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Exclusión, aislamiento social y


personas sin hogar. Aportes desde el
método etnográfico
Santiago Bachiller
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y
Técnicas de Argentina (CONICET) y
Universidad Nacional Patagonia Austral (UNPA)

Este artículo se basa en un trabajo etnográfico reali- 1. Introducción


zado con personas sin hogar que residen en Madrid.
Tomando las teorías sobre la exclusión social, y El propósito de este artículo es el de presentar la
específicamente la noción de desafiliación, como investigación doctoral que he realizado (Bachiller,
eje estructurador, el objetivo de esta investigación 2008) basada en un trabajo etnográfico con perso-
consiste en analizar críticamente las visiones que nas sin hogar –en adelante PSH– que residen en
equiparan al sinhogarismo con el aislamiento una plaza de Madrid (España) –conocida como Plaza
social. El trabajo de campo con personas sin hogar

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Isabel II, o Plaza Ópera–. El objetivo general de la
lleva a definir a la exclusión no en términos de ais- investigación es analizar críticamente las visiones
lamiento, sino de acuerdo a la socialización cotidia- que equiparan al sinhogarismo1 con el aislamiento
na en un contexto de precariedad extrema. El tipo social. Es por ello por lo que el concepto de desafi-
de redes y arraigo territorial marcan el modo de liación ha sido el eje en torno al cual se ha articula-
exclusión que día tras día experimentan los home- do el estudio.
less. Por último, el artículo destaca posibles apor-
tes de la antropología, tanto en lo que respecta a En cuanto a la organización del artículo, en primer
los estudios sobre el sinhogarismo, como al diseño lugar me centraré en las tres variables que guían y
e implementación de programas destinados a los estructuran la investigación: las teorías sobre la
homeless. exclusión social, la dimensión espacial y los mode-
los de análisis sobre el sinhogarismo. En el mismo
apartado, haré alusión a los aspectos metodológi-
cos. Es de destacar cómo las visiones que subrayan
el aislamiento de los ‘excluidos’ se han basado pura
y exclusivamente en metodologías cuantitativas. En
tal sentido, el método etnográfico posee un enorme
potencial a la hora de obtener datos relevantes que
ahonden en la complejidad y complementen la infor-
mación existente sobre el sinhogarismo, que provie-
ne mayoritariamente de encuestas a los usuarios de
los recursos sociales para PSH.

En el segundo apartado, desarrollaré algunos de los


aspectos más relevantes detectados en la investiga-
ción doctoral. En tal sección, se realiza una crítica a
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1 ‘Sinhogarismo’ supone una traducción literal del término

homelessness, frecuentemente utilizado en el inglés. Considerando


que la mayor producción académica sobre el tema se ha generado
en Estados Unidos, los especialistas de la materia de habla caste-
llana incorporaron dicho término como propio. Por otra parte, en el
artículo se utilizan los términos ‘persona sin hogar’, homeless o
‘sin hogar’ como sinónimos.

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los enfoques desafiliatorios, que identifican la La mayor parte de los estudios sobre sinhogarismo
exclusión con el aislamiento social o con la confor- han sido generados en Estados Unidos, y el aisla-
mación de grupos de excluidos que residen en mun- miento social de los homeless ha sido una de las
dos sociales paralelos. De la desafiliación daremos perspectivas dominantes en elllos. Ya en 1936, los
paso a la reafiliación. Es decir, el trabajo de campo homeless eran descritos como “personas poco amis-
etnográfico con PSH lleva a definir a la exclusión no tosas, aisladas de todo contacto social de naturale-
tanto en términos de aislamiento, sino de acuerdo a za íntima y personal” (Snow y Anderson, 1993: 172).
la socialización cotidiana en un contexto de preca- A principios de la década de 1970, Howard Bahr
riedad extrema. El tipo de redes y arraigo territorial (1973) se convirtió en el investigador más popular
marcan el modo de exclusión que día tras día experi- sobre la materia, e interpretó al sinhogarismo en
mentan los homeless. Asimismo, en la sección se términos de desafiliación. Aclaremos que, a diferen-
discuten otros supuestos que se desprenden del cia de Castel, en la obra de Bahr la desafiliación
estereotipo central que equipara a la exclusión con adquiere un tinte psicológico, pues la situación de
el aislamiento –el nomadismo, la equiparación del calle se encuentra ligada a la personalidad del suje-
sinhogarismo con la pobreza errante es un ejemplo to que padece los procesos de exclusión. De tal
al respecto–. modo, en los inicios de la reflexión académica sobre
el tema, los factores destacados fueron el nomadis-
mo, el desarraigo y la ausencia de una familia. Hasta
Por último, las reflexiones finales giran en torno al
la década de 1980, el aislamiento social fue el
modo en que la antropología puede contribuir a los
aspecto predominante; debido a los procesos de
estudios sobre el sinhogarismo. Específicamente, en
desinstitucionalización psiquiátrica, gentrificación y
tal sección se destaca cómo algunos ejes centrales
a las políticas de ajuste fiscal, a partir de los ochen-
del proceso etnográfico –resaltar el punto de vista
ta, la variable residencial pasó a dominar la escena
nativo; o priorizar el contexto, lo cual, en este caso,
(Shlay y Rossi, 1992). Sin embargo, el supuesto del
es sinónimo a sostener la necesidad de indagar en
aislamiento social continúa presente en la mayoría
el entorno de calle como espacio cotidiano de las de los estudios contemporáneos2.
PSH– pueden ser muy útiles para quienes se dedi-
can a diseñar e implementar programas destinados A pesar de provenir de tradiciones distintas, las teo-
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a estas poblaciones. rías sobre la exclusión social y gran parte de los


modelos de interpretación del sinhogarismo coinci-
den en un punto: ambos parten del supuesto del
2. Exclusión social, espacio, sinhogarismo aislamiento social. El éxito de estos discursos ha lle-
y metodologías de investigación vado a poner un acento tan desmesurado en los
quiebres de los vínculos sociales que ha dificultado
La primera variable básica de la investigación con- la posibilidad de comprender cómo ciertos lazos
siste en las denominadas teorías sobre la exclusión sociales persisten pese al entorno desfavorable
social. Éstas surgieron en Francia, por lo cual operan –más de una PSH continúa ligada con algunos inte-
bajo el influjo de la escuela de pensamiento de grantes de su familia–. Al centrarse en ‘la caída’, en
Durkheim y sus reflexiones en torno a la anomia y la la disrupción abrupta de una supuesta normalidad
cohesión social. El contexto de desempleo que que sumerge en la exclusión a los denominados
sufrió Francia en la década de 1980 moldeó estas ‘nuevos pobres’, estos relatos obstaculizan la posi-
teorías, las cuales identifican la exclusión con los bilidad de indagar en aquellas personas para quie-
quiebres que distancian a determinados sujetos o nes la exclusión es un lastre que se transmite de
grupos del mercado formal de empleo y de los lazos generación en generación. Pero sobre todas las
sociales primarios (Paugam, 2007; Autès, 2004). cosas, el énfasis en las rupturas ha supuesto silen-
Robert Castel (1997), principal exponente de estas ciar los procesos de reafiliación o recomposición de
teorías, liga a la exclusión con la desafiliación o el las redes sociales en el contexto de exclusión resi-
desmoronamiento de la sociedad salarial. El análisis dencial.
sociológico de Castel apunta a la disolución del teji-
do social como consecuencia de la reestructuración
del mercado de trabajo y del Estado social; la exclu-
sión, en tanto sinónimo de desafiliación, es el espa- 2 A partir de la década de 1970, la antropología social realizó

