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Seminario virtual Políticas Culturales e Institucionalidad Cultural. Especialización en Políticas
Culturales y Gestión Cultural/ VIRTUAMI, Julio 2016, México.
2 Israde, Yanireth “Ahoga al INAH su burocracia”, Reforma 15-02-2016
http://www.reforma.com/aplicaciones/articulo/default.aspx?id=767359
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mexicana es una ciudad latina, casi francesa, de ninguna manera
anglosajona…” (Gruzinski 2004: 25).
La institucionalidad cultural
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reforma que otorgó al Gobierno federal la facultad de “establecer, organizar y
sostener en toda la República escuelas rurales, elementales, superiores, secundarias
y profesionales, de investigación científica, de bellas artes y de enseñanza
técnica…”3
Para hacer más notoria las condiciones que la nueva institucionalidad educativa
supuso, puede servir el contraste con la institucionalidad educativa en los Estados
Unidos. El actual Departamento de Educación de ese país está por cumplir 50 años.
Fue creado en el ambiente de transformaciones derivadas de los movimientos
igualitarios por los derechos civiles. Aunque existe un precedente con el mismo
nombre creado casi un siglo antes, en 1867, fue el temor a una excesiva injerencia del
gobierno federal lo que determinó su supresión al año siguiente para convertirlo en
una Oficina de Educación del presidente del país. La política educativa
estadounidense responde a la conocida flexibilidad y autonomía de los estados de
la Unión. En su página informativa el U.S. Department of Education señala que en
2010 sólo contaba con 4,300 empleados y 60 billones de dólares de presupuesto.4 El
perfil de sus políticas responde a un esquema de colaboración y subsidios
respetando la autonomía de los estados y el fuerte movimiento social levantado por
padres de familia en torno a la libre elección de escuelas. Básicamente su
intervención en el ámbito local es a través de apoyos financieros para la educación
que suponen la firma de convenios con las escuelas públicas (charter schools) para
desarrollar programas específicos y la oferta de bonos (vouchers) a la ciudadanía
para tener acceso a las escuelas privadas (Pini y Anderson 1999). Como se puede
entender, estas políticas son muy distintas a las de aquellos países que defienden el
sistema educativo como instrumento de homologación social y cultural y que por
tanto imponen al Estado un modelo centralizado e intervencionista en la educación.
3 Artículo 73-XXVII reformado de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos 1921.
4 Ver http://www2.ed.gov/about/overview/focus/what_pg2.html#whatis
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tiempo libre y la extensión de los medios de comunicación, los intereses creativos de
la sociedad han crecido en todos sentidos. Hacer accesibles los bienes culturales a
toda la sociedad es otra de las responsabilidades del Estado, pues con ello se expresa
la búsqueda de equidad e igualdad de oportunidades y se pone en escena la libertad
y la diversidad de la sociedad. Cabe en este sentido hacer especial énfasis en que la
creatividad y el acceso a los bienes culturales no son sólo aspiraciones individuales
sino que pueden suponer para algunas colectividades un recurso de actividad
económica y un pozo en donde abreve su identidad y la cohesión frente a otros
grupos, la nación o la comunidad internacional.
5 Manuel Antonio Garretón ha propuesto la distinción entre estos dos tipos de institucionalidad
Garretón 1993) aunque debe comprenderse que ambas están ligadas y sólo existan distintos ritmos
de su desarrollo. En México por ejemplo un especialista estableció a principio de siglo XXI lo que
podrá ser un programa legislativo que pusiera al día la normatividad cultural e superara los fallos o
incongruencias de la institucionalidad orgánica (Dorantes 2003). Mirado su “programa” con cierta
apertura podría decirse que poco a poco se ha ido satisfaciendo.
