probablemente han empezado todos, por Homero, el “educador de Grecia” según Platón. En él observamos una sociedad definida, instruida y educada en unos valores sobre todo militares, no bárbaros sino refinados, aristócratas. Encontramos el primer modelo de persona educada de la época en un prototipo de ciudadano griego, Aquiles. Noble valiente, ávido de gloria...un semidiós que vive dentro de una sociedad arcaica y señorial donde la educación esta ligada a la música y a la gimnasia Entramos en el mundo de la pederastia como medio educativo, en la relación maestro-discípulo. Marrou nos enseña, a través de este capítulo, que este método educativo consistente en la pasión de un mayor por educar a un menor en todas las facetas de la vida, era normal, fructífero y mayoritario en la antigüedad. El autor se centra en la capital de Grecia y en su papel en la educación. Atenas, nos explica, rompe con la supremacía educativa militar, democratiza la educación y acaba con el sistema particular, para colectivizar la enseñanza. Crea escuelas. A pesar de este gran cambio que le convertirá en centro cultural de la antigüedad durante largo tiempo, Atenas sigue otorgándole el papel protagonista en la educación al ejercicio físico. Eso sí acompañado de música, poesía y literatura, id est, cantar, bailar, declamar y escribir bien. En medio del nacimiento de nuevas escuelas de medicina o filosofía, disciplina que irá cobrando más importancia en la educación, surge una nueva escuela: la de los sofistas. Corriente centrada en la dialéctica y la retórica cuyo único fin es persuadir. La eficacia del discurso sea cual sea la postura es lo que prima para esta nueva escuela, que supone en la historia la primera ocasión que la enseñanza es remunerada. Además los sofistas, relegan a un segundo plano la importancia de la educación física, centrando en la capacidad intelectual el interés primero de todo alumno. Marrou, a estas alturas, nos da a conocer a Platón como un gigante de la educación, por su obra y por su influencia. Platón, junto a un pequeño grupo de “socráticos”, así los llama Marrou, se opone al modelo educativo sofista, abandona la eficacia y el éxito para apostar por la sabiduría, una sabiduría enfocada a la verdad. Para ello, crea la que podría ser la primera, aunque utópica, reforma educativa: música, gimnasia, no poesía, filosofía, matemáticas...en fin estudiar hasta los cincuenta, que según él, es cuando se llega a la meta. Platón forja su legado con la fundación de su Academia, donde jóvenes griegos comenzarán a instruirse y crear una afinidad con los principios platónicos, quedando él, no sólo como un sabio que intentó cambiar la educación y el Estado, sino también como modelo de filósofo clásico para la posteridad. Cubierto, quizás, por la alargada sombra de Platón, nos encontramos en esta historia a Isócrates. Una figura que, a pesar de no ser tan brillante o influyente como aquel, tuvo gran importancia sincrónica y diacrónica. Su idea de educación probablemente esté más unida al término “filología” que al de “filosofía”, es decir, Isócrates se preocupó con sus escritos, su Academia y, en definitiva, con su doctrina, a crear oradores, a cultivo del buen uso de la palabra. De tal modo que se opone tanto a los sofistas por su querer utilizar el buen discurso para la verdad, como a Platón por su preferencia por lo práctico, en vez de las abstracciones utópicas del filósofo. En fin, un educador, escritor y político que gozó de éxito, en vista a todos los discípulos que se adjuntó, y más práctico para las necesidades de la época.
2. Panorama de la educación clásica en la época helenística
Nos adentramos en el mundo helenístico, y con ello en la base de
nuestros cimientos, de los cimientos de la cultura europea. El hombre se centra en sí mismo, es “la medida de todas las cosas”, por lo que cuida de formarse, de educarse, sobre todo, intelectualmente. La educación se convierte en un hecho cultural, elevando al status de héroe a todo sabio que crea escuela. Esta educación helenística se extiende de los siete a los veinte años: hasta los siete años, en el niño permanece en casa; a partir de los siete y hasta los catorce cursa algo equivalente a nuestra primaria; el último período, la efebía, acaba con un año o dos de formación cívica o militar. Esta educación helenística es novedosa por varias razones, como bien clasifica Marrou. Una de ellas es que por primera vez se instaura, aunque de manera minoritaria, la escuela pública, sigue siendo más normal la escuela privada, financiada por propios alumnos o benefactores. Otra novedad que aporta y caracteriza esta fase son las efebías como institución (conocemos principalmente, la ática). Pequeñas sociedades que llegaron a ser de gran importancia en la Grecia helenística, un símbolo de unión y de cultura, con la actividad deportiva como principal protagonista. Como el autor viene señalando, la educación física fue materia primordial en época arcaica y también en la que le siguió, la