cio social donde se mueven los individuos despro- su aporte más significativo a la materia. Basándose en el método
etnográfico, el énfasis residió en analizar la vida diaria en la situa-
vistos de recursos económicos, soportes ción de calle, caracterizar las tácticas de adaptación que desarro-
relacionales y protección social. Estas perspectivas llan los ‘sin hogar’ y demostrar cómo dichas tácticas se asocian con
consideran que la pobreza urbana va de la mano del la conformación de redes sociales (Spradley, 1970; Rosenthal,
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1994; Liebow, 1993; Snow y Anderson, 1993). En España, la investi-


aislamiento; la reestructuración del mercado de tra- gación sobre el sinhogarismo es bastante reciente. Existen infor-
bajo, conjuntamente con los procesos de urbaniza- mes realizados por entidades como el Samur Social, fundaciones
ción y modernización, ha conducido a la individuali- como San Martín de Porres, Arrels, Rais o Solidarios para el Desa-
rrollo. Entre los estudios académicos, destaca la labor de Pedro
zación, a una atomización que amenaza los lazos Cabrera (1998), Manuel Muñoz (et al., 2003) y María Sánchez Mora-
tradicionales de solidaridad social. les (1999).

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Paradójicamente, en ciertas ocasiones los estudios mundo social paralelo. Por el contrario, la ventaja
basados en la desafiliación dan un giro y reconocen que posee un análisis territorial es que se preocupa
la sociabilidad de quienes califican como excluidos. por los contactos barriales, pero ampliando su radio
Entonces, la imagen del ser solitario es reemplazada de interés e indagando no sólo en la interacción
por otra igualmente estereotipada, que sostiene que entre las PSH, sino también en los vínculos con
estos grupos se conforman a partir de lógicas dia- determinados vecinos que viven o trabajan en la
metralmente opuestas a los valores que rigen al con- zona.
junto social. De hecho, es frecuente que las defini-
ciones sobre la exclusión social surjan a partir de la
caracterización de grupos que, en los inicios mis- El objetivo general de la
mos de la investigación, fueron definidos como
excluidos. Es decir, las definiciones sobre la exclu-
investigación consistió en
sión varían de acuerdo a si el eje de análisis se cen-
tra en ‘los toxicómanos’, ‘los gitanos’ o ‘los inmi-
analizar críticamente las
grantes’. Procediendo de tal modo, son las ciencias visiones que equiparan al
sociales las que diseccionan a estas poblaciones del
conjunto social, las que etiquetan y estigmatizan a sinhogarismo con el
dichos grupos en tanto ‘excluidos’, las que promue-
ven las visiones de subculturas y mundos paralelos. aislamiento social
Así, las interpretaciones se tiñen de características
valorativas y normativas: dichas poblaciones son En definitiva, a partir de un estudio etnográfico con
juzgadas en función de cuánto se distancian de un grupo de PSH que reside en la Plaza Isabel II de
determinados criterios de ‘normalidad’ –respecto de Madrid, el objetivo general de la investigación con-
pautas de consumo, de parámetros familiares o de sistió en analizar críticamente las visiones que equi-
usos del espacio público, por ejemplo–. paran al sinhogarismo con el aislamiento social. Al
pretender indagar en la relación entre redes sociales
Intentando escapar de esta lógica, en la investiga- y procesos de exclusión residencial, la noción de
ción se privilegió la dimensión territorial. La cues- desafiliación se constituyó en el eje articulador.

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tión pasó entonces por ver qué podía expresar la
variable espacial sobre los procesos de exclusión, En el plano metodológico, lo primero que se ha de
sinhogarismo y desafiliación. Tomando al territorio destacar es que el trabajo de campo comenzó a prin-
como protagonista, se abordaron dimensiones como cipios de 2004 y concluyó a fines del 2007. Los este-
los esfuerzos realizados por las PSH encaminados a reotipos con los que inicié el trabajo de campo fue-
controlar la porción de espacio público donde resi- ron importantes para delimitar posteriormente el
den, o el espacio público en tanto ámbito de socia- objetivo de la tesis en torno a la sociabilidad de las
bilidad. El análisis espacial también condujo a dudar personas sin hogar. En los primeros meses, esperaba
sobre las definiciones y clasificaciones, permitió encontrarme con PSH solitarias; estos supuestos se
comprender que la figura del ‘sin techo’ –quien lite- vieron reforzados al leer la bibliografía más relevante
ralmente duerme en la vía pública– es sólo la punta sobre el tema. No obstante, la observación en el
de un iceberg que se alimenta de situaciones menos terreno mostraba una evidente tendencia a congre-
extremas, como son otras formas de sinhogarismo garse. Por otra parte, la perspectiva etnográfica me
en las cuales el sujeto encuentra un techo bajo el llevó a delimitar mi atención en un espacio y un
cual refugiarse temporalmente3. Asimismo, las pers- grupo concreto; así, las PSH que residían en Plaza
pectivas desafiliatorias que destacan el aspecto gre- Ópera se constituyeron en mi unidad de análisis4.
gario, por lo general sólo se preguntan por las cone-
xiones en el interior del grupo que previamente fue Probablemente, el principal aporte de la investiga-
definido como ‘excluido’, sin evaluar la interacción ción a los estudios sobre el sinhogarismo consista
de los integrantes del grupo con la población gene- en haber privilegiado el contexto de calle sobre los
ral. De tal modo, los códigos internos mínimos y pro- recursos sociales. En España, la información exis-
pios del grupo de calle son exagerados e interpreta- tente posee un límite metodológico: prácticamente
dos como leyes que reglamentan la vida de un la totalidad de los datos han surgido a partir de
encuestas o, en el mejor de los casos, de entrevistas

3 La etnografía ilumina la diversidad de una realidad social que

es simplificada al apelar a etiquetas como las de ‘desafiliados’, 4 En líneas generales, el grupo estable de Plaza Ópera consiste