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áreas de la administración, por las características de la política cultural el
acercamiento con los ciudadanos debe hacerse lo más inmediato posible. También
debe servir para que las entidades privadas y los organismos internacionales
cuenten con un interlocutor para el desarrollo de sus políticas. Es importante
igualmente que los diversos organismos culturales de un país tengan un referente
que propicie la colaboración y coordinación y para favorecer la inversión en cultura.
En este último punto habrá que reconocer que sin un organismo cultural visible
difícilmente se podrá establecer una política de financiamiento público o privado.
6 “Esta ley, en sus artículos 6o. y 7o., establece que las atribuciones en materia de ordenamiento
territorial de los asentamientos humanos y de desarrollo urbano de los centros de población, que
tiene el Estado a su cargo, serán ejercidas de manera concurrente por la Federación, entidades
federativas y municipios” (Lima, 2003).
7 El boletín informativo de la Cámara de Diputados explica con cierto detalle el sentido de estas
reformas que consiste en otorgar a los ciudadanos derecho de audiencia ante actos de autoridad del
INAH en cuanto a las declaratorias de monumentos y otros actos. Ver
http://www5.diputados.gob.mx/index.php/esl/Comunicacion/Agencia-de-Noticias/2014/04-
Abril/29/6696-Reforman-diputados-Ley-Federal-sobre-Monumentos-y-Zonas-Arqueologicos-
Artisticos-e-Historicos-en-materia-de-derecho-de-audiencia-de-particulares
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organismos de largo aliento en muchas ocasiones se ha construido una
institucionalidad inestable en cuanto a lo que el Estado busca lograr con ella. Esto
podría explicar las rupturas y discontinuidades de la institucionalidad cultural en
México.
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I La cultura en la institucionalidad educativa 1921-1939. Como he mencionado, a
partir del impulso de José Vasconcelos se creó, en 1921, la Secretaría de Educación
Pública (SEP). Ésta tuvo cuatro departamentos originales: Departamento de
bibliotecas y archivos, Departamento escolar, Departamento de educación y cultura
para la raza indígena y Departamento de bellas artes. Quedaron incorporadas a la
Secretaría la Universidad Nacional y todo su sistema de extensión, que ya para ese
tiempo comprendía también un conjunto de instituciones de capación tecnológica;
los museos, conservatorios y académicas de bellas artes que se hubieran creado con
fondos federales; la Inspección General de monumentos, el Teatro Nacional, los
Talleres gráficos de la Nación. También se integró a la Secretaría la “propiedad
literaria, dramática y artística” y “la exposición de obras de arte y la propaganda
cultural por medio del cinematógrafo y todos los demás medios similares y las
representaciones y concursos teatrales, artísticos o culturales en cualquiera parte del
país”.8 Más tarde pasó a la Secretaría la Dirección de Antropología que hasta
entonces había dependido de la Secretaría de Agricultura y Fomento.
8Artículo 2º del “Decreto estableciendo una Secretaría de Estado que se denominará Secretaría de
Educación Pública” Diario Oficial 3-10-1921, 469-470.
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más al impulso de muchos intelectuales y artistas que personificaron el aliento
revolucionario de los movimientos sociales en México y del mundo.
9 Según la Ley Orgánica de la Administración Pública Federal, ésta última se integrará por
dependencias y entidades centralizadas y por entidades paraestatales. Las primeras son 1) Secretarías
de Estado; 2) Consejería Jurídica, y 3) Órganos Reguladores Coordinados en Materia Energética. Las
entidades paraestatales son 1) Organismos descentralizados; 2) Empresas de participación estatal,
instituciones nacionales de crédito, organizaciones auxiliares nacionales de crédito e instituciones
nacionales de seguros y de fianzas, y 3) Fideicomisos. Las Secretarías de estado podrán “contar con
órganos administrativos desconcentrados que les estarán jerárquicamente subordinados y tendrán
facultades específicas para resolver sobre la materia y dentro del ámbito territorial que se determine
en cada caso, de conformidad con las disposiciones legales aplicables.” (art. 17). Tanto el Instituto
Nacional de Antropología e Historia, como el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura son
entidades desconcentradas que dependieron originalmente de la Secretaría de Educación Pública y
ahora de la nueva Secretaría de Cultura.
