 239.

321 Baraona, Pablo, et. al., “Entrevista a Hernán Cubillos”, op. cit.

322 Arancibia, Patricia, et. al., Jarpa..., op. cit., p. 251.

323 Ibid., p. 252.

324 Ibid., p. 253.

325 Ibid., p. 256.

326 Baraona, Pablo, et. al., “Entrevista a Hernán Cubillos”, op. cit.

327 “Serenidad argentina”, en diario La Tercera, 15 de julio de 1978.

328 “El presidente Pinochet no ha tenido intenciones belicistas”, en diario


La Tercera, 18 de julio de 1978.

329 Baraona, Pablo, et. al., “Entrevista a Hernán Cubillos”, op. cit.

330 El asunto es relatado en detalle en el libro de Arancibia, Patricia y de


la Maza, Isabel, Matthei..., op. cit., p. 242 y siguientes.

331 Cavallo, Ascanio, et. al., La historia oculta..., op. cit., p. 193.

332 Ibid., p. 195.

333 Vial, Gonzalo, Pinochet, la biografía, op. cit., p. 327.

334 Ibid., p. 328.

335 Cavallo, Ascanio, et. al., La historia oculta..., op. cit., p. 196.

336 Arancibia, Patricia y de la Maza, Isabel, Matthei..., op. cit., p. 259.

337 Cavallo, Ascanio, et. al., La historia oculta..., op. cit., pp. 198-199.

338 Arancibia, Patricia, de la Maza, Isabel, Matthei..., op. cit., p. 283. Para

237
más detalles remitirse al libro citado.

339 Baraona, Pablo, et. al., “Entrevista a Hernán Cubillos”, op. cit.

340 Ibid.

341 Ibid.

342 Ibid.

343 Rafael, Eduardo, “Caso Beagle: intimidad de un deshielo”, en revista


Somos, 22 de septiembre de 1978.

344 Baraona, Pablo, et. al., “Entrevista a Hernán Cubillos”, op. cit.

345 Ibid.

346 Primatesta y Silva Henríquez fueron compañeros de estudios en Italia,


donde habían hecho amistad muchos años antes. Ver Passarelli, Bruno,
“Todo comenzó en Roma”, en revista Somos, 22 de septiembre de 1978.

347 Cruz-Johnson, Rigoberto, “La crisis del canal Beagle”, op. cit.

348 Floody, Nilo, “La crisis con Argentina...”, op. cit.

349 Ibid.

350 Ibid. Cavallo, Ascanio, La historia oculta…, op. cit., pp. 216-217.

351 Cavallo, Ascanio, La historia oculta…, Ibid., p. 216.

352 Floody, Nilo, “La crisis con Argentina...”, op. cit.

353 Es la zona más delgada que une la península de Brunswick (donde


está ubicada Punta Arenas) y la Patagonia.

354 Ibid.

355 Ibid.

356 Ibid.

238
357 Arancibia, Patricia y de la Masa, Isabel, Matthei..., op. cit., p. 283.

358 Cruz-Johnson, Rigoberto, “La crisis del canal Beagle”, op. cit.

359 Floody, Nilo, “La crisis con Argentina...”, op. cit.

360 Arancibia, Patricia y de la Masa, Isabel, Matthei..., op. cit., p. 283.

361 Ibid., p. 284.

362 Cruz-Johnson, Rigoberto, “La crisis del canal Beagle”, op. cit.

363 Ibid.

364 Vaccaro, Humberto, “Entrevista a don Raúl López Silva”, op. cit.

365 López, Raúl, “El conflicto del Beagle...”, op. cit.

366 Bulnes S., Francisco, “Entrevista a Erwin Conn Tesse”, op. cit.

367 Vaccaro, Humberto, “Entrevista a don Raúl López Silva”, op. cit.

368 Arancibia, Patricia, et. al., “Entrevista a Alexander Tavra”, op. cit.

369 Ibid.

370 “Historial del destructor Williams”, op. cit.

371 Ramírez, Humberto, “Breve crónica de las actividades...”, op. cit.

372 Bulnes S., Francisco, “Entrevista a Jorge Fellay”, op. cit.

373 Arancibia, Patricia, et. al., “Entrevista a Alexander Tavra”, op. cit.

374 “Historial del crucero Prat”, op. cit.

375 Sirven, P.; Terendi, J.; Estrada, E.; Dáttola, D.; Caldarone, E. y
Virasoro, E., “Un éxito a oscuras”, en revista Somos, 27 de octubre de
1978.

376 Ibid.

377 Arancibia, Patricia, et. al., Jarpa..., op. cit., p. 257.

239
378 “Historial del destructor Williams”, op cit.

379 “Inspección a la Flota de Mar en Operaciones”, en Gaceta Marinera,


Buenos Aires, 19 de octubre de 1978; e “Inspección del Alte.
Lambruschini”, en Gaceta Marinera, Buenos Aires, 9 de noviembre de
1978.