‘transeúntes’, ‘sin techo’, o incluso ‘personas sin hogar’. El sinho- en unos ocho hombres. Se trata de españoles, cuya edad oscila
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garismo debe ser entendido como un fenómeno amplio, que tras- entre los 50 y los 65 años, con un estado físico bastante deteriora-
ciende el mero pernoctar en la vía pública. Por lo general, equivale do, producto de una estadía prolongada en la situación de calle y
a un proceso con permanentes entradas y salidas de la situación de las altas tasas de ingesta alcohólica. A dicho grupo ocasionalmente
calle, antes que a un estado continuo de vida a la intemperie. Lo se integran otras personas, que abandonan el sitio por distintos
que persiste es una condición de vulnerabilidad que se expresa en motivos –escapan del contexto de calle, se mudan a otra ciudad, a
la figura del sin techo cuando las desgracias arrecian, y en la de un otro espacio dentro de Madrid, o ingresan en algún albergue para
sin hogar –en sentido amplio– en los períodos de bonanza. PSH–.

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estructuradas a usuarios de los recursos sociales organizados en torno a encuestas, toman la desafi-
para PSH. La información obtenida a partir de una liación como una variable discreta, fomentando las
encuesta a un usuario de un recurso social es un visiones dicotómicas expresadas en términos de
dato que suele carecer de una dimensión central: el incluidos/excluidos. Pero cuando consideramos la
contexto en el cual se desenvuelven las conductas y desafiliación como una variable continua, el panora-
que moldea las interpretaciones sobre el mundo ma es otro: existen múltiples formas de estar ‘den-
social. Y el contexto cotidiano de las PSH, estén alo- tro’ o ‘fuera’ de las distintas dimensiones que com-
jadas en un recurso social o no, es la calle. Las sub- ponen la realidad social.
jetividades y la sociabilidad de las PSH se confor-
man a partir de la experiencia diaria en la vía Si bien los procesos que desembocan en una situa-
pública; los códigos propios de los grupos de PSH ción de calle implican el quiebre de muchos vínculos
no pueden ser recreados en toda su dimensión si no afectivos, estas afirmaciones deben ser relativiza-
tomamos a la calle como eje de análisis (Koegel, das. El cuadro que sostiene una equivalencia entre
1998). De tal modo, la tesis supone un intento por el sinhogarismo y la ruptura familiar debe contem-
complementar los datos existentes a partir de las plarse en su complejidad. En primer lugar, muchas
metodologías cuantitativas con un enfoque cualitati- PSH conservan parte de sus relaciones sociales con
vo centrado en la observación participante. algunos de sus familiares. En segunda instancia, la
observación participante confirma lo planteado por
Por otra parte, las imágenes de aislamiento en Rosenthal (1994): la distancia familiar es, en gran
buena medida son consecuencia de las metodologí- medida, producto del estigma y de la incapacidad
as con las que han trabajado los teóricos de la desa- de reciprocar. Las PSH suelen relacionarse con indi-
filiación. Un ejemplo al respecto pasa por recordar el viduos que, al igual que ellos mismos y sus familias,
excesivo énfasis que los precursores de la desafilia- provienen de los sectores populares. De tal modo,
ción han puesto en las instituciones clásicas. Estos es difícil que las ayudas que aportan tales conocidos
estudios miden el nivel de afiliación de las PSH a permitan romper el círculo de exclusión. En ciertas
partir del contacto que cotidianamente sostienen ocasiones de precariedad, la expulsión de un miem-
con instituciones básicas como la familia, el trabajo, bro es la forma que encuentra el conjunto familiar
los sindicatos o las iglesias. Luego comparan tales de preservarse. A pesar de ello, es común que el
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niveles de contacto con lo que ocurre con otras sujeto reencauce parte de sus lazos cuando avanza
poblaciones, para finalmente corroborar que nos de la zona de exclusión a la de vulnerabilidad. Es
encontramos frente a seres desafiliados. Sin embar- decir, como consecuencia del estigma asociado con
go, cuando adoptamos una técnica como la observa- la condición de ‘sin hogar’, las épocas donde la per-
ción participante, somos capaces de detectar otro sona pernocta en la vía pública equivalen a la mayor
tipo de conexiones. Entonces, localizamos redes distancia familiar; por el contrario, cuando encuen-
informales, como las barriales o las ligadas a la eco- tra un techo bajo el cual refugiarse, las relaciones
nomía informal. Estas redes podrán ser tenues, pero son más próximas.
de hecho existen y son vitales para la subsistencia y
adaptación cotidiana de las PSH. Por último, la
Asimismo, las PSH establecen relaciones en el
observación participante supone un análisis diacró-
nuevo territorio de residencia. En consecuencia, en
nico, y el análisis procesual permite considerar una
la investigación se privilegiaron los procesos de rea-
serie de cuestiones que difícilmente puedan ser cap-
filiación asociados con el ambiente de exclusión.
tadas en una encuesta. Esto es lo que ocurre con la
Pretendiendo caracterizar la sociabilidad de las PSH,
inestabilidad de sus vidas y, más específicamente,
se consideraron las redes que esta gente establece
de sus sociabilidades, en función del espacio resi-
en el barrio donde se ha instalado. De hecho, se
dencial; lo mismo sucede a la hora de considerar los
argumenta que dichos vínculos sociales son el prin-
ajustes psicológicos en función del tiempo de calle
cipal recurso que disponen para su subsistencia y
–cómo la persona se va amoldando a la situación de
adaptación cotidiana, tanto en el ámbito material
calle y le es cada vez más difícil escapar del sinho-
como emotivo. Es en el barrio, y gracias a la interac-
garismo (Snow y Anderson, 1993)–.
ción con quienes disfrutan de un hogar, que muchas
de estas personas logran la subsistencia. Sus redes,
basadas en la economía informal, se despliegan en
3. Principales resultados dichos territorios hasta tornar imposible escindir la
economía de las redes sociales de los homeless
El trabajo de campo etnográfico conduce a relativi- (Snow y Anderson, 1993). Las relaciones con los
zar los discursos que asocian a la exclusión con la vecinos que residen en la zona, con los comercian-
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disolución de las sociabilidades. Es cierto que más tes y empleados que trabajan en los alrededores
de una PSH opta por moverse en solitario; no obs- demuestra que la conexión no se circunscribe a ‘los
tante, la mayoría se integra temporalmente en gru- grupos de excluidos’. Más aún, los homeless expre-
pos de homeless, así como entra en contacto con san una necesidad de asociarse con quienes disfru-
algunos de los vecinos del barrio donde se han ins- tan de un domicilio. Y ello se debe no sólo a las tác-
talado. Los enfoques que destacan el aislamiento, ticas materiales gracias a las cuales satisfacen su