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y Superior y la de Asuntos Culturales.10 Esta subsecretaría fue ocupada por Amalia
del Castillo Ledón, primera mujer que alcanzó en México el rango de Subsecretaria
de Estado quien fue sucedida por un escritor, Mauricio Magdaleno. Es de suponerse
que con este cambio se buscaba dar a la cultura un cobijo específico en la secretaría
y destacar su especificidad frente a la tarea educativa del estado.
Diez años más tarde el presidente Luis Echeverría impulsó importantes políticas
sociales bajo un esquema autoritario. El cambio de nombre de la subsecretaría por
el de Subsecretaría de Cultura Popular y Educación Extraescolar muestra el gro que
intentó dar al trabajo cultural. El nuevo subsecretario fue el reconocido antropólogo
Gonzalo Aguirre Beltrán. En el siguiente periodo presidencial el aparato pasó a
denominarse primero Subsecretaría de Cultura y Difusión Popular (1977) y luego
Subsecretaría de Cultura y Recreación (1978). La subsecretaría estuvo ocupada por
Víctor Flores Olea y Roger Díaz de Cossío, ambos intelectuales respetados en el
campo de la cultura. Flores Olea, luego de dejar la subsecretaría, fue embajador de
México en la UNESCO y primer presidente del CONACULTA. Díaz de Cossío
destacó como era un hombre sumamente preocupado por la educación y la cultura
que distaba mucho de la frivolidad de las acciones culturales que en ese periodo se
emprendieron bajo la ampliación de la capacidad económica del estado a raíz de lo
que el presidente en turno llamó la “administración de la abundancia” petrolera. En
ese periodo las actividades de difusión y los grandes festivales como el Internacional
Cervantino, que se reestructuró en esa época, marcaron un periodo de grandes
emprendimientos culturales y la fundación de nuevos organismos culturales.
10 Nótese la semejanza del nombre de esta subsecretaría con el naciente Ministère des Affaires
culturelles de Francia. Torres Bodet, el Secretario de Educación Pública en ese momento, había sido
Secretario General de la UNESCO una década atrás.
11 Con la política de privatizaciones, en 1993 IMEVISIÓN cesó sus actividades y las instalaciones
fueron licitadas.
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siempre inferior al que tenían los grandes institutos de cultura y otros organismos
del país. Podemos apreciar el escaso peso de este aparato observado su marginación
en algunos sucesos importantes. Por ejemplo para la Conferencia Intergubernamental
sobre los aspectos institucionales, administrativos y financieros de las políticas culturales
convocada por la UNESCO de 1970, la delegación mexicana fue encabezada por el
director del INBA. Otra ausencia notable es la falta de participación de la
Subsecretaría en el reporte con el que México presentó su política cultural ante la
UNESCO en 1977. El trabajo se tituló “La política cultural de México” y fue
elaborado por el Director de la Coordinación de Publicaciones de la Biblioteca de la
SEP, Eduardo Martínez. No sólo la subsecretaría se marginó de la elaboración de ese
texto, sino que no se menciona en ninguna de las páginas a ese organismo. La
participación de México en la importante Conferencia Intergubernamental sobre las
políticas culturales en América Latina y el Caribe de 1978 fue encabezada por personal
de la Dirección General de Relaciones Internacionales de la SEP. Sólo hasta la famosa
Conferencia Mundial sobre las Políticas Culturales que se realizó en México en 1982
asistió el subsecretario de Cultura, aunque el jefe de la delegación fue el Secretario
de Educación Pública, Fernando Solana. Para resaltar la diferencia se puede observar
que en el caso de la Conferencia Intergubernamental sobre políticas culturales para el
desarrollo en Estocolmo, en 1998, el jefe de la delegación mexicana fue el presidente
de CONACULTA.