380 Tapia, Luis Alfonso, Esta noche..., op. cit., p. 122.

381 “Beagle: comienzo de la cuenta regresiva”, en revista Somos, 6 de


octubre de 1978.

382 Baraona, Pablo, et. al., “Entrevista a Hernán Cubillos”, op. cit.

383 Un vocero no identificado de la embajada argentina en Santiago


confirmaba lo que preveía la Cancillería respecto a la propuesta de ir a La
Haya. Éste señalaba que “Nosotros no queremos ir a La Haya pues es un
organismo integrado en su mayoría por varios de los jurisconsultos que
trabajaron en el laudo dado a conocer en 1977. Angeletti, Norberto,
“Argentina-Chile: las cartas sobre la mesa”, en revista Somos, 10 de
noviembre de 1978.

384 Baraona, Pablo, et. al., “Entrevista a Hernán Cubillos”, op. cit.;
Bernstein, Enrique, Recuerdos de un diplomático, Volumen IV, Santiago,
Andrés Bello, 1989, p. 17.

385 Benadava, Santiago, Recuerdos de la…, op. cit., p. 31 y Cavallo,


Ascanio, La historia oculta…, op. cit., p. 217.

386 Benadava, Santiago, Recuerdos de la…, Ibid., p. 32; Bernstein,


Enrique, Recuerdos de un…, op. cit., p. 18.

387 Bernstein, Enrique, Recuerdos de un…, Ibid., p. 18.

388 Vaccaro, Humberto, “Entrevista a don Raúl López Silva”, op. cit.

389 López, Raúl, “El conflicto del Beagle...”, op.cit.

390 ‘Historial del crucero Prat”, op. cit.

391 Bulnes S., Francisco, “Entrevista a Erwin Conn Tesse”, op. cit.

240
392 El relato es confirmado por Ramírez, aunque éste no supo las razones
“ocultas” de Conn. Durante varios años ocultó, con la complicidad de su
tripulación, lo ocurrido. Sólo ahora vino a comentarlo.

393 Doña, Ignacia y Reyes, Soledad, “Entrevista a Ramón Undurraga”, op.


cit.

394 Ramírez, Humberto, “Breve crónica de las actividades...”, op. cit.

395 Ibid.

396 Ibid.

397 Los barcos de guerra de la Escuadra chilena navegan, en tiempo de


paz, semiestancos. Sólo los compartimientos que están bajo la línea de
flotación tienen sus puertas totalmente cerradas, al igual los ubicados cerca
del CIC. En esas puertas, en el ángulo superior derecho o izquierdo, hay un
triángulo pintado de rojo fuerte que sirve de indicativo a la tripulación de
que esa puerta está bajo flotación y que siempre debe permanecer cerrada.
Muchas de ellas, por las mismas razones, están custodiadas
permanentemente, tal como lo pudo comprobar uno de los autores, en una
visita que hizo a un barco de la actual Flota de Guerra.

398 Ramírez, Humberto. “Breve crónica de las actividades...”, op. cit.

399 López, Raúl, “El conflicto del Beagle...”, op. cit., y Vaccaro,
Humberto, “Entrevista a don Raúl López Silva”, op. cit.

400 Bulnes S., Francisco, “Entrevista a Erwin Conn Tesse”, op. cit.

401 Ibid.

402 Arancibia, Patricia; Bulnes S., Francisco y Milstein, Tatiana,


“Entrevista a Jorge Martínez Busch”, 9 de junio de 2000, Archivo
Audiovisual CIDOC, video Nº 83, Universidad Finis Terrae. Testimonio
inédito. Arancibia Patricia, et. al., “Entrevista a Jorge Martínez Busch”,
video Nº 80, op. cit.

403 Arancibia, Patricia, et. al., “Entrevista a Jorge Martínez Busch”, video
Nº 80, Ibid.

404 Ibid.

241
405 López, Raúl, “El conflicto del Beagle...”, op. cit.

406 Arancibia, Patricia, et. al., “Entrevista a Alexander Tavra”, op. cit.

407 Ibid.

408 Martínez, Francisco, El Albatros Dorado en el Beagle, Valparaíso,


Armada de Chile, 2003, pp. 21-22.

409 La aviación naval se inició en 1916, cuando se dictó en la Escuela


Aeronáutica de El Bosque el primer curso para aviadores navales. Sus
actividades las inició en 1919 y su primera base funcionó en las caleta de
Las Torpederas en 1921. En 1923, el presidente Arturo Alessandri Palma
firma el Decreto Supremo que regulariza las actividades navales de la
Aviación Naval como parte integrante de la Armada. En 1925, inicia
operaciones en la base aeronaval en Quintero (V Región). En 1930, Carlos
Ibáñez del Campo la funde con la Aviación Militar, dando origen a la
Fuerza Aérea de Chile. Sin embargo, la Armada continuó realizando
actividades aéreas y enviando oficiales pilotos a capacitarse a los Estados
Unidos (Pensacola). Fruto de lo anterior, la Aviación Naval renace en
1953. El mismo Ibáñez autoriza por Decreto a la Armada para adquirir
material aéreo. Las actividades se reinician en la base El Belloto
(Quilpue). www.armada.cl

