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Hª de la educación en la antigüedad

1. Orígenes de la educación clásica

Marrou comienza esta educativa historia por donde


probablemente han empezado todos, por Homero, el “educador de
Grecia” según Platón. En él observamos una sociedad definida, instruida y
educada en unos valores sobre todo militares, no bárbaros sino
refinados, aristócratas. Encontramos el primer modelo de persona
educada de la época en un prototipo de ciudadano griego, Aquiles.
Noble valiente, ávido de gloria...un semidiós que vive dentro de una
sociedad arcaica y señorial donde la educación esta ligada a la música y
a la gimnasia
Entramos en el mundo de la pederastia como medio educativo, en
la relación maestro-discípulo. Marrou nos enseña, a través de este
capítulo, que este método educativo consistente en la pasión de un
mayor por educar a un menor en todas las facetas de la vida, era normal,
fructífero y mayoritario en la antigüedad.
El autor se centra en la capital de Grecia y en su papel en la
educación. Atenas, nos explica, rompe con la supremacía educativa
militar, democratiza la educación y acaba con el sistema particular, para
colectivizar la enseñanza. Crea escuelas. A pesar de este gran cambio que
le convertirá en centro cultural de la antigüedad durante largo tiempo,
Atenas sigue otorgándole el papel protagonista en la educación al
ejercicio físico. Eso sí acompañado de música, poesía y literatura, id est,
cantar, bailar, declamar y escribir bien.
En medio del nacimiento de nuevas escuelas de medicina o
filosofía, disciplina que irá cobrando más importancia en la educación,
surge una nueva escuela: la de los sofistas. Corriente centrada en la
dialéctica y la retórica cuyo único fin es persuadir. La eficacia del discurso
sea cual sea la postura es lo que prima para esta nueva escuela, que
supone en la historia la primera ocasión que la enseñanza es remunerada.
Además los sofistas, relegan a un segundo plano la importancia de la
educación física, centrando en la capacidad intelectual el interés primero
de todo alumno.
Marrou, a estas alturas, nos da a conocer a Platón como un
gigante de la educación, por su obra y por su influencia. Platón, junto a
un pequeño grupo de “socráticos”, así los llama Marrou, se opone al
modelo educativo sofista, abandona la eficacia y el éxito para apostar por
la sabiduría, una sabiduría enfocada a la verdad. Para ello, crea la que
podría ser la primera, aunque utópica, reforma educativa: música,
gimnasia, no poesía, filosofía, matemáticas...en fin estudiar hasta los
cincuenta, que según él, es cuando se llega a la meta. Platón forja su
legado con la fundación de su Academia, donde jóvenes griegos
comenzarán a instruirse y crear una afinidad con los principios platónicos,
quedando él, no sólo como un sabio que intentó cambiar la educación y
el Estado, sino también como modelo de filósofo clásico para la
posteridad.
Cubierto, quizás, por la alargada sombra de Platón, nos
encontramos en esta historia a Isócrates. Una figura que, a pesar de no
ser tan brillante o influyente como aquel, tuvo gran importancia
sincrónica y diacrónica. Su idea de educación probablemente esté más
unida al término “filología” que al de “filosofía”, es decir, Isócrates se
preocupó con sus escritos, su Academia y, en definitiva, con su doctrina, a
crear oradores, a cultivo del buen uso de la palabra. De tal modo que se
opone tanto a los sofistas por su querer utilizar el buen discurso para la
verdad, como a Platón por su preferencia por lo práctico, en vez de las
abstracciones utópicas del filósofo. En fin, un educador, escritor y político
que gozó de éxito, en vista a todos los discípulos que se adjuntó, y más
práctico para las necesidades de la época.