En las décadas de los sesenta y setenta la actividad cultural del estado se centraba
en los lineamientos marcados por la política educativa: enseñanza de las bellas artes,
protección y difusión del patrimonio, vigorosos programas de difusión de la cultura,
desarrollo e impulso a sistemas de comunicación cultural de radio y televisión,
apoyo a la formación artística y a la creación, importantes obras de infraestructura
cultural. En el plano internacional se apoyaron programas muy interesantes de
cooperación e intercambio cultural como el programa de formación de restauradores
para alumnos latinoamericanos en la Escuela Nacional de Conservación,
Restauración y Museografía. Este programa tuvo un impacto hasta la fecha muy
apreciado.
Pueden servir las líneas con que Eduardo Martínez resume los “Lineamientos para
1977-1982” para identificar la política cultural de ese periodo. En el documento la
preeminencia de la atención al patrimonio es claramente manifiesta, pero también
se establece la atención a las bellas artes, las culturas populares, la cultura impresa,
la cultura y la educación audiovisual, las asociaciones culturales y la protección de
la obra artística e intelectual y los intercambios.
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En los lineamientos se plantea la imposibilidad de formular un proyecto de política
cultural basado en una sola concepción del mundo, dadas las múltiples y en vista de
las “en vista de las diversas tendencias tradicionales o recientes de los sectores que
integran el conglomerado cultural nacional, de las cuales el Estado se declara
respetuoso siempre y cuando esas tendencias coincidan con los principios
democráticos y de desarrollo de la justicia, la independencia y la libertad”
“En el Plan se declara que el Estado debe estar al servicio de la cultura y ésta
al de la mayoría, y que la tarea del poder público será impulsar una cultura
crítica y democrática, y establecer un puente entre ésta y la educación para
lograr, como lo postula la Constitución general de la República, el desarrollo
armónico de todas las facultades del ser humano; este vínculo entre cultura y
educación deberá realizarse tanto en el sistema escolar como en el
extraescolar, en modalidad formal o abierta, en las áreas de capacitación para
el trabajo y de capacitación magisterial” (Martínez, 1977: 72).
IV Consolidación del subsector cultura 1988 – 2000. Los movimientos sociales, las
transformaciones económicas internacionales, los debates internacionales sobre el
orden mundial de la información, las aspiraciones democráticas de la sociedad,
hicieron de la difícil década de los ochenta un escenario de transformación que en
México se expresa con la asunción del paradigma de la diversidad y los primeros
intentos por “constitucionalizar” el reconocimiento de la diversidad en nuestro país.
En este ambiente se crean el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes y el Fondo
Nacional de las Artes, bajo las consideraciones, según se dice en el decreto que dio
origen al primero, de que existen nuevas exigencias y requerimientos en el orden
nacional; que la población, principalmente los jóvenes, disponen de más tiempo libre
y demandas una mejor calidad de vida; que una activa política cultural del Estado
supone el diálogo intenso con la comunidad artística e intelectual y con la sociedad
en su conjunto; que se debe estimular la creación artística y cultural con plena
libertad creativa y que se deben alentar las expresiones culturales de las distintas
regiones y grupos sociales del país y que se debe impulsar la descentralización.
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diseñar programas desde las instituciones, por lo que se optó por apoyar las
iniciativas provenientes de los grupos populares.
V De los servicios a los derechos culturales. Periodo 2000 – 2016. El ascenso de las
nuevas tecnologías y las nuevas formas de creación y comercialización de la cultura
han conducido en el momento del cambio de siglo a una muy compleja
interconexión entre creatividad, propiedad intelectual, comercio de bienes
culturales y defensa del pluralismo cultural. La primera década del siglo XXI es el
tiempo en que la diversidad se convierte en políticas públicas nacionales e
internacionales a través de las convenciones de patrimonio inmaterial y de la
diversidad cultural.