410 Martínez, Francisco, El Albatros Dorado..., op. cit., p. 21.

411 Arancibia, Patricia, et. al., “Entrevista a Alexander Tavra”, op. cit.

412 La aviación naval contaba en ese momento con tres escuadrones. El


Escuadrón de Exploraciones VP-1, equipado con aviones P-111,
especializados en exploración aeromarítima; el Escuadrón de Helicópteros,
embarcado en la Escuadra —cuya sigla es HS-2—, compuesto por
helicópteros SA-219, y el Escuadrón de Propósitos Generales VC-1, que
tenía aviones C-95, C-212 y un C-47 (“un old Dakota”) que nadie quería
volar.

413 Vaccaro, Humberto, “Entrevista a don Raúl López Silva”, op. cit.

414 López, Raúl, “El conflicto del Beagle...”, op.cit.

415 Ibid.

242
416 Doña, Ignacia y Reyes, Soledad, “Entrevista a Ramón Undurraga”, op.
cit.

417 Ver “Historial del destructor Williams”, op. cit.

418 Benadava, Santiago, Recuerdos de la..., op. cit., p. 32; Bernstein,


Enrique, Recuerdos de un..., op. cit., p. 19.

419 Montes renunció el 27 de octubre. Entre esa fecha y el 6 de noviembre


la Cancillería argentina estuvo a cargo del ministro del Interior Albano
Harguindeguy.

420 Pastor era un brigadier retirado, que se desempeñaba hasta ese


momento como cónsul argentino en Nueva York.

421 Tapia, Luis Alfonso, Esta noche..., op. cit., p. 126.

422 Bulnes S., Francisco, “Entrevista a Sergio Sánchez Luna”, op. cit.

423 López, Raúl, “El conflicto del Beagle...”, op. cit.

424 Bernstein, Enrique, Recuerdos de un..., op. cit., p. 22.

425 Benadava, Santiago, Recuerdos de la..., op. cit., p. 32.

426 Tapia, Luis Alfonso, Esta noche..., op. cit., p. 133.

427 Baraona, Pablo; Bardón, Álvaro y Vial, Álvaro, “Entrevista a Sergio


Fernández”, 17 de marzo de 1977, Archivo Audiovisual CIDOC, video N°
55, Universidad Finis Terrae. Testimonia inédito.

428 Arancibia, Patricia y Bulnes S., Francisco, “Entrevista a Roberto


Benavente”, op. cit.

429 Ibid.

430 Baraona, Pablo, et. al., “Entrevista a Sergio Fernández”, op. cit.

431 Arancibia, Patricia y Bulnes S., Francisco, “Entrevista a Roberto


Benavente”, op. cit.

432 Ibid.

243
433 Ibid.

434 Ibid.

435 Bulnes S., Francisco y Reyes, Soledad, “Entrevista a Washington


Carrasco”, 10 de junio de 2003, Archivo Audiovisual CIDOC, cassette Nº
455, Universidad Finis Terrae. Testimonio inédito.

436 Ibid.

437 Ibid.

438 Balza, Martín Antonio, Dejo constancia. Memorias de un general


argentino, Buenos Aires, Planeta, 2001, pp. 68-69.

439 Bulnes S., Francisco y Reyes, Soledad, “Entrevista a Washington


Carrasco”, op. cit.

440 Ibid.

441 Cruz-Johnson, Rigoberto, “La crisis del canal Beagle”, op. cit.

442 Arancibia, Patricia y De la Maza, Isabel, Matthei..., op. cit., p. 287.

443 Arancibia, Patricia y Bulnes S., Francisco, “Entrevista a Roberto


Benavente”, op. cit.

444 Ibid.; Bulnes S., Francisco y Reyes, Soledad, “Entrevista a


Washington Carrasco”, op. cit.

445 Arancibia, Patricia; Bardón, Álvaro y Bulnes S., Francisco,


“Entrevista a Sergio de Castro”, Archivo Audiovisual CIDOC, cassette Nº
377, Universidad Finis Terrae. Testimonio inédito.

446 Bulnes S., Francisco y Novoa, Andrea, “Entrevista a Sergio Cabezas”,


23 de octubre de 2003, Archivo Audiovisual CIDOC, cassette Nº 467,
Universidad Finis Terrae. Testimonio inédito.

447 “La deuda de Pinochet con Carter”, en revista Qué Pasa, Nº 1.405, 14
de marzo de 1998.

448 Pinto Rojas, Alberto, “La crisis militar entre Chile y Argentina en

244
1978”, op. cit.

449 Los contactos del Gobierno de Estados Unidos con Chile y Argentina
por el tema del Beagle habían comenzado en mayo de 1977, al conocerse
el laudo arbitral. Entonces, el presidente Carter envió una nota a Pinochet
y Videla, en la que señalaba que tenía la esperanza de que ése fuera “el fin
de la historia”. Ver “La deuda de Pinochet con Carter”, op. cit.