2. Panorama de la educación clásica en la época helenística

Nos adentramos en el mundo helenístico, y con ello en la base de


nuestros cimientos, de los cimientos de la cultura europea. El hombre se
centra en sí mismo, es “la medida de todas las cosas”, por lo que cuida de
formarse, de educarse, sobre todo, intelectualmente. La educación se
convierte en un hecho cultural, elevando al status de héroe a todo sabio
que crea escuela.
Esta educación helenística se extiende de los siete a los veinte
años: hasta los siete años, en el niño permanece en casa; a partir de los
siete y hasta los catorce cursa algo equivalente a nuestra primaria; el
último período, la efebía, acaba con un año o dos de formación cívica o
militar. Esta educación helenística es novedosa por varias razones, como
bien clasifica Marrou. Una de ellas es que por primera vez se instaura,
aunque de manera minoritaria, la escuela pública, sigue siendo más
normal la escuela privada, financiada por propios alumnos o
benefactores. Otra novedad que aporta y caracteriza esta fase son las
efebías como institución (conocemos principalmente, la ática). Pequeñas
sociedades que llegaron a ser de gran importancia en la Grecia
helenística, un símbolo de unión y de cultura, con la actividad deportiva
como principal protagonista.
Como el autor viene señalando, la educación física fue materia
primordial en época arcaica y también en la que le siguió, la helenística.
El deporte para los griegos, nos dice Marrou, era cosa seria que implicaba
una serie de preocupaciones higiénicas, medicinales, éticas y estéticas al
mismo tiempo. Desde bien temprano los niños practicaban el deporte
que cobraba una importancia capital en la vida del griego. El atletismo
como el más significativo de los deportes, si bien no era el único
conocido, ya quedó instaurado para los juegos con la siguiente lista de
deportes: carrera pedestre, salto, lanzamiento de disco y jabalina, lucha,
boxeo y pancracio. Del entrenamiento en dichas disciplinas se encargaba
el paidotriba que no sólo enseñaba técnica y conocimiento sino también
higiene, conducta y ética deportiva. A medida que se afianzaba la época
helenística, la gimnasia quedó algo desplazada a causa del interés en
formarse mejor en los estudios literarios.
Cuando hablamos de educación artística en la antigüedad nos
referimos sobre todo a la música, cuya importancia se equiparaba a la de
la educación física. La música para el griego abarcaba canto coral,
individual, música instrumental (lira, flauta, etc.) y danza. Con esta
disciplina ocurrió lo mismo que con aquella, fue perdiendo importancia al
lado de un creciente deseo por lo literario.
Como hemos dicho el niño antiguo no entraba en la escuela hasta
los siete años. Su primer contacto con la música eran los cantos de cuna
y, con la literatura, los cuentecillos que le narraba su nodriza, figura
tremendamente, al igual que ayo o pedagogo (el que lo acompañaba a la
escuela), importante en la educación antigua, ya que eran los primeros
educadores del niño. Sorprende que el oficio de maestro no tuviese gran
valor entre la sociedad debido principalmente a la falta de centros
públicos, y a que era el propio maestro, por lo general, el que tenía que
buscarse su alumnado.
La instrucción de un muchacho comenzaba en el campo lector, por
el alfabeto, luego el silabario, y posteriormente textos relativamente
sencillos siempre recitados en voz alta y muy pocas veces para uno
mismo. En la escritura el niño seguía los mismos pasos que había seguido
para aprender a leer bien. En el terreno matemático el alumno de
primaria se limitaba a aprender a contar y a medir (métrica). Todo ello el
niño de primaria en la antigüedad lo lograba normalmente a base de
azotes y figuras a las que emular.
En el momento en que el niño sabe leer y escribir bien, se
adentraba en lo que nosotros llamaríamos estudios secundarios. En ellos
los alumnos aprendían de cánones, previamente fijados, que incluían a
los autores más destacados en sus disciplinas: Homero, Hesíodo, Alcman,
Safo, Eurípides, Aristófanes, etc. Los textos de estos autores se
desmenuzaban, casi verbatim, hasta aprenderlos de memoria y aprender
la historia que los envolvía. Junto al estudio de estos clásicos, el alumno
de secundaria se formaba en gramática y composición literaria.
Por otro lado, nos dice Marrou, que el estudio de las ciencias tuvo
decreciente importancia en la época helenística. Como casi todas las
disciplinas estas también se vieron desplazadas por las letras. Geometría,
aritmética, música y astronomía conformaban el programa del joven que
se iniciaba en las ciencias, pero sólo la astronomía alargó su existencia un
poco más, quizás, debido a su cercanía con la astrología y a toda la
superstición que le rodeaba.
La enseñanza superior es mucho más difícil de explicar por su
desorganización. Podemos distinguir dentro de las dos ramas de
especialización, la filosofía y la retórica, dos modos de aprendizaje: un
primero parecido a nuestras conferencias, en el “poetas errantes” iban de
ciudad en ciudad compartiendo su saber entre los efebos; y un segundo
dentro del llamado Museo, que era mas que nuestro concepto de museo,
una academia en la que los alumnos acudían a aumentar sus saberes
gracias a los conocimientos de sabios que habitaban, a costa del estado
(funcionarios), allí.
Entre retórica y filosofía, la más usada, la más efectiva y efectista
fue la primera, en esta época y casi hasta el final del siglo XIX. Isócrates
venció a Platón. La formación del niño en el campo de la retórica y su
especialización se realizaba, nos cuenta Marrou, con el antiguo y exitoso
método de maestro-alumno.
La filosofía podía estudiarse de tres maneras: en las Academias, a
través de maestros particulares o mediante profesores-predicadores
errantes. El joven aspirante a sabio filósofo aprendía historia, trabajaba
los textos clásicos y se impregnaba de la doctrina impartida por su
profesor. El buen filósofo antiguo debía dominar lógica, física y ética.