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Coinciden estas transformaciones con la alternancia presidencial. Este hecho político
servirá para observar que pese al cambio de partido en el poder muchas de las
definiciones en materia cultural se mantienen vigentes. La preeminencia del
patrimonio en la política cultural, los nuevos instrumentos de financiamiento y
apoyo a la creatividad, la aceptación del pluralismo y la diversidad cultural como
requisito para el diseño de las nuevas políticas culturales son pautas que provienen
de los años anteriores y que se conservan durante los años en que no gobernó el
Partido Revolucionario Institucional. Pero el verdadero reto ahora generar políticas
consistentes en materia de cultura que conviertan la diversidad existente en un
verdadero recurso de bienestar social, político y material.
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Entretanto ha ocurrido una transformación sustancial en la comprensión del papel
del Estado. En 2011 se ha terminado por reconocer en la ley fundamental mexicana
los derechos humanos, la paridad de nuestra legislación con los acuerdos
internacionales sobre esta materia firmados por el estado mexicano y la búsqueda
de mecanismos que garanticen su observancia y prevalencia: “En los Estados Unidos
Mexicanos todas las personas gozarán de los derechos humanos reconocidos en esta
Constitución y en los tratados internacionales de los que el Estado Mexicano sea
parte, así como de las garantías para su protección.” (Art. 1 reformado en 2011). En
materia específicamente cultural previamente se había establecido en 2009 que
Toda persona tiene derecho al acceso a la cultura y al disfrute de los bienes y
servicios que presta el Estado en la materia, así como el ejercicio de sus
derechos culturales. El Estado promoverá los medios para la difusión y
desarrollo de la cultura, atendiendo a la diversidad cultural en todas sus
manifestaciones y expresiones con pleno respeto a la libertad creativa. La ley
establecerá los mecanismos para el acceso y participación a cualquier
manifestación cultural. (ART. 4)
Estos cambios no son solamente formales y hasta el momento no se ha logrado
clarificar con precisión lo que implican desde el punto de vista de la
institucionalidad cultural pues significan un cambio del papel del estado proveedor
de servicios –educativos, de salud, de seguridad, culturales, etcétera- a un estado
que debe garantizar derechos. Por lo que he tratado de presentar creo que puede
quedar claro que las instituciones culturales mexicanas se han distinguido más por
su interés en proporcionar servicios culturales altamente apreciados y menos por
garantizar derechos.
Este es uno de los riesgos de producir una institucionalidad fallida. La nueva
Secretaría de Cultura mexicana no se propuso con un proyecto claro. En el discurso
presidencial que la anunció el 02 de septiembre del año pasado sólo se aludió al
interés de los creadores culturales y la importancia que tiene la cultura para la
sociedad mexicana. Pero no se sustentó en un diagnóstico mínimo, ni se aludió a
una problemática institucional precisa. Tampoco pareció contar con una estrategia
clara para su aprobación. Cuando días más tarde se conoció el contenido de la
iniciativa de Reforma a la Ley Orgánica de la Administración Pública Federal que
iba a crear la Secretaría fue evidente que la ley ni siquiera tomaba en cuenta la
reforma reciente en materia de cultura que había constitucionalizado el derecho a la
cultura. Sólo se transferían al nuevo organismo las atribuciones de la Secretaría de
Cultura que tenían que ver con el campo cultural, pero esas atribuciones se
establecieron varias décadas atrás. Para colmo en las justificaciones que ofreció el
Secretario de Educación para trasladar la cultura a otro órgano de responsabilidad
eran de índole práctica y no sustantiva. Por último, la iniciativa se presentó en un
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momento político muy difícil en el ejercicio de gobierno de la actual administración
y en medio de una crisis económica que no permite pensar en un incremento notable
de los presupuestos si es que lo hubiera.