450 Hasta que el conflicto con Argentina no adquirió vuelo, el embajador


Landau había sido mantenido a distancia por los círculos de Gobierno
debido a los problemas que había con EE.UU. en materia de derechos
humanos (caso Letelier). Ver Ibid.

451 Ibid.

452 Ibid.

453 “Hora Cero”, en revista Gente, 14 de diciembre de 1978.

454 Baraona, Pablo, et. al., “Entrevista a Hernán Cubillos”, op. cit.

455 Videla, Ernesto, “Chile y Argentina. Historia secreta del gran


conflicto”, serie 4, en diario La Segunda, 13 de agosto de 2004.

456 Passarelli, Bruno, El delirio..., op. cit., p. 74. Tapia en su libro dice
que Cubillos habría recibido la invitación en Santiago para la cena, pero
Cubillos confirma que recién se enteró cuando llegó a la embajada en
Buenos Aires. Igual cosa afirma el artículo “Hora Cero” en revista Gente,
op. cit.

457 Jarpa señala en sus memorias que él tuvo que pedir la invitación a la
Cancillería argentina. Cubillos dice que Pastor lo llamó para invitarlo.

458 Passarelli, Bruno, El delirio..., op. cit., p. 75; Baraona, Pablo, et. al.,
“Entrevista a Hernán Cubillos”, op. cit.

459 Baraona, Pablo et. al., “Entrevista a Hernán Cubillos”, Ibid.

460 Ibid.; Passarelli, Bruno, El delirio..., op. cit., p. 75.

461 Ibid.; Passarelli en su libro no menciona este incidente.

245
462 Ibid.

463 Entre ellos, España, que se había ofrecido para tales efectos, y el
secretario general de la ONU, Kurt Waldheim. Videla, Ernesto, “Chile y
Argentina...”, serie 4, op. cit.

464 Passarelli, Bruno, El delirio..., op. cit., p. 76.

465 Los argentinos seguían convencidos de que la Iglesia para Chile no era
una buena alternativa por los problemas que había entre el gobierno de
Pinochet y el cardenal Raúl Silva Henríquez. Baraona, Pablo, et. al.,
“Entrevista a Hernán Cubillos”, op. cit.

466 Passarelli, Bruno, El delirio..., op. cit., pp. 76-77.

467 Videla, Ernesto, “Chile y Argentina...”, serie 4, op. cit.

468 Ibid.

469 Bernstein, Enrique, Recuerdos de un..., op. cit., p. 23.

470 Ibid.

471 Baraona, Pablo, et. al., “Entrevista a Hernán Cubillos”, op. cit.
Passarelli da cuenta de la entrevista, pero argumentando que Pastor fue a la
Casa Rosada para asistir a la presentación de credenciales del nuevo
embajador de República Dominicana en Buenos Aires.

472 Bernstein, Enrique, Recuerdos de un..., op. cit., p. 24.

473 El Tratado Antibélico de no Agresión y Conciliación (Pacto Saavedra


Lamas) fue firmado en Río de Janeiro el 10 de octubre de 1933. La idea
fue del canciller argentino Carlos Saavedra Lamas y entre sus signatarios
figuran Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Cuba, Ecuador, El
Salvador, Estados Unidos, Guatemala, Haití, Honduras, México,
Nicaragua, Panamá, Paraguay, Perú, República Dominicana, Uruguay,
Venezuela y varias naciones europeas, España incluida (Bolivia no lo
suscribió). Los firmantes originales fueron Argentina, Brasil y Chile, y los
restantes países fueron adhiriendo con el tiempo. En el pacto, los
signatarios condenaban las “guerras de agresión en sus relaciones mutuas o
con otros Estados, y que el arreglo de los conflictos o divergencias de

246
cualquier clase que se susciten entre ellas, no deberá realizarse sino por los
medios pacíficos que consagra el Derecho Internacional” (Artículo I).

474 Baraona, Pablo, et. al., “Entrevista a Hernán Cubillos”, op. cit.;
Passarelli, Bruno, El delirio..., op. cit., p. 76.

475 Baraona, Pablo, et. al., “Entrevista a Hernán Cubillos”, Ibid.

476 Bernstein, Enrique, Recuerdos de un..., op. cit., p. 25.

477 Passarelli, Bruno, El delirio..., op. cit., p. 77.

478 Baraona, Pablo, et. al., “Entrevista a Hernán Cubillos”, op. cit.

479 Dice Videla Cifuentes que Cubillos, luego del llamado de Pastor,
esperó un rato y se dirigió a la Cancillería argentina. “Cuando llegó
encontró a Pastor contento. El presidente le había dado ‘luz verde’ y, por
lo tanto, las delegaciones podían reunirse para redactar el acuerdo. Señala
también que las reuniones entre las delegaciones, que Bernstein dice que
se celebraron en la mañana, se habrían celebrado a partir de la reunión de
Pastor con Cubillos de las 4 de la tarde. Videla, Ernesto, “Chile y
Argentina...”, serie 4, op. cit.