Vista esta época de la historia, minuciosamente sistematizada por


nuestro autor y casi triturada por mí, nos podemos hacer una vaga idea
de la relevancia que tenía la educación y, dentro de ella, sus materias más
importantes. Desde la música y la gimnasia, hasta el mundo de las letras,
donde la filosofía era primordial y la retórica la reina, el alumno antiguo
fue variando sus preferencias en su formación.

3. Roma y la educación clásica

Marrou nos inicia en este nuevo mundo, el romano, en una


primera época en la que el pueblo romano contrasta casi totalmente con
lo griego que hemos conocido. Vemos a una sociedad rural alejada de
sentimientos e historias heroicas, cimentada en las costumbres de sus
antepasados, mos maiorum, y centrada en las cosas prácticas de la vida.
Marrou nos pone un ejemplo sencillo pero muy esclarecedor: la
onomástica. El romano prisco, por definirlo de algún modo, no busca
grandes nombres que evocan valor, temor, gloria, etc. Se fija en lo que su
entorno le proporciona, así Primus, Decimus, Lucius, Manius, Cicero,
Lentulus...y muchos otros más. Otro ejemplo, lo observamos en el
tratamiento que le daban a la educación física, por una parte “asignatura”
capital entre los helenos, por otra un adiestramiento utilitario para el
romano.
La familia era la escuela más importante y el director, el
paterfamilias. No se relegaba la tarea educativa a un esclavo, la madre se
encargaba de su aprendizaje.
En una cita de Horacio que nos cede el autor, «Grecia vencida
conquistó, a su vez, a su salvaje vencedora e introdujo su civilización en el
Latium bárbaro», se explica muy bien el empapamiento de cultura
helenística que sufrió la cultura romana, dando lugar a una nueva época.
Tal fue la influencia que los aristócratas romanos adoptaron la educación
griega, contratando maestros griegos, pagando viajes a la Hélade para
formarse conjuntamente con los nativos griegos. Se genera un enorme
interés por el saber griego en un primer momento, poco a poco
disciplinas como la música o la educación física se van rechazando, a la
primera se la asocia al lujo y al libertinaje, y a la segunda se la asocia
específicamente como algo ajeno que no se quiere asumir.
En la escuela latina, al principio, se recibía lo mismo que en la
griega. Luego aparecieron escuelas primarias, donde se enseñaba la
escritura, secundarias donde a partir de su existencia se estudió a los
clásicos latinos: Livio Andronico, Ennio, Virgilio, etc. Y superiores, donde
como en Grecia, la retórica, esta vez romana sin tanta regla y concepto
teórico y con más práctica en la vida real, era la materia troncal. Muy
responsable del favoritismo romano por la retórica y tampoco por la
filosofía fue Cicerón, cuya obra marco la vida educativa de casi todo niño
romano, como explica Marrou.
La lengua vehicular del mundo educativo romano generó y ha
generado a lo largo de la historia un gran debate para los sabios de
ahora y de entonces. Marrou simplifica esta interminable discusión con
una explicación breve, pero a mi juicio creíble. El romano sabía latín y
griego, el griego sólo griego.