12El rechazo se sostenía en diferentes razones: uno de ellos es que entre los sindicatos del sector
cultura se manejó desde su origen la tesis de que el CONACULTA era un órgano ilegal dado que el
INAH y el INBA fueron creados como dos organismos subordinados a la Secretaría de Educación
Pública. Al ser el CONACULTA un organismo creado por decreto presidencial aunque subordinado
a la SEP, se concluyó que no tenía capacidad justifica de coordinar a esos dos instituciones. La
conclusión fue por mucho tiempo que debía volverse al status quo previo a la creación del consejo,
es decir a una subsecretaría de cultura, una propuesta tal vez legal pero ciertamente regresiva para
la cultura. Este mismo espíritu regresivo se deducía de otros argumentos: la evidente unión que
existió en su origen entre las instituciones educativas y las culturales como se desprende claramente
del proyecto de Vasconcelos hace casi 100 años. Una razón más se derivaba de una crítica al
CONACULTA por no haber “resuelto” el problema de la política cultural lo que conducía a la idea
de que las definiciones políticas debían anteceder a las reformas institucionales y por último se
denunciaba la posible afectación a los derechos laborales de los trabajadores del llamado sector
cultura. Otras razones eran menos profundas el amiguismo, la falta de necesidad, los reducidos
recursos económicos…
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este esquema Mejía se preocupa por la adaptación de los modelos institucionales a
una situación en la que “se postularon unos derechos sin un estado sólido que los
pueda garantizar” y concluye:
Estos cambios son significativos y abarcan muchos terrenos de los que menciono
tres que me parecen muy relevantes.
Los defensores de los derechos humanos a impulsar una política que han
denominado de perspectiva de derechos humanos. Es decir, se trata de priorizar el
enfoque moral y político de los derechos humanos sobre el enfoque positivo, lo que
debe hacerse desde el mismo momento de diseño de las acciones o programas
culturales. Ya en las Directrices Operativas de la Convención de Patrimonio Mundial,
sobre todo en sus últimas versiones, es muy claro el criterio de la indispensable
participación de las comunidades en las nominaciones y en la gestión del
patrimonio. Incluso, algunos especialistas en derechos humanos propusieron que se
añadiera un cuarto organismo consultor a la Convención de Patrimonio Mundial
(CPM) que se denominaría Comité de Patrimonio Mundial de los Pueblos Indígenas,
quien velaría por garantizar la participación de las comunidades locales.
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Hay que decir con todo, que la vanguardia en cuanto a la participación de las
comunidades locales en tofos los aspectos relacionados con el patrimonio no está en
la Convención del Patrimonio Mundial de 1972, sino en la Convención sobre
Patrimonio Cultural Inmaterial (CPCI) de la UNESCO aprobada en 2003, es decir con
casi treinta años de diferencia.
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- Un cambio gradual pero firme en el paradigma académico del patrimonio
cultural ocurrido en los ochenta y los noventa. Cuando en 2003 se estableció
la CPCI, el concepto de patrimonio había cambiado radicalmente desde la
Convención de Patrimonio Mundial de 1972. Ahora las comunidades eran ya
vistas como parte y parcela del patrimonio. No sólo eran guardianes, sino
también como herederos, creadores y soportes.
- Otro factor han sido los cambios en la política internacional que tuvieron gran
influencia en el borrador de la Convención de 2003. Las autoras se refieren
especialmente a que durante más de 20 años tuvo lugar un notable esfuerzo
Foro Permanente de las Naciones Unidas sobre los Indígenas que finalmente
condujo a la Declaración sobre los Pueblos Indígenas ya mencionada. Las
repercusiones de la Declaración, tanto antes como después de su adopción,
se ha dejado sentir en muchos otros organismos de la ONU y, desde luego,
en las reglas operativas de la convención de patrimonio intangible y de
patrimonio mundial.