480 Passarelli, Bruno, El delirio..., op. cit., p. 78.

481 Ibid., p. 79.

482 “Historia secreta de la mediación papal”, en revista Somos, Nº 387, 17


de febrero de 1984.

483 Videla, Ernesto, “Vientos de guerra”, diario La Segunda, Santiago, 13


de agosto de 2004. Las gestiones de Barros por imponer en Washington la
posición chilena daría buenos frutos. Cuando Argentina, en los días
siguientes hizo su lobby para conseguir apoyos en las esferas de Gobierno
en ese país, sus diplomáticos comprobarían que los senadores y
representantes estadounidenses conocían al detalle la postura chilena y los
principios que la sustentaban. En el Departamento de Estado encontrarían
el más absoluto escepticismo respecto a la postura de Argentina, el cual se
limitaría a escuchar, sin emitir opinión alguna. Incluso, Roberto Pastor,
asesor del presidente Carter en Asuntos Interamericanos, les haría la
advertencia de que “Argentina estaba jugando con fuego”. Éste, que estaba

247
al tanto de los aprestos militares argentinos por los informes que le
llegaban del embajador de EE.UU en Buenos Aires, les advirtió a los
representantes argentinos que si tomaban una sola roca, por minúscula que
fuese en la zona del Beagle, los Estados Unidos y sus aliados de la
Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) los calificarían de
agresores. Passarelli, Bruno, El delirio..., op. cit., p. 105.

484 Montt, Jorge, “Qué pasa en Ushuaia”, en revista Somos, 15 de


diciembre de 1978.

485 Videla, Ernesto, “Chile y Argentina. Historia secreta del gran


conflicto”, serie 5, en diario La Segunda, 20 de agosto de 2004.

486 Benavente volvió a su cargo titular, subjefe del Estado Mayor de la


Defensa Nacional.

487 Ibid.

488 Benadava, Santiago, “La guerra que no fue”, op. cit.

489 López, Raúl, “El conflicto del Beagle...”, op. cit.

490 Ibid.

491 Arancibia, Patricia, “Entrevista a Héctor Yévenes”, Archivo


Audiovisual CIDOC, cassette Nº 496, Universidad Finis Terrae.
Testimonio inédito.

492 Bulnes S., Francisco, “Entrevista a Jorge Fellay”, op. cit.

493 López, Raúl, “El conflicto del Beagle...”, op. cit.

494 Arancibia, Patricia, et. al., “Entrevista a Jorge Martínez Busch”, video
N° 83, op. cit.

495 Bulnes S., Francisco, “Entrevista a Jorge Fellay”, op. cit.

496 Arancibia, Patricia, et. al., “Entrevista a Alexander Tavra”, op. cit.

497 Arancibia, Patricia, et. al., “Entrevista a Jorge Martínez Busch”, video
Nº 83, op. cit.

248
498 Arancibia, Patricia, “Entrevista a Caupolicán Cartes”, 6 de febrero de
2004, Archivo Audiovisual CIDOC, cassette Nº 506, Universidad Finis
Terrae. Testimonio inédito.

499 Arancibia, Patricia, et. al., “Entrevista a Alexander Tavra”, op. cit.

500 Arancibia, Patricia, et. al., “Entrevista a Arturo Troncoso”, op. cit.;
Doña, Ignacia y Reyes, Soledad, “Entrevista a Ramón Undurraga”, op. cit.

501 Bulnes S., Francisco, “Entrevista a Sergio Sánchez Luna”, op. cit.

502 Ibid.

503 Ibid.

504 Arancibia, Patricia, et. al., “Entrevista a Alexander Tavra”, op. cit.

505 Arancibia, Patricia, et. al., “Entrevista a Jorge Martínez Busch”, video
Nº 83, op. cit.

506 Bulnes S., Francisco, “Entrevista a Jorge Fellay”, op. cit.

507 López, Raúl, “El conflicto del Beagle...”, op. cit.

508 Arancibia, Patricia, et. al., “Entrevista a Alexander Tavra”, op. cit.

509 Bulnes S., Francisco y Novoa, Andrea, “Entrevista a Mariano


Sepúlveda”, op. cit.

510 Bulnes S., Francisco, “Entrevista a Jorge Fellay”, op. cit.

511 Arancibia, Patricia, “Entrevista a Caupolicán Cartes”, op. cit.

512 López, Raúl, “El conflicto del Beagle...”, op.cit.

513 Arancibia, Patricia, et. al., “Entrevista a Jorge Martínez Busch”, video
Nº 83, op. cit.

514 Bulnes S., Francisco y Novoa, Andrea, “Entrevista a Sergio Cabezas”,


op. cit.

515 Aguayo, Claudio, “El grupo aeronaval en 1978”, op. cit.

249
516 Doña, Ignacia y Reyes, Soledad, “Entrevista a Ramón Undurraga”, op.
cit.

