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El 26 de agosto, es el Día del Anciano,

o llamado Adulto Mayor y es un momento para


reflexionar que muchos de nosotros sabemos
apreciar el valor de las cosas antiguas, tal vez
porque son únicos y son de un valor
incalculable para los coleccionistas, o porque
constituyen el testimonio de una época anterior
a la actual.
Pero algunos no saben valorar ni
conservar a un Anciano, quien está por encima
de cualquier reliquia o monumento histórico. Se
hace lo imposible para que no se deteriore las
viejas estructuras de algunas construcciones
testimoniales; pero no nos importa el deterioro
ni el abandono físico y moral de los ancianos, algunos piensan que son un problema, una
carga, tan solo porque ya vivieron bastante, no pueden valerse por sí mismo, o no han de
“darnos” nada más.
Se actúa muchas veces, como si los ancianos nunca se hubieran dado íntegros a nada
ni a nadie, ni hubieran surcado un camino con valores y nobles ideales por donde transitaron
las generaciones que las precedieron y que las de hoy tratan de ignorar, con las graves
consecuencias que todos conocemos.
No es el hecho en este día decir: “Pobrecitos los ancianos”, ni adoptar una actitud de
conmiseración hacia ellos, puesto que no han perdido su dignidad de personas y su categoría
de seres humanos, solo por estar en una etapa de la vida que le es propia a todos los seres
vivos y que en algún momento llegaremos a vivirla si la vida nos permite.

LA BENDICION DE UN ANCIANO
Bendito eres, si comprendes que mis manos tiemblan
y que mis pies se han vuelto lentos.
Bendito eres, si te acuerdas que mis oídos ya no
oyen tan bien y que ya no entiendo todo.
Bendito eres, si sabes que mis ojos ya no ven bien,
si no te enojas porque dejé caer la taza más bonita
o porque, si por enésima vez, te repito el mismo cuento.
Bendito eres, si me sonríes y me preguntas por los días de mi juventud.
Bendito eres, si me tratas con ternura, entiendes mis
lágrimas silenciosas y me haces sentir que soy amado.
Bendito eres, si te quedas un poco más de tiempo
conmigo y me agarras la mano un ratito cuando debo
entrar solo en la noche, la noche de la muerte.

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