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subsistencia, sino también a la sensación de ‘nor- lógica jerárquica, paternalista, marcada por el estig-
malidad’ ligada a la inclusión en las dinámicas ma y el asistencialismo. De la sociabilidad pasamos
barriales (Rowe y Wolch, 1990). a la socialización: los años en situación de calle lle-
van a que la PSH adopte un patrón de victimización,
Pero no es posible llegar a tales conclusiones par- donde la forma de subsistir se reduce a reproducir la
tiendo del supuesto de la desafiliación, menos aún imagen de ‘un pobre hombre desvalido’. Dicha
definiendo la exclusión sobre la base de un determi- socialización también afecta a los vecinos de buena
nado grupo social. Al delimitar los contornos de la voluntad, a quienes repiten su papel de proveedores
exclusión a partir de una caracterización de las de recursos materiales como almas caritativas que,
‘comunidades de homeless’ o de las ‘cuadrillas de de vez en cuando, se permiten recriminar a ‘un hijo
toxicómanos’, restringimos la percepción en las rela- descarriado’.
ciones en el interior del grupo, sobredimensionamos
los códigos que rigen a dichas agrupaciones. Por el La enseñanza de la calle es que el homeless es un
contrario, al tomar al espacio como eje de análisis, ser vacío, sin nada para dar, sin utilidad social, un
lo que observamos es que, si bien ‘los desafiliados’ mero receptor de la solidaridad o desprecio ajeno.
cotidianamente interactúan entre sí, también lo Las ayudas que permiten la subsistencia de esta
hacen con empleados de seguridad, barrenderos, gente, centradas en los contactos barriales, llevan a
con quienes atienden en los comercios de la zona o que todo lo que el homeless gana en el plano mate-
con porteros de edificios. rial lo pierda en lo que a su autoestima se refiere.
Además, es común que los vecinos se cansen de
sostener el rol de benefactores, mientras que los
Los recursos sociales son empleados de los comercios que les prestan ayuda
cambian de trabajo. En dichos casos, la PSH pierde
percibidos como espacios sus fuentes de apoyo. En consecuencia, las redes de
degradados y degradantes los homeless suelen ser erráticas, oscilan como una
metáfora de sus propias vidas (Rowe y Wolch, 1990).
de los que es preciso El sinhogarismo es sinónimo de una enorme dificul-
tad para planificar, no sólo por la escasez de recur-

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desligarse sos y porque los apoyos con los que se cuenta son
insuficientes, sino también por las características
Al indagar en los lazos territoriales, se tuvo en cuen- del territorio en el que residen: el espacio público,
ta el contacto con los recursos sociales para PSH. siempre abierto al cambio y a la circulación, aporta
Algunos homeless circunscriben su subsistencia una fuerte sensación de inestabilidad. La calle ense-
cotidiana a la vinculación con ciertos albergues o ña a vivir el presente, a despreocuparse de un futuro
comedores, y más específicamente con determina- sobre el cual el sujeto no parece poder incidir; ello
dos empleados que allí se desempeñan. Sin embar- atenta contra las posibilidades de superar la situa-
go, lo más frecuente es que las PSH adopten una ción de extrema exclusión.
actitud utilitaria y distante frente a dichos servicios.
Una vez más, el estigma condiciona las sociabilida- Al centrarnos en los problemas asociados con las
des (Snow y Anderson, 1993). Sus rechazos traslu- adicciones desde una perspectiva etnográfica, toma-
cen un imaginario donde los recursos sociales son mos conciencia de cómo las redes sociales y los pro-
percibidos como espacios degradados y degradan- cesos de exclusión se encuentran indefectiblemente
tes de los que es preciso desligarse. Pero la etnogra- ligados; pero dicha relación no necesariamente se
fía ilustra la distancia entre lo dicho y lo hecho: a expresa en términos de aislamiento social. Por el
pesar de los esfuerzos por separarse discursivamen- contrario, determinados bares de la ciudad se con-
te de estos ámbitos, la mayoría de las PSH se ven vierten en espacios de ayudas, donde el homeless
forzadas a aproximarse a los comedores para ali- funda una serie de solidaridades no sólo con el
mentarse, a los roperos para encontrar abrigo, a las dueño o empleado del comercio, sino también con
duchas públicas para asearse. ciertas personas que viven o trabajan en la zona. Si
alguien pretende abordar con éxito la rehabilitación
Destacar la existencia de redes sociales no debe de quien presenta altas tasas de ingesta alcohólica,
conducirnos a imaginar que éstas satisfacen las debería ampliar su radio de acción considerando las
necesidades de las PSH; de lo contrario, relativizarí- sociabilidades que se generan en tales ámbitos. Es
amos la tragedia cotidiana de verse forzado a vivir en dichos bares, o en las rondas de cartones de vino
en la vía pública. Las relaciones sociales existen, que se celebran diariamente en la Plaza Isabel II,
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pero se recomponen en un entorno de exclusión. La donde las PSH han conocido a más de un vecino.
calle, en tanto ámbito de residencia, posee sus diná- Estos entornos ligados al alcohol suponen un ‘espa-
micas propias, es un espacio que condiciona las cio de reclutamiento de potenciales homeless’. Cuan-
sociabilidades. Así, los vínculos que la comunidad do un vecino que comparte su afición por la bebida
domiciliada establece con quienes viven en las con las PSH de la zona cae en desgracia, es a Ópera
calles de sus barrios suelen encuadrarse bajo una adonde acude al comenzar su estadía en la calle.