517 Bulnes S., Francisco y Reyes, Soledad, “Entrevista a Washington


Carrasco y Santiago Sinclair”, 10 de junio de 2003, Archivo Audiovisual
CIDOC, cassette Nº 455, Universidad Finis Terrae. Testimonio inédito.

518 Reyes, Soledad, “Entrevista a Óscar Vargas”, 12 de junio de 2003,


Archivo Audiovisual CIDOC, cassette Nº 455, Universidad Finis Terrae.
Testimonio inédito.

519 Arancibia, Patricia, “Entrevista a Julio Larrañaga Maturana”, 18 de


febrero de 2004, Archivo Audiovisual CIDOC, cassette Nº 507,
Universidad Finis Terrae. Testimonio inédito.

520 Arancibia, Patricia, et. al., “Entrevista a Nilo Floody”, op. cit.

521 Al respecto, ver el estudio realizado por Díaz, Cesar L.; Jiménez,
Mario J.; Passaro, María M.; Rosello, Juan P.; Vázquez, Cristián R., “Una
guerra que no fue. Los editoriales de La Prensa sobre el conflicto limítrofe
con Chile (1977-1979), presentado en el 3° Congreso de Comunicadores,
Universidad Nacional de La Plata, agosto-septiembre, 2001.

522 Todo lo relatado aquí está basado en Passarelli, Bruno, El delirio...,


op. cit., pp. 84-91; Seoane, María y Muleiro, Vicente, El Dictador. La
historia secreta y pública de Jorge Rafael Videla, Buenos Aires,
Sudamericana, 2001, p. 390.

523 Madrid Murúa, Rubén, “La estrategia nacional y militar que planificó
Argentina, en el marco de una estrategia total, para enfrentar el conflicto
con Chile el año 1978”, en Memorial del Ejército de Chile, N° 471,
Santiago, 2003, p. 54 y siguientes. Buena parte de la información que
entregamos aquí sobre el Plan Soberanía proviene de este estudio, por ser
el más acabado y completo que se ha hecho hasta el momento sobre la
materia.

524 Baraona, Pablo, et. al., “Entrevista a Hernán Cubillos”, op. cit.

525 El video de esta escena se puede ver en www.soberaníachile.cl

526 La técnica que usó la Fuerza Aérea israelí fue volar a muy baja altura

250
para evitar ser detectada por los radares. Cuando los pilotos enemigos
corrían a sus aviones y empezaban a calentar los motores, los israelíes
disparaban sus misiles que se guiaban por el calor, impactando a los
aviones en tierra. Esta estrategia, aplicada a Chile, habría tenido resultados
bastante dudosos ya que la FACH estaba al tanto de esas tácticas. En todo
caso, los aviadores chilenos en ningún caso habrían estado en tierra, ya que
desde hacía varios meses sus pilotos practicaban para combate diurno y
nocturno, y es bastante inverosímil que sus aviones hubieran permanecido
en la pista, inactivos, y con sus tripulaciones de brazos cruzados mientras
Armada, Ejército y Carabineros de Chile se batían con los argentinos
durante la noche. Así, claramente lo establece el general Fernando Matthei
en su testimonio citado ya en esta obra.

527 Según le señaló a los autores Nilo Floody, las bajas habrían sido
bastante mayores, por cuanto la relación debería haber sido al menos de 3
a 1, y en algunos sectores de 4 a 1. Arancibia, Patricia, et. al., “Entrevista a
Nilo Floody”, op. cit.

528 “La deuda de Pinochet con Carter”, op. cit.

529 Bulnes S., Francisco y Reyes, Soledad, “Entrevista a Washington


Carrasco y Santiago Sinclair”, op. cit.

530 Baraona, Pablo, et. al., “Entrevista a Hernán Cubillos”, op. cit.

531 Arancibia, Patricia y Bulnes S., Francisco, “Entrevista a José


Rodríguez Elizondo”, 10 de agosto de 2004, Archivo Audiovisual CIDOC,
cassette Nº 499, Universidad Finis Terrae. Testimonio inédito.

532 Bulnes S., Francisco, “Entrevista a Pablo Wunderlich”, op. cit.

533 Videla, Ernesto, “La intervención del papa”, La Segunda, 20 de agosto


de 2004; Arancibia, Patricia, et. al., Jarpa..., op. cit.

534 Videla, Ernesto, “Chile y Argentina....”, serie 5, op. cit.; Arancibia,


Patricia, et. al., Jarpa..., op. cit., p. 251.

535 Arancibia, Patricia, “Entrevista a José Catril”, op. cit.

536 Pinto Rojas, Alberto, “La crisis militar entre Chile y Argentina en
1978”, op. cit.

251
537 Passarelli, Bruno, El delirio..., op. cit., p. 106.

538 Ibid., pp. 106-107.

539 Scheihing, Rubén, “Submarinos en campaña”, primavera de 2002,


Archivo General CIDOC, Folio 50229, Universidad Finis Terrae.
Documento inédito.