- Por otra parte hubo en la última década del siglo pasado un pequeño número
de casos problemáticos y controversiales de la convención de patrimonio
mundial que aumentaron la preocupación sobre la falta de involucramiento
de las comunidades en las iniciativas de patrimonio de la UNESCO,
especialmente en las expresiones de patrimonio de los pueblos indígenas. Por
lo tanto, se trató en la Convención de Patrimonio Inmaterial de evitar esos
fallos al incorporar un nuevo paradigma con referencia al derecho a la
participación de las comunidades en los trabajos. Esto ha dado por resultado
una convención que es mucho más participativa que otros instrumentos.
Ahora bien ¿qué es participación? Este concepto puede tener diferentes acepciones:
en el sentido económico o financiero se relaciona con el beneficio obtenido en algún
proceso en virtud de integrar un grupo de inversionistas o bien el control de una
parte del mercado. También puede significar compartir algo haciéndolo común.
Otro significado es formar parte de un suceso como de una obra de teatro o de un
acto político. Puede también significar un acto comunicativo.
En el sentido cultural participación puede tener un sentido pasivo como el ser parte
de una audiencia aunque el sentido más ampliamente aceptado es su carácter activo
de tomar una decisión junto a otros. Esta última manera de entender la participación
se ha generalizado en los últimos años y en el campo de la cultura supone el rechazo
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a la toma unilateral de decisiones culturales. Más aún, en tanto que se fortalece la
sociedad civil y el sentido de ciudadanía más crece la participación o el interés en
hacerlo. Es importante pensar el carácter claramente intencional o consciente de la
participación y por tanto que los roles de los tomadores de decisión estén claramente
especificados. Así podemos pensar que la participación cultural son todas las formas
en que la sociedad se compromete con un actor artístico o con una actividad cultural
que es de interés común.
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momento muy difícil en el ejercicio de gobierno de la actual administración. Hay
una crisis económica que no permite pensar en un incremento notable de los
presupuestos si es que lo hubiera. Pareció no contar con una estrategia clara para su
aprobación. La iniciativa no cuenta con una justificación precisa y adolece de errores
y lagunas notables.
Las deficiencias de la propuesta están a la vista y también hay que conceder algunas
bondades como la constitución de un organismo del máximo nivel que permita
moverse entre la administración pública tal vez no con mayor libertad pero sí con
una capacidad mayor de negociación. También es una oportunidad de ajuste de las
políticas culturales para dar mayor consistencia al campo cultural. La política
cultural es, entre otras cosas, demanda y exigencia y requiere por ello de una
contraparte en el campo del sector público. Mientras mejor dispuesto esté este
aparato, más exigido será por pate de los grupos e individuos que exigen la
intervención pública. Un sector cultural fuerte es también un requisito para traducir
a programas y reglamentos la enorme serie de transformaciones constitucionales
que México ha aprobado en las dos décadas pasadas.
Con estos planteamientos considero que es conveniente reconocer los fallos del
proyecto pero también intervenir en su fortalecimiento. Se trata de construir un
organismo que sea algo más que un aparato coordinador de instituciones culturales
sino un ente público abierto a la sociedad para estudia, debatir y proponer cauces
para fortalecer la vida cultural; democrática y participativa, ágil en la atención a los
problemas y flexible en las modalidades de hacerlo; debe mirar lo que sucede más
allá del centro del país y de las grandes instituciones culturales de modo que, con
respeto al federalismo y a la autonomía de las entidades locales, cada acción cultural
se convierta en sostén de la convivencia democrática; que se sustente en nuestro
sistema democrático de responsabilidades públicas, abierta a lo que sucede en el
mundo debe hacer posible que la cooperación cultural internacional sea accesible a
los ciudadanos de a pie; en fin, debe ser una Secretaría en diálogo con nuestro
tiempo debe combinar la atención del pasado con el fomento a la creatividad, la
valoración de los bienes artísticos más relevantes con las nuevas formas de creación
a base de las nuevas tecnologías y las redes sociales y el aprecio y valoración de los
bienes culturales tradicionales con una consistente atención del campo de la
comunicación y de la información modernas.
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Referencias
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