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Tras el objetivo de profundizar en los procesos de El panorama trazado es el de una relación ambigua
reafiliación, se indagó en las redes de PSH y las con- que oscila entre la aproximación y la distancia, lo
secuencias propias de años de socialización en la cual supone relativizar la identificación de ‘los exclui-
vía pública. Estudiando la relación entre los home- dos’ como integrantes de ‘comunidades de desafilia-
less, se torna posible dar un nuevo paso en el análi- dos’. Existen códigos propios del contexto de calle y
sis de los enfoques que, contradictoriamente, aso- del grupo específico de homeless que apuntan a una
cian a la desafiliación tanto con el aislamiento social convivencia más armoniosa. Sin embargo, suelen ser
como con la conformación de ‘comunidades desvia- mínimos y no siempre son respetados. No se trata de
das’. La calle ha sido descrita como un espacio de una organización compleja y amplia de reglas con su
alienación, donde sentidos contradictorios moldean correspondiente régimen de sanciones; dichos códi-
las sociabilidades y afectan las orientaciones cogni- gos no deberían conducirnos a concluir que nos
tivas de los sujetos. En las PSH se observa una ten- encontramos frente a un mundo social paralelo que
sión nunca resuelta satisfactoriamente entre coope- se rige por un sistema normativo propio. Suele ocu-
ración y desconfianza. Por un lado, la gente se rrir que los códigos, al responder a las necesidades
necesita mutuamente para hacer más llevadera la típicas de quienes residen en la calle, entren en ten-
cotidianidad. En particular, se han destacado dos sión con las normas sociales hegemónicas. La vía
factores como esenciales en la conformación de un pública fuerza a sus habitantes a transgredir, a sal-
sentido de comunidad: la búsqueda de protección tarse ciertos preceptos. Pero ello no significa que las
mutua ante la inseguridad nocturna, y la urgencia PSH vivan en un mundo aparte con reglas propias.
por satisfacer otra necesidad básica, como es beber Por el contrario, y pese a la estadía prolongada en el
varios litros de vino por día para quien corre el ries- sinhogarismo, en la mentalidad de esta gente conti-
go de padecer el síndrome de abstinencia5. núan operando los valores que rigen al conjunto
social. De hecho, llama la atención los esfuerzos que
Simultáneamente, existe una fuerte predisposición a realizan por destacar su propia dignidad en tanto
distanciarse de las demás PSH. Si el espacio de ciudadanos que acatan la ley, que valoran la familia,
degradación obliga a ciertas formas de cooperación, o que conciben al trabajo como sinónimo de digni-
también genera la necesidad de desligarse de quie- dad. La imposibilidad de respetar los valores socia-
nes afrontan el estigma inherente a la condición de les predominantes suele ser motivo de malestar.
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‘sin hogar’. Numerosos homeless han sufrido agre-


siones físicas, han sido robados o humillados en Pero la estadía prolongada en la situación de calle
más de una ocasión, y a veces el victimario es otra deja huellas irreparables, y muchas personas termi-
PSH. La calle es un ámbito donde opera el ‘sálvese nan atrincherándose en el sinhogarismo (La Gory et
quien pueda’, donde reina la desconfianza, incluso al., 1991). Algunas llegan a sostener que la vía públi-
hacia las demás personas que integran el mismo ca, el sitio en concreto donde residen, es su hogar.
grupo. Además, si en el pasado un hermano, la Otras, y éste es el caso más común, niegan rotunda-
pareja o un padre nos han traicionado, ¿por qué no mente dicha posibilidad. No obstante, esta gente
sospechar de quien es tildado como un ‘vagabun- muestra una dificultad enorme a la hora de trazar un
do’? De tal modo, son pocos los que se autoidentifi- límite claro entre calle y hogar. Cuando consiguen
can como un ‘sin techo’ o un ‘sin hogar’. Los resi-
un techo bajo el cual refugiarse, vuelven a la plaza a
dentes en Ópera pueden pasar juntos las 24 horas
visitar a ‘los colegas’, pues allí se localizan sus lazos
en la plaza, pero al hablar de sí mismos construyen
sociales más importantes. Es en los alrededores de
un relato donde buscan preservarse. Para ello,
la plaza donde continúan ganándose la vida a partir
reproducen los estereotipos sociales que menospre-
de las diversas maneras en que se expresa la econo-
cian a ‘los sin techo’ y sacrifican a sus compañeros
mía informal. Es en Ópera donde saben que tienen
de desgracias. Aunque no sea más que en el plano
la posibilidad de beber pese a no disponer de dine-
discursivo, prevalece el esfuerzo por distanciarse de
ro. Las experiencias previas los han advertido de los
las demás PSH (Snow y Anderson, 1993). Esta acti-
golpes de fortuna, y cuando encuentran una vivien-
tud atenta contra la solidaridad entre quienes pade-
da se muestran inseguros, sospechan que en poco
cen las formas más extremas de exclusión, disminu-
tiempo todo se derrumbará y acabarán nuevamente
ye las posibilidades de conformar un colectivo, de
en la plaza. En definitiva, cuando consiguen una
apelar a una identidad común que una las voces
casa no logran transformarla en un hogar. De tal
fragmentadas, reivindicando los derechos que se les
modo, los años de socialización en la vía pública lle-
niega en tanto ciudadanos.
van a que sea difícil escapar de la exclusión extre-
ma, pero más duro aún resulta no reincidir en la
situación de calle.
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De las visiones del desafiliado como un ser sin liga-


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Resaltar estos aspectos no debe pasar por alto la voluntad de duras sociales ni arraigo territorial, surgen otros
socializar, de escapar a la soledad, como otro elemento vital en las supuestos. Una de las particularidades de las PSH
diversas formas que se expresa el intercambio social. Las prácticas
de las PSH, como las de cualquier otro grupo social, no pueden ser consiste en haber sido históricamente asociados con
limitadas a un aspecto utilitario. el nomadismo, con la ‘pobreza errante’. Así, la condi-

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ción de sin hogar parecería equivaler a una predispo- como condición de permanencia en el espacio públi-
sición hacia la vida trashumante, a una pulsión hacia co–. Por el contrario, las PSH más nómadas adoptan
los caminos. Existen sujetos que realizan una feroz un patrón espacial fragmentado y toman la plaza
crítica a las formas predominantes de organización Ópera como uno de los tantos territorios importan-
social, por lo general basadas en instituciones que tes en sus vidas. La elección de una u otra forma de
precisan del sedentarismo para su correcto funciona- sinhogarismo y movilidad implica diversas tácticas
miento. Esta gente asocia la movilidad incesante con materiales de subsistencia, así como distintas
cierta sensación de libertad. Pero se trata de casos maneras de afrontar el estigma ligado con la condi-
aislados, de personas que, por lo general, comenza- ción de ‘sin hogar’ (Wolch y Rowe, 1992).
ron a pensar de tal manera luego de años de trajinar
y acostumbrarse a la calle. Debemos desconfiar de Otro de los supuestos asociados con la desafiliación
los relatos que explican la situación de calle como es el de la vagancia y apatía. No debemos olvidar
una devoción por la vida nómada. Por un lado, sue- que más de un sujeto reside en la calle pese a estar
len aportar una visión simplista y romántica de un trabajando, y que muchos buscan empleo de forma
fenómeno que quienes lo experimentan en carne infructuosa6; ambas cuestiones deberían hacernos
propia suelen vivir como dramático. Por el otro, sue- replantear el modo en que está funcionando el mer-
len ser motivo de autoexculpación para una sociedad cado de trabajo. Incluso los teóricos que señalan al
que prefiere mirar hacia otro lado. mercado de trabajo como el origen de los procesos
de desafiliación adoptan a veces una lógica similar.
En el presente madrileño, la exclusión de las PSH se Al asumir una visión institucional y oficial del traba-
asocia, entre otras cuestiones, con un proceso de jo, identifican al ‘sin hogar’ con el desempleo, sin
movilidad forzada. Ciertos espacios de la ciudad considerar las prácticas de economía informal
poseen valor económico, comercial, simbólico, políti- mediante las cuales subsisten diariamente. En
co, lo cual genera que distintos actores aboguen por Ópera, tratándose de gente deteriorada físicamente,
la erradicación de los homeless de dichas zonas. Afir- la mayoría ha aceptado que no tiene posibilidad
mar que existan redes territoriales no equivale a alguna de ser bien recibido por el mercado formal
esbozar un cuadro de vida barrial idílica. La mayoría de trabajo. Pero su desempleo no necesariamente
de los vecinos deciden ignorar o mostrar su despre- es sinónimo de pasividad. Es gracias a su propio