540 Scheihing, Rubén. “Submarinos en campaña”, op. cit.

541 Ibid.

542 Existen dos tipos de radares y sonares en los submarinos y en los


buques de guerra. Activos y pasivos. Los primeros, mediante impulsos
electromagnéticos, permiten sondear de manera positiva lo que hay en los
alrededores del submarino. El problema es que esa señal puede ser
detectada por el enemigo y delatar la presencia y posición de la nave. Los
pasivos, en cambio, consignan cualquier ruido o emisión que se haga en el
mar, sin tener que hacer alguna clase de emisión por parte del submarino.
Obviamente esto requiere tener muy buenos especialistas en sonares, ya
que deben ser capaces de distinguir las características de los buques o
submarinos guiándose sólo por el ruido que emiten. El problema que tiene
es que el alcance de los instrumentos pasivos es menor que el de los
activos. Es por ello que los comandantes deben coordinar el uso de estos
instrumentos de acuerdo a las circunstancias.

543 El Hyatt había presentado ese año otros problemas mecánicos y el


Simpson se había preparado ante la posibilidad de ser el único submarino
que estuviera operativo en caso de conflicto bélico.

544 Ibid.

545 Ibid.

546 Arancibia, Patricia, et. al., “Entrevista a Jorge Martínez Busch”, video
Nº 83, op. cit.

547 Ramírez, Humberto, “Breve crónica de las actividades...”, op. cit.

548 Doña, Ignacia y Reyes, Soledad, “Entrevista a Ramón Undurraga”, op.


cit.

252
549 Arancibia, Patricia, “Entrevista a Caupolicán Cartes”, op. cit.

550 Ramírez, Humberto, “Breve crónica de las actividades...”, op. cit.

551 Bulnes S., Francisco, “Entrevista a Jorge Fellay”, op. cit.

552 Arancibia, Patricia, “Entrevista a Caupolicán Cartes”, op, cit.

553 Aguayo, Claudio, “El grupo aeronaval en 1978”, op. cit.

554 Se denominaba “Martillo” a la zona en conflicto que había sido


sometida al laudo arbitral. Es decir, la boca oriental del canal Beagle,
Ushuaia, Puerto Williams y las islas Picton, Nueva y Lennox. (Nota de los
autores).

555 Martínez, Francisco, El Albatros Dorado..., op. cit., pp. 41-42.

556 Ibid., pp. 45-46.

557 Bulnes S., Francisco, “Entrevista a Sergio Sánchez Luna”, op. cit.

558 Ibid.

559 Arancibia, Patricia, et. al., “Entrevista a Alexander Tavra”, op. cit.

560 Bulnes S., Francisco, “Entrevista a Jorge Fellay”, op. cit.

561 López, Raúl, “El conflicto del Beagle...”, op. cit.

562 Bulnes S., Francisco, “Entrevista a Erwin Conn Tesse”, op. cit.

563 Arancibia, Patricia, et. al., “Entrevista a Alexander Tavra”, op. cit.

564 Arancibia, Patricia y De la Maza, Isabel, Matthei..., op. cit., p. 292.

565 Doña, Ignacia y Reyes, Soledad, “Entrevista a Ramón Undurraga”, op.


cit.

566 Arancibia, Patricia, et. al., “Entrevista a Alexander Tavra”, op. cit.

567 Bulnes S., Francisco y Novoa, Andrea, “Entrevista a Víctor Larenas”,


op. cit.

253
568 Passarelli, Bruno, El delirio..., op. cit., p. 120.

569 López, Raúl, “El conflicto del Beagle...”, op. cit.

570 Ibid.

571 Ibid.

572 Bulnes S., Francisco y Novoa, Andrea, “Entrevista a Mariano


Sepúlveda”, op. cit.

573 Bulnes S., Francisco, “Entrevista a Sergio Sánchez Luna”, op. cit.

574 Bulnes S., Francisco, “Entrevista a Erwin Conn Tesse”, op. cit.

575 Scheihing, Rubén, “Submarinos en campaña”, op. cit.

576 Tapia, Luis Alfonso, Esta noche..., op. cit., p. 156.

577 Cavallo, Ascanio, et. al., La historia oculta...., op. cit., p. 218.

578 López, Raúl, “El conflicto del Beagle...”, op.cit.

579 Cruz-Johnson, Rigoberto, “La crisis del canal Beagle”, op. cit.

580 López, Raúl, “El conflicto del Beagle...”, op. cit.

581 Bulnes S., Francisco y Novoa, Andrea, “Entrevista a Mariano


Sepúlveda”, op. cit.

582 Arancibia, Patricia y Bulnes S., Francisco, “Entrevista a Hernán


Rivera Calderón”, op. cit.

583 López, Raúl, “El conflicto del Beagle...”, op. cit.

584 Las horas varían ya que los buques zarpan siguiendo un orden. En el
“Historial del Prat” se señala la hora de salida a las 18.30. Pero hay que
suponer que los restantes buques se movieron con posterioridad al buque
insignia.

