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El inicio de la Edad Media

Artículo principal: Antigüedad tardía

Sueño de Constantino antes de la batalla del Puente Milvio. In hoc signo vinces (Con este signo
vencerás). Ilustración de las Homilías de san Gregorio Nacianceno, siglo IX.

El papa Silvestre I bendice a Constantino, del que recibe con la tiara(símbolo del pontificado romano
clásico, similar a otros tocados político-religiosos, como la doble corona de los faraones) el poder
temporal sobre Roma. Fresco del siglo XIII, capilla de San Silvestre, monasterio de los Cuatro
Santos Coronados.

Encuentro de León Magno con Atila, fresco de Rafael Sanzio en las estancias del Vaticano (1514).

Aunque se han propuesto varias fechas para el inicio de la Edad Media, de las cuales la
más extendida es la del año 476, lo cierto es que no podemos ubicar el inicio de una
manera tan exacta ya que la Edad Media no nace, sino que "se hace" a consecuencia de
todo un largo y lento proceso que se extiende por espacio de cinco siglos y que provoca
cambios enormes a todos los niveles de una forma muy profunda que incluso repercutirán
hasta nuestros días. Podemos considerar que ese proceso empieza con la crisis del siglo
III, vinculada a los problemas de reproducción inherentes al modo de producción
esclavista, que necesitaba una expansión imperial continua que ya no se producía tras la
fijación del limes romano. Posiblemente también confluyeran factores climáticos para la
sucesión de malas cosechas y epidemias; y de un modo mucho más evidente las
primeras invasiones germánicas y sublevaciones campesinas (bagaudas), en un periodo
en que se suceden muchos breves y trágicos mandatos imperiales.
Desde Caracalla la ciudadanía romana estaba extendida a todos los hombres libres del
Imperio, muestra de que tal condición, antes tan codiciada, había dejado de ser atractiva.
El Bajo Imperio adquiere un aspecto cada vez más medieval desde principios del siglo
IV con las reformas de Diocleciano: difuminación de las diferencias entre los esclavos,
cada vez más escasos, y los colonos, campesinos libres, pero sujetos a condiciones cada
vez mayores de servidumbre, que pierden la libertad de cambiar de domicilio, teniendo que
trabajar siempre la misma tierra; herencia obligatoria de cargos públicos —antes
disputados en reñidas elecciones— y oficios artesanales, sometidos a colegiación —
precedente de los gremios—, todo para evitar la evasión fiscal y la despoblación de las
ciudades, cuyo papel de centro de consumo y de comercio y de articulación de las zonas
rurales cada vez es menos importante. Al menos, las reformas consiguen mantener el
edificio institucional romano, aunque no sin intensificar la ruralización y aristocratización
(pasos claros hacia el feudalismo), sobre todo en Occidente, que queda desvinculado de
Oriente con la partición del Imperio. Otro cambio decisivo fue la implantación
del cristianismo como nueva religión oficial por el Edicto de Tesalónica de Teodosio I el
Grande (380) precedido por el Edicto de Milán (313) con el que Constantino I el
Grande recompensó a los hasta entonces subversivos por su providencialista ayuda en
la batalla del Puente Milvio (312), junto con otras presuntas cesiones más temporales cuya
fraudulenta reclamación (Pseudo-donación de Constantino) fue una constante de
los Estados Pontificios durante toda la Edad Media, incluso tras la evidencia de su
refutación por el humanista Lorenzo Valla (1440).

División del Imperio romano, año 395.

Ningún evento concreto —a pesar de la abundancia y concatenación de hechos


catastróficos— determinó por sí mismo el fin de la Edad Antigua y el inicio de la Edad
Media: ni los sucesivos saqueos de Roma (por los godos de Alarico I en el 410, por
los vándalos en el 455, por las propias tropas imperiales de Ricimero en 472, por
los ostrogodos en 546), ni la pavorosa irrupción de los hunos de Atila (450-452, con
la batalla de los Campos Cataláunicos y la extraña entrevista con el papa León I el
Magno), ni el derrocamiento de Rómulo Augústulo (último emperador romano de
Occidente, por Odoacro el jefe de los hérulos -476-); fueron sucesos que sus
contemporáneos consideraran iniciadores de una nueva época. La culminación a finales
del siglo V de una serie de procesos de larga duración, entre ellos la grave dislocación
económica, las invasiones y el asentamiento de los pueblos germanos en el Imperio
romano, hizo cambiar la faz de Europa. Durante los siguientes 300 años, la Europa
Occidental mantuvo un período de unidad cultural, inusual para este continente, instalada
sobre la compleja y elaborada cultura del Imperio romano, que nunca llegó a perderse por
completo, y el asentamiento del cristianismo. Nunca llegó a olvidarse la herencia clásica
grecorromana, y la lengua latina, sometida a transformación (latín medieval), continuó
siendo la lengua de cultura en toda Europa occidental, incluso más allá de la Edad Media.
El derecho romano y múltiples instituciones continuaron vivas, adaptándose de uno u otro
modo. Lo que se operó durante ese amplio periodo de transición (que puede darse por
culminado para el año 800, con la coronación de Carlomagno) fue una suerte de fusión
con las aportaciones de otras civilizaciones y formaciones sociales, en especial la
germánica y la religión cristiana. En los siglos siguientes, aún en la Alta Edad Media, serán
otras aportaciones las que se añadan, destacadamente el islam.
Véanse también: Caída del Imperio romano de Occidente, Invasiones bárbaras y Pueblos
germánico

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