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cio ante la presencia de homeless en lo que conside- esfuerzo que se sostienen en pie día a día, pese al
ran ‘su barrio’. Es entonces cuando se conforman las contexto hostil que los rodea. Bajo el término de
organizaciones de vecinos que presionan a las admi- ‘chapuzas’ pueden incluirse actividades tan dispa-
nistraciones locales para que expulsen a las PSH de res como la mendicidad, vender lo que se obtiene de
las zonas donde residen. El poder de turno responde la basura, ayudar ocasionalmente a descargar mer-
con medidas que suponen transformaciones en el cadería de un camión o revender entradas de even-
mobiliario urbano, operaciones arquitectónicas que tos culturales o deportivos. A pesar de que dichas
autores como Mitchell (2003) han denominado como prácticas difícilmente les permitan superar exitosa-
‘barreras antihomeless’. En Madrid, tales medidas se mente la situación de calle, constituyen los mecanis-
expresan a través de rejas que impiden el uso de un mos más apropiados para hacer frente a las adversi-
dades propias del entorno de exclusión donde les
soportal, o la sustitución de bancos de plaza donde
ha tocado vivir7.
era posible extenderse por bancos donde sólo es
posible permanecer sentado, por ejemplo. En la rela-
De los supuestos sobre la desafiliación propuestos
ción entre sinhogarismo y espacio público, los dis-
por Bahr (1973) en su explicación del sinhogarismo,
cursos oficiales cada vez más tienden a argumentar
el único confirmado plenamente en la investigación
en términos de ‘usos inapropiados’ del espacio
es el que apunta al estigma y la falta de poder.
público. Surgen voces que reclaman rescatar a los
Dicha falta de poder se vincula con los límites
barrios de la degradación expulsando a ‘los indesea-
bles’. Tales discursos añoran la belleza perdida de
unas calles ahora dominadas por el triste espectácu-
6 Según el Instituto Nacional de Estadísticas (INE, 2005) el
lo de la miseria. Cuando esto ocurre, el sinhogarismo
75,7% de las PSH son paradas; es decir, para un 14,3%, poseer un
pasa a ser leído en clave de ‘panorama’; el problema trabajo no ha garantizado el fin de la situación de calle. Entre los
es su visibilidad. Y para legitimar dichos discursos parados, nada menos que un 49,6% se encuentra buscando trabajo.
7 En el caso de Ópera, el sinhogarismo guarda relación con la
expulsivos, las formas en que se define el espacio
forma en que se combinan la edad y los trabajos no cualificados. A
público adquieren notable centralidad. ello hay que sumar la inmigración como una población que compite
por los mismos nichos ecológicos. Asimismo, sería preciso reflexio-
Por otra parte, a modo de hipótesis se sostuvo que nar sobre los programas de reinserción laboral, los cuales suelen
operar destacando la personalidad del sujeto, reencauzando sus
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las pautas de movilidad promueven distintas formas


pautas de socialización en el marco del empleo. No es tan frecuen-
de experimentar el proceso de sinhogarismo: quie- te, en cambio, que en dichos programas se medite en torno a los
nes se decantan por el sedentarismo suelen basar modos en que actualmente está operando el mercado de trabajo.
su cotidianidad en las redes sociales que tejen en el Quien no tome conciencia de cuáles son los resquicios que el siste-
ma productivo reserva para los segmentos menos cualificados, no
barrio –más allá de que suelan ser obligadas por las entenderá el porqué de tantos fracasos y negativas a ‘reinsertarse’
fuerzas de seguridad a moverse de un sitio al otro en el mundo laboral.

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ambientales, con las constricciones propias de resi- requisitos indispensables a un menor costo econó-
dir en un espacio público diseñado con fines y fun- mico. A la mercantilización de ‘lo social’ hay que
ciones sociales específicos. El origen de los estig- sumar la presencia masiva del voluntariado, que es
mas que padece la PSH responde a verse forzada a inversamente proporcional a la cantidad de profesio-
realizar en el espacio público las actividades que la nales contratados. Con su buena voluntad, esta
sociedad ha destinado al ámbito privado. Las defini- gente posibilita que el Estado se ahorre una enorme
ciones normativas, los discursos que prescriben qué cantidad de dinero, y muchas veces terminan reali-
prácticas son correctas en el espacio público, deli- zando de mal modo las tareas que deberían estar
mitan el estigma de la PSH. Al orinar, beber o dormir destinadas a psicólogos y trabajadores sociales –lo
en la calle, las PSH subvierten los valores dominan- cual demuestra hasta qué punto los servicios están
tes sobre el espacio público, trastocan las represen- funcionando como simples parches dedicados a lo
taciones hegemónicas sobre las conductas adecua- más básico, la alimentación y un techo bajo el cual
das en tales entornos. Los juzgamos o repudiamos, refugiarse8–.
pues en el ámbito público uno no debería compor-
tarse de tal manera. Pero entonces olvidamos que
dichas personas carecen de un hogar, de un entorno Señalan la arbitrariedad de
apropiado donde desarrollar aquellas prácticas aso-
ciadas con la privacidad (Mitchell, 2003).
unos servicios sociales que
son percibidos como un
4. Reflexiones finales: posibles aportes de bingo, en el cual existen
la antropología social a los programas de
lucha contra el sinhogarismo
pocas posibilidades de salir
airoso
El presente apartado supone un esfuerzo por mos-
trar el potencial que posee el método etnográfico en Por otra parte, los servicios sociales suelen funcio-
lo que a los estudios sobre el sinhogarismo se refie- nar con la rigidez de cualquier otra institución buro-
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re. En particular, la antropología supone el interés crática. Es común que los empleados de tales cen-
por destacar el ‘punto de vista nativo’ de los grupos tros destaquen el rechazo de los homeless hacia los
con los que trabaja –las voz de los propios homeless recursos, sin detenerse a meditar si éstos son ade-
no ha prevalecido a la hora de analizar cuestiones cuados para las necesidades de la población sin
como el funcionamiento de los recursos sociales– y hogar. Dos lógicas contradictorias chocan en un
contextualizar las prácticas a partir de la observa- mismo espacio: la burocrática –estructurada e infle-
ción participante en los espacios cotidianos –privile- xible–, y la de las PSH –cuyas vidas se caracterizan,
giar la calle como eje de análisis–. justamente, por una incertidumbre constante–. Para
tener un mayor éxito en los programas de interven-
En tal sentido, el primer punto que se ha de mencio- ción social, sería preciso una mayor flexibilidad ins-
nar es que en Madrid los recursos sociales para PSH titucional: que no siempre la PSH deba adecuarse al
se caracterizan por haber sido privatizados, terciari- servicio, sino que también las entidades sean capa-
zados y por una tradición confesional, lo cual tiene ces de amoldarse a las exigencias de una población
sus consecuencias. La administración pública ha que tiene requisitos específicos, producto del espa-
delegado sus funciones de una manera tan brutal, cio de exclusión donde residen. En ciertas cuestio-
que muchas veces los servicios sociales terminan nes, los recursos parecen haber sido diseñados por
operando como microcosmos. El Estado no se ha y para unos funcionarios que no conocen las dinámi-
encargado de centralizar a las diversas entidades; cas propias de la calle. Un ejemplo: da la sensación
en ocasiones, ni siquiera logra imponer criterios de que muchos horarios han sido dispuestos en fun-
básicos a unos servicios que financia, pero que no ción de la comodidad de los empleados, antes que
gestiona. Así, se despilfarran esfuerzos y las inter- buscando facilitar la vida de las PSH. De tal manera,
venciones son ineficientes. La falta de coordinación los homeless se quejan de que deben almorzar a las
tiende a ‘cronificar’ a una PSH que, para lograr satis- doce del mediodía, y que para ello deben comenzar
facer la subsistencia cotidiana, se ve forzada trans- a formar cola para obtener el número indispensable
currir su día moviéndose de una punta de la ciudad para ingresar en el comedor unas dos o tres horas
a otra. Los homeless interpretan esta situación a su antes. Así, una actividad básica como es alimentar-
modo: señalan la arbitrariedad de unos servicios se le lleva la mañana entera a la PSH. Los recursos
sociales que son percibidos como un bingo, en el
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cual existen pocas posibilidades de salir airoso.