helenística. El deporte para los griegos, nos dice Marrou, era cosa seria que implicaba una serie de preocupaciones higiénicas, medicinales, éticas y estéticas al mismo tiempo. Desde bien temprano los niños practicaban el deporte que cobraba una importancia capital en la vida del griego. El atletismo como el más significativo de los deportes, si bien no era el único conocido, ya quedó instaurado para los juegos con la siguiente lista de deportes: carrera pedestre, salto, lanzamiento de disco y jabalina, lucha, boxeo y pancracio. Del entrenamiento en dichas disciplinas se encargaba el paidotriba que no sólo enseñaba técnica y conocimiento sino también higiene, conducta y ética deportiva. A medida que se afianzaba la época helenística, la gimnasia quedó algo desplazada a causa del interés en formarse mejor en los estudios literarios. Cuando hablamos de educación artística en la antigüedad nos referimos sobre todo a la música, cuya importancia se equiparaba a la de la educación física. La música para el griego abarcaba canto coral, individual, música instrumental (lira, flauta, etc.) y danza. Con esta disciplina ocurrió lo mismo que con aquella, fue perdiendo importancia al lado de un creciente deseo por lo literario. Como hemos dicho el niño antiguo no entraba en la escuela hasta los siete años. Su primer contacto con la música eran los cantos de cuna y, con la literatura, los cuentecillos que le narraba su nodriza, figura tremendamente, al igual que ayo o pedagogo (el que lo acompañaba a la escuela), importante en la educación antigua, ya que eran los primeros educadores del niño. Sorprende que el oficio de maestro no tuviese gran valor entre la sociedad debido principalmente a la falta de centros públicos, y a que era el propio maestro, por lo general, el que tenía que buscarse su alumnado. La instrucción de un muchacho comenzaba en el campo lector, por el alfabeto, luego el silabario, y posteriormente textos relativamente sencillos siempre recitados en voz alta y muy pocas veces para uno mismo. En la escritura el niño seguía los mismos pasos que había seguido para aprender a leer bien. En el terreno matemático el alumno de primaria se limitaba a aprender a contar y a medir (métrica). Todo ello el niño de primaria en la antigüedad lo lograba normalmente a base de azotes y figuras a las que emular. En el momento en que el niño sabe leer y escribir bien, se adentraba en lo que nosotros llamaríamos estudios secundarios. En ellos los alumnos aprendían de cánones, previamente fijados, que incluían a los autores más destacados en sus disciplinas: Homero, Hesíodo, Alcman, Safo, Eurípides, Aristófanes, etc. Los textos de estos autores se desmenuzaban, casi verbatim, hasta aprenderlos de memoria y aprender la historia que los envolvía. Junto al estudio de estos clásicos, el alumno de secundaria se formaba en gramática y composición literaria. Por otro lado, nos dice Marrou, que el estudio de las ciencias tuvo decreciente importancia en la época helenística. Como casi todas las disciplinas estas también se vieron desplazadas por las letras. Geometría, aritmética, música y astronomía conformaban el programa del joven que se iniciaba en las ciencias, pero sólo la astronomía alargó su existencia un poco más, quizás, debido a su cercanía con la astrología y a toda la superstición que le rodeaba. La enseñanza superior es mucho más difícil de explicar por su desorganización. Podemos distinguir dentro de las dos ramas de especialización, la filosofía y la retórica, dos modos de aprendizaje: un primero parecido a nuestras conferencias, en el “poetas errantes” iban de ciudad en ciudad compartiendo su saber entre los efebos; y un segundo dentro del llamado Museo, que era mas que nuestro concepto de museo, una academia en la que los alumnos acudían a aumentar sus saberes gracias a los conocimientos de sabios que habitaban, a costa del estado (funcionarios), allí. Entre retórica y filosofía, la más usada, la más efectiva y efectista fue la primera, en esta época y casi hasta el final del siglo XIX. Isócrates venció a Platón. La formación del niño en el campo de la retórica y su especialización se realizaba, nos cuenta Marrou, con el antiguo y exitoso método de maestro-alumno. La filosofía podía estudiarse de tres maneras: en las Academias, a través de maestros particulares o mediante profesores-predicadores errantes. El joven aspirante a sabio filósofo aprendía historia, trabajaba los textos clásicos y se impregnaba de la doctrina impartida por su profesor. El buen filósofo antiguo debía dominar lógica, física y ética.
Vista esta época de la historia, minuciosamente sistematizada por
nuestro autor y casi triturada por mí, nos podemos hacer una vaga idea de la relevancia que tenía la educación y, dentro de ella, sus materias más importantes. Desde la música y la gimnasia, hasta el mundo de las letras, donde la filosofía era primordial y la retórica la reina, el alumno antiguo fue variando sus preferencias en su formación.