El horario lectivo es algo que cuesta fijar tanto en lo griego como
en lo latino, Marrou no acaba de hallar una solución satisfactoria. Sólo
ciertos vestigios de testimonios antiguos nos permiten dibujarnos una
idea en la mente. Parece claro que, en cuanto meses, la enseñanza acaba
en junio y comenzaba en septiembre, en lo que respecta al día, sólo
podemos intuir que las clases comenzaban con el alba, desconocemos
cuando terminaban.
Todo niño romano podía cursar la enseñanza que llamamos
primaria, pero no era de tan fácil acceso los estudios secundarios y aún
menos los superiores. Eran unos pocos privilegiados los que se formaban
en las dos últimas etapas, pudiendo alcanzar un conocimiento elevado a
través del estudio exhaustivo de los textos clásicos, gramáticas, oratoria,
derecho, todo ello puesto en práctica en el foro romano.
Marrou acaba con el mundo romano hablándonos de su
magnificencia, de sus logros, de su descendencia. Nos explica que no
destacó por su cultura ni por sus innovaciones en el ámbito educativo,
Roma unificó un imperio ingente, lo dotó del mejor modelo de educación
existente, el griego, extendiendo así un mismo modo de formación que
ha pervivido durante muchos siglos.
El cristianismo es el protagonista en la recta final del libro. Marrou
nos habla de un nuevo modo de educación, diferente en contenido, pero
no tanto en formas. San Pablo, los Padres de la Iglesia, la Biblia y otros
textos de esta religión serán las fuentes de conocimiento principales del
niño cristiano. Todo ello en una sociedad clásica, donde el cristianismo
casó bien e influyó y fue influenciado por lo griego y lo romano, no
olvidemos, como remarca el autor, que la Biblia fue redactada
primitivamente en griego. No quiere decir que la doctrina cristiana
comulgase con los valores y principios clásicos de la época, sino que en
el terreno pedagógico tomaron ejemplo del buen modelo ya existente.
El modelo educativo cristiano tuvo una variante en el ámbito
monástico, muy presente en todo el Medievo. Con su origen en los
Padres del Desierto, el monje restringe su vida reduciéndola a una vida
de oración y estudio. Ascesis y exégesis. Este modelo educativo reservado
sólo para los deseosos de una vida tal, rompía totalmente con la
educación antigua.
Terminemos diciendo que la educación antigua acaba, si bien
sigue ejerciendo una fuerte influencia en ciertos lugares de Europa (sobre
todo Italia) y África, con las diversas conquistas germanas, galas y
musulmanas. Así se diluyó el modelo educativo antiguo, aunque como
defiende Marrou su materia y su contenido han formado al hombre de
Occidente. Heredero de Grecia y Roma.

Conclusión

Henry-Irenee Marrou realiza con esta obra un estudio antológico


para todo amigo de la antigüedad. Sistematiza y narra la historia de la
educación en los siglos primeros, de una manera inteligible y entretenida.
Comprendes, aprendes y te enganchas a un mundo educativo que ha
sentado las bases de Europa casi hasta nuestra era. Indispensable su
lectura, inevitable su disfrute.

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