8 El peso del voluntariado es tan significativo que en agosto,

En segunda medida, el proceso de terciarización y cuando esta gente se marcha de vacaciones, muchos recursos
privatización se rige por la lógica de las licitaciones. deben cerrar sus puertas, pues no cuentan con personal disponi-
ble. Consecuentemente, las PSH no encuentran un baño público
La empresa que pasa a hacerse cargo de la gestión donde ducharse, quienes se alojan en un albergue deben pasar el
de los servicios es aquella que ‘logra’ satisfacer los mes en la calle, etc.

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‘cronifican’, pues fuerzan a que el tiempo que podría importante la creación de albergues en los munici-
ser dedicado a la ‘reinserción’, a la búsqueda de un pios más pequeños de la Comunidad de Madrid. La
empleo, sea malgastado en la subsistencia. desafiliación de las PSH remite a que mucha gente
vive en pueblos que no disponen de recursos; así,
Crear espacios de consignas podría ser de utilidad sus redes locales se rompen cuando se ven obliga-
para las PSH. Viviendo en la calle, es común que los dos a trasladarse a Madrid buscando auxilio.
homeless pierdan sus pertenencias, o que se las
roben. Muchas PSH han extraviado su documenta- Para un mayor éxito en la lucha contra el sinhogaris-
ción, y así luego tienen dificultades para buscar mo, resulta indispensable desarrollar el trabajo de
empleo o gestionar una renta mínima de inserción. calle. En la vía pública duermen muchos homeless
Las consignas serían un sitio ideal para preservar que subsisten sin relacionarse con los recursos
sus bienes y papeles personales. La PSH podría des- sociales –el 45,6% de las PSH se encuentra en dicha
preocuparse de sus pertenencias, y ello facilitaría situación, según datos del INE del 2005–. Si las PSH
sus traslados y garantizaría el derecho a la movili- no se aproximan a los recursos, entonces no será
dad. Las consignas también podrían actuar a modo posible iniciar una intervención social que apunte a
de una dirección donde la gente reciba correspon- la ‘reinserción’. Es preciso reconocer que se han
dencia. Si dicho espacio preservarse el anonimato dado pasos en esta materia: los equipos de calle del
no haciendo alusión a una institución para home- Samur o el grupo de psicólogos de Salud Mental y
less, también sería de interés para las PSH que acu- Exclusión Social (SMES) apuntan en tal dirección.
den a una entrevista laboral sin saber qué dirección Pero las medidas adoptadas continúan siendo insu-
proporcionar. ficientes. Faltan recursos, y tampoco se ha termina-
do de tomar conciencia de la necesidad de iniciar las
Sería importante generar programas de ayuda a los intervenciones en el contexto de calle. Asimismo,
traslados. Moverse muchas veces es sinónimo de reforzar el trabajo de calle supone detenerse en las
buscarse la vida, de un interés por mejorar, de que redes que estos sujetos han elaborado con los
la persona no se ha dejado ganar por el autoaban- comerciantes y residentes del barrio, las cuales
dono y la desidia. Subvencionar el coste de los deben ser tenidas en cuenta a la hora de planificar
transportes, que significa el 22,6% del presupuesto una intervención. Dichos vecinos pueden convertirse