3. Roma y la educación clásica
Marrou nos inicia en este nuevo mundo, el romano, en una
primera época en la que el pueblo romano contrasta casi totalmente con lo griego que hemos conocido. Vemos a una sociedad rural alejada de sentimientos e historias heroicas, cimentada en las costumbres de sus antepasados, mos maiorum, y centrada en las cosas prácticas de la vida. Marrou nos pone un ejemplo sencillo pero muy esclarecedor: la onomástica. El romano prisco, por definirlo de algún modo, no busca grandes nombres que evocan valor, temor, gloria, etc. Se fija en lo que su entorno le proporciona, así Primus, Decimus, Lucius, Manius, Cicero, Lentulus...y muchos otros más. Otro ejemplo, lo observamos en el tratamiento que le daban a la educación física, por una parte “asignatura” capital entre los helenos, por otra un adiestramiento utilitario para el romano. La familia era la escuela más importante y el director, el paterfamilias. No se relegaba la tarea educativa a un esclavo, la madre se encargaba de su aprendizaje. En una cita de Horacio que nos cede el autor, «Grecia vencida conquistó, a su vez, a su salvaje vencedora e introdujo su civilización en el Latium bárbaro», se explica muy bien el empapamiento de cultura helenística que sufrió la cultura romana, dando lugar a una nueva época. Tal fue la influencia que los aristócratas romanos adoptaron la educación griega, contratando maestros griegos, pagando viajes a la Hélade para formarse conjuntamente con los nativos griegos. Se genera un enorme interés por el saber griego en un primer momento, poco a poco disciplinas como la música o la educación física se van rechazando, a la primera se la asocia al lujo y al libertinaje, y a la segunda se la asocia específicamente como algo ajeno que no se quiere asumir. En la escuela latina, al principio, se recibía lo mismo que en la griega. Luego aparecieron escuelas primarias, donde se enseñaba la escritura, secundarias donde a partir de su existencia se estudió a los clásicos latinos: Livio Andronico, Ennio, Virgilio, etc. Y superiores, donde como en Grecia, la retórica, esta vez romana sin tanta regla y concepto teórico y con más práctica en la vida real, era la materia troncal. Muy responsable del favoritismo romano por la retórica y tampoco por la filosofía fue Cicerón, cuya obra marco la vida educativa de casi todo niño romano, como explica Marrou. La lengua vehicular del mundo educativo romano generó y ha generado a lo largo de la historia un gran debate para los sabios de ahora y de entonces. Marrou simplifica esta interminable discusión con una explicación breve, pero a mi juicio creíble. El romano sabía latín y griego, el griego sólo griego. El horario lectivo es algo que cuesta fijar tanto en lo griego como en lo latino, Marrou no acaba de hallar una solución satisfactoria. Sólo ciertos vestigios de testimonios antiguos nos permiten dibujarnos una idea en la mente. Parece claro que, en cuanto meses, la enseñanza acaba en junio y comenzaba en septiembre, en lo que respecta al día, sólo podemos intuir que las clases comenzaban con el alba, desconocemos cuando terminaban. Todo niño romano podía cursar la enseñanza que llamamos primaria, pero no era de tan fácil acceso los estudios secundarios y aún menos los superiores. Eran unos pocos privilegiados los que se formaban en las dos últimas etapas, pudiendo alcanzar un conocimiento elevado a través del estudio exhaustivo de los textos clásicos, gramáticas, oratoria, derecho, todo ello puesto en práctica en el foro romano. Marrou acaba con el mundo romano hablándonos de su magnificencia, de sus logros, de su descendencia. Nos explica que no destacó por su cultura ni por sus innovaciones en el ámbito educativo, Roma unificó un imperio ingente, lo dotó del mejor modelo de educación existente, el griego, extendiendo así un mismo modo de formación que ha pervivido durante muchos siglos. El cristianismo es el protagonista en la recta final del libro. Marrou nos habla de un nuevo modo de educación, diferente en contenido, pero no tanto en formas. San Pablo, los Padres de la Iglesia, la Biblia y otros textos de esta religión serán las fuentes de conocimiento principales del niño cristiano. Todo ello en una sociedad clásica, donde el cristianismo casó bien e influyó y fue influenciado por lo griego y lo romano, no olvidemos, como remarca el autor, que la Biblia fue redactada primitivamente en griego. No quiere decir que la doctrina cristiana comulgase con los valores y principios clásicos de la época, sino que en el terreno pedagógico tomaron ejemplo del buen modelo ya existente. El modelo educativo cristiano tuvo una variante en el ámbito monástico, muy presente en todo el Medievo. Con su origen en los Padres del Desierto, el monje restringe su vida reduciéndola a una vida de oración y estudio. Ascesis y exégesis. Este modelo educativo reservado sólo para los deseosos de una vida tal, rompía totalmente con la educación antigua. Terminemos diciendo que la educación antigua acaba, si bien sigue ejerciendo una fuerte influencia en ciertos lugares de Europa (sobre todo Italia) y África, con las diversas conquistas germanas, galas y musulmanas. Así se diluyó el modelo educativo antiguo, aunque como defiende Marrou su materia y su contenido han formado al hombre de Occidente. Heredero de Grecia y Roma.
Conclusión
Henry-Irenee Marrou realiza con esta obra un estudio antológico
para todo amigo de la antigüedad. Sistematiza y narra la historia de la educación en los siglos primeros, de una manera inteligible y entretenida. Comprendes, aprendes y te enganchas a un mundo educativo que ha sentado las bases de Europa casi hasta nuestra era. Indispensable su lectura, inevitable su disfrute.