585 Benadava, Santiago, “La guerra que no fue”, op. cit.

254
586 Doña, Ignacia y Reyes, Soledad, “Entrevista a Ramón Undurraga”, op.
cit.

587 Cruz-Johnson, Rigoberto, “La crisis del canal Beagle”, op. cit.

588 Bulnes S., Francisco y Novoa, Andrea, “Entrevista a Mariano


Sepúlveda”, op. cit.

589 Scheihing, Rubén, “Submarinos en campaña”, op. cit.

590 Ibid.

591 López, Raúl, “El conflicto del Beagle...”, op. cit.

592 Ibid.

593 Cruz-Johnson, Rigoberto, “La crisis del canal Beagle”, op. cit.

594 Bulnes S., Francisco, “Entrevista a Sergio Sánchez Luna”, op. cit.

595 Ramírez, Humberto, “Breve crónica de las actividades...”, op. cit.

596 Arancibia, Patricia, et. al., “Entrevista a Alexander Tavra”, op. cit.

597 Bulnes S., Francisco, “Entrevista a John Howard Balaresque”, op. cit.

598 Passarelli, Bruno, El delirio..., op. cit., p. 121.

599 Ibid., p. 122, nota 5.

600 López, Raúl, “El conflicto del Beagle...”, op. cit.

601 Bernstein, Enrique, Recuerdos de un..., op. cit., pp. 26-27.

602 Baraona, Pablo, et. al., “Entrevista a Hernán Cubillos”, op. cit.

603 Arancibia, Patricia, et. al., “Entrevista a Alexander Tavra”, op. cit.

604 Vaccaro, Humberto, “Entrevista a don Raúl López”, op. cit.

605 Ibid.

606 Passarelli, Bruno, El delirio..., op. cit., pp. 125-126.

255
607 Videla, Ernesto, “La intervención del papa”, La Segunda, 20 de agosto
de 2004.

608 Passarelli, Bruno, El delirio..., op. cit., p. 125.

609 Bernstein, Enrique, Recuerdos de un..., op. cit., p. 27.

610 Barahona, Pablo y Kelly, Roberto, “Entrevista a Hernán Cubillos”, 3


de noviembre de 1992, Archivo Audiovisual CIDOC, video N° 30,
Universidad Finis Terrae.

611 Bernstein, Enrique, Recuerdos de un..., op. cit., pp. 27-28.

612 Tapia, Luis Alfonso, Esta noche..., op. cit., p. 162.

613 Bulnes S., Francisco, “Entrevista a Pablo Wunderlich”, op. cit.

614 Ibid.

615 Cruz-Johnson, Rigoberto, “La crisis del canal Beagle”, op. cit.

616 Aguayo, Claudio, “El grupo aeronaval en 1978”, op. cit.

617 Tapia, Luis Alfonso, Esta noche..., op. cit., p. 163.

618 “La deuda de Pinochet con Carter”, op. cit.

619 Arancibia, Patricia, et. al., “Entrevista a Jorge Martínez Busch”, video
Nº 83, op. cit.

620 Bulnes S., Francisco, “Entrevista a John Howard Balaresque”, op. cit.

621 Bulnes S., Francisco y Novoa, Andrea, “Entrevista a Sergio Cabezas”,


op. cit.

622 Camilión, Oscar, Memorias políticas, Buenos Aires, Planeta, 1999, p.


219.

256
257
Índice
Portada 257
Créditos 3
Índice 4
LA ESCUADRA EN ACCIÓN 1978: EL CONFLICTO
CHILE-ARGENTINA VISTO A TRAVÉS DE SUS 2
PROTAGONISTAS
PRESENTACIÓN 6
Primera parte | VIENTOS DE GUERRA 8
En la III Zona Naval 9
El laudo arbitral 13
Tensión en Punta Arenas 18
El incidente en la isla Barnevelt 22
Un precedente: el islote Snipe 25
Comienza el despliegue militar 30
La formación del grupo Octana 31
Llegan los infantes de Marina 33
El almirante López en Buenos Aires 35
Recuperando el tiempo perdido 39
Segunda parte | SE APROXIMA LA TORMENTA 44
¡A prepararse para la guerra! 45
Un diálogo imposible 50
Cumbre en Mendoza 52
El honor de las naciones 59
La Escuadra se prepara 63
Prosigue la batalla diplomática 65
La Escuadra se desplaza 72
Problemas en el norte 77
En Picton 79
A toda marcha 84
Cambios en la cúpula militar argentina 92

258
Tercera parte | VIGILIA DE ARMAS 98
Cambios en Chile 99
La salida de Leigh 105
Gestiones ante el Vaticano 107
Despliegue de fuerzas al TOA 110
Nuevo zarpe al sur 115
Cuarta parte | “MOVIMIENTOS” EN SANTIAGO 135
Fracasan las conversaciones 144
La Escuadra a la guerra 156
Argentina le pone fecha a la guerra 166
Submarino en patrulla de guerra 176
En los fondeaderos de guerra 179
Alerta máxima 187
El día D 201
Notas 209

259

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