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de los homeless (INE, 2005), mejoraría su vida mate- en importantes aliados para un trabajador social.
rial y emocional, facilitaría la búsqueda de empleo,
las visitas a los familiares y amigos, las actividades Al privilegiar el territorio como unidad de análisis,
que en general guardan relación con la afiliación. llama la atención la enorme diversidad que reina
Por el contrario, las formas de movilidad que se sue- bajo lo que de manera simplista denominamos
len fomentar desde el poder de turno pasan por los como sinhogarismo. Parte de los obstáculos que
traslados forzados, los cuales atentan contra la deben afrontar las propuestas de actuación residen
autoestima de la persona, limitan sus posibilidades en la dificultad por amoldarse a cada situación en
de sociabilidad, desestructuran sus redes barriales y concreto. Una mujer sin hogar tiene sus particulari-
obstaculizan sus tácticas de subsistencia. dades, un inmigrante sin papeles no demanda el
mismo tipo de respuestas que un joven que ha sido
En muchas ocasiones, los recursos que dicen pro- expulsado de su hogar o que un toxicómano en
mover la cohesión social contradictoriamente gene- situación de calle. No puede haber una única moda-
ran la desafiliación de las PSH. Sería importante lidad de intervención frente a una población tan dis-
crear albergues donde los homeless no se vean for- par, y las estructuras rígidas tienen una enorme difi-
zados a desprenderse de sus mascotas. Sus perros cultad para adaptarse a dicha variabilidad. En
o gatos son una fuente afectiva vital para esta particular, sería fundamental que las administracio-
gente; prohibirles el acceso a un centro de acogida nes tuviesen la capacidad de generar distintos pro-
equivale a forzarlos a elegir entre un techo o un gramas en función de los años que la PSH ha pasa-
afecto. Si los recursos contasen con un sitio donde do en la vía pública. La estadía prolongada en el
dejar a los animales, entonces más personas acep- sinhogarismo trastoca las orientaciones cognitivas
tarían acceder a los servicios sociales. Además, los de los sujetos. A partir de entonces, los sentimien-
albergues se organizan según una división de géne- tos de desconfianza generalizada, la pérdida de
ro, en la cual no hay cabida para las parejas o las autoestima, las angustias e inseguridades se apode-
relaciones sexuales. Esta situación se acentúa en ran del individuo y difícilmente logran ser desterra-
unos servicios que mayormente son administrados das. Además, el sujeto reconstruye sus relaciones
por diversas confesiones religiosas. Negar el dere- sociales en la calle; es en dicho medio donde se
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cho a la intimidad, a disfrutar de la sexualidad, es siente más seguro y sabe desenvolverse. Luego de
otro síntoma de cómo los recursos apuntan a lo más años en la vía pública, iniciar un proceso de ‘reinser-
básico, a la alimentación y al cobijo. Más de una ción’ se torna especialmente difícil y muy costoso en
pareja sin hogar se decanta por la calle, pues acudir términos económicos. Los programas de lucha con-
a los albergues significaría perder lo más valioso tra el sinhogarismo deberían ser capaces de detec-
que poseen: la compañía mutua. Por último, sería tar y actuar rápidamente cuando una persona

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comienza a pernoctar en la vía pública, y para ello dados de homeless. Si hay algo que queda claro
es necesario apostar por el trabajo en el terreno. luego de más de tres años de trabajo de campo, es
que es prácticamente imposible iniciar un ‘proceso
Respecto de las PSH que llevan más tiempo en la de reinserción’ sin un sitio adecuado, sin un espacio
calle, vale la pena destacar que en Madrid sólo exis- que el homeless pueda identificar como un ámbito
te un centro de baja exigencia. Los albergues suelen similar a un hogar.
condicionar la atención a requisitos que muchas
PSH no logran cumplir: no ingresar ebrio ni haber Esta situación se expresa con especial virulencia en
consumido drogas, respetar los horarios de ingreso lo que refiere a los tratamientos contra las adiccio-
y egreso, entre otros Para quienes son tildados nes. Respecto del alcoholismo, en Madrid no existen
como ‘crónicos’, la inflexibilidad de tales directivas dispositivos específicos para homeless que trabajen
es interpretada en términos de autoritarismo, de esta cuestión. Las PSH que intentan dejar de beber
acciones que coartan su libertad. Dichas normativas asisten a los cursos de Alcohólicos Anónimos. Al
generan la distancia de los homeless hacia las insti- final de cada sesión, la gente que disfruta de un
tuciones. Por el contrario, estas barreras institucio- domicilio vuelve a sus casas, y sus familiares los
nales se reducen a un mínimo en los centros de baja apoyan con el tratamiento. Por el contrario, la PSH
exigencia. debe retornar a la calle o al albergue donde se hos-
peda, en medio de un clima desmoralizante donde
Al operar desde los recursos sociales y omitir las los cartones de vino giran de mano en mano. En
dinámicas específicas de la calle, los discursos ofi- sitios como la Plaza Isabel II, es evidente que no se
ciales sobre el sinhogarismo suelen reproducir las acabará con el sinhogarismo si paralelamente no se
visiones desafiliatorias. A los servicios se aproximan afronta la situación de alcoholismo. En tal sentido,
individuos aislados, mientras que en la vía pública no queda otra posibilidad que abordar el problema
prevalecen los grupos de PSH. Estos enfoques restan desde el terreno, desde la calle. Además, hay que
importancia a los procesos de reafiliación, y dicha tener en cuenta que los programas de desintoxica-
actitud condiciona los modelos de intervención. ción implican alejarse de los sitios asociados con la
Diseñados en función de una imagen estereotipada bebida. Como se afirmó anteriormente, en Ópera
de los homeless como ‘sujetos solitarios’, sus fraca- ello equivaldría a la soledad del sujeto, a cortar con
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sos en parte remiten a la idea de que es la sociabili- sus redes de subsistencia material y emotiva.
dad la que refuerza la situación de calle. Las dinámi-
cas espaciales y los grupos de PSH conllevan una Para terminar, sería básico fomentar formas alterna-
cotidianidad donde el individuo se socializa en una tivas de alojamiento. El Estado debería subvencionar
lógica propia del contexto de calle. Repitámoslo: la las pensiones económicas y contar con más pisos
dificultad de acabar con el sinhogarismo responde a protegidos, por ejemplo. De acuerdo con las caracte-
que, de hecho, esta gente cuenta con vínculos. Por rísticas de cada persona, con variables como el
consiguiente, salir de la calle pondría en jaque sus tiempo de estadía en la calle o la edad, cada ámbito
redes materiales y afectivas. Si cambiásemos de residencial puede suponer diversas ventajas o lími-
registro y comenzásemos a pensar en términos de tes de cara a iniciar un ‘proceso de reinserción’. Lo
grupos de homeless y de la reafiliación en el contex- básico es que la PSH pueda apropiarse de estos
to de calle, entonces deberíamos replantearnos los espacios, que pueda personalizarlos, que los sienta
modelos de intervención actualmente vigentes. como un sitio que le garantiza intimidad y donde
puede recibir a sus visitas, un ambiente donde
En cuanto a los albergues y centros de acogida, encuentra estabilidad. Lo fundamental pasa por que
deberían disponer de más plazas para garantizar la persona no se sienta amenazada, no perciba el
que toda PSH cuente con la posibilidad de una cama sitio como algo temporal donde el futuro está siem-
donde pasar la noche. Pero resulta muy complicado pre asociado con la calle. Cuando se hace alusión a
iniciar un ‘proceso de reinserción’ en un entorno la voluntad de estas personas de permanecer en la
deprimente, en un albergue masificado que recuer- calle, se omiten las posibilidades limitadas que se
da un depósito de personas. Sería más lógico apos- les presentan en sus opciones. Lo que los homeless
tar por muchos centros integrados por unas diez o rechazan no es un hogar, sino las plazas que actual-
quince PSH, en vez de unos pocos albergues desbor- mente se les ofrecen en